Yo tampoco. -Sin saber hasta qué punto me estoy equivocando.
Mi padre va a abrir y pasado un segundo los veo entrar en nuestro pequeño salón. Están todos: Gibbo, Filo, Clod y Alis. Y, de repente, Gibbo se hace a un lado y él aparece tambaleándose ligeramente.
¡No me lo puedo creer!
Me levanto de la silla con un grito.
Joey'.
Me acerco a mis amigos corriendo y abrazo al pequeño perro, regordete y asustado.
¡Chiquitín! -Lo aprieto contra mi pecho y le revuelvo el pelo de la cabeza resoplando, abrazándolo aún más fuerte-, ¿Qué ha pasado? ¿Se ha escapado de casa de tu prima y ha venido a la mía? ¡Ha querido venir justamente aquí! -Lo aparto un poco para mirarlo-. ¡Pero si es que no se puede ser más mono!
Mis amigos sonríen al comprobar el enorme entusiasmo que siento, esta vez de verdad. Y luego me lo dicen todos al unísono:
¡Feliz Navidad, Caro!
De repente lo entiendo.
¿De verdad? ¡No me lo puedo creer!
Gibbo lo acaricia.
Qué prima ni qué ocho cuartos, si ni siquiera tengo apenas relación con ella Lo compramos para ti. Feliz Navidad, Caro.
Sí, feliz Navidad.
Felicidades a nuestra Caro. -Filo me abraza, y después Clod y, al final, Alis se acerca a mí. Me sonríe, se encoge ligeramente de hombros, parece un poco cohibida, pero después me abraza con todas sus fuerzas y me susurra al oído-: De parte de todos nosotros, te queremos mucho.
Y casi me echo a llorar. Me arrodillo junto aJoey. Es mi sueño, es justo lo que deseaba. Por fin estás aquí, Joey. Y él, como si entendiese cuánto tiempo lo he deseado, apoya su patita sobre mi rodilla. Y casi me avergüenzo de la emoción que siento. Lo sabía, las lágrimas empiezan a deslizarse por mis mejillas Mi madre se da cuenta y, como de costumbre, corre en mi ayuda.
Chicos, ¿queréis algo? No sé, puedo ofreceros una Coca-Cola, o algo de comer. Hay galletas
No, no, gracias, señora, tengo que volver a casa.
Yo también.
Y yo, mis padres me están esperando abajo para ir a misa.
Y del mismo modo que han aparecido, guapos y risueños, mis amigos se marchan por la escalera, corriendo, empujándose de vez en cuando, armando un poco de jaleo. Gibbo me hace una última advertencia.
Trátalo bien, te lo ruego. Necesitará una semana más o menos para adaptarse a tu casa. Y al principio los perros, para ubicarse, se mean en todas las esquinas!
Y él también escapa por la escalera. Pues sí. Mi casa es tan pequeña que se acostumbrará en seguida. Son encantadores.
La abuela Luci y el abuelo Tom me miran mientras sigo estrechando aJoey entre mis brazos. Ale también se acerca y Jo acaricia.
Hay que reconocer que es precioso- Pero ¿lo elegiste tú?
Gibbo me lo hizo elegir en la perrera fingiendo que era para su prima. ¡Y yo me lo tragué!
Mi padre dice entonces la cosa más terrible que se le podría haber ocurrido.
Bueno, sea como sea, yo no quiero aquí dentro a ese bastardo.
¿Cómo que no, papá? Es mi regalo.
Sí, pero acabas de decir que lo han sacado de la perrera. Podría estar enfermo.
Mi madre interviene.
Lo llevaremos a un veterinario, le pondremos las vacunas que haga falta.
Aun así, aquí ya estamos como sardinas en lata, sólo nos faltaba un perro.
Me entran ganas de echarme a llorar, pero no quiero que me vean, de manera que huyo a mi habitación conJoey. Y desde allí los oigo discutir. Alguno lo hace a voz en grito. Oigo a mis padres, también a Rusty James, todos hablan pero no entiendo lo que dicen. De repente me siento sola, de una manera muy extraña. Abrazo a Joey y mi sentimiento es entonces de felicidad, sólo que a la vez apenas puedo contener el llanto. Me gustaría ser ya mucho mayor y tener una casa para mí sola, lejos de aquí, donde poder hacer lo que me viniese en gana, invitar a mis amigos y poder quedarme con Joey. Jamás invitaría a mi padre. Jamás. Lo odio- ¿Cómo se puede ser tan malvado? Me quedo dormida mientras pienso en eso.
Cuando me despierto a la mañana siguiente estoy en pijama. Mi madre debió de ponérmelo. Yo no me acuerdo de nada. Sin perder un segundo me pongo a buscar desesperadamente por la habitación y por suerte él está ahí, en un rincón, dentro de una pequeña cesta, encima de una manta celeste que, según recuerdo, yo también usaba cuando era niña.Joey duerme todavía o, mejor dicho, dormita, porque ha abierto un ojo y me ha mirado.
He hablado con mi madre. Mi padre es muy estricto. Ha dicho que no quiere ver aJoey por casa cuando vuelva.
¿Tengo que devolverlo a la perrera, mamá? ¡Pero si es un regalo de mis amigos! Incluso hicieron una donación por él.
Mi madre sonríe mientras friega los platos.
Quizá haya una solución. Rusty James me ha dicho que lo llames, que él se lo quedará. ¿Te parece bien?
No, no me parece bien. En cualquier caso, es mejor que nada, pero no se lo digo. Permanezco en silencio y me voy a mi habitación.
Hoy es el primer y el último día deJoey en casa y quiero pasarlo a solas con él.
Por la tarde. He estado en casa de R. J. Ha comprado una caseta fantástica, y encima de ella ha escrito el nombre deJoey con unas letras de madera rojas con los bordes azules. Ha puesto una manta dentro y un cuento fuera. Ha comprado varios paquetes de galletas para perros. En fin, que ha pensado en todo. O, al menos, en casi todo. Aun así, yo no quiero abandonar a Joey.
Pero, Caro, podrás venir cuando quieras, él siempre estará aquí conmigo. Aquí tiene más espacio, puede pasear cuando quiera ahí fuera, en el prado; en casa se habría sentido agobiado. Tienes que convencerte de que aquí estará mucho mejor
Puede, pero ya lo echo de menos.
Rusty me sonríe, coge el móvil y pulsa una tecla.
Hola, mamá, ¿puede quedarse Caro a cenar conmigo? -dice en cuanto le responde mi madre. Pausa-. Sí, claro, yo la acompañaré Vale Sí No No llegaremos tarde
Después cuelga y sonríe. En ocasiones, Rusty tiene la capacidad de hacer que las cosas parezcan muy sencillas. Se arrodilla y acaricia aJoey, le revuelve el pelo y a éste parece divertirle. Ya está, lo sabía, se han hecho amigos en un abrir y cerrar de ojos. Me siento un poco celosa. Pese a ello, quizá R. J. sea la persona más adecuada para hablar. Lo intentaré, venga.
¿Puedo hacerte una pregunta?
R. J. deja de acariciar aJoey y me mira.
Dime
Si te dijesen que una chica ha besado a cuatro chicos sin que, en realidad, le importase mucho ninguno, ¿tú qué pensarías de ella?
¿Cuántos años tiene?
Bueno, es un poco mayor que yo, unos quince.
R. J. esboza una sonrisa. Creo que se lo huele.
Bueno, digamos que es una chica un poco fácil.
¿En serio? ¿De verdad piensas eso? ¿Y sí te dijese que lo hizo como si se tratase de un juego?
Con ciertas cosas no se juega.
Me quedo pensativa por un momento.
Ya. -Me callo, y a continuación le pregunto-: Pero ¿tú te enamorarías de una chica así?
Espero que no, pero por desgracia son precisamente las chicas como ésa las que luego te hacen perder la cabeza ¡Venga, vamos, Joey! -Echa a correr y cruza la pasarela-. Venga, Joey, ven.
Joey lo sigue por el muelle ladrando, corriendo y saltando detrás de él, dando vueltas a su alrededor. R. J. tiene razón. Creo que ya no besaré a nadie más excepto a Massi, siempre y cuando lo encuentre, claro está. Luego los miro. Parecen dos amigos perfectos. Y a mí me gustaría sentirme feliz por eso, el problema es que ya añoro a Joey. ¿Por qué no se puede ser feliz cuando uno es pequeño? ¿Acaso hace falta ser adulto para poder realizar todos tus sueños? ¿Es por eso por lo que incluso mis amigas tienen tanta prisa por crecer? Al final me doy cuenta de que no soy capaz de encontrar ninguna respuesta a todas esas preguntas. De manera que también echo a correr detrás de ellos. Parecemos tres idiotas, pero, por un instante, me siento inmensamente feliz.
Venga, ven aquí,Joey
Corro, río y salto conJoey, nos hacemos fiestas y corremos también con Rusty, y yo me siento tan libre que hasta he dejado de pensar. Quizá los adultos se sientan precisamente así.
Tengo que empezar a hacer los deberes. Comienzo con italiano: comentario sobre la película que vimos antes de las vacaciones.Persépolis. Nunca sobre High School Musical, ¿eh? Mientras tanto, escucho La distanza de Syria, y se la dedico a Joey Luego me toca comentar el soneto Alla sera, de Poscolone , como lo llama Gibbo. ¡Yujuuuu! ¡Qué marcha!
Al final, todo se arregla, sólo que a veces no consigues entender por qué algunas cosas no encajan de ninguna manera. Quiero decir, la historia de Lele sigue siendo un misterio para mí. Después de aquellos besos y del ridículo que hicimos con la señora Marinelli delante del portón, no volvimos a vernos. Y no porque sucediera algo o porque estuviéramos tratando de evitar algún tipo de aclaración. Simplemente porque sus padres son de Belluno y el día de Nochebuena se marcharon todos allí, la familia al completo. Cuando volvió, el 28, me trajo dos regalos preciosos.
Ten, Caro, ábrelo.
De manera que desenvuelvo sin vacilar el paquete naranja con el lazo de un tono más claro y una bonita estrella de Navidad en lo alto.
No, ¡es ideal! -Un vestido para jugar a tenis, le doy vueltas en la mano. Es de la marca Nike, blanco, con rayas azul cielo muy claro en los costados. Me lo apoyo contra el cuerpo-. ¡Es precioso! Y, además, creo que has acertado con la talla.
Miro la etiqueta. ¡Caramba! Ha olvidado quitar el precio y ha pagado una pasta. Pero eso no se lo digo. Sólo tengo una duda, y ésa sí que no logro callármela.
Pero ¿por qué un vestido para jugar a tenis? ¿No te gusta el que tengo?
Parece algo avergonzado.
No -balbucea-, es decir, sí, no
Bueno, ¿sí o no?
Me gusta, pero éste es para cuando haga menos frío.
Opto por creerlo, sólo que el asunto me mosquea un poco. No me parece tan importante tener ropa de marca. Quiero decir que, en eso, me enorgullezco de ser distinta de Alis, que puede permitírselo todo y, de hecho, tiene de todo. Pero tampoco me siento como Clod quien, en cambio, no puede permitirse nada y fuerza a sus padres a hacer mil sacrificios para poder tener cosas caras. A mí me gusta ser yo misma y punto. ¡Quizá inventarme las cosas! Pero, eso sí, no ser una carga para mi madre. Aunque luego sea ella la primera que me compra siempre lo que quiero. De pronto me encuentro con otro regalo en las manos.
¿Y esto?
