¡Eh! ¿Qué pasa?
Te he preguntado dónde están los demás, ¡No veo a ninguno de los chicos!
Están allí.
Me indica enfurruñado un pasillo en penumbra.
Vale, gracias.
Silvietto coge de nuevo el canapé y vuelve a concentrarse en el «quitamayonesa.», como si eso fuese lo único que le interesase. Yo enfilo el pasillo: en la pared hay colgadas algunas viejas estampas, sobre un radiador veo una estantería de madera y, encima de ella, un jarrón Lo reconozco: es el que hicimos durante las últimas prácticas de tecnología. Dentro cabe alguna que otra flor seca, dado que es de cerámica, ¡pero está tan mal hecho que si metes agua dentro corres el riesgo de inundar el parquet y de hacer brotar en él, en serio, alguna flor!
Matt no fue capaz de hacerlo bien, ¡tiene un montón de grietas! A mí me salió mejor, me pusieron un bien, pero luego, cuando lo llevé a casa, desapareció. Tengo que averiguar qué pasó. Sospecho que mi hermana se lo regaló a alguno de sus novios y que incluso se inventó que lo había hecho ella. En caso de que sea así, no sabe a lo que se arriesga, dado que abajo escribí con óleo Carolina III-B. La verdad es que no importa, porque si eso llegase a ocurrir ella sabría salir airosa.
Bueno, veo una luz. La habitación que hay al fondo del pasillo tiene la puerta entornada. Hay un extraño silencio. Me acerco de puntillas y me apoyo en la puerta. Quizá no haya nadie. No, no. Miro por el resquicio, todos están ahí, algunos se han sentado en la cama, otros en el suelo. Pero ¿a qué se debe ese silencio tan inusual?
Ohhhhh.
De repente se produce una exclamación de estupor y algún que otro comentario que, no obstante, no consigo entender. Abro la puerta y todos se vuelven de golpe, asombrados, atónitos, mudos, casi asustados.
¿Se puede saber qué estáis haciendo?
Matt es el más rápido de todos.
No, no. nada -dice mientras trata de tapar lo que hay sobre la cama, en medio del grupo. Sólo que alguien lo sujeta adrede y, gracias a eso, puedo verlo. Unas imágenes, unas fotografíasy, sin poder evitarlo, me quedo boquiabierta.
Noooo. No me lo puedo creer.
Mujeres desnudas y hombres y más mujeres que tienen en la mano su «cosa» y otras que hacen de todo.
Matt intenta cerrar de nuevo la revista, pero Pierluca Biondi, que siempre ha sido un cerdo muerto de hambre al que conocemos de sobra todas mis amigas y yo, le sujeta el brazo.
De eso nada, que mire, quizá así nos pueda dar su interpretación -Y luego me escruta con cara de lobo, como los de los dibujos animados, arqueando las cejas y babeando por la comisura de los labios. Y sonríe, el muy cerdo-. ¿Y bien, Caro? ¿Qué te parece? Dinos, ¿qué piensas?
Hago una mueca y sonrío con más malicia que él.
Ah, eso Es vieja. Deberíais ver la última, ¡en esa sí que salen unos buenos polvos!
Justo en ese momento siento una mano en mi hombro.
¿Qué estáis haciendo, chicos?
Es la madre de Matt.
Esta vez la revista desaparece como por encanto, acaba bajo la almohada de la cama y Pierluca Biondi poco menos que se tira para sentarse sobre ella.
¿Y tú, Carolina, qué estabas diciendo?
Decía que no está bien que os marchéis de esta manera
Pues sí, tiene razón.
Sí, mamá, estábamos poniéndonos de acuerdo para el partido de fútbol que celebraremos el domingo en el campo del colegio
Sí, lo sé, Matteo, pero no es de buena educación. Vamos, el resto del grupo está en la sala, venga, id a hablar allí.
De manera que, lentamente, uno detrás de otro, Pierluca, Matteo y el resto de los cachondos abandonan el cuarto y la madre cierra la puerta después de que hayan salido todos.
