Gibbo sonríe y camina con cierta chulería.
¿Y si te lo preparase yo directamente en el coche?
Anda ya, el de Ciòccolati
Sí, precisamente el de Ciòccolati.
¿Y cómo piensas hacerlo? No me digas que es un coche mágico.
Ni más ni menos. ¿Qué me dices?
¡Venga, enséñamelo!
Me dirijo hacia el microcoche. Él me detiene.
¡No, no le tengo!
¿Ves? ¿Lo sabía?
¿Ah, sí? ¿Estás segura?
Al ciento por ciento, casi como de esa historia de los árboles, que al final resulta que si hace frío es por culpa suya
Gibbo se ríe.
En ese caso, apostemos
Vale, lo que quieras.
Gibbo arquea las cejas. Me preocupo.
¡Eh, sin exagerar!
Decides tú, entonces.
No, tú.
Reflexiona por un instante.
Bien, en ese caso, si te preparo en el coche un chocolate caliente
Negro fondant como el de Cióccolati
Negro fondant como el de Cióccolati, tú
Se queda pensativo por unos segundos, me escruta.
¿Yo?
Tú me das un beso.
Me callo,
¿Un beso beso?
Claro, ¿acaso el chocolate no es chocolate chocolate? Permanezco en silencio. ¿Quiere un beso? Sonrío mientras le pienso.
Pero si acabas de asegurar que no tengo chocolate en el coche ¿qué más te da? No puedes perder.
Lo está haciendo adrede. Es un farol. O tal vez no.
Gibbo, dado que sabes hacer todos esos cálculos, ¿qué probabilidades tengo?
Bueno, teniendo en cuenta que no debe ser un chocolate cualquiera, sino un chocolate fondant tipo Cióccolati
Ah, claro, ¡eso es fundamental!
En ese caso, yo tengo un treinta por ciento de posibilidades de ganar, y tú un setenta.
Abre los brazos. Lo miro por un instante a los ojos. Lo observo con detenimiento. Quiero comprobar si está mintiendo. Tiene el semblante tranquilo de alguien que no oculta nada.
Bien. Acepto.
Subimos al coche. Gibbo sonríe y pulsa un botón, tac. No me lo puedo creer. Debajo del salpicadero se abre un pequeño cajón con un cazo, agua, una plancha eléctrica, un cable conectado al encendedor y una infinidad de sobres diferentes de Cióccolati: ¡con leche, avellanas y chocolate fodant! Y no sólo eso, porque también los tiene con distintos porcentajes de cacao: setenta y cinco, ochenta y cinco y noventa por ciento.
¡Esto no vale!
¡Sí, claro, nunca vale cuando gana el otro!
¡Pero tú lo sabías!
Y tú podrías haber dicho que no
Gibbo abre en seguida la botella de agua, la vierte en el cazo y lo pone encima de la plancha. A continuación conecta el cable con el enchufe al encendedor y arranca el motor.
No puedes decir que te he obligado.
Eso es cierto
Gibbo coge los sobrecitos.
¿Setenta y cinco, ochenta y cinco o noventa?
Ochenta y cinco.
Echa el chocolate en el cazo y lo mezcla con una cucharilla. ¡Si hasta tiene una cucharilla! El chocolate está listo en un abrir y cerrar de ojos.
Pero me hiciste creer que no tenías.
No, eso sí que no. Me preguntaste si tenía un coche mágico, y yo te contesté que no, que no lo tenía. -Sirve el chocolate en dos tazas-. Y es cierto, -Me pasa la mía-. Mi coche no es mágico, sólo está bien preparado.
Miro la taza.
Nooo, no me lo puedo creer. ¡Si tiene escrito mi nombre!
Sí.
Esboza una sonrisa y bebe su chocolate. Y yo me bebo el mío, está delicioso.
Mmmm, qué rico. Te ha salido realmente bien.
Guardamos silencio por un momento. Gibbo pone otro CD con una música preciosa. Creo que es Giovanni Allevi, me parece que he oído esa canción en un anuncio. Intento beberme lo más lentamente posible el chocolate, pero ya no me queda casi en el fondo.
Gibbo se da cuenta, me coge la taza de las manos y la vuelve a poner en el cajoncito. Acto seguido me pasa un pañuelo.
Ten.
Gracias ¿¡Pero es que las tazas llevan los nombres de todas las chicas que suben en este coche!?
No, sólo hay una taza. -Se aproxima a mí-, Y lleva tu nombre.
¿Sí?
Se acerca más.
Sí.
Se acerca más aún. Sonrío.
Se ha hecho tarde, debería volver a casa.
Pero antes tienes que pagar la apuesta.
Me vuelvo y miro por la ventanilla. Cambio de idea, me vuelvo de nuevo, lo miro y sacudo la cabeza.
¡No me lo puedo creer! Pero Gibbo si es que somos amigos desde siempre.
No. Desde hace ochocientos veinticuatro días, desde que nos conocimos, y me gustas desde hace ochocientos veintitrés días.
Llegados a este punto, ya no hay nada que hacer.
Pero podrías habérmelo dicho, ¿no?
No me deja acabar. Me besa. Me resisto por mi instante, pero luego me abandono Al fin y al cabo, he perdido, es justo pagar las apuestas y, además sabe a chocolate, ¡está rico!
Nos separamos al cabo de un rato.
Ya está. Ya he pagado la apuesta -Simulo estar un poco enfadada- ¿Podemos irnos?
Faltaría más.
Gibbo arranca el motor, dobla una curva y se dirige hacia mi casa. Dios mío, ¿qué pasará ahora que nos hemos besado? ¿Cambiará nuestra relación? Ya no seremos amigos.
Lo miro por el rabillo del ojo y veo que sonríe.
¿Qué te pasa? ¿En qué piensas?
Se vuelve hacía mí. Ahora parece realmente divertido.
¡Imagínate cuando se entere Filo!
¿Por qué? ¿Acaso piensas decírselo?
No, no -se disculpa-. ¡Pero quizá llegue a saberlo!
¿Y cómo? Si ninguno de los dos dice nada, no veo que haya muchas posibilidades -Lo escruto-. Eh, ¿no será que también has apostado algo con él?
Pero ¿qué dices?
Que has apostado que esta noche me besarías. Mira que si es eso te conviene decirlo cuanto antes porque, como lo descubra, no volveré a hablarte en la vida.
Gibbo suelta el volante, alza la mano izquierda y se lleva la derecha al pecho.
Te juro que no es así.
¡Sujeta el volante!
Vale, vale. -Vuelve a agarrarlo-. Pero ¿me crees?
Lo observo durante unos instantes, me mira fijamente intentando convencerme.
Bien, te creo. A pesar de que antes me has engañado.
Pero eso era distinto
¿Por qué?
¡Porque quería besarte!
Imbécil.
Venga, estaba bromeando, no discutamos
Vale.
Exhala un suspiro. Yo también. Confiemos en que no se entere Filo. Una vez me pidió un beso y yo me negué alegando que no quena arruinar nuestra amistad.
Luego, de repente, siento curiosidad.
Perdona, pero si en lugar del chocolate te hubiese pedido un capuchino, que, en cualquier caso, también me gusta mucho, no habría tenido que besarte.
Gibbo se queda perplejo.
¿Quieres saber la verdad?
¡Pues claro!
Abre de nuevo el cajoncito y lo hace girar sobre sí mismo. Detrás hay todos los cafés y descafeinados posibles.
Vale, me rindo -Me atuso el pelo-. ¡Llévame a casa, anda!
Por suerte, pone a Lenny Kravitz,I'll be waiting, y eso mejora un poco la cosa. «Él rompió tu corazón, te arrebató el alma, estás herida por dentro, sientes un vacío en tu interior, necesitas algo de tiempo, estar sola, entonces descubrirás lo que siempre has sabido: soy el único que te ama realmente, nena, he llamado a tu puerta una y otra vez.»
¿Y ahora? ¡¿Qué se supone que debo hacer ahora que nos hemos besado?! No, no me lo puedo creer, puede parecer absurdo, pero he de reconocer que ha sido bonito. Es que congeniamos mucho, nos divertimos un montón juntos, nos lo contamos todo ¿Y si a partir de ahora las cosas no fuesen también entre nosotros? Quiero decir que me vería envuelta en un buen lío. Sobre todo ¡porque él siempre me echa una mano en matemáticas!
Ya está, hemos llegado.
Aparca un poco más adelante.
Gibbo llega al final de la via Giuochi Istmici y a continuación se para.
Tienes que hacerme un favor. Sonríe.
Por supuesto, lo que quieras.
