Carolina se enamora - Федерико Моччиа 17 стр.


Diciembre

Tres cosas que odio: cuando no mantengo una promesa, los problemas de geometría sólida y el pelo ingobernable.

Tres cosas que me gustan: las tarjetas de Navidad hechas a mano, los regalos que la noche del 24 se dejan en el buzón y el 31 de diciembre.

Tres comidas que me encantan: el arroz cantonés, el chocolate y las patatas fritas que hace mi madre.

Tres cosas que no pueden faltar en mi mochila: el iPod, el desodorante y la agenda.

Tres cosas que me gustan de mi habitación: los peluches, los almohadones de la cama y las innumerables fotografías que tengo sobre el escritorio.

Tres cosas que querría cambiar de mi habitación: el armario pequeño, la alfombra vieja con los círculos y la tabla de uno de los cajones rotos de la mesilla.

Diciembre ha sido un mes aún más increíble. Me ha hecho descubrir algo que jamás habría imaginado o, mejor dicho, de lo que había oído hablar y que, de alguna forma, había intentado comprender. Sólo que pensaba que era todo una exageración, es decir, me parecía imposible. El final de un amor.

Pero antes os contaré lo del bien alto que me pusieron en italiano. He escuchado Parlo con te, de Giorgia. El silencio. Todo ese vacío que se produce a veces. Que cierto es. Cuántas palabras digo a la gente sin decírselas realmente. Será que estarnos en diciembre. Será que los días cortos me producen un poco de melancolía. Será que mañana tengo el examen de inglés y que debo acabar un trabajo de arte y no tengo ganas. Será, pero cuando escucho esa canción me parece la pura verdad. Es delicada, mía. Será que, como os decía, esta mañana me han devuelto el examen de italiano. Un bien alto. Jamás he entendido qué quiere decir ese «alto». ¿Muy bien? ¿Realmente bien? Ni idea. En cualquier caso, ya el título me había hecho sonreír y me había puesto de buen humor: «Descríbete a ti misma y a tus padres. Lo que no saben, lo que querrías decirles y lo que nunca tendrás el valor de decirles»

Una palabra. Es obvio que siempre hay que mentir un poco. Sea como sea, he aceptado el reto, si bien pienso que los profesores proponen esos títulos porque son peores que agentes de mi servicio secreto. En cualquier caso, al final escribí algunas cosas ocultando lo más grave.

Queridos papá y mamá, me llamo Carolina, aunque eso lo sabéis ya porque el nombre lo elegisteis vosotros. Mis amigos me llaman Caro. Para describirme diría que las cancionesFango de Jovanotti o Parlo con te de Giorgia me van como anillo al dedo. Dicen que soy mona. También lo decís vosotros, pero no me lo creo. Lo extraño es que cuando me miro al espejo y os miro a vosotros no encuentro que nos parezcamos tanto, pero la profe de ciencias, que es además la de matemáticas, asegura que es normal: lo atribuye a la genética. De mí cambiaría muchas cosas, como la estatura. Si bien no estoy del todo segura.