Vamos, id a la sala, que os llevo los pasteles.
Sí, mamá.
Y ella esboza una sonrisa. Y Matteo vuelve a ser uno de los mejores niños de este mundo. Al menos, eso es lo que cree su madre.
Al entrar en la sala veo que Bertoliní ha logrado, por fin, limpiar el canapé. Contempla orgulloso su trabajo, pero, cuando está a punto de llevárselo a la boca, Pierluca le da una palmada en la espalda.
Hola, Silvie.
Lo hace volar de nuevo y, esta vez, cae al suelo boca abajo.
Bueno, que alguien me explique por qué cada vez que algo debe permanecer limpio se cae al suelo y. sobre todo, se cae boca abajo y se ensucia de manera irremediable. Vaya historia extraña. Es un poco como ese libro de la ley de Murphy, ese que hace reír tanto a Rusty James y a sus amigos. El de las reglas tontas, como la de que si una cosa debe ir mal, va mal Y otras más. Bah. Ellos se ríen a mandíbula batiente. Me acerco a Matt en la sala.
Eh.
Eh -No me mira a la cara, puede que esté algo avergonzado-. ¿Qué pasa? ¿Qué quieres? -Por fin me mira-. ¿Estás contenta de haber ido a la habitación, de habernos descubierto?
Niego con la cabeza.
De eso nada, pero da gracias a Dios de que tapaba la puerta Os he dado tiempo: si tu madre llega a entrar y os encuentra mirando esa revista todos cachondos ¡Imagínate lo mal que habrías quedado, precisamente el día de tu confirmación!
¡Y eso qué tiene que ver, no es pecado! Era un entretenimiento, y con los amigos
Como quieras, pero cuando ella te ha preguntado qué estabais haciendo, tú le has mentido Precisamente el día de tu confirmación
Oye, ¿has acabado ya de dar el coñazo? Sí, me fastidia, me siento culpable por eso, lo admito. Pero ¿qué quieres? ¿A qué se debe toda esta historia, eh? ¿Qué quieres de mí?
La revista.
¿Ésa? -Me mira de hito en hito; después vuelve a sonreír-. Pero ¿no decías que la habías leído ya?
Venga
No quiero que se dé cuenta de que estoy avergonzada, así que esta vez soy yo la que no lo mira.
Vale, Caro, te la doy pero ¿puedo preguntarte una cosa?
¿Qué?
Lo miro de nuevo a los ojos.
¿Para qué la quieres?
No me gusta la idea de que las mujeres lleguemos sin la debida preparación.
Ahhhh.
Asiente de manera extraña con la cabeza, como si de verdad hubiese entendido algo.
El resto de la tarde transcurre con tranquilidad, quitando alguna que otra mirada estúpida que me lanza Biondi antes de que termine la fiesta aludiendo a lo que hemos visto en la habitación. Al acabar el día, voy al dormitorio de Matt. Él me espera ya allí. Ha metido la revista en mía bolsa y se apresura a pasármela.
De prisa, métela en el bolso.
Yo la guardo rápidamente, pero antes de marcharme simulo que tengo que entrar en el cuarto de baño. No me gustaría llegar a casa y encontrar que en realidad llevo en el bolso unTopolino o un Dylan Dog o, peor aún, uno de esos cómics manga que abarrotan la habitación de Matt. De forma que, una vez allí, abro el bolso y veo que dentro de la bolsa está esa revista obscena repleta de cosas prohibidas a los menores de dieciocho años. Me apresuro a cerrarla, como si alguien pudiese verme, y cuando salgo oigo que me llaman.
Carolina, ha llegado tu madre, te espera abajo.
Así que me precipito hacia la puerta del salón y me marcho sin apenas despedirme de nadie, hasta tal punto se me ha acelerado el corazón. Salgo al rellanoy me siento feliz porque estoy a punto de coger sola el ascensor. Pero de repente aparece Biondi con su padre y no me da tiempo a salir antes de que él pulse el botón del 0.
