Antología De Novelas De Anticipación I - Autores Varios 7 стр.


Witch jabón o detergente,

Witch limpia rápidamente...

¿Qué producto Witch necesita usted?

Debería tenerlos todos...

En aquel momento se oyó la voz en off del locutor, que decía:

Esta noche, las Brujas del mundo sanearán un barrio pobre del mundo... un barrio pobre determinado, este barrio pobre. ¡Brujas, uníos! ¡A limpiar, a limpiar, a limpiar! ¡Witch limpia!

Las brujas danzantes lanzaron ahora sus productos contra el propio edificio, y el sudario gris empezó a iluminarse, a brillar intensamente. En el interior del edificio, las solitarias bombillas se apagaron unos segundos, pasados los cuales una luz suave permitió ver las ventanas cubiertas con resplandecientes visillos.

—Esto no es una ilusión —siguió diciendo la voz profunda del locutor—. Esto está sucediendo realmente en la ciudad de Nueva York, muy cerca de Battery. Les está sucediendo a los Jones y a los Smith que viven allí...

El coro subió de tono hasta cubrir la voz del locutor.

¡Limpio, limpio, limpio! ¡Witch limpia!

Se produjo un fundido llevándose al decorado y a las brujas, y en la pantalla volvió a aparecer el rostro de facciones vulgares de Bill Howard.

—Dejen que les presente de nuevo a la familia Jones —dijo Bill—. Les presentaré a ustedes a los Jones, que son una de las familias que a partir de ahora tendrán un lugar decente donde vivir... y el mismo milagro les ha sucedido a cada una de aquellas familias.

Los Jones aparecieron de nuevo ante la cámara: limpios, con vestidos nuevos, peinados, un milagro en el campo del transformismo. Randolph supuso que varios equipos de miembros de BDD amp;O habían estado trabajando durante la emisión publicitaria, creando el milagro. Desde el mayor al más chico, los miembros de la familia relucían literalmente, y sus rostros brillaban con una luz interior...

Aquella noche, cuando Randolph apagó la TV, se mordía el labio inferior violentamente. Tenían que haber gastado más del doble de cincuenta mil dólares, pensó. Se recordó a sí mismo que debía telefonear a BDD amp;O a primera hora de la mañana del día siguiente.

Sin embargo, eran las once cuando sonó el teléfono de BDD amp;O.

—Aquí Randolph —dijo, con el formulismo que se había acostumbrado a utilizar y que mantenía cuidadosamente.

—Buenos días —Oswald hablaba en tono muy serio—. Buenos días.

Siguió un silencio, mientras Randolph esperaba que el otro continuara.

Finalmente, Randolph dijo:

—Buen programa, el de anoche. Debe de haber costado mucho m á dinero del que sugerí —añadió—. De todos modos, era bueno —repitió, pensativamente.

—Randolph —la voz de Oswald sonó de un modo raro—, no sé lo que costó el programa. No sé...

º-Un momento. ¿Dice usted que no sabe lo qué costó? Yo le dije que podía gastar unos cincuenta mil dólares, y por lo que vi anoche debe de haber costado cuatro veces más. Estoy dispuesto a llegar hasta los ciento veinticinco mil dólares, pero no daré ni un centavo mas. ¿Entendido?

—Mire, Randolph, el trabajo de saneamiento tenía que haber empezado esta mañana. Los contratos estaban firmados, las brigadas de obreros estaban a punto para efectuar el trabajo rápidamente, de modo que no hubiera entorpecimientos. Habíamos trasladado a todas las familias al campo, para que a su regreso tuvieran un aspecto saludable, y el trabajo tenía que iniciarse hoy, al romper el alba.

—¿Bien?

—Bueno, el trabajo ya está hecho.

—¿Tan de prisa? Acaba de decirme usted que iban a empezarlo esta mañana.

—Sí. Y cuando me telefonearon desde allí diciéndome lo que ocurría, le dije al hombre que me llamaba que se tomara una taza de café bien cargado para despejarse. Pero fui a verlo yo mismo... y el trabajo está hecho. Exactamente el trabajo que yo había planeado, además. De acuerdo con nuestros planes. Muebles, pintura, cortinas, visillos, cuartos de baño, y cocinas, instalaciones eléctricas... Todo, en una palabra. Completamente terminado. Uno de mis hombres de confianza estuvo allí ayer atendiendo al traslado de las familias. Jura y perjura que los edificios no habían sido tocados. El contratista dice que va a demandarnos, porque se presentó allí con las brigadas de obreros para empezar el trabajo, y se encontró con que alguien lo había realizado ya...Venga usted en seguida. Iremos a verlo juntos y ya me dirá lo que le parece. ¿Qué es lo que pone usted en su jabón, amigo?

Por la tarde, todos los periódicos publicaban la noticia en primera página, y las agencias la telegrafiaban a toda la nación y al mundo entero. La mayoría de los artículos hablaban del milagro en un tono humorístico. Se suponía que los Productos Wicht había hecho el trabajo de antemano, limpiando la parte exterior durante la noche.

Los inquilinos fueron entrevistados —Oswald había tenido la precaución de trasladarlos inmediatamente a los nuevos alojamientos—, pero ninguno de ellos pudo ser obligado a mentir ni a admitir que aquellos edificios no eran infectos cuchitriles el día anterior. Bueno, no podía reprochárseles que se mantuvieran fieles a Witch, teniendo en cuenta que la actuación de Witch para con ellos era algo así como la de un genio de las Mil y Una Noches.

Desde luego, el hecho despertó una enorme curiosidad, y al atardecer la policía había mandado allí tantos hombres que el lugar parecía un campo de concentración. Cámaras portátiles de TV y de noticiarios cinematográficos, periodistas, y una multitud que aumentaba sin cesar y que no permitía dar un paso.

Bill Howard estaba allí cuando llegó Randolph, hablando con un grupo de jóvenes en una habitación. Oswald se las había arreglado de modo que el fabricante de los productos Witch dispusiera de una escolta de la policía, y la multitud se aparto abriéndoles paso en cada uno de los pisos.

Los inquilinos contestaron a sus preguntas, pero lo hicieron con una hosquedad que sorprendió a Randolph. Sí, el día anterior aquello era una pocilga. Sí, había sido remozado indudablemente, durante la noche, mientras ellos estaban fuera. Sí, en una sola noche.

—Deberían darme las gracias —le dijo Randolph a Oswald—. Y, en cambio, están actuando como si yo fuera un personaje sospechoso.

—Es a causa de la escolta que llevamos —explicó Oswald amablemente—. Esa gente no simpatiza con la policía. Además, esto es completamente nuevo para ellos.

Randolph se mordió el labio inferior y llegó a la conclusión de que probablemente Oswald estaba en lo cierto. Pero la actitud era general y le molestaba. Se marchó después de examinar lo más brevemente posible el edificio.

Aquella noche, Bill Howard se mostró bastante conservador al contar la historia del saneamiento del barrio pobre. No estaba actuando como el verdadero Howard, según pensó Randolph, sentado enfrente de su aparato de TV. En la historia que contó había una cita del padre de la familia Jones, que la noche anterior había aparecido en el programa.

—Reconozco que es algo maravilloso, mister Howard —le había dicho Jones—. Pero no sería completamente sincero si le dijera que me gusta. Tengo que admitir que estoy un poco asustado por todo este asunto.

Era una nota un poco discordante en el relato, la única, desde luego, pero producía su efecto. El resto fue una simple descripción, sin mencionar para nada la parte milagrosa.

Después del fundido, aparecieron las brujas entonando su cántico tradicional.

¡Brujas del mundo, uníos! ¡Uníos para hacerlo limpio, limpio, limpio! ¡Witch limpia AHORA!,cantaron, y repitieron la escena de la noche anterior, mientras la voz en off del locutor explicaba qué productos Witch habían sido utilizados para hacer al barrio pobre limpio, limpio, limpio, con la ayuda, desde luego, de carpinteros, albañiles, y electricistas.

Randolph pensó que aquello estaba mejor. Ya se había hablado bastante de aquel estúpido milagro.

No eran aún las diez de la mañana del día siguiente cuando sonó el teléfono de Randolph.

—Aquí Randolph —dijo, y oyó la voz de Oswald sin más preámbulo.

—Se han ido.

—¿Quiénes son los que se han ido?

—Los inquilinos del edificio. Han recogido sus cosas y se han marchado. He enviado a algunos hombres a investigar, y una de las familias se ha trasladado a casa de unos parientes que viven en el Bronx. Los otros se han esparcido por diversos lugares, pero los localizaremos. Aquí hay un policía que estaba de servicio cuando se marcharon. El se lo contará a usted.

—¿Mister Randolph? Esto es lo que ha ocurrido, supongo. Anoche, en cuanto oscureció, desalojamos aquella zona. Creímos que debíamos permitirles un poco de descanso a todas aquellas familias, y obligamos a todos los mirones a que se marcharan. Los ocupantes de los pisos debieron reunirse mientras nosotros desalojábamos a la multitud. Todo quedó tranquilo, pero a eso de las dos de la mañana se encendieron las luces. Inmediatamente empezaron a salir los inquilinos, algunos de ellos vistiendo sus ropas de viaje. Llevaban consigo algunos cacharros, pero nada que no hubieran tenido, al parecer, antes del cambio, de modo que nos imaginamos que lo que se llevaban eran sus pertenencias. No les dijimos ni palabra. Les dejamos marchar. Algunos de los chiquillos estaban llorando, pero por lo demás todo estaba tranquilo. Luego, un hombre se me acercó corriendo y me dijo: "Márchese de aquí. Esto ha sido obra del diablo. Si es usted un hombre que tiene temor de Dios, márchese inmediatamente de este lugar". A continuación dio media vuelta y corrió a reunirse con los demás. No teníamos ninguna orden para detenerlos, de modo que les dejamos marchar. Nos limitamos a mirar.

Oswald volvió a ponerse al aparato.

—¿Puede usted evitar que aparezca la noticia en los periódicos? —preguntó Randolph.

—Los boletines de la radio lo han difundido ya, y los periódicos lo publicaron a mediodía. El telégrafo corre demasiado —respondió Oswald.

Randolph carraspeó nerviosamente, pero Oswald no esperó a que hablara.

—Estoy trabajando en algo que contrarrestará esto —dijo—. Tengo a todos mis hombres ocupados en ello. Le llamaré a usted más tarde.

En Washington, entretanto, se estaba celebrando otra conferencia, mucho más seria, mucho más crítica.

—Lo que se estrelló en Formosa era algo más que un avión infectado, señor Presidente —estaba diciendo el jefe del CIA—. Llevaba bombas bacteriológicas, y las bombas estallaron. No se había llevado a cabo el menor intento de ocultar su lugar de procedencia. Desde luego, es de fabricación enemiga. Los cadáveres que se encontraron a bordo no pudieron ser identificados, y, además, iban vestidos de paisano. Pero el avión procedía de Moscú. No creo que pase mucho tiempo sin que sepamos lo peor.

—¿Terminarán con la epidemia como hicieron la última vez, o se decidirán ahora a enviarnos sus condiciones de rendición? —preguntó el Presidente.

El Secretario de Estado y el Secretario de Defensa rompieron a hablar a la vez, pero fue el Secretario de Estado quien se hizo oír primero.

—Opino que terminarán con la epidemia —dijo—. Sería una amenaza demasiado directa. Esto es sólo una suposición, desde luego. Los mejores equipos médicos están siendo organizados y algunos han empezado su labor. Los mejores bacteriólogos de la nación están a su servicio. Todos los antibióticos disponibles son enviados allí.

—¿Ha trascendido algo de esto?

—No.

—¿Cuánto tiempo podemos mantenerlo oculto?

—Una semana. Diez días, quizá, como máximo.

—Tomen todas las medidas necesarios. Pero procuren que la cosa no trascienda. Declaren veinticuatro horas de alerta inmediatamente.

—¿Aunque la alerta despierte recelos y ponga en peligro las medidas que se tomen para mantenerlo oculto?

—Sí. Una semana o diez días de tranquilidad no compensarían lo que podría ocurrir si descuidáramos otras medidas.

A las cuatro de la tarde, Oswald hablaba por teléfono con Randolph.

—Ya tenemos el antídoto —anunció jubilosamente.

—La prensa me está acusando de haber creado un engaño que ni siquiera aquéllos a quienes beneficia han querido aceptar. Los pocos que han llegado a la conclusión de que se había producido un verdadero milagro han llegado también a la conclusión de que estoy aliado con el diablo, y que las brujas se deben quemar. Los productos Witch son el tema de todas las bromas de los periodistas, incluso de los más ínfimos, de nuestro país. Saxton ha empezado a insinuar que detrás de todo esto hay una maniobra política. Se habla incluso de una investigación del F.C.C. Confío —dijo seriamente—, que su antídoto ser realmente eficaz.

La voz de Oswald sonó afectada, y casi alegre.

—Hay que enfocar este asunto en sus justos términos —dijo—. En primer lugar, tenemos el hecho de que los productos Witch han obtenido una publicidad tal, que podemos decir que nadie desconoce en estos momentos su existencia...

—Sí, y si las iglesias prohíben el uso de los productos Witch, seremos los primeros en maldecir esa publicidad.

—De acuerdo, de acuerdo. Esta noche explicaremos minuciosamente que el milagro fue un milagro de saneamiento, llevado a cabo por los carpinteros y por los albañiles. Ya sabe, la técnica y la producción en masa norteamericanas en acción, algo de lo cual debemos enorgullecernos. Y en este cuadro, incluiremos a Witch como al líder de la milagrosa técnica de los Estados Unidos. Luego... ¿cuál es la cosa más conmovedora del mundo, la que puede llamar más la atención de la gente? —No esperó la respuesta—. Un chiquillo. Un niño de corta edad, inválido, al cual Witch puede proporcionar los medios para que se convierta en una criatura normal...

Oswald hablaba apresuradamente, sabiendo que Randolph tenía que morderse el labio inferior un buen rato antes de dar expresión a sus ideas. Esto le daba una ventaja que quería aprovechar, sabiendo también que Randolph opondría alguna objeción.

—Disponemos ya de una niña a la cual una costosa operación puede salvar de quedarse inválida para toda la vida. He consultado a dos eminentes cirujanos, y me han dicho que la operación tiene un noventa y nueve por ciento de probabilidades de éxito. No vamos a hacer sensacionalismos. Nos limitaremos a decir que Witch sufraga los gastos de la operación. La niña saldrá de los estudios de la Televisión para ingresar directamente en el hospital. Filmaremos la operación, filmaremos también el proceso de convalecencia, y proyectaremos las películas durante unas semanas, hasta que la niña esté completamente curada y ande por su propio pie... semanas más tarde.

Ahora, Oswald esperó. Fue una larga espera, una espera desacostumbradamente larga, incluso tratándose de Randolph. Finalmente, Randolph dijo:

—De acuerdo. Pero si sucede algo anormal, responderá usted de ello ante los tribunales.

—Nada anormal puede suceder. Admito que ignoro aún lo que ocurrió la última vez, pero terminaremos por descubrirlo. Entretanto, nos tomaremos una semana para preparar esto —continuó Oswald—. Haremos hincapié en que se trata de una curación que puede ser obtenida a base de dinero. Nada de milagros, excepto el milagro de la técnica médico-quirúrgica norteamericana. Nada de milagros. Witch se limita a pagar la operación que necesita la niña. Es muy bonita, además —añadió—, tiene diez años.

Aquella noche, cuando Bill Howard se inclinó hacia su auditorio a través de la mesa, unas gotitas de sudor perlaban su frente. Sin embargo, su voz sonó tranquila. En la pared, detrás de él, colgaba un gran mapa de la ciudad de Nueva York.

La gran noticia de aquella noche era una redada en un lugar donde se expendían drogas. Bill describió el tráfico de drogas en la nación, los esfuerzos del FBI y de todos los cuerpos de seguridad del país, la persecución de que eran objeto los traficantes, su eventual localización. Describió el efecto que las drogas producían en la juventud, esclavizándola para toda la vida, a menos que pudieran ser curados... y habló de los pocos casos de curación que eran conocidos.

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