–
Vine a pedir disculpas -dijo la joven.
Estaban en el mismo lugar donde se habían encontrado la otra vez; las piedras que daban al lado derecho de la montaña, desde donde se veía el inmenso valle.
A veces pienso una cosa y hago otra -continuó-. Pero si algún día ya sentiste el amor, sabes cuánto cuesta sufrir por él.
– Sí, lo sé -respondió el Mago. Era la primera vez que él hablaba de su vida particular.
– Tenías razón respecto del punto luminoso. La vida pierde un poco su gracia. Descubrí que la búsqueda puede ser tan interesante como el encuentro.
– Siempre que se venza al miedo. -Es verdad.
Y Brida se alegró al saber que también él, con todo lo que conocía, continuaba sintiendo miedo.
Pasearon durante toda la tarde por el bosque cubierto de nieve. Conversaron sobre plantas, sobre el paisaje y sobre las formas en que las arañas acostumbraban a extender las telas en aquella región. A cierta altura encontraron un pastor que iba a guardar su rebaño de ovejas.
– ¡Hola, Santiago! -el Mago saludó al pastor. Después se giró hacia ella-. Dios tiene una predilección especial por los pastores. Son personas acostumbradas a la Naturaleza, al silencio, a la paciencia. Poseen todas las virtudes necesarias para comulgar con el Universo. Hasta aquel instante no habían tocado estos temas, y Brida no quería anticipar el momento adecuado. Volvió a conversar sobre su vida y sobre lo que acontecía en el mundo. Su sexto sentido la alertó para evitar el nombre de Lorens, no sabía lo que estaba sucediendo, no sabía por qué el Mago le dedicaba tanta atención, pero necesitaba mantener encendida esta llama. Poder en Maldición, había dicho Wicca. Tenía un objetivo y él era el único que podía ayudarla a conseguirlo.
Pasaron entre algunos corderos, que dejaban, con sus patas, un gracioso camino en la nieve. Esta vez no había pastor, pero los corderos parecían saber a dónde ir y lo que deseaban encontrar. El Mago permaneció largo tiempo contemplando a los animales como si estuviera delante de algún gran secreto de la Tradición del Sol, que Brida no conseguía entender.
A medida que la luz del día se iba apagando, se iba apagando también el sentimiento de terror y respeto que se apoderaba de ella siempre que encontraba a aquel hombre; por primera vez estaba tranquila y confiada a su lado. Tal vez porque no precisase ya demostrar sus dones, ya había escuchado la Voz, y su ingreso en el mundo de aquellos hombres y mujeres era apenas una cuestión de tiempo. También ella pertenecía al camino de los misterios y, a partir del momento en que escuchó la Voz, el hombre que estaba a su lado formaba parte de su Universo.
Tuvo ganas de tomarle las manos y pedirle que le explicase algo de la Tradición del Sol, de la misma manera que acostumbraba pedir a Lorens que le hablara de las estrellas antiguas. Era una manera de decir que estaban viendo la misma cosa, desde ángulos diferentes. Algo le decía que él necesitaba esto, y no era la Voz misteriosa de la Tradición de la Luna, sino la voz inquieta, a veces tonta, de su corazón. Una voz que no acostumbraba a escuchar mucho, ya que siempre la conducía por caminos que no conseguía entender.
Aun así, las emociones eran caballos salvajes y pedían ser oídos. Brida dejó que corriesen libres por algún tiempo hasta que se cansaran. Las emociones contaban lo bonita que sería aquella tarde si ella estuviera enamorada de él. Porque cuando se enamoraba, era capaz de aprenderlo todo, y conocer cosas que ni osaba pensar, porque el amor era la llave para la comprensión de todos los misterios.
Imaginó muchas escenas de amor, hasta que asumió de nuevo el control de sus emociones. Entonces se dijo a sí misma que jamás podría amar a un hombre como aquel. Porque él entendía el Universo y todos los sentimientos humanos quedaban pequeños cuando se veían a distancia.
Llegaron a las ruinas de una vieja iglesia. El Mago se sentó en uno de los varios montículos de piedra labrada que se esparcían por el suelo; Brida limpió la nieve en la barandilla de una ventana.
– Debe ser bonito vivir aquí, pasar los días en un bosque y por la noche dormir en una casa templada-dijo ella.
– Sí, es bonito. Conozco el canto de los pájaros, sé leer las señales de Dios, aprendí la Tradición del Sol y la Tradición de la Luna.
"Pero estoy solo -tuvo ganas de decir-. Y de nada sirve comprender el Universo entero cuando se está solo."
Allí, frente a él, recostada en la barandilla de una ventana, estaba su Otra Parte. Podía ver el punto de luz encima de su hombro izquierdo y lamentó haber aprendido las Tradiciones. Porque quizá hubiese sido aquel punto el que había hecho que se enamorase de aquella mujer.
"Ella es inteligente. Presintió el peligro antes y ahora no quiere saber nada de los puntos luminosos."
– Oí a mi Don. Wicca es una excelente Maestra. Era la primera vez que tocaba el asunto de la magia aquella tarde.
– Esta vez te enseñará los misterios del mundo, los misterios que están presos en el tiempo, y que son llevados de generación en generación por las hechiceras.
Habló sin prestar atención a sus propias palabras. Estaba intentando recordar cuándo encontró su Otra Parte por primera vez. Las personas solitarias pierden el sentido del tiempo, las horas son largas y los días interminables. Aun así, sabía que habían estado juntos tan solo dos veces. Brida estaba aprendiendo todo muy rápido.
– Conozco los rituales y me iniciaré en los Grandes Misterios cuando llegue el Equinoccio.
Volvía a ponerse en tensión.
– Existe, no obstante, una cosa que aún no sé. La Fuerza que todos conocen, que reverencian cómo un misterio.
El Mago entendió por qué ella había venido aquella tarde. No fue sólo para pasear entre los árboles y dejar dos senderos de pies en la nieve, senderos que se aproximaban a cada minuto.
Brida se ajustó el cuello del abrigo en torno al rostro. No sabía si estaba haciendo aquello porque el frío era más fuerte cuando se deja de caminar, o porque quería esconder su nerviosismo.
– Quiero aprender a despertar la fuerza del sexo. Los cinco sentidos -dijo, finalmente-. Wicca no toca este tema. Dice que, así como yo descubrí la Voz, descubriré también esto.
Se quedaron unos minutos en silencio. Ella pensaba si debía estar hablando de esto justamente en las ruinas de una iglesia. Pero recordó que existían muchas maneras de trabajar la fuerza. Los monjes que vivieron allí trabajaron por la abstinencia y entenderían lo que ella estaba intentando decir.
– He buscado todas las maneras. Presiento que existe un truco, como aquel truco del teléfono que ella usó con el tarot. Algo que Wicca no quiso mostrarme. Me parece que ella aprendió de la manera más difícil y quiere que yo pase por las mismas dificultades.
– ¿Fue por esto por lo que me buscaste? -interrumpió él.
Brida miró el fondo de sus ojos. -Sí.
Esperó que la respuesta lo convenciese. Pero desde el momento en que lo había encontrado, ya no estaba tan segura. El camino por el bosque nevado, la luz del sol reflejada en la nieve, la conversación despreocupada sobre las cosas del mundo, todo aquello había hecho que sus emociones galopasen como caballos salvajes.
Tenía que convencerse de nuevo que estaba allí sólo en busca de un objetivo, y que lo conseguiría de cualquier forma. Porque Dios había sido mujer, antes de ser hombre.
El Mago se levantó del montículo de piedras en que estaba sentado y caminó hasta la única pared que aún permanecía entera. En medio de esta pared había una puerta, y él se apoyó en el umbral. La luz de la tarde daba en sus espaldas. Brida no conseguía ver su rostro.
– Existe una cosa que Wicca no te enseñó -dijo el Mago-. Puede haber sido por olvido. Puede haber sido también porque quería que lo descubrieses sola.
– Pues estoy aquí. Descubriendo sola.
Yse preguntó a sí misma si, en el fondo, no era exactamente éste el plan de su Maestra: conseguir que ella encontrase a aquel hombre.
– Voy a enseñarte -dijo él, finalmente-. Ven conmigo.
Caminaron hasta un lugar donde los árboles eran más altos y más fuertes. Brida se fijó en que en algunos de ellos había escaleras rústicas atadas a los troncos. En lo alto de cada escalera había una especie de cabaña.
"Aquí deben vivir los ermitaños de la Tradición del Sol", pensó.
El Mago examinó cuidadosamente cada cabaña, se decidió por una y pidió a Brida que subiese junto a él. Ella comenzó a subir. En medio del camino sintió miedo, pues una caída podía ser fatal. Aun así, decidió seguir adelante; estaba en un lugar sagrado, protegido por los espíritus del bosque. El Mago no había pedido permiso, pero tal vez en la Tradición del Sol esto no fuese necesario.
Cuando llegaron a lo alto, ella dio un largo suspiro; había vencido uno más de sus miedos.
– Es un buen lugar para enseñarte el camino -dijo 1-. Un lugar de emboscada.
– ¿Un lugar de emboscada?
– Son cabañas de cazadores. Tienen que ser altas para que los animales no sientan el olor del hombre. Durante todo el año dejan comida aquí. Acostumbran a la caza a venir siempre a este lugar hasta que, un buen día, la matan.
Brida notó que había cartuchos vacíos en el suelo. Éstaba intimidada.
– Mira hacia abajo -dijo él.
No había espacio suficiente para dos personas y su cuerpo casi tocaba el de él. Se levantó y miró hacia abajo; el árbol debía ser el más alto de todos, y ella podía ver las copas de otros árboles, el valle, las montañas cubiertas de nieve en el horizonte. Era un lugar lindo. Él no tenía por qué decir que era un lugar de emboscada.
El Mago removió el techo de lona de la cabaña, y de repente el lugar fue inundado por los rayos del sol. Hacía frío y le pareció a Brida que estaban en un lugar mágico, en el fin del mundo. Sus emociones querían cabalgar de nuevo, pero ella tenía que mantener el control.
– No era necesario traerte aquí para explicarte lo que quieres saber -dijo el Mago-. Pero quise que conocieras un poco más este bosque. En el invierno, cuando caza y cazador están lejos, acostumbro subir a estos árboles y contemplar la Tierra.
Realmente estaba queriendo compartir su mundo con ella. La sangre de Brida comenzó a correr más rápida. Se sentía en paz, entregada a uno de aquellos momentos de la vida en que la única alternativa posible es perder el control.
– Toda la relación del hombre con el mundo se hace a través de los cinco sentidos. Sumergirse en el mundo de la magia es descubrir sentidos desconocidos, y el sexo nos empuja hacia algunas de estas puertas.
Había cambiado súbitamente de tono. Parecía un profesor dando clase de Biología a un alumno. "Tal vez sea mejor así", pensó ella, sin estar muy convencida.
– No importa si estás buscando la sabiduría o el placer en la fuerza del sexo; siempre será una experiencia total. Porque es la única actividad del hombre que afecta, o debería afectar, a los cinco sentidos de forma simultánea. Todos los canales con el prójimo quedan conectados.
En el momento del orgasmo, los cinco sentidos desaparecen, y penetramos en el mundo de la magia; ya no somos capaces de ver, de escuchar, de sentir el sabor, el tacto, el olor. Durante aquellos largos segundos todo desaparece, un éxtasis ocupa su lugar. Un éxtasis absolutamente igual al que los místicos alcanzan tras años de renuncia y disciplina.
Brida tuvo ganas de preguntar por qué los místicos no lo buscaban a través del orgasmo. Pero se acordó de los descendientes de los ángeles.
– Lo que empuja a la persona hacia este éxtasis son los cinco sentidos. Cuanto más fuertemente sean estimulados, más fuerte será el empujón. Y tu éxtasis será más profundo. ¿Entiendes?
Claro. Ella estaba entendiendo todo, y afirmó con la cabeza. Pero esta pregunta la dejó más distante. Le hubiera gustado que él estuviese a su lado, como cuando caminaban por el bosque.
– Es tan solo eso -dijo él.
– ¡Pero esto lo sé, e incluso así no lo consigo! -Brida no podía hablar de Lorens. Presentía que era peligroso-. ¡Me dijiste que existía un modo de alcanzarlo!
Estaba nerviosa. Las emociones comenzaban a cabalgar y ella estaba perdiendo el control.
El Mago miró nuevamente el bosque allá abajo. Brida se preguntó a sí misma si también él estaba luchando contra las emociones. Pero no quería y no debía creer en lo que estaba pensando.
Ella sabía lo que era la Tradición del Sol. Ella sabía que sus Maestros enseñaban a través del espacio, del momento. Pensó en esto antes de buscarlo. Imaginó que podían estar juntos, como estaban ahora, sin nadie cerca. Así eran los Maestros de la Tradición del Sol, siempre enseñando a través de la acción, y nunca dejando que la teoría fuera más importante. Había pensado todo esto antes de venir al bosque. Y vino, incluso así, porque ahora su camino era más importante que cualquier cosa. Tenía que continuar la tradición de sus muchas vidas.
