Almeno tu nell'universo, Mía Martini.
La de esa noche:
Qué hiciste, Jennifer López.
La que describe el momento más bonito de tu vida:
Girffriend, Avril Lavigne.
La que te gustaría tocar con tus amigos:
What Goes Around Comes Around, Justin Timberlake.
La que le dedicarías a él:
How To Save a Life, The Fray.
La que escuchas cuando te cabreas:
Makes Me Wonder, Maroon 5.
La que empieza mejor:
Hump de Bump, Red Hot Chili Peppers.
Eh, ¿se puede saber qué te pasa? ¿Por qué me evitas?
Gibbo se reúne conmigo en el patio.
¿Yo?
_Sí, tú, no te hagas la loca. Es así. ¿No estaba rico el chocolate?
Me mira y sonríe. Es siempre tan encantador y amable, y además me pasa los deberes. Sólo que hay un problema: me gusta para un beso, eso es todo. Pero ¿cómo puedo decírselo? En fin, lo intentaré.
Verás, Gibbo,, estoy muy mal
¿Por qué? ¿Qué te ha pasado?
Tengo miedo de perderte como amigo.
¿Y por qué deberías perderme? Al contrario, las cosas son más fáciles ahora.
¿Qué quieres decir?
Bueno, a fin de cuentas era una idea que me rondaba desde hacía tiempo por la cabeza, y si no hubiese ocurrido así, como un juego, como una apuesta, perdida, las posibilidades de que nuestra amistad se acabase habrían sido altísimas, más del setenta y siete por ciento. -Después me escruta, me sonríe y se acerca a mí como si pretendiese besarme de nuevo-. En cambio ahora, que por fin estamos juntos
Y prueba a besarme, pero en cuanto me roza los labios yo giro la cabeza y me lo estampa en la mejilla.
De eso se trata precisamente. -Me levanto-. Nosotros no estamos juntos. Y el riesgo es exactamente ése, que si continuamos así al final no tendremos ni una cosa ni otra Nos distanciaremos.
Gibbo abre los brazos.
Pero ¿no has visto Cuando Harry encontró a Sally?
¿Y eso qué tiene que ver?
Los protagonistas son muy amigos, tanto que incluso le buscan posibles parejas al otro, pero al final comprenden que los únicos que encajan son ni más ni menos que ellos mismos, él con ella y ella con él, no hay otras posibilidades.
Se acerca de nuevo para darme un beso, pero yo me vuelvo a toda prisa hacia el otro lado, de modo que me besa en la otra mejilla.
Ya, pero te has olvidado de un pequeño detalle
¿Cuál?
Que se trata de una película, mientras que lo nuestro es la triste realidad.
Y me alejo así de él, dándole la espalda. Un poco melodramática, ¿no? He hecho una salida arrogante con una frase de efecto, pero al menos así reflexionará. Gibbo permanece donde está, al fondo del patio, y abre los brazos.
Pero, perdona, ¿a qué triste realidad te refieres? ¡Creía que nos divertíamos mucho juntos!
Me hago la loca, entro y subo la escalera. Y casi parece una película de verdad.
Pero apenas un segundo después, Filo me agarra del brazo.
Disculpa, ¿puedes venir un momento?
Me arrastra por el pasillo, algunos de los chicos que están apoyados en la pared se dan cuenta y nos miran algo sorprendidos.
Ven, ven, entra aquí.
Abre la puerta del servicio de los profesores y me empuja dentro.
¡Ay, Filo, me estás haciendo daño en el brazo!
Me suelta.
Quiero que me expliques lo que he oído, vamos, explícamelo.
Se planta delante de mí y me arrincona. Intento escabullirme por todos los medios, pero él tiene los brazos en alto, alrededor de mi cabeza y apoyados en la pared.
¿A qué te refieres?
No obstante, intuyo de qué está hablando. ¿Será posible que Alis y Clod no puedan tener la boca cerrada ni siquiera por una vez? ¡Son geniales! No, genial tu, que sigues contándoselo todo.
Pruebo a escapar, pero Filo me arrincona.
¿Y bien?
¿Y bien, qué?
¿Es verdad?
¡¿El qué?! -le grito a la cara.
Que besaste a Gibbo.
Sí
¿Cómo que sí? -repite casi gritando.
Es decir, no.
Ah, entonces no
Parece más tranquilo.
O sea, sí y no.
¿Qué quieres decir?
Te he dicho que sí y que no.
Me escabullo por debajo de él y consigo rodearlo, pero él me detiene de nuevo.
¿Qué quiere decir sí y no? Eso no puede ser. O lo besaste o no lo besaste. ¿Me lo explicas de una vez?
Muy bien, pero déjame en paz, ¿eh? Tienes que soltarme, ¿estamos? Déjame un poco de espacio porque me estás agobiando, ¿vale?
Vale.
Filo parece calmarse. Se aparta un poco, aunque sin dejar de vigilarme para que no escape.
Está bien. -Lo miro a los ojos-. Te lo voy a contar.
Exhalo un largo suspiro.
Lo besé.
Filo entorna los ojos.
No. No me lo puedo creer. No es verdad. ¡Me estás contando una milonga!
¿Y por qué, perdona? Tú me lo has preguntado, ¿no?
Pero ¿por qué lo besaste? Cuando yo te lo pedí me dijiste que no, que no era posible, ¡que éramos amigos! ¿Acaso no lo eres también de él?
Sí, de hecho te he dicho que sí y que no.
¿O sea?
Que lo besé, pero también le he dicho ya que no volveré a hacerlo.
Filo se queda perplejo por un instante. A continuación arquea las cejas.
De acuerdo, pero dado que yo te lo pedí primero, deberías haberme besado a mí antes que a él.
Lo entiendo, pero supongo que no era el momento. Después sucedieron algunas cosas, quizá yo haya cambiado.
¿Has cambiado?
Sí, parezco la misma, pero he cambiado.
Bien, en ese caso, dado que has cambiado, ahora debes besarme también a mí.
Pero ¿qué dices? Ni lo sueñes.
Y, veloz como el rayo, consigo escabullirme y salir del servicio de los profesores. Pasado un segundo, Filo me da alcance y me agarra del antebrazo.
¡Venga, Caro, eso no vale!
No me aprietes el brazo, Filo.
Bien, pero así no vale. Yo iba primero. A mí también me debes un beso, de lo contrarío, no es justo. Luego todos volveremos a ser amigos como antes.
Y lo veo ahí, caprichoso e infantil, y quizá realmente dolido, y en el fondo también más guapo de lo habitual, con gesto enfurruñado y el pelo alborotado. Y con la tez morena. Filo es más alto que Gibbo, delgado, tiene el pelo largo y los labios carnosos, los ojos oscuros y alguna que otra peca en los pómulos, a modo de salpicaduras. Tiene mucho éxito con las chicas pero, no sé por qué, desde hace cosa de un año se ha obsesionado con nuestra historia. Me detengo y lo miro a los ojos. Él sonríe.
¿De acuerdo, Caro? Seamos honestos Aclaremos las cosas. ¿Tengo razón o no?
¡Pero qué razón ni qué ocho cuartos! Un beso es un beso. Él me cortejó, me dio una sorpresa y me hizo reír. Se le ocurrió una bonita idea, no me encerró en un baño ¡y no me forzó a dárselo!
¡Está bien! ¡Tienes razón! Una bonita idea, ¿eh? Vale. ¡Pues entonces yo también puedo encontrar una!
No me vuelvo, sigo caminando, risueña, pero él no puede verme.
Caramba, la de esfuerzos que tienen que hacer los chicos para conquistarnos Aunque la verdad es que eso vale también para nosotras.
¿Cómo se hace para pillar a uno que te gusta? Es decir, exceptuando a los que les gustas ya un poco y te persiguen, ésa es otra historia y, además, no sé por qué, cuando descubres que les gustas a los que no te gustan a ti o a los que te han gustado hace tiempo, puf, se te pasa todo. No, en serio, es así. Yo, en cambio, me refiero a los que te gustan sólo a ti, o sea que ellos ni siquiera lo saben y tú quieres que se enteren sea como sea. Alis siempre, dice: «Hay que comportarse como una presa a punto de escabullirse.» ¡Primer teorema de Alis! Asegura que es la mejor táctica. En cambio, según Clod, eso sólo sirve para perder un montón de tiempo y para correr el riesgo de que luego al tipo se le pase. Hay que ser directos, decírselo de inmediato, sin pensarlo dos veces. ¡Primera ley de Clod! Alis dice que hay que controlarse para no ruborizarse cuando lo ves, porque así él piensa que al principio nos gustaba pero que ahora ya no nos importa mucho. ¡Eso es perfecto porque, si por casualidad le gustamos, piensa que nos está perdiendo! Pues sí, ¡como si el rubor fuese algo que se pudiese controlar! Alis defiende que no hay que prestarles mucha atención, y que deben vernos hablar también con otros chicos y luego debemos observar lo que hacen. Sea como sea, en realidad, mi problema es otro, ¡nos gustamos a rabiar y nos lo hemos dicho! Pero, ¿dónde estás, Masiiii? Por si fuera poco, a cuarta hora el profe de italiano nos entrega para hacer en casa una hoja con preguntas sobre un relato titulado¿Qué estás buscando en realidad? Cuando lo he visto he estado a punto de echarme a llorar. ¿Por casualidad no se estará refiriendo a mí?
La casa de los abuelos Luci y Tom. Es bonita. No es que sea particularmente grande o rica. Es cálida. Pero con ese calor especial que no emana de los radiadores, sino de una infinidad de menudencias. De los cuadros, de las fotografías que reflejan la vida de mi madre, su niñez y su adolescencia. Del cuidado que la abuela Luci pone en todas esas cosas.
¡Con más energía, Caro! ¡Si no, no sale bien!
Jamás he logrado que la masa de la pizza fermente como es debido. Siempre queda baja y blanda. ¡Pero no es sencillo prepararla!
Vierto la harina sobre la mesa de mármol, dejando un hueco en el centro para el resto de los ingredientes. A continuación desmenuzo la levadura y la disuelvo en un poco de agua tibia. Después echo sal y aceite. Pero, no sé por qué, siempre tengo la impresión de equivocarme con las cantidades o con el proceso. Y aquí viene lo bueno: «Hay que obtener una masa blanda», dice la abuela. ¡Y se necesita fuerza!
Tienes que llegar a un punto en que la masa se despega de los dedos. Luego haces una bola y la pasas por harina, la cubres con un paño y la dejas fermentar sin que le dé el aire durante casi dos horas. O hasta que la masa doble su volumen.
¡Sólo que, si lo hago yo, eso nunca sucede! Por eso me rindo y dejo que lo haga siempre ella. Otra cosa que no consigo hacer bien, pero que me divierte preparar con ella cuando voy a ver a mis abuelos, es elrisotto con setas. Me pirra, y mi madre casi nunca lo hace, pese a que la abuela Luci le enseñó a cocinarlo.
