Carolina se enamora - Федерико Моччиа 8 стр.


Pero ella opone un poco de resistencia y eso me impide avanzar.

 ¡Eh! -Se ríe-. ¿Qué pasa? -le pregunto riéndome a mi vez.

 ¡Ya lo sabes!

¡Qué pesada es! En cualquier caso, en el fondo también quiere venir, aunque si se para, no hay manera de arrastrarla. Así que al final, de esa forma tan tonta, llegamos junto a Alis y empezamos a bailar, y veo que también están las otras chicas de la clase: Martina, Vittoria, Stefy, Giuli, y Lallo y los otros Incluso los Ratas. Veo a Luca y a Fabio Alguien me toca en el hombro.

 ¡Eh! ¡Pero si eres Caro!

Me vuelvo y esbozo una sonrisa. Es Matteo. ¡Matt! Sigo bailando delante de él y le respondo a voz en grito para hacerme oír por encima de la música.

 ¡¿A quién buscabas?!

 A ti Pero no te había reconocido. Estás guapísima.

Enrojezco un poco, pero sigo bailando mientras lo miro a los ojos. Caramba, luna, ayúdame, dime que no se nota que estoy roja como un tomate. ¡Dímelo, te lo ruego! Y sigo bailando y lo miro a los ojos y sonrío, dando muestras de una gran torpeza. Pero ¿por qué ha de sucederme siempre lo mismo cuando lo veo y me hace un cumplido? Tengo la impresión de que ha entendido lo que me ocurre y que lo hace adrede. Por fin consigo responder algo más o menos coherente.

 Lo dices sólo porque voy más maquillada.

 De eso nada No me había dado cuenta. ¡Ven!

Y esta vez es él el que me coge un brazo y el que tira de mí con tanta fuerza que casi me hace tropezar. Y corro detrás de él mientras Alis y Clod me ven escabullirme como arrastrada por una banda elástica.

 Eh, ¿adónde van? -Clod se acerca a Alis.

 Pero ¿es que no sabes que Matt, como ella lo llama, le gusta desde siempre?

Por suerte, no me da tiempo a oírlas, estoy ya lejos de ellas, más allá del jardín, del bufet, arrastrada por el entusiasmo de ese loco de Matt. Se da cuenta de que he visto lo que hay sobre la mesa.

 Venga, luego volvemos a comer algo, ¿vale?

Asiento con la cabeza, aunque en realidad me importa un comino. De manera que me arrastra al interior de la casa y atravesamos unos salones antiguos llenos de cuadros y de estatuas y de bustos de mármol apoyados sobre unas elegantes columnas. Parece que estemos en uno de esos museos que hemos visitado alguna vez con el colegio.

 Ven, quiero enseñarte algo

Matt me sonríe. Me parece aún más guapo de como lo recordaba. Dios mío, ¿cómo era la historia? Ah, sí, cambió de colegio porque sus padres se mudaron de casa. Es alto, delgado, tiene el pelo castaño claro y los ojos marrones. Un cruce entre Colin Farrell, Brad Pitt y Zac Efron. En fin, supongo que habréis entendido a qué me refiero. Pues sí, está buenísimo. Por si eso no bastara, viste genial: unos vaqueros militares, unos zapatos North Sails, un suéter sin camisa debajo con el cuello de pico y coderas con doble costura de color ligeramente más oscuro que el del suéter, azul esmalte. Un sueño. Pero ¿para qué os lo cuento? «¡Pues no nos lo cuentes!», me responderían Alis y Clod. Menos mal que no pueden oír mis pensamientos ¡Y menos mal que tampoco los puede oír él! Al menos, eso espero.

 ¿En qué estás pensando?

 ¿Eh? -Veo que sonríe-. No, en nada. Nada En lo grande que es esta casa.

Sigue sonriéndome. Tengo la impresión de que no me cree. ¿Cómo iba a creerme? Me ruborizo de nuevo. Y ya van dos.

 ¡Hemos llegado!

Entramos en una sala repleta de armaduras.

 Mira

Está llena de fusiles antiguos, de arcabuces, de espadas, de lanzas, de yelmos y extrañas banderas. Matt me lleva de la mano por entre las viejas armas y los estandartes hasta llegar frente a un maniquí que luce un vestido increíble hecho con perlas y pequeñas piedras de mil colores, un cuerpo de rombos de plata y oro blanco, de hilos dorados que se entrelazan formando mágicos entramados. Me empuja con la mano hasta allí; luego me suelta, de modo que acabo detrás del maniquí.

 Eso es, párate ahí -Matt saca del bolsillo un Nokia N95. Lo reconozco de lejos. Era mi segundo preferido-. Quieta No te muevas. ¡Eso es, así, la cabeza bien alta!

Me quedo inmóvil detrás del maniquí, como si fuese yo la que llevara puesto ese vestido tan antiguo y precioso. Matt dirige el móvil hacia mí, me encuadra y a continuación saca una fotografía. Flash.

 Ya está -sonríe-. Eres mi princesa.

Caramba. El chico va fuerte. Pero antes de que me dé tiempo a pensar en otra cosa, me coge de nuevo la mano y casi me hace girar sobre mí misma. Corro detrás de él como puedo. Pasa por delante de otras dos armaduras más sencillas, luego se detiene al fondo de la habitación, me mira con aire malicioso y también un poco astuto.

 Chsss, por aquí. ¡Es un pasadizo secreto!

Y se mete en una chimenea, en un estrecho pasadizo que acaba en una escalera iluminada con unas pequeñas bombillas de luz tenue y vacilante, como si fuesen antorchas. Lo sigo mientras sube por la escalera de caracol de madera hasta llegar a una pequeña verja.

Rechina cuando la abrimos. Después salimos a la gran azotea de la casa, como si hubiésemos llegado allí procedentes de un pequeño desván. Se trata de una gran explanada bajo el cielo. En el extremo de la azotea hay cuatro agujas.

 ¡Debía de ser un auténtico castillo! Ven.

Matt me coge de nuevo la mano y yo, como no podía ser de otra forma, lo sigo. Y en la oscuridad de la noche llegamos al borde de la azotea, rodeado por una vieja barandilla blanca un poco desconchada. Matt se apoya en ella asomándose ligeramente hacia adelante.

 Mira, ahí abajo siguen bailando.

Yo también me asomo. Veo a Alis, que, en medio de los demás, se divierte en compañía de Clod, Simona y el resto de las chicas del colegio. Ahora están haciendo una especie de trenecito, la música asciende levemente amortiguada, desmenuzada por el viento, que aleja algunas notas.

 Vamos a ver lo que hay allí -Se dirige hacia la barandilla que hay al otro lado. Lejos de todo y de todos. De ese ruido. Llegamos bajo unos grandes árboles de color verde oscuro, tan oscuros coma la noche que nos rodea, como la ciudad que parece tan remota. A lo lejos sólo se divisan las mil luces de las calles que conducen al centro-. Eso de ahí abajo es el Altar de la Patria.

Apuntó a lo lejos con la mano. Trato de seguir la dirección que señala su dedo hasta que lo encuentro. O, al menos, eso me parece. Después yo también le señalo algo.

 ¿Y eso que se ve al fondo, todo iluminado, qué es?

Matt me sonríe.

 A ver -Casi apoya la mejilla en mi brazo y a continuación se inclina poco a poco intentando entender qué le estoy señalando, como si mi dedo fuese una mira telescópica-, ¿Te refieres a eso?

 Sí, sí, claro.

Siento su mejilla caliente en mi brazo. Después me agarra la mano y me atrae hacia sí. Me mira a los ojos.

 No lo sé, lo único que sé es que tienes las manos frías.

Eso ya me lo dijo alguien en otra ocasión. Dios mío, ¿quién fue? Ah, sí, Lorenzo. ¿Y yo qué le contesté? Algo tremendo, manos frías, corazón caliente. Una respuesta terrible, en absoluto original. Sólo que después Lorenzo me besó. Sí, pero Matt es diferente. Me arriesgo.

 Eh, sí, un poco. Pero no tengo frío

Me sonríe. Me coge la otra mano y sujeta las dos entre las suyas.

 Es verdad, la otra está un poco más caliente.

Me mira de nuevo a los ojos, de forma intensa, demasiado intensa. Desliza sus manos por mis brazos hasta llegar al codo, me atrae lentamente hacia él a la vez que él también se aproxima. No me lo puedo creer. Después de dos años. Dos años Ya te digo ¡Dos años! Me gustaría gritarlo. ¡Hace dos años que me gusta!

 ¡Matteo!

Una voz repentina. Nos volvemos los dos hacia la verja por la que hemos salido a la azotea. Junto a ella hay una chica acompañada de otras personas. Y en un instante tengo la impresión de que la magia se desvanece. Matt deja caer de inmediato mis brazos y se aparta de mí. Del fondo llega la chica que lo ha llamado junto con otras dos. -¿Dónde te habías metido? Matt parece un poco azorado. -Estaba aquí arriba -Sí, ya lo sé. Te vi desde abajo. ¿Y ella? -También ella estaba aquí arriba.

Permanecemos unos segundos en silencio. Parecen interminables. Las otras dos chicas me escrutan. Matt recupera el habla. -Nos encontramos aquí iba a mi clase antes de Pero la tipa no lo escucha. -Soy su novia.

«Pues menuda suerte tienes», me gustaría decirle o, mejor, «Me importa un comino», o incluso «Pero ¿es que alguien te lo ha preguntado?». En cambio, lo único que consigo contestar es un estúpido «Ah, bueno». Y antes de que todo se desmadre llega mi salvación. Ahí está, justo a sus espaldas. -¡Gibbo!

Lo acompañan Clod y Alis.

 ¿Ves como era ella? ¡Te lo dije! -Luego se dirige a mí-: ¡Te vimos desde abajo!

Pero bueno, ¿es que en lugar de bailar todos se dedicaban a mirar hacia arriba? Bah. Me alejo. -Carolina

Me vuelvo por última vez hacia Matt.

 Lo que señalabas es San Pedro.

Me mira y esboza una sonrisa. Quizá también lo lamente un poco. Quizá. Me doy media vuelta y me marcho sin contestarle siquiera. Cojo a Gibbo del brazo. -¡Venga, vamos a bailar! -Pero si acabo de parar para descansar un poco. -No me negarás que ésta es preciosa -¡Pero si desde aquí no se oye nada! -¡Vamos!

¡Y lo arrastro por la escalera sin dejarlo pronunciar ni una sola palabra! Alis y Clod nos dan alcance. Me vuelvo hacia ellas.

 Eh, ¿vosotras sabíais que Matt tenía novia?

Alis abre los brazos.

 Claro.

 ¿Y tú también?

Clod asiente con la cabeza.

 ¿Y quién no?

 ¡Yo! ¿Por qué no me lo dijisteis?

 Porque te fuiste corriendo cuando él te agarró

 ¡Te raptó! -Clod me da una palmada en el hombro-. ¿Verdad?

 Pues sí Un momento, ¿cómo es que vosotras lo sabíais?

Alis y Clod se miran por un instante y a continuación sueltan una carcajada.

 ¡Porque a nosotras tambiénnos mola desde siempre!

 Qué canallas ¡Y no me dijisteis nada!

 Bueno, como siempre hablabas de él de una forma tan apasionada, no nos atrevíamos a decirte nada

 Y, claro, como nos contaste la historia con Lore de este verano y luego la de Massi el otro día, pensamos: ¡ahora Matt ya puede ser nuestro!

 ¡Ni se os ocurra!

Y me abalanzo sobre ellas, bromeando, tratando de golpearlas. Gibbo, que está a mis espaldas, se queda estupefacto.

 ¡Eh! Pero ¿qué estáis haciendo? ¡Calma, que se va a hundir la escalera!

Alis y Clod se sueltan y bajan corriendo.

 Esto es la guerra ¡Gana la que lo consiga!

Trato de perseguirlas, pero tropiezo y bajo rodando los tres últimos escalones. Al final, menos mal, logro frenar con las manos.

 Ay, ay Ay.

Me miro la palma para ver si tengo alguna herida, pero no veo nada, estoy ilesa.

 Eh -Gibbo llega junto a mí y me ayuda a levantarme-. ¿Se puede saber qué haces?

 Me he hecho daño. -Me froto la falda-. ¡Me he caído de culo! -Luego, preocupada por Ale, miro hacia atrás-, ¿Se ha roto la falda?

 Déjame ver.

Me hace dar media vuelta. Espero un poco. -¿Y bien?

Me vuelvo y veo que Gibbo está sonriendo.

 No, no, nada Creo que todo está bien, ¡pero que muy bien!

 ¡Imbécil! ¡Venga, vamos a bailar!

Y echo a correr, ligeramente dolorida pero con unas ganas enormes de vivir, de bailar, de gritar, de soñar De enamorarme en tu cara, Matt, y de esa tipa, «su novia». Así que me precipito entre la gente y bailo como una loca -no es por nada, pero mejor que ellos-, y sigo el ritmo de maravilla y canto: «He esperado mucho tiempo algo que no existe, en lugar de contemplar cómo amanece»

 Juradme una cosa

Clod me mira sorprendida y arquea las cejas.

 ¿Ahora? ¿Se puede saber qué te pasa esta noche?

 ¡Sí, ahora! ¡Es importante: ahora y para siempre!

Alis es más dócil.

 Vale, dinos

 A ver

 Que nunca discutiremos por un hombre, que antes que traicionar nuestra amistad nos encerraremos en casa, jamás cometeremos una estupidez semejante, ninguna lágrima por nuestra culpa, confianza eterna, tranquilidad total, secretos sólo para los demás -Luego las miro titubeante y abro los brazos con las palmas de las manos vueltas hacia arriba-, ¡Por favor, juradlo!

Un instante. Acto seguido, sonríen Y nos abrazamos y seguimos bailando como si fuésemos un único cuerpo, saltando aquí y allá, felices, al ritmo de la música. Y nos miramos a los ojos, cantando al unísono, a voz en grito. Y en ese momento me siento la persona más feliz del mundo. Y cierro los ojos y bailo, abrazada a mis mejores amigas, sin poder imaginar lo que un día sucederá.

 ¡Aquí está la tarta!

Alguien grita y todos se apiñan alrededor de una mesa. La tarta tiene un montón de velitas altas en el centro, de todos los colores, que forman el número catorce. Debajo puede leerse: «¡Felicidades, Michela!» La homenajeada se acerca, y todos se apartan para hacerle sitio y ella se detiene en el espacio libre que han dejado justo delante del pastel. A continuación esboza una sonrisa mientras nos mira a todos, los invitados, sus amigas, sus amigos, algunos familiares, varios camareros con los platos listos y los cubiertos más allá, y su madre, que tiene ya la cámara de fotos en la mano: que está muy emocionada y que la hace bailar un poco delante de ella mientras trata de encuadrar «¡a esa magnífica hija!». A continuación, Michela mira a todo el mundo.

 ¿Puedo?

 ¡Venga! ¡Venga! -grita alguien.

Alguien saca el móvil y hace una fotografía para aparentar interés. Luego Michela inspira, sopla las velitas y consigue apagar las últimas después de recuperar el aliento y haber soplado una segunda vez, aunque fingiendo que era la primera.

 Espera, espera, repítelo He apretado antes de tiempo. -Su madre, faltaría más.

 Mamá, uf -Michela piensa lo mismo que nosotros-. Venga, mamá, así no vale, si lo hago otra vez resultará falso

Pero al ver a la madre tan disgustada alguien se saca al vuelo del bolsillo de los pantalones un encendedor, revelando a todos que ya fuma, pero brindando a esa madre una segunda y última oportunidad.

 ¡Ya está, encendidas, venga!

 Mamá, no te equivoques otra vez porque no vuelvo a soplar, ¿eh?

 Está bien.

 ¿Me has entendido? Mira que no volveré a hacerlo

 ¡Sí, ya te he dicho que sí, Michela! ¡Si no perdieras tanto tiempo discutiendo en lugar de soplar, a estas alturas lo habrías hecho ya!

Michela sopla de nuevo las velitas y su madre, por suerte, consigue por fin inmortalizar el momento. Luego Michela se dirige al disc- jockey. Salta a la vista que está loquita por él.

 Eh, Jimmy, ¿me pones la que tanto me gusta, por favor?

Por su parte, Jimmy no parece muy interesado por el producto Michela.

 ¿Cuál?

 Venga, esa que dice: Nananana

Prueba a canturrear algo.

 Ah, ¿por qué no te presentas al concurso ese de televisión, «La Corrida»? Hay más posibilidades de que ganes ese programa que yo entienda de qué canción se trata.

 ¡Anda ya! -Michela sonríe como si nada, sin imponer su papel de homenajeada, y prueba de nuevo con la melodía-. Nananana -Jimmy cabecea- ¡Me estás tomando el pelo! Has entendido de sobra cuál es, venga, ¡es la de los Negramaro!

 Ah, ¡podrías haberlo dicho antes!

Así que Jimmy pone el disco, que, en efecto, no se parece en nada a la extraña cantilena de Michela. Casi como una señal, los camareros empiezan a repartir los platos con pedazos de tarta entre los chicos más hambrientos. Yo estoy al lado de Clod en el preciso momento en que llega el suyo. Y después el mío.

 Por favor, señorita, es para usted.

 Gracias.

Resulta cómico cuando la gente mayor que tú, hasta el punto de que podrías ser su hija o, como mucho, su hermana pequeña, te habla de usted.

Mmm, qué bien huele. Chocolate negro, amargo en su punto justo. Corto un poco con la cuchara. Por dentro está tibia y va rellena de una crema, también de chocolate, que chorrea. Por el aroma que desprende debe de estar para chuparse los dedos. Pero es que, claro, ahora lo recuerdo, la han comprado en Cióccolati, el sitio en el que yo, como no me habían invitado a la fiesta Mientras me llevo la cucharilla a la boca, me viene a la mente. ¡Nooo! ¿Cómo es posible que no lo haya pensado antes?

 ¡Detente, Clod! -Ya ves. Me mira en el preciso momento en que se mete un trozo en la boca-. No te la comas

A ésa no hay quien la pare ¿Qué puede detener a alguien como Clod en uno de sus momentos favoritos? De hecho, se encoge de hombros como si dijese: «¿Y por qué debería hacerlo?», y se lo traga de golpe, un único bocado, enorme; lo mastica dos veces a toda velocidad y con una sonrisa mofletuda y complacida lo hace desaparecer del todo A continuación sacude ligeramente la cabeza y me sonríe.

 ¿Por qué no tenía que comérmela? Está deliciosa.

 ¿Ah, sí? Pues porque está llena de guindilla.

Me mira y hace un ruidito con la boca, como si dijese: «¿Se puede saber de qué estás hablando?»

 ¿Te acuerdas? Te dije que de una forma u otra vendríamos a esta fiesta ¡Quién podía imaginar que nos invitarían gracias a Alis!

Apenas concluyo la frase. Clod pone los ojos en blanco, abre la boca y emite una especie de alarido, pero como si se hubiese quedado sin aliento.

 ¡Ahhhh, quema! ¡Quema! ¡Es terrible!

Voy sin perder tiempo a por un vaso de agua y se lo llevo corriendo.

 Ten, ten, bebe -Clod me lo arrebata de las manos y lo apura de un sorbo.

 No digas nada, por favor. -Me tiende el vaso vacío sacudiendo la cabeza-. Más, más -Me precipito a buscar más agua, como si tuviese que apagar un incendio. La verdad es que le arde la garganta, como a todos los demás.

 ¡Socorro!

 ¡Ahhh!

 ¡Quema! Pero ¿qué es esto9 Quema muchísimo.

 ¡Nos quieren envenenar!

La madre de Michela, la fotógrafa desmañada, se acerca a la tarta, pasa el dedo por encima y a continuación la prueba como la mejor de las niñas caprichosas. Cuando comprende de qué se trata, tuerce de improviso la boca

 ¡Guindilla! -Y a continuación, pronuncia una afirmación aún más grave-: Mañana me van a oírlos de Cióccolati.

Sólo pienso en una cosa: los de Cióccolati., ¿comprenderán que he sido yo?

Clod me mira torciendo la boca.

 ¿Se puede saber cuánta has puesto?

 ¡Muchísima! Me sentó muy mal que fuésemos las únicas a las que no habían invitado a la fiesta.

 Ya-

Cabecea. Le doy un empujón.

 Mira que la mitad la eché por ti, eh.

Mientras tanto, los demás siguen gritando.

 Agua, ya no queda agua ¿Podéis traer más?

Los camareros llegan, a toda prisa, uno detrás de otro, como si surgieran de la nada, transportando varias botellas de agua, unas más frescas que otras, se las pasan a los invitados, alguno bebe directamente de ellas, otros, más educados, la sirven en vasos a los sedientos y desesperados que parecen estar gritando «pica a rabiar». Y en medio de la cola que se organiza, para beber, entre la multitud que rodea las mesas y los camareros con las botellas, veo a Matt. Lleva de la mano a la tipa que, por todo nombre, me ha dicho que es «su novia». Tiene la lengua fuera y se da aire con la mano, como si esa especie de abanico improvisado pudiese servir para algo. ¡Bien! Me había olvidado por completo de ellos, es evidente que siempre hay una razón para dar un escarmiento. Y de esta forma se me ocurre una nueva máxima que debo escribir en la agenda: «La venganza nunca cae en saco roto.»

 Eh, ¿vienes conmigo?

Gibbo me coge de la mano. Por lo visto, ésta es la noche de los raptos.

 ¿Adónde?

 Afuera, es una sorpresa. Miro alrededor- Venga, que esta historia de la guindilla, en lugar de animar la fiesta, la ha convertido en un funeral. ¡Hasta el disc-jockey se ha quemado la garganta! Mira qué espanto de música ¿Sabes cuánto tardará en volver a ser divertida? Al menos cuarenta minutos, siempre y cuando se reanude, claro Me gustaría saber a quién se le habrá ocurrido echar guindilla en la tarta.,, A menos que sea un error del pastelero

Me gustaría decírselo, pero quizá sea mejor que la historia no circule demasiado.

 ¿Por qué lo dices?

 Porque ha sido genial.

¿Veis?, se lo podría haber dicho.

 ¿Y por qué ha sido genial?

 Porque me ha brindado la posibilidad de escaparme contigo.

Y me coge de la mano y tira de mí para que lo siga. En un abrir y cerrar de ojos estamos fuera de la casa.

 Párate aquí y cierra los ojos.

 ¿Por qué?

Lo miro preocupada, Él me sonríe y abre los brazos.

 ¡Te lo he dicho, es una sorpresa!

Reflexiono por un momento. Gibbo no es, desde luego, la clase de chico que me besará si cierro los ojos. E incluso en el caso de que lo fuese Después de la desilusión de Matt, no estaría mal. Esta noche está guapo: lleva unos vaqueros ajustados con una vuelta alta, una sudadera Abercrombie azul oscuro y una gorra de cuadros celestes, blancos y azules. Pero qué digo, ¡está guapísimo! En cualquier caso, jamás lo haría o, al menos, no a traición. Cierro los ojos. Siento que se acerca, después me coge la mano. Me sobresalto por un instante.

 Ven, sígueme.

Permanezco con los ojos cerrados.

 Eh, no me hagas caer. ¡Y procura que no pise ningún «regalito»!

Gibbo se echa a reír.

 Jamás he visto una calle tan limpia. Tengo la impresión de que aquí limpian unos barrenderos especiales.

Aminora el paso.

 ¿Estás lista? Hemos llegado. ¡Abre los ojos!

Hasta ese momento los había mantenido cerrados de verdad, en primer lugar porque me gusta ser sincera, bueno, siempre que sea posible, claro está, y en segundo lugar porque me encantan las sorpresas. Y ésa es, a decir poco, una sorpresa fantástica, en fin, especial, ¡increíblemente especial! Una de esas sorpresas para las que no bastan las palabras.

 Entonces, ¿te gusta?

 ¡Te has comprado un microcoche! ¿Si me gusta, dices?

Lo rodeo devorándolo con los ojos. Es el que vimos al llegar. Claro, ¿de quién podían ser si no todos esos números? Además, es metalizado, azul oscuro con reflejos azul claro.

 ¿Pediste tú que lo hicieran así?

 ¡Por supuesto! ¿Te has fijado en las bandas blancas y celestes que parten de las ruedas delanteras y llegan hasta las de detrás?

 ¡Superguay!

 Y eso que aún no lo has visto por dentro.

Pulsa un botón y de inmediato destellan cuatro luces.

 ¡Si hasta tiene alarma!

 Claro, ¡con todo lo que le he metido, si me lo robaran sería como si desvalijasen una tienda de electrodomésticos!

 ¡Qué exagerado!

Pero, en efecto, cuando abre la puerta se encienden unas luces frías, azul claro, que iluminan el coche por debajo.

 Caramba, se parecen a las luces que salían en esa película

 A todo gas la vimos en tu casa y recuerdo que te gustaron mucho. Por eso las he puesto.

Esbozo una sonrisa. No me lo acabo de creer. Sea como sea, me gusta el mero hecho de que lo haya dicho. De modo que subo. Gibbo se sienta a mi lado.

 ¿Estás lista?

 ¡Por supuesto!

Gibbo arranca y partimos. ¡Sólo que pensaba que haríamos unos cuantos metros para probarlo y, en cambio, no se detiene!

 ¿Adónde vamos?

 A dar un paseo de ensueño.

 ¿Y Alis y Clod?

 Ya las verás mañana en el colegio.

Pues sí, tiene razón.

 A fin de cuentas, la fiesta se ha acabado ya, venga.

 Vale, pero detente un momento, tengo que recoger una cosa del coche de Alis.

Gibbo da media vuelta mientras yo le mando un mensaje. Un segundo después, ella sale por la verja.

 ¿Qué pasa? Me apeo al vuelo.

 Tengo que coger la bolsa que he dejado en tu coche.

 ¿Te marchas? ¡No me digas que Matt ha cambiado de opinión!

Gibbo baja en ese momento de su nuevo coche.

 Ah, Gibbo

 Hola.

 Hola.

Alis abre el coche y me da la bolsa.

 Oh, por lo visto, después de lo de Lore, no hay quien te pare

 Venga, vamos a dar una vuelta.

 Sí, sí, ahora resulta que se llama «vuelta».

 Estrena coche.

 ¡Cualquier excusa es buena!

 ¡Es cierto!

Gibbo se acerca.

 ¿Te gusta? Es mi nuevo Chatenet. ¿Quieres venir con nosotros? La miro y le sonrío como diciendo «¿Ves?». Y a continuación subo de nuevo con Gibbo, que arranca a toda velocidad. -Mira.

Pulsa un botón y se alza una pantalla. -¿También tiene televisión! -Claro, y mira aquí.

Pulsa otro botón y aparece el vídeo de Elisa. -¡No! ¿No me lo puedo creer! ¡La adoro! Es increíble, absurdo, genial, una casualidad del destino, ¡lo están emitiendo en MTV!

 ¡De eso nada! ¡Es el DVD! -Abre una bolsa y lo saca-. Toma, es para ti, ¡sabía que te encantaba!