Pero él se estaba comportando como Wicca, que apenas hablaba de las cosas.
– Enséñame -dijo ella, otra vez.
El Mago tenía los ojos fijos en las copas deshojadas y cubiertas de nieve. Podía, en aquel momento, olvidar que era un Maestro. Sabía que la Otra Parte estaba frente a él. Podía hablar de la luz que estaba viendo, ella lo creería, y el reencuentro estaba consumado. Aunque saliera llorando e indignada, acabaría volviendo, porque él estaba diciendo la verdad, y así corno él necesitaba de ella, ella también necesitaba de él. Era ésta la sabiduría de las Otras Partes, una nunca dejaba de reconocer a la otra.
Pero él era un Maestro. Y un día, en una aldea de España, había hecho un juramento sagrado. Entre otras cosas, este juramento decía que ningún Maestro podía inducir a nadie a hacer una elección. Cometió este error una vez y por este motivo estuvo tantos años exiliado del mundo. Ahora era diferente pero, incluso así, no quería arriesgarse. "Puedo renunciar a la Magia por ella", pensó, durante unos instantes, y luego se dio cuenta. de lo absurdo de su pensamiento. No era este tipo de renuncia lo que el Amor necesitaba. El verdadero Amor permitía que cada uno siguiese su propio camino, sabiendo que esto jamás alejaba a las Partes.
Tenía que tener paciencia. Tenía que continuar mirando a los pastores y sabiendo que; más pronto o más tarde, los dos estarían juntos. Esta era la Ley. Creería en ello toda su vida.
– Lo que pides es sencillo -dijo él finalmente. Continuaba dominándose; la disciplina había vencido. -Haz que, cuando tocas al otro, los cinco sentidos ya estén funcionando. Porque el sexo tiene vida propia. A partir del momento en que comienza, ya no lo puedes controlar, es él el que pasa a controlarte. Ylo que tú cargaste sobre él, tus miedos, tus deseos, tu sensibilidad, permanecerá todo el tiempo. Por eso las personas se vuelven impotentes. En el sexo, lleva a la cama sólo el amor y los cinco sentidos ya funcionando. Sólo así experimentarás la comunión con Dios.
Brida contempló los cartuchos diseminados por el suelo. No demostró nada de lo que estaba sintiendo. Finalmente, ya sabía el truco. Y -se dijo a sí misma era lo único que le interesaba.
– Esto es todo lo que puedo enseñarte.
Ella continuaba inmóvil. Los caballos salvajes estaban siendo domados por el silencio.
– Respira siete veces tranquilamente, haz que tus cinco sentidos estén funcionando antes del contacto físico. Da tiempo al tiempo.
Era un Maestro de la Tradición del Sol. Había superado una nueva prueba. Su Otra Parte estaba también haciendo que él aprendiese muchas cosas.
– Ya te he mostrado la vista desde aquí arriba. Podemos bajar.
Se quedó mirando distraída a los niños que jugaban en la plaza. Alguien le había dicho una vez que toda ciudad tiene siempre un "lugar mágico", un lugar a donde acostumbramos a ir cuando necesitamos pensar seriamente sobre la vida. Aquella plaza era su "lugar mágico", en Dublín. Cerca de allí, había alquilado su primer departamento cuando llegó a la ciudad grande, llena de sueños y expectativas. En aquella época, su proyecto de vida era matricularse en el Trinity College y llegar a ser catedrática en Literatura. Permanecía mucho tiempo sentada en aquel banco, donde estaba ahora, escribiendo poemas e intentando comportarse como sus ídolos literarios se comportaban.
Pero el dinero que su padre remitía era escaso y tuvo que trabajar en la firma de exportaciones. No lo lamentaba; estaba contenta con lo que hacía y, en este momento, el empleo era una de las cosas más importantes de su vida, porque era lo que daba sentido de realidad a todo y hacía que no enloqueciese. Le permitía un equilibrio precario entre el mundo visible y lo invisible.
Los niños jugaban. Todas aquellas criaturas -como también ella hiciera un día- escucharon historias de hadas y brujas, donde las hechiceras se visten de negro y ofrecen manzanas envenenadas a pobres niñas perdidas en el bosque. Ninguno de aquellos niños podía imaginar que allí, observando sus juegos, estaba una hechicera de verdad.
Aquella tarde, Wicca le había pedido que hiciese un ejercicio que nada tenía que ver con la Tradición de la Luna; cualquier persona podía obtener resultados. No obstante, tenía que ejecutarlo para mantener siempre en movimiento el puente entre lo visible y lo invisible.
La práctica era sencilla: debía acostarse, relajarse e imaginar una calle comercial de la ciudad. Una vez concentrada, tenía que mirar una vitrina de la calle que estaba imaginando, recordando todos los detalles, mercaderías, precios, decoración. Cuando acabase el ejercicio, tenía que ir hasta la calle y verificarlo todo.
Ahora estaba allí mirando a los niños. Acababa de volver de la tienda y las mercaderías que imaginó en su concentración eran exactamente las mismas. Se preguntó si aquello era realmente un ejercicio para personas comunes o si sus meses de entrenamiento como hechicera habrían ayudado en el resultado. Jamás sabría la respuesta.
Pero la calle del ejercicio quedaba cerca de su "lugar mágico". "Nada es por casualidad", pensó. Su corazón estaba triste a causa de algo que no conseguía solucionar: el Amor. Amaba a Lorens, estaba segura de ello. Sabía que cuando manejase bien la Tradición de la Luna, vería el punto luminoso en el hombro izquierdo de él. Una de las tardes que salieron juntos para tomar chocolate caliente, cerca de la torre que sirvió de inspiración a James Joyce en Ulisses, ella pudo ver el brillo en sus ojos.
El Mago tenía razón. La Tradición del Sol era el camino de todos los hombres y estaba allí para ser descifrada por cualquier persona que supiese rezar, tener paciencia y desear sus enseñanzas. Cuanto más se sumergía en la Tradición de la Luna, más entendía y admiraba la Tradición del Sol.
El Mago. Estaba otra vez pensando en él. Era éste el problema que la había conducido hasta su "lugar mágico". Desde el encuentro en la cabaña de los cazadores, pensaba con frecuencia en él. Ahora mismo estaba deseando ir hasta allí, contarle el ejercicio que acababa de hacer; pero sabía que esto era apenas un pretexto, esperanza de que la invitara de nuevo a pasear por el bosque. Tenía la seguridad de que sería bien recibida y empezaba a creer que él, por alguna misteriosa razón -que ella ni osaba pensar cuál era-, también gustaba de su compañía.
"Siempre tuve esta tendencia al delirio total", pensó, procurando alejar al Mago de su mente. Pero sabía que dentro de poco él volvería.
No quería continuar. Era una mujer y conocía bien los síntomas de una nueva pasión; necesitaba evitarlo a cualquier costo. Amaba a Lorens, deseaba que las cosas continuasen así. Su mundo ya había cambiado lo suficiente.
El sábado por la mañana, Lorens telefoneó.
Vamos a dar un paseo -dijo-. Vamos a las rocas. Brida preparó algo para comer y soportaron juntos casi una hora en un autobús con la calefacción defectuosa. Alrededor del mediodía llegaron al pueblo.
Brida estaba emocionada. Durante su primer año de Literatura en la Facultad, había leído mucho sobre el poeta que vivió allí en el siglo pasado. Era un hombre misterioso, gran conocedor de la Tradición de la Luna, que participó en sociedades secretas y había dejado en sus libros el mensaje oculto de aquellos que buscan el camino espiritual. Se llamaba W. B. Yeats. Se acordó de algunos de sus versos, versos que parecían hechos para aquella mañana fría, con las gaviotas sobrevolando los barcos anclados en el pequeño puerto:
Yo sembré mis sueños donde tú estás pisando ahora;
pisa suavemente, porque tú estás pisando a mis sueños.
Entraron en el único bar del lugar, tomaron un whisky para soportar mejor el frío y salieron en dirección a las rocas. La pequeña calle asfaltada pronto dio lugar a una subida y, media hora después, llegaron a lo que los habitantes locales llamaban "falesias". Era un promontorio compuesto de formaciones rocosas, que acababan n un abismo frente al mar. Un camino circundaba las as; andando sin prisa, darían la vuelta entera a las falesias en menos de cuatro horas; después, sólo tenían que tomar el autobús y volver a Dublín.