¡Eh!
Gibbo pone una cara extraña y cómica. Y nosotras nos alejamos entre risas.
Una vez en clase, mando un mensaje a Alis con un dibujo. Una botella de champán con el tapón que sale despedido y muchas estrellitas: «¡Ser tu amiga es como celebrar una fiesta todos los días! Gracias.»
Ella me mira risueña y veo que escribe algo. De hecho, recibo un mensaje: «¡Feliz no cumpleaños!»
A Alis le encanta esa película. Quizá porque todos quieren a esa Alicia. Quizá porque vive en el País de las Maravillas y nunca está sola. El dolor del amor. ¡Hoy estoy muy poética! Veo que Alis se ha puesto a escribir algo en su agenda, frenética, como hace siempre cuando se le ocurre algo. De modo que ya no le mando nada más y la miro de lejos sonriendo. M i amiga. Mi amiga más querida. Además de Clod, naturalmente.
¿Cómo ha ido en el colegio?
De maravilla
No me han preguntado en clase, me gustaría añadir, pero ¿por qué debo recalcar una cosa así? Mi madre está preparando la comida.
¿Queréis un trozo de carne?
¿Quiénes estamos?
Tu hermana y tú.
Pero ¿todavía no ha llegado a casa?
Está en su dormitorio.
Ah
Tengo que aprovechar ahora, antes de que venga. Sólo quiero contarle a mi madre lo de Alis, hasta qué punto es generosa y superfantástica mi amiga, ¡el espléndido regalo que me ha hecho apenas se enteró de lo del teléfono!
Antes de que pueda decirle algo ella se vuelve, acalorada de la cocina, con el semblante risueño y una mirada benévola y maternal. Como sólo alguien como ella puede ser. Ella, que trabaja duro. Ella, que se levanta pronto por la mañana. Ella, que prepara el café para mi padre y el desayuno para nosotros y regresa a casa a la hora de comer y vuelve al trabajo por la tarde. Mi madre, que se esfuerza tanto, que es guapa, que jamás se va de vacaciones. Mi madre. Mi madre me parte el corazón cada vez que me mira.
Mira lo que te he comprado
Y lo pone sobre la mesa, nuevo, todavía dentro de la caja. El Nokia 90, el que tenía antes de que me robasen el otro, el sencillo, el que tiene las funciones básicas y no te permite hacer fotos. El que cuesta poco. Siento que el corazón se me rompe y no sé qué decir ni qué hacer. Pero después sonrío, y me sale del alma.
¡Mamá! Es precioso, ¡gracias!
La abrazo con todas mis fuerzas mientras el delantal, un poco húmedo, se interpone entre nosotras. Y ella me acaricia el pelo y esta vez no me molesta. Cierro los ojos y me entran unas ganas incomprensibles de echarme a llorar.
¿Sabes? Conseguí escaparme del trabajo Pedí permiso, me precipité a la primera tienda de teléfonos que encontré allí cerca y te compré ése ¿Te gusta de verdad?
Me aparta un poco y me mira a los ojos, y yo me siento conmovida y asiento con la cabeza. Y ella entiende y me vuelve a abrazar.
Sólo que no quisieron darme la tarjeta SIM de tu número; me dijeron que tenías que ir tú personalmente. ¡Te das cuenta! No puedo hacer esa clase de cosas por mi hija. -Acto seguido se queda perpleja por un instante-. Quizá no me la dieron porque tenían miedo de que quisiera usar tu número, qué sé yo, para leer tus mensajes. ¿No saben que entre nosotras no hay secretos?
Y se separa de mí y se pone de nuevo a cocinar, de espaldas, con el pelo recogido en lo alto y dejando a la vista su largo cuello, donde revolotean varios mechones más oscuros. A continuación se vuelve con una bonita sonrisa en los labios, feliz de su regalo, de esa bondad que desearía no tener límites.
¿Qué querías decirme? ¿Cuál es tu sorpresa?
Y yo la miro un segundo con los ojos desmesuradamente abiertos, temerosos de decir una mentira y de que me descubra. Luego intento recuperar la calma, no decirle nada sobre Alis, sobre el teléfono supercaro que me ha regalado. Y mejor que Meryl Streep, Glenn Close, Kim Basinger e incluso Julia Roberts, en fin, como una consumada actriz, le sonrío para no desilusionarla.
¿Sabes qué, mamá?
¿Qué, cariño?
¡Me han puesto un notable!
Por la tarde, después de comer.
He escondido el móvil de Alis, es decir, mi teléfono nuevo, he tenido que apagarlo porque, como buena actriz que soy, aunque no demasiado despabilada, no le he dicho que tengo ya la S1M, pese a que, en realidad, la tarjeta me la compró también Alis.
Discusión durante la comida con Ale, que, al ver que mi madre me ha regalado un teléfono nuevo, ahora pretende cambiar el suyo.
Pero, mamá, entonces el mío Mira, ¡llevo la batería sujeta con una goma!
Y yo, tonta de mí, he caído en su trampa.
Sí, pero funciona perfectamente, y con él puedes sacar fotografías
Mi madre se preocupa.
Pero ¿por qué lo dices, Caro?, ¿con el tuyo no puedes?
¡No, porque tiene poca memoria!
Alessandra no sólo es absurda, sino que además sigue insistiendo.
Ahora lo entiendo Tengo que fingir que lo he perdido o que me lo han robado para conseguir uno nuevo
¡A mí me lo robaron de verdad! Pero ¿es que crees que me invento esas cosas para que mamá me regale un teléfono?
O sea, que me pongo a discutir cuando ni siquiera ése es el problema. ¡Ahora tengo dos móviles y no puedo decirlo!
La única cosa positiva de Ale: me ha quitado las ganas de comer. Mejor, porque he decidido hacer un poco de dieta. Mi madre insiste para que coma; luego, al ver que no le va a servir de nada, me pela una manzana.
Mientras tanto, inmediatamente después de la discusión, cuando Ale y yo ya no hablábamos, llega Rusty James. Se sienta en seguida a la mesa y se alegra de poder dar buena cuenta de mi plato de pasta Todavía está caliente y humeante y, en realidad, no le corresponde, dado que no estaba previsto que viniera.
Eh, ¿qué pasa? ¿A qué se debe este silencio? ¡No es propio de vosotras!
Rusty tiene una manera absurda de comportarse, es decir, ¡se presenta siempre cuando menos te lo esperas y logra decir, en el momento más inoportuno, lo que no debería decir! Ale se enfada y se va a su dormitorio, yo me como encantada la manzana y Rusty mi pasta. Mi madre regresa al trabajo tras hacerme una única advertencia:
Te ruego que no discutas con tu hermana
En cuanto oye que la puerta se cierra, Rusty me pregunta, curioso:
Oye, ¿qué ha pasado?
Se lo cuento todo. Le digo también lo del móvil de Alis. A él no puedo mentirle, imposible, de manera que saco el teléfono de la bolsa y lo pongo encima de la mesa.
¿Ves? ¡Ahora tengo dos!
Rusty se echa a reír y sacude la cabeza.
Eres única, perdona, pero podrías habérselo dicho a mamá ¿Qué problema hay?
De eso nada, ¡le habría sentado fatal! Pidió permiso en el trabajo, se gastó sus ahorros para comprarme un móvil y darme una sorpresa, puede que hasta haya discutido con papá, y yo, ¿qué podía hacer? ¿Decirle que ya tenía uno? ¡Venga, no tienes ni una pizca de sensibilidad!
Rusty sonríe, divertido.
No, si ahora la culpa será mía Vale, está bien, en cualquier caso, he tenido una idea
Me la cuenta y, acto seguido, se ríe divertido. Y, de hecho, la verdad es que no está nada mal. No se me había ocurrido.
Eh, Rusty, ¿sabes que eres un genio?
Lo sé. -Me sonríe-. ¿Qué vas a hacer ahora, Caro?
No lo sé, estudiaré un rato y quizá salga después
Rusty vuelve a ponerse serio.
Yo también tengo que estudiar, qué tostón, no tengo ningunas ganas. Todavía me faltan un montón de exámenes para ser médico, y papá no sabe lo que he decidido.
Lo miro curiosa.
¿Por qué? ¿Qué has decidido?
Aún es pronto
Y se marcha a su habitación dejándome en la cocina. Muerdo el último trozo de manzana que quedaba en el plato y me dirijo a mi dormitorio. Enciendo el ordenador. Con la excusa de las búsquedas, del estudio y de todo el resto, conseguí que mis padres me lo regalaran. No sé desde cuándo están pagando los plazos. Introduzco mi contraseña y entro de inmediato en el Messenger. Lo sabía, Gibbo me ha escrito: «He pensado que, restando todos los números de las personas que conocemos, las posibilidades de encontrar el número de tu "amado" desconocido son casi ochenta y nueve millones seiscientos cincuenta mil O mandas un mensaje a todos, suponiendo que seas más rica que Berlusconi y elTío Gilito juntos, o llamas al número 347 800 2001 y acabas de una vez por todas.»
Qué idiota. Naturalmente, ese número es el suyo. Tiene razón: es imposible. Pero, a veces, en la vida De modo que cierro los ojos e intento volver a recordarlo. Me lo escribió en el escaparate mientras bromeaba, y trato de distinguirlo 335, no, 334 Eso es, sí, 334 Y sigo cavilando hasta que lo veo nítido, claro, delante de mí.
Justo como era ayer. Lo escribo en un folio, a continuación lo grabo en el móvil y al final me quedo ahí, con el teléfono suspendido, sin saber qué hacer. Después abro a toda velocidad la pestaña de los mensajes y le escribo: «Eh, ¿cómo estás? ¿Eres Massi? Ayer lo pasamos bien. ¡Soy Caro!» Y lo envío a ese número esperando, soñando, fantaseando. Y veo a ese chico. Ahí está, es él, Massi. Estará estudiando o jugando al tenis, al fútbol o haciendo remo en el simulador de la piscina, el que tiene la canoa clavada en el suelo. Me lo imagino cuando oye que suena su móvil, o que vibra. El mensaje ha llegado. Lo abre, lo lee y se ríe ¡Se ríe! Después, indeciso, se pone a pensar en lo que quiere escribirme, en cómo responderme. Luego sonríe para sus adentros. Eso es. Ha encontrado la frase que le parece más adecuada O que es justa para mí. La escribe veloz. Pulsa la tecla de envío y el mensaje parte, atraviesa la ciudad, las nubes, el cielo, las calles y, poco a poco, se introduce por la persiana de mi casa, después en mi habitación y, por último, en mi móvil.
Bip. Bip.
Lo oigo sonar. Oh, de verdad que acabo de recibir un mensaje. ¡No me lo puedo creer! Me apresuro a abrir el móvil, busco la carpeta de mensajes recibidos. Y lo veo. No está firmado. No es de ningún amigo, de nadie que conozca. Veo ese número. De modo que es él. ¡No me lo puedo creer! Lo he conseguido, me he acordado del número. Luego leo el mensaje: «¡Me parece que te has equivocado de número. De todas formas, tengo cuarenta años, soy un hombre y no estoy casado, así que, querida Caro, ¿por qué no nos vemos?»
Borro el mensaje de inmediato y apago el móvil. Terror. «Querida Caro» Encima, bromista. O, al menos, un intento patético de serlo. Nada. Qué vida infame. No era él. Así que, por desgracia, la única alternativa que me queda es ponerme a estudiar. Lástima. A veces los sueños se desmenuzan así, entre los dedos. Sobre todo cuando la alternativa al deseo de volver a ver a Massi es estudiarOrlando enamorado. Y no porque el tal Orlando esté mal. Su historia me parece preciosa. Y, de hecho, a medida que voy leyéndola la solución va apareciendo ante mis ojos. Sobre todo en lo tocante a cierto punto: «La rana habituada al pantano, si está en el monte, torna a la llanura. Ni por calor ni por frío, poco o bastante, sale nunca del fango.» Es cierto; como decir «lo inevitable es inevitable». Caro no podrá salir nunca de Massi No me cabe ninguna duda. Pero bueno, ¿cómo no se me había ocurrido antes? Tengo dos posibilidades.
Vuelvo en seguida.
Cojo la cazadora y me la pongo. Después me meto en el bolsillo mi segunda posibilidad. La golpeo con la mano sabiendo que, gracias a ella, encontraré seguramente a Massi y toda la información que le concierne.
Salgo corriendo del portal y, justo en ese momento, lo veo pasar.
¡Estoy aquí, espere! -le grito al conductor del autobús, como si pudiese oírme. Imaginaos.
Echo a correr tratando de llegar a la parada antes que el autobús vuelva a arrancar. Nada. No lo lograré. El autobús está detenido. El conductor parece estar mirando por el espejo retrovisor.
Estoy aquí, estoy aquí
Acelero, pero ya no puedo más. Tengo la lengua fuera y temo que, de un momento a otro, pueda ponerse en marcha. La gente se ha apeado ya y los que tenían que subir lo han hecho. Estoy segura de que no me va a esperar, me hará un desaire, partirá en el preciso momento en que llegue a su lado. Nada, no lo lograré. Sin embargo, el autobús sigue esperándome con las puertas abiertas, llego corriendo y subo en el preciso momento en que pensaba que nunca lo iba a lograr. Uf, lo he logrado. Las puertas se cierran. -Gracias,., -consigo decir con un hilo de voz.
El conductor me sonríe por el espejito, después agarra de nuevo el gran volante y empieza a conducir. Me mira mientras me acomodo en uno de los asientos. El autobús va medio vacío y se dirige rápido y ligero hacia el centro. En las calles hay también pocos transeúntes. Y yo recupero el aliento mientras pienso en la manera de hacer la pregunta.
Disculpe.
¿Sí? -Una dependienta joven me sale al encuentro-. ¿En qué puedo ayudarte?
Me gustaría decirle: «¿Sabe? Ayer vi unos zapatos preciosos que, en cualquier caso, cuestan demasiado» Pero la verdad es que no es ése el motivo de que esté allí No es el mejor modo de abordar el tema. Tengo que ser más directa.
Ayer había algo escrito en el escaparate Un número de teléfono.
Sí, no me hables. Mira, incluso llamé al número en cuestión. Era de un chico, se ve que había quedado con alguien. Se echó a reír No tenía ninguna cita. ¡Me dijo que era para su próxima novia!
¿Eso dijo?
Y me entran ganas de echarme a reír. Está verdaderamente loco.
Sí, eso dijo ¿Qué pasa? ¿Por qué te ríes? ¿Es amigo tuyo?
No. no.
De todas formas, es un arrogante, se rió y después me colgó sin más.
Sólo se me ocurre decirle una cosa.
Es que tenía mi móvil en la mochila, y él se lo llevó y no tengo su número.
No sé si me cree, pero la respuesta es en cualquier caso seca.
Nosotros tampoco lo tenemos. Lo borramos y lo olvidamos.
Acto seguido se da media vuelta y se aleja. Salgo y miro el escaparate. Nada, ya no se puede leer. Pruebo a mirar mejor. Lo han limpiado bien. Me pongo a contraluz. Me inclino a ras del cristal. Nada, lo han limpiado a la perfección y, por si fuera poco, detrás del escaparate veo que la dependienta me escruta. Nuestras miradas se cruzan y ella sacude la cabeza, se vuelve y me da la espalda de nuevo. Me levanto. Massi hizo bien al colgarle el teléfono. Afortunada ella que pudo llamarlo, sin embargo. Y, dicho esto, sólo me queda mi segunda y última oportunidad.
Hola.
Detrás del mostrador de la caja de Feltrinelli hay una chica muy guapa con el pelo recogido en lo alto. Lleva también una tarjeta con su nombre: Chiara.
Buenos días, dime.
Saco de la bolsa el CD que me regaló Massi.
Ayer compré este CD
La chica lo abre, mira uno de los lados, acto seguido le da la vuelta entre las manos y comprueba un pequeño sello plateado.
Sí, es nuestro. ¿Qué pasa? ¿Tiene algún defecto? Espera que llame a la persona que se ocupa de estas cosas.
Entonces pulsa un botón que hay a su lado. Antes de que pueda añadir nada, aparece él. Sandro. El tipo del libro sobre educación sexual. Por desgracia, me reconoce. Sonríe al verme.
¿Qué pasa? ¿Has cambiado de idea?
Chiara toma las riendas de la situación.
Hola, Sandro, perdona que te haya llamado, pero esta chica compró ayer este CD y creo que tiene problemas. -Después, como si se hubiese acordado de repente-: ¿Tienes el ticket? De no ser así, no podemos cambiártelo.
Antes de que pueda contestarle, Sandro interviene.
Perdona, ayer querías comprar un libro sobre educación sexual -Mira a su colega y opta por ahorrarme una situación embarazosa -.
Después eligió el de Zoe Trope y, por lo visto, al final compró un CD Así no aprenderás nada.
Me sonríe, alusivo y fastidioso.
No era para mí.
¿Está defectuoso?, ¿se oye bien?
De maravilla
Vale, pero ¿tienes el ticket?
No quiero cambiarlo.
En ese caso, ¿cuál es el problema?
Pues
Lo miro, ligeramente cohibida.
Ya entiendo. Quieta. -Sandro me mira y se pone muy serio-. Burlaste la vigilancia. ¡Lo robaste, ahora te sientes culpable y quieres devolverlo! Sois todas iguales, lasbaby gang, vais por ahí atracando a la gente, les robáis el móvil, el dinero, incluso las cazadoras ¿Eres la líder de una banda?
¡No me lo puedo creer! Y ya no sé cómo detenerlo. Sí, nos ha descubierto usted: somos Alis, Clod y yo. Las tres rebeldes del Farnesina. Incluso hemos dado un golpe: ¡media chocolatina para cada una!
Perdone, ¿puede escucharme un momento?
Por fin se calma.
Un chico me regaló ayer este CD.
Le cuento toda la historia, el escaparate, el número escrito en el cristal, a continuación el autobús, el robo de mi móvil, los dos chicos rumanos. Ésos sí que forman una auténticababy gang, si es que se la puede calificar de «baby». Hasta le cuento lo del regalo de Alis del día siguiente.
Qué amiga tan enrollada, fue muy amable. -Luego Sandro se queda un poco perplejo-. Pero, entonces, ¿qué puedo hacer por ti?
Me gustaría saber quién es ese chico, quizá pagó con la tarjeta de crédito y salga allí su apellido, o a lo mejor pidió una factura y aparezcan en ella sus datos, su dirección
Sandro me mira curioso, desconcertado, al final hasta un poco sobrecogido. A continuación arquea una ceja, puede que no acabe de tenerlas todas consigo. Intento convencerlo de que lo que le estoy contando es verdad y de que la única solución que tengo es decírselo.
Ese chico, el que me regaló el CD, me gusta muchísimo.
Lo veo sonreír por primera vez. Tal vez porque piensa que podría ser su sobrina o que, en el fondo, está a punto de empezar una historia de amor o, sencillamente, porque esta vez se cree que no le he contado una mentira.
Ven conmigo, vamos al despacho que hay ahí detrás.
Recorremos un largo pasillo. Encima de la puerta hay un cartel que reza: «Oficinas. Prohibida la entrada.»
Venga, ven, no te preocupes.
Abre la puerta y me deja pasar. Acto seguido, se sienta tras un escritorio, enciende un ordenador, saca unos recibos de un cajón y empieza a comprobarlos.
Veamos, 15 de septiembre Libros, libros, películas, CD dobles, más libros, libros Aquí está. Esa persona sólo compró un CD, James Blunt,All the lost souls, recibo número 509. -Mira la pantalla-. Lo adquirió a las 18.25.
Sí, la hora es exacta. Es él. Yo había salido unos segundos antes. Sandro desplaza el cursor hacia abajo por la pantalla para averiguar cómo se efectuó el pago. Siento que mi corazón late cada vez más de prisa, cada vez más fuerte. Sandro sonríe. Es un visto y no visto, un instante. Porque después la sonrisa se borra de su rostro. Se asoma desde detrás del ordenador y me mira con seriedad.
No. Lo siento. Veinte euros y cuarenta céntimos. Pagó en efectivo.
Gracias de todas formas.
Salgo acongojada de Feltrinelli. Nada. Ya no me queda ninguna posibilidad. No volveré a ver a Massi. No sé hasta qué punto mis temores son infundados.
Subo al autobús de nuevo y todo me parece más triste, la realidad ha perdido color, se aparece casi en blanco y negro. Hay poca gente y todos dan la impresión de sentirse ofuscados, ni siquiera una pareja, alguien riéndose, alguien escuchando un poco de música, que siga el ritmo moviendo la cabeza. No hay nada que hacer, cuando un sueño se desvanece incluso la realidad pierde su belleza. Eh ¡Caramba!, esa frase merece figurar en mi diario de citas. La verdad es que todavía no tengo uno, ¡pero me encantaría comprármelo! He recopilado ya alguna que otra, pero las he escrito en la agenda del colegio o en el móvil que aquellos dos tipos me robaron.
De improviso me viene a la mente el e-mail que Clod me escribió ayer. Está leyendo un libro de Giovanni Allevi, quien, entre paréntesis, a ella le gusta a rabiar, no tanto por su manera de tocar, sino por su forma de ser; se titulaLa música en la cabeza. Me ha copiado una cosa que a mí me parece muy fuerte y que ahora viene al caso: «Cuando persigues un sueño, encuentras en el camino muchas señales que te indican la dirección, pero si tienes miedo no las ves.» Eso es, no las ves. Miro con desconfianza detrás de mí. ¿Acabará de la misma manera el móvil que me ha regalado Alis? De modo que, para estar más segura, lo paso del bolsillo trasero al delantero. Ahora me siento más aliviada. ¿Cómo era esa frase que tenía en el móvil? Sí, porque sólo había una realmente sincera. Eso es: «¡No hay nada más bonito que lo que empieza por casualidad y acaba bien!»
Me gusta un montón y, no sé por qué, me hace pensar de nuevo en Massi y en todo lo que podría haber ocurrido entre nosotros y ¡Eh, pero si ésta es mi parada! En cuanto toco el timbre, el autobús se detiene con brusquedad. El conductor me mira por el espejito y a continuación sacude la cabeza. Una señora un poco regordeta no consigue agarrar a tiempo la barra de hierro y cae en brazos de un anciano. Pero él no se enfada. Al contrario, sonríe. La señora se disculpa de todas las maneras posibles. Y él sigue sonriendo.
No se preocupe. Estoy bien.
Mientras tanto, me apeo y al final yo también esbozo una sonrisa. ¿Quién sabe?, quizá mi distracción haya cambiado el destino de dos personas.
El autobús vuelve a ponerse en marcha y pasa por delante de mí mientras camino. Los veo, a él y a ella, al anciano y a la señora regordeta, charlando y riéndose. Quizá haya contribuido a formar una nueva pareja. Puede que nosotros nunca lleguemos a enterarnos, pero a veces somos los artífices de lo que sucede en la vida de los demás.
En ciertas ocasiones voluntariamente, en otras no. Llego debajo de casa y de repente los veo a todos allí, como siempre. Como entonces. Las chicas sentadas en el muro, los chicos jugando a la pelota. Corren por el patio sudados y encantados a más no poder con las porterías que han improvisado valiéndose de un garaje que tiene la persiana metálica oxidada y, al otro lado, de una bomba verde de agua, un poco amarillenta debido al sol e, inmediatamente después, algunos metros más allá, de unas cazadoras tiradas por el suelo. Los chicos del patio. Corren, gritan y vocean sus nombres.
¡Eso es, Bretta! ¡Venga. Fabio! ¡Pásala! Fabio, Ricky, venga, Stone, vamos.
Se pasan una pelota medio deshinchada, oscura, con las huellas del sinfín de patadas que ha recibido. Y corren. Corren en pos del último sol, sudados por esa tarde de juego, con unas botas de imitación en los pies, o con unos viejos mocasines de fiesta que los guijarros del asfalto irregular han acabado por cubrir de arañazos. Y además están ellas, las animadoras del patio. Anto, Simo, Lucia, Adele. Una lame un Chupa-Chups, otra hojea aburrida un viejoCioè, lo reconozco. Al menos es de hace dos meses. Dentro tenía un póster de Zac Efron. La otra busca desesperadamente en su iPod (que luego veo que en realidad es un viejo Mp3), una canción cualquiera. Me ven. Adele me saluda
Hola, Caro.
Anto levanta la cabeza y hace un ademán con la barbilla. Simo me sonríe. Lucía sigue lamiendo el Chupa-Chups y esboza un «Oa» que debería ser un «hola», pero se ve que quiere engordar a la fuerza.
Vuelven a concentrarse otra vez en ese partido tan sui gèneris. Y yo me despido de todas como de costumbre, con mi consabido «¡Adióóóós!», y me marcho. Entro corriendo en el portal y llamo el ascensor. Pero, como no tengo ganas de esperar, subo la escalera a toda prisa, saltando los peldaños de dos en dos. Y al pasar los veo a través del cristal del rellano. Riccardo corre como un loco, tiene el balón en los pies y no lo suelta ni por ésas. Bretta está a su lado, corre cerca de él, siguiéndolo. Están en el mismo equipo.
¡Venga, pásala! ¡Pásala!
Pero Fabio, que juega contra él, es más rápido, se lo roba y se dirige hacia la portería junto a Stone. Bretta se mosquea, se vuelve y corre también en dirección a la portería
¡Te he dicho que la pasases, te lo he dicho! Demasiado tarde. Stone y Fabio marcan un gol con un fuerte pelotazo contra la persiana oxidada del garaje, cuyo ruido asciende retumbando por la escalera. Ricky se queda en medio del patio con los brazos en jarras, respirando profundamente para recuperar el aliento. A continuación se aparta el pelo con la mano. Lo tiene sudado, y largo como siempre. Bretta pasa junto a él enfadado y da una patada a una pinza rota que debe de haberse caído de algún tendedero -Nos ganan tres a cero -¡Por supuesto! Ahora los superaremos.
Luego Ricky mira hacia lo alto, en dirección a la escalera. Y me ve. Nuestras miradas se cruzan, Me sonríe. Y yo me ruborizo un poco y me aparto Mientras corro como un rayo por la escalera, el recuerdo vuelve a pasar por mi mente. Hace tres años Yo tenía once, él trece. Estaba enamoradísima de Riccardo, con ese amor que no sabes a ciencia cierta qué significa, que no sabes ni dónde empieza ni dónde acaba. Te gusta verlo, encontrarte y hablar con él, te cae bien y. cuando pasas un poco de tiempo sin verlo, lo echas de menos. En fin, ese amor que no puede ser más bonito porque es absurdo. Es amor en estado puro. Sin la sombra de una preocupación, todo felicidad y sonrisas. Y ganas de hacerle regalos, como esos que te gusta recibir de tus padres y que a veces, sin embargo, no te hacen porque en ese caso no les corresponde a ellos
14 de febrero. San Valentín. La primera vez que le hice un regalo a un hombre. Un hombre, ¡un chico! Un chico un niño. Y me paro aquí porque, después de lo que descubrí sobre él, no sé qué otra palabra debería usar.
«Ring, ring.»
Carolina, ve a abrir, que yo tengo las manos sucias, estoy cocinando
Sí, mamá.
¡Antes de abrir, pregunta quién es!
Alzo los ojos al cielo. ¿Será posible que siempre me diga las mismas cosas?
¿Me has oído?
Sí, mamá. -Me aproximo a la puerta.-. ¿Quién es?
Riccardo.
Abro y me lo encuentro delante con su cabellera larga, tan larga, pero peinada. Con una camisa vaquera ligera a juego con sus ojos azules, una sonrisa feliz, en modo alguno cohibida, que hace resaltar lo que lleva en las manos.
Ten, te he traído esto
Gracias.
Permanezco frente a la puerta. A continuación cojo el paquete y lo giro entre las manos para observarlo mejor. Es un pequeño banco de hierro con dos corazones sentados encima. Son de tela roja; mude los corazones tiene trenzas; el otro, el pelo negro.
Somos nosotros dos -Ricky sonríe-. Y ahí abajo hay unos bombones.
Ten. -Se lo devuelvo-. Espera, ábrelo tú Yo tengo que entrar un momento.
Regreso en un abrir y cerrar de ojos, justo cuando él acaba de desatar el lazo y de quitar el papel transparente y está cogiendo un bombón de la caja y mirándolo para saber de qué sabor es. Pero yo soy más rápida No se lo espera.
Ten.
Le doy también un paquete, Ricky lo mira confuso y lo gira entre las manos.
¿Es para mí?
«Claro -me gustaría decirle-. ¿Para quién, si no?» Pero sonrío y me limito a asentir con la cabeza. Y él lo desenvuelve encantado y a toda velocidad. Al cabo de un instante, la tiene en las manos: una gorra.
Qué bonita. Azul oscuro, como a mí me gusta. ¿La has hecho tú?
¡Venga ya! -Me río-, ¡Las iniciales, sí!
Y se las señalo en el borde: R. y G. Ricky Giacomelli. Pero, en realidad, estoy mintiendo. ¡A ver quién es la guapa que sabe hacer una cosa así! ¿Bordar? Si me pincho nada más coger una aguja. Peor que las rosas del jardín Ahora bien, no sé cuantas veces tuve que recoger la cocina antes de tener el valor de pedirle a mi madre que me bordase esas iniciales en la gorra. Y no era tanto por los platos que había que fregar, sino por las preguntas que sabía que me haría sobre las iniciales: «¿Para quién es? ¿Por qué se lo regalas? ¿Qué habéis hecho?» «¡Cómo que qué hemos hecho, mamá! Eso es asunto nuestro.» Entre otras cosas, porque no hay nada peor que no tener el valor de admitir ni ante uno mismo que no tienes ni idea de lo que hacer No te imaginas absolutamente nada.
Ricky se la pone. -¿Cómo estoy?
Genial.
Sonrío y nos quedamos mirándonos en la puerta. Después él coge un bombón.
¿Te gusta el chocolate fondant?
Sí, mucho.
Y me lo pasa. Él lo coge de avellanas. Los desenvolvemos juntos mirándonos, sonriéndonos y haciendo pelotas con el papel de aluminio dorado. Luego él me coge la mía de las manos y rodea con ella la suya, formando una pelota dorada más grande, la deja caer y le da una patada al vuelo que le hace describir una parábola en el aire antes de salir volando por la ventana abierta de la escalera.
¡Gooool!
Se hace el gracioso y levanta las dos manos mientras yo aplaudo divertida.