¡Sonríe demasiado! Socorro. Espero que no crea que ahora somos novios Bueno, prefiero no pensar en eso.
En ese caso, debes bajar y vigilar que no viene nadie, ¿vale?
¿Y tú?
Yo me quedaré en el coche.
¿Haciendo qué?
Como no podía ser de otro modo, Gibbo no puede entenderlo.
Una cosa.
Pero ¿qué cosa?
Tiene razón. El coche es suyo y, de todas formas, después me verá bajar.
Tengo que cambiarme. Salí de casa vestida de otra manera.
Ah
Ahora parece haberlo comprendido, se apea del coche y se aleja. Después se detiene y se queda de espaldas. Pero como no quiero sorpresas, bajo la ventanilla.
Eh, ni se te ocurra volverte.
Gibbo se vuelve sonriendo.
No, no, tranquila.
¡Pero si has girado la cabeza!
Porque me has llamado.
Bueno, pero que sea la última vez.
Empiezo a ponerme los pantalones bajo la falda.
¿Ni siquiera si me llamas?
No, ni siquiera en ese caso. Y, de todas formas, no pienso llamarte.
Aun así, se vuelve de nuevo.
¿Segura? ¿Y si pasa algo?
Venga, ¡deja de mirar!
Gibbo me obedece. Ahora viene la parte más difícil. Preparo la camiseta, después echo un vistazo en su dirección y me quito el top. Gibbo no se mueve. Menos mal. Está quieto al final de la calle, de espaldas. Pero justo en ese momento Toc, toc. Alguien golpea el cristal y me sobresalto.
Caro, pero ¿qué estás haciendo?
Estoy medio desnuda con la cabeza a medias dentro de la camiseta. La saco sonriendo.
¡Nada!
Por suerte, es Rusty James. Me pongo a toda prisa los zapatos y me apeo.
¿Cómo que nada?
Te he dicho que nada, me estaba cambiando. -Lo meto todo dentro de la bolsa-. Es que mamá no quería que saliese así, y por eso
Gibbo se acerca al ver que estoy con alguien.
Es Gustavo, ¡me ha acompañado a casa! -Naturalmente, no le cuento todo lo demás-. Te presento a mi hermano Giovanni.
Hola.
Se saludan sin darse la mano.
Bueno, me voy a casa, nos vemos mañana en el colegio.
¿A qué hora irás?
Oh, a primera hora.
Vale, adiós.
Adiós, Gibbo.
Sube al coche y se aleja a toda velocidad. El tubo de escape es una sinfonía absurda en medio de la noche.
Veo que tiene un Aixam que pasa desapercibido
Es un Chatenet
Te estás volviendo tan puntillosa como papá. -R. J. me mira risueño-. Espero que no hayas salido de verdad a él porque, de lo contrario, jamás nos llevaremos bien. Nos iremos distanciando a medida que te vayas haciendo mayor
Al oír eso me invade una tristeza incomprensible. ¿Sabéis cuando sientes algo sin un motivo aparente? Y eso que, hasta ese momento, me había divertido mucho. De modo que le doy un empujón.
No lo digas ni en broma.
Y me coloco a su lado. Me apoyo en él, quizá así me abrace como sólo R. J. sabe hacerlo. Y, de hecho, lo hace y yo me siento protegida. Levanto un poco la cabeza y lo miro.
No nos distanciaremos nunca, ¿verdad?
Rusty James sonríe.
Como la luna y las estrellas
Le devuelvo la sonrisa.
Siempre en el cielo azul, ¡Como yo y tú!
Nos echamos a reír. No sé cómo nos lo inventamos, se nos ocurrió una noche de verano. Estábamos mirando el cielo en busca de alguna estrella fugaz y, al final, dado que no veíamos ninguna, nos inventamos esa poesía. Que luego yo incluí en una redacción y el profe Leone me la corrigió y yo le expliqué, traté de aclarárselo, de hacerle comprender que «Yo y tú» era un error, sí, pero también una licencia poética para que rimase. En fin, que al final me puso un suficiente, a pesar de que, en mi opinión, esa redacción se merecía mucho más.
Caro, ven, quiero decirte algo.
Nos sentamos en un banco de la via dellAlpinismo, justo al lado del colegio, donde hay un pequeño parque para los perros. Me preocupo. Cuando R. J. hace eso es porque hay una gran novedad.