Es bonito estar juntas en la cocina. Tengo un delantal con mi nombre y dos cucharones bordados a los lados por la abuela. Se puede hablar con calma de una infinidad de cosas mientras se cortan las verduras, se hace el sofrito, se elige la carne y se hacen todas las demás cosas. Cocinar juntos sirve, en cierta manera, para ser más amigos. Recuerdo la escena de la películaChocolat, cuando Vianne quiere marcharse del pueblo que no la acepta porque la considera peligrosa y diferente. De manera que, pese a las protestas de su hija, hace las maletas. Después baja la escalera, abre la puerta de la cocina y ve a todas esas personas que están preparando juntas un sinfín de delicias de chocolate. Unas personas que hasta unos días antes no se entendían, no se hablaban, y que ahora están ahí, unas al lado de otras, y parecen felices y unidas. Y el mérito es también suyo. De modo que, «cuando el viento inquieto del norte le habla a Vianne de los países que aún le quedan por visitar, de los amigos necesitados que todavía debe descubrir, de las batallas que todavía debe combatir», ella cierra la ventana y se queda a vivir allí, con esas personas, que ahora son sus amigas. Me encanta esa película. La vi con la abuela Luci.
Mi madre y yo nunca tenemos tiempo de cocinar juntas. Sólo algunas veces los domingos, pero no prepara cosas especiales. Además, Ale se entromete siempre y nos toma el pelo o, peor aún, nos agobia, o papá empieza a decir que nos demos prisa, que no entiende para qué sirve perder tantas horas preparando cosas complicadas, cuando bastaría con cocinar unos espaguetis con mantequilla. En fin, que nunca nos dejan a solas del todo, y eso le quita la gracia. En casa de los abuelos, en cambio, es más divertido porque el abuelo Tom apenas da señales de vida, se asoma do vez en cuando a la puerta y, tras decir «¡Mis mujeres!», se marcha sin preguntarnos siquiera qué estamos haciendo porque prefiere que le demos una sorpresa.
Mientras la masa de la pizza fermenta -no gracias a mí, por descontado- y antes de preparar elrisotto, hablo con la abuela, que siempre tiene muchas cosas bonitas que contarme. Se empieza con un tema y nunca se sabe con cuál se puede acabar. Sin ir más lejos, hoy hemos hablado de belleza, de mujeres delgadas, de mujeres entradas en carnes, de ese tipo de cosas. La abuela me decía que en su época se consideraba una suerte tener unos cuantos kilos de más, porque a los hombres les gustaban las curvas.
¡También a los de hoy les gustan las curvas, abuela!
Bah, yo no estaría tan segura. Están rodeados de todos esos alfeñiques a los que sólo les preocupan los gramos de más que puedan tener. Quiero decir que no se trata de estar o no delgada. Lo importante es que exista un equilibrio, que una se sienta bien.
Sí, abuela, pero eso es más fácil de decir que de hacer. En el colegio, las chicas gordas no se gustan en absoluto, siempre se están lamentando. Más aún, al final acaban siendo antipáticas con las que, en su opinión, son monas, y las hacen a un lado. Es como si hubiese dos bandos: las guapas y las feas. Pero ¿quién ha decidido cómo deben ser unas y otras?
Sí, pero tú, por ejemplo, tienes una amiga que no se preocupa por ese tipo de cosas, y muchos la consideran simpática.
De acuerdo, pero Clod es un caso aparte. Ojalá todas fueran como ella. Ella tiene un carácter estupendo. Le gusta comer, y come. Le gusta un chico y no se retrae. Le gusta arreglarse y vestirse bien. Si alguien le toma el pelo, pasa olímpicamente. Es más, se lo toma a broma. Ayer, por ejemplo, en el recreo, uno de III-F que se pasa la vida dándonos la brasa le dijo: «Clod, estás tan gorda que cuando te duermes lo haces por etapas», y ella le contestó: «Qué original, a ver si alguna vez dices algo que se te haya ocurrido a ti, en lugar de imitar a los cómicos del programa "Zelig Circus" ¡Pero no se lo dijo enfadada ni nada!
Muy bien, eso quiere decir que está segura de sí misma, y eso la hace resultar más atractiva a ojos de los demás. Porque la belleza no está en la talla o en una cara bonita- ¿Te he contado alguna vez lo que decía Audrey Hepburn?
No.
La abuela se levanta y coge un libro del estante, uno de esos grandes y bonitos, llenos de fotografías de esa actriz. Vuelve a sentarse y lo hojea.
Aquí está, escucha. -La abuela empieza a leer con voz firme-: «Para tener unos labios atrayentes, pronuncia palabras afectuosas. Para tener una mirada cariñosa, busca el lado bueno de las personas. Para estar delgada, comparte tu comida con el hambriento. Para tener un pelo precioso, deja que un niño lo acaricie con sus dedos al menos una vez al día. Recuerda, si alguna vez necesitas una mano, la encostrarás al final de tus brazos. Cuando envejezcas descubrirás que tienes dos: una para ayudarte a ti misma y otra para ayudar a los demás. La belleza de una mujer aumenta con el paso del tiempo. La belleza de una mujer no radica en la estética, la verdadera belleza de una mujer es el reflejo de su alma» -Acto seguido cierra el libro, con una serenidad especial que yo adoro.
Qué bonito
Intenta recordarla, Caro, porque es así. No se trata de kilos, sino de armonía. Venga, empecemos a hacer elrisotto ¡Han pasado casi dos horas y no nos hemos dado cuenta!
Mientras extiendo la masa y la condimento, comienza a preparar elrisotto. Yo la ayudo. He puesto ya las setas deshidratadas a remojo en agua tibia, y el caldo vegetal está listo. La abuela coge la cacerola y echa un poco de aceite y de mantequilla.
No enciendas todavía el fuego.
Sigo sus instrucciones al pie de la letra.
¿Cuánto tarda?
Unos cuarenta y cinco minutos. Ahora coge la cebolla, mira, está allí, sobre la tabla, la he picado ya, y trocea las setas.
Pongo empeño en hacerlo bien.
¿Así?
Sí, pon la cacerola al fuego y deshaz la mantequilla. Después añades la cebolla y las setas y lo sofríes todo. Echa un poco de sal.
¿Y si se quema?
Basta estar un poco atenta, ¿no? Venga, que lo estás haciendo bien. Dentro de un momento añadiremos un poco del agua en la que han estado en remojo las setas. No la habrás tirado, ¿verdad?
No, no.
Ahora hay que echar el arroz para que se tueste.
¡Pero cruje!
Debe hacerlo, déjalo unos minutos. Coge el vino blanco que está ahí, junto a la pila, en ese vaso, y échalo a la cacerola. Sube el fuego. Cuando se haya evaporado, lo apagaremos y lo dejaremos reposar durante diez minutos.
Eso es lo que más me gusta de la abuela Luci: que calcula el tiempo con gran precisión. Jamás se equivoca. Y, además, hace que todo parezca fácil y que me sienta una buena cocinera. Mientras tanto, ella ya ha metido en el horno la bandeja grande con la pizza. La ha dividido y aderezado de cuatro formas diferentes, margarita, setas, salchichas y tomate, sin mozzarella.
Abuela, ¿cuándo aprendiste a cocinar?
Cuando era una niña. Yo era la mayor y mis padres trabajaban juntos en una tienda de géneros de punto, de manera que a mí me tocaba dar de comer a mis hermanos. Aunque me ayudaba mí abuela, por suerte. Ella fue quien me enseñó. Ahora vuelve a encender el fuego, no muy fuerte. A partir de ahora iremos echando el caldo. Un cucharón cada vez. Y empezaremos a remover el arroz, así haces ejercicio. Ah, y controla el punto de sal.
Pruebo, y la verdad es que parezco del oficio. La abuela me mira risueña mientras pone la mesa.
¡Bien! Sigue así. ¿Quieres que lo haga yo?
No, abuela, ¡hoy cocino yo!
Se echa a reír y asiente con la cabeza. Sigue poniendo la mesa con afecto y placer, como hace siempre. En casa de los abuelos jamás falta un pequeño jarrón con llores en el centro.
La abuela siempre me hace sentirme importante. ¡Incluso me hace creer que sé cocinar! En realidad lo ha hecho todo ella, había preparado ya los ingredientes, de modo que yo me he limitado a echarle una mano.
Pasan unos minutos. No he dejado de añadir caldo y de remover el arroz. La abuela se acerca para probar.
Mmmm, ¡muy bien! Ahora coge ese plato, ¿lo ves?, el que tiene el parmesano rallado y un poco de la mozzarella de la pizza. Eso es, apaga el fuego y añade el queso. -Lo hago-. Ahora cúbrelo con esto -Y me da una tapa de cristal que se empaña con el vapor en cuanto la coloco sobre la cacerola-. ¡Hay que esperar cinco minutos!
Mmmm ¡Qué bien huele! Tengo un hambre
A la mesa -grita la abuela con todas sus fuerzas.
¡Voy! -responde el abuelo desde la habitación del fondo.
Sí, pero a ver si es verdad -vuelve a gritar la abuela mientras lleva los platos a la mesa-. Ven, coge eso, Caro -La sigo con el pan-. A tu abuelo hay que llamarlo una hora antes, siempre está dibujando en su estudio; parece que el tiempo no pase para él,
Disponemos las cosas sobre la mesa. Le sonrío.
Se ve que le encanta
Sí, ¡pero luego no soporta que el arroz esté pasado, o frío! ¡No se puede estar en misa y repicando!
Aquí estoy Aquí estoy ¿Ves como soy puntual?
Se sonríen y se dan un beso fugaz en los labios y yo, no sé por qué, me siento un poco cohibida y miro hacia otro lado. Luego nos sentamos a la mesa los tres, el abuelo da el primer bocado y pone cara de estupor.
Pero si está delicioso ¿Quién cocina así de bien?
Ella -respondemos al unísono la abuela y yo señalándonos.
Y soltamos una carcajada y seguimos así, disfrutando de todo lo que hemos preparado, que tiene un sabor distinto del de la comida que te sirven en el restaurante.
Cuando acabamos de comer, el abuelo se levanta. -Quietas ahí No os mováis. La abuela Luci hace ademán de levantarse. -Mientras tanto prepararé el café.
No, no, es sólo un instante Vuelvo en seguida. -Y desaparece a toda prisa en el salón contiguo, del que vuelve a salir al cabo de unos segundos con su cámara de lotos en la mano-. Ya está, ya está, listo
Coloca la cámara en un estante cercano, pulsa el disparador automático, corre hacia la abuela y nos abraza justo a tiempo. ¡Clic!
¡Aquí tenemos la foto de los tres con la barriga llena! -Nos abraza con fuerza-. Y ahora, Carolina, esto es para ti. Y puf, saca un libro de detrás de la espalda. -¡Gracias, abuelo! Me mira orgulloso y radiante.
Estoy seguro de que llegarás a ser una gran cocinera, De modo que lo cojo, voy al salón y me echo en el gran sillón burdeos, que tiene incluso un escabel. Es comodísimo y, a fin de cuentas, la abuela no me quiere por en medio mientras friega los platos y recoge la cocina. Me ha regaladoKitchen, de Banana Yoshimoto. Lo abro.
Creo que la cocina es el lugar del mundo que más me gusta. En la cocina, no importa de quién ni cómo sea, o en cualquier sitio donde se haga comida, no sufro. Si es posible, prefiero que sea funcional y que esté muy usada. Con los trapos secos y limpios, y los azulejos blancos y brillantes.
Incluso las cocinas sucísimas me encantan.
Aunque haya restos de verduras esparcidos por el suelo y esté tan sucia que la suela de las zapatillas quede ennegrecida si la cocina es muy grande, me gusta. Si allí se yergue una nevera enorme, llena de comida como para pasar un invierno, me gusta apoyarme en su puerta plateada.
Cierro el libro y lo dejo sobre mis piernas. Desde el salón observo a la abuela mientras mete los platos en el lavavajillas después de haberlos enjuagado. Me gusta la cocina de mis abuelos porque la usan de verdad, la viven. Después llega el abuelo, se acerca a ella. Coge un vaso, lo llena de agua, a continuación dice algo y ambos se echan a reír. Ella se seca las manos en el delantal que lleva atado a la cintura y luego se atusa el pelo. Todavía tienen mucho que decirse. De manera que me sumerjo de nuevo en el libro que me ha regalado el abuelo. Eso es. Me gusta su cocina porque en ella hay amor.
12 de octubre. El profe nos ha hecho estudiar el descubrimiento de América porque es el aniversario de esa fecha. ¡Nos ha recordado que gracias a Cristóbal Colón hoy podemos comer chocolate! Y Clod, claro está, me ha hecho todo tipo de gestos desde su pupitre, desde una V de victoria con los dedos al trazado de una aureola sobre la cabeza con las manos. ¡San Cristóbal! ¡Sólo que después se lamenta porque le salen granos! Octubre es también el mes de las castañas. A veces mi madre, cuando tiene el turno de mañana y vuelve a casa a eso de las dos, sin importar lo pronto que pueda haberse levantado (¡a las seis, pobre!), se pone a hacer pan de castañas, que me gusta a rabiar. Siempre quito los piñones y me los como uno a uno antes de pasar al pan propiamente dicho. Sí, octubre es un bonito mes, el mes del amarillo-naranja, de las primeras cazadoras que sacas del desván, y en el que esperas que llegue Halloween. Aunque también es el mes que precede a noviembre, que, en cambio, aborrezco.
En cualquier caso, me paso toda la tarde conectada al Messenger, hablando con Clod y Alis sobre Filo.
Clod no tiene ninguna duda; «Pero ¿por qué no lo besaste? Está como un tren y. además, es realmente simpático, ¡fue el primero que personalizó un microcoche! ¡Mucho antes que Gibbo!»
Alis, en cambio, opina justo lo contrario: «Así me gusta, que sufra, que luego se aprovechan. ¿Qué se ha creído? Se trata tan sólo de una competición entre chicos: si no hubieses besado a Gibbo, ¿crees que se habría interesado por ti?»
¡Ésa debe de ser la segunda ley de Alis! En fin, toda una serie de valoraciones que no van muy lejos. En parte porque yo, por mi lado, respondo al vuelo tratando de explicar mi postura a las dos: «¡Aparte de que hace un año ya me pidió que lo besara!»
«Sí, sí, de acuerdo -me responden Alis y Clod-, pero ahora ¿qué piensas hacer? ¿Que riñan?»
«¿Estáis locas? ¡Como si yo besase por caridad!»
«Vamos, pero si es genial»
«No digo que no sea genial, el problema es que ahora yo sólo pienso en Massi.»
«Pero si has besado a Gibbo.»
«¡Y eso qué tiene que ver! Lo hice porque perdí la apuesta, era un juego. De no ser así, nunca lo habría besado. ¡Yo pienso en Massi:»
«¡A saber cuándo volverás a verlo! -me replica Clod- Lo tuyo es pura imaginación, ¡en mi opinión, te gusta precisamente porque no lo ves!»
Alis ataca con mayor firmeza: «¿Lo ves? Querías a Lorenzo y, en cuanto lo conseguiste, pam, ahora te dedicas a buscar a otros.»
«Lo conseguiste.» Palabras mayores Pero no me da tiempo a contestarle porque en ese momento entra mi madre.
¡Caro! pero ¿todavía tienes el ordenador encendido? Pero ¿cuándo piensas acostarte? Pero si mañana tienes colegio Pero ¡Vaya una retahíla de peros!
Pero, mamá, estábamos comentando un tema de clase. -Apenas le dejo un instante de reposo-. ¡Pero ahora mismo lo apago porque la verdad es que es muy tarde!
Y me meto en la cama.
¿Te has lavado los dientes?
Por supuesto, antes, justo después de cenar. Huele -Y exhalo un largo suspiro.
Mi madre rompe a reír y agita la mano delante de la cara.
Puf, es terrible, ¡Todavía se nota el olor del brócoli que has comido esta noche!
¡Mamá!
Simulo ofenderme y me tapo la cabeza con la sábana. Después, como no oigo nada, me vuelvo hacia ella y me doy cuenta de que está mirando fijamente la pared. Colgado de ella está el artículo de Rusty James que he hecho enmarcar a Salvatore, el hombre que está al final de la via della Farnesina.
Mi madre lo contempla suspirando. Me incorporo en la cama y la escruto.
Bonito, ¿verdad? Me parece un relato precioso, habla de los sueños de juventud ¿Sabes que fui la primera que lo vi? ¡Me lo dijo él!
Sí, lo he leído varias veces. Es bueno.
Acto seguido, sale de la habitación. Ligeramente disgustada o preocupada, a saber. Claro que para nosotros Rusty James sólo puede ser bueno Pero ¿lo será realmente? ¡Para mí lo es! Y con esta última convicción me duermo. Y no sé muy bien lo que sueño. El caso es que cuando me despierto siento que ese día será diferente. ¿Sabes esas sensaciones, esas sensaciones que al final te hacen intuir que va a suceder algo de forma ineludible? De modo que te levantas de la cama, te arreglas, te despides al vuelo de todos, sales corriendo y miras alrededor Sientes que estás llegando tarde a todo y, por suerte, te da tiempo a entrar en el colegio antes de que cierren la verja, y en clase la lección transcurre sin incidentes. Nada de preguntas o de discusiones ni con el cura ni con el resto de los profesores. Y, al final, cuando salgo del colegio La sorpresa. Lo sabía, lo sabía, ¡lo sentía de verdad! Pegado a la verja hay un sobre donde puede leerse «Caro, III-B». Me acerco, lo cojo. Dentro hay una nota escrita con mayúsculas, una caligrafía que no reconozco: «Sígueme, ¡el hilo de Caro!» Y hay una cucharilla con un hilo, uno de esos hilos blandos, extraños, como si fueran de goma, que, según creo, se utilizan para sujetar las plantas. De manera que me pongo a seguirlo y lo voy enrollando mientras camino. Y me parece ser la protagonista de un cuento, sólo que no consigo recordar bien cuál es, puesto que mi madre se confundía cuando me los contaba de niña.
Camino por el interior del pequeño parque que hay detrás del colegio y unos hombres me observan mientras voy enrollando ese extraño hilo ¡de Caro! Unas niñas me señalan desde un columpio, divertidas al ver a esa extraña chica que pasa por delante de ellas en pos de un hilo larguísimo.
Al final llego a un rincón del pequeño parque, el hilo desaparece allí, detrás de un arbusto. Cierro los ojos antes de darme la vuelta. Es un sueño, mejor dicho, es un milagro. Ahora me volveré y él estará ahí, Massi. Así que paso por encima del arbusto lentamente, con el hilo todavía en la mano, y detrás está él: Filo.
¡Nooo! -Suelto una carcajada-. ¡Estás loco!
Se ha puesto un delantal blanco y delante de él, colocados sobre una mesa baja de madera, hay varios vasitos de helado. Hasta se ha confeccionado un gorro con un folio de cuadros doblado varias veces, como esos que usan los vendedores de helados. ¡Al menos los que yo conozco! Tiene una varita en la mano y varias cucharillas de colores en el bolsillo de la camisa.
Señoras y señores, a continuación les contaré cuáles son los productos de la nueva heladería; ¡FIC! Pero no me malinterpreten: «FiloIce Cream.»
Hace lo que puede, ¡hasta hablar en inglés! Pasada la primera desilusión, la de no haber encontrado a Massi, ahora me estoy divirtiendo muchísimo, de manera que aplaudo como una niña.