Luego describió la redada. Tomó un puntero de su mesa y marcó las distintas fases de la redada, señalando el emplazamiento del edificio donde habían sido aprehendidos. Luego recorrió con el puntero el camino que conducía a la cárcel donde habían sido encerrados los detenidos.
—¿No podrían nuestros mejores investigadores encontrar una cura eficaz para los adictos a las drogas? —preguntó a continuación—. ¿No podrían nuestras mejores instituciones policiales descubrir a los verdaderos autores de estos crímenes? Los verdaderos autores son los malvados que importan la droga y crean adictos para lograr consumidores. Los que están encerrados son las víctimas. Si no se encuentra un medio para curarles, tendrán que ser encerrados otra vez, y otra vez, y otra vez, ya que su adición les obligar a hundirse cada día más en la ciénaga del delito para satisfacer su deseo. Si no se encuentra un medio para curarles, serán unos esclavos durante toda su vida...
Después del fundido, la cámara enfocó a las brujas, bailando y entonando su canto:
¡Brujas del mundo, uníos!
¡Uníos para hacerlo limpio, limpio, limpio!
¡Witch limpia AHORA!
Witch jabón o detergente,
Witch limpia rápidamente...
La voz en off del locutor explicó de nuevo el milagro del saneamiento del barrio pobre: un milagro de la técnica norteamericana. Luego esbozó el próximo milagro que la Witch Corporation se disponía a patrocinar. Este, dijo, sería un milagro de la técnica médico-quirúrgica norteamericana.
Witch pagaría los gastos originados por una costosa operación indispensable para que una niña pudiera volver a andar, después de una enfermedad que padecía desde hacía varios años y que la había dejado tullida. Podían injertársele nuevos huesos, nuevos músculos. La técnica médico-quirúrgica norteamericana, en toda su extensión, sería puesta al servicio de aquella niña.
Conserve su salud manteniéndose limpio con Witch, aconsejó el locutor. Witch sufragaría los gastos de una operación destinada a remediar los efectos de una enfermedad. Entretanto, los clientes de Witch podían utilizar la medicación preventiva de una buena limpieza que les ayudara en su lucha contra las enfermedades, en tanto que los investigadores de la medicina norteamericana se esfuerzan por encontrar su verdadera protección.
Eran las diez y media de la mañana del día siguiente cuando sonó el timbre de la puerta.
Un hombre alto, con abrigo, sombrero en mano, estaba en pie al otro lado de la puerta. Randolph se quedó mirándolo, con expresión interrogadora.
El hombre se llevó una mano a la solapa, para mostrar una chapa prendida en su parte interior, y Randolph se hizo a un lado invitándole a entrar con un gesto.
—No he visto con claridad su chapa —dijo Randolph, cuando hubo cerrado la puerta detrás de su visitante—. ¿Quién es usted?
—Brigada de Narcóticos —dijo el hombre brevemente—. Participé en la redada de anoche.
—¡Oh! ¿La redada que citó Bill Howard en su boletín de noticias?
—Sí. En la misma. No creo que exista ninguna conexión, y mi jefe se echó a reír cuando le sugerí que existía una conexión.
—¿Una conexión?