La última vez que nos sentamos juntos quiso contarme que había roto con su novia. Debbie, se llama, y es una tía enrollada y también muy guapa. R. J. siempre ha tenido novias guapas, pero ésta parecía que iba a durar más que las otras.
Debbie se reía mucho, estaba siempre contenta, me gastaba bromas y me decía que R. J. y yo éramos como dos gotas de agua.Y luego me sentaba sobre sus piernas y charlaba conmigo y me hacía carantoñas. Y una vez, cuando fue a ver a su padre, que vive en Nueva York, me trajo una camiseta Abercrombie superchula.
Echo de menos a Debbie, y no por esa camiseta, sólo que no puedo decírselo a R. J., si decidió romper con ella debía de tener sus motivos.
Ven, ponte aquí, a mi lado.
Me siento tranquila. En el parque reina un extraño silencio y en algunas zonas está oscuro, pero cuando estoy con R. J. no tengo miedo.
¿Estás lista, Caro?
Asiento con la cabeza y él se mete una mano en la cazadora, saca un periódico y lo abre muy ufano.
Aquí está.
Me indica un fragmento escrito en el que, al final, aparece el nombre de Giovanni Bolla.
¡Eres tú!
Eh, sí, soy yo. Y éste es mi primer artículo. Mejor dicho, es un relato.
Empieza a leérmelo. Me gusta y lo escucho complacida. Es la historia de un chico que se escapa de casa a la edad de doce años, que coge una bicicleta del garaje después de haber discutido con su padre y se marcha. Y mientras lo escucho recuerdo que una vez me contó que él mismo había hecho una cosa parecida. El relato es divertido y está lleno de detalles, de pasión. Es ágil, no aburre, divierte y emociona, en fin, aunque quizá también me guste por el modo en que mi hermano lo lee. Y de vez en cuando me río porque ese personaje, Simone, es en ocasiones un poco torpe y realmente divertido. R. J. vuelve la página cuando acaba.
¿Y bien? ¿Qué te ha parecido? Es mi primer relato.
Es precioso -Me gustaría añadir algo, pero sólo consigo decirle-: ¡Hace soñar!
Bueno, eso no es poco.
Es un poco autobiográfico, ¿verdad?
Bueno, todos hemos reñido alguna vez con nuestro padre.
Ah, claro.
Con el nuestro es realmente sencillo. Y entonces se me ocurre una pregunta de lo más absurda y mientras la hago me arrepiento, pero ya es demasiado tarde y no puedo echarme atrás.
Pero ¿te han pagado?
R. J. no se enfada, al contrario, está feliz.
¡Por supuesto! No mucho, pero me han pagado. -Se mete el periódico en el bolsillo-. Piensa que es el primer dinero que gano escribiendo.
Pues sí
Se levanta del banco.
Venga, Caro, vamos a casa, ya es casi medianoche y, además, ¡mamá se preocupa por ti!
Así que nos encaminamos hacia nuestro edificio. Lo hacemos en silencio y yo disfruto de ese momento. Luego me paro de golpe y. no sé por qué, se lo suelto.
¿Sigues viendo a Debbie?
R. J. me sonríe.
Hablo con ella
Pero no quiere decirme nada más.
Me gustaba mucho.No le digo lo de la camiseta y todo lo demás.
Bueno, a mí también. ¡Por eso he vuelto a llamarla!
Y se echa a reír. Acto seguido, abre el portón y me deja pasar. -Venga, entra. -R. J., ¿me haces un favor?
¿Otro?
Siempre dice lo mismo. Luego se ríe de nuevo.
Dime, Caro.
¿Me regalas tu primer relato? Lo quiero enmarcar.