 ¡Gracias! -lo aprieto contra el pecho-. Es lo más bonito que podrías haberme regalado.

Y bailo moviendo la cabeza al ritmo de la música mientras canturreo: «Cuántas cosas que no sabes de mí, cuántas cosas que no puedes saber, cuántas cosos para llevarnos juntos a ese viaje» Acto seguido, observo con más detenimiento el interior del coche. -Caramba, es genial.

Está tapizado con números de color azul oscuro con sombras y brillos. Tiene dos altavoces pequeños delante y unwoofer enorme detrás. Además de la tele delante.

 ¿Que tamaño tiene?

 Quince pulgadas, como la pantalla de un ordenador grande. Y he hecho poner cristales tintados al coche, ¡así puedes verla también de día!

Me mira rebosante de orgullo mientras sigue conduciendo.

 ¡Es ideal! ¡Me encanta!

Le sonrío, y Gibbo se siente feliz. Ojalá tuviese yo un coche como ése, incluso básico, sin todos esos accesorios, es decir, con todo lo que le ha puesto es como si se hubiese comprado dos. ¡La verdad es que podría regalarme uno! Gibbo parece leer mis pensamientos.

 Bueno, Caro, ¡ahora podré pasar a recogerte con el coche siempre que quieras! Incluso puedo acompañarte a casa.

 Pero si vivo a un paso del colegio.

 ¿Y eso qué tiene que ver? Paso a recogerte, te llevo a desayunar y después te acompaño al colegio.

 Ah, sí, me gusta la idea. En ese caso, ¿sabes adónde tienes que llevarme? A tomar un capuchino al Bar Due Pini.

 Por supuesto, nos lo tomaremos allí.

Luego Gibbo dobla una curva cerrada. Me aferró al asidero de la puerta y él se echa a reír, acelera, conduce como un rayo, con la música a todo volumen mientras el tubo de escape arma un buen escándalo. Luego me mira con aire astuto.

 Se nota que lo he cambiado por un Aston, así corre más,

 Se nota, se nota,

Tenemos que subir más la música para entender la letra. Gibbo entra en el Trastevere, enfila una callejuela que hay a mano derecha. San Pancrazio. Gira a toda velocidad varias curvas y en menos que canta un gallo llegamos al Gianicolo.

 ¿Ves a donde te he traído? -Sí, es precioso

Ahora el Chatenet azul metalizado avanza lentamente por la plaza. El tubo de escape ruge sin armar tanto estruendo. Gibbo aparca en un espacio libre, no muy lejos de un muro con vistas a la ciudad.

 ¿Bajamos? -le digo.

 Claro.

Echamos a andar, llegamos junto al muro y me apoyo en él; está congelado.

 Mira, Caro Mira los coches que corren ahí abajo. ¿Los ves, con los faros encendidos? Bonito, ¿no?

 Sí, quizá sean todos microcoches, ¡pero ninguno es tan bonito como el tuyo!

 Eres un cielo.

 Te lo digo en serio.

Después nos quedamos en silencio, contemplando la zona de la ciudad que queda a nuestros pies.

 Hace frío, ¿eh?

 Un poco.

Me rodeo el cuerpo con los brazos.

 Es que aquí hay un montón de árboles. -Gibbo sonríe-. Sí, ésta es una zona verde, al menos en un setenta por ciento. ¿Sabes que son las plantas las que producen este frío porque oxigenan el aire cada cuatro minutos al sesenta por ciento? Por eso, en los sitios donde hay plantas hace más frío.

 Ah, no lo sabía. -En realidad creo que ni siquiera sé un uno por ciento de lo que sabe él-. Pero sí sé lo que me gustaría tomar ahora, Gibbo.

 ¿Qué?

 ¡Un chocolate!

 Vamos a ver si hay algún sitio abierto por aquí.

 Vamos ¡Me encantaría! ¿Sabes el que me pirra? El de Cióccolati, es chocolate negro fondant. -Miro el reloj-, Pero a esta hora seguro que ya está cerrado.

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