Perdona Si Te Llamo Amor - Федерико Моччиа 16 стр.


Todo el mundo llega corriendo a la puerta de la escuela. Una copia unos ejercicios, otra se despereza con aire somnoliento, otra está turnando con una expresión que no deja lugar a dudas sobre si atravesará aquella puerta o no. Otra, más absurda que las demás, se pone un poco de colorete y no deja de mirarse en el espejito de su ciclomotor. O quiere dar el golpe con su nuevo look, o espera poder cobrarse alguna deuda con un golpe bajo. Ella no. Ella se siente más mayor que de costumbre. Camina orgullosa, divertida, eufórica como nunca. Bueno, en el fondo es verdad. De alguna manera, ya ha alcanzado la madurez.

 Olas, ¿estáis preparadas? ¡He encontrado al hombre de mi vida!

 ¡No me digas! ¿Qué demonios has hecho?

 ¿Y nos lo dices así? ¡Estás loca, explícanoslo todo! ¡Rápido!

Parece como si Olly, Diletta y Erica hubiesen enloquecido. Una deja de copiar, la otra de maquillarse, la última tira su cigarrillo.

 Por eso estabas fuera de cobertura anoche. ¡Va, explica! ¿Lo hiciste? ¿Quién es, lo conocemos? ¡Venga, desembucha, que nos tienes en ascuas! -Olly la coge por el brazo-. Si no nos lo cuentas todo, pero todito todo y de prisa te juro que se lo digo a Fabio.

Niki no puede creer lo que oye. Se vuelve hacia ella y la mira con ojos como platos.

 ¿Qué?

 Lo juro. -Olly se pone los dedos cruzados en la boca y los besa. De inmediato se lleva la mano derecha al pecho y levanta la izquierda, luego, creyendo haberse equivocado, lo cambia todo, se pone la izquierda en el pecho y levanta la derecha. Al final opta por levantar sólo dos dedos de la mano derecha-. Te doy mi palabra. Jo, no sé cómo funcionan estas cosas, pero si no nos lo cuentas todo, cantaré de plano.

 Traidora, eres una sucia traidora. Ok -Por un momento, parece que va a hablar, pero de improviso se suelta de Olly-. ¡Por culpa de una sucia espía, las Olas quedan disueltas! -Y se echa a correr, riéndose como una loca. Sube los escalones de la entrada de dos en dos y, rápidamente, Diletta, Erica e incluso la misma Olly salen tras ella.

 ¡Cojámosla! ¡Rápido, cojámosla! ¡Hagámosla hablar!

Y todas corren a toda pastilla detrás de Niki, escaleras arriba, ayudándose apoyando las manos en la barandilla. Y tiran y empujan, intentando coger mayor velocidad. Luego siguen por el largo pasillo de las aulas. Diletta, que siempre es la que más en forma está de todas, la que no bebe, ni fuma, a la que le gustaría tanto hacer algo pero siempre se acuesta demasiado temprano, en un momento le está pisando los talones a Niki. Olly que es la más rezagada de todas le grita a la amiga:

 ¡Plácala! ¡Plácala! ¡Detenla! ¡Tírate cógela!

Y Diletta lo logra, la agarra por la chaqueta y tira, tropiezan y caen al suelo. Diletta acaba encima y, en seguida, llega Erica que frena y se detiene a un milímetro de ambas; a continuación llega Olly, jadeante, pero no consigue frenar y acaba encima de Erica. Y ambas se caen sobre Niki y Diletta. Las cuatro por el suelo ríen y bromean. Las tres se montan en Niki y le hacen cosquillas intentando hacerla hablar.

 ¡Basta, basta! Dios mío, estoy toda sudada. Ya no puedo más. Basta, quitaos de encima.

 ¡Primero habla!

 Basta, basta, por favor, que me hago pipí encima, ay, no puedo más, quitaos de encima, ¡ay!

Olly le coge el brazo y se lo retuerce.

 Primero habla, ¿ok?