—Verá, me tomé un descanso mientras interrogaba a los individuos que pillamos. Tratando de llegar a los peldaños más altos de la escalera. Estaban drogados hasta las orejas, y a veces puede obtenerse algún informe valioso si se les interroga adecuadamente. Pero es un trabajo agotador, y decidí tomarme un descanso. De modo que salí a tomar un café al otro lado de la calle, y había un aparato de televisión funcionando, y vi a su Bill Howard. Me marché en el momento en que aparecían sus brujas, gritando aquello de que limpia AHORA. Entré directamente en la Jefatura y empecé de nuevo con el interrogatorio, pero el individuo que me había llevado para que le interrogase no estaba drogado. Estaba... bueno existe una diferencia bastante notable entre los que están drogados y los que no lo están. El tipo no estaba drogado, pero empezó a darme toda clase de detalles acerca de los puntos más altos de la distribución de la droga conocidos por él. Me estaba engañando, desde luego, y le pregunté cuándo había tenido su último pinchazo
[3]. Menos de veinte minutos antes de la redada, me dijo, más fresco que unas pascuas. Los individuos con los cuales había hablado antes se habían comportado de un modo... distinto. Todos hacen igual. Cuando están bajo los efectos de la droga. empiezan mostrándose obstinados como una mula... y acaban cantando como canarios. No creí una sola palabra de lo que me decía, desde luego. Pero no podemos descuidar ninguna pista, por descabellada que parezca. Estoy en la Brigada de Narcóticos desde el año de la nana, y tengo una gran experiencia en ese sentido. Claro que no lo creí. Había oído algunas historias acerca de los productos Witch y del milagro de Battery algo así como una broma, y pensé que quizás... en fin, ya sabe... De todos modos, lo consulté con mi jefe, pero, como ya le he dicho, se echó a reír. Tal vez usted se eche también a reír, pero he creído que tenía el deber de investigar...
Al mismo tiempo en Washington, el gabinete estaba reunido en sesión plenaria. Los informes llegados de Formosa eran peores de lo que los más pesimistas habían imaginado. La bacteria atacaba los nervios y el cerebro, y las víctimas padecían unos dolores horrorosos.
—Ha invadido toda la isla. Supongo que su poder de contagio es enorme, cualesquiera que sean los métodos utilizados para extenderla —informó el jefe de la CIA.
—¿Alguna noticia de la embajada?
El Secretario de Estado respondió a la pregunta.
—Ninguna. Las llamadas dirigidas al embajador sólo han recibido la respuesta de que no se encuentra allí. No he podido hablar con nadie cuya categoría supere a la de un cuarto ayudante de subsecretario.
—Al menos, la noticia no ha aparecido en los periódicos ni ha sido radiada.
—No sé cuanto tiempo podremos mantenerlo en secreto. La mayoría de nuestros periódicos saben que existe una alerta de veinticuatro horas —esto no ha podido ocultarse—, pero hasta ahora he conseguido que no lo publiquen. Sin embargo, tendremos que ofrecerles alguna explicación, y pronto. No se resignarán a mantener una actitud pasiva durante mucho tiempo, al menos sin saber los motivos.
—¿No podría usted decirles la verdad, haciéndoles comprender la importancia de que el asunto no sea difundido, por las consecuencias que podría acarrear?
—Ya había pensado en ello. Pero, aun admitiendo que llegara a convencer a la mayoría de periodistas, siempre hay algún Joe en alguna parte que cree que el pueblo norteamericano tiene derecho a conocer su destino antes de que sea decidido, sin preocuparse de los efectos de su revelación... y sin importarle el hecho de que los representantes elegidos por ese mismo pueblo consideren que la noticia puede ser improcedente.
—Bien, mantenga las medidas adoptadas todo el tiempo que le sea posible. Y avíseme antes de que la cosa estalle.
—Si puedo. No soy un mago. Quizá no logre enterarme de cuándo va a estallar —replicó sarcásticamente el jefe del CIA.
A la noche siguiente, la gran noticia fue el lanzamiento, desde Cabo Cañaveral, de una nave espacial cuyo objetivo era la luna. Si la nave, llena de animales vivos, conseguía aterrizar con éxito, no tardaría en enviarse a un hombre a aquel planeta. Estaba ya previsto. El problema consistía en el aterrizaje de la nave, un pequeño vehículo espacial, completamente equipado para mantener vivo a un hombre durante dos años, en el caso de que fallaran los planes trazados para su regreso a la tierra.
La voz de Bill Howard sonaba excitada, mientras se pasaba los dedos por los cabellos, inclinándose hacia su auditorio a través de la mesa, con el mapa de Florida detrás de él.
—Para los estadistas, el problema consiste en saber quién llegará antes, y quizá en saber quién controlará las rutas del espacio —dijo después, describiendo el lanzamiento en marcha. Pero para los pueblos del mundo, esto representa al género humano alcanzando las estrellas. Se ignora —dijo solemnemente— si el fracaso de muchos de nuestros lanzamientos se ha debido a error humano o a sabotaje. El error humano es una debilidad de los hombres. El sabotaje se debe a una imperfección del mundo, que sigue dividido cuando se dispone a alcanzar las estrellas. ¿Existe algún error mecánico en el lanzamiento de esta noche? ¿Hay algún saboteador en acción? O, cuando el lanzamiento sea una realidad, dentro de una hora, ¿cruzará la nave la atmósfera terrestre en la primera etapa de la conquista de las estrellas por el hombre? ¿Es perfecto nuestro pájaro esta vez? —preguntó, mientras se producía el fundido.
Las brujas bailaron y entonaron su canto:
¡Brujas del mundo, uníos!
¡Uníos para hacerlo limpio limpio, limpio!
¡Witch limpia, AHORA!
Randolph se mordía aún el labio inferior cuando se acostó aquella noche. El agente de la Brigada de Narcóticos se había marchado tranquilamente. Existían respuestas a todas las preguntas, y esto no le preocupaba en absoluto.
Por otra parte, se alegraba de que la niña tuviera su operación. Injertar huesos y músculos podía ser milagroso, pero se trataba de un milagro explicable, que todo el mundo comprendía.
No se hablaba ya de una investigación del FCC, pero aquellos rumores habían sido como para excitar a cualquiera. Últimamente, todas las cosas habían resultado excitantes. Pero, a pesar de ello, la curva de ventas de los productos Witch mantenía con firmeza su tónica ascendente.
La nave espacial norteamericana aterrizó en la luna la mañana del día en que la niña inválida debía aparecer en el programa Witch.
Para el pueblo norteamericano. fue un día de fiesta comparable al Cuatro de Julio. En la Casa Blanca, la tristeza colgaba como un sudario.
—Ahora tendrán que moverse rápidamente —le estaba informando el Secretario de Defensa a su jefe—. No pueden permitirse el lujo de dejar que pongamos a nuestro hombre en la luna.
—No podemos lanzar a un hombre a la luna hasta que hayamos demostrado con otro par de lanzamientos, por lo menos, que podemos situarle con éxito —declaró el jefe de los servicios de seguridad—. La amenaza de nuestros enemigos no es nada comparada con la de la opinión pública si fracasáramos en un intento estando una vida humana en juego.
—Formosa está dejando filtrar información —admitió el jefe de la CIA—. No podremos mantenerlo oculto más de tres días.
El Presidente apoyó una mano en su escritorio.
—Otros dos lanzamientos significan al menos seis meses antes de que un hombre llegue a la luna armado. Tres días significan que Formosa estará en los periódicos de esta semana. Cuando se difunda la noticia, hay que agregar que nuestros médicos y bacteriólogos están en camino de encontrar un antídoto. Hay que decirlo de modo que, si ellos se deciden a cortar su epidemia, como hicieron en Suez, el triunfo sea nuestro. Esto es lo mejor que podemos hacer ahora. Además de esperar un milagro. Y los milagros son populares en estos días —añadió amargamente.
A la mañana siguiente, cuando Randolph fue a abrir su puerta respondiendo a una llamada, se encontró frente al rostro ancho y feo de Bill Howard.
—He venido a hacerle una pregunta a la que creo no podrá usted contestar —dijo Howard premiosamente, desde el umbral de la puerta—. He venido a preguntarle a usted qué hay acerca de las brujas.
Randolph se mordió el labio inferior, de pie junto a su visitante, mucho más alto que él, consciente de lo refinado de su propio aspecto en comparación con el aspecto descuidado del otro. Como un lanudo perro, pensó Randolph. Un enorme, desgreñado y lanudo perro de San Bernardo.
—¿Qué es lo que pasa con las brujas? —preguntó finalmente.
—Verá... han ocurrido algunas cosas muy raras. Aquel barrio pobre, desde luego. Yo estuve allí, desde luego. Lo vi. Y hablé con la gente.
Se produjo un breve silencio antes de que Randolph contestara.
—¿Y bien?
—Bueno, sucedieron unas cuantas cosas más. Un agente de la Brigada de Narcóticos vino a verme. Sólo a título personal. Sólo por curiosidad. Estaban tratando de localizar a los que dirigen el tráfico de drogas, por medio... a base de los informes obtenidos de los individuos capturados en la redada. ¿Y el asunto de Cabo Cañaveral? ¿Estaba usted escuchando aquella noche?
—Siempre sintonizo su programa. Me ha parecido que hoy era un día de fiesta. La nave espacial aterrizó.
—Sí, sí, un día de fiesta. Soy periodista, y estoy enterado de muchas historias que no trascienden al público. Estoy enterado, por ejemplo, de que una hora antes del lanzamiento, un hombre murió repentinamente de un ataque al corazón. El técnico que ocupó su lugar —no va a interrumpirse un lanzamiento como éste por un ataque al corazón— comprobó los mecanismos de la nave y descubrió un fallo que podía haber dado al traste con todo. También había un circuito que había sido cambiado, pero lo atribuyeron a causas obligadas, ya que el nuevo circuito era más exacto. Y creyeron que era obra del individuo que había muerto.
—¿Y qué?
—Pues... bueno, nada. Sólo quería hacerle una pregunta. Las brujas no tocan nada real en nuestros días, desde luego, de modo que incluso en el caso de que... de que fueran... bueno, algo mágico, no podrían haber estado mezcladas en todo esto.
Esta vez no existió ni siquiera una pausa para morderse el labio.
—¿Está usted tratando de insinuar que los productos Witch...?
La pregunta quedó colgada en el aire, pero Bill Howard no apartó la mirada de los ojos de su interlocutor.
—Mister Randolph, no trato de insinuar absolutamente nada. Ni siquiera he hablado de esto con nadie, ya que si lo hiciera se reirían de mí, usted el primero. Lo único que le digo es que llevo unos días tratando de sumar dos y dos, para que me dé cuatro. ¿Puedo preguntarle si sabe algo que pueda ayudarme en la operación?
Randolph volvió a morderse el labio inferior y los dos hombres se miraron fijamente unos instantes. Luego, Randolph dijo en tono grave:
—Mister Howard, hace veinticinco años que fabrico los productos Witch. Desde que empecé a fabricarlos, con una fórmula muy buena, han sido ampliamente mejorados. Creo sinceramente que son los mejores productos de limpieza que actualmente pueden obtenerse en el mundo. Son eso, exactamente, y nada más que eso. De modo que tendrá usted que buscarle otra solución a sus dos y dos, los cuales tengo que admitir que constituyen una espectacular acumulación de coincidencias, aunque no por encima de los límites de lo creíble. Yo mismo sospeché que BDD amp;O estaba llevando a cabo una especie de fraude en el primer caso. Si se producen otros casos semejantes, suspenderé los programas, prescindiré de los servicios de la agencia, y pediré que el FCC efectúe una investigación a fin de que quede limpio el nombre de Witch, que no ha sido ni será nunca cómplice de ninguna clase de fraude, y mucho menos de un fraude de la importancia del que ha tenido lugar, el cual confieso que no entiendo, aunque espero que el FCC conseguir aclarar por completo. Buenos días, mister Howard.
Con estas últimas palabras, Randolph dio por terminado su desacostumbradamente largo discurso. A continuación giró sobre sus talones y dejó que Bill Howard encontrara por sí mismo el camino de la puerta.
Aquella noche, cuando Bill Howard terminó con su boletín de noticias, la cámara no recogió a las brujas. En su lugar apareció un locutor.
—Esta noche, los productos Witch se complacen en presentarles a una simpática niña —dijo el locutor, en un tono suave que contrastaba con el agresivo utilizado por Bill Howard.