Carolina se enamora - Федерико Моччиа 29 стр.


Tum, tum, tum.

Alguien llama a la puerta.

Me incorporo.

 ¿Quién es?

Intentan abrir. Está cerrada. Por suerte.

 ¡Soy yo, Ale! ¿Cuánto tiempo piensas estar ahí dentro. Caro?

 Oye, estoy muy a gusto, ¿de acuerdo? Así que espera un poco.

 ¡Mira que si no sales echo la puerta abajo!

Pum. Oigo que da una patada en la parte baja de la puerta. Con fuerza.

 Usa el otro baño.

Pum. Otro. Mi hermana, qué coñazo. Me pongo en pie. Me quito la espuma, me seco. Me pongo el pijama azul turquesa. Abro la puerta y salgo del baño toda perfumada, ligera. Me siento limpia. Tranquila. Relajada.

 Ya era hora

Ale entra deslizándose por detrás de mí. No le hago ni caso. Gracias, Alis. Nos lo explicaste todo a la perfección. Sonrío. De una mañera u otra, se puede decir que ha sido mi primera vez. Me siento en el sofá. La cena todavía no está lista. Enciendo la televisión. Busco el canal 5, Ha empezado «Amici». La verdad es que me gustaría ser una de las participantes, pero sin competir, eso no. Se marchan todos, salen del estudio, sacan a empellones a la presentadora y yo permanezco allí, con mi pijama azul turquesa y el micrófono en la mano. Canto de maravilla. Y en las gradas está sólo él, Massi. Canto para ti, Massi.

Cojo el móvil y me pongo en pie sobre el sofá.

Iris.

La canto casi a voz en grito.

 ¡Caro! -Me vuelvo. Es mi madre-. ¿Has perdido el juicio?

Le sonrío.

 ¡Es mi canción favorita!

 Sí, sólo me faltaba ahora que participases en el festival de San Remo Ven a la mesa, venga, la cena está lista.

 Sí, mamá

Le sonrío y me ruborizo ligeramente. Un pensamiento repentino. Si sólo pudiese imaginar, si sólo supiese lo que ha ocurrido en el cuarto de baño. Y todo lo que me está sucediendo. Qué bonito sería en ocasiones no tener prejuicios y poder confiarse abiertamente, sobre todo con alguien como ella. Me siento frente a mi madre, despliego la servilleta y le sonrío.

 Mmm, qué bien huele Debe de estar delicioso.

Mi madre no me responde y empieza a servirme. De manera que bajo los ojos y aparto de mi mente cualquier pensamiento, salvo uno. A menudo parece que estemos muy cerca cuando, en realidad, estamos muy lejos unos de otros.

He ido a ver a la abuela. Hacía tiempo que no iba a visitarla. Y, de alguna forma, me sentía culpable. Como si mi felicidad me apartase de su dolor. Hoy, sin embargo, Massi no podía venir a recogerme a la salida del colegio. De forma que he pensado que debía ir a su casa. Por todas las cosas bonitas que me han enseñado, tanto ella como el abuelo Tom. Una pareja maravillosa.

 ¿Qué es esto?

 Un albaricoquero. Pero los frutos todavía están verdes.

 ¿Se llama de verdad así? Es la primera vez que lo oigo.

Mi abuela sonríe, camina con sus zapatillas azul oscuro por la gran terraza, se aproxima a las plantas y da la impresión de acariciarlas. Ha cambiado. Ahora parece más taciturna.

 Hoy me ha ido muy bien en el colegio

 ¿Ah, sí? Cuéntame

Le digo que me han preguntado sobre un tema, que me han puesto una buena nota, en fin, le cuento cómo van las cosas en general. De vez en cuando me mira de soslayo y después se concentra de nuevo en sus flores. Asiente con la cabeza mientras escucha, pero luego su mirada se torna más atenta, sus ojos se cruzan con los míos, los observa como si buscase algo nuevo. Por lo visto, se ha dado cuenta. Soy tan feliz Me encantaría contarle mi historia con Massi, pero no lo consigo, es superior a mis fuerzas.

