A quien no me quedará más remedio que regalar algo es a mi familia y a Gibbo, a Filo, a Clod y a Alis. Por ejemplo, a mis amigas me gustaría hacerles un regalo personalizado. Las dos tienen ya coche, de manera que me gustaría ¡llenarles el depósito! Pues sí, dado que la gasolina cuesta una pasta, quizá compre dos bonos en la gasolinera y se los regale. ¡Uno a Alis y otro a Clod! A Clod, que acaba de mandarme un sms a decir poco estúpido: «¿Sabes quién es el patrón de la Navidad? San Turrón», quizá le regale también una recopilación de mensajes más decentes. Ah, me olvidaba de Lele. Claro que me encantaría poder hacerle también un regalo a Massi, pero ¿por qué no me hace él uno precioso y así da señales de vida? Al respecto me viene a la mente una frase de Heráclito: «Quien no espera lo inesperado no lo descubrirá.» La elegí para la tarjeta con la fotografía de la profe de inglés.
Tampoco en esta materia me luzco, que digamos, ¡pero gracias a eso quizá suceda de verdad lo «inesperado»! Me ha gustado tanto que al final la he pegado en el escritorio. Y el hecho de que se esté acercando la Navidad me hace pensar que podría producirse un milagro. En serio. Me parece posible volver a ver a Massi. Con esa esperanza en el corazón, regreso a Feltrinelli. Pero nada, ni rastro de él No hay nada que hacer. Como la noche de las estrellas fugaces en la playa. Cuando ves una debes tener listo el deseo y no dudar ni un instante. ¡Puede que no vuelva a pasar ninguna en mucho tiempo! Ya me ha ocurrido algunas veces. ¡Pasaba la estrella y a mí no me daba tiempo a expresar el deseo porque tenía demasiados en la cabeza y me sentía confundida! En el fondo es como decía Hugo: «El alma está llena estrellas fugaces.» ¿Querrá decir que dentro de nosotros tenemos ya las estrellas y que no es necesario mirar al cielo? A saber.
Quiero apostar sobre los regalos. ¿Qué me regalarán? ¿Otro CD de Finley o de Giovanni Allevi? ¿Un neceser, que, a buen seguro, usará después mi hermana? ¿Un libro? ¿Una bufanda y unos guantes de mi madre? ¿Una memoria USB para el ordenador? ¿Un abono para el cine de Rusty James? ¿O tal vez el cofrecito de «Smallville»? Lo que más me gustaría es encontrar una tarjeta de felicitación en el buzón de correos, introducida personalmente y firmada por cierta persona. Mientras tanto, aquí, en Feltrinelli, me doy la vuelta de siempre y
¡Buenos días, Carolina!
Hola.
Bueno, por lo menos Sandro se acuerda de mi nombre. Aunque también es verdad que lo he agotado con la historia de Massi.
¡Tengo un libro para ti, ven!
Lo sigo entre las estanterías.
Aquí tienesA tres metros sobre el cielo, ¿qué te parece?
¡Bah, no lo sé. Una amiga mía lo ha leído y le ha gustado mucho, ¡pero al final lo dejan!
Entiendo, sólo que después, en el segundo libro, tituladoTengo ganas de ti, se comprende que uno no puede quedarse anclado en las historias que ha vivido
Lo miro. Arqueo las cejas. ¿Se estará refiriendo a mí? ¡Quizá! Pero yo con Massi no he vivido nada. Nuestra relación ni se ha terminado ni ha salido mal. Ni siquiera ha empezado. Estoy segura.
No, gracias En estos momentos sólo quiero reírme un poco.
Bien, en ese caso, éste es muy divertidoEl diario de Bridget Jones. Es la historia de una chica de treinta años cuyas amigas o se han casado ya o tienen a alguien, un novio, vaya, y ella, en cambio, es la única que sigue soltera. ¡Te partes de la risa!