Leo muchos libros, incluso aquellos que no entiendo en seguida bien, porque quizá contienen temas difíciles. Aun así, lo intento. Son los libros que saco de la estantería de Giovanni, mi hermano, al que también llamamos Rusty James. Me encanta la música y me gustaría ser disc-jockey, pero me da vergüenza Tengo dos amigas íntimas, Alis y Clod, que, en realidad, se llaman Alice y Claudia, pero Alis y Clod me parece más bonito. Como sabéis, estoy en tercero de secundaria y voy, bueno, depende, ni fenomenal ni de pena. «Tengo golpes de suerte» -como dice el profe Leone- que me procuran unos resultados inesperados en las notas» Tengo también miles de sueños, y todavía conservo el valor de realizarlos. Es decir, creo en ellos, pese a que también tengo miedo. Me gustaría que en casa comiésemos juntos y con la televisión apagada, pero eso nunca sucede. Me llevo bien con mis hermanos, excepto con mi hermana; mucho mejor con mi hermano. Me gustan los atardeceres porque significan que he pasado un día más, puede que incluso bueno. Me encanta el mar porque el agua es blanda y moldeable, se transforma en lo que tú quieres. El colegio también me gusta, a pesar de que siempre tengo muchos deberes y exámenes que hacer. Trato siempre de hacerlo lo mejor que puedo. Cuando me preguntan me avergüenzo un poco y me pongo toda roja, pero hablo mucho y al final siempre me las arreglo. La gente a veces no comprende que lo hago por timidez, pese a que no lo parece porque soy una charlatana. A ti, papá, me gustaría pedirte que escuchases un poco más a los demás, porque en ocasiones los demás también tienen razón, y que no te defiendas siempre, que la vida es bonita y debes disfrutarla. A ti, mamá, te digo que eres fantástica, muy dulce, y que sería bueno que hubiese muchas más personas como tú en este mundo. A mi hermana me gustaría pedirle que fuese un poco menos superficial, mientras que a mi hermano le digo que es un tío genial. Él es mi modelo, lo quiero con locura porque saca sus cosas adelante con mucho valor, y creo que llegará muy lejos Quizá sea la persona de la familia a la que más me parezco. Mientras que Ale es idéntica a mi padre Y mi madre, pese a ser la que nos ha traído al mundo, se pasa la vida intentando mediar entre nosotros, es decir, tratando de evitar que riñamos. ¿Cuáles son las cosas que jamás tendré el valor de decir a mis padres? ¡Si las contase tendría la impresión de estar desviándome del tema! Mejor dicho, me parecería que no he tenido el coraje necesario para decírselas directamente a ellos. ¿No le parece justo como razonamiento, profe? Pues bien, en cualquier caso, tengo un carácter alegre, soy un poco torpe, pero, según dicen, eso forma parte de mi simpatía. Y, por encima de todo, soy muy franca, lo que a veces puede ser bueno y otras malo. En este caso, le confieso sin problemas que esta redacción me ha gustado.

¡Y después concluí con varias citas! ¡Tres columnas y media! ¡Además, la reflexión, sobre el valor de decirles algo en serio a mis padres y sobre el hecho de que me estaba desviando del tema, y la pregunta directa al profe contribuyeron a que sacase esa nota! En fin, que todo salió a pedir de boca y por eso soy feliz.

Pero la cosa que ha dado de verdad sentido a este mes de diciembre ha sido el final de un amor. Vayamos por partes.

He mejorado en tenis. Ésta es, sin lugar a dudas, una noticia importante. Ale ya no me toma el pelo, pese a que me ha visto salir de casa otras cuatro o cinco veces vestida, como decía al principio, de sófbol. Creo que ha comprendido que ahora puedo asestarle unos cuantos pelotazos. Hasta he estudiado ya la posición: ella llegará al cruce donde, por lo general, se para con la moto, y yo, que me encontraré a unos cinco metros, apuntaré perfectamente a su hombro o al casco, o, si todo sale como pretendo, a la mejilla. Sea como sea, le haré daño. Lo he pensado. O le hago untop spin o un slice. Salta a la vista que también he aprendido la terminología. Lele ha sido de verdad un maestro paciente. Incluso los vecinos de pista de la primera vez tuvieron que reconocerlo cuando me vieron jugar de nuevo.

 ¡Eh, cómo has mejorado! ¡Si incluso las mandas al otro lado de la red!

Bromas aparte, creo que notaron alguna mejoría. En serio, no lo digo para alardear. He mejorado.

Después del 7 de diciembre, nuestra relación dio un vuelco, y no sólo desde el punto de vista tenístico.

 Oye, ¿qué hacemos? ¿Quieres darte una ducha rápida y luego nos vamos a comer?

 Claro, por supuesto-

Subo y le pido permiso a mí madre. Extrañamente, logro convencerla. Bueno, en realidad he metido por medio a toda la clase: le he dicho que hemos organizado una especie de superfiesta en una pizzería para celebrar el cumpleaños de Giacomini.

Antes de salir anoto la mentira en el diario para no repetir otro día que esa misma persona celebra de nuevo su cumpleaños. Mi madre no tiene buena memoria, pero algunas cosas, no sé por qué, las intuye o las recuerda de verdad. O, lo que es más probable, se da cuenta de que le estoy mintiendo. Clod y yo pensamos una vez que no estaría de más que organizasen un «curso de mentiras». En nuestro colegio hay un curso de teatro por las tardes y, gracias a él, he visto mejorar a algunos chicos, actuar a final de año mejor que otras veces. A todos nos ayudaría hacer un curso para aprender a mentir. ¿Quién no se ve tarde o temprano en la necesidad de decir una mentira incluso para no hacer sufrir, para no dar un disgusto o, sencillamente, para evitar que una persona se entere de algo? ¡Y si no estás preparado te ruborizas en seguida, y eso me pone negra! Lo noto en seguida cuando me sucede, entiendo que quien me mira se está dando cuenta, ¡y entonces me ruborizo aún más! En pocas palabras, que es una trampa mortal

Clod y yo pensamos que Alis sería una maestra perfecta. Consigue decir mentiras de una forma, pero de una forma ¡única! Con una frialdad, una tranquilidad, una sonrisa Bueno, me recuerda a Hilary Duff, y no porque ella diga muchas mentiras, Dios mío, la verdad es que no lo sé, sino porque actúa bien y me cae fenomenal, de manera que, equiparando a Alis con ella, me parece dar a mi amiga la importancia que se merece.

Todavía recuerdo un día en su casa. Estábamos bailando y saltando sobre su cama que, como no podía ser de otro modo, es superancha, ya que es la única que, con catorce años, tiene una de matrimonio. La televisión estaba encendida y escuchábamos la MTV a todo volumen, un vídeo de Finley,Questo sono io. ¡Y los imitábamos perfectamente! ¡Me encanta cuando hacemos eso las tres! Además, Alis, porque siempre tiene que ser ella, estaba fumando y quería que nosotras probáramos también, a lo que Clod y yo nos negábamos en redondo.

 Venga, probad.

 No.

 ¡Pero si es genial!

De improviso, se para.

 Chsss, ¡silencio!

 ¿Qué pasa, Alis? ¿Qué ocurre?

 El ascensor, debe de ser mi madre.

Abre la ventana y tira el cigarrillo, coge un chicle y lo mastica a toda velocidad. Se pasa la lengua por los labios y a continuación lo tira a la papelera. Justo a tiempo.

 ¿Alice? ¿Estás ahí, Alice?

 Sí, mamá, estoy en la habitación.

Llega su madre.

 Hola, ah, veo que estás con tus amigas.

 Buenas tardes, señora.

Grazia, la madre de Alis, mira alrededor y aspira dos veces por la nariz olisqueando el aire.

 ¿Estabais fumando?

Alis la mira dejando caer los brazos.

 Sí, mamá-

La madre se queda sorprendida y Alis cambia de repente de expresión.

 ¡Era broma! Giorgio ha estado aquí y se encendió un cigarrillo

 Pero

 Le dije que tú no querías y, de hecho, abrí la ventana Perdona, mamá.

Y se precipita sobre ella para abrazarla y le da un beso con sabor a menta.

 Vale, vale No obstante, dile a ese tal Giorgio que fumar es malo ¡Si empieza a vuestra edad!

 Descuida, mamá, se lo diré.

La madre de Alis sale de la habitación con una gran sonrisa en los labios, dedicada exclusivamente a la inocencia de su hija. ¿Os dais cuenta? Es genial, incluso ha sido capaz de bromear sobre el hecho para hacerle creer que era posible, que hasta podía decírselo, pero que, en cambio, no era cierto. ¡Y, sin embargo, lo era! Y en cuanto su madre ha salido por la puerta, una vez pasado el peligro y la posibilidad de que pudiese volver a notar el olor a humo, ¿qué ha hecho Alis? ¡Ha vuelto a encender un cigarrillo! ¡Si no es la supercampeona de las mentiras, me pregunto quién será! Pero bueno, a mi manera yo también me las apañé el 7 de diciembre, o quizá mi madre quiso creerme. En todo caso, le dije que pasaba a recogerme Lele, un amigo del supuesto cumpleañero, Giacomini, que tenía quince años y medio. Afortunadamente, esa noche mi madre estaba sola en casa, y desde la ventana podía confundir el Smart de Lele con un Aixam.

 ¿Qué pasa? ¿Por qué te ríes. Caro?

 No, nada, Lele

 ¡No me creo que no sea nada!

 Vale ¡Me río porque ya sé que esta noche me saltaré la dieta!

Lele me mira risueño.

 ¡Bien! Adoro a la gente que adora comer. Además, con todo el deporte que hemos hecho, tienes justificación de sobra.

Le sonrío. En realidad estaba pensando que tengo un pequeño problema con la edad. Debo imitar un poco a Alis. ¡A mi madre le he dicho que Lele tiene quince años y medio, y a Lele que yo tengo catorce y medio!

 Es cierto. -Vuelvo a sonreír-. ¡Mi hambre está de sobra justificada!

Piazza Cavour. Un restaurante chino que, por el aroma, parece exquisito. Nos sentamos y en un abrir y cerrar de ojos llega Paolo para preguntarnos lo que queremos comer. A ver, ¿un chino que se llama Paolo? No puede ser

 ¿Qué vas a tomar?

 Unos rollitos de primavera, arroz cantonés y pollo al limón.

 Yo tomaré lo mismo, sólo que el pollo lo prefiero con almendras. Ah, y tráigame también agua sin gas -Se dirige a mí-. ¿O la prefieres con gas?

 No, no, sin gas me parece bien.

 En ese caso, una botella de agua sin gas y una cerveza china.

Paolo hace ademán de marcharse y Lele le sonríe.

 Gracias.

Me encantan las personas que son amables con los camareros. Quiero decir, cuando vas a los sitios y pagas, ellos deben ser educados contigo, pero en cualquier caso es bonito demostrarles cierta consideración. En esto Alis es rara, por ejemplo. ¡Quiero decir que ella jamás da las gracias a nadie! Cuando va a esos sitios da la impresión de que tiene derecho a todo. Es extraño. En cambio, con nosotras siempre es amable, parece que siempre nos atribuye mucha importancia, nos hace sentir por encima de ella, e incluso de los demás. En fin

El caso es que llegan los platos que hemos pedido y en seguida nos ponemos a comer y poco menos que dejamos de hablar, excepto para decir:

 Mmm, ¡qué rico!

 ¿Puedo?

 Claro.

 El tuyo también está bueno

Nos sonreímos. Los platos están deliciosos. Además, he de decir que Lele come muy bien. Dios mío, sé que puede parecer un pensamiento un poco extraño, pero el hecho de que la gente coma correctamente significa mucho para mí. Es decir, con la boca cerrada, masticando lentamente, bocados pequeños, sin prisas, charlando de vez en cuando. Porque hay personas con las que no es agradable compartir la mesa. ¿Nombres? Mi padre. Mi hermana Ale, que ha salido a él en todo, o eso creo, mientras que mi hermano y yo nos parecemos más a mi madre. Y también Clod, quien, sin embargo, y si bien come de forma particular, al final consigue hacerme reír. Aunque en eso no sé soy demasiado parcial.

Le cuento a Lele algunas cosas del colegio y de mis amigas.

 Hay varias chicas en clase que saben jugar al tenis, pero todas simulan que no tienen ni idea porque temen que Raffaelli, una tipa insoportable que, además, es un poco gafe, quiera jugar con ellas. ¿Y tú?

 ¿Yo, qué?

 ¿Cómo te encuentras en la universidad?