Éste lo compré nada más hablar contigo por teléfono
Sonríe. Parece contento de haber tenido esa idea. Es un paquete pequeño y no consigo adivinar de qué se trata. De manera que lo abro para quitarme de encima la curiosidad. Es una caja negra con una extraña asa, debajo lleva un lazo pequeño y, al final de éste, una anilla.
¿Qué es?
Mira -Le da la vuelta. Debajo puede leerse«Joey» con letras amarillas-. Es una correa especial, una de esas extensibles. Puedes sujetar al perro y dejarlo ir donde quiera y luego, apretando este botón, lo obligas a acercarse tirando de él.
¡Ah, sí, es fantástica! Es verdad, una vez vi una como ésta en el parque.
Finjo que el regalo me entusiasma. En realidad, no es así, odio las correas. Ale, que, de hecho, no entiende en absoluto cómo soy yo, también me ha regalado una. Sin embargo, Lele está contento y vuelve a esbozar una sonrisa. Nada, él tampoco me conoce. Alis, Clod, Filo y Gibbo habrían entendido en seguida que estoy mintiendo. Después noto que Lele me sonríe de manera, extraña. Al principio no acabo de comprenderlo. Luego ¡Claro! Quiere su regalo.
Ah, yo también te he comprado algo -Le doy el paquete que llevo en la mochila-. Pero es sólo un detalle, ¿eh?le advierto por si acaso.
También los míos eran simples detalles.
Lo desenvuelve. Me gustaría aclarar: «¡Detalle en el sentido de que no he podido gastar tanto dinero como tú!» En realidad le he comprado otra cosa, sólo que al final., no sé por qué, no he sido capaz de dársela. Era una sudadera azul claro con mi fotografía estampada en el pecho. Tuve la idea, encontré el establecimiento donde las hacen, pero cuando ya estaba todo listo, incluso mi nombre, «Caro», bordado encima, bueno, pues me eche atrás. No sé por qué, o quizá sí
¡Gracias, Caro! ¡Es precioso! -Abre un libro sobre los tenistas más famosos del mundo, de John McEnroe a Nadal, Al volver la última página, la encuentra-. Es genial.
Se trata de una fotografía que le saqué mientras él jugaba un partido. La imprimí y la recorté. Debajo escribí: «El verdadero campeón eres tú.»
¡Gracias, Caro!
Se acerca a mí, me abraza y me da un beso. Y yo me abandono entre sus brazos. Estoy desesperada. Sigo besándolo con los ojos cenados. No veo la hora de escapar, me doy cuenta. Quizá el verdadero campeón sea realmente él, pero en el tenis. En mi corazón, desde luego, no. ¡Me siento fatal y doy gracias por no haberle regalado la sudadera! Cuando estuvo lista me lo imaginé con ella puesta y lo comprendí todo: Lele me importa un comino. Y ahora viene el gran dilema: ¿cómo se lo digo? En nuestro colegio, historias como ésta, o sea, que empiezan y acaban en un abrir y cerrar de ojos, las hay a montones. Algunas no pasan del «¿Salimos juntos?». Otras se desarrollan más a la antigua: «¿Qué dices?, ¿somos novios?» Y luego las chicas van a clase y aseguran que están con éste o con aquél. ¡Sólo que, al final, muchos de esos «enamorados» ni siquiera se han besado nunca! Y los pocos que resisten y llegan a ser una verdadera pareja que se besa y todas esas cosas duran como mucho una o dos semanas. Por otro lado, buena parte de ellos han roto con un smsQuiero decir que ni siquiera se lo han dicho por teléfono! Sms del tipo: «Hola, te dejo.» Qué triste, Yo no puedo hacerle algo así a Lele. No. Para mí es también una cuestión de orgullo, de dignidad, de valor ¡Aunque he de reconocer que con un sms sería mucho más fácil! Uno de esos largos, incluso bien escritos, donde explicas con pelos y señales por qué las cosas no funcionan o donde dices que tal vez sea prematuro, que el asunto está cobrando demasiada importancia, que tienes miedo de sufrir por amor Sólo que a estas alturas no será fácil encontrar una solución.
Ese día: 29 de diciembre.
¿Qué haces, Caro?
Oh, nada, puede que más tarde vaya a ver aJoey.
¿Por el momento te quedas en casa?
Sí.
¿Y con quién estás?
No hay nadie, Ale no tardará en volver.
Bien ¡Hasta luego!
Qué llamada tan extraña. Pero no le doy más vueltas. Pasado un segundo, suena el interfono. Voy a contestar.
¿Quién es?
¡Sorpresa! ¡Soy yo!
¡Lele!
Te he llamado mientras venía hacia acá. ¿Puedo subir?
No, yo bajo.
Venga
Mi madre no quiere que nadie suba cuando estoy sola en casa.
Lo oigo resoplar.
Vale.
Venga, bajo en un segundo.
Me apresuro en ir al cuarto de baño y me miro al espejo. Estoy hecha un asco. De manera que me pongo un poco de rímel, cojo el que tiene Ale en su neceser, una raya deeyeliner para resaltar el contorno de los ojos, operación que completo pasándome un lápiz azul por debajo de ellos. Ya está. Vuelvo a mirarme. He mejorado un poco. Luego me echo a reír. Vamos a ver, quiero dejarlo y me estoy maquillando para él, menuda contradicción. Pero no, ¿eso que tiene que ver?, así conservará un buen recuerdo de mí. Sí, pero ¿para qué? Quizá nunca vuelva a verlo- Con todas estas dudas en la cabeza, cojo las llaves, cierro la puerta de entrada, y me precipito escaleras abajo.
Me repito la frase para no equivocarme. Una vez, dos, tres. De nuevo. Vuelvo a repetirla. Varias veces más. Lo veo. Me aproximo a él, decidida, segura, con determinación. Cuando de pronto me doy cuenta de que tiene un paquete en las manos para mí. Me sonríe antes de dármelo.
Ten, te he traído una cosa paraJoey, una tontería.
Demasiado tarde. Ahora ya no puedo echarme atrás, sería como soltar el embrague de un Ferrari en lapole position, apretar el gatillo de un fusil cargado de perdigones, encender la mecha de uno de esos cohetes de Nochevieja. De manera que, en lugar de darle las gracias, se lo suelto de golpe.
Lo siento, pero creo que es mejor que no volvamos a vernos. Somos demasiado diferentes
Lo he conseguido. ¡Se lo he dicho! ¡Se lo he dicho todo! No me lo puedo creer. ¡Y sin vacilar! ¡De corrido! Lele se queda paralizado con el paquete en las manos, boquiabierto e incapaz de articular palabra. Poco después consigue cerrar la boca y decir algo que, incluso él, comprende que carece por completo de sentido.
Pero ¿cómo? ¿Así, sin más?
Casi me echo a reír. No sé qué hacer. Me gustaría decirle: «¿Y cómo, si no?» Pero me parece espantoso. Al final opto por otra frase que quizá, en el fondo, pueda considerarse dulce.
Es mejor que te lo haya dicho en seguida Me gustaría que siguiésemos siendo amigos.
Pero qué dulce ni qué ocho cuartos. Menuda cara ha puesto Lele. ¡Creo que ésa ha sido la frase menos adecuada que podría haberle dicho! ¡Sólo que no se me ocurría otra! Lele deja el paquete en el muro que hay a su lado y se sienta en él. Acto seguido, me contesta.
Pero ¿por qué? Tenía la impresión de que hacíamos una buena pareja, de que nos divertíamos juntos, de que nos llevábamos bien. Nos gusta jugar al tenis juntos. -Se interrumpe y de repente se torna lúcido, serio, atento, como si lo hubiese entendido todo y no supiera explicarse cómo es posible que no lo haya comprendido antes.
No debería haberme marchado de vacaciones, ¿verdad? ¿Es eso?
Qué absurdo. Quiero decir que no creo que cuando a uno lo dejan, lo que, por otra parte, nunca me ha sucedido hasta ahora, deba existir a la fuerza una razón práctica. ¡Lo que no funciona es un conjunto de cosas! Si alguien rompe contigo por el mero hecho de que te marchas con tus padres por unos días en Navidad, en fin, eso significa que no te has perdido gran cosa. A continuación Lele entorna los ojos como si de improviso hubiese intuido otros posibles motivos, mucho más relevantes, lo que en realidad le estoy ocultando.
Dime la verdad, ¡estás saliendo con otro!
Y yo le contesto con la frase más inapropiada que podría haber dicho:
Por desgracia, no.
O tal vez sea la más sincera. Lele pierde el control.
Pero bueno, pero yo
Y empieza a soltarme un sermón que acaba produciéndome dolor de cabeza.
Basta, Lele. Lo he pensado mucho y es así.
Vale. -Baja del muro. Parece derrotado-. Toma. Esto es para ti de todas formas.
Quizá sea mejor que te lo quedes, dado que ya no salimos juntos.
No debería habérselo dicho, porque pasa de nuevo al ataque,
Pero ¿estás segura? ¿Lo has pensado bien?
No sabes cuánto No he dormido en toda la noche.
En realidad, cuando vi tan claro el error que hubiera sido regalarle la dichosa sudadera, tomé la decisión de inmediato, pero es mejor que parezca algo muy meditado y doloroso, porque de lo contrario volverá a la carga.
Vale. Si dices que lo has pensado bien En cualquier caso, te ruego que aceptes esto. Sólo sirve paraJoey.
Siendo así, acepto el regalo.
Únicamente te pido una última cosa, Caro.
¿De qué se trata?
Un último beso.
Dios mío, tengo la impresión de haber oído ya esa frase. ¡Ah, no, eso es! Es el título de una película, Pero ¿a qué viene pedirme ahora un último beso? ¿Qué quiere decir? De eso nada, ni hablar, yo ya no siento nada por él, no puedo. Sólo que, como de costumbre, mi boca va por su cuenta y riesgo. Aún peor.
Está bien, pero no muy largo, ¿eh?
Apenas puedo dar crédito. ¡«No muy largo»! Pero ¿cómo es posible que se me ocurran ciertas frases? No me da tiempo a pensar en otras. Lele, como un pulpo, se abalanza sobre mí y me da un beso impresionante. El mejor, el más intenso. Parece un funámbulo de la lengua, un artista del beso profundo, un loco con unos labios locos Quizá porque quiere que experimente algo; quiere que entienda lo mucho que me estoy equivocando, quiere
Ejem, ejem
Nos separamos. No me lo puedo creer.
Disculpad.
De nuevo la señora Marinelli. Esta vez, sin embargo, su aparición es providencial.
No, no, disculpe usted Estaba a punto de entrar.
Y aprovecho que abre la puerta para deslizarme al vuelo a través de ella.
Adiós, Lele. ¡Ya hablaremos!
Veo que le gustaría añadir algo pero no puede, ya no.
Caro Entonces ¡Te llamo luego!
Sí, sí, claro.
Subo en el ascensor con la señora Marinelli. Un trayecto a decir poco largo, larguísimo. ¡No me mira, me escruta de arriba abajo! ¡Y yo sé de sobra lo que está pensando! Imagináoslo Cuando, por fin, el ascensor se detiene en su piso y ella sale, no puedo contenerme,
Para su información, se lo he dicho a mi madre.
¿Ah, sí?
Sí, ¡y me ha dado permiso!
Pulso el botón del ascensor y la dejo plantada en el rellano. Las puertas se cierran delante de su semblante desconcertado, está boquiabierta. En cuanto el ascensor se pone en marcha, yo me pongo a bailar, feliz de mi victoria. Cuando llego a casa desenvuelvo de inmediato el paquete. Nooo, pero qué monada. Es una especie de suéter para perros con el nombre deJoey. Azul y rojo como los colores de las letras que hay en su caseta. Para los días de frío. Qué detalle tan encantador. Casi, casi ¡Pero es cuestión de un instante! No, no lo llamo. Si lo hago me largará de nuevo todos esos discursos: «Pero ¿estás segura, Caro? Mira que te estás equivocando. ¿Lo has pensado bien?» Jamás me he sentido tan estresada como los días que siguieron a aquel en que tomé la decisión de dejarlo. Debería haberme sentido feliz con sus besos, con el hecho de que iba a pasar a recogerme, con la idea de que nos volvíamos a ver, de que íbamos a jugar de nuevo a tenis y, en cambio, a medida que se iba acercando el momento, todo me resultaba cada vez más angustioso, insoportable, sofocante Y horrendo. ¿Será ésa la otra cara del amor? ¿Qué es el amor? Con Ricky era muy feliz al principio, también con Lore, por quien siempre había sentido debilidad, y ahora se ha acabado con Lele, que también me gustaba a rabiar en un primer momento. ¿Seré yo la que no funciona? Quiero decir, ¿cómo es posible que al cabo de poco tiempo esos sentimientos desaparezcan? Sin saber muy bien por qué, de repente me tranquilizo. No. Yo funciono, vaya si funciono. Yo estoy enamorada del amor. Y eso no era amor. Eran mis ansias de enamorarme, de estar enamorada. Pero para eso hace falta mi él. Un él que funcione de verdad. Además de una sonrisa y la certeza. Massi es el amor. Nada más pensar en él vuelvo a sentirme desesperada, ya que no sé cómo encontrarlo.
Durante los últimos días de diciembre, Lele me acosa. No le respondo. Por el momento. Le he mandado un mensaje especial: «Perdona, pero creo que es mejor así durante cierto tiempo.» Puede interpretarse de mil maneras. Por eso es el más adecuado. Me gustaría haberle escrito: «Perdona si te llamo error», pero no estoy muy segura de que lo hubiese entendido. Y, en cualquier caso, no se habría reído.
31 por la noche. Una fiesta fantástica, una fiesta divertida a más no poder a la que han invitado a todos mis amigos. Y la noticia por excelencia: ¡mis padres me han dejado ir! Por si fuera poco, después voy a dormir a casa de Alis.
Estoy en el coche con Gibbo. Han organizado una fiesta increíble en casa de un tal Nobíloni, un disc-jockey fabuloso. La música es divina: para empezar, algunos temas de Finley, a continuación Tokio Hotel y por último los años ochenta. Y por primera vez me he emborrachado. Cerveza, champán, de nuevo cerveza, otra vez champán. Al final hemos ido a ver los fuegos artificiales al ponte Milvio. ¡Menudo espectáculo! Caía una nieve ligera, mientras los cohetes explotaban en lo alto. Uno ha llevado un estéreo pequeñísimo, pero con unos altavoces increíbles; una música genial, hemos bailado bajo las estrellas. Después ha llegado una pareja, ella tenía los ojos vendados. Él la ha acercado a la tercera farola, le ha quitado la venda y cuando ella ha visto dónde estaban se le ha echado al cuello gritando: «¡Ooohhh, sí! ¡Te quiero!»
¿«Te quiero»? ¡No puede ser! ¡Menuda frase! ¿Y yo? ¿Cuándo diré a alguien que lo quiero? Después, el tipo en cuestión se ha sacado del bolsillo un candado, lo han enganchado a la cadena que había sujeta a la farola y han tirado las llaves al río. «¡¡Eso es!!» Ha estallado un aplauso general mientras esos dos se besaban felices. ¿Y nosotras? ¿Qué pasa con nosotras, las pobres desgraciadas? ¿Nosotras, que llevamos el candado en el bolsillo desde hace no sé cuántos meses y no tenemos un nombre, una esperanza, un sueño donde engancharlo? ¿Por qué no hay una farola también aquí, en el ponte Milvio, para nosotras? ¡La farola de las solteras! Y con este último pensamiento en la cabeza, me despido del año ¡Adióóós!
Pues bien, eso fue más o menos lo que sucedió durante los primeros meses de colegio. En mi opinión, sin embargo, lo bonito de la vida cuando se echa la vista atrás es que te das cuenta de lo mal que has estado por ciertas cosas que luego olvidas por completo y que, en cambio, recuerdas siempre los momentos de felicidad. Y, sobre todo, cuando repasas lo que has hecho te percatas de que tal vez podrías haber entendido algo. Entonces sientes la tentación de volver sobre tus pasos, de regresar a ese momento y, quizá, cambiar la decisión que tomaste, optar por una diferente, algo así como lo que sucede enDos vidas en un instante, una película preciosa en la que sale Gwyneth Paltrow, o también en Hombre da familia, con Nicolás Cage; ambas te dan la posibilidad de ver cómo los dos protagonistas, un chico y una chica, podrían haber vivido dos vidas distintas. Sólo que, exceptuando esas películas, todos sabemos que eso no es posible.
Por eso, en ocasiones sólo tenemos una opción de elegir guiados por el corazón, por el instinto, por la confianza, sin posibilidad de volver atrás. Y yo espero de verdad que mi decisión sea la justa. Pero ¿qué hora es? No me lo puedo creer, apenas son las nueve y media.
Todavía estará durmiendo. Ha dicho a las once, pero ¿y si se despierta a mediodía? Lo he intentado antes por si acaso, pero tenía el móvil apagado. Más claro, agua. Está en casa solo, el sábado por la mañana, sus padres llevan de viaje una semana, la asistenta hoy no viene, ¿qué más se le puede pedir a la vida? Dormir. Dormir, a veces, es una cosa magnífica Cuando estás en paz con el mundo, cuando has estudiado y te has esforzado, cuando no has discutido con nadie, cuando has echado una mano en casa y has comido cosas ligeras. Entonces sólo te resta ir a dormir Y soñar. También eso resulta precioso cuando estás en ese estado. Y casi obligado. Es como entrar en un cine con los ojos cerrados. Alguien ha pagado la entrada por ti, pero sabes que no te decepcionará, que no será un disparate, que sonreirás, te divertirás y al final saldrás conmovida Bueno, pues dulces sueños, Massi, hasta luego. A fin de cuentas, el capuchino en julio se lo toma frío, y en cuanto a los cruasanes, lo importante es que sean frescos.
¡Buenos días, Erminia!
Me sonríe, pero no recuerda mi nombre. Venimos aquí de vez en cuando con mi madre y yo compro un ramillete de flores, uno de esos que tienen ya expuestos y que valen diez euros. Mi madre dice que en ocasiones, para las fiestas, es bonito que haya un poco de color en casa. Erminia siempre ha estado en esta esquina de la calle. Al principio su local era poco menos que un agujero, tenía alguna que otra planta que colocaba fuera, delante de la fuente, y un chico que la ayudaba. Ahora los chicos son tres, las plantas innumerables, y el tugurio se ha convertido en una auténtica tienda.
¿Puedo ayudarte?
No Gracias.
Luego reflexiono por un momento. No obstante la verdad es que nunca le he regalado flores a un hombre. Por lo general, son ellos los que nos las regalan a nosotras. Venga, ¿por qué no? Es algo raro, lo reconozco, pero es también un detalle precioso, para un día único, especial, que no tiene Que será incomparable. Quiero decir que nada volverá a ser igual después de que lo haya hecho. Después de que haya hecho el amor.
¡Sí! ¡He cambiado de opinión!
Erminia sonríe divertida al ver mi repentino entusiasmo.
Bien, acabo de atender a este señor y luego me ocupo de ti.
Vale, gracias.