Posamos y Alis nos retrata alzando la cámara y enfocándonos a las tres mientras ponemos unas caras absurdas. Luego comprueba cómo ha salido.
¡Perfecta! Oíd, hagamos algo,
¿Qué?
Esta noche podríamos cenar las tres juntas en las mismas narices de todos los enamorados, ¿os apetece? Yo invito ¿Sabéis adónde podemos ir? A Wild West, en la Giustiniana. Es un sitio genial.
¡Vale!
Y, por suerte, la tarde transcurre sin sobresaltos, sin muchos deberes que hacer siquiera. Me tumbo sobre la cama con los pies en alto y el iPod encendido. Escucho un poco de música al azar. Es increíble. Parece que esos cantantes te conozcan, que vivan contigo y que puedan oír incluso tus pensamientos. Ésa es, al menos, la impresión que tengo cuando escucho determinadas canciones. Dicen, palabra por palabra, todo lo que siento y lo que me gustaría poder decirle, por ejemplo, a Massi. Hasta la manera en que me gustaría hacerlo. Ni más ni menos. Habría que agradecer a los grupos y a los cantantes que hablen por nosotros. Quieres a alguien pero eres tímida o piensas que tal vez te equivocas, así que le dedicas esa canción y arreglado. Y. si eres afortunada, bueno, él entenderá todo lo que no has logrado decirle, y hasta puede que te dedique otra. Canciones para canturrear, escuchar una y otra vez y bailar juntos en una fiesta. Canciones para permanecer abrazados, canciones para copiar en el diario Massi y yo tenemos nuestra propia canción. Qué gracioso, no tenemos una relación, pero sí una canción.
Esta noche salgo, mamá.
Eh, ¿no estás estudiando poco últimamente?
No tenía mucho que hacer para mañana.
Vale, pero a las once te quiero de vuelta -Luego reflexiona por un momento-, ¿Por qué sales precisamente esta noche? San Valentín ¡¿Con quién vas?!
¡De eso nada! -«¡Ojalá!», me gustaría decirle- Salgo con Alis y Clod.
¿Seguro?
¡Por supuesto! Te lo diría, ¡¿no?¡
Pienso de nuevo en Biagio Antonacci y ya no estoy tan segura.
Justo en ese momento Ale pasa por nuestro lado.
Pero, mamá, ¿quién iba a ser el guapo que querría cargar con ella?
Qué simpática ¿Y tú qué haces.? ¿Sales con Giorgio o con Fausto?
Con ninguno, los he dejado a los dos.
Oh, vaya ¡Has hecho bien!
Sí, pero ahora salgo con Luca
Mi madre pone cara de desesperación. Trato de animarla.
Lo dice adrede, ya sabes cómo es. No es cierto. Sólo lo dice para molestarte.
Veo que se siente un poco más aliviada, pero yo, si he de ser sincera, no estoy tan segura.
Son las 20.30. Suena el telefonillo.
¿Podéis abrir? ¿Quién será a estas horas?
Es para mí, papá. ¿Sí?
Estoy aquí abajo -me responde Clod.
Voy en seguida.
Por lo visto, ahora sales todas las noches
De eso nada, papá jamás he salido entre semana. Además, se lo he dicho a mamá.
Mi madre aparece en ese momento con unos platos.
Sí, es verdad, me lo ha dicho.
Mi padre insiste. Debe de estar nervioso, como de costumbre.
El hecho de que lo haya dicho no significa nada.
Pero si sale con sus amigas
No es eso.
Pero
Empiezan a discutir. Lo siento mucho por ellos, pero Clod me espera abajo. Además, me apetece salir. Me ahogo en esta casa. Sobre todo cuando se producen esas discusiones tan estúpidas, tan inútiles, tan, ¡tan así que me sacan de mis casillas! Salgo del salón dando un portazo. Adrede. Y a continuación bajo a toda prisa la escalera y salto los últimos escalones antes de cada rellano. Dos. Acto seguido, tres. Después incluso cuatro a la vez. Estoy enfadada. Mucho. Mi padre siempre trata mal a mi madre. No entiendo por qué ella sigue con él. Quizá sea por nosotros, sus hijos. Sí, de alguna forma es culpa nuestra. Odio a mi padre. Odio que ataque de ese modo mi felicidad.
Venga, vamos.
Eh, ¿qué te ocurre?
Clod arranca a toda velocidad obedeciendo a mi orden.
Nada, no sucede nada.
Golpeo con fuerza el salpicadero del coche.
Eh, no se lo hagas pagar a él, que no tiene la culpa Si te sirve de consuelo, yo también he discutido con mi madre. No quería dejarme salir A veces me gustaría cambiarme por Alis
Pues sí.
Nos callamos, permanecemos en silencio durante un buen rato, salvo cuando le doy las indicaciones pertinentes.
Al fondo y a la derecha. Luego todo recto.
Y Clod sigue conduciendo concentrada, sin abrir la boca, sin hablar. Poco a poco me va pasando la rabia, sin ningún motivo. Es más, incluso llego a olvidar lo que ha sucedido.
¡Caray, es fantástico!
Abro el estuche y lo miro.
Tienes el último de Maroon 5 ¿Quién te lo ha dado?
Aldo me ha hecho una copia.
¿En serio? Es un cielo
La miro. Me mira. Sonríe.
¿Me lo prestas para que lo suba a mi iTunes y así lo tengo en el iPod?
¡Claro!
Bien.
Y sigo bailando hasta que llegamos a Wild West. Alis nos espera fuera del local.
¿Qué pasa?
Nada, ¡que sólo hay tres parejas y, por si fuera poco, son más viejos que nosotras!
Miro dentro.
Bueno, a mí no me parece tan mal ¡Además, uno de ésos se parece a mi hermano!
De eso nada, ojalá, me derretiría nada más verlo Es suficiente con mirarlo a los ojos, ¡ese es viejo por dentro! Venga, larguémonos
Y sube a su coche.
¡Pero si has reservado mesa!
¡Sí, sólo que a nombre de Clod! ¡Seguidme!
Arranca a toda mecha. La seguimos a dos mil por hora y al final llegamos a Celestina, en Parioli. Alis deja el vehículo en manos del aparcacoches.
Si me lo rayas, te mato
Se lo dice riéndose, pero tengo la impresión de que no habla en broma. Entramos.
Se acerca un camarero.
Buenas noches.
Hemos reservado mesa para tres, a nombre de Sereni.
Alis debe de haber llamado desde el coche. Esta vez ha dado su nombre: estaba segura de que nos quedaríamos.
Hola, Alis.
Buenas noches.
La saluda una mujer que está cenando con un tipo extraño, los dos tienen la cara un poco retocada. Quizá sean amigos de su madre. Por el modo de vestir es muy probable.
Ésta es vuestra mesa.
Nos sentamos. Alis mira alrededor.
Aquí estamos mucho mejor.
Sí, claro.
Y también está más cerca
Sí, pero la gente no es muy interesante que digamos.
Aun así, en las mesas se ve un poco de todo, hay parejas de todas las edades.
Eh, pero ¿ésa no es?, ¿cómo se llama? Sí
Miro en la dirección que Alis nos indica con la barbilla. Sí, es ella. Y está con otro, el día de San Valentín precisamente, quiero decir, no en una cena cualquiera.
Claro que es ella, pero yo tampoco recuerdo su nombre.
Alis insiste:
¡La novia de Matt!
Melissa
¡Eso es, Melissa!
Pese a que nos separa cierta distancia, la chica parece habernos oído y desvía la mirada hacia nosotras. Clod y yo nos hacemos las locas. Alis, en cambio, se la sostiene. Es más, veo que incluso arquea las cejas como diciendo: «Eh, guapa, ¿qué haces cenando con otro?» Después se vuelve hacia nosotras. Al parecer, por fin ha dado por zanjado el enfrentamiento.
No me lo puedo creer. Él le ha cogido la mano. Se la está acariciando
¿Y qué?
¡Pues que Matt y ella han roto!
Mañana lo llamo
¡Alis! Pero si ése apenas se acuerda de mí, y a ti debe de haberte visto una sola vez.
Sí, pero por la forma en que me ha mirado Verás cómo se acuerda. Se acuerda
Lo que tú digas
Abro la carta. Alis me saca de quicio cuando hace esas cosas. ¡Está demasiado segura de sí misma! Y, además, perdona, quizá vaya yo antes, ¿no? Ya está, me estoy poniendo nerviosa, pero, en realidad, no con ella, sino conmigo misma. Creo que debería decirle esas cosas. Debería discutirlas con ella y hacérselas notar, en parte porque sé que tengo razón. Bueno, quizá la próxima vez. Y también esto me cabrea un poco porque al final lo pospongo siempre para la próxima vez. Y, en ocasiones, cuando me gustaría contestarle no me salen las palabras adecuadas, de manera que lo dejo estar. Luego, cuando llego a casa, se me ocurre la respuesta perfecta, ¡pero entonces ya es demasiado tarde!
¿En qué piensas?
Oh, en nada
Como muestra, un botón
Entonces, ¿qué? ¿Lo habéis decidido ya? Daos prisa, que el camarero ya viene.
Alis nos mira esperando a que nos decidamos.
Yo tomaré un entrante de carne, y luego pastaall'amatriciana.
Veo que quieres guardar la línea, ¿eh? ¿Y tú, Clod?
Clod cierra la carta.
Yo sólo una ensalada.
¿Eh?
Alis y yo nos miramos a punto de desmayarnos.
No me lo puedo creer
¿Qué te ha pasado?
¿Te ha entrado por fin en la cabeza esa palabra que tanto odias, dieta?
Qué graciosas. Es que no tengo mucha hambre.
Cuando llega el camarero pedimos lo que hemos elegido. Alis opta por una langosta a la catalana, que yo probé una vez y me pareció que tenía demasiado vinagre, pero por lo visto a ella le encanta. En cuanto el camarero se aleja retomamos nuestras pesquisas.
¡Queremos saber el motivo de esa dieta!
Sí, que es lo que te ha llevado a entrar en razón
¿Qué ha pasado?
¿Alguien te ha hecho algún comentario?
¿Tus padres? ¿Un chico?
¿Ha sido por algo que has visto en una película?
¿Un sueño?
Nos divertimos acribillándola a preguntas hasta que, por fin, Clod no puede resistirlo más.
Vale, vale Ya está bien.
Se queda por un instante en silencio. Nosotras también.
Es que
¿Qué?
Clod nos mira por última vez, después esboza una amplia sonrisa.
Estoy saliendo con Aldo.
¡Nooo!
¡No me lo puedo creer!
Alis se echa hacia atrás con tanta fuerza que está a punto de caerse de la silla, Yo estoy feliz a más no poder, si bien aún me cuesta dar crédito.
No es una broma, ¿verdad?
¿Te parece propio de mí bromear sobre esas cosas?
Cuéntanos
Poco a poco, en nuestra mesa se produce una suerte de silencio, ese que sólo la palabra amor sabe crear. Porque el amor, es decir, la manera en que dos personas se conocen, se frecuentan, se llaman por teléfono, empiezan a salir juntas o rompen, le interesa siempre a todo el mundo, es inevitable. Si, además, quien te lo cuenta es alguien como Clod, te emocionas aún más.
Pues bien, la clase de gimnasia se había acabado ya. Me había duchado y todavía tenía el pelo un poco mojado. Cuando salí, él estaba allí, en la puerta del gimnasio. Llovía y las gotas se veían a contraluz porque la bombilla de la farola estaba fundida
¡Caramba! Es perfecto
Clod le sonríe a Alis.
Extrañamente, Aldo no hizo ninguna imitación. En lugar de eso, nos miramos y nos echamos a reír. Después pasó un coche pegado a la acera a gran velocidad; no nos había visto, y poco faltó para que quedásemos como sopas.
¡Precioso, igual que en las películas!
Sí, de manera que acabamos pegados el uno al otro Y, no sé cómo, nos besamos.
Como dos imanes que se atraen
Sí, claro, como dos imanes
Alis siempre tiene que reventarlo todo.
¿Entonces? ¿Se puede saber qué haces aquí? ¡Deberías estar celebrándolo con él, ¿no?!
De hecho, me ha mandado un mensaje, quizá nos veamos luego.
¡De eso nada, ve ahora mismo!
Clod mira a Alis como si le estuviese preguntando «¿Puedo?». Pero yo no lo pienso dos veces e insisto:
¡Venga! ¡Yo me quedo con Alis!
¡Claro, nos haremos compañía mutuamente!
En cuanto acaba la frase, Clod casi vuelca la mesa.
Gracias, habíamos organizado una cena pero no sabía cómo decíroslo
Y sale del local. Alis y yo nos quedamos comiendo y hablamos por los codos, comentando la increíble noticia.
¿Te das cuenta? ¡Clod tiene novio y nosotras no!
Aunque la verdad es que estoy encantada. Ella era la que, en teoría, tenía menos posibilidades de todas nosotras. Por un momento tengo la impresión de que Alis está triste, y la verdad es que no sé por qué. Deberíamos alegramos por nuestra amiga. ¡Su sueño se ha cumplido! La verdad es que la idea de pasar todos los días con Aldo y soportar continuamente sus absurdas imitaciones me parece una pesadilla. ¡Pero ella está contenta! Y eso es lo que cuenta en la vida, ser felices gracias a las cosas que realmente nos hacen felices Se lo digo a Alis, pero ella parece estar pensando en otra cosa.
Perdone, ¿tienen tarta de chocolate? -le pregunta al camarero.
Sí, por supuesto.
¿Me trae un buen pedazo?
A continuación me mira sonriente.
Tal vez el año que viene estaremos aquí con nuestros novios y ella estará sola de nuevo
Sí Puede ser, aunque quizá estemos las tres ¡con tres chicos!
Alis me mira de una forma extraña y se encoge de hombros.
Sí, claro.
Y me resulta extraño que no haya pensado en esa posibilidad.
Tom, el abuelo de Carolina
Soy Tommaso, el abuelo de Carolina. ¡Mi nieto Giovanni, o Rusty James, como lo llama ella, captura el mundo en una página en blanco. Yo también, sólo que uso otro tipo de papel: el fotográfico. El objetivo contiene el espacio que quiero inmortalizar; un círculo tan pequeño que, sin embargo, puede retener un momento mágico, irrepetible. La fotografía detiene el tiempo, vence el temor de que todo se pierda algún día. Es suficiente con un clic. Esa imagen y. sobre todo, lo que evoca serán nuestros para siempre. Ésa es la idea que siempre me ha gustado del arte de la fotografía. Los momentos que puedo compartir con los demás, con mi Lucilla sobre todo. En mi opinión, ella es una modelo bellísima. Un rostro que cambia con frecuencia de expresión y que inspira innumerables fotografías. Tendríais que verla. Tiene unos ojos indescriptibles. Todavía hoy me pierdo en ellos. Cuando la miro me siento seguro. Ella camina por la casa tranquila. Ordena las cosas, lee, se prepara un té, me habla. Y yo me siento feliz. Sé que podría morirme hoy mismo y que me daría igual, porque he tenido todo cuanto deseaba. Mejor dicho, he tenido todo cuanto sabía que deseaba, porque a menudo nos equivocamos al desear las cosas. Creemos saber qué es lo mejor para nosotros y, en realidad, nos lo imponemos. Es el riesgo que uno corre cuando no se escucha realmente a sí mismo. Con mi Lucilla, en cambio, he aprendido a buscar lo que quería mi corazón. Así, cuando cojo mis fotografías, todas ellas, puedo reconstruir cada momento del viaje que he realizado con ella. Ella, que me ha enseñado a vivir y me ha convertido en una persona mejor.
Ella, que nunca se rindió cuando estábamos desesperados porque no teníamos dinero. Se arremangó y, serenamente, empezó a construir, aprovechando lo poco que teníamos. Con el paso del tiempo, esas fotografías han acabado conteniendo una vida que hay que volver a mirar para sentirse de nuevo como en todos esos instantes que intenté detener. Sin perder nada, incluso cuando dejemos de existir, esas fotos sabrán conservar lo que cuentan. Y los que aman podrán captar en cualquier momento ese matiz que, quizá, han perdido en el frenesí de la vida. Hago fotografías desde hace muchos años. Las conservo en unos álbumes que guardamos en el salón, y alguna que otra noche Lucilla y yo nos sentamos en el sofá para hojearlos. Cuántos recuerdos y alegrías, aunque también cierta tristeza por lo que ya no puede volver. No obstante, el placer consiste en mirarlas una y otra vez. Y, por encima de todo, en comprobar que nuestros rostros aparecen siempre, y verlos cambiar, una página tras otra. Ella y yo. Qué amor. El amor. Todavía recuerdo la primera vez que la vi. Ambos éramos muy jóvenes y yo, desde luego, muy torpe. Paseaba en bicicleta y la vi caminando de una manera que nunca he conseguido olvidar. Un paso hermoso, sólido y ligero al mismo tiempo. Un paso que me reconfortaba. Lo primero que me pasó por la mente y que me asustó fue que podía perderla, que sí no hacía algo entonces, en ese preciso momento, jamás volvería a verla caminando así. Tenía que lograr que se detuviese, inmortalizarla de algún modo. Pero no tenía nada para hacerlo, aparte de mí mismo. De manera que bajé de la bicicleta y me presenté. Al principio ella pareció asustarse un poco, pero acto seguido se echó a reír. Se echó a reír En aquella época si un desconocido abordaba a una chica y entablaba conversación con ella, ésta tendía a mostrarse reacia, en parte por miedo a lo que pudiese decir la gente. Pero ella no. A pesar de que estábamos a plena luz del día, se echó a reír. Y habló conmigo. Y yo supe de inmediato que jamás podría estar sin ella. Así fue. He conocido a otras mujeres y nunca ninguna me ha parecido tan maravillosa como mi esposa. Cuando se rió, decidí que necesitaba a toda costa una cámara de fotos. Para fotografiarla a ella. Tuve que comprarla a plazos, con el dinero que gané con mi primer trabajo. Pero la compré. Y empecé a fotografiarla en todo momento, y ella se avergonzaba. Era hermosísima, incluso cuando me hacía muecas. Después, los paisajes, los objetos, mis otros seres queridos, nuestra hija, mis nietos, todo cuanto me rodeaba fue capturado también por el objetivo. La fotografía es mi manera de expresarme. También el dibujo, mi otra pasión, pero no es lo mismo que cuando pulso el disparador de la cámara. Cuando miro una foto veo un fragmento de mi vida y recuerdo perfectamente ese día. Luego sonrío. Sé que seguirán estando ahí cuando yo me haya marchado. Tal vez alguien que sepa mirar bien dentro de ellas pueda llegar a ver la sonrisa de mi alma. En caso de que así sea, serán mi verdadera herencia.
Marzo
¿Durante cuánto tiempo has conseguido mantener el móvil apagado? ¡Nunca!
¿Algo que lamentas del mes pasado? No haber encontrado a Massi.
¿Qué es para ti la primavera? La ligereza.
El peor sms que has recibido este mes: «¿Por qué los elefantes no pueden chatear? Porque temen a los ratones.» ¡Me lo mandó Filo!
¿Pelo largo o corto? Largo.
¿La película más guay que has visto? Guay, no lo sé, peroRatatouille me encantó.
¿Blanco o negro? Blanco
¿Uñas cuidadas o mordidas? Ninguna de las dos.
¿El cumplido que más te gusta? Qué guapa eres.
¿El que odias? Estás muy buena.
Recuerdo que cuando era pequeña solían decirme que marzo era un mes loco. No entiendo por qué decían eso, porque ni siquiera rima. Como mucho, «marzo, gran gustazo». ¡Así podría ser el mes preferido de Alis! O «marzo, gran esfuerzo». Y en ese caso se podría aplicar a Clod y a su dieta.
Pensándolo bien, todos los meses pueden ser locos. Depende de lo que suceda. En cualquier caso, ¿cómo iba a imaginar yo que marzo cambiaría mi vida? No. Así no. Pero bueno, empecemos por el principio.
Nico es un tipo realmente divertido. Es alto, bastante más que yo, tiene un cuerpo robusto, es guapo, con el pelo rizado y los ojos azules. Conduce una moto que, según aseguran todos, es «veloz como el viento». Él se ríe, hace el caballito y está siempre alegre. Tiene una Honda Hornet negra, agresiva. No obstante, consigue conducirla sobre una sola rueda durante un buen rato.
¿Te apetece venir a dar una vuelta? Venga, Carolina, sube atrás Vamos a echarle una carrera al viento.
Me mira así, con unos ojos azules y profundos que me recuerdan el mar cuando está en calma, cuando miras a lo lejos y no ves dónde acaba, cuando te pierdes en ese azul claro hasta el punto de no llegar a entender dónde empieza el cielo. En fin, que me gusta, no puedo negarlo. Pero una vuelta sobre una sola rueda
No, gracias, Nico.
Como quieras
Derrapa y hace girar la moto sobre la rueda de atrás, frena con la de delante y da vueltas mientras la trasera levanta una nube blanca, como si se estuviera quemando. Pero al poco aparece una mujer gorda vestida con un chándal que le echa la bronca,
¡Ya está bien, Nico! ¡Menuda peste estás dejando! ¡Aquí se viene a trabajar!
Nico se para, apaga el motor y aparca la moto. Luego vuelve a ponerse la gorra y se acerca al surtidor. Ahora parece un poco triste y abatido. En pocas palabras, que ya no fanfarronea como antes.
Tienes que llenar el depósito, ¿no. Carolina?
No, gracias, ya lo he llenado antes.
Pues sí: Nico es el hijo del gasolinero. Pero no ha sido por eso por lo que no he querido dar una vuelta con él, ¡sino porque de verdad me da miedo! En cualquier caso, desde que lo he descubierto voy siempre a echar gasolina allí. Aunque no por Nico, a él lo conocí después, sino por Luigi, su padre. Es un tipo bajito con un bigote enorme, bajo el mono lleva siempre corbata, y es risueño y amable incluso conmigo, que como mucho me gasto cinco euros. Porque, a veces, los gasolineros, cuando se dan cuenta de que no piensas ni por asomo en llenar el depósito, que les haces poner en marcha el surtidor por tan sólo cinco euros, te tratan mal, ni siquiera te miran cuando les pagas y tampoco te dicen adiós cuando te vas. En cambio, él y su esposa Tina son siempre encantadores.
Tina es una mujer gorda, rechoncha, con un pecho abundante y el pelo oscuro y ondulado. Es la que antes ha gritado a Nico. Aunque físicamente Nico haya salido a ella, los ojos los ha heredado de su padre. Esa mujer trabaja como una mula, a menudo la veo lavando los coches que le llevan. Ella es la que se ocupa de esa tarea: los hace pasar por el túnel de lavado y luego los seca. Se abalanza con dos grandes trapos encima del capó y prueba a secar el parabrisas y después el techo, aunque el tamaño de su busto no es que le facilite la labor precisamente. Resopla porque le aprieta el mono, pero ella sigue con el pelo cayéndole por la cara, sudando y jadeando, y aun así hace su trabajo con gran meticulosidad. Y Nico haciendo cabriolas con la moto mientras su madre se desloma En fin, es asunto suyo.
Un día, sin embargo, mientras vuelvo del colegio noto que una moto se acerca a mí. Se pega tanto que casi me hace caer y me obliga a frenar. Hasta que se quita el casco no me doy cuenta de que es él.
¡Nico! ¡Me has asustado!
Perdona -Hace una pausa y luego dice-: ¿Por qué no quieres salir conmigo? ¿Por qué soy el hijo del gasolinero?
No sé qué responder. Lo veo ahí, delante de mí, con el pelo rizado y el semblante resuelto pero que deja entrever un buen corazón, diría que incluso parece un poco cortado.
¿Por qué dices eso? No tiene nada que ver.
¿Estás segura?
Por supuesto.
Demuéstramelo.
Para empezar, no tengo que demostrarte nada. Y, por si te interesa, no salgo contigo porque quieres llevarme con esa moto tuya que conduces como un loco Ahora mismo he estado a punto de caerme. Si conduces sobre una sola rueda, nunca montaré contigo.
Nico sonríe.
¿Y si te prometo ir muy pero que muy despacio? ¿Y que no haré el caballito?
Si me lo juras
Te lo juro.
Permanecemos en silencio unos segundos.
¿Vamos a dar una vuelta?
No puedo.
¿Ves? Lo sabía
No puedo porque tengo que estudiar. Hoy no he hecho nada aún.
¿Mañana por la tarde?
Veo que me mira arqueando las cejas. Me está poniendo a prueba.
Vale. Sobre las cinco, siempre y cuando no llueva.
Nico está encantado. Parece un niño caprichoso que acaba de obtener cuanto quería.
Dame tu dirección para que pueda pasar a recogerte
No, nos vemos en la escuela. En el Farnesina.
¿Por qué? Eso también me parece sospechoso.
Porque mis padres no me dejan ir con nadie en moto. Y nunca se tragarían tu juramento.
Juro que lo mantengo.
Vale. Adiós Hasta mañana.
Echa la moto un poco hacia atrás y me deja pasar-
Adiós
Pero mientras vuelvo a casa siento que me voy poniendo cada vez más nerviosa. Maldita sea. No debería haber aceptado. Quiero decir que me ha puesto entre la espada y la pared. No me he sentido libre de poder elegir. O sea, ¿sabes cuando te das cuenta de que tienes que hacer algo a la fuerza? ¿Que incluso, aunque en un principio te apeteciera, luego no tienes ningunas ganas? Siempre he sido libre de elegir a las personas con las que salir y ahora me pasa esto, todo porque quería que entendiera que el hecho de trabajar en la gasolinera no tenía nada que ver Bueno, he de reconocer que el lío me lo he buscado yo solita. Maldita sea.
Por la noche sigo agitada Por suerte, Ale ha salido a cenar, porque, de no ser así, nos habríamos tirado los platos por la cabeza. Además, no tengo el número de móvil de ese tipo -ni siquiera consigo llamarlo Nico de lo nerviosa que estoy-, de modo que no puedo mandarle un sms con una excusa cualquiera ¡Menudo coñazo!
¿Qué te pasa, Caro? Te noto muy nerviosa
No es nada, mamá.
¿Seguro?
Me mira a los ojos entornando levemente los suyos. Da la impresión de que consigue leer mis pensamientos, y la verdad es que, en cierto modo, así es. Pero no quiero que se preocupe.
Te repito que no es nada He discutido con Alis.
Siempre he dicho que esa chica es extraña, ¡sois demasiado distintas!
Sí, lo sé Tienes razón, pero ya verás cómo se me pasa en seguida
Y así es. Después de lavarme los dientes y de arrebujarme entre las sábanas, me tranquilizo un poco. Pues sí, ¿qué más da? En el fondo sólo se trata de salir un rato mañana por la tarde, nada más. Puede que hasta me divierta. Sea como sea, es guapo y, además, a saber adónde me llevará. Y con estos últimos pensamientos, me voy calmando poco a poco y me duermo.
Sin embargo, cuando me levanto a la mañana siguiente vuelvo a sentirme inquieta. Es una agitación extraña, como cuando te das cuenta de que has tenido una pesadilla pero no recuerdas nada, tienes ganas de comer algo para desayunar pero no sabes qué, querrías estar sentada en el pupitre sin moverte y, en cambio, no dejas de toquetear el estuche y de sacar un lápiz tras otro, o de abrir la bolsa y buscar lo que sea, no importa qué
¿Qué te ocurre, Caro?
¿Por qué lo dices?
No paras de moverte. -¡Uf!
Incluso tu compañera te lo dice, y tú sabes que ha acertado pero aun así te molesta, en particular porque no le falta razón. En fin, por la tarde, después de haber estudiado lo justo, me planto delante del espejo. Me pruebo varios vestidos y al final elijo lo que me parece más adecuado: un par de vaqueros, una camisa azul oscuro de cuadros celestes y blancos, una sudadera Abercrombie azul claro, unas zapatillas Nike negras, un cinturón ancho D &G y una cazadora azul oscuro Moncler. En pocas palabras, que no quiero ni pasarme ni quedarme corta. Hasta me he recogido el pelo y estoy sentada en la cama mirando fijamente el radiodespertador que hay sobre la mesa donde, a esta hora y en circunstancias normales, seguiría estudiando.
16.10.
16.15.
16.18.
Me recuerda a algo que me contó Rusty James una vez. Cuando hacía el servicio militar se despertaba prontísimo y siempre tenía el día muy ocupado, pero una hora antes del permiso de salida, se quedaba de brazos cruzados. El tiempo se le hacía eterno. Algunos se sentaban sobre un muro con las piernas colgando, otros paseaban arriba y abajo, fumaban un cigarrillo u hojeaban el único periódico disponible, casi reducido a jirones, por enésima vez. ¡Luego, por fin, sonaba la trompeta! Y entonces todos se precipitaban hacia la pequeña puerta, que era la única salida del cuartel. Pues bien, yo me siento exactamente así. Sólo que yo no salgo de permiso. ¡Salgo con el «coronel Nico»! Es como si el reclutamiento fuese de nuevo obligatorio sólo para mí. Bueno, al final, de una manera u otra, incluso ordenando mi habitación por segunda vez, se hacen las 16.50 y yo también puedo salir a toda prisa.
Dejo una nota para mi madre: «Vuelvo en seguida, Caro.» Quizá esta sea la única vez que será cierto. Al menos, ésa es mi intención. Cuando llego delante del colegio, él ya está allí, apoyado en la moto con dos cascos idénticos, uno sobre el depósito y otro a su lado, sobre el sillín.
¡Hola!
Está exultante.
Hola
Espero que el tono de mi voz no me haya delatado. Veo que no. No arranca la moto y se marcha, de manera que no tiene ni idea de lo que pienso.
Pongo el candado y en seguida estoy contigo
Claro, no hay prisa
Mientras pongo la cadena me inclino junto a la rueda delantera y, como si se tratase de un pequeño detalle situado entre el carburador y el caballete, veo asomar sus zapatos: son de ante, con unos flecos peinados hacia adelante y una pequeña hebilla en un costado. Dios mío, ¿de dónde los habrá sacado? Ni siquiera buscándolos en internet se puede dar con algo semejante, ni aun entrando en eBay y escribiendo en el buscador: «La cosa más horripilante del mundo.» ¡Ni siquiera allí son capaces de llegar a ese extremo! En cualquier caso, da igual. Ahora ya no tiene remedio.
Poco después me encuentro detrás de él, sentada en el sillín. Al menos conduce despacio, tal y como prometió.