Enrico la mira de nuevo.
Bien. Voy a lavarme las manos, luego vengo a hacerte compañía.
No, tranquilo. Ponte cómodo en el sofá. Si quieres, puedes mirar un poco la tele. En cuanto esté listo, te aviso.
Enrico va hacia el cuarto de baño, pero pasa de largo. Se detiene un momento y mira hacia atrás. La ve al fondo, en la cocina, cogiendo una cazuela. Enrico sigue caminando de puntillas y entra en el dormitorio. Se sienta. Ve el teléfono móvil. Lo observa unos instantes. Mira a su alrededor. Lo coge, aprieta una tecla y se enciende de inmediato. Camilla no lo bloquea. Tecla verde. Última llamada realizada. Se queda boquiabierto. Nada. Ninguna llamada. Todas borradas. Enrico lo apaga y entra en el baño. Demonios. Tenía que haber mirado las llamadas recibidas. Se lava las manos. Pero no puedo hacer eso. Quiero demasiado a Camilla como para que no me importe. Se seca. De todas maneras, en pocos días lo sacarán de dudas. Lo sabrá. Y ya no podrá lavarse tranquilamente las manos. Entonces, tendrá que tomar una decisión.
Flavio está en el sofá, semitumbado. La pequeña Sara se le echa encima, jugando. Ya tiene más de un año. Le divierte no dejarle ver la tele en paz, y a él le gusta. Justo en ese momento, oye la cerradura.
Cristina, ¿eres tú?
Qué pregunta. Y si hubiese sido un ladrón, ¿qué crees que te hubiese respondido? No, soy el ladrón. Doy el golpe y me voy.
Flavio se levanta e intenta besarla. Pero ella llega llena de bolsas y rápidamente le pasa dos.
Toma, haz algo útil. Llévalas a la cocina. Ten cuidado, que dentro hay huevos.
Entonces ve a Sara, que atraviesa el salón con paso vacilante, con un juguete en la mano.
¡Flavio! ¿Qué hace Sara todavía levantada?
Te estaba esperando, quería saludarte.
Hace una hora que tendría que estar dormida. Me dijiste que podías llegar antes. Te lo pedí a propósito para que la metieses tú en su cama. Así se hubiese despertado a la una, le habría dado algo de comer y se hubiese vuelto a quedar dormida y, sobre todo, hubiese podido dormir yo también. Mañana por la mañana tengo las pruebas del examen de promotor Pero claro, ¿a ti qué más te da? En esta casa todo lo tengo que hacer yo
Cristina atraviesa veloz el salón y, sin decir nada más, coge a Sara al vuelo, con tal ímpetu que a la niña casi se le cae su pequeño juguete de la mano.
Ven, mi chiquitina, que te llevo a tu cuna.
Cristina se va de allí, desaparece en la habitación llevando a la niña en brazos como un saco.
Flavio se vuelve a sentar en el sofá. Está acabando la sintonía del programa «Amigos». En el último encuadre aparece María De Filippi.
Buenas noches, aquí estamos, preparados para el desafío de esta noche. Sin un adversario, la virtud se marchita, como dijo Séneca.
Flavio sonríe. ¿Será una señal?
¡Cariño, me marcho!
Susanna va corriendo hasta el comedor, donde Pietro se está poniendo de nuevo la americana y la corbata.
¿Cómo? Yo creía que esta noche te quedabas en casa tranquilo y cenabas con nosotros.
No, mi amor, ¿no te acuerdas? Esta noche ceno en La Pérgola con el administrador delegado de la nueva sociedad que hemos captado como cliente. He pasado sólo un momento para ver a Carolina y a Lorenzo. -Le coge la cara entre las manos. Le da un beso largo, apasionado. O al menos eso parece-. Y para darte un beso. -Susanna sonríe. Pietro la hace sentirse hermosa, aún deseable. Siempre lo logra.
No vuelvas muy tarde. Nunca estamos juntos.
Lo intentaré, mi lucero. Estas cosas nunca se sabe cómo van.
Luego abre la puerta y sale corriendo, para desaparecer veloz escaleras abajo. Ella se asoma por el hueco de la escalera y lo mira. Él se vuelve una última vez abajo y se despide de ella de nuevo. Susanna entra en la casa. Cierra la puerta. No, no sé cómo van estas cosas.
Nunca me lleva con él.
Instantes después, Pietro está al volante. Coge el móvil y marca rápidamente un número.
Mi lucero, estoy llegando.
Alessandro llama al timbre, está sin aliento. Llega tarde.
Alguien responde.
¿Quién es?
¡Yo!
Se abre la puerta. Alessandro sube la escalera del vestíbulo de dos en dos y coge el ascensor. Cuando llega al piso, las puertas se abren. Ella lo está esperando ya.
Alex, menos mal, ya estaba preocupada. ¿Por qué has tardado tanto? Ya estamos todos sentados a la mesa, aunque todavía no hemos empezado.
Alessandro besa apresuradamente a su madre.
Tienes razón, mamá, una reunión de última hora. -Entran juntos al salón. Alguno está de pie todavía. Otros han tomado ya asiento.
¡Buenas noches a todos! Disculpad el retraso.
Su madre lo coge del brazo.
¿Y Elena? ¿Dónde la has dejado?
Claudia lo mira. A Alessandro le gustaría responder «No, mamá, lo siento pero te equivocas, es ella la que me ha dejado a mí». Pero sabe bien que su madre no entendería este tipo de humor que, a decir verdad, tampoco entenderían la mayor parte de las personas.
Hoy acababa de trabajar más tarde que yo.
Pero ¡cuánto trabajáis! Lo siento. Me hubiese gustado verla. Está bien, vamos a sentarnos, anda.
Alessandro se sienta al lado de su padre.
¿Qué tal va? ¿Todo bien?
Bien, hijo mío. ¡A ti ni te pregunto, se te ve en buena forma!
Sí. -Luego mira su reflejo en el cristal de un cuadro. Decide distraerse saludando a sus hermanas y a los maridos respectivos.
¿Cómo estáis?
¡Bien!
¡Todo ok!
¡Sí, ok!
Ok, aparte del hambre. -David, el pesado de siempre. Alessandro extiende su servilleta. Una manera grosera de hacerme sentir mi retraso. Mira a Claudia. Se sonríen. Luego Alessandro le guiña un ojo y asiente. Como diciendo «haces bien en dejarlo». Pero un instante después lo niega. No es cierto. Claudia, no hagas tonterías.
La madre hace sonar el timbre que conecta con la cocina. Dina se asoma de inmediato. Es un ritual que se repite desde siempre.
Dina, querida, disculpe, ¿podría retirar este cubierto? No es necesario. Lamentablemente, Elena no está. Vendrá más tarde, a los postres.
Alessandro se inclina hacia su madre.
Me parece que no vendrá ni siquiera más tarde.
Ya lo sé. Pero no veo por qué hay que dar explicaciones. A la asistenta además
Ya -Alessandro vuelve a sentarse bien en su silla-. Qué idiota soy.
Al poco rato, Dina regresa con un carrito lleno de platos. Alessandro echa un vistazo. Gnocchi al pomodoro y taghliolini alie zucchine. Dos tipos de pasta. No está mal. Dina va poniendo un plato delante de cada comensal.
Traiga también los cubiertos de servir, por favor
Sí, en seguida, señora.
Dina regresa rápidamente a la cocina.
No puedo con ella. ¡Se los olvida desde que entró en esta casa, hace ya treinta años, y cuando se vaya seguirá olvidándoselos!
Margherita, la hermana menor, se limpia los labios con la servilleta.
Mamá, da gracias de que haya aguantado tanto. La mayoría de nuestros amigos tiene en la casa filipinos o extranjeros de dudosa procedencia que no cocinan así de bien ¡y a la italiana, además!
Luigi, su marido, se echa hacia delante, dirigiéndose no se sabe bien a quién.
Y sobre todo -dice-, que en esos casos nunca sabes a quién metes en casa. Mira la señora Deüa Marre, por ejemplo, lo mal que acabó.
Y así continúan, hablando de todo y de nada. Impuestos nuevos, un libro todavía sin terminar. Una película sueca. Una china. Un festival. Una exposición. Un corte de pelo horrendo. Una novedad americana de la que David ha oído hablar tanto pero de la que no sabe nada en concreto, hasta podría ser una buena idea, sólo con que consiguiese entender algo de lo que explica.
Y después una chuleta acompañada por alcachofas fritas, suflé de patata y verduras. Luego otra novedad. Una cosa que salió en las noticias. Una noticia terrible. Un muchacho muy joven mató a sus padres. Y otras banales pero alegres. Hijos de amigos que están a punto de casarse. Las entradas sacadas para el próximo concierto en Milán de un importante cantante extranjero. Un cotilleo sobre algún famoso, uno de los habituales, inventados, falsos o quizá ciertos líos de faldas. También la posibilidad de ir al espectáculo de Fiorello, aunque ya no queden entradas, y a pesar de que estén ya por las nubes y cuesten más que las vacaciones de una familia entera.
Margherita se pone en pie de repente. Da unos golpecitos en su vaso con el tenedor.
Un minuto de atención. También yo tengo que daros una noticia. A lo mejor no es tan importante como algunas de las que acabo de oír, pero ¡para mí es fundamental! Pronto alcanzaré a mi hermana Claudia. ¡Yo también espero otro niño!
Silvia, la madre, se levanta en seguida, aparta la silla y corre hacia Margherita. La abraza, la llena de besos.
Cariño mío, qué buena noticia. ¡Dentro de poco seré abuela de cuatro nietecitos! ¿Sabéis ya qué será?
Un niño. Nacerá dentro de cuatro meses y medio.
¡Qué bien! ¡Tendréis la parejita, como Claudia!
La hermana mayor se come otra alcachofa frita.
Yo ya lo sabía. Pero ¡en nuestro caso el mayor es el varón!
¿Habéis decidido ya el nombre?
Dudamos entre Marcello y Massimo.
Alessandro mira a su hermana Margherita y levanta las cejas.
En mi opinión es mejor Massimo
Claudia y Margherita se vuelven hacia él.
¿Y eso por qué?
Bueno, es un nombre de vencedores.
Ah
Luigi se pone en pie.
Estoy de acuerdo -Pone los brazos en jarras y cara de solemnidad. Y declama su preferencia con convicción-: Me llamo Massimo Décimo Merodio, comandante del ejército del Norte, general de las legiones Félix, siervo leal del único emperador verdadero Marco Aurelio. Padre de un hijo asesinado, marido de una mujer asesinada, y tomaré venganza por ello en esta vida o en la otra.
Sí, a él le gustaría que fuese Massimo. El gladiador.
Por supuesto. ¡Y a lo mejor, un día, él y yo nos hacemos el mismo tatuaje, igual que el de nuestro gran capitán! -Pasando así, con total naturalidad, de una visión histórica a una futbolística.
Silvia se echa a reír y se sienta de nuevo. Da un beso a su marido.
Luigi, ¿has oído qué buena noticia? ¿Has visto qué familia tan estupenda hemos creado, amor mío?
Silvia, la madre, coloca mejor la silla. Luego apoya la mano en el brazo de Alessandro.
¿Y tú, tesoro? ¿Cuándo vas a darnos alguna buena noticia?
Él se limpia con la servilleta.
Ahora mismo, mamá, pero no sé si es buena.
Bueno, tú cuéntanos. Después te lo diremos.
Ok. Señores, Elena y yo nos hemos separado.
La mesa se sume de improviso en un silencio gélido. Intenso. Claudia mira a derecha e izquierda. Interviene al fin para salvar a su hermano.
Perdonad, ¿quedan más alcachofas?
Poco después. Todos salen del portal. Besos en las mejillas. Se estrechan la mano mientras prometen volver a verse pronto. A lo mejor una pizza, una película, ¿por qué no? Aunque al final casi nunca se haga nada. Margherita se acerca a Alessandro, que le dice:
¡Chao, hermanita, me alegro por ti!
Yo por ti no. Quiero decir que Elena me gustaba. ¿Ahora dónde encuentras a otra como ella? -Y se despide con un beso sin dejar de mover la cabeza.
Claudia la mira mientras se aleja. Luego se acerca a Alessandro.
Siempre da la impresión de que ella sepa mejor que todos nosotros cómo es la vida. O al menos, el curso del amor.
Ya sabes que ella es así.
Así de repelente. Demasiado segura. Lo sabe todo Cambiando de tema, Alex, por un momento he creído que ibas a dar directamente la verdadera gran noticia.
¿A qué te refieres?
Señores, me he liado con Niki, una chica explosiva de diecisiete años.
Alessandro mira a Claudia y le sonríe.
¿Estás loca? Para empezar, me jugaba el saludo de mamá, pero nos jugábamos también a papá ¡Le hubiese dado un infarto al oír la noticia!
Pues yo en cambio creo que papá es quien se lo iba a tomar mejor. Siempre lo infravaloras.
¿Tú crees? Puede ser
Bueno, me despido. -Claudia le da un sonoro beso en las mejillas y hace ademán de irse.
Claudia
¿Sí?
Gracias, ¿eh?
¿Por qué?
Por la alcachofa que ya no te apetecía.
Claudia baja una mano en su dirección.
¡Bah! No es nada. Pero otra noche como ésta y tendrás que invitarme directamente al Mességue.
Lo haré con mucho gusto. Comer, en lugar de tomar decisiones extrañas.
¡Idiota! O, mejor dicho, avísame cuando te decidas a dar la otra noticia bomba ¡Me pondré a dieta dos días antes!
Sesenta y cinco
Días de lento discurrir. Cuando se está triste. Otros que pasan demasiado veloces. Cuando se es feliz. Días en suspenso mientras falta poco para la respuesta de los japoneses. De paseo en coche con el CD de Battisti. Enrico ha elegido una banda sonora perfecta para ellos. Niki tiene un ataque repentino de felicidad.
Alex, se me acaba de ocurrir una idea superguay.
Alessandro mira preocupado a Niki.
Socorro. Dime.
¿Quieres que intentemos hacer todo lo que diga la próxima canción?
Vale, pero todo todo, ¿eh?
Pues claro, yo no soy de las que se echan atrás.
De acuerdo. Entonces elijo yo la canción.
No, así no vale Pon reproducción aleatoria y que salga lo que sea.
Alessandro aprieta una tecla del lector. Los dos esperan curiosos y divertidos escuchar cuál será su próximo destino.
«En un gran supermercado una vez al mes, empujar un carro lleno contigo del brazo»
No me lo puedo creer ¡Ésta es pesadísima!
Ya lo hemos dicho y tenemos que hacerlo. Venga, vamos.
Poco después, aparcan frente al supermercado del Villaggio Olímpico y se bajan corriendo del coche. Un euro para un carro. Deciden llenar el frigo de casa para otras mil cenas más.
A lo mejor un día podemos invitar a todos nuestros amigos, ¿no? ¿Qué te parece?
¡Por supuesto!
Alessandro imagina a Pietro, Enrico, Flavio y, sobre todo, a sus esposas respectivas con Niki, Olly, Diletta, Erica y compañía. Sería una cena perfecta. Lo único difícil sería dar con temas de conversación adecuados para todo el mundo.