¿Bajas con nosotros?
Sí, claro.
De modo que bajo todos esos pisos con Biondi, quien no deja de escrutarme risueño. Y de repente
¿Qué piensas hacer cuando llegues a casa, Carolina? ¿Te irás en seguida a la cama o verás un poco la televisión?
Bah, no lo sé, ¿por qué?
Tengo la boca seca.
Bueno, porque nunca se sabe. Pensaba que quizá leerías un rato en la cama -Y cuando sonríe me siento morir. ¡Matt se lo ha dicho! Me mira y a continuación mira el bolso y alza la barbilla como si lo estuviese señalando-. ¿No te gusta leer?
Dios mío, estoy a punto de desmayarme. ¿Y si ahora resbalo, me caigo, se me abre el bolso y su padre ve la revista? ¿Qué pensará de mí'' Menos mal que, por suerte es él precisamente quien me echa un cable.
Venga, déjala en paz ¡Que haga lo que quiera! Si está cansada, que se vaya a dormir.
Exhalo un suspiro. Ufff Su padre es, ni más ni menos, mi salvador.
Vamos, sal, ya hemos llegado. -Y lo empuja fuera del ascensor-. Saluda a tus padres de mi parte, Carolina.
Gracias-
La verdad es que no sé por qué le doy las gracias, pero ese estúpido de Biondi insiste:
Nos vemos mañana en el colegio y me cuentas.
No lo saludo, faltaría más. Me dirijo hacia el coche de mi madre y entro en él como un rayo. Me mira. A buen seguro se ha percatado de mi palidez.
Eh, ¿qué te pasa? ¿No te has divertido en la fiesta?
¡Qué va! ¡Es que tenía miedo de que me echasen un cubo de agua desde arriba!
Mi madre no acaba de creerse lo que le he dicho. Se adelanta y escruta por el parabrisas. No hay ninguna terraza con las luces encendidas. Me mira fijamente a los ojos tratando de averiguar algo, de captar incluso un mínimo e imperceptible temblor en mis párpados. Yo miro hacia adelante. No me doy por aludida.
Mmm
Vuelve a escrutarme. No me puedo contener. Imaginaos si saliese ahora de mi bolso esa revista porno, le daría un ataque. De modo que me vuelvo lentamente hacia ella, curiosa, ingenua, un poco sonriente, aunque sin exagerar. Pero, sobre todo, hipócrita a más no poder.
¿Qué pasa, mamá? ¿Por qué me miras así?
Nada
En estos casos conviene pasar siempre al contraataque porque los desconciertas, y la que podría haber sido su reacción adecuada se reduce a algo extraño que a todas luces habían advertido de forma equivocada. Y, en efecto, mi madre dice «bah», se encoge de hombros, a continuación enciendo el motor y se encamina directamente a casa. Mientras que yo, sin darme cuenta, exhalo un suspiro de alivio.
Paso la noche muy agitada. Me revuelvo en la cama y no consigo conciliar el sueño, controlo cada dos minutos la mochila, que he dejado bajo la silla, donde están los libros del colegio y, sobre todo, ¡la famosa revista porno! ¡Pienso en el imbécil de Biondi, que se imaginaba que volvería a casa y me encerraría en el dormitorio a ojearla! Biondi, ¡no todo el mundo es tan obseso como tú! ¡Ni siquiera he tenido valor para sacarla de la bolsa! La he metido en seguida en la mochila del colegio. Y también al día siguiente. ¡Por puro miedo! Miedo en el verdadero sentido de la palabra. Como de costumbre, voy al colegio en autobús. Pero no sé por qué, esa mañana tengo la impresión de que todos los pasajeros lo saben; sí, que de una forma u otra me tienen tirria. Como cuando ves esas caras astutas que parecen decirte: «Eh, guapa ¿A quién pretendes engañar? Venga, enséñanosla también a nosotros Sé lo que llevas ahí abajo, ¡¿qué te has creído?!» Y luego están los otros, los que son un poco más taimados, los más repugnantes Ésos parece que te miran sólo a ti y que, por encima de todo, te dicen: «Te ha gustado, ¿eh? Ahora ya sabes lo que hacemos»
En fin, que me siento culpable, hasta el punto de que me bajo una parada antes y echo a correr como una loca para llegar a tiempo al colegio, antes de que cierren la verja. Entro casi resbalando mientras Lillo, el portero, la está cerrando.
¡Buenos días! Corre, corre, Carolina ¡que hoy hay lío!
¡Dios mío! ¡Él también lo sabe! ¡¿O lo habrá dicho por decir?! No lo pienso, sino que sigo subiendo a toda prisa los escalones, de dos en dos, y también de tres en tres, aunque esto lo logro sólo una vez, porque luego casi tropiezo en el segundo intento y llego jadeante al pasillo que conduce a mi clase. Aminoro el paso por un instante. Vuelvo a pensar en lo que me ha dicho Lillo. ¿A qué se refería? ¿Hoy hay lío? ¿Por qué me habrá dicho eso? ¿Me pillarán la revista? ¿Qué otra cosa puede suceder si no? De forma que, por si acaso, decido llamar a Jamiro. Tecleo a toda velocidad el número de su móvil, pero nada, lo tiene apagado. Uf, pero ¿es que mi cartomántico de confianza duerme hasta tarde? ¡¿Se puede saber para qué le sirven a uno las predicciones astrológicas pasado el mediodía?! ¡La mañana es la base de nuestra vida! Por desgracia, de cómo vayan las cosas en el colegio depende mucho lo que pueda ocurrir por la tarde y, aún más, si cabe, si existe o no la posibilidad de salir por la noche. De repente siento necesidad de ir al baño, y cuando salgo de él me siento mucho más ligera. Quizá porque me he quitado un peso fundamental, aunque no fisiológico, sino digamos espiritual. El que tenía en mi conciencia. He dejado la revista en lo alto, detrás de la cisterna del baño. ¡Sé cómo es porque una vez ayude a mi hermano R. J. a arreglar la de casa! Fue muy divertido. ¡Él hacía de fontanero y yo era su ayudante, y al final nos empapamos por completo porque se rompió una tubería! Pero no sabéis que risa, fue una de esas cosas que nunca se olvidan. Pese a que el agua salpica y causa daños y coges cubos y trapos e intentas encontrar una solución, al final resbalas, te caes y te apoyas o te agarras a una cortina y la arrancas o la rompes o cualquier otra cosa, y después, quizá se vuelca sin más un cubo que acababas de llenar de agua y te echas a reír como una tonta. Y algo le pasa también a él. Y os reís aún más. Y os miráis y os parece que todo esté diseñado para haceros reír, y entonces te ríes, te ríes sin cesar, y da la impresión de que el destino está de tu parte, sí, que vale realmente la pena reír sin parar. Creo que todavía hoy ésa sigue siendo una de las cosas que recuerdo con mayor placer, porque los dos pasamos una tarde de ésas en las que, de verdad, la barriga se tensa y te duele de lo mucho que te has reído. En esos instantes no hay nada más hermoso que esa risotada, te olvidas de todo lo que te ha salido mal y te sientes de verdad reconciliado con el mundo. Y entonces dejas de reírte, sueltas aún alguna que otra risita nerviosa, pero después te sientes casi satisfecha y exhalas un largo suspiro, como de alivio. Pues bien, eso es vivir, partirse de risa con una persona a la que quieres y que te hace sentirte querida, ¡Y, si bien confío en que me sucedan cosas mejores, sé que la historia del cubo del agua será uno de los recuerdos más bonitos de mi vida!
Sea como sea, entro corriendo en clase, justo a tiempo, porque en ese momento llega el profe de la primera hora. No. ¡No me lo puedo creer! No me acordaba. ¿Os dais cuenta del absurdo? ¡Es don Gianni! Habría pasado la clase de religión con el pecado justo a mi lado. Le habría bastado mirarme, notar mi rubor, y se habría producido el desastre, seguro que habría hecho un registro en toda regla.
Eh, Clod
¿Qué pasa?
Llama a Alis.
¿Qué quieres decirle?
Una cosa que quiero contarte también a ti.
Vale ¡Alis!
Alis se vuelve y ve que la estamos escrutando.
¿Qué queréis? De comer ahora ni hablar.
No -la miro negando con la cabeza- ¡Nada de eso! En cuanto suene la campana del recreo tengo preparada una cosa increíble para vosotras. No bajéis en seguida, quedaos en este piso porque tengo que enseñaros algo.
De modo que las tres primeras horas pasan en un abrir y cerrar de ojos. No lo resistía más, veía que, de vez en cuando, Alis y Clod me miraban tratando de entender. Pero yo como si nada. He logrado contenerme y, al final, ha llegado la hora del recreo.
Venid, venid conmigo
Cruzamos los pasillos casi pegadas a la pared, parecemos las protagonistas de esa serie que me gustaba tanto, «Los ángeles de Charlie» o, aún peor, y para no salirnos del tema, las de «Sexo en Nueva York», con alguna que otra diferencia, claro ¡Nosotras somos más jóvenes!
Aquí. Entrad aquí.
Miro sólo un segundo alrededor y, al ver que no hay nadie, las empujo una detrás de otra al interior del cuarto de baño.
Ah, pero ¿qué pretendes hacer? -Clod parece preocupada-. ¿Tienes drogas?
¡Anda ya! -Alis se encoge de hombros-. Como mucho querrá escribir algo en la pared, como hace de vez en cuando la gente Y quiere que la ayudemos.
No Tengo que enseñaros una cosa.
Subo a la taza del váter y asomo la cabeza por detrás de la cisterna. Introduzco una mano, la llevo hasta el fondo y busco, hurgo cada vez más de prisa. Después bajo de nuevo al suelo.
¡Nada! ¡Qué capullos! Alguien me la ha mangado.
¿El qué? ¿Qué tenías ahí detrás?
Se lo cuento todo, la confirmación de Matt, la fiesta, los Ratas encerrados en la habitación, el descubrimiento de la revista pornográfica, el escondite de esta mañana en el baño y, al final, el robo. Me escuchan con curiosidad, pero al final las veo indecisas.
¿Qué pasa? ¿No me creéis?
Las miro a las dos.
Oh, sí, sí-
Pero ¿sabéis cuando la gente te dice las cosas por decir, sin creérselas ni siquiera un poco? Clod, en cambio, ya está pensando en algo distinto.
Oye, ¿qué os parece si salimos? Dentro de un momento se acaba el recreo.
De modo que poco después bajamos por la escalera que conduce al patio.
En cualquier caso, os aseguro que estaba ahí
Al final damos por zanjado el asunto y nos concentramos en el recreo. Clod se pone las botas como suele tener por costumbre, se sumerge en un paquete de patatas Chipster y se olvida de inmediato de la historia del baño, de la revista y de todo lo demás. Después de haber mordisqueado una pizza pequeña y de haberla desechado porque no le gustaba, Alis me da una palmada en el hombro.
Venga. Caro, no tiene tanta importancia.
Y se aleja dejándome con la duda de si se habrá creído de verdad la historia de la revista porno. Sólo se una cosa: he evitado en lo posible cruzarme con Biondi y con Matt, que lo han largado todo, y con el resto de los Ratas, que, a buen seguro, están al corriente. Además, otra de las cosas que me impresionan esa mañana Cuando salgo del colegio, Lillo, el portero, me saluda con una sonrisa.
¡Adiós, Carolina!
Jamás lo ha hecho. Y. además, es particularmente extraño, da la impresión de que está cansado aunque a la vez alegre y satisfecho. ¿Habrá sido él quien me ha robado la revista?
A mis espaldas, mientras sigo hojeando el libro, aparece Sandro, el dependiente de la librería.
Bueno, entonces ¿qué? ¿No te lo llevas?
Me lo dice casi con aire de desafío, como si no tuviese valor Pero ya ves tú lo que me importa a mí. Al final elijo otro y ni siquiera le contesto. Hago como si nada. No lo tengo en cuenta en absoluto. ¡Si no soporto responder y tener que dar explicaciones a mis padres, así que menos aún a ese tipo! Deambulo libremente entre las estanterías. A continuación decido escuchar un CD de James Blunt,All The Lost Souls. Me pongo los cascos y elijo el tema que quiero. Me veo reflejada en el espejo de la columna. Empieza la canción. Sonrío. Sola, independiente, con todo el día por delante para mi sóla Ah, qué bonito. Ahí está, comienza. Shine on. Me encanta cuando dicen: «¿Nos están llamando para nuestro último baile? Lo veo en tus ojos. En tus ojos. Los mismos viejos movimientos para un nuevo romance. Podría usar las mismas mentiras de siempre, pero cantaré. ¡Brillaré, simplemente, brillaré!» Es así. De modo que cierro los ojos. Y me dejo llevar por la melodía y me doy cuenta de que me estoy balanceando un poco Y sigo el ritmo. Pero, cuando vuelvo a abrir los párpados, veo a un tipo reflejado en el espejo que me mira. Tiene los ojos de un azul intenso, el pelo oscuro, es alto, delgado y mayor que yo. De repente me sonríe y el corazón me da un vuelco. Bajo la mirada, me he quedado sin aliento. Dios mío, ¿qué me pasa? Cuando vuelvo a alzar la vista, él sigue allí. Ahora sus ojos me parecen incluso más bonitos. Ladea la cabeza y sigue escrutándome así, con su preciosa sonrisa y una mirada descarada. Parece muy seguro de sí mismo. Y a mí no me gustan los tipos demasiado seguros de sí mismos. Pero es guapísimo. No me lo puedo creer. Ha hecho que me ruborice. Bajo los ojos de nuevo. Dios mío, ¿qué me está sucediendo? No me lo puedo creer. No es posible. Pero, cuando los levanto de nuevo, él ha desaparecido. Puf, Se ha desvanecido. ¿Lo habré soñado? De ser así, ¡qué sueño tan maravilloso!
Me acerco a la caja.
Buenos días Me llevo éste.
Se acerca de nuevo Sandro, el dependiente.
Ah,Perdonadme por tener quince años, de Zoe Trope -Lo coge y 1e da vueltas entre las manos-. Es un buen libro. ¿Sabes que, sin embargo, no se sabe con certeza si el autor es un hombre o una mujer? Se trata de un seudónimo, alguien se oculta ahí detrás. -Sonríe y me lo tiende-. Pero no está mal.
Gracias
¿Se puede saber qué quiere ese tipo? No lo entiendo, ¿debe echar por tierra mi elección como sea? No lo comprendo. Quizá el libro encierre un mensaje oculto, o tal vez Zoe Trope, o quienquiera que escriba en su nombre, le haya birlado la novia ese Sandro. Bah.
Pago. Salgo y echo a andar. Me paro delante de un escaparate. Esos zapatos le encantarían a mi madre. Parecen cómodos. Son bajos, elegantes, aunque también un poco deportivos, negros y brillantes. Mi madre trabaja todo el día en una gran tintorería. Es un trabajo pesado, siempre estás en contacto con la plancha y el vapor. Hace calor. Se suda y se trabaja un montón. Planchas y lavas la ropa. Las mismas cosas que, después, le toca hacer también en casa, sólo que ahí no te pagan. Mientras que allí, si las cosas no están listas cuando toca o salen mal, te las cargas. Hay clientes maleducados. Al menos, eso es lo que me cuenta. Yo sólo he estado una vez donde ella trabaja, cuando era pequeña, un día que no supo con quién dejarme. Yo la miraba, no se paraba nunca. ¡Dice que así se mantiene en forma gratis: Los zapatos cuestan ochenta y nueve euros y yo los estoy ahorrando, ya casi he alcanzado esa cifra. Luego, de improviso, oigo una voz alegre.
Es éste, ¿verdad?
Veo el CD de James Blunt. Y oigo también la música, justo la canción que tanto me gusta. Parece cosa de magia. Me asusto, me ruborizo, sonrío a mi vez. Y él está allí, reflejado en el escaparate, detrás de mí, casi abrazándome. La música sale de su teléfono móvil. Después aparece sobre mi hombro sonriendo. Casi me olfatea. Me rodea, me mira y no dice nada, aunque no deja ni por un momento de sonreír.
Toma, lo he comprado para ti. -Y me lo mete en un bolsillo del bolso, dejándolo caer-. Me ha dado la impresión de que te gustaba.
Sonríe nuevamente y apaga su móvil. Yo permanezco en silencio. Me recuerda a una escena de aquella película que vi una vez en casa a escondidas y que había mangado de la videoteca de R. J. con Clod y Alis. ¿Cómo se titulaba? Ah, sí.Nueve semanas y media. Ella es Kim Basinger, va al mercado y ve una bufanda que le gusta un montón, pero que cuesta demasiado. Entonces él se la compra y de repente se acerca a ella por la espalda y se la echa sobre los hombros mientras la abraza. Y ella sonríe. Me gustó esa escena. Él es Mickey Rourke. Y ese tipo es un poco como él. A pesar de eso, cojo el CD del bolso y se lo devuelvo.
Gracias, pero no puedo aceptarlo.
Te lo ha dicho tu madre, ¿eh? Eso sólo vale para los caramelos que te ofrecen los desconocidos. ¡Éste no tienes que comértelo!
Me lo tiende de nuevo.
Puedes escucharlo cuando quieras -me dice risueño.
Es amable. Parece simpático. Debe de tener unos veinte años, quizá diecinueve. Y me gusta más que Mickey Rourke. Y ya no parece tan seguro de sí mismo como cuando nuestras miradas se han cruzado en el espejo. Sonríe y me escruta. Parece más tierno. Me gustaría llamarlo «tiernoso», pero no es cuestión de arruinarlo todo nada más empezar, ¿no? De modo que permanezco callada y vuelvo a meter el CD en el bolso. Y echamos a andar. No sé por qué, me siento más mayor. Quizá porque él lo es y se ha interesado por mí. Y charlamos.
¿Qué haces?, ¿qué no haces? Miento un poco y me doy importancia.
Estudio inglés, y además he hecho una prueba porque me gusta cantar -añado confiando en no tener que demostrárselo nunca, puesto que desentono bastante.
¿Has estado alguna vez en el Cube?
Oh, sí, voy de vez en cuando -le respondo, ¡confiando en que no me pregunte cómo es! En parte me siento culpable, y en parte no.
Compramos un helado.
Elige tú primero.
De acuerdo. En ese caso, doble de nata, castañas y pistacho.
Yo también.
¡Me pirra! Tenemos los mismos gustos Bueno, la verdad es que sólo me gusta la castaña, pero lo elijo idéntico al suyo para que parezcamos simbióticos.
No, no, esto lo pago yo, es lo menos que puedo hacer.
Y él vuelve a meterse la cartera en el bolsillo. Y dice vale, y sonríe, y me deja actuar. Y yo abro el pequeño estuche Ethic y cuento el dinero, sólo tengo unas pocas monedas. ¡Nooo! Justo lo que me faltaba, pero al final cuatro, cuatro con cincuenta, ¡cuatro con noventa! Lo he conseguido, menos mal De otra forma, habría quedado de pena. Y, sin saber por qué, miento sobre mi edad o, mejor dicho, me añado algunos meses.
Catorce años
Por un momento parece perplejo, como si mi edad no lo convenciese. Busco su mirada, pero se hace el sueco.
¿Qué ocurre?
¿Qué?
No, es que tenía la impresión de que
Pero no me da tiempo a terminar.
¡Ven, vamos!
Y me coge de la mano y echamos a correr entre la gente. Turistas extranjeros, gente de color, alemanes, franceses, y algún que otro italiano. Yo casi tropiezo, pero él me arrastra con su increíble entusiasmo.
¡Venga, venga, que ya casi hemos llegado!
Y yo corro y me río y trato de seguirle el paso, y al final nos paramos delante de lafontana como dos perfectos turistas.
¿Estás lista? Toma.
Me da una moneda y a continuación se da media vuelta, cierra los ojos y tira la suya hacia atrás por encima del hombro. Lo imito. Cierro los ojos, expreso un deseo y mi moneda vuela muy alta, gira y gira y, acto seguido, cae lejos en el agua y lentamente, describiendo un extraño remolino, toca fondo. Nos miramos a los ojos. Puede que hayamos expresado el mismo deseo. Él, en cambio, parece más seguro que yo. Es más, no tiene ninguna duda.
Estoy convencido de que hemos pensado el mismo deseo
Y me mira con intensidad. Y para mí es como si, de golpe, tuviese dieciocho años. Me avergüenzo por un instante. Mucho. Me ruborizo. Y el corazón me late a mil por hora. Y agacho la cabeza y jadeo y miro alrededor en busca de una balsa. Dios mío, estoy naufragando Y, de repente, de la misma forma en que me ha hecho acabar, bajo el agua, me salva.
Por cierto, me llamo Massimiliano.
Hola Carolina.
Y nos damos la mano y nos miramos a los ojos durante un rato. Después me dedica una sonrisa preciosa.
Me gustaría volver a verte.
Y yo querría decir que a mí también, sólo que no puedo. Me siento muy torpe.
Sí, claro -me limito a decir.
¿Os dais cuenta? «Sí, claro» ¡¿Qué quiere decir eso?! Dios mío, cuando Clod y Alis se enteren. Y después me da su número de teléfono. Pero lo hace de forma extraña, lo escribe en el cristal del escaparate de una tienda con un rotulador. Mientras nos reímos, yo lo copio en mi móvil.
Apúntate también el mío.
Massimiliano me sonríe.
No. No quiero molestarte. No quiero que me des el tuyo, te llamaría a todas horas. Búscame tú cuando tengas ganas de reírte como esta tarde.
Y se marcha así, dándome la espalda. Tras alejarse un poco, sube a una moto. Se vuelve por última vez y esboza esa maravillosa sonrisa. Y me deja allí, así, con dos únicas certezas. Una: ¿será por pura casualidad que mientras buscaba un libro sobre educación sexual lo he conocido a él? Y dos: el Lore de este verano ha dejado de gustarme de repente o, mejor dicho, ha pasado de buenas a primeras al segundo puesto.
Cojo al vuelo el autobús 311, que me lleva hasta casa. En medio de la gente, de tanta gente, me siento casi sola. Agradablemente sola. Perdida en mis pensamientos. Sonrío. Me gustaría mandarle ya un mensaje: «El destino ha hecho que nos encontráramos.» No, demasiado fatalista. «¡Gracias por el helado!» Práctica. «¿Será amor?» Excesivamente soñadora. «¿Sabes que estás muy bueno?» ¡Excesivamente realista! «Gracias por esta estupenda tarde» Demasiado clásica, diría que hasta casi vieja. «¿Has visto?, no puedo resistir» Chica fácil. «Aquí tienes mi número. Llámame cuando quieras.» Una que abandona porque teme tomar la iniciativa. ¡Menudo palo! Nada. No se me ocurre nada. Resoplo y me encojo de hombros. Y al final opto por no mandarle ningún mensaje.