 Oh, bien, tranquilo. Estoy en primer curso. Estudio derecho romano. Perdone -llama a Paolo, que se acerca de inmediato-. ¿Quieres algo más?

 Me apetecen esas bolitas

 ¿El helado frito?

 Exacto.

 Vale, en ese caso, tráiganos tres bolas de helado frito y la cuenta, gracias.

Poco después nos comemos las bolitas mientras nos reímos; yo devoro la de chocolate, porque es la última y la más rica. Lele bebe una grapa con aroma de rosas y luego salimos del restaurante. Es de noche. Son las diez. Hace frío.

 ¿Vamos al Zodiaco?

 Sí, pero ¿qué hay allí?

 Deben de haber montado el pesebre

Subimos por una calle llena de curvas. Conseguimos aparcar el Smart con facilidad. Varias personas, en su mayor parte adultos, están contemplando el nacimiento.

 ¿Has visto? Todavía falta el Niño Jesús.

 Lo pondrán el día de Navidad.

 Ah, claro.

Qué tonta. Nos alejamos en silencio. Caminamos por una pequeña avenida con vistas a la ciudad.

 Desde aquí arriba, Roma se ve preciosa de noche

 Sí

Lele se apoya en la valla.

 Tú también

Acto seguido me toma a mano, juguetea con ella por unos instantes y a continuación me atrae hacia sí y me da un beso. Cierro los ojos y me pierdo en sus labios.

Sopla una brisa ligera, fresca, no muy fría. Y yo me dejo transportar por su beso, No sé qué pensar, es decir, me gusta, sí, tiene un buen sabor. No obstante ¡Eso es! ¡Lo que ocurre es que no me lo esperaba, en serio!

Cuando dejamos de besarnos permanecemos un rato en silencio con las bocas muy juntas. Luego nos separamos y nos sonreímos. Lele exhala un hondo suspiro.

 Perdona.

 ¿Por qué?

 Bueno he tirado con fuerza de ti y

 No, no, me parece bien

Se acerca de nuevo.

 Juegas muy bien al tenis.

Y me besa de nuevo. Esta vez lentamente, sin prisa, con dulzura, acariciándome el pelo. Vale. Todo va bien. ¡Pero podría haberse ahorrado esa frase! ¿Qué habrá querido decir? ¿Quería hacerme un regalo? Quiero decir, ¿que si no fuera buena no me habría besado? Puede que esté exagerando. Quizá le esté dando demasiadas vueltas. Pero es la primera vez que salimos al margen de las clases de tenis. En fin, ¡que no me esperaba que me besase esta noche! De hecho, más tarde, mientras volvemos a casa en coche, me siento extrañamente cohibida. Me refiero a esos extraños silencios que se van prolongando a medida que avanzas, que se van agrandando, y cuanto más piensas en ello menos palabras encuentras para romperlos. Al final, como sucede a menudo

 Bueno, ¿qué dices?

 ¿Por qué no hacemos?

Hablamos a la vez. Y al cabo de unos instantes, vuelve a suceder:

 No, quería decir

 Eso es, decía

Y al final te echas a reír y, de una manera u otra, te ves obligado a tomar una decisión.

 ¡Está bien, Caro, habla tú!

 No, quería decir, ¿crees que podré jugar un partido alguna vez? ¿Seré capaz de hacerlo?

 Oh, sí, claro Estaba a punto de decirte precisamente eso, podríamos jugar de verdad algún día, es más competitivo, se corre más y se hace más deporte, vaya. ¡Así podrás comer lo que quieras después!

Me echo a reír, pero en mi fuero interno pienso: ¿qué habrá querido decir? ¿Que en realidad no he corrido bastante? ¿Que cuando juego es como si no jugase? En ese caso, ¿por qué ha dicho que soy buena? ¿Para besarme? Siempre igual Bueno, ya hemos llegado a casa.

 Aquí estamos.

Lele se detiene unos metros más allá de la verja.

 Me alegro de que hayamos salido esta noche.

 Yo también

Me mira en silencio. Yo agacho la cabeza y miro las llaves que acabo de sacar del bolsillo. Juego con ellas entre las manos. Ya. Por fin me las han dado, si bien creo que es sólo por esta noche. Lele apoya su mano sobre la mía. La miro. Después a él. No he entendido nada de esos discursos sobre el tenis, pero al menos estoy segura de una cosa y quiero decírselo.

 Me encantaría volver a verte, pero antes quiero decirte algo.

 ¿Qué?

 Tengo trece años y medio.

 Ah.

Lele levanta su mano de la mía. Luego se vuelve lentamente hacia la ventanilla. Me quedo callada por unos instantes, escrutándolo. Él mira afuera.

 Lo siento, Lele, no quería mentirte. Ni siquiera sé por qué te lo dije Pero sigo siendo la misma. O te gusto o no. No creo que ese medio año de diferencia pueda convertirme en otra persona.

De nuevo el silencio. Después Lele se vuelve hacia mí y de improviso me sonríe.

 Tienes razón. No sé qué me ha pasado. ¿Jugamos el lunes?

 ¡Claro! ¡Un partido!

Y esta vez soy yo la que se inclina hacia él y lo besa. Pero en la mejilla. Después hago ademán de abrir la puerta. Lele me agarra un brazo y me atrae hacia sí. Me da un beso. En la boca. Un poco más largo que el de antes. No sé por qué, esta vez tengo la impresión de que se agita demasiado. Su lengua parece enloquecida. Me entran ganas de echarme a reír pero me contengo, y al final noto que me toca un pecho con la mano. ¡No! Lo hace muy de prisa, ¡lo aprieta como si fuese una pelota! ¡Vaya tela! Consigo desasirme de su abrazo y acto seguido, poco a poco, con dulzura

 Debo marcharme Hablamos mañana.

Me escabullo del Smart y me precipito hacia el portal sin volverme siquiera.

En el ascensor. El corazón me late a toda velocidad. Respiro profundamente. Más aún. Debo calmarme. Por otra parte, mejor que Cenicienta, son las once y media. Pero no estarán todos durmiendo. Giro la llave en la cerradura. Y

 ¿Eres tú, Caro?

 Sí, mamá.

Se acerca a mí procedente del salón.

 ¿Y bien? ¿Cómo ha ido?

 Oh, de maravilla, hemos ido a comer una pizza aquí cerca.

 ¿Quién ha ido?

 Un grupo

Noto que busca mi mirada.

 Un grupo, ¿eh?

 Sí, gente del colegio, no los conoces. -Hago ademán de encaminarme a mi dormitorio.

 ¿Caro?

 Sí, mamá, ¿qué pasa?

 ¿Me das un beso?

Me acerco a ella y noto que, además de darme un beso, me olisquea. Quizá quiera comprobar si he fumado. Al menos en eso no hay problema. Veo que sonríe aliviada.

 Ah, una última cosa, Caro

 ¿Sí?

 Las llaves.

Las saco del bolsillo de los pantalones y se las pongo en la mano. Estaba cantado. Mi madre sonríe.

 Ya verás como no tardarás en tenerlas, es sólo cuestión de tiempo. Y de confianza.

Me dirijo a mi habitación. Me desnudo. Y, de repente, me vienen a la mente una serie de pensamientos que no tienen nada que ver con lo sucedido. Quizá para disimular la emoción, para sumergirme por un momento en la normalidad. Mañana es la fiesta de la Inmaculada, ¡No hay colegio! ¡Puedo dormir hasta tarde! Sí, me gustaría, pero mi madre nunca me deja. Me despierta a las nueve como muy tarde y me obliga a limpiar mi habitación. También Ale debería hacerlo, pero ella volverá más tarde, tendrá sueño, se levantará a mediodía, comerá, se duchará, se arreglará y volverá a salir. De manera que no tendrá tiempo de limpiar. Así lo remedia mamá Mi madre. Que hoy debería haber bajado las luces, los adornos y el árbol artificial porque somos una familia ecológica. No veo la hora de que llegue el día 24 para ir a curiosear los paquetes por la noche. Sí, lo sigo haciendo, pese a que sé de sobra que Papá Noel no existe. Pero ¿por qué se me ocurren ahora estas cosas? Y de repente me doy cuenta, como si hubiese aparecido mi estrella personal: ¡Lele me ha besado! Enciendo el ordenador. Internet. Messenger. Si bien mi madre no quiere que me conecte a esas horas, no puedo remediarlo. Es más fuerte que yo.

«¿Estás ahí?»

Alis me responde al cabo de un segundo.

«Claro que estoy aquí, ¿dónde, si no? ¿Cómo ha ido?»

Se lo cuento todo con pelos y señales: lo de la mentira, el hecho de que él no le haya dado importancia y de que haya estrujado mi teta como si fuese una pelota de tenis. Cuando termino, Alis me escribe un montón de cosas, me tranquiliza y me hace comprender que la historia de Lele podría funcionar y que lo de la pelota se debe a que, en ocasiones, los chicos experimentan unos deseos repentinos que no consiguen dominar. Alis me gusta. Me dice justo lo que quiero oír, todo lo que me gustaría poder contarle a una persona como mi madre, sólo que me da demasiada vergüenza y, además, no sé cómo reaccionaría. En pocas palabras, que Alis es realmente perfecta en esto, digamos que es una especie de madre virtual más flexible que la auténtica. Como si respondiese mi llamada, mi madre abre la puerta en ese momento,

 ¡Caro! Pero ¿qué haces? ¿Todavía tienes el ordenador encendido! ¡Es tarde y tienes que dormir!

 Tienes razón, pero quería buscar una cosa sobre los exámenes de la semana que viene.

 ¿Ahora?

 Sí, de repente he tenido una duda y, si no la resolvía, sabía ya que no iba a poder conciliar el sueño.

Apago el ordenador. Salto sobre la cama y me meto al vuelo bajo el edredón y las sábanas. Mi madre se acerca y me arropa.

 ¿Todo arreglado ahora?

Asiento con la cabeza y, sabiendo qué pregunta vendrá a continuación, me anticipo. Abro la boca

 Me he lavado los dientes, huele

Y echo el aliento en su cara.

Mi madre se echa a reír, me abraza de nuevo y me empuja con dulzura la cabeza sobre la almohada. Después se encamina hacia la puerta.

 Mamá

 Sí, ya lo sé.

Y cuando sale me deja la puerta entornada. Quizá no sea virtual, pero también ella me entiende de maravilla. Y con una sonrisa, me tiro sobre la almohada y poco después me sumerjo en el mundo de los sueños.

Sí hay algo que me divierte y, al mismo tiempo, me preocupa un poco en diciembre es la proximidad de la Navidad. Me divierte mucho hacer regalos. Me preocupa que no tengo dinero. Si he de ser más precisa y sincera, me preocupa aún más no recibir los regalos que me gustaría. Bueno, todos saben que me encantaría tener un perro. Es decir, que se lo he dicho a todo el mundo, incluso al quiosquero y al del bar donde desayuno de vez en cuando, las pocas veces que llego al colegio con antelación. Algo a decir poco inusual, lo admito No obstante, creo que este año les he confundido las ideas a todos cambiando de parecer con respecto al regalo. Hasta Franco, el pizzero de la calle del Farnesina, me lo hizo notar el otro día. Acababa de comprarme un buen trozo de pizza con salchichas y patatas por encima, ¡una supercomida completa! Él es el inventor de esa pizza. ¡Yo la llamo pizza Bola! Con eso quiero decir que antes incluso de que te la hayas acabado ya te has hinchado como una bola. En cualquier caso, le comuniqué mi nuevo deseo en materia de regalos, dado que mi madre va a menudo a comprar pizza a su local cuando se le hace tarde, y yo me dije: se lo cuento también a él y así, cuando mi madre pase por aquí, quizá se lo suelte. Franco me miró asombrado.