«Y comentar lo caros que están los congelados, hacer la cola contigo apoyada en mí.»
Verla sonreír mientras recorre las varias secciones. Perderse detrás de una ensalada que le están pesando y de los melocotones que tanto le gustan. Y volverse niño. Mientras, continúa la canción. Y las pruebas se vuelven más difíciles.
Pero ¿estás segura? ¿Y si te pillan tus padres?
Está todo controlado Dije que me iba al instituto y luego a dormir a casa de Olly. Ella me cubre ¡Venga! ¡Virgen santa, mira que llegas a ser cobardica! Después de todo, soy yo la que se arriesga
Como quieras.
«Prepararse para salir con los esquís y las botas, despertarse antes de las seis»
Alessandro pasa a recogerla muy temprano, aparca un poco lejos del portal y la ve salir corriendo, somnolienta, tibia aún de la cama. Y parten veloces. Al poco rato, Niki se vuelve a quedar dormida con el anorak puesto. Él la mira mientras conduce y sonríe. Y ella parece eso tan hermoso para lo cual no se encuentran palabras.
«Y entrar en un bar a comer un bocadillo»
Eso es más fácil. Los dos tienen hambre. Piden un bocadillo grande, bien lleno, recién hecho, que rebosa por todos lados. Y se ríen mientras comen.
¿Cuánto falta? ¿Está lejos? ¡Llevamos un montón de rato en el coche!
Ya estamos llegando. Y, perdona, Niki, pero eras tú la que quería nieve, ¿no? Pues para eso hay que ir hasta el Brennero.
¡Caray! ¡Sí que está lejos ese Brennero!
¡Está donde le corresponde! ¡Y quita los pies del salpicadero, tesoro!
En la recepción del hotel la emoción de entregar la documentación por primera vez. Pero el recepcionista no le presta atención a nada. Ni siquiera a la edad.
«Y quedarse dos días en la cama y no salir ya más»
Tampoco hay problemas sobre este punto. Es entonces cuando empiezan.
Alex, ¿puedo llamar a mis padres? Si no se preocupan.
Pues claro. ¿Por qué me lo preguntas? Tienes tu móvil, ¿no?
Chissst, calla, da tono. ¿Mamá? Todo ok.
Pero Niki, ¿dónde estás? Me ha salido un prefijo extraño, cero cero cuarenta y tres Austria
Alessandro, que ha aparecido en la puerta de la habitación, abre los ojos como platos y mueve la cabeza. Le dice por lo bajo.
Pero ¿estás loca? ¿Y ahora qué le vas a decir?
Pero Niki se ríe. Segura, tranquila.
Ya lo sé, mamá, queríamos probar las tablas de snowboard y nos hemos ido. Sí, dormiremos en casa de la prima de Olly y volveremos mañana por la noche, tarde.
Pero, Niki, ¿por qué no me lo has dicho, pero te das cuenta?
Porque te ibas a preocupar, como de costumbre, y no me hubieses dejado venir ¿Mamá?
Silencio.
Mamá, hemos venido en tren. Y hoy por la tarde, después de esquiar, estudiaremos.
Vale, Niki. Pero llámame más tarde
Desde luego, mamá. Recuerdos a papá. -Y cuelga. Suelta un suspiro-. ¡Demonios, ya no me acordaba! Hace poco cambiaron el teléfono del salón y pusieron uno con identificador de llamada!
Alessandro se echa las manos a la cabeza. Se va a la otra habitación.
No me lo puedo creer En qué lío me he metido.
Niki se asoma a la puerta.
¡El único lío es que te pienso obligar a probar la tabla de snow.
Y más tarde, en las pistas, caídas e intentos vanos y revolcones en la nieve. Y Niki que enseña a ese novato atrevido que torpemente se lanza y se cae. Pero Alessandro no tiene miedo. Ha vuelto a encontrar el deseo de intentarlo, de caer, de volver a levantarse Y quién sabe, a lo mejor hasta también de amar.
Después, en el vestíbulo del hotel, una partida de billar extravagante, en la que son más bien los tacos los que se cuelan por los agujeros. A continuación, la sauna y un poco de televisión. Y luego la habitación. Una llamada a mamá.
Sí, he estado estudiando hasta ahora.
Una mentira que no le hace daño a nadie. Pero la llamada dura sólo un momento. Niki en seguida le salta encima y Alessandro y ella se miran a los ojos. «Y perseguirte sabiendo lo que quieres de mí» Y no hay nada mejor que fundirse el uno con el otro.
Y marcharse con calma al día siguiente, conduciendo sin prisa, sabiendo que tienes cerca lo que buscas. Tocar de vez en cuando su pierna para asegurarse de que todo es verdad. Y la carretera que corre por debajo. Y la música que te acompaña. Y el mundo que sigue adelante. Pero que no molesta. No hace ruido. Alessandro baja un poco el volumen. La mira dormir. Allí, en el asiento de al lado. Ligeramente bronceada. Entonces Alessandro sonríe. Tiene los pies en el salpicadero, como es natural. Y llegar por fin a Roma, que con ella parece otra ciudad. «Pedir unos folletos turísticos de mi ciudad y pasar el día contigo, visitando museos, monumentos e iglesias, hablando en inglés, y regresar andando a casa tratándote de usted.»
Oye, dentro de poco tengo que hacer la Selectividad. Me ayudarás, ¿verdad?
Por supuesto, faltaría más. Tú me has ayudado muchísimo a mí con LaLuna
Pero no tienes que hacerlo porque te sientas en deuda conmigo Tiene que ser porque te apetezca.
No, lo decía en el sentido de que cómo no iba a ayudarte. Siempre que podamos, tenemos que echarnos una mano.
Tampoco es así. Por más vueltas que le des, sigue siendo una manera de pagar la deuda.
Caray, cómo te gusta decir siempre la última palabra. ¡Pues ya no ayudo!
¿Lo ves? Vamos mejorando. Lo que pasa es que, en el fondo, no me quieres ayudar. ¿Tú tuviste que presentarte a Selectividad?
Saqué un nueve.
¡Viejo! -Un instante de silencio-. ¡Viejo! -Y Niki se echa a reír de nuevo-. ¡A un punto de la perfección! ¡Qué recochineo!
¡Ya veremos si tú lo haces mejor!
Pues claro. -Niki sonríe y se apoya en él.
¿Y por qué no? ¿Por qué no?
Y después la pregunta más difícil.
Disculpe, ¿usted me ama o no?
Y la respuesta más simple.
¡No lo sé, pero estoy en ello!
Sesenta y seis
Varios días después. Las Olas y las demás chicas están entrenando a voleibol para mantenerse en forma.
¿Estás lista?
Y suena una especie de trueno. Bajos profundos y cálidos salen de los dos bafles del equipo estéreo que está en el suelo. La música invade el enorme gimnasio de la escuela. Cerca, dos conocidas zapatillas All Stars rojas y blancas llevan el ritmo. Conocen bien esa música. Una mano marca el ritmo en el cristal de la ventana. Niki deja de jugar. Se da la vuelta y se dirige hacia él con los brazos en jarras.
Veo que insistes. ¿Por qué quieres fastidiar todo lo bello que hubo entre nosotros?
Pero Niki no tiene tiempo de acabar, pues del lector arranca con otra canción. Fabio tiene una expresión burlona. Y empieza a cantar en playback su propia música.
«No fue casualidad que aquella noche, joven estrella, cayeses en mi cama No lo habíamos buscado, lo sé. Dulces promesas y jóvenes mentiras. ¿Por qué escapas ahora? Te hace daño el pasado. Recuerda que no fue casualidad que aquella noche, joven estrella, cayeses en mi cama.»
Niki lo mira. Tiene los ojos encendidos.