 ¡Ok, ok! -Niki acaba por rendirse.

 Se llama Alessandro, Alex, pero no lo conocéis, es mayor que nosotras.

 ¿Cuánto mayor?

 Bastante más mayor

Olly se le sienta sobre el estómago.

 ¡Ay, ay, me haces daño, Olly, ya vale!

 Di la verdad, ¿te lo has follado?

 No, pero ¿qué dices?

Olly le agarra el brazo de nuevo, mientras las otras la sujetan. Olly intenta retorcérselo al estilo de una llave de judo.

 ¡Ay, me haces daño!

 Entonces, ¡habla! ¿Te lo has follado o no?

 Un poquito.

 Chicas.

Niki, Olly, Diletta y Erica ven unos zapatos enormes frente a sus rostros. Mocasines gastados pero impolutos. Poco a poco, levantan la vista. Es el director. Se ponen en pie de inmediato, intentando recomponerse un poco. Olly, Diletta y Erica han sido las más rápidas. Niki ligeramente dolorida todavía, ha tardado un poco más.

 Disculpe, señor director, nos hemos caído y, claro, nos ha entrado la risa Bueno, sí, estábamos bromeando

 En realidad, me estaban torturando

Erica, que es la que está más cerca, le da un codazo a Niki intentando hacerla callar, después se hace cargo de la situación.

 Es bonito venir a la escuela con un poco de alegría, ¿no? El ministro de Educación lo dice siempre en su discurso de apertura de curso: «Chicos, no tenéis que considerar la escuela como una aflicción, sino como la ocasión de» ¿Verdad, Diletta, que lo dice?

 Sí, sí es verdad -la secunda Diletta sonriente.

En cambio el director está de lo más serio.

 Muy bien. -Mira su reloj-. La clase está a punto de comenzar.

Diletta interviene.

 Pero he visto que no ha llegado la profe de italiano.

 En efecto. Os daré yo la clase. De modo que si sois tan amables de ir hacia el aula, con alegría, por supuesto, evitaremos conversaciones inútiles en el pasillo.

El director echa a andar por delante de ellas hacia la clase. Las cuatro caminan lentamente detrás de esa figura austera. Parecen un poco la gallina con sus pollitos. Olly adopta una expresión como diciendo: «Qué pesado». Pero, por supuesto, lo hace bien oculta por Erica, que camina delante de ella. Luego Olly coge a Niki por la chaqueta y tira de ella.

 Eh, ¿qué significa «un poquito»?

Niki levanta el brazo con exageración y traza con él un círculo.

 Era una broma. «Un poquito» es una manera de decirlo. Fue más de lo que había sentido hasta ahora y más de lo que podía imaginar ¡Un sueño, vaya! -Después sonríe, se escapa de ella y entra en clase.

Olly se queda en la puerta y la mira con despecho.

 ¡Dios, cómo te odio cuando haces eso! J.A. ¡Jodida Afortunada!

Cuarenta y uno

Alessandro acaba de entrar en su despacho. Se ha vestido particularmente bien. Aunque sólo sea para impresionar, visto que no tiene la más mínima idea de cómo va a presentarse en la reunión de por la tarde con su director, Leonardo. Y, sobre todo, con qué idea.

 Buenos días a todos. -Saluda con una sonrisa a las varias secretarias de la planta-. Buenos días, Marina. Buenos días, Giovanna. -Saluda también a Donatella, la de la centralita, que le responde con un gesto de cabeza y sigue jugando a algo en el ordenador que tiene delante.

Camina lentamente, seguro. Orgulloso, sereno, tranquilo. Sí. Lo que se muestra es lo que se vende. No recuerda bien dónde ha oído esa frase, pero le viene bien ahora. En realidad, se acuerda de otras dos. Primera ley de Scott: «Cuando una cosa va mal, probablemente tendrá aspecto de funcionar bien.» Y ese aspecto es el que Alessandro está intentando adoptar ahora. Pero está también la ley de Gumperson: «La probabilidad de que un suceso ocurra es inversamente proporcional a su deseabilidad.» No. Mejor la primera. Si caminas de prisa, todos se dan cuenta de que la situación se te ha escapado de las manos. Y eso no es así. Todavía sigues siendo el primero, el más fuerte, el dueño indiscutible de la situación. Alessandro decide tomarse un café. Se dirige hacia la máquina, coge de una caja una cápsula monodosis en la que pone «Café Expreso» y la mete en el lugar apropiado. Coloca un vasito de plástico debajo del pitorro. Aprieta un botón verde. El motor se pone en funcionamiento y, poco después, el café empieza a salir, humeante, negro, en su punto. Justo al contrario que su situación. Alessandro controla el nivel del agua y aprieta el «stop». Espera a que caigan las últimas gotas y coge el vaso. Se vuelve y casi están a punto de chocar. Marcello. Su oponente. Está allí, frente a él. Y con una sonrisa.

 Eh, ha faltado poco, ¿eh? ¡A mí también me apetece un café! -Y coge también una cápsula, la mete en la máquina, coloca un vasito debajo y la pone en marcha. Luego le sonríe-. Qué extraño a veces se desean las mismas cosas en el mismo momento.

 Sí, pero el secreto está en que no sea una casualidad. Debemos conseguir que todos tengan ganas de lo mismo cuando nosotros lo decidamos. Para eso trabajamos

Marcello sonríe y detiene la máquina. Coge dos bolsitas de azúcar de caña y se las echa, una tras otra, en el vasito. Renueve con el palito de plástico transparente.

 ¿Sabes?, ayer presenté mi primera idea.

 Ah, ¿sí?

Marcello lo mira intentando averiguar si de veras no está ya al corriente.

 Sí. ¿No lo sabías?

 Me lo estás diciendo tú ahora.

 Pensaba que Leonardo te habría dicho algo.

 Pues no, no me ha dicho nada.

Marcello toma un sorbo de café. Lo remueve nuevamente con el palito.

 La verdad es que estoy bastante satisfecho con el resultado. Creo que es algo nuevo. No revolucionario, pero sí nuevo. Eso es, nuevo y simple.

Alessandro sonríe. Ya, piensa, pero Leonardo quiere que sea «nuevo y sorprendente».

 ¿Por qué sonríes?

 ¿Yo?

 Sí, estabas sonriendo.

 No sé. Pensaba en que tú te echas dos bolsitas de azúcar en el café y que yo en cambio lo tomo amargo.

Marcello lo mira de nuevo. Entorna un poco los ojos, intenta estudiarlo, tratando de averiguar qué es lo que esconde.

 Sí, pero el resultado no cambia. Sigue siendo café.

Alessandro sigue sonriendo.

 Vale, pero la diferencia puede ser grande o pequeña.

 Claro, la diferencia es que puede ser amargo o no serlo.

 No, más simple. Puede ser un buen café o bien un café demasiado dulce.

Alessandro termina de tomar el suyo y arroja el vasito a la papelera. También Marcello se toma su último sorbo. Después saborea los granitos de azúcar que se han quedado en el fondo y los mastica. A Alessandro le molesta un poco el ruido que hace. Marcello lo mira. Después se dirige a él con curiosidad.

 Alex, ¿tú cuántos años tienes?

 Cumpliré treinta y siete en un par de meses.

Marcello arroja el vasito a la papelera.

 Yo acabo de cumplir veinticuatro. De todos modos, estoy convencido de que nosotros dos tenemos más cosas en común de lo que te imaginas.

Se quedan así un momento, en silencio. Después Marcello sonríe y extiende la mano.

 Bien, buena suerte, vamos a trabajar y que gane el mejor.

Alessandro le estrecha la mano. Le gustaría decirle: «A propósito de tu edad y de la dulzura de la vida, bueno, yo anoche lo pasé fantásticamente bien con una chica de diecisiete años.» Pero no está tan seguro de que en realidad eso sea un punto a su favor. Entonces sonríe, se da la vuelta y se dirige a su despacho. Pero después de haber dado unos cuantos pasos, se mete la mano derecha en el bolsillo del pantalón. No busca las llaves. Busca un poco de suerte. Justo la que necesita. En la vida no resulta tan fácil encontrar bolsitas de azúcar que la hagan menos amarga. Precisamente en ese momento pasa el director.

 Ah, hola, Alex, buenos días. ¿Todo bien?

Alessandro sonríe, saca la mano rápidamente del bolsillo y le hace una señal juntando el pulgar y el índice.

 ¡Sí, todo ok!

 Bien, te veo en forma. Así me gusta. Entonces quedamos a las cuatro en mi despacho.

 ¡Desde luego! A las cuatro.

En cuanto se va, Alessandro mira el reloj de la pared. Las diez y pocos minutos. Dispongo de apenas seis horas para dar con la idea. Una gran idea. Y, sobre todo, nueva y sorprendente. Y, lo más importante de todo, que me permita quedarme en Roma. Alessandro entra en el despacho. Andrea Soldini y los demás están alrededor de la mesa.

 Buenos días a todos, ¿cómo va eso?

 Tirando, jefe.

Andrea se le acerca con unos folios. Le muestra algunos. Viejos anuncios de caramelos con las situaciones y los personajes más diversos. Indios y vaqueros, niños de color, deportistas, incluso un mundo galáctico.

 Ejem, jefe. Éstos son los ejemplos más significativos de todos los anuncios de caramelos que se han hecho en todos los tiempos. Mira, éste está muy bien. Funcionó estupendamente en el mercado coreano.

 ¿Coreano?

 Sí. Se vendieron muchísimo.

Alessandro coge el folio y lo mira.

 Pero ¿de qué tipo eran?

 Bueno, eran caramelos de frutas.

 Ya, pero ¿no lo habéis leído? ¿No sabéis que el producto LaLuna, además de los de fruta, tiene un montón de sabores nuevos? Menta, canela, regaliz, café, chocolate, lima

Dario mira a Andrea Soldini y enarca las cejas. Como diciendo: «Ya lo decía yo que este tipo es un negado.» Andrea se da cuenta, pero intenta arreglarlo de algún modo.

 Bueno, podríamos colgarlos de las nubes.

 Sí, la luna colgada de las nubes.

Giorgia sonríe.

 Bueno, no está tan mal. Tipo: «Cuélgate del», y después el nombre del gusto. Un montón de lunas colgadas de las nubes.

 Si por lo menos tuviesen algún gusto innovador, qué se yo, de berenjena, de champiñón, de col, de berza

Alessandro se sienta a la mesa.

 Sí, y todos los sabores colgados de las nubes. Y a esperar que no llueva. A ver, dejadme ver algún diseño del eslogan.

Michela le alarga una cartulina con la palabra «LaLuna» escrita con los tipos de letra más diversos. Andrea le acerca una carpeta amarilla en la que está escrito «Top-Secret» y, entre paréntesis, «el atajo». Alessandro lo mira. Andrea se encoge de hombros.

 Me lo pediste, ¿no?

 Sí, pero con un poco de discreción. Sólo le falta luz incorporada, ¿cómo si no, van a leerlo en Japón?

 ¡Con un satélite! -Pero Andrea comprende al instante que el chiste no viene a cuento. Intenta arreglarlo-. Jefe, Michael Connelly dijo que la mejor manera de pasar desapercibido es llamar la atención.

A Alessandro le gustaría decirle: «A lo mejor por eso te ignoran siempre.» Pero prefiere dejarlo correr.

 Veamos qué es lo que han hecho

Andrea se inclina despacio y, con una mano ante la boca, le dice:

 El director no está muy satisfecho. Vaya, que le parece demasiado clásico. O sea, que no es nada de lo que

Alessandro levanta la tapa de la cartulina. En el centro, aparece un paisaje con ríos, lagos y montañas. Todo con forma de luna y perfectamente dibujado. Y debajo, en rojo, con un tipo de letra parecido al de Jurassic Park, un título: «LaLuna: una tierra a descubrir.» Andrea pasa el primer folio. Debajo hay otro. El mismo diseño con otro título: «LaLuna. Sin fronteras.»

 Venga ya, para tener veinticuatro años no ha inventado mucho, ¿eh? La letra de Jurassic Park es vieja y «sin fronteras» recuerda aquel Programa ¿Cómo era? ¡Anda ya! ¿Y una tierra a descubrir? ¿Qué es esto, el caramelo de Colón? ¡Así pues es el anuncio de un huevo!, no de una luna. A estos los ganamos con la gorra, ¿verdad, Alex?

Alessandro lo mira. Después cierra la carpeta.

 Al menos ellos han presentado un trabajo.

 Sí, pero muy manido. -Andrea lo mira-. ¿Y a ti, jefe? ¿Se te ha ocurrido alguna idea buena?

Michela y Giorgia se acercan curiosas. Dario coge una silla y se sienta, preparado para la revelación. Alessandro repiquetea un poco con los dedos sobre la carpeta amarilla. Los mira uno a uno. Tiempo. Tiempo. Se necesita tiempo. Y, sobre todo, tranquilidad y serenidad. Primera ley de Scott. Sólo así conservarás el control de la situación.

 Sí. Alguna Alguna idea buena, curiosa Pero todavía estoy trabajando sobre ello

Dario mira el reloj.

 Pero son las diez y media, y la reunión es a las cuatro, ¿no?

 Así es. -Alessandro sonríe, aparentando seguridad-. Y cuando llegue la hora, estoy seguro de que habremos dado con la adecuada. Venga, vamos a hacer un poco de brainstorming. -Después coge la carpeta amarilla y se la muestra a todos-. Esto lo superamos fácilmente, ¿no es así? -De ese modo busca dar más confianza al grupo-. ¿No es cierto? -O al menos lo intenta

Un sí general, aunque algo débil, hace que, por un momento, todo el entusiasmo de Alessandro se tambalee. Michela, Giorgia y Dario se van hacia sus ordenadores. Andrea se queda allí, sentado a su lado.

 ¿Alex?

 ¿Sí?

 Lo de las nubes no te ha gustado mucho, ¿eh?

 No. No es ni nuevo ni sorprendente.

 Ya, pero es mejor que el atajo.

 Sí, pero no es suficiente, Andrea. Para quedarse en Roma no es suficiente.

Alessandro recoge los folios con los anuncios antiguos. Los hojea lentamente uno a uno, buscando desesperadamente un vislumbre de inspiración, cualquier cosa, una pequeña chispa, una llamita que pueda encender su pasión creativa. Nada. Oscuridad absoluta. De improviso en su mente aparece un resplandor lejano, una lucecita, una débil esperanza. ¿Y si ella tuviese la idea adecuada? La chica del surf, la chica de los pies en el salpicadero, la chica de los jazmines Niki. Y justo en ese mismo instante Alessandro lo comprende. Sí, así es. Su única solución se halla en manos de una chica de diecisiete años. Y de repente le parece que Lugano está a la vuelta de la esquina.

Cuarenta y dos

Tercera hora. Matemáticas. Para Niki es un paseo. En el sentido de que no entiende nada y, por lo tanto, da igual que se vaya a dar una vuelta mentalmente. No vale la pena cansarse. De todos modos, los deberes siempre se los pasa Diletta y la profe nunca saca a nadie a la pizarra. ¿Y por qué cambiar las cosas cuando hasta ahora han ido tan bien? Niki acaba de escribir algo. Coge la hoja cuadriculada y, para no apartarse tanto del tema, la dobla con cuidado. Una, dos, tres veces, después la punta, luego saca dos alas y les hace un pequeño desgarro a cada una en la parte inferior. Son los timones. Mantiene uno arriba y otro abajo, hace hasta piruetas. Lo mira. Bien. Así, a buen seguro que resulta más preciso. Y más veloz. Después mira a la profe, que está ante la pizarra.

 Bien, ¿lo habéis entendido? En este caso, sólo tenéis que tomar en consideración los últimos números.

En cuanto la profe se pone a escribir de nuevo, Niki se incorpora y deja de ocultarse, es decir, sale de su pequeña trinchera, que no es otra que la empollona de Leonori, que se le sienta delante, y lanza con fuerza el avión que acaba de fabricar en dirección a Olly.

 ¡Ay!

Acierta de lleno en la sien de Guidi, compañera de pupitre de Olly. El avión aterriza en el pupitre y Olly, veloz como una serpiente, lo recoge tras su catastrófica toma de tierra y lo esconde en lugar seguro, en su hangar, debajo de la libreta de apuntes. La profe se da la vuelta hacia la clase.

 ¿Qué pasa? ¿Qué sucede? ¿No lo habéis entendido?

Niki levanta la mano y se justifica.

 Disculpe, he sido yo. He dicho: «Ah, claro». Es que antes no lo acababa de entender.

 ¿Y ahora ya está? Si no, lo vuelvo a explicar.

 ¡No, no, está clarísimo!

Diletta se echa a reír pero se tapa rápidamente la boca con la mano. Ella sabe lo poco claro que resulta todo eso para Niki. No lo entiende en absoluto desde hace por lo menos cinco años, cuando empezaron a ir a la misma clase y, sobre todo, cuando empezó a pasarle los deberes.

 Entonces prosigamos. En este punto, tenéis que coger la suma obtenida y empezar de nuevo con los diferentes paréntesis.

La profe vuelve a escribir y a explicar en la pizarra; mientras, Olly saca el avión de debajo de su libreta. Lo abre, lo alisa con ambas manos, curiosa por leer el contenido superviviente de aquel vuelo tan azaroso.

«Olly, tú que eres buena y tienes un ocho en plástica, ¿me podrías diseñar estas dos ideas? Te explico. En el primer caso se trata de». Y sigue toda la explicación de las dos ideas, que a Olly le parece que no pegan para nada, pero resultan originales. Ambas tienen como protagonista a una chica, y la hacen reír. El mensaje acaba con una promesa. «Así pues, ¿me lo haces para ahora? ¿Te acuerdas? Las Olas prometimos ayudarnos siempre, a pesar de todo, ante cualquier momento de dificultad. Y por si eso no te basta, oportunista y tramposa como eres, estoy dispuesta a recompensar tu miserable esfuerzo con: A) cena en el restaurante del corso Francia. Caro pero bueno, como bien sabes; B) semana de helados gratis en el Alaska, incluso la copa o el cono más grande y, en cualquier caso, helados de 2,50 euros como mínimo; C) lo que quieras, a condición de que no me resulte imposible. Por ejemplo, organizarte una cita con mi padre, que sé que te gusta mucho Eso, ni siquiera te atrevas a pedírmelo.»

Olly coge una hoja, la arranca de la libreta y empieza a escribir a toda velocidad. Después, hace una pelota, mira a la profe, que sigue de cara a la pizarra y la lanza como el mejor playmaker. Acierta sin problema en el centro del pupitre de Niki, que abre el papel de inmediato.

«¿Qué? ¿Yo me tengo que comer el coco después de que tú no hayas compartido siquiera de palabra tus sucias y obscenas aventuras nocturnas? Ni hablar O mejor dicho: ¡habla, pelandusca!»

Niki acaba de leer la nota y se apoya en el respaldo de la silla mirándola y poniendo cara de pena.

 Va -le dice en voz baja desde lejos, casi sólo articulando. Después junta las manos como si estuviese rezando-. Please

Olly niega con la cabeza.

 Ni hablar Quiero saberlo todo O lo cuentas todo o no dibujo nada.

Niki arranca otra hoja, escribe a toda velocidad algo y luego, en vista de que la profe sigue escribiendo, hace una pelota y se la lanza. Bomba directa al lugar del avión. Esta vez, Guidi la ve llegar y se agacha para esquivarla. Olly la pilla al vuelo con la mano derecha. Justo a tiempo. La profe se da la vuelta y mira a Niki.

 Cavalli, ¿esta parte le ha quedado clara?

Niki sonríe.

 ¡Esto sí! Clarísimo.

 ¿Y a vosotras, chicas?

Algunas alumnas asienten, más o menos convencidas. La profe se queda más tranquila. Se está explicando de una manera comprensible.

 Bien, entonces continúo. -Y sigue escribiendo, sin saber a ciencia cierta si alguno de esos cálculos resulta verdaderamente claro para la mayor parte de sus alumnas, o siquiera para dos. De todos modos, todas saben ya que las matemáticas no saldrán en Selectividad.

Divertida, Olly abre el mensaje que acaba de llegar.

«Es menos de la mitad de lo que has hecho tú De todas maneras te lo explicaré todo después, hasta con mímica. Scripta manent. ¡Disegnam pure! Ahora, ¿podrías diseñar mis dos ideas, por favor?»

Olly la mira seria. Después, en voz baja, desde lejos, le dice pronunciando con claridad para que lo lea bien en sus labios:

 Si no me lo cuentas todo, cojo lo que haya dibujado y -levanta la hoja arrugada que le acaba de llegar y la mueve-, te lo rompo. ¡¿Está claro?!

Desde su sitio, Niki levanta la mano izquierda, después la derecha, luego cruza los dedos y se los besa jurando, como ha hecho antes Olly. Además, le dice con claridad:

 ¡Prometido!

Olly la mira una última vez. Niki le sonríe. Y ella, conquistada por su divertida amiga, abre el estuche lleno de lápices de colores, saca de debajo del pupitre el álbum de dibujo y coge una hoja en blanco. Y, como el más grande de los pintores, le quita el tapón al rotulador negro y mira la hoja de las ideas de Niki. A continuación se detiene, busca la inspiración en el vacío. La encuentra. Se concentra en la hoja y, con trazos seguros y precisos, empieza a dar cuerpo a las fantasías cómicas, extrañas, divertidas y, por qué no, también curiosas, de su amiga Niki. Mientras tanto, la profe continúa con la que sin duda es la exposición más clara que haya hecho jamás.

Cuarenta y tres

Alessandro mira el reloj que está sobre la mesa. Las dos y cuarenta. Falta poco más de una hora para la reunión. Y ellos todavía no están listos.

 Bien, chicos, ¿cómo vamos?

Michela llega corriendo a la mesa y le enseña un nuevo boceto. Alessandro lo mira. Una muchacha sostiene la luna como si fuese una pelota. No funciona en absoluto. Es todo menos nuevo. Y nada sorprendente. Alessandro está destrozado. Deprimido. Pero no debe demostrarlo. Se muestra seguro y tranquilo, para que no se le escape la situación de las manos. Sonríe a Michela.

 Es bueno. -Michela sonríe también-. Pero no se puede dar todavía por bueno.

Michela se queda abatida. De inmediato le desaparece la sonrisa. Rápidamente. Demasiado rápidamente. Es posible que también ella, en el fondo de su corazón, supiese que todavía no era el definitivo.

 Es necesario algo más, algo más algo más -Ni siquiera es capaz de encontrar la palabra más adecuada para expresar lo que querría.

Pero Michela parece tener un conocimiento óptimo con él.

 Sí, ya entiendo Voy a intentarlo.

Alessandro casi se hunde en su sillón de piel. Llega Giorgia.

 He hecho algún otro eslogan.

Alessandro abre distraído la carpeta y mira las hojas. Sí, no están mal. Colores variados, vivos, luminosos, alegres. Pero si la idea no existe, ¿de qué sirve un buen logo?

 No están mal, muy bien.

Giorgia lo mira desconcertada.

 Entonces, ¿sigo así?

 Sí, trata de que, a través de la letra se transmite el sabor del chocolate, de la canela, de la lima

 No es fácil sin el diseño del producto, pero lo intentaré.

 Sí, adelante.

Es cierto. Él también lo sabe. Sin una idea concreta no se va a ninguna parte. Justo en ese momento, suena el interfono. Es Donatella, la de la centralita.

 ¿Sí?

 Disculpe, señor Belli, pero hay

 No estoy, he salido, estoy fuera. Ni siquiera sé si volveré. Me he ido. Eso, me he ido a la Luna. -Y cuelga el interfono, truncando cualquier posibilidad de comunicación.

¡Qué demonios! Y no es un eslogan. Hay momentos que son sagrados. En esos momentos no se le molesta a uno. Si encima esos momentos son dramáticos, todavía peor. No se está para nadie.

¡Qué demonios! Mira el reloj.

Son las tres y cuarto. No lo conseguiremos. Y pensar que ayer estaba convencido de que sí. Maldición, no tendría que haber pasado el día fuera. El mar, mirar a los que hacían surf, la comida en la taberna de Mastín, y tiempo regalado Ya, ¿y quién me regala ahora a mí mi puesto de trabajo? Maldita sea, y maldito el momento en que decidí confiar en una chica de diecisiete años. Alessandro mira de improviso su teléfono. Ningún mensaje. No me lo puedo creer. Ni siquiera me ha llamado. Nada. Menos mal que tenía que salvarme, que darme la idea. Tranquilo, que yo te la encuentro. Tomaba notas, preguntaba, pensaba. Y, en cambio, nada. Ni siquiera ha dado señales de vida. Luego, por un instante le vienen a la mente los jazmines y todo lo demás. Y casi le da vergüenza. Pero ¿qué esperabas de una chica de diecisiete años, Alex? Es libre. Y sin obligaciones. Con toda una vida por delante. A lo mejor ya se ha olvidado de ti, de los jazmines incluso del accidente. Pero es justo que sea así. Claro que no pierdo nada con intentarlo de nuevo. Coge el teléfono y empieza a escribir.

«Hola, Niki. ¿Todo bien? ¿Has tenido un accidente con algún otro? ¿Tengo que ir a salvarte?» Luego se lo piensa mejor. Pero si ella misma se lo dijo. «¿Vas a mandarme una de tus geniales ideas?» Y sonríe, es mejor ser amables. «La echo en falta. Una idea con perfume a jazmín.» Y le pongo también un bonito signo de exclamación. Luego busca el nombre en la agenda, lo encuentra. «Niki.» Lo selecciona, aparece el número y le da a «Enviar». Espera unos segundos. «Mensaje enviado.» Alessandro coge el teléfono y lo deja sobre la mesa. Luego se queda mirándolo fijamente. Un segundo, dos, tres. De improviso, el teléfono se ilumina. Un mensaje recibido. Alessandro aprieta la tecla «Leer».

¡Es ella! Ha respondido. «Tengo dos. No están mal. Para mí, claro ¡Un beso de jazmín!»

Alessandro sonríe. Rápidamente se pone a escribir.

«¡Bien! Estoy seguro de que son la hostia, como tú ¡haciendo surf!» Luego se queda indeciso. No sabe bien cómo decírselo. «¿Por qué no me dices algo en un sms?» y vuelve a darle a enviar. Aguarda impaciente con el teléfono en la mano. Un segundo después, entra otro mensaje. Lo abre en seguida.

«En realidad me gustaría dártelas en persona»

Alessandro escribe a toda velocidad.

«¡No nos da tiempo! La reunión es a las cuatro. -Mira su reloj-. Falta casi media hora. ¿Cuánto tardas en llegar hasta aquí?», y lo envía.

Un segundo después, llega la respuesta.

«En realidad ya estoy aquí. Lo que pasa es que la de la centralita me ha dicho que no se te puede molestar.»

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