 Pero, Caro, ¿no querías un perro? ¿Ahora quieres un microcoche? ¡No hay quien te entienda!

 ¿Por qué? A mí no me parece tan difícil de entender

Y me marché mientras me comía un pedazo de superpizza Bola. ¡Microcoche y perro, las dos cosas! ¿No es posible? ¿Quién lo ha dicho? Sea como sea, todavía me gustaría que me regalasen un perro quizá porque cuando sea mayor tendré tantas cosas que hacer que ya no me quedará tiempo. Bueno, al menos eso creo. Prefiero no pensarlo. En cualquier caso, si me lo regalan, lo aceptaré. Y si me regalan el coche, también. El otro día buscaba una nueva cita para escribir en el diario, porque he constatado que si las uso con comedimiento al profe Leo le gusta, y encontré ésta: «La libertad no consiste en elegir entre el blanco y el negro, sino en sustraerse a esa obligada disyuntiva.» Lo dijo un tal Adorno, y yo estoy absolutamente de acuerdo con él. Así que entre el perro y el microcoche, ¡me quedo con los dos!

Otro regalo que me encantaría es ¡Massi! Tú y yo. Unidos para siempre a pesar de que no lo sabes. Más allá del tiempo. Cómplices perfectos. Diferentes porque, de lo contrario, ¿dónde está la gracia? ¿Te das cuenta? ¿Me ves? He visto un vídeo precioso de los Rooney, Tell Me Soon: ¡en él aparece una niña en un dormitorio todo rosa, el grupo entra y le canta una canción! Luego llegan todas las amigas de la protagonista. A mí nunca me suceden esas cosas, ¿ch? Y, por si fuera poco, el cantante está cañón, ¡En mi colegio no hay nadie así! Filo se parece un poco a él, ¡pero mejor no se lo digo o, de lo contrario, montará un concierto con un grupo de versiones y luego me pedirá otro beso con la excusa de que sería como besar al cantante de verdad!

He de decir que este año lo estoy haciendo mejor. He sacado unas fotografías con el móvil a las personas que más quiero y las he descargado en el ordenador. En cuanto acabe de organizar el blog que Gibbo me ha «regalado» abriéndolo en Splinder, las colgaré todas, quizá tiposlide, porque es precioso ver cómo se deslizan en fila. Tal vez incluso les añada algún efecto especial Mientras tanto, trabajo. Quiero hacer unas tarjetas de Navidad muy coloridas, con muchas fotografías y frases de autores famosos abajo. He encontrado algunas increíbles. Por ejemplo, para el profe Leone: «Enseñar es aprender dos veces, de Joseph Joubert. Nada mal, ¿no? Y también una para la profe Boi, la de matemáticas. Fotografía y frase. Como una que he encontrado en internet: «Sin duda alguna, es posible enseñar a un pavo a subir a un árbol. Ahora bien, ¿no sería mejor contratar directamente a una ardilla?» ¡Al parecer, procede de un manual de técnicas de selección y gestión de personal! Con la de matemáticas no puedo meter la pata, dado que es la materia en que voy peor. Una cartulina roja. He sacado una fotografía donde, por suerte, ha salido realmente bien, y no era fácil porque es un poco rolliza, pero lo peor es que tiene cara de luna llena rodeada por una cabellera abundante y encrespada, recuerdo remoto de sus antiguos rizos. Como frase he pensado la siguiente: «Se debe enseñar a los hombres -en la medida de lo posible, a todos los hombres- que el saber no se adquiere en los libros, sino observando el cielo y la tierra», Comenio. No sé si suena bien, pero a mí me parece bastante positiva. Creo que cuando la reciba podría cerrar los ojos de vez en cuando ante mis carencias, y pensar que no saco lo suficiente de los libros porque aprendo directamente de la vida. O, en el caso de las matemáticas ¡de Gibbo!

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