Eres un gilipollas, Fabio. Un gilipollas de los pies a la cabeza, Fabio Fobia, o como cojones te llames. -Y se va corriendo, antes de permitirle verla llorar. Él no merece sus lágrimas. Fabio Fobia no aprieta el «stop». Deja que la canción continúe un poco más. Se sienta en el suelo. Con las piernas cruzadas. Enciende un cigarrillo.
Qué pollas estáis mirando, seguid jugando
Y sube la música.
«Recuerda que no fue casualidad que aquella noche, joven estrella, cayeses en mi cama.»
Una chica pasa la pelota a la que tiene que rematarla. Pero Diletta bloquea el balón y lo bota en el suelo. Después va hasta el equipo y lo apaga.
Este ruido molesta. -Y se marcha a los vestuarios.
Sí, sí, haceos las remilgadas. ¡De todos modos, tenéis que pasar por nosotros si queréis gozar!
Fabio se levanta y le da una patada a la pequeña cristalera que hay debajo de la ventana, rompiéndola. Después sale por la ventana y sigue fumando.
Oye, así sólo te ganas enemigos.
Fabio se da la vuelta. Olly está de pie, a la puerta del gimnasio.
¿Por qué te comportas así, quién te has creído que eres? Puede que tus canciones sean bonitas, pero hay demasiada mala hostia en ellas y en ti también. Y con la mala hostia no se llega muy lejos.
Fabio Fobia da dos caladas rápidas y tira el cigarrillo al suelo. Lo pisa. Aprieta con fuerza la punta del pie, apagándolo. Luego pasa junto a Olly, a un milímetro. La obliga casi a apretarse contra la pared. Y le canta a la cara.
«Recuerda que no fue casualidad que aquella noche, joven estrella, cayeses en mi cama.»
Fabio Fobia recoge su equipo de música, se lo echa al hombro y vuelve a pasar por delante de Olly. Y, sin dignarse siquiera mirarla, se aleja por el patio de la escuela. Ella se queda quieta a la puerta del gimnasio. Lo mira mientras se aleja, con un pensamiento distraído y algún otro bastante más preciso.
Sesenta y siete
Alessandro está sentado en el sillón de su despacho. Tiene las manos detrás de la cabeza, está apoyado en el respaldo de piel. Mira divertido las diversas propuestas de publicidad de LaLuna, dispuestas ordenadamente encima de su enorme escritorio. Del equipo estéreo que hay a un lado sale una música. Mark Isham. Relajante en su justo punto.
Con permiso
Adelante. -Alessandro recompone la postura. Es Andrea Soldini-. Pasa, Andrea, siéntate. ¿Alguna novedad? No necesitamos ningún atajo, ¿verdad?
Andrea Soldini sonríe mientras toma asiento frente a él.
No, seguimos esperando el veredicto. Pero no me parece que haya dudas al respecto, ¿no crees?
Alessandro se pone en pie.
No, no lo parece. Pero es mejor no cantar victoria hasta que sepamos qué es lo que acaban decidiendo esos benditos japoneses. -Se acerca a la máquina-. ¿Café?
Sí, con mucho gusto.
Andrea lo observa mientras Alessandro lo prepara. Coge un paquete, lo abre, saca dos cápsulas, las mete en la máquina y aprieta un botón.
¿Sabes?, Alex, cuando te veía en mi oficina, cuando venías a sacar a mi jefa, a Elena, bueno, no pensaba que fueses así.
Así, ¿cómo?
Tan diferente. Seguro, tranquilo, agradable. Eso mismo, eres muy agradable.
Alessandro regresa a la mesa con los dos cafés, dos bolsitas de azúcar y dos palitos de plástico.
Nunca sabemos cómo es alguien hasta que lo conocemos personalmente, fuera de los contextos habituales.
Andrea abre el azúcar, lo echa en el café y empieza a revolverlo.
Ya. A veces no nos llegamos a conocer ni aunque vivamos juntos.
