Enrico reflexiona un momento.
Por la inquietud que sentimos en el fondo.
Diletta sonríe.
¡Como la de Pessoa!
Enrico le sonríe.
Sí, pero la nuestra es más simple. Soñábamos con el amor, lo perseguimos, lo encontramos, y luego acabamos perdiéndolo. Día tras día, pensando que lo bueno estaba aún por llegar, esperando y sin darnos cuenta acabamos perdidos en el presente.
Diletta lo mira suspicaz.
¿En serio se vuelve uno así?
Yo no soy así.
Enrico mira a Alessandro.
¿De modo que no eres así? Sólo porque no tienes moto, porque no haces todo lo que ha dicho Erica. En cambio hay millones como tú
¿Qué quieres decir?
Gente que no le hace frente a la vida. Que no crece. Dejan pasar el tiempo, trabajan sólo para distraerse. Y sin saber ni cómo, un día descubren que ya han cumplido los cuarenta.
Niki se abraza a Alessandro.
Yo he taponado su clepsidra.
Erica toma su primer sorbo de champán.
Yo soy abstemia, pero hoy he decidido emborracharme.
¿Y eso por qué?
Por Giorgio, mi novio. Tiene sólo veinte años, pero ya es así.
¿Y por qué no lo dejas?
No puedo. Es muy bueno.
Te advierto que llegará un momento en que mirarás tu vida, la habrás visto pasar y te preguntarás dónde estuviste todo ese tiempo.
¡A menos que Giorgio, al ver que te estás despertando, te deje embarazada! -exclama Pietro, momentáneamente atento, después de haberse eclipsado un poco con Olly al fondo de la mesa.
Enrico se ríe.
Ya, justo lo que hizo Cristina con Flavio. Que sólo lo vemos en los partidos de futbito, y ni siquiera se queda después a cenar.
Bueno -Pietro se levanta-, me parece un análisis cruel y despiadado de unos años que en realidad tuvieron su gracia. Como la cultura, las experiencias, los viajes que hicimos. De modo que ¡me voy! Adiós.
Olly también se levanta y se acerca a Pietro.
Adiós, chicas, hablamos después.
Alessandro se queda petrificado al verlos salir del local.
Eh, ¿adónde vais? -Luego sonríe, ligeramente preocupado-. Pietro
Tranquilo, sólo vamos a dar una vuelta en su ciclomotor. Hace veinte años que no me monto en uno, que no siento ese escalofrío que te produce el viento de cara. Cada día salgo por la mañana en mi monovolumen porque primero tengo que llevar a los niños al colegio. Por la noche tampoco por que si no, en moto, a mi mujer se le estropearía el peinado ¡Y hoy habéis hecho que me vengan ganas! ¿Vale? ¿O es que no me puedo regalar un simple e inocente paseo en moto por mi ciudad? ¿Te parece excesivo? Además, Olly ya es mayor de edad, ella sabrá lo que hace, ¿no?
Y mientras lo dice, la coge de la mano y salen del reservado. Una vez fuera de la vista de los demás, Pietro se detiene en la barra.
¿Me da la cuenta, por favor? -Y sonríe-. Me han hecho este regalo -y mira a Olly con intensidad-, es lo mínimo que puedo hacer.
Olly se apoya lánguidamente en la barra.
¿Ya sabes cómo conduzco?
No, pero me lo imagino. Como me imagino el resto.
No lo creo -Olly sonríe con picardía-. Es imposible que tengas tanta imaginación.
Y, por un instante Pietro se vuelve a sentir joven, confuso, ligeramente inseguro. No sabe bien qué hacer. Qué decir. No encuentra su habitual respuesta rápida, irónica, cínica. Pero está excitado. Y mucho. Excitado como nunca. Paga de prisa, con su tarjeta de crédito.
Coge el resguardo, se guarda el billetero en el bolsillo y se lleva a Olly hacia la salida. Abre galante la puerta del restaurante. La deja pasar, fuera, en la calle, hasta el tráfico parece silencioso.
Voy a buