Sonrío.
Me parece que la he liado
Él se encoge de hombros.
Da igual Ven.
Me coge y me arrastra fuera de las ruinas, por la playa desierta, abandonada, barrida por un viento ligero, yerma, vacía. Somos los únicos que caminan por esa arena suave, blanca y caliente, como lo que acabamos de vivir. Llegamos a la orilla. Massi entra corriendo en el agua, yo me detengo.
¡Pero está fría! ¡Mejor dicho, helada!
¡Venga! ¡Está genial!
Echa de nuevo a correr para dejar bien claras sus intenciones y después, ¡plof!, se tira y apenas emerge del agua empieza a nadar a toda velocidad para dejar de temblar de frío. Al cabo de un momento se para y se vuelve hacia mí.
¡Brrr! Una vez dentro es fantástico.
De manera que me convence y yo también lo hago. Corro sin detenerme y al final me tiro, emerjo y nado aún más de prisa, cada vez más, hasta llegar a su lado. Él me abraza de inmediato y me da un beso dulce, aunque salado, suave y cálido, hecho de mar y de amor. Acto seguido se separa envuelto en los rayos del sol.
¿Estás bien?
De maravilla.
Yo también
¿En serio? Nunca lo había hecho.
Me mira buscando algún indicio de mentira. Entonces recuerdo que debo procurar que no se sienta excesivamente seguro.
¿Me estás diciendo la verdad, Caro?
Por supuesto
Me alejo nadando a toda velocidad. Después me paro, me vuelvo y lo miro, está guapísimo ahí, en medio de nuestro mar.
Yo siempre te digo la verdad, salvo alguna que otra mentira
Junio
¿Sencido o complicado? Sencillo.
¿Amistad o amor? Las dos cosas.
¿Moto o microcoche? Por el momento estoy contenta conLuna 9, mi Vespa, luego ya veremos
¿Móvil o tarjeta telefónica? Móvil.
¿Maquillaje o sólo agua y jabón? Depende. Alis dice que debería maquillarme más.
¿Una cosa extraña? Sentirme como me siento ahora.
¿Una cosa buena? Massi.
¿Una cosa mala? La ausencia de Massi.
¿Un motivo para levantarse por la mañana? ¡Massi!
¿Un motivo para quedarse en la cama? La ausencia de Massi
¿Qué estás escuchando ahora? El silencio.
¿Qué escuchas antes de acostarte? Ahora, a Elisa.
¿Un vicio al que no puedes renunciar? El chocolate.
¿Una cita que siempre queda bien? «Tenemos que emplear lo mejor posible el tiempo libre», Gandhi.
¿Una palabra que siempre suena bien? Amor.
¿Sabéis una de esas mañanas en que no tenéis ganas de levantaros y la cama os parece el lugar más bonito, cómodo y acogedor de este mundo? Pues bien, eso es lo que me ocurre hoy. Sólo que no puedo regodearme. Qué pena. Todo me parece tan lento, tan fatigoso, tan negativo. Las zapatillas no están en su sitio y además tengo un ligero dolor de cabeza. El sábado o el domingo, cuando por fin puedo dormir, resulta que nunca lo hago. Al revés, a veces me sucede que esos días me levanto temprano incluso aunque no deba hacerlo. ¿Será posible que sólo cuando hay que ir al colegio la cama me parezca tan maravillosa? Uf.
Cuando me levanto, mi madre ha salido ya. Mi padre también. Sólo queda Ale, con su consabido cruasán de crema, y eso que luego se lamenta porque engorda. Faltaría más. Por si fuera poco, lo moja invariablemente en un tazón de leche enorme.
Buenos días, ¿eh?
Nada, no habla. Emite una especie de extraño gruñido como si fuese un cerdo concentrado en unas bellotas deliciosas. Esta mañana Ale está más esquiva de lo habitual. ¡Refunfuña! Me visto, pero hoy me falla la imaginación, de manera que me pongo un par de vaqueros con un bordado en un costado y la camiseta azul claro. Me miro en el espejo de cuerpo entero de la habitación. Un desconocido que me viese hoy por la calle no se pararía a mirarme ni de coña. Hay mañanas en las que no te gustas en absoluto y, si por casualidad alguien te hace un cumplido, te cuesta de creer. De repente se me pasa por la cabeza: «Después de todo, la verdadera belleza está en el corazón.» Me lo decía siempre el abuelo. Y a él se lo había dicho Gandhi. Quiero decir, no directamente, el abuelo había leído la frase en un libro de citas suyas. No sé si mi corazón es puro o no, lo que está claro es que me gustaba cómo me decía esa frase el abuelo. Por un momento siento un extraño vacío en mi interior, algo indefinido, como una suerte de vértigo. Digamos que hoy dejo la hermosura para mi corazón, no para la cara.
Bip, bip.
Debe de ser Alis. Seguro que me pide que la espere frente a la escuela para poder copiar algo. Quizá matemáticas, ya que la lección de ayer era un poco difícil. No entendí mucho de las ecuaciones algebraicas. Y digo yo, ¿para qué hay que poner letras si en el fondo se trata de números? Ya entiendo poco las cifras, así que sólo me faltaba el alfabeto. Además, nos han dicho que esto se estudia en primero de bachillerato, pero la profe quería enseñárnoslo antes para que estemos más preparados. Bueno, la verdad es que si Alis espera que yo ¿No podría habérselo pedido a Clod?
Abro el sobrecito del mensaje. ¡Es de R. J.! Qué extraño, a esta hora. «Hola. Caro ¿Vas al colegio o inventas una de las tuyas?» Voy, voy, ojalá tuviese un poco de imaginación. «¿Te apetece acompañarme a un sitio esta tarde? Manda OK si tienes ganas y puedes y pasaré a recogerte a las tres.»
No hay nada que hacer. Rusty siempre es así. Jamás te dice adonde va, lo descubres después. O aceptas la caja cerrada o nada.
«OK», y envío el mensaje. Desayuno de prisa, me lavo los dientes, me preparo y salgo. Ale incluso se despide de mí. Increíble. El día está empezando a cambiar, vuelvo a estar de buen humor. De todas formas, pensándolo bien, las sorpresas de Rusty James me gustan por el misterio que entrañan. Lo que no sabía era que esta vez me iba a sentir ya mayor. Una de esas sorpresas que sabes que existen, que se producirán tarde o temprano, y que, en cualquier caso, nunca estarás preparada para ellas.
En el colegio he tenido que copiar la ecuación de Clod. Pero todo ha salido a pedir de boca. Las horas sucesivas han pasado volando y ahora estoy detrás de él.
¿Se puede saber adónde vamos? -le grito con el casco puesto.
Cerca.
Serpentea entre el tráfico.
Rusty James ha pasado a recogerme por casa, haciendo una llamada perdida al móvil para evitar que mi madre lo oyese. Ahora estamos zigzagueando por las calles de Roma y no logro entender adónde vamos. Veo que Rusty está sentado encima de un sobre amarillo.
¿No se te caerá si lo llevas así?
No. Si eso sucede, tú te darás cuenta. Si no, ¿de qué me sirves? Además, hay un motivo
¿Cuál?
Luego te lo digo.
Después de un par de cruces más, nos detenemos. R. J. aparca la moto y coge el sobre. Yo bajo con mi habitual saltito sobre los estribos. Miro alrededor. Veo un palacete antiguo con un gigantesco portón de madera y un sinfín de placas a un lado.
¿Dónde estamos?
Subo un momento. Espérame aquí.
Pero ¿por qué no puedo ir yo también?
Por superstición.
¿Qué pasa?, ¿traigo mala suerte?
Nunca se sabe.
Y me deja allí plantada tras cruzar a toda prisa el portón. Me acerco a la hilera de placas. Hay de todo: un asesor laboral, un agente comercial, un abogado, un notario, un editor, una empresa de estudios de mercado, una agencia inmobiliaria, una modista y, por último, un letrero que destaca sobre los demás, un centro de estética que ofrece depilación incluso para hombres. ¿Adónde habrá ido? Entro en el patio y veo la escalinata y el ascensor, pero R. J. ha desaparecido. Pasados diez minutos regresa bajando de tres en tres los peldaños. Se acerca a mí y me levanta en volandas.
¿Y bien? ¿Cuándo me lo vas a contar? ¿Adónde has ido?
¡Adivina! Si no me equivoco, debes de haber leído todas las placas.
Mmm ¡te has depilado y no quieres decírmelo!
Rusty se levanta una de las perneras de sus vaqueros y me enseña la pantorrilla. No es que sea muy peludo, pero tampoco tiene la piel fina.
¡En ese caso, te has metido en un lío y has ido a hablar con un abogado!
¡No, no tengo antecedentes penales!
¡Has encargado un traje propio de un tipo serio! ¡Una americana y unos pantalones!
Quizá uno de estos días
¡Me rindo!
Tiene que ver con lo que te he dicho antes.
¿Con el sobre en el que estabas sentado?
Sí, me he sentado encima para ver si le transmitía un poco de suerte.
¡Ah! ¿Y qué había dentro?
Mi libro
¡Noooo! ¡Podrías habérmelo dicho!
¿Y qué habría cambiado? ¡Quizá luego me habrías pedido que te lo leyese! ¡En cambio, me has acompañado a entregarlo a la editorial y quizá así me traigas suerte! ¿Te apetece andar un poco? No tengo ganas de coger otra vez la moto.
De acuerdo, a fin de cuentas, he quedado con Clod y Alis dentro de dos horas.
Pero ¿es que vosotras no estudiáis nunca?
¡Por supuesto, de hecho vamos a estudiar!
¿A las seis de la tarde?
¡Claro, es la hora en que mi biorritmo está más activo! ¡Me lo ha dicho Jamiro!
No das un paso sin él, ¿eh?
¡Jamás!
Reímos mientras caminamos juntos. El sol está alto en el cielo, hace un día precioso y me siento mejor, mucho mejor respecto a esta mañana. El mérito es de R.J. Es una especie de tifón que arrasa con el aburrimiento. Pasamos por delante de un escaparate. Una tienda de fotografía. Nos paramos a la vez. Detrás del cristal hay varias cámaras digitales, las más modernas, alguna que otra réflex, unos cuantos objetivos, fotos de mujeres sonrientes. Nos miramos. Es cosa de un instante. Una sonrisa consciente, un silencio que no necesita palabras. Tenemos la misma idea. El abuelo. Nuestro querido abuelo. El abuelo dulce, grande, bueno, el abuelo que añoramos, que nos hacía sentirnos seguros, o al menos, a mí. Y evoco esos días absurdos. La casa abarrotada de gente silenciosa. La abuela sentada en una silla a su lado. Y él, que parecía dormir. Me parece imposible. La muerte me parece imposible. Ni siquiera sé qué es. En ocasiones me gustaría poder olvidarlo, coger la moto e ir a su casa como solía hacer y encontrarme con una bonita sorpresa: ver al abuelo Tom sentado a su escritorio manipulando algo. Y luego su perfume. Esa loción para después del afeitado que usó durante toda la vida. No puedo pensar en eso. Sin poder remediarlo, se me humedecen los ojos. Rusty se percata.
Venga
Venga, ¿qué? ¿Cómo se hace? -Sorbo por la nariz-. Lo echo de menos. Y sé que es irremediable. Además, ni siquiera puedo hablar de él con mamá, porque en seguida se echa a llorar y tengo la impresión de que sólo consigo incrementar su sufrimiento
Yo también lo añoro, pero pienso que no debo hablar sobre ello. No dejo de pensar en cómo debe de sentirse la abuela y, frente a ella, creo que no tengo derecho
Sí. No es justo.
Realmente pienso que no es justo. ¿Cómo es posible que una persona como mi abuelo, tan bueno, tan curioso, tan vital, un abuelo joven, vaya, nos haya dejado así? No comprendo la muerte. Te arrebata a las personas de repente. Te impide volver a hablar y reír con ellas, tocarlas y verlas. Jamás podrás oírlas de nuevo, regalarles algo o decirles eso que nunca tuviste el valor de contarles. Sí, sólo una última vez, por favor, una última vez. Me encantaría poder decirte cuánto te quiero, abuelo.
¿En qué piensas?
Ni siquiera yo lo sé En muchas cosas. -Lo miro-. ¿Piensas alguna vez en la muerte, R. J.?
No No mucho. -Me sonríe-. ¿Sabes? Creo que sólo la puedes aceptar como viene y ser feliz por lo que te haya podido suceder mientras tanto.
Parece algo que has leído; hablas como un escritor.
Bueno, es más sencillo que todo eso: es lo que siempre me decía el abuelo.
¿Hablabas con él de la muerte?
No, de la vida. Me decía que si no existiese la muerte la vida no podría seguir adelante. La muerte es la forma que tiene la vida de defenderse a sí misma. En una ocasión me leyó algo precioso de un poeta que se llama Pablo Neruda.
Seguimos caminando mientras Rusty trata por todos los medios de recordar, después su voz se dulcifica:
«Muere lentamente quien evita una pasión, quien prefiere el negro sobre blanco y los puntos sobre las "íes" a un remolino de emociones, justamente las que rescatan el brillo de los ojos, las que convierten un bostezo en una sonrisa, las que hacen latir el corazón ante las equivocaciones y los sentimientos.»
Es precioso
Sí. Y, además, es cierto Caro, los que mueren de verdad son los que no viven. Los que se reprimen porque los asusta el qué dirán. Los que hacen descuentos a la felicidad. Los que se comportan siempre de la misma forma pensando que no se puede hacer nada diferente, los que piensan que amar es como una jaula, los que nunca cometen pequeñas locuras para reírse de sí mismos o de los demás. Mueren los que no saben ni pedir ni ofrecer ayuda.
¿Es también de Neruda?
No, eso es lo que pienso hoy gracias al abuelo
Volvemos a subir a la moto y nos alejamos en medio del tráfico, de la gente, de toda esa vida. Los transeúntes caminan por las aceras, algunos hacen cola delante de un bar o de una tienda, otros esperan a que el semáforo cambie de color para cruzar la calle, algunos se ríen, otros charlan o se besan. Gente. Tanta gente. Y por un instante me siento mejor y ya no tengo ganas de llorar. Estoy serena, quizá haya madurado y, entre todas esas personas, por un momento, me parece vislumbrar al abuelo. Quizá ya no lo echo tanto de menos porque vivió y nos dejó tantas cosas que sé que no tendré tiempo de olvidarlo.
Ya está. Me siento un poco triste. Dentro de veinte días empezaremos con los exámenes escritos, después los orales, y luego nuestra clase se disolverá. Qué extraño. Todo parece tan remoto y después, de repente, plof, llega. Siempre bromeo, pero he de reconocer que los exámenes me asustan de verdad. Estoy haciendo todo lo que puedo. Hoy, sin ir más lejos, hemos estudiado en casa de Alis. Clod está encantada de cómo le van las cosas con Aldo. Nos morimos de la risa cuando nos cuenta sus historias, y se confía abiertamente para compartir con nosotras hasta el último detalle de lo que le está ocurriendo. Yo no podría. Al menos, no así. Ella está serena. Quizá se sienta más cómoda con nosotras. No lo sé. Mientras pienso en esas cosas, Alis interviene de improviso.
Estoy saliendo con uno
¿De verdad?
Alis ha dejado caer la bomba mientras merendamos despertando nuestra curiosidad.
¡Pero si no nos habías dicho nada!
Os lo estoy diciendo ahora Volvimos a vernos la semana pasada en casa de una de mis primas. Es de Milán, tiene veintiún años y es guapísimo
¿Veintiuno? ¿No son muchos? -lo pregunto pensando en Massi, que tiene diecinueve.
Bueno, son sólo dos más, ¿qué diferencia puede haber? Aunque el mero hecho de pertenecer a la misma década te da una sensación de normalidad, de cercanía. Me siento como una estúpida por decir todas estas cosas, parezco mi madre. Bueno, con eso no quiero dar a entender que ella sea una estúpida, ¡sólo que son ese tipo de cosas que las madres suelen decir! Esas observaciones que únicamente tienen sentido con el paso del tiempo Qué pesada soy a veces.
¿Y cómo es?
Clod y su curiosidad. Alis sonríe y parece encantada con su presa.
Bueno, pues es alto, moreno y tiene un cuerpo impresionante. Trabaja en el mundo de la moda, su padre es un famoso empresario, vende ropa italiana en el extranjero, en Japón. Lo primero que me dijo es que yo podría ser perfectamente una de las modelos de su catálogo
¿En serio? ¡Qué guay!
¿Y luego?
¡Pues luego quiso verme desnuda!
¡No!
Aja -Alis asiente con la cabeza-. Estábamos en el salón de mi tía, habían servido ya la cena y los demás se habían ido al comedor, de forma que deslicé el tirante de mi vestido y lo dejé caer al suelo. Se puso colorado como un tomate, ¿sabéis?
¡Me lo imagino, sí!
Miraba continuamente hacia el comedor por si venia alguien a llamarnos. Acto seguido me dijo: «Bien. Eres perfecta,» Durante la cena no le quité ojo. Él evitaba mi mirada.
Lo asustaste
¡¿Con veintiún años?!
Tal vez nunca había conocido a ninguna chica como tú.
Bueno, es posible -Alis se encoge de hombros-. La cena no duró mucho, pero incluso así al final me aburría. Le preguntó si le apetecía acompañarme
¿Y él?
Accedió. -Sonríe mirándonos a las dos-. En mi casa no había nadie Lo invité a subir. -Se interrumpe por un momento- Nos besamos, después entramos en mi habitación e hicimos el amor
¡Hala! -suelto sin querer.
Alis se vuelve de golpe hacia mí.
¿No te lo crees, Caro? ¿Por qué iba a inventarme algo así? ¿Piensas que quiero demostrarte algo? ¿Crees que no soy capaz de hacerlo?
No, es decir Sí, claro, ¿eso qué tiene que ver? -Me siento violenta por todas sus preguntas-. Es que me parece raro, apenas lo conoces.
Nos vimos el verano pasado en la playa, pero nunca antes había sucedido nada. Siempre me ha gustado. Creo que me he enamorado. No dejo de pensar en él,y hablamos continuamente. Quizá sea un poco obsesiva -Suelta una carcajada-. Ahora ha vuelto a Milán Quiero darle una sorpresa e ir a verle. Tal vez podríais acompañarme
Ah, por supuesto -pienso-, en avión, con el permiso de nuestros padres. A veces Alis no es consciente de la edad que tenemos.
Sí, sí, claro, sería genial.
Clod no parece de la misma opinión.
Además, debe de ser superguay ir de compras por Milán, hay unas tiendas increíbles, es la capital de la moda. Cuando Paris Hilton viene a Italia, pasa en primer lugar por Milán. La cita es ineludible.
Alis -La miro intentando comprenderla mejor-. ¿Cómo fue?
Bonito Al principio me hizo daño, pero luego fue precioso. Lo único es que tuve que decirle que se pusiera un condón.
¡Caray! ¿Y no te dio vergüenza?
¿Estás de guasa? No quería acabar como Juno Además, yo seguro que me quedaría con el bebé. Por un lado, me encantaría pero, por el otro, eso supone un sinfín de complicaciones siendo tan joven
Sí, por supuesto -le digo, si bien, con todo el dinero que tiene, me cuesta imaginar cuáles podrían ser esas complicaciones a las que alude.
La miro. No alcanzo a comprender si nos ha contado una mentira o no. Alis es capaz de todo, en serio, es imprevisible. Algunas veces no la entiendo en absoluto. La quiero mucho, es mi amiga, pero hay algo en ella que se me escapa.
Él no llevaba condones
¿Y qué?
¡Pues que por suerte yo tenía uno:
¿En serio?
Sí.
Se dirige hacia un cajón y saca una cajita abierta. Control. De manera que es cierto.
Los compré porque sabía que tarde o temprano iba a ocurrir ¡Y que él no llevaría! Así que, para no arriesgarme a no poder hacerlo, ¡preferí comprarlos yo! Ten
Le da uno a Clod.
Y ten -También a mí. A continuación, nos sonríe-. Es estupendo, chicas Para el día en que queráis ¡Para cuando estéis listas!
Clod se lo devuelve.
Yo ni me lo planteo antes de los dieciséis Guárdalo tú, de lo contrario caducará.
¿Por qué no quieres antes de los dieciséis?
No lo sé, he decidido que sea así
En realidad Clod siempre tiene miedo de las novedades. Alis me mira con descaro.
¿Y tú?
Y yo, pues te digo que gracias. -Me lo meto en el bolsillo-. No he establecido un día concreto, sucederá cuando tenga que suceder. Sólo quiero estar segura de una cosa
Alis me mira con curiosidad.
¿Segura de qué?
Del amor, de su amor Sobre el mío no tengo duda alguna.
Clod esboza una sonrisa.
¿De verdad? Me parece maravilloso lo que sientes.
Sí. -Me ruborizo un poco. Se diría que me asusta tanta felicidad-. Disculpad, pero ahora tengo que marcharme.
¿Adónde? ¿A casa de Massi?
Sí.
Te he dado una idea, ¿eh?
Eso es
Sonrío y salgo de casa de Alis. Quito la cadena de la moto, me pongo el casco y arranco. Me paro junto a un contenedor. Meto una mano en el bolsillo, saco el preservativo que me ha regalado Alis y lo arrojo dentro. Vuelvo a poner la moto en marcha. No por nada. Simplemente creo que trae mala suerte llevar un condón en el bolsillo hasta que lo haces. Además, a saber cuándo ocurrirá. Pero, sobre todo, imaginaos si me olvido de esconderlo en algún sitio y mis padres me lo pillan. Me muero, vamos. Es demasiado arriesgado. De modo que, ya más aliviada, avanzo entre el tráfico. Me detengo en un semáforo y me pongo los auriculares del iPod. Lo enciendo. Al azar. Quiero ver que canción suena en primer lugar Música. Oigo el inicio. ¡Nooo! ¡No me lo puedo creer! Vasco. «Quiero una vida temeraria, quiero una vida llena de problemas» Me echo a reír. Claro que, después de haber tirado un preservativo a la basura por miedo a mis padres, no puedo hacer otra cosa que reírme, ¿no? La vida es así. Unas veces parece que te tome el pelo y otras hace que te sientas importante, parece que lo haga adrede. Ni siquiera sé por qué les he mentido a Alis y a Clod. No es cierto que vaya a casa de Massi, en realidad voy a ver a la abuela, le prometí que pasaría a saludarla y no quiero faltar a mi palabra precisamente con ella. Es más, se me ha ocurrido una idea estupenda.
¡Hola!
¡Carolina! ¡Qué magnífica sorpresa! Disculpe, ¿eh?
Sandro se aleja de un anciano con el que estaba hablando y se aproxima para saludarme. Me da la mano. Siempre me da la risa cuando hace eso. Algunos días después de haber encontrado a Massi me pareció justo ir a ver a Sandro para contárselo todo. Al fin y al cabo, nos conocimos allí y, después, de una manera u otra, Sandro me ayudó a buscarlo. Desde entonces, cada vez que me ve se interesa siempre por nuestra relación.
¿Qué haces aquí? -Acto seguido, me mira a los ojos- Todo bien, ¿verdad?
¡Por supuesto! De maravilla ¿Y tú? ¿Cómo va con esa tal Chiara, que se muestra siempre tan celosa de nuestra amistad?
Hum, regular. -Sandro se encoge de hombros- Le pregunté si quería salir a tomar algo conmigo después del trabajo y me contestó que sí.
Bien.
Sí, pero luego añadió que no podía quedarse mucho rato porque su novio es muy celoso.
Eso ya no está tan bien
Pero lo dijo riéndose. Daba la impresión de que quería darme a entender que está un poco harta de su relación con él.
¡Genial!
Sí, pero no hay que apresurarse.
Me sonríe.
Disculpe, ¿es éste? ¿Es éste el que habla de?
El anciano tiene un libro en la mano. Leo desde lejos:La pequeña vendedora de prosa, de Daniel Pennac.
No, no creo que le guste.
El señor se encoge de hombros, lo coloca de nuevo en el estante y sigue buscando. Sandro se vuelve hacia mí y alza la mirada al cielo.
Ven, alejémonos un poco Ese tipo es muy pesado. Coge los libros al azar, me obliga a que le cuente el argumento con todo detalle- ¡y luego casi nunca compra ninguno! ¡Bueno! -Sonríe otra vez-. ¿Qué te trae por aquí?
Quiero regalarle un libro a mi abuela
Ah, sí, tu abuela Luci.
Se queda callado.
Ya te he contado lo que sucedió.
Sí, claro. Lo recuerdo.
Cuando puedo me gusta ir a verla, puesto que mi madre, su única hija, trabaja todo el día
Me mira y me sonríe con ternura, como si eso fuese algo especial. A mí, en cambio, me parece de lo más natural.
Déjame pensar Sí, aquí está -Coge un libro-. Éste podría gustarle:La soledad de los números primos. Es la historia de dos personas que se quieren, pero que al final se quedan solas
¡Qué triste, Sandro!
Sí, un poco, pero al mismo tiempo es precioso.
Entiendo, sólo que la abuela ahora necesita sonreír.
Tienes razón En ese caso, te recomiendo éste,La elegancia del erizo. Es más ligero y divertido, pero igualmente bonito.
Mmm -Lo cojo-. ¿De qué trata?
Es la historia de una portera muy inteligente y culta que simula ser una ignorante por miedo a despertar la antipatía de los inquilinos del edificio Y entabla amistad con una niña
Mmm, éste ya me parece mejor, pese a que en su bloque no hay portero
De repente nos interrumpe una voz:
¡Oh, yo creo que podría gustarle! La chica ha pensado en suicidarse justo el día de su cumpleaños, la amistad con la portera la alivia de su soledad y -El anciano, cómicamente vestido con un traje príncipe de Gales de cuadros grises, con chaleco y pajarita, se percata de cómo lo estamos mirando tanto Sandro como yo. De repente balbucea-: Bueno, quizá sea mejor que no cuente demasiado En cualquier caso, a mí me gustó mucho.
Y se vuelve poco menos que molesto por nuestro silencio.
Sandro lo contempla mientras se aleja.
Quería pegar la hebra.
Sí, y contarme el final.
¡Y ni siquiera lo ha leído! Recuerdo que todo eso se lo conté yo Está muy solo, ¿sabes? Viene aquí para charlar y a final de mes se lleva un libro, el más barato quizá, ¡puede que para demostrarme que no he gastado saliva en balde!
Lo miro. Está en un rincón apartado hurgando entre los libros. Abre alguno, lo hojea, lee algo, pero lo hace distraídamente, para disimular, porque en realidad nos observa por el rabillo del ojo, sabe que estamos hablando de él. Luego se vuelve por completo. Sonríe. En el fondo debe de ser simpático. Él y la abuela Lucí. Quién sabe, tal vez algún día podrían encontrarse y tomar un té, conversar y hacerse compañía el uno al otro. La abuela sabe infinidad de historias, podría contarle una al día hasta el final de su vida. No. Es probable que a la abuela no le apetezca hablar con ningún otro hombre. Ya habla a diario con el abuelo Tom, sólo que nosotros no podemos oírlos.
¡Carolina! ¡Qué bonita sorpresa!
La abuela me hace pasar, me da un beso en la mejilla y un largo abrazo, rebosante de cariño. A continuación pone las manos sobre mis hombros y me mira como si buscase algo en mí.
No te esperaba
No sé si creerla. Tengo la impresión de que no es verdad. Se habría puesto triste si no hubiese pasado a verla. Mucho. Exhala un suspiro de alivio y acto seguido vuelve a ser la abuela de siempre.
¿Cómo estás? Cada vez me pareces cambiada
¿Cambiada en qué sentido, abuela?
Cierra la puerta a mis espaldas.
Mayor. Más mujer Más mujercita, quiero decir
¡Es que soy una mujercita!
Me vuelvo para mirarla riendo.
Sí, sí, ya lo sé -Luego se muestra de nuevo curiosa-. ¿Tienes algo que contarme?
No, abuela. -Entiendo que pretende aludir a algo-. Tranquila.
Entramos en la sala y nos sentamos frente a una mesita, a la sombra del albaricoquero.
Están saliendo las primeras flores.
Sí
Las miramos, acaban de brotar y se doblan ligeras y frágiles con el primer soplo de viento. A saber qué recuerdos le traen. Veo que sus ojos se tiñen de emoción. Se cubren con unas lágrimas ligeras y opacas. Se queda ensimismada, quizá esté viajando al pasado. Esa maceta. Ese árbol. Un beso recibido en ese rincón. Un regalo. Una promesa. Permanezco en silencio en tanto que ella navega lejana, transportada por una corriente cualquiera de recuerdos. Luego vuelve en sí repentinamente. Exhala un largo suspiro Me mira de nuevo y sonríe serena. No se avergüenza de su dolor. Le sonrío a mi vez.
¿Te apetece tomar un té?
¡Sí, abuela! Un té verde, si tienes
Claro que tengo. Desde que sé que te gusta, nunca falta en esta casa
Y se dirige a la cocina.
Yo permanezco sentada a la mesa de madera allí, en ese rincón, junto a los jazmines y las rosas silvestres. Recuerdo que el abuelo sacó unas fotografías preciosas de esas rosas. Cierro los ojos y huelo su delicado aroma. Me siento relajada, descanso, pese a que no tengo ningún motivo para estar cansada. Bueno, tal vez sí, puede que haya estudiado demasiado. Incluso me he saltado la clase de gimnasia. Son las últimas lecciones, aunque también es cierto que los exámenes están al caer. Permanezco absorta en mis pensamientos cuando, de repente, recuerdo algo que me contó mi madre poco después del funeral del abuelo, al regresar a casa. Se había quedado en el salón, yo no tenía sueño y me la encontré allí por casualidad, sentada en el sofá con las piernas dobladas bajo el cuerpo, igual que hago siempre yo.