¿Qué quieres decir?
¿Yo? Nada -contesta Andrea-. A veces me da por hablar así. -Y se toma su café.
Alessandro hace otro tanto. Luego lo mira fijamente.
Hay veces que de veras no lo entiendo. ¿Por qué siempre te infravaloras y hablas así de ti mismo?
Eso mismo me he preguntado yo siempre; el problema es que no encuentro la respuesta.
Pero si tú no crees en ti mismo
Sí, ya lo sé, ¿cómo van a creer los demás?
A lo mejor a las rusas les parecías simpatiquísimo la noche aquella sin que para ello tuvieses que ponerte tan mal.
Andrea termina su café.
Ni me lo recuerdes Vuelvo a sentirme mal sólo con pensar en aquella noche.
Por favor, ahórrame otra ambulancia.
Andrea sonríe.
Jefe es un placer trabajar contigo.
También para mí tenerte en el equipo. Tú no consigues verte desde fuera. Pero te aseguro que das una buenísima impresión.
¡Bien! -Andrea se pone en pie-. Gracias por el café. Vuelvo a mi sitio. -Se dirige a la salida, pero se detiene un instante-. Aquella chica Niki
¿Sí?
No sé si los japoneses sabrán apreciarlo, pero yo creo que ha hecho un gran trabajo.
Ah, sí, también yo. Estos dibujos son verdaderamente nuevos y sorprendentes.
Andrea se detiene un momento en la puerta. Luego mira a Alessandro y sonríe.
No me refería a los dibujos. -Y cierra la puerta.
A Alessandro no le da tiempo a decirle nada. Justo en ese momento suena un bip en su teléfono móvil. Mira la pantalla. Un mensaje. Lo abre. Niki. Lupus in fábula. ¿Cómo decía Roberto Gervaso? «La vida es una aventura cuyo inicio deciden otros y cuyo fin no deseamos, con un montón de intermedios elegidos al azar por el azar.» ¿Por qué me preocupo entonces? Leonardo se inspira con frecuencia en él para escribir las tarjetas que envía a su mujer Y todavía siguen juntos. También eso es cosa del azar. Alessandro lee el mensaje de Niki. Sonríe. Y responde lo más rápidamente que puede. «Claro», y lo envía. Después coge su chaqueta y se va. Prefiero una frase anónima. «Nos encontramos por casualidad. Nos encontramos con un beso.»
Sesenta y ocho
Niki sale del portal. Mira a su alrededor. No sabe hacia dónde ir. Alessandro toca dos veces el claxon. Enciende y apaga las luces. Niki se cubre un momento los ojos con la mano para ver mejor, como un joven marinero haciendo de vigía, más sensual que todos los de Querelle de Brest. Entonces lo reconoce de lejos y, de inmediato, echa a correr hacia el coche. Alessandro le abre la puerta y ella se tira dentro.
Venga, rápido, arranca, que mis padres están a punto de salir.
Alessandro arranca y, en un momento, están ya detrás de la esquina.
Caramba -Niki se echa a reír-, no te reconocía. Pero -mira a su alrededor- ¿qué haces con este coche? Por fin has comprendido que la verdadera creatividad viene del pueblo llano, ¿eh? Por eso has cogido este trasto destartalado, dime la verdad.
¡Qué va! Es de mi madre. Se lo he pedido y me lo ha prestado.
No me lo puedo creer. ¿Has llevado el tuyo al taller? ¿No teníamos que hacer primero el parte? Mario, mi mecánico, te lo hubiese dejado como nuevo, y hasta te hubieses ahorrado una pasta.
Alessandro conduce divertido.
No, no, el mío sigue tan abollado como lo dejaste. Éste lo he cogido por ti.
¿Por mí?
Sí, tiene cambio de marchas.
Niki mira. Ve la mano de Alessandro entre los dos asientos. Justo en ese momento, Alessandro está metiendo la cuarta.