 Muy bien, veo que todo te está saliendo a pedir de boca

 Sí, y ahora tengo que prepararme como es debido para el examen final

 Sigues viendo a tus amigas Alis y Clod, ¿verdad?

 Por supuesto.

 Bueno, creo que estás viviendo una época preciosa.

 Sí, abuela, es justamente así.

Le sonrío y decido contarle lo de Massi. Pero cuando estoy a punto de empezar a hablar, ella se vuelve, coge un mechón de pelo que le ha caído sobre los ojos, se lo acomoda como puede intentando echárselo sobre los hombros.

Y, de repente, noto que se entristece, busca algo en un lugar indefinido, en el aire, entre los recuerdos, en un pasado remoto o arcano, en su jardín privado, lleno de flores, de setos bien cuidados, de tesoros enterrados, ese lugar umbrío que todos tenemos y en el que de vez en cuando nos refugiamos, ese lugar cuyas llaves sólo poseemos nosotros. Luego parece recordar mi presencia de improviso, entonces se vuelve de nuevo y esboza una sonrisa preciosa.

 Ah, Caro Despéjame una curiosidad Ese chico, ese que te había impresionado tanto, ¿cómo se llamaba? -Mira el cielo como en busca de inspiración. Acto seguido sonríe, repentinamente feliz-. ¡Massi!

Lo recuerda, y yo no puedo por menos que ruborizarme un poco.

 Lo llamabas así, ¿verdad?

 Sí.

 ¿Lo has vuelto a ver?

Me encantaría contárselo todo, la fiesta a la que no quería ir, nuestra canción que suena de repente y él, que en ese momento se encuentra a mis espaldas y me besa Pero se me encoge el corazón, me siento como una estúpida. Su historia de amor era la más bonita de este mundo y ha acabado así, sin que llegasen a romper. De manera que todavía no ha terminado. La miro y me percato de que ya no consigo hacerla feliz, de que ya nada le puede bastar, ser su razón de vida, su felicidad. ¿De qué puedo hablarle yo? Me entran ganas de echarme a llorar, de morirme.

 No, abuela, por desgracia no. No he vuelto a verlo

Abre los brazos.

 Lástima

Y entra en casa.

 ¿Te apetece beber algo, Carolina?

 No, abuela, gracias. Tengo que marcharme.

Le doy un beso fugaz, a continuación la abrazo fuertemente y cierro los ojos mientras apoyo mi cabeza sobre su hombro. Cuando los abro lo veo de repente a una cierta distancia, sobre la mesa. El dibujo. El dibujo que le hizo el abuelo para el día de los enamorados: un corazón grande coronado por la frase «Para ti, que alimentas mi corazón». Exhalo un largo suspiro, larguísimo. Las lágrimas afloran a mis ojos.

 Perdona, abuela, pero es que llego tarde.

Y me marcho.

Bajo la escalera a toda velocidad, salgo a la calle, respiro profundamente, cada vez más. Él. Sólo él. Ahora, de inmediato. Saco el móvil del bolsillo y tecleo su número.

 ¿Dónde estás?

 En casa.

 No te muevas de ahí, por favor.

En un abrir y cerrar de ojos me encuentro junto al portón. Llamo al interfono. Por suerte, responde él.

 ¿Quién es?

 Soy yo.

 Pero bueno, ¿es que has venido volando?

 Sí. -Me gustaría decirle: «Necesitaba volar para venir a verte.» No lo puedo resistir- ¿Puedes bajar un momento, por favor?

 En seguida

Y mientras lo espero debajo de su casa veo un relámpago. El cielo se oscurece de repente. Oigo un trueno a lo lejos. Tengo miedo. Pero justo en ese momento Massi sale del portal.

 ¿Qué pasa, Carolina?

No digo nada. Lo abrazo. Coloco mis manos detrás de su espalda, apoyo mi cabeza en su pecho y lo abrazo con más fuerza. Aún más. Lo estrecho entre mis brazos. Otro trueno y empieza a llover. Al principio es una simple llovizna, pero, poco a poco, va arreciando.

 Venga, Carolina, entremos, o nos empaparemos

Trata de escapar, pero yo lo aferró con mis brazos.

 Quédate aquí.

Mejor. Mis lágrimas pasarán desapercibidas con la lluvia. Levanto la cabeza, ya estamos completamente mojados. Sonríe.

 Estás como una cabra

El agua, resbala por nuestras caras. Nos besamos. Es un beso precioso, infinito. Eterno. Dios mío, cuánto me gustaría que fuese eterno. No me detengo en ningún momento, lo beso y vuelvo a besarlo, mordiendo sus labios, poco menos que hambrienta de él, de la vida, del dolor, del abuelo, que ya no está con nosotros, de la infelicidad de la abuela.

Sigue lloviendo a cántaros. Estoy empapada. Es el llanto de los ángeles. Sí, pese a que estarnos en el mes de mayo, también llueve ahí arriba. Un rayo de sol ha horadado la oscuridad y atraviesa las nubes. Ilumina una parte de la periferia que queda al fondo. Te amo, Massi. Te amo. Me gustaría proclamarlo a voz en grito. Querría decírselo mirándolo a los ojos, con una sonrisa. Pero ni siquiera logro susurrárselo. Me enjugo la cara con la palma de la mano y me echo el pelo hacia atrás, como si pudiese servir para algo. Qué tonta, estamos bajo la lluvia.

 ¿Qué pasa? ¿En qué estás pensando? -me pregunta risueño.

Me refugio de nuevo en su pecho, en el hueco que hay junto al hombro, escondida de todo, de todos. Sola con él en lo más profundo, en tanto que la lluvia sigue cayendo.

 Me gustaría escaparme contigo

Y nos damos otro beso, tan fresco como no lo había probado en mi vida. Prolongado. Bajo ese ciclo. Bajo esas nubes. Bajo esa lluvia. A lo lejos está escampando y ha aparecido un sol rojo perfecto, limpio en su ocaso. Y yo me estrecho contra su cuerpo y sonrío. Y soy feliz. Respiro profundamente. Estoy un poco mejor. Por el momento. Por el momento he comprendido que lo amo. Y es precioso. Algún día lograré decírselo.

En los días sucesivos hemos hecho cosas increíbles.

Hemos pasado toda una tarde sentados en el mismo banco bajo la virgencita de Monte Mario. Es una virgen preciosa, enorme, que se puede ver a lo lejos. Es toda dorada, pero eso es lo de menos. Massi ha querido saberlo todo de mí en lo tocante a los chicos con los que he salido. Le he contado las pocas cosas que he hecho. Prácticamente he reconocido que no he hecho nada. Al principio parecía preocupado, luego menos, hasta que al final ha sonreído. Después me ha desconcertado diciendo: «Mejor así.»

No he acabado de comprender si está pensando en algo en concreto. Aunque lo cierto es que no me importa mucho, no estoy inquieta, sino serena. Tengo ganas de conocerlo, de conocerme, de descubrirlo y de que me descubra. De acuerdo, debería estar preocupada. ¿A qué se debe que un chico quiera saber con quién ha salido una? ¿En qué puede cambiar eso lo que siente por ella? ¿Y si le hubiese dicho: «Massi, ya no soy virgen, he estado con tres chicos, mejor dicho, con cuatro, y he hecho esto, aquello y lo de más allá» ¿Cómo habría reaccionado? Maldita sea, debería haberlo pensado antes. Ahora ya no tiene remedio. Aunque siempre puedo decirle que le he contado una mentira. Sí, ésa sí que es una buena idea.

 Massi -le digo risueña-. Te he mentido.

Veo que le cambia completamente la cara.

 ¿Sobre qué?

 No te lo digo. Basta que sepas que he sido sincera pero, en cualquier caso, te he dicho una mentira.

Se queda perplejo por un momento, sin saber muy bien qué pensar. Luego, imaginando que le estoy gastando una broma, se echa a reír y me besa.

 Así que no has sido sincera

 Sí, sí: por supuesto -Me desprendo de su abrazo-. He sido totalmente sincera, sólo te he dicho una mentira.

Él sacude la cabeza y se encoge de hombros. Me mira a los ojos curioso, me escudriña como si tratase de entender qué parte es verdad y qué parte no. Yo le sonrío y me vuelvo hacia el otro lado. Por el momento no las tiene todas consigo. Mejor.

Durante los días siguientes hemos ido a comer varias veces fuera. Al japonés de la via Ostia, riquísimo, a una pizzería que hay junto a la via Nazionale y que se llama Est Est Est, alucinante, y en la via Panisperna, 56, La Carbonara, para chuparse los dedos. ¡En los tres locales apenas he probado bocado! Massi me ha mirado las tres veces preocupado: «¿No te gusta el sitio?» «¿Odias la comida japonesa?» «¿La carbonara es demasiado pesada?»

En cada ocasión me he echado a reír como si fuese medio idiota, pero no he dicho nada.

 Ah, ahora lo entiendo, ¡aún estás a dieta!

 ¡De eso nada! Estoy de maravilla, me encanta el sitio y todo está delicioso.

 ¿Entonces?

 No tengo mucha hambre

 Ah, ¿eso es todo? ¡Mejor así! -Coge mi plato y engulle las sobras, se lo mete en la boca con voracidad-. ¡Ya veo que me saldrás barata!

Pruebo a darle un golpe.

 ¡Imbécil! Eres un macarra

Y él come adrede con la boca abierta.

 ¡Qué asco! ¡Se acabaron los besos, ¿eh?!

Massi exagera a propósito, mueve la cabeza arriba y abajo como si pretendiese decir; «¡Ahora verás si te doy asco!»

Y organizamos un buen bullicio, le tiro de la manga de la camisa para que se detenga, él intenta hacerme cosquillas, bromeamos, simulamos que discutimos y no dejamos de reírnos en ningún momento. La verdad es que, cuando estoy con él, es como si perdiese el apetito.

 ¿Tregua? ¿Paz?

No puedo más, al final me rindo.

 Está bien.

Massi sonríe, me sirve un poco de agua, después el también se llena el vaso. Nos miramos mientras bebemos y a los dos se nos ocurre la misma idea, fingimos que nos salpicamos con el agua que tenemos en la boca. Pongo cara de preocupación. Al final Massi se inclina hacia mí como si tratase de echarme el agua, pero se la ha tragado ya. Sacudo la cabeza, sonrío y, poco a poco, nos vamos calmando. Lo miro, el corazón me late acelerado, siento la emoción en los ojos. Se tiñen de amor. No entiendo lo que me está ocurriendo. Me miro al espejo que tengo al lado. Nada de dieta ¡Esto es amor! Es amor, amor, amor. Tres veces amor. ¡Estoy acabada!

Hoy vamos a verJuno.

¡Qué guay! Lo ha escrito Diablo Cody» una jovenblogger que ha ganado un Oscar por su primer guión. Los americanos son geniales. Viven en el país de las grandes oportunidades. Como cuando ganan la lotería o en el casino, de inmediato los ves en las fotos junto a un cheque gigantesco con la cifra que se han embolsado escrita encima. ¡Y puedes ver a los afortunados en persona! Unas personas auténticas, con una maravillosa sonrisa escrita en la cara. En nuestro país nunca se sabe nada, la noticia de que alguien ha ganado en el casino sólo se hace pública si el afortunado es Emilio Fede, el periodista del canal Retequattro. En cambio en Estados Unidos, sin ser siquiera mínimamente conocida, esa blogger, Diablo Cody, ha ganado un Oscar. ¡Imaginaos si eso le ocurriese a Rusty James! Me vestiría con mis mejores galas, lo acompañaría a Los Ángeles a recogerlo y haría como Benigni: me pondría de pie sobre la butaca y gritaría: «¡Rusty James! ¡Rusty James es mi hermano!»

¡Ya me imagino resbalando y cayéndome al suelo!

Estamos en el intermedio de la película. Es una peli muy chula, muy ocurrente, realmente divertida. La actriz protagonista es muy joven, además de muy buena. Creo que se llama Ellen Page.Juno es la historia de una chica que decide hacerlo con su novio, un tipo gracioso, un poco gafe, pero muy mono y tierno, ¡y se queda embarazada!

 A veces ocurre

Massi se inmiscuye en mis pensamientos.

 Menudo lío.

 No sé cómo consigue arreglárselas tan tranquila Quizá porque se trata de una película

Massi me toca la barriga.

 ¿Y tú qué harías?

Cierro los ojos.

 No niego que me encantaría tener un hijo, ¡pero tengo catorce años! -Los abro de nuevo-. ¡Ella tiene quince, de modo que todavía me queda un año de libertad!

 Si lo consideras un castigo ¿De verdad no te gustaría?

 Bueno, lo ideal es que suceda cuando haya vivido por lo menos el doble O sea, cuando tenga veintiocho años.

 Vale, me parece justo. Me reservo para cuando llegue ese momento

Me sonríe y me coge la mano.

Tiene diecinueve años, uno menos que mi hermano ¿Qué diría Rusty si lo conociese? ¿Sentiría celos de él? Y mientras pienso en eso apoyo la cabeza en su hombro. Mi melena rubia se esparce sobre su camiseta azul. Espero tranquilamente a que empiece la película.

 ¿Quieres palomitas, Carolina?, ¿algo de beber?

Reflexiono por un instante y miro al vendedor de helados que está ahí, en un rincón más abajo, junto a la pantalla, rodeado de un montón de gente.

¡No! No me lo puedo creer. Veo que delante de mí se levantan Filo, Gibbo y varios más de la clase, Raffaelli, Cudini, Alis y Clod, con Aldo.

 No, no, gracias, no quiero nada.

Y me deslizo hacia abajo en mi asiento. No sé por qué, pero el caso es que me incomoda. No quiero que me vean. Con él no. Massi es mío. No quiero compartirlo con nadie. Bueno, tampoco es eso. Es que me siento muy feliz y esta felicidad me parece muy frágil, eso es, como una telaraña.

Sí, está compuesta de unos sutiles hilos de cristal y yo me encuentro en el centro, tendida, prisionera, con mi pelo rubio esparcido sobre mis hombros mientras Massi avanza, camina a cuatro patas y me mira, como un magnífico hombre araña, un Spiderman vestido de negro Y sólo se necesita una menudencia para que nuestra mágica red se deshaga, puf, y yo me caiga.

De manera que me deslizo un poco más hacia abajo en mi asiento, casi desaparezco. Luego, por suerte, se apagan las luces. Presto atención a la película, pero ya no me divierto como antes. Los vislumbro a lo lejos, reconozco sus perfiles incluso en la penumbra de la sala. De vez en cuando, alguna escena algo más luminosa los alumbra un poco más, y entonces puedo verlos mejor. Aunque, por otra parte, ¡los conozco sobradamente! Los veo a diario desde hace tres años. Incluso en los matices más nimios. ¿Cómo puedo confundirme? Son mis amigos. Y, al pensar en eso, me siento un poco más tranquila, me agito menos y me acomodo en la butaca. Me concentro de nuevo en la película y me río otra vez como todos, a la vez que ellos, relajada, confundida entre la gente que ocupa la platea, como ellos, como mis amigos, así, despreocupada.

Acaba la película. Me levanto en seguida, pese a que, por lo general, me gusta leer los créditos para averiguar el nombre de determinado actor o la pieza de música que me ha gustado. Me vuelvo dando la espalda a mis amigos y me encamino hacia la salida. Massi me sigue. Sus anchos hombros me tapan.

No tardamos nada en salir, pero en cuanto doblo la esquina

 ¡Carolina!

Es Gibbo.

 Caramba, ¿estabas en el cine? ¡No te he visto!

Se acerca a nosotros y en un instante llegan los demás.

 ¿Te ha gustado?

 Sí, menudo enredo.

 Ya ves, imagínate que me quedara embarazada a esa edad. ¡Al menos a ti eso no puede sucederte!

 ¿Por qué lo dices? Tal vez el año que viene

 Sí, con la ayuda del Espíritu Santo

 ¡Anda ya, ni aun así! ¡Ni siquiera con un milagro!

 Sí, sí, con un milagro del

Algunos se ríen. La vulgaridad de Cudini no tiene remedio. Y siguen bromeando y soltando frases maliciosas y empujones, como siempre que nos encontramos en grupo. Entonces veo que algunos miran a Massi con curiosidad.

 Ah, él es Maximiliano.

 ¡Hola!

Massi alza la cabeza a modo de saludo general.

 Ella es Clod, Aldo Él es Cudini, y éstos son Filo, Gibbo. Ella es mi amiga Alis. ¿Te acuerdas de ella? Te he hablado de Clod y de Alis

Se dan la mano, se miran a los ojos y yo, no sé por qué, noto algo extraño.

 Sí, sí, me has hablado de todos

Pero Massi es excepcional, le ha bastado con decir esa frase genial para dominar la situación, me ha superado. De manera que, divertida, observo la expresión que ponen mis amigos mientras lo miran. Cómo lo estudian, curiosos y curiosas, cómo hacen como si nada, como si estuvieran distraídos. Quizá lo estén realmente, y al final dejan que nos marchemos.

 Simpáticos, tus amigos

 Sí, es cierto. Hace mucho que vamos a la misma clase

 Tu amiga es muy mona

 Sí -Me entran ganas de atizarle, pero disimulo-. Tiene novio.

Massi sonríe.

 Bueno, no soy celoso.

No es la primera vez que oigo esa ocurrencia. Paolo la soltó en una ocasión, uno de los novios de Ale Lo aborrecí cuando lo dijo. Acto seguido miro a Massi. Bueno, he de reconocer que en su caso el efecto es bien diferente. Él se da cuenta, se echa a reír y se abalanza sobre mí para darme un abrazo.

 Venga, que lo he dicho sólo para picarte

Me mantengo firme.

 Bueno, pues lo siento ¡No lo has conseguido!

Intenta besarme, forcejeamos un poco, pero al final cedo de buen grado.

Lo más bonito, sin embargo, me sucedió a finales de mayo.

Primera hora de la mañana. Bueno, no tan pronto. Llego jadeante al colegio. Le pongo el candado a la moto y cojo la mochila, que he dejado a un lado. Cuando me incorporo veo a Massi con un paquete en la mano.

 ¡Hola! ¿Qué haces aquí?

Me sonríe.

 Quiero ir a clase contigo.

 Venga ya, tonto, sabes que no se puede ¿No tienes que estudiar?

 Han aplazado el examen de derecho para mediados de julio.

 Mejor, ¿no? No acababa de entrarte en la cabeza. -A continuación lo miro con curiosidad- ¿Y ese paquete?

 ¡Es para ti!

 Qué sorpresa más estupenda, ¿hablas en serio? ¡Gracias!

No quiero besarlo y abrazarlo aquí, delante del colegio, pero lo cierto es que lo haría de buena gana Sólo que ¿y si me ven los de más? Podrían aguarme la fiesta. Sea como sea, estoy muy emocionada, pese a que intento con todas mis fuerzas que no se me note. Me apresuro a abrir el paquete.

 ¡Pero si es un traje de baño!

Lo despliego, es azul oscuro y celeste, precioso.

 Has adivinado la talla. -Lo miro perpleja-. ¿Estás seguro de que es para mí?

 Claro. -Me coge la mano-. Estaba convencido de que no tenías ninguno.

 Como éste, no, pero si otros distintos.

 No tenías uno aquí, en cualquier caso, porque ahora -se acerca a su moto, saca un segundo casco y se sube a ella- nos vamos a la playa.

En un segundo pasa por mi mente el profe de italiano, la de matemáticas, la tercera hora de historia, el recreo y, luego, la clase de inglés Me preocupa, y no porque tenga dificultades con los idiomas, no, sino porque no ir a clase así, sin haberlo planeado siquiera de antemano, de haber inventado una excusa por si Luego lo miro y con una ternura que no soy capaz de describir me pregunta: «¿Y bien?». Es tan delicado, tan ingenuo, que casi se ha disgustado ya por una hipotética negativa por mi parte. «¿Vamos?» Su sonrisa despeja todas mis dudas Cojo el casco, me lo pongo al vuelo y en un instante me encuentro detrás de él, lo abrazo con fuerza y me apoyo contra su espalda. Y miro al cielo y casi pongo los ojos en blanco. ¡Estoy haciendo novillos! No me lo puedo creer. No lo he pensado dos veces, no he tenido ninguna preocupación, miedo, sospecha, indecisión o duda. ¡Estoy haciendo novillos! Lo repito para mis adentros, pero ya no estoy

La ciudad desfila ante mis ojos. Una calle tras otra, cada vez más rápido, los muros, las persianas metálicas, las tiendas y los edificios. Después, nada. Campos verdes apenas florecidos, espigas secas que se doblan con el viento, flores amarillas, grandes y numerosas que abarrotan las parcelas de tierra. Avanzamos así, enfilamos la carretera de circunvalación y después descendemos en dirección a Ostia.

El pinar. No hay nadie. Ahora Massi ha aminorado la marcha. La moto protesta ligeramente mientras nos lleva hacia esa última playa, donde desemboca un pequeño río. Massi se detiene y se quita el casco.

 Ya está, hemos llegado.

Un cartel: «Capocotta.» Pero ¿acaso ésta no es una playa nudista? No se lo digo. El sol está alto en el cielo, precioso, y el calor no aprieta. Massi saca unas toallas del baúl; ha pensado en todo.

 ¡Ven!

Me coge la mano, corro a duras penas detrás de él exultante de felicidad, riendo en tanto que me dirijo hacia ese inmenso mar azul que parece esperarnos sólo a nosotros.

 Pongámonos aquí.

Lo ayudo a extender las toallas. Una junto a otra. No hay viento. La playa está vacía.

 ¿Sabes? Aquí suelen venir nudistas.

 Eh, sí, de hecho, me acordaba del nombre.

 Sí, pero hoy por suerte no hay nadie.

Miro alrededor.

 Ya

 Podemos hacer nudismo, si te parece.

 ¡Imbécil! Voy a ponerme el traje de baño.

Menos mal que a pocos metros hay una casa medio derruida, las antiguas ruinas de una importante villa romana. Doy varias vueltas hasta que encuentro un rincón apartado para cambiarme. Qué bien. Por suerte no hay un alma en los alrededores.

El traje de baño me sienta bien o, al menos, eso creo; por desgracia, no hay ningún espejo aquí. Me pongo la camisa por encima y salgo de las ruinas.

Massi se ha cambiado ya. Está de pie junto a las toallas. Tiene un cuerpo magnífico, delgado, aunque no enjuto. Además, no es muy peludo. Se ha puesto un traje de baño negro, ancho pero no excesivamente largo. Me doy cuenta de que le estoy mirando ahí, me da vergüenza y me pongo colorada. Por suerte estamos solos y nadie puede darse cuenta.

 ¿He adivinado la talla?

 Sí. -Sonrío-. Y eso no me gusta.

 ¿Por qué?

 Habría preferido que te equivocaras Eso quiere decir que tienes buen ojo, ¡porque no te falta experiencia!

 Boba

Me atrae hacia sí. Me besa, y el hecho de que estemos tan próximos, casi desnudos, me resulta extraño, pero no me molesta. Al contrario.

Poco después estamos tumbados sobre las toallas. Lo espío. Lo miro. Lo admiro. Lo deseo. Toma el sol boca arriba. Juega con mi pierna, me acaricia. Me toca la rodilla, después sube. A continuación vuelve a bajar. Pero en su ascenso siempre llega más arriba. Y el sol. El silencio. El ruido del mar. No lo sé. Me estoy excitando. Me siento arder por dentro. Qué sensación tan extraña. No entiendo una palabra. Llegado un momento, Massi se vuelve lentamente hacia mí. A pesar de que tengo los ojos cerrados, puedo sentirlo. Entonces ladeo poco a poco la cabeza y los abro. Me está mirando. Sonríe. Yo también.

 Ven.

Se levanta de golpe. Me ayuda y poco después empezamos a correr por la arena. No está demasiado caliente. En un abrir y cerrar de ojos llegamos a las viejas ruinas. Mira alrededor. No hay nadie. Me aparta como si pretendiese examinarme.

 Ese traje de baño te sienta realmente bien.

Me siento observada y me avergüenzo. Estoy blanca. Demasiado pálida.

 Me gustaría estar un poco morena. Me quedaría mejor

 De eso nada, así estás guapísima

Me atrae hacia él. Estamos en un rincón de las ruinas, ocultos entre dos muros. El mar es el único espectador curioso. Pero educado. Respira silencioso formando alguna que otra ola pequeña. Siento la mano de Massi en un costado. Me atrae hacia sí. Me besa. Lo abrazo. Lo siento encima de mí. Noto que está excitado. Tanto. Demasiado. No por nada, es que no tengo la menor idea de lo que debo hacer. En cambio, él sí sabe cómo moverse. Poco después siento su mano en mi traje de baño. Lenta, suave, delicada, agradable. Se detiene en el borde, tira un poco del elástico y, plof, se sumerge delicadamente. Su mano acaricia mi cuerpo. Desciende, cada vez más abajo, sin hacerme cosquillas, entre las piernas, me acaricia despacio y yo me abandono en su beso como si fuese un refugio capaz de contener todo lo que estoy experimentando, que me sorprende, me maravilla, que me gustaría parar, fijar para siempre, sin vergüenza, con amor.

Seguimos besándonos mientras mi respiración se va haciendo cada vez más entrecortada, jadeante, hambrienta de él, de sus besos, de su mano, que me ha secuestrado, que sigue moviéndose dentro de mí. Y casi me entran ganas de echarme a gritar Al final me muerdo el labio superior y, casi exhausta, permanezco con la boca abierta, suspendida en ese beso. Pasan unos segundos. Ahora lenta, más lenta, su mano, como una última caricia, casi de puntillas, educada, se separa de mi traje de baño. Noto que me mira como si me espiase, como si buscase detrás de mis ojos alguna huella de placer. Y entonces, emocionada, con los ojos entornados, le sonrío. De improviso siento algo que casi me asusta. No. Me relajo. Es su mano, me acaricia el brazo derecho, se desliza por el antebrazo hasta llegar a la muñeca. Me toma la mano, la sostiene por un instante así, suspendida en el aire, inmóvil, como si fuese una señal. Pero no lo entiendo. Lo oigo respirar cada vez más rápido, me aprieta la mano y, poco a poco, la guía hacia su traje de baño. Entonces comprendo. Qué tonta. ¿Es la hora? ¿Qué se supone que debo hacer? No es que no quiera, ¡es que no tengo ni idea de qué debo hacer! Y en un instante lo recuerdo todo. Las explicaciones de Alis. Pero ¿serán adecuadas? ¿Serán ciertas? Repaso mentalmente todo lo que creo recordar, y en un abrir y cerrar de ojos me encuentro allí, sobre su traje de baño, es decir, mi mano está allí sola, porque la suya acaba de abandonarla.

Me quedo inmóvil por unos segundos, no más. Luego empiezo a moverme lenta y suavemente, sin prisas, sin miedo, entro en su traje de baño, con delicadeza, buscando abajo, siempre más abajo, hasta encontrarlo. En ese mismo momento busco su boca y lo beso, como si pretendiera esconderme, huir de mi vergüenza. Pero a la vez muevo la mano arriba y abajo, lentamente, poco a poco, después algo más rápido. Siento que Massi respira cada vez más de prisa. Y sus besos son apresurados, hambrientos, se interrumpen de repente para atacar de nuevo, y yo prosigo cada vez más decidida, segura, veloz, otra vez, más, mientras noto aumentar el deseo en su aliento. Y, de repente, esa explosión caliente en mi mano, prosigo mientras sus besos se frenan, ahora son más tranquilos, casi se detienen en mi boca. Luego Massi apoya la mano sobre el traje de baño, encima de la mía, para que me detenga.

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