Pero bueno, ¿a qué viene eso? Quizá sea una forma de exorcizar la mala suerte de semejante eventualidad. Aún faltan dieciséis años y dos meses para que yo cumpla los treinta. ¡Espero que no me vaya como a ésa! O tal vez sea mejor saber ya lo que puede ocurrir, ¡para evitarlo!
Vale, me lo llevo. Pero en realidad he venido a buscar unos regalos para mis dos amigas. Y para mis dos amigos
La verdad es que ni siquiera sé si a Lele le gusta leer, no lo conozco lo suficiente.
Bien, cuéntame un poco cómo son ellos y así veré qué puedo encontrar.
Y empiezo a hablarle de Clod, de Alis, de Gibbo y de Filo. He de decir que como grupo no está nada mal. Cada uno de ellos tiene su carácter, sus peculiaridades, pero son muy enrollados. Y, no sé por qué, me siento el nexo de unión de todos ellos. Además, es cierto que cuando estás con un desconocido te resulta más fácil decirle la verdad sobre tus amigos, quiero decir que no finges y no los pones por las nubes porque no tienes miedo de que los juzguen y después te digan, por ejemplo, «pero ¿por qué sales con ella?», como, en cambio, diría mi madre si se lo contase todo sobre Alis. O «¿qué hace Gibbo?». Al final, no sé cómo, le hablo también largo y tendido de Rusty James, o eso me parece, porque no hay quien me haga callar. Y Sandro se ríe al oírlo que le cuento.
¡Veo que estás perdidamente enamorada de tu hermano!
¡Oh, sí! No sé lo que daría por encontrar a un chico como él, aunque quizá no exista otro igual. -Me gustaría añadir «Massi», pero no quiero que me considere una plasta, de forma que me contengo-. Y, además, tengo una hermana, Ale. Ella, en cambio, no ha leído un libro en su vida.
¡No me lo puedo creer!
Como lo oyes. Sólo ve «Gran hermano» y alguna que otra vez «La isla», ¡eso es todo!
Sandro sonríe.
Eres demasiado destructiva, no te creo ¿Por qué le tienes ojeriza a tu hermana?
Es ella la que me odia a mí.
Sandro suelta una carcajada.
Entiendo. Necesitáis un buen regalo Un buen libro que os ayude a hacer las paces.
No, lo que pasa es que somos muy diferentes. A mí me parece bien todo lo que hace, ¡pero ella, en cambio, me toma siempre el pelo y no deja de criticarme!
En ese momento pasa Chiara, la dependienta por la que Sandro se derrite. Se ve a la legua que le gusta por el modo en que la mira. Esta vez lleva el pelo suelto.
Eh, veo que ya sois pareja ¡Estoy empezando a sentir celos!
Y se aleja riéndose con una sonrisa preciosa en los labios. Es una persona alegre, lo digo en serio, exuda felicidad por todos sus poros. Aunque quizá no sea verdad, tal vez tenga una vida corriente y no sea especialmente afortunada, yo qué sé, y hasta puede que tenga muchos problemas. Lo que importa, sin embargo, es que muestra a los demás su mejor lado: la sonrisa. Quizá sea ésa su manera de reaccionar a las cosas. Eso creo. O, al menos, es lo que me parece percibir cuando pasa por nuestro lado, la veo hablar o en compañía de los demás. Y supongo que no se debe al mero hecho de que sea una dependienta, una mujer que debe mostrarse amable en su trabajo. Algunas cosas se tienen o no se tienen y, al final, bueno, supongo que se notan. Parece buena y generosa. Y puede que demasiado perfecta para llevarse bien con Sandro. Aunque, en el fondo, ¿yo qué sé? En cualquier caso, no se lo digo. Se ha alejado ya. En lugar de eso me ha venido a la mente otra cosa.
Pero ¿por qué no se lo has dicho?
Sandro me mira sorprendido.
¿A qué te refieres?
Yo qué sé, cuando ha hecho ese comentario, podrías haberle respondido algo así como: «¡Si estás celosa, la pareja podríamos formarla tú y yo!»
Sandro se ruboriza. Lo entiendo, y me pregunto si no habría sido mejor no decirle nada, desentenderse como hace la mayoría de la gente, pero así al menos se espabila. Además, es bonito interesarse sinceramente por los demás. A mí me gusta. No lo hago por ser cotilla., al contrario, quiero que los demás sean felices, y creo que si pretendes que lo sean ellos ¡al final tú también lo eres! Lo decía Ligabue: «Creo a ese tipo que va diciendo por ahí que el amor genera amor»
De manera que insisto.
Las mujeres apreciamos que nos digan ciertas cosas, ¿sabes? Puede que incluso le resultes simpático, pero si no te lanzas nunca lo sabrás.
¿Entonces?
Entonces también tenemos que encontrar un libro para ti. ¡Es imprescindible que te declares!
Sandro sacude la cabeza y se echa a reír.
Vamos a buscar los libros para tus amigos, venga
De manera que, media hora después, salgo de la librería con noventa y nueve euros menos y un montón de regalos más. En concreto: Reencuentro. de Ulhman, para mi hermana Ale, a ver si así nos reencontramos de verdad Después Rebeldes, para Rusty James, dado que lo llamamos así a raíz de esa película que él cita siempre pero que nunca ve porque no la tiene. Para Gibbo, una funda de tela para el móvil en la que figura escrito «Genio rebelde» y un cuaderno de matemáticas con test. Para Filo, una entrada de teatro para ver el musical Notte prima degli esami. Para Clod, el DVD de Chocolat y una cajita de tartufos de chocolate de Alba. Para Alis. el DVD de El diablo viste de Prada. Para Lele, en cambio, no he encontrado nada. Quiero decir que no he encontrado nada que acabase de convencerme. Por otra parte, apenas nos conocemos y no nos hemos visto tanto, exceptuando los partidos de tenis y la noche del Zodiaco. ¡Esa única noche! Pienso que los regalos no se deben hacer al azar, y que tampoco hay que elegir lo que nos gustaría recibir a nosotros.
A Lele, no sé, me gustaría regalarle una sudadera, sí, una bonita sudadera de color azul claro. ¡Mejor aún! Se me ha ocurrido una idea superguay. ¡Quiero comprobar si logro hacerlo!
Deambulo un poco por el centro y encuentro un regalo para mis padres, es mono, creo que les servirá y, además, cuesta poco. Lo compro y sigo paseando. Es curioso, en diciembre las calles cambian por completo de aspecto. Veo todas esas estrellitas luminosas colgadas en lo alto, y los dibujos de Papá Noel, y el algodón en rama que simula la nieve en los escaparates de todas las tiendas. Chicos y chicas que caminan risueños, algunos cogidos de la mano, otros más apresurados de lo habitual, persiguiendo a saber qué extraño pensamiento. Dos amigas, algo mayores que yo y también que Alis y Clod, caminan abrazadas. Una de ellas lleva metida la mano en el bolsillo trasero de los vaqueros de su compañera. Entones, con la de delante coge algo del bolso de su amiga, creo que una nota, y echa a correr, la otra se precipita detrás ella.
¡Párate, venga! ¡No quiero que la leas, vamos!
Y desaparecen así, en medio de la multitud que sigue fluyendo tranquila, lenta como un río humano, absorta en sus pensamientos, en sus pesares y en sus alegrías.
Bueno Ya está bien de ideas extravagantes. Parezco Carolina la filósofa Cuánto me gustaría ser, en cambio, Carolina la enamorada. Llego a la parada del autobús y me detengo a esperarlo. Miro alrededor. A mis espaldas hay un escaparate lleno de vestidos, de caminas a ciento setenta euros, de suéteres a doscientos ochenta y de cazadoras a trescientos setenta. Pero bueno, ¿quién podrá permitirse esas cosas? Quiero decir, ¿a qué se dedicarán los padres de una chica que se vista con ropa semejante?
Aunque, pensándolo bien. Alis lleva prendas aún más caras. ¿Y qué hacen sus padres? ¡Están separados! No acabo de entender si el hecho de separarse te hace rico o es el hecho de ser rico el que te lleva a separarte. Tengo que preguntárselo a Alis. Pero antes, quizá deba buscar la manera de planteárselo.
Aquí llega el autobús. Pasa por delante de mí. Retrocedo un poco porque va muy pegado a la acera. Caramba,, no me lo puedo creer. Cuando se detiene y se abren las puertas veo que se apean los dos chicos que me robaron el móvil ¡Son ellos! Estoy segura. Uno de los dos lleva puesta la misma cazadora horrorosa. Lo recuerdo como si fuera ayer. Me empujó varias veces antes de bajar y sólo vi esa espantosa cazadora de color verde claro, igual que su pelo, que su cara, o que su estúpida risotada de asqueroso ladrón rumano. Y no lo digo porque sea racista. Joder, por supuesto que no lo soy. Por mí podría ser incluso de Parioli. Respeto a todo el mundo, pera ante todo quiero que me respeten a mí, y también mis cosas. Sea cual sea su nacionalidad. También odio a los chulos de las familias ricas italianas que nos mangan cosas en el colegio. Odio a los canallas, a los que abusan de los demás, poco importa de dónde vengan o cómo se llamen o se vistan. Odio a los que no respetan la vida y la serenidad ajenas. Odio a los que, en lugar de pedir lo que no es suyo, lo roban. Y te dejan así indefenso, impotente, aturdido y triste. Y querrías ser uno de esos superhéroes dotados de armas secretas y de poderes mágicos a los que les basta con mirar al tipo para, ¡zas!, hacerlo desaparecer.
El autobús ha cerrado las puertas y se ha alejado. Pero yo no he subido. Camino detrás de ellos con el paquete en cuyo interior está el plato de Navidad que les he comprado a mis padres y una bolsa con los regatos de mis amigos.
Pero ¿qué voy a decirles? Bah, ya inventaré algo. Debo ser amable, tengo que procurar que se sientan a sus anchas. ¿Os dais cuenta? ¡Qué absurdo! Debo hacer que se sienta a sus anchas una persona que me ha robado el móvil. Y, por si fuera poco, con el número de Massi dentro.
A medida que los sigo voy pensando. Y a medida que pienso me voy poniendo más y más nerviosa. A medida que me pongo nervosa siento deseos de ser más fuerte, más robusta, y de saber zurrar de lo lindo. O, sencillamente, de que Rusty James esté aquí conmigo. Oh, entonces sí que recibirían
una buena tunda. En realidad tampoco son tan grandes. Son dos tipos corrientes y molientes. Pero son dos y, un pequeño detalle, se han dado cuenta de que los estoy siguiendo.
Oye. ¿la has tomado con nosotros?
Esto, sí Quiero decir, no, mejor dicho, sí.
A ver si te aclaras, ¿sí o no?
¡Qué rumanos ni qué niño muerto! Con ese acento, esos dos son de Roma, y de lo peorcito. Bueno, al menos así nos entenderemos mejor.
Pues es que creo que hace algún tiempo perdí mi móvil. Un Nokia 6500 Slide como -Se me ocurre la brillante idea de sacar del bolsillo el nuevo que me regaló Alis. Pero ¿y si luego me quitan también éste?-. Como ese que sale en los anuncios
No sé a cuál te refieres, ¿y qué? -dice uno de los dos, el más grande y, según parece, el más canalla. Por lo visto, no sabe de qué estoy hablando.
Bueno, no importa En fin, que lo perdí en el autobús, en el mismo autobús en el que viajabais vosotros.
¿Nosotros?
Sí, estabais hablando, y yo os vi y he pensado que tal vez os disteis cuenta y lo recogisteis
Me miran.
Sí, en fin, que bajé y se me cayó, y vosotros lo recogisteis y teníais intención de devolvérmelo, sólo que el autobús cerró las puertas y arrancó de repente y vosotros no pudisteis
Ahora parecen más bien perplejos.
¿Nos estás tomando el pelo? ¿Te estás cachondeando de nosotros?
Jamás se me ocurriría hacer eso Sólo quería deciros una cosa, ¿por casualidad no tendréis todavía la tarjetita, en fin, mi SIM?
Uno de ellos arquea las cejas. El otro lo imita. Y, ahora, ¿cómo salgo de ésta? No sé qué hacer. Qué más decir. Podría renunciar a alguno de los regalos y ofrecérselo como rescate pero ¿qué narices les importará a esosChocolat o, peor aún, Reencuentro? Piensan que me estoy choteando de ellos, de manera que juego la carta de la conmiseración.
Tenía el número de un amigo Lo quería mucho. Ha desaparecido, no lo encuentro. Quizá haya muerto. Estaba tan mal Quería hablar con él al menos por Navidad Si no lo llamo, ¿qué pensará? Y su número estaba en esa SIM, ¡sólo ahí! No necesito el móvil, sólo la tarjeta.,. Mi SIM
Me miran por última vez.
Vámonos, venga ya.
Y se vuelven y se marchan sin dignarse siquiera darme una respuesta, la que sea. Mejor así. Creo que me he librado de una buena Ufff- Massi, ahora no podrás decir que no he intentado lo imposible.
Al volver a casa he escondido los regalos en mi armario.
Me he dado una ducha rápida, he cenado algo ligero, no he discutido con Ale y me he ido a dormir. ¿Sabéis cuando estás destrozada, tan destrozada que no ves la hora de pillar la cama? Lamento que Rusty James no esté. Él habría venido a contarme algo o a leerme uno de sus cuentos. Es extraño cuánto se puede echar de menos a una persona en un lugar en el que uno está acostumbrado a que estén todos, cómo cambia ese sitio de repente. O, al menos, yo lo siento así. Y después de notar esa extraña sensación empiezo a adormecerme, completamente exhausta. Sin embargo, antes de dormirme del todo pasa por mi mente una idea que me hace sonreír. Todo me parece maravilloso. Estoy en mi microcoche, es verano y Massi está a mi lado y, como no podía ser de otro modo, escuchamos a James Blunt. Él ha sacado los pies por la ventanilla, los mueve al ritmo de la música, bromea y me deja conducir. Yo llevo puestas mis gafas favoritas y sacudo también la cabeza al ritmo de la música El mar está a nuestra derecha. Es Sabaudia, el paseo marítimo que tanto me gusta y adonde he ido algunas veces con mis padres. Hay un pinar y, pegadas a él, numerosas dunas de arena barridas por el viento, Y yo estoy ahí con Massi. Nos apeamos del coche. Estamos en la playa, con las olas del mar y unas cometas que vuelan libres en el cielo, y él me ha cogido la mano y yo soy feliz.
Me gustaría que ese sueño se hiciese realidad. Y después de este último pensamiento, me duermo de verdad.
Cuánto disfruto con las asambleas del instituto que dirigen los representantes de clase, ésas tan absurdas en las que, por ejemplo, se decide qué películas de interés para los jóvenes se deberán presentar el próximo año en la sala de proyecciones. Todavía me gustan más cuando se celebran durante las dos últimas horas de la mañana del viernes. Uno puede elegir entre quedarse o salir antes con la autorización de sus padres. Y mi madre me la ha firmado, porque le he dicho que, a fin de cuentas, no servía para nada y que prefería volver a casa a estudiar para el examen del lunes. ¡De manera que aquí estoy, a las once y media! Claro que si de verdad quiero ser puntillosa preferiría que la hubiesen convocado para las dos primeras horas, así podría haber dormido un poco más, pero no se puede tener todo.
El viernes por la mañana la casa está vacía a estas horas. Mi madre está siempre trabajando, mi padre en el policlínico o en el bar con sus amigos durante la pausa que suele hacer en ese momento, y Ale se ha ido a clase. Me gusta estar en casa cuando no hay nadie. Es silenciosa y puedo hacer lo que quiero. Por ejemplo, adoro ir al dormitorio de mis padres y probarme algún vestido de mi madre, un suéter o una falda. No sé por qué. Quizá para sentirla más cercana. Quizá para ponerme algo distinto. Y no porque mi madre siga la moda, al contrario. Ale tiene más cosas, obviamente, pero sus vestidos me espantan. El gusto de Ale es bastante horroroso: si pudiera se pondría ropa llamativa y ajustada incluso para ir al cuarto de baño. Mi madre tiene cosas más sencillas, sin muchos colores, casi todas iguales. Pero son suyas, e incluso cuando era pequeña me las probaba a escondidas; estaba ridícula, porque me quedaban enormes. Abro el armario y veo que en lo alto hay una camiseta que nunca me he puesto. Debe de ser nueva. Ayer era día de mercado y quizá se la compró allí. La verdad es que mi madre apenas pisa las tiendas. Dice que en el mercado se encuentran las mismas cosas a menos precio, y que además no hay dependientas, por lo que también te ahorras sus falsos cumplidos. La gente del mercado es directa y genuina, puedes probarte la ropa sin que nadie te atosigue. La camiseta es mona, blanca, con rayitas azules, con los bordes festoneados en rojo, un poco al estilo marinero que se lleva este año. Debe de sentarle bien. Puede que alguna vez se la coja para salir. Seguro que ni se entera. Pues mira, aprovechando que no está, casi que me la pruebo. Pero cuando estoy a punto de quitarme la camiseta, oigo que llaman.
«Riiiing.»
El timbre.
«Riiiing.»
De nuevo. Uf, tendré que dejarlo para otra vez.
Me acerco al interfono. ¿Quién podrá ser a esta hora? Tal vez mi madre, que sabe que estoy en casa. Quizá quería darme una sorpresa pero se ha olvidado las llaves. Me parece extraño. Y también que sea mi padre. Ale, por su parte, jamás vuelve antes de las dos. A lo mejor es el cartero. Llega siempre hacia mediodía, según mi madre. Levanto el auricular.
¿Sí?
Hola.
En un primer momento no reconozco la voz.
¿Quién eres?
Debbie.
¡Debbie! ¡Hola! ¡Ahora mismo te abro!
Pulso el botón para abrir el portón y espero. ¿Debbie? Hace una infinidad de tiempo que no la veo. ¡Demasiado! Y lo lamento porque es muy enrollada. A saber qué querrá. A estas horas, además. Abro la puerta de entrada y oigo que sube el ascensor. Se detiene. Debbie sale de él y ve que la estoy esperando.
Hola, Caro, así que eras tú la del interfono. Pensaba que no estabas en casa. Creía que era tu madre.
¡Debbie! Ven, entra. No, hoy hemos salido antes. Mamá está trabajando -Me sigue y cierro la puerta-. Pasa, pasa. ¿Quieres tomar algo?
No. gracias. -Me parece que está un poco rara. Mira alrededor-, ¿Estás sola?
Sí, todos están fuera. Volverán dentro de poco.
No acabo de entender a qué ha venido.
Bueno, Debbie, ¿cómo estás? ¿Qué me cuentas?
Bueno, todo va bastante bien.
¿Trabajas todavía, en esa tienda?
Sí, en la de ropa. Estoy bien, además, trabajo sólo a media jornada, y gracias a eso puedo seguir algunas clases en la facultad por la mañana. ¿Y tú? ¿Qué me cuentas?
Pues en el colegio va como siempre. ¡Este año tengo el examen, y estoy siempre con mis amigas Alis y Clod!
¿Y con tus padres, todo bien?
Bueno, si, como de costumbre- Me riñen porque piensan que salgo demasiado, Ale me estresa como si fuese una vieja chocha de cien años, y R. J. sigue siendo R. J. ¡Pero eso ya lo sabes!
Le sonrío con complicidad. Se produce un extraño silencio. Quiero mucho a Debbie, es simpática, inteligente, y siempre me ha tratado como si fuese una hermana. ¿Además, es la novia de Rusty James y él siempre las elige bien! Sólo que hoy tengo la impresión de que algo no encaja. No parece la Debbie de siempre.
Oye, Caro
¡Dime!
Coge su bolso y lo abre. Lo reconozco. Rusty me lo enseñó cuando se lo compró, antes de regalárselo. Es uno de esos grandes y cuadrados, planos, que se llevan en bandolera. Está buscando algo.
¿Podrías hacerme un favor?
¡Claro!
Saca un sobre de color celeste, uno de esos que se fabrican con capas de papel superpuestas y que parecen de tela bordada, es precioso, Está cerrado, pero sin sello.
¿Podrías dárselo a Giovanni luego, cuando vuelva?
Hay preguntas que te dejan estupefacta. No entiendes si la idiota eres tú porque no las pillas, o en realidad es que no tienen ningún sentido. Por si las moscas, prefiero estar callada. ¿Cómo que después, cuando vuelva?, pienso. Giovanni no vuelve. Pero bueno, ¿es que Debbie no lo sabe? Eso es imposible. No sé qué contestarle. ¿Qué quiere decir? ¿Qué está ocurriendo?
Pero ¿acaso no puedes dárselo tú?
Debbie permanece callada. Se mira los pies. El abuelo Tom asegura que las personas que se miran los pies son las que tienen ganas de huir. Caramba, entonces-, ¿querrá huir Debbie? ¿Por qué? Me gustaría entender algo.
Es fin de semana, supongo que habréis quedado esta tarde, cuando salgas de la tienda, ¿no? Además, seguro que tú ves a Rusty con más frecuencia que yo.
¿A qué te refieres?
¿Cómo que a qué me refiero? Desde que se marchó de casa ya no lo veo todos los días. Quiero decir que voy a la barcaza, tengo incluso una habitación allí, pero no voy con mucha frecuencia.,.
Debbie levanta de pronto la mirada. Me escruta.
Pero ¿por qué? ¿Es que ya no vive aquí? ¿Qué barcaza?
Ahora sí que ya no entiendo nada. ¿Será que no estoy hablando con Debbie, con la simpática Debbie, la fantástica novia de mi hermano?
¡La barcaza, la del Tíber!
Debbie me parece como una niña perdida en la confusión de un parque de atracciones que no encuentra a sus padres. No es posible que no sepa nada. Se ve que me he saltado algún que otro capítulo fundamental. Voy directa al grano.
Perdona, Debbie, pero ¿desde cuándo no ves a mi hermano?
Hace tiempo
¿Mucho o poco tiempo?
Debbie me mira y veo que sus ojos se empañan. Me doy cuenta de que quizá no me he perdido tantos capítulos, pero sí el más importante. Deben de haber roto. Me sonríe, un poco cohibida.
No sabía que ya no vivía aquí
Y lo dice con el tono del que acaba de recibir una bofetada de las fuertes, de esas que no te esperas y que en un primer momento casi parece que no te ha dolido. Pero, por descontado, te deja sin palabras. Y la verdad es que no sé qué hacer, qué decir o cómo salir de la situación, pero por suerte me salvo porque veo que Debbie está mirando su reloj.
Perdona, Caro, es tarde y tengo que marcharme. -Y vuelve a mostrarse sonriente y ligera como siempre. Se encamina hacia la puerta de entrada poco menos que saltando- ¿Me harás el favor de darle esa carta cuando lo veas?
Sí, sí -le digo mientras la acompaño hasta la puerta.
En caso de que esté mal, lo disimula muy bien. Abre la puerta y llama el ascensor, que llega de inmediato. Debía de estar en el piso de abajo.
Adiós, y gracias. -Esboza una sonrisa preciosa, a continuación entra en el ascensor, pulsa un botón y desaparece.
Vuelvo a entrar en casa. Me siento en el sofá. Miro el sobre que he dejado encima de la mesita de cristal en cuanto Debbie se ha levantado. Pero ¿qué habrá pasado entre esos dos? Ahora mismo llamo a Rusty y le pido que me lo explique. Uf. Por una vez que una pareja bonita funciona ¿Será una cuestión de cuernos? ¿Él? ¿Ella? Nooo, no me lo puedo creer, no es posible. Como sea eso, Rusty me va a oír. Y en caso de que haya sido Debbie, bueno, pues será ella la que me oiga. Estoy tentada de coger el móvil, pero luego cambio de opinión. Algunas cosas no pueden hablarse por teléfono. Le escribo un sms: «¡Hola! ¿Cuándo podemos vemos para charlar un poco? Además tengo que darte una cosa», y lo envío.
Miro el sobre una vez más. No está cerrado. Quizá la respuesta esté ahí dentro. Bastaría un segundo. A fin de cuentas, nadie se dará cuenta. Lo cojo y le doy vueltas en las manos. No quiero que esos dos rompan. Pero si lo abro y leo la carta, ¿qué resuelvo? Por otra parte, sólo ellos dos saben lo que pueden hacer Sí, pero a mí también me gustaría saberlo. ¡Es que siempre he sido muy fan de ellos! Además, dado que debo hacer de cartera, tengo derecho a algún tipo de retribución, ¿no?
Abro poco a poco el triángulo de papel azul. Saco el folio que hay en el interior, doblado en dos. Lo despliego.
«Amor, perdóname»
Oigo que gira una llave en la cerradura de la puerta. Ale entra en tromba. Vuelvo a meter la carta en el sobre y la escondo a toda velocidad bajo un cojín.
Hola ¿Qué haces en casa? ¿Has puesto a hervir el agua para la pasta?
No.
¿Y a qué esperas?
A ti.
Anda ya
Y se encamina hacia su dormitorio.
Cojo de nuevo la carta, la guardo en un escondite mejor. Quizá la lea después, con más calma. O tal vez no. Puede que sea justo que esas palabras queden entre ellos sin más. Y tras tomar esa última decisión, me dirijo a mi cuarto.
En el colegio no hay nada que hacer, a medida que se acerca la Navidad empieza a sentirse una extraña adrenalina. Además de que el último día celebraremos la fiesta del árbol. ¡Prácticamente todos llevan regalos, que después se sortean! Es muy divertido, sólo que los chicos suelen regalar cosas absurdas, a veces asquerosas. Lo hacen adrede porque les encanta ser transgresores, aguar la fiesta de Navidad.
A Cudini le han quitado ya la escayola. Ha desafiado al profe Leone a jugar con el balón de fútbol. Le ha dicho que, si la toca mejor que él, no debe preguntarle en clase durante todo el mes de enero, concederle una especie de bono por un mes. El profe ha aceptado el desafío.
Entonces, ¿preparados? ¡Ya! Uno, dos, tres-
Cuento con el resto de mis compañeros, pero, como no podía ser de otra forma, todos están en contra del profesor.
Catorce, quince
Sin embargo, lo hace muy bien. Pelotea tranquilo y sigue adelante.
Veintidós, veintitrés
¡¡¡Fiuuuuu!!!
Algunos silban, otros golpean los pupitres. ¡Un barullo de padre y muy señor mío! Los demás tratan de distraerlo como pueden, ¡pero él no ceja!
Treinta y cinco, treinta y seis -Hace un esfuerzo increíble para seguir-. ¡Treinta y siete! ¡Eeeh, eehhhh! No lo consigue, no lo consigue