Giovanni, el hermano de Carolina
Me llamo Giovanni. Rusty James, como me llama Carolina. Soy su hermano. Escribir es mi sueño. Meter el mundo en una página. Sentir el repiqueteo de las teclas del ordenador o, mejor aún, ver cómo se seca la tinta de una pluma estilográfica en un cuaderno conservado a duras penas con un poco de pegamento y una goma. Es mi pasión. El instante en que me siento más vivo es aquel en que releo una frase, un pasaje, mía idea que he detenido para siempre en el blanco del papel transformándolo a mi manera. Es difícil hacer comprender eso a los que piensan que la vida es tan sólo el armazón que en el pasado tenías por cierto, a quien ha dejado de emocionarse, prisionero de las innumerables dificultades de la vida. Como si las dificultades fueran únicamente un mal rollo cuando, en cambio, son ocasiones, posibilidades de demostrar que podemos conseguir lo que pretendemos. ¿Soy un idealista? ¿Un loco? ¿Un soñador? No lo sé. Tengo veinte años, miro alrededor y veo que la vida es dura. Sí, pero también esplendida. Conozco los problemas del mundo, no escondo la cabeza debajo del ala, es duro suscribir una hipoteca para comprar un tugurio, es difícil encontrar un trabajo que no te dé simplemente lo suficiente para sobrevivir, sino que, además, te permita expresarte y vivir de una manera digna. Y también soy consciente de las innumerables injusticias y violencias que nos rodean. No obstante, no he perdido la esperanza. Me conmuevo al contemplar un amanecer, daría lo que fuese por un amigo sin sentirme por ello pobre. Danzo con la vida, la invito a bailar, la abrazo sin excederme, la miro a los ojos y la respeto y la amo, al igual que adoro la mirada de una mujer enamorada. Eso es. Me gustaría estar en esa mirada, dentro, siempre, ser su sueño, hacer que se sienta preciosa y única como la gota de rocío que por la mañana ilumina de repente el pétalo de una violeta. Soy el polo opuesto de mi padre y eso me hace sentirme un poco mal. Me gustaría que me entendiese. Pero, como dice él, sólo tengo veinte años, de manera que, ¿qué puedo saber de la vida? Me viene a la mente Ligabue y su canción «cuando bailas sólo tienes dieciocho años y hay muchas cosas que no sabes, cuando sólo tienes dieciocho años quizá lo sabes ya todo y no deberías crecer nunca». Es cierto, y quizá sea inevitable que seamos tan diferentes. En cambio, me siento en perfecta sintonía con ella, con Carolina. Mi Caro. Su entusiasmo, la sonrisa y la energía con la que lo vive todo la hacen auténticamente arrebatadora. Somos muy afines, nos entendemos sin necesidad de intercambiar muchas palabras. La quiero y espero que tenga una vida feliz. Se la merece de verdad. Ella confía en mí, cree en mí, me respeta y se hace respetar. Ella es leal con los demás, distinta y madura. Sabia. Sí, ¡Carolina es sabia, pese a que no lo sabe! Y es justo que sea así, es justo que conserve esa inocencia soñadora que no supone ser demasiado ingenuos o alelados, sino conservar sobre todo la capacidad de sorprenderse. Y además está mi madre, a la que adoro, porque siempre se sacrifica sin lamentarse jamás, con el único deseo de darnos lo que necesitamos, sobre todo amor. Me gustan sus manos, algo delgadas, la sonrisa que ilumina sus ojos cuando habla de nosotros o el olor de su piel cuando cocina. Olor a antiguo, a algo que me recuerda a mi infancia. Un olor bueno. A mi hermana Alessandra, en cambio, no consigo entenderla. Me gustaría que se abriese un poco más conmigo, porque la verdad es que no la conozco, jamás he hablado en serio con ella. Y además parece casi celosa de Caro y cada vez que, precisamente por temor a eso, trato de prestarle atención y darle importancia, tengo la impresión de que me rechaza. Se está endureciendo y no comprendo el motivo. Adoro a mis abuelos, las raíces de lo que yo soy, la sencilla franqueza de unos sabios que han visto el mundo y las cosas. Los adoro porque dentro de sesenta años me gustaría ser como ellos, seguir enamorado de la vida y, tal vez, de la mujer que la ha compartido y transformado conmigo. Una auténtica apuesta que debe jugarse con lealtad. Ahora quiero a una mujer, guapa, dulce y sincera. La quiero y espero que ese sentimiento no acabe, que me haga sentir siempre tan bien como ahora. Y, sin embargo, en ocasiones experimento un extraño miedo, tengo la impresión de que no tardará en finalizar o de que quizá ése no sea mi camino. No sé por qué. Sensaciones. Pero bueno, mientras tanto sigo adelante, entre otras cosas porque ella es verdaderamente guapa. Viva la vida.
Octubre
Wishlist
El último CD de Radiohead y de Finley.
Una cinta negra para el pelo, brillante, estilo años treinta.
Peinarme hacia atrás y no vomitar cuando me mire al espejo.
Comprar el cofrecito deHigh School Musical.
Ir a Pulp Fashion, en la via Monte Testaccio, para curiosear un poco entre elvintage de los años setenta.
¡Hacer rayos UVA! Papá me va a matar
En octubre no ha ocurrido nada especial. Es decir, exceptuando la disputa con don Gianni, el cura que enseña religión en el colegio, la discusión con Gibbo sobre las consecuencias de nuestro beso, y el beso que le di a Filo para que ambos hiciesen las paces. Ah, sí, lo olvidaba, Rusty James se ha ido de casa. En fin, que, pensándolo bien, ha sido un mes bastante movidito, pero vayamos por partes.
Buenos días, chicos.
Apenas ha cruzado la puerta cuando de repente salen cuatro alumnos, los que están exentos de su hora. La verdad es que no sé si eso es motivo o no de pecado, pero creo que es importante quedarse, no tirar la toalla. Aunque ello signifique discutir y pasarse de la raya, Pero nunca hay que abandonar. Me parece que es un poco como darse por vencido. Yo al menos me quedo. Y siempre he sido de la misma opinión. Hasta ese día.
Don Gianni los mira y acto seguido suspira.
Pobres No saben lo que hacen.
El comentario se lo podría haber ahorrado, porque si unos chicos se marchan de clase es porque tienen permiso para hacerlo, lo que quiere decir que lo han pedido en casa, que deben de haber hablado del tema con sus padres, o que quizá hayan sido éstos quienes se lo hayan sugerido. ¡O sea, que saben de sobra lo que hacen! En cualquier caso, se le podría pasar por alto porque es un latiguillo, una forma de hablar. Pero ese día añadió algo que nunca podré olvidar.
Chicas, hoy por fin podemos hablar de un caso concreto que puede ayudarnos a entender las particularidades del amor
Al oír eso cierro la agenda, hago a un lado el móvil, lo escondo bajo el estuche y despliego las antenas, ya que siento curiosidad por el tema.
Una de vuestras compañeras me ha contado su experiencia y me gustaría ponérosla como ejemplo para explicaros ciertos comportamientos Puedo, ¿verdad que sí, Paola Tondi?
Y Paola, Paoletta, como la llamamos nosotros, se encoge, casi se hunde en su silla. Acto seguido mira por unos instantes en derredor y al final vuelve a emerger como uno de esos submarinos de guerra que salen repentinamente del mar saltando fuera del agua para flotar después entre las olas.
Claro, sí, claro -responde con voz trémula.
¿Qué otra cosa podía decir, dadas las circunstancias? En fin, os juro que fue una sorpresa general. Es decir, que ninguna de nosotras se habría imaginado jamás que Paola Tondi, Paoletta, para entendernos, pudiese ser tomada como ejemplo para nuestras experiencias sexuales.
A ver si me explico. Es alta, mejor dicho, no lo es, es baja, mide un metro cuarenta, es bastante corpulenta, lleva ortodoncia, como no podía ser de otro modo, metálica y llamativa, tiene el pelo encrespado y abundante, la cara algo picada, la nariz aguileña y los ojos saltones. ¡Y por si fuera poco, encima huele mal! ¿Habéis entendido de qué clase de persona estamos hablando? ¡Me gustaría saber quién ha tenido el valor, quién ha sido el intrépido que se ha lanzado a una misión semejante!
Y don Gianni se aprovecha de eso. Paoletta, en un momento particular, en un día en que, quizá, necesitaba hablar con alguien y no sabía a quién dirigirse, se lo contó todo a don Gianni. ¿Y él qué hace ahora? Lo usa entrando en toda una serie de detalles para dar su lección. ¿Os dais cuenta?
Chicas, tened muy presente lo que os voy a decir. El amor no tiene edad, e incluso una chica de trece o catorce años como Tondi puede verse enfrentada a la siguiente duda: ¿es quizá pronto para tener una relación?
Don Gianni nos mira tratando de leer nuestros semblantes. Ha alargado las manos hasta el borde del escritorio y se inclina hacia adelante, nos pasa revista como si se tratara de una ametralladora lista para disparar. Pero nosotras no nos inmutamos, simulamos que casi no existimos, seguimos escuchándolo con gesto imperturbable, que sólo expresa pureza, indiferencia e ingenuidad. Todas permanecemos en absoluto silencio, si bien alguna podría rendirse y replicar: «¡No, no es demasiado pronto!»
De hecho, creo que Lucia, Simona y Eleonora hace más de un año que salen con un chico. Pero, en cualquier caso, sería demasiado pronto. Y, en cualquier caso, por encima de todo, es asunto suyo. Y, en cualquier caso, no entiendo cómo se le puede haber ocurrido a Paola Tondi contarle algo semejante a don Gianni y, sobre todo, a saber qué le habrá contado, ¡qué será verdad y qué no!
Bueno, Paola, debes ser un ejemplo para tus amigas, para todos tus compañeros Debes ayudarlos a no tener dudas como, por desgracia, te sucedió a ti. Cuéntanos, estabas sola en casa porque tus padres se habían marchado a pasar el fin de semana fuera, ¿verdad?
Paola asiente con la cabeza.
Y le dijiste a tu abuela que se iban a marchar mucho después, por la noche, porque querías tener la casa libre por la tarde, ¿no es así?
Paola vuelve a asentir con la cabeza.
Y entonces llamaste al chico que te gusta desde hace algún tiempo, ¿me equivoco?
Paoletta repite el gesto afirmativo. Y el interrogatorio prosigue.
Que es el hijo del dueño de la tienda de comestibles que hay debajo de tu casa
Y continúa de ese modo. La situación se hace cada vez más embarazosa, porque don Gianni va entrando en detalles y también porque Paoletta no abre la boca, ni siquiera mueve ya la cabeza. Además, don Gianni sonríe de vez en cuando, y eso también me molesta. Es más, al final no puedo resistirlo y me pongo en pie de un salto.
Perdone. ¿Se puede saber por qué sonríe? Mejor dicho, ¿de qué se ríe? Puede tratarse de una historia de amor, de una pasión, incluso de un error frente al Señor, claro, pero usted, en lugar de comprenderla, de mostrarnos que nos entiende, da la impresión de que se divierte, ¿quiere decirme qué clase de educación es ésa?
Bolla, no veo qué motivo tienes para intervenir. Estoy tratando de enseñaros cómo debéis comportaros en determinadas situaciones, y eso vale para todos, incluso para ti, que quizá lo necesites.
¿Qué ha querido decir con esa última frase? ¿Después de todo lo que ha sucedido con ustedes, los curas, ahora va y me dice que soy yo la que tiene necesidad de algo? ¿De qué? De contárselo a usted, no, desde luego, en vista de cómo lo usa luego Lo felicito, ¿no se da cuenta del aprieto en el que ha puesto a Paola Tondi después de lo que nos ha contado?
Eso no es cierto.
Sí que lo es.
En ese caso, mejor se lo pregunto a ella. -Don Gianni se dirige a Paoletta con una sonrisita taimada-. Dime, Tondi, ¿estás en un aprieto?
Espere un momento, así no vale, de ese modo la obliga a contestar lo que usted quiere, no lo que, quizá, piensa realmente. -Abandono mi pupitre y me planto delante de Paoletta impidiendo que don Gianni pueda verla-. ¿Estás en un aprieto? A mí me lo puedes decir.
Eh, no, así no vale.
Don Gianni baja de la tarima, se coloca delante y seguimos así durante un rato.
¿Estás en un aprieto? Dímelo a mí.
No, dímelo a mí, a mí puedes decírmelo
¡No, te he dicho que me lo digas a mí.1
Hasta que al final Paoletta se harta y escapa llorando. Al ver la escena, los cuatro chicos que por lo general salen para no dar clase de religión vuelven a entrar a toda prisa.
¿Lo veis?, teníamos razón.
Y toda la clase empieza a armar un buen jaleo, gritando, dando puñetazos a los pupitres o tirando cosas.
¡Ooooolé!
Y todos se echan a reír y el tumulto va en aumento, hasta que al final llega el director. En fin, moraleja: a partir de la semana que viene yo tampoco asistiré a la clase de religión. Y eso que, en el fondo, me divertía un poco.
Estoy sola en el patio del colegio, es la hora del recreo. Alis y Clod están armando jaleo con el resto de nuestras amigas. No sé por qué me ha dado por vivir un momento de soledad voluntaria. No me preguntéis por qué, ya que no sabría qué responderos. Sea como sea, estoy completando una de miswishlists.
La canción que te gustaría haber escrito:
L'alba di domani, Tiromancino.
La que te gustaría que hubiesen escrito para ti:
Se é vero che ci sei, Biagio Antonacci.
La que te hace evocar tu infancia:
Parlami d'amore, Negramaro.
La de tus padres: