¿Adónde vamos? -pregunto, curiosa.
Oh Es una sorpresa
Me toca la pierna con la mano izquierda y me da unas palmaditas, como si yo fuera uno de eses perros a los que les haces «pam, pam» para tranquilizarlos. Me entran ganas de gritar «¡uuuh!», de aullar al cielo por mi maldita capacidad de meterme en líos. Pero desisto y miro fijamente la calzada al tiempo que le aparto la mano de la pierna.
Conduce con las dos manos, que me da miedo
Así está mejor.
Poco después aminora la marcha, se mete entre dos coches parados y aparca la moto.
¡Hemos llegado!
Baja y se quita el casco.
¿Te gusta?
El Luneur. El parque de atracciones. Me mira risueño, radiante de felicidad, ni que lo hubiese construido él.
¿Has estado ya?
Oh, sólo una vez.
En realidad solía ir con mis padres cuando era pequeña y me divertía como una enana. Quizá porque a mi madre le daba miedo todo y mi padre le tomaba el pelo y la asustaba. Recuerdo que en una ocasión queríamos entrar en la Casa del Terror y mi madre se negaba a subir a la vagoneta con la que se hacía el recorrido. Al final, ella y yo subimos juntas en la primera vagoneta, y gritábamos tan fuerte que debimos de asustar incluso a los monstruos.
Ven, vamos por aquí. -Me coge de la mano y me lleva al Laberinto de los Espejos-. ¿Te apetece?
Bueno.
Dos entradas, por favor.
Entramos, pero casi resulta sencillo orientarse allí dentro, de modo que al cabo de unos minutos estamos de nuevo fuera.
¿Te ha gustado?
Oh, sí, sólo hubo un momento en que no sabía muy bien hacia adonde ir.
Lo has hecho muy bien.
En realidad, he chocado dos veces contra un cristal que ni siquiera había visto. Me he echado a reír. Menos mal que no se ha dado cuenta.
¿Disparamos un poco?
¡Sí!
Nos dan dos rifles. Yo mantengo apretado el gatillo lodo el tiempo, como si fuese una ametralladora.
¡No, así no! -me riñe el encargado-. Un disparo cada vez
Sigo sus instrucciones, pero eso no impide que Nico se vea obligado a pagar otros diez euros. Le estoy costando una pasta. Aunque, por otra parte, la idea de venir al parque de atracciones ha sido suya.
Después subimos al «Tabata», saltamos por todas partes cuando acelera, y Nico se separa del borde y prueba a llegar hasta el centro. Otro tipo lo consigue también. Se mantienen en pie solos, en el centro, con los brazos extendidos como si se tratase de un desafío entre ambos, un desafío personal, a ver quién resiste más. La chica del otro tipo y yo nos miramos. Ella sacude la cabeza por solidaridad, como si quisiera decirme; «¿Has visto lo que tenemos que aguantar?» A mí me gustaría contestarle: «¡Sí, pero yo no salgo con ése y, en cambio tú sí!» Pero me contengo.
Poco después nos encontramos delante de un montón de peceras de cristal, yo me quedo cerca del borde e intentamos meter dentro una pelotita de ping-pong. Sólo que Nico al final se cabrea y tira cinco a la vez. Las pelotas rebotan sobre los bordes y acaban fuera, no hay nada que hacer. Es gafe. Yo tiro una y doy en el blanco.
¡Muy bien, Carolina! ¡Bravo!
Un hombre anciano se me acerca con una bolsita transparente que sujeta con dos cordeles, está llena de agua y dentro hay un pez de color rojo.
Enhorabuena, Es tuyo.
Gracias.
Miro al pobre pez rojo que hay dentro de la bolsa, prácticamente boquea. Está quieto, en la única posición que le permite el espacio. Me da pena, pero es mejor que dejarlo allí.
Ven, ¿te apetece comer algo? Vamos.
Nos detenemos delante de un extraño marroquí vestido con ropa abigarrada y alegre que habla por los codos, si bien apenas se entiende lo que dice.
Entonces, ¿qué quieres dentro?,¿tzatziki? Yo, si quieres, le echo tomate y cebolla, además del kebab y la ensalada fresca. Ya lavada, ¿eh? Tú no te preocupes.
Y le enseña a Nico unas manos un poco mugrientas ¿Madre mía, se las haría lavar cuarenta veces!
Oh, yo lo quiero con mucha cebolla ¿Y tú, Carolina?
No, yo tomaré un helado industrial, gracias.
El marroquí abre una de las puertas de la nevera que hay a su lado.
Elígelo tú, coge el que quieras.
Al final opto por un polo de menta. Nico se hace preparar una pita rebosante de kebab, cebolla, mayonesa, nata acida, tomate y lechuga. Comemos sentados a una mesita de acero, las sillas son de hierro y están un poco oxidadas. Delante de nosotros hay una caja de plástico roja, descolorida, donde hay embutidas un montón de servilletas. Nico come con avidez.
Mmm, está para chuparse los dedos.
Habla sonriendo con la boca llena de comida, pero, por suerte, la mantiene cerrada.
Ese tipo sabe lo que hace
Y yo no digo nada. Incluso el envoltorio del helado me parecía mugriento.
Poco después subimos a la noria del Luneur. Es grande, enorme. Nuestra cabina abierta sube balanceándose peligrosamente. Estamos sentados uno junto al otro. Yo llevo en la mano la bolsita con el agua y mi pececito aturdido dentro. Nico huele a cebolla. De repente, la noria se detiene. «Stutump.» Un ruido frío, sordo, procedente del mecanismo central. La cabina oscila hacia adelante y hacia atrás. Acto seguido, lentamente, se queda por fin quieta. Nico se asoma.
Oh, somos los únicos -A continuación me mira risueño-. Han querido darnos el gusto de parar la noria
«Pues vaya gusto» Pero me abstengo de hacer comentarios.
Mira. Mira qué bonito ahí abajo, se ve la puesta de sol.
Detrás de las casas que se ven a lo lejos, al fondo, hacia el mar de Ostia, se vislumbra un último gajo rojo. Sí, debe de ser el sol. Los edificios que hay alrededor están envueltos en una luz anaranjada, Nico me señala algo a la izquierda.
Ése debe de ser el Altar de la Patria
Un pino alto tapa por completo el monumento.
Allí -añade volviéndose hacia mí- está el Coliseo Y allí al fondo está el Stadio Olímpico, donde el domingo jugará la Magica Roma contra la Juve Esperemos que vaya bien
Y yo, silencio. Os lo juro. ¿Sabéis lo que significa silencio absoluto? Quiero decir que no logro encontrar una palabra, un comentario, una frase cualquiera. Sólo tengo una idea fija en la cabeza: que el tipo que está ahí abajo ponga en marcha la noria cuanto antes. Nico me mira y se acomoda la cazadora.
¿Sabes? Me alegro mucho de que hayas querido salir conmigo Me arrepiento de haber pensado que eras un poco, un poco así, en fin, por el hecho de que soy el hijo del gasolinero
Ya ves -Le sonrío-. Bueno, no pienses en eso
Me gustaría saber qué habría pasado si le hubiese dicho eso mismo a Alis, qué habría contestado ella. Después, lentamente, Nico se aproxima a mí.
Eres preciosa
Más cerca, cada vez más cerca Dios mío, ya huelo la cebolla. Socorro. ¿Y ahora qué hago?
Perdona, Nico -Me aparto volviéndome hacia el otro lado-. No te lo tomes a mal, pero es que apenas nos conocemos.
Sí, tienes razón
¡Carolina! Pero si así parece que le estés diciendo que quieres seguir viéndolo y que luego, querido Nico, ¿quién sabe?, ya veremos
Bingo. Nico sonríe esperanzado.
Bueno, una de estas noches podríamos salir a cenar
Me mira muy seguro de sí mismo. Eso sí que no. Basta. El hecho de que no te importa que sea hijo del gasolinero se lo has demostrado ya. Ahora basta.
Lo siento -Entonces se me ocurre algo genial-. Pero ya salgo con un chico
¿Qué?
Vaya, no lo había pensado, ahora es capaz de decirme de todo, reprocharme que no se lo haya contado antes.
Bueno, en realidad hemos roto. Nico, es que no puedo dejar de pensar en él En fin, que quería probar a salir contigo Creía que podría
Me viene a la mente una de esas estupideces que se oyen decir a veces.
Ya sabes, un clavo saca otro clavo
Silencio. Sin embargo, Nico sigue sonriendo, todavía abriga alguna esperanza. ¡Y, de repente, me veo gorda, obesa, con un pecho enorme, embutida en un mono de gasolinero y lavando los cristales de los coches junto a la madre de Nico! A continuación, como en una especie de rápida metamorfosis, adelgazo en un abrir y cerrar de ojos, vuelvo a llevar puesta mi ropa, vuelvo a ser yo misma, la de siempre, libre
Pero, en lugar de eso, he comprendido que no hay nada que hacer, que todavía estoy obsesionada con él
De nuevo, silencio.
¿Lo entiendes, Nico? Es lo que hay, lo siento.
Poco después nos bajan y abandonamos la cabina. Me acompaña a casa sin pronunciar una palabra durante todo el trayecto.
Gracias, me he divertido mucho. -En ocasiones se impone la mentira-. Ya nos llamaremos, ¿no?
Sí, adiós. -Se despide con la boca pequeña y la espalda encorvada, disgustado.
Luego se aleja lentamente con la moto y me deja así, con el pececito en la mano.
Cuando llega al extremo de la calle, hace el caballito, alza la moto y echa a correr con una sola rueda, acelerando y frenando. Por suerte, no se cae. Sólo me habría faltado tener que acompañarlo al hospital.
Amy Winehouse.Me & Mr. Jones. Alegre, bonita, efervescente. Voy circulando con la moto y el pez casi parece bailar al ritmo de la música, hasta tal punto se balancea en su bolsa llena de agua, que he colgado en el perno del parabrisas. ¡Madre mía, menuda tarde! Nunca más. En serio, no me gustaría volver a repetir una salida similar, aunque la verdad es que no estoy muy segura de que, si me vuelve a ocurrir, sea capaz de tener la lucidez y la determinación que he demostrado hoy. Ya está: Lo llamaré el Día de la Cebolla. Quiero ver si de verdad seré capaz de olvidarlo cuando me vuelvan a proponer un «Día de la Cebolla».
Antes de regresar a casa paso por Valle Giulia. Está lleno de curvas y debo prestar mucha atención para no acabar con la rueda de la moto dentro de los raíles del tranvía ¡De lo contrario, puedo salir volando! Llego frente a la Galería Nacional de Arte Moderno, giro a la derecha y subo por Villa Borghese.
Bajo de la moto y me quito el casco. Prácticamente ha oscurecido ya, pero la fuente está iluminada.
Mira, aquí dentro encontrarás un montón de pececitos como tú Ya verás cómo vas a estar fenomenal, ¡Sam!
Lo llamo así, pese a que no sé si es un macho o una hembra. Lo único que sé es que el Día de la Cebolla ha servido para salvar a alguien, al menos por el momento. Vierto el contenido de la bolsa de plástico en la fuente. Plof.Sam da un buen salto, se hunde y se detiene por un momento como si estuviera aturdido, pero acto seguido se libera de la estrechez de la bolsa de plástico, sacude la cabeza y, poco a poco, empieza a nadar con alegría
Eso es,Sam, diviértete Vendré a verte pronto.
La verdad es que no sé si lo haré durante los próximos días, el mes que viene o incluso a lo largo del año, pero me gusta la idea de tener un amigo pez que de nuevo nada libre en esa fuente tan bonita. Lo reconoceré porque es rojo y tiene una pequeña mancha en el dorso, justo debajo de la aleta, y me encantará acercarme a él y decirle: «Eh, Sam Cebolla, ¿cómo te va?» Y verlo llegar procedente de cualquier rincón de la fuente y aproximarse a mí moviendo la aleta, pese a que no es un «pez-perro». Sí, ya sé que eso nunca ocurrirá, pero me gusta imaginar que podría ser así por otra parte, si tú no crees en tus propios sueños, ¿cómo puedes esperar que otra persona lo haga por ti?
De manera que vuelvo a casa muy satisfecha y algo hambrienta. Pero cuando entro no encuentro a nadie. Sólo una nota: «Ve cuanto antes a casa de los abuelos. Todos estamos ahí. Tu madre.» Esa firma, esa poca información, ese «Ve cuanto antes», esa prisa repentina incluso en la escritura Esa manera de recalcar que esmi madre. Como si una chica de catorce años todavía no estuviera preparada, como si con los años no hubiese ido desarrollando las emociones, la manera de sentir, como si sólo fuera un motivo de preocupación y hubiera que temer su manera de reaccionar. Y mientras me dirijo hacia allí con la moto no dejo de pensar, de razonar, trato de entender. Pero no alcanzo a imaginar qué puede haber sucedido. No sé que en unos instantes oiré el silencioso sonido que produce la ruptura de un sueño.
Qué extraño. La puerta está abierta.
Hola Estoy aquí ¿Mamá?
La veo al fondo del pasillo. Está mirando dentro de una habitación. A continuación me ve y esboza una sonrisa. Frágil. Leve. Cohibida. Llena de dolor. A un paso de las lágrimas. Una sonrisa que cuenta una historia. Que no entiendo. Que no quiero entender. Se acerca a mí, primero lentamente, después cada vez más veloz, hasta que casi echa a correr. Me abraza, me estrecha y cierra los ojos respirando profunda y prolongadamente. Pretende ser una madre, grande, fuerte. Y, en cambio, sólo es una hija con los ojos anegados en lágrimas.
El abuelo ha muerto.
¿Cómo?
Me entran ganas de gritar y rompo de inmediato a llorar.
Chsss, chsss, tranquila, pequeña
Mi madre me acaricia el pelo, me estrecha entre sus brazos, después me lleva consigo sin soltarme por el pasillo hasta que llegamos a la última habitación, la misma frente a la que ella se encontraba antes. El abuelo yace en la cama con un semblante sereno, aunque condenado al silencio. Siento cierto temor. No sé qué hacer. Alzo la mirada. Tengo los ojos llenos de lágrimas. Empañados. Como si fuesen unas lentes que cambian mi manera de verlas cosas.
En la habitación hay varias personas. Parientes. Parientes que hace tiempo que no veía. Alessandra. Rusty James está en un rincón. Mi padre habla al otro lado con su hermana. Me separo de mi madre. Me libero de ella y me acerco al abuelo. Me detengo junto a una de las esquinas de la cama. Después me armo de valor y me aproximo cada vez más. Siento sobre mí los ojos de los presentes. No levanto la mirada. La mantengo fija en el abuelo.
Lo siento mucho. Te echaré de menos. Siempre me hacías reír, y dibujabas tan bien. Me habría encantado llegar a ser tan buena como tú, que tú me enseñases. Siempre te mostrabas paciente, tranquilo, nunca alzabas la voz y me contabas cosas que me mostraban todo cuanto tú habías visto y yo desconocía. Además, ese amor tan grande que sentías, como el dibujo que hiciste hace tan sólo unos días. Tu amor por la abuela. Alzo la mirada. Ella está sentada delante de mí en una silla pequeña. Tiene el pecho encogido, la cara lavada, sin una gota de maquillaje, está pálida y en silencio. Me mira sin decir nada. Luego mira de nuevo al abuelo. Y yo no aparto los ojos de ella. Primero ella, después él, a continuación los dos. ¿En qué estará pensando la abuela? ¿En alguno de los recuerdos que les pertenecían sólo a ellos dos? ¿Dónde está ahora? ¿En qué tiempo, en qué lugar? ¿En qué momento de los innumerables en los que ha sido amada? Me gustaría decirle: «¡Ha sido magnífico, abuela! Hacíais una pareja fantástica, siempre cogidos de la mano. ¡En vuestro amor no se percibía la menor huella de vejez! ¡A veces vuestros besos me obligaban a volverme! Emanaban el aroma del amor. ¿Qué vas a hacer ahora, abuela?'» Se me encoge el corazón. Extiendo la mano, hago acopio de valor y la apoyo sobre la del abuelo. Está fría. De repente me siento sola. Al cabo de unos instantes veo cómo se desvanece un sueño: yo, llevándolo a él en la moto. El abuelo que me abraza y se ríe, con sus piernas largas y las rodillas tan altas que casi puedo apoyar en ellas los codos mientras conduzco. Nos lo habíamos prometido. Era una promesa, una promesa, abuelo. Menuda faena. Y me echo a llorar a lágrima viva.
Abril
¿Tu bebida sin alcohol preferida? El zumo de manzana.
¿A quién te gustaría encontrarte? Habría dicho Massi de no haber sido por la historia del abuelo. Ahora él ocupa el primer lugar porque me encantaría haberle podido decir una cosa.
¿Ves el vaso medio vacío o medio lleno? ¡Lleno hasta arriba!
Si tuvieses que elegir una profesión, ¿cuál sería? Fotógrafa.
¿De qué color te teñirías el pelo? De azul.
¿Consigues hacer castañetas con todos los dedos? Sí.
¿Alguna persona te ha «dado algo» últimamente? ¡El profesor de italiano! ¡Me ha puesto un sobresaliente en la redacción!
¿Has amado ya a alguien hasta el punto de llorar por él? Sí, pero nunca se lo he contado a nadie.
¿Colcha o edredón? Las dos cosas.
¿Cuáles son tus platos favoritos? La pasta a todas horas. Y la pizza.
¿Prefieres dar o recibir? Dar.
¿Prefieres dejar o que te dejen? No hay respuesta.
No sabía lo que estaba a punto de ocurrir, pero desde el 1 de abril, ese día en que todo el mundo gasta bromas, ya sean grandes o pequeñas, comprendí que iba a ser un mes especial El más especial de mi vida.
¿Y qué más? Sigue, Rusty James.
Me hundo en el sofá rojo, mi sofá.Joey está a mis pies, tranquilo, mueve de vez en cuando la cola y escucha conmigo las palabras que mi hermano nos lee. Su primera novela.
Nubes. Aunque todavía no está muy seguro del título.
Me gusta muchísimo, continúa.
Rusty respira profundamente y luego retoma la lectura.
«Sólo disponía de un instante para alcanzarlo. Lo miraba mientras se alejaba corriendo con el pelo al viento»
Escucho sus palabras, lo veo detrás de esa mesa de madera con pocos objetos encima, la silla de paja en la que está sentado y esas páginas que vuelve una tras otra mientras su historia va cobrando vida. Lo contemplo mientras lee, mueve las manos, se divierte, se adentra en lo que ha escrito, contándome mucho más de lo que expresan sus palabras. Y lo escucho con los ojos cerrados, me emociono, no sé por qué me entran ganas de llorar. Quizá esté más sensible últimamente. Tal vez echo de menos al abuelo. Lamento que no pueda estar sentado aquí, en el sofá, escuchando conmigo las palabras de mí hermano. Luego sonrío, pero mantengo los ojos cerrados. Quién sabe, quizá las esté escuchando.
«Y acto seguido la abrazo con fuerza. Ella me mira a los ojos.
»-Pero
»-Chsss.
»Le pongo un dedo en los labios.
»-Silencio, ¿no sientes mi amor?
»Ella esboza entonces una sonrisa. Yo también.
»-No vuelvas a marcharte.»
Rusty acaba la última página. Apoya las manos sobre la mesa. Yo abro los ojos.
¡Caro! ¡Has vuelto a quedarte dormida!
No -Sonrío. Tengo los ojos brillantes de la emoción-. Te estaba escuchando ¡«No vuelvas a marcharte»! Es precioso ¿Cómo se te ocurren ciertas cosas?
No lo sé Se me ocurren sin más
¿Debbie tiene algo que ver?
En absoluto
Rusty se ruboriza levemente. Es la primera vez que lo veo un poco confuso, en fin, enrojecer de ese modo. A continuación me mira y sonríe.
Bueno, un poco sí tiene que ver -Se pone serio de nuevo- Pero tú también En la vida del escritor todo el mundo tiene algo que ver, dejan una palabra, una señal, una sonrisa, una expresión del rostro que permanece ahí, en la memoria, como una pincelada que nadie podrá borrar jamás
«Ring.»
¿Caro? ¿Estás ahí?
Oigo fuera los gritos de mis amigas.
¡Eh, son ellas, han llegado!
Joey y yo salimos corriendo. Clod y Alis están ahí. Joey se pone a saltar delante de Clod.
¡Ven aquí, precioso!
Se inclina hacia adelante y lo acaricia.Joey le hace un montón de fiestas y yo me siento algo celosa.
¡Veo que al final lo habéis conseguido!
Había mucho tráfico
Cierran sus coches, que han aparcado al lado de mi moto.
Las bicicletas están ahí.
Yo quiero la blanca Es la más elegante.
Alis lo dice riéndose. En cualquier caso, la coge la primera y sube de inmediato a ella. Clod monta en la otra y yo en la que queda libre.
Pero ésta es demasiado alta para mí
¡Pues baja el sillín, Clod, así de sencillo!
Ya está quejándose.
Sí, pero no corráis demasiado, ¿eh?
Rusty se asoma a la puerta.
¿Me habéis oído? Id despacio, ¿eh? Ya os imagino haciendo carreras. Y no vayáis más allá de las caravanas que hay al final de la pista para bicicletas; cuando lleguéis allí, dad media vuelta.,.
Alis ya se ha puesto en marcha.
Pero así es muy corto.
Rusty se enoja un poco:
Caro, hay cuatro kilómetros hasta allí Es perfecto. No hagáis que me arrepienta de haberos dejado las bicicletas -Y ayuda a Clod a bajar el sillín.
Ya está, así deberías ir bien. Prueba a ver.
Clod monta encima.
Sí, es perfecto.
Y partimos así, a orillas del Tíber, por la pista para bicicletas roja, en silencio, con el río que fluye apenas un poco por debajo de nosotras y el ruido del tráfico a lo lejos. Me levanto sobre los pedales y alcanzo en seguida a Alis con dos pedaladas veloces.
Vaya sitio tan fantástico, ¿eh?
El que es fantástico es tu hermano
Me mira con el pelo ondeando al viento y aire malicioso.
¿Te molesta si lo intento con él?
Sonrío.
No. en absoluto. -A fin de cuentas, mi hermano no saldría jamás con una chica mucho menor que él,
Alis prosigue:
Una vez me dijo que le recuerdo a su primera novia, Carla. ¿Qué crees que quería decir?
Vete tú a saber.
Yo creo que se refería a otra cosa. No creo que te parezcas mucho a ella. Quizá se equivocase
Sí no me parezco a ella, entonces tengo yo razón. Era una manera de decirme que le gusto.
Alis alza los hombros y se pone de pie sobre los pedales para aumentar la velocidad. Yo también empiezo a correr. E inicia una carrera veloz en la que avanzamos una detrás de otra como si fuese el últimosprint poco antes de llegar a la meta.
¡Eh, mira que lo sabía! Esperadme -Clod no altera su marcha y sigue con su pedaleo lento.
Un poco más tarde. El sol está a punto de ponerse, la pista para bicicletas está vacía, casi hemos recorrido ya los cuatro kilómetros. Me vuelvo hacia ellas.
Eh, chicas, regresemos
Clod asiente de inmediato.
Sí, estoy cansada. -Me mira-. Hace más de media hora que pedaleamos.
Alis, en cambio, insiste:
No, yo quiero hacer otro cuarto de hora; después podemos volver.
Pero de ese modo dejaremos atrás las caravanas.
¿Y qué más da?, no hay nadie. Tengo que adelgazar.
Alis se pone los auriculares del iPod, como si no quisiese escuchar a nadie, se levanta de nuevo sobre los pedales y arranca a toda velocidad con un impulso increíble, como si pretendiese hacer un último esfuerzo.
Espera, espera-
Pero ya no nos oye.
Venga, Clod Vamos.
No puedo, de verdad
No podemos dejarla sola
Empiezo a pedalear de nuevo. La verdad es que yo también estoy un poco cansada, pero no tardo en darle alcance. Alis me sonríe.
¡Tenemos que volver! -Nada, lleva puestos los auriculares y no me oye. Grito un poco más fuerte-: ¡Tenemos que volver, no podemos alejamos tanto!
Alis parece hacerlo adrede. Mueve el pulgar y el índice señalando una oreja como para decirme que no me oye. Luego acelera, pedalea cada vez más fuerte y parte como un rayo, Sigue todo recto, más y más de prisa, hasta que desaparece detrás de la última curva que hay al fondo.
Yo aminoro la marcha y espero a Clod, que al final llega a mí lado.
Qué palo ¿Se puede saber adónde va esa loca? ¿Acaso no sabe que después hay que recorrer la misma distancia para regresar?
Debe pensar que ya ha llegado
No ¡Sólo piensa en adelgazar!
Pues la delgadez está pasada de moda Aldo siempre lo dice Yo le gusto porque estoy un poco rechoncha.
Nota mi perplejidad.
¿Por qué pones esa cara?, ¡Aldo no es el único que lo piensa! Lo he leído también en un periódico que hablaba de la moda de París.
Clod parte a toda velocidad.
¿Qué periódico?
Bueno, la verdad es que no me acuerdo del nombre
Clod y su consabida vaguedad. Excesiva. Detrás de la curva, sin embargo, nos aguarda una bonita sorpresa. Alis se ha detenido y está rodeada de tres chicos. Deben de tener unos diecisiete o dieciocho años. Uno de ellos parece algo mayor que sus amigos, y también más avieso.
Aquí están tus amiguitas -comenta con una extraña y antipática sonrisa. Es extranjero. Tiene un corte en una ceja. Detienen de inmediato nuestras bicicletas.
Veo que uno de los chicos tiene en la mano el iPod de Alis. Se pone los auriculares.
Ésta es preciosa ¿Qué es? -A continuación mira el iPod y lee-: ¿Irene Grandi? Es la primera vez que la oigo.
Alis arquea las cejas. El mero hecho de que ese tipo haya usado sus auriculares supone que ella no volverá a utilizar el iPod, ni siquiera cambiándolos. Otro de los chicos se aproxima a Clod.
Baja
Sin esperar su respuesta, la obliga a hacerlo. El tercero le mete las manos en los bolsillos de inmediato.
¡Eh! ¿Se puede saber qué estás haciendo?
Clod intenta zafarse, pero el otro se acerca también a ella y entre los dos empiezan a registraría.
Aquí está. -Encuentran el móvil-. Vaya,fíjate, tiene un viejo Motorola.
Devuélvemelo
El tipo más mayor hace una señal con la cabeza al pequeño.
Tíralo lo más lejos que puedas No sirve para nada.
Sí, pero antes quítale la batería.
Lo coge y, tras desmontarlo, arroja las dos piezas bien lejos. La batería acaba, de hecho, en medio de unas zarzas.
Con un movimiento veloz, lanzo mi Nokia 6500 detrás de mí, bajo la pista para bicicletas. Justo a tiempo.
¿Y tú? Danos el tuyo
Lo he llevado a reparar. No lo llevo encima, comprobadlo si queréis.
Y levanto las manos dejando caer la bicicleta al suelo. Los dos tipos se acercan a mí sin perder tiempo y me hurgan en los pantalones, detrás, delante, sus manos están sucias, mugrientas y sudadas. Me dan asco. Cierro los ojos y respiro profundamente.
No tiene nada.-Se dan por vencidos y me dejan-. Sólo esta cartera pequeña
¿Cuánto llevas dentro?
Veinte euros
Bueno, siempre es mejor que nada.
A continuación nos quitan los relojes, la cadena de Alis y también la de Clod.
Pero si es la de la primera comunión -protesta ella.
No le responden. Suben a nuestras bicicletas con nuestras cosas en los bolsillos. El tipo mayor, el que le ha quitado el iPod a Alis, se pone los auriculares en las orejas.
Larguémonos, venga
Y empiezan a pedalear alejándose de nosotras por la pista para bicicletas, regresando quién sabe adónde. Quizá se dirijan a las caravanas. En cuanto están lo suficientemente lejos de nosotras, echo a correr hacia atrás. Bajo de la pista y busco entre la hierba alta. ¡Ahí está mi móvil! Tecleo a toda prisa el número de mi hermano.
Hola, ¿Rusty?
¿Qué pasa? ¿Qué ha ocurrido?
Se lo cuento todo y casi me echo a llorar de la rabia, pero Rusty no me reprocha nada. No me riñe. No me dice: «Ya os advertí que no fuerais más allá de las caravanas»
Permanece un instante en silencio.
¿Y tus amigas? ¿Están bien?
Sí, están bien.
Vale, regresad a la barcaza, entonces.
Vale -Me callo un momento-. Rusty James
¿Sí?
Lo siento
No te preocupes Echad a andar antes de que oscurezca.
Colgamos.
Vamos, en marcha. Tenemos que volver a la barcaza
¿No viene a recogernos?
Alis aún tiene el valor de protestar,
No Ha dicho que echemos a andar y que quizá nos salga al encuentro.
No podía venir en seguida, no
Oye, que si estamos en este trance es por tu culpa.
Alis no me contesta y echa a andar a toda velocidad.
Venga, Clod, vamos.
¡Pero no encuentro la batería!
No te preocupes, yo te compraré una Tenemos que irnos.
Y empezamos a andar apretando el paso por la pista para bicicletas. Cinco minutos. Diez. Veinte.
Tengo calor -se queja Clod.
Venga, que ya casi hemos llegado.
Echo de menos la bici ¿Podrías prestarme el móvil para llamar a casa?
Claro
Alis camina delante de nosotras, da la impresión de que no oye lo que decimos. Tiene la cabeza erguida, la barbilla levantada, como si le irritase toda esta historia. Y eso que sabe de sobra que la culpa es suya. Pero a ver quién es el guapo que se lo repite. Uno de los rasgos principales y más absurdos de Alis es que ella nunca es responsable de nada. Si algo no sale bien es porque no tenía que salir bien, y en estos casos siempre se acuerda de una frase que le dijo su abuela calabresa en una ocasión: «Eso quiere decir que no tenía que ser»
Pero tras doblar la curva nos encontramos con otra sorpresa. Una furgoneta pequeña con dos tipos gruesos al lado y nuestras bicicletas encima. Y, además, no me lo puedo creer
¡Rusty james!
Echo a correr en dirección a mi hermano y lo abrazo; le salto al cuello con tanto impulso que casi le rodeo la cintura con las piernas.
Sí, sí. Sólo haces eso cuando a ti te conviene Toma.
Me separo de mi hermano y veo que me tiende la cadena de la comunión de Clod, el iPod de Alis y varias de las cosas que esos tres tipos nos han robado.
Este dinero debe de ser también vuestro
¿Sesenta euros? Pero si sólo me quitaron veinte
Ah -Rusty James se queda mirando el dinero sin saber muy bien qué hacer-. Ten -Le da el resto a uno de los chicos de la furgoneta-. Para que os toméis unos cuantos cafés.
El tipo rompe a reír, pero, en cualquier caso, se mete el dinero en el bolsillo. A continuación dirigen la mirada hacia la pista para bicicletas. A lo lejos, entre el follaje que hay a orillas del río, veo a los tres chicos que nos han robado. El más gordo arrastra la pierna como si cojease Otro se tapa la cara con la mano y de vez en cuando la aparta y mira la palma para comprobar que no hay sangre. Se vuelven de tanto en tanto hacia nosotros, pero resulta obvio que lo que quieren es alejarse lo más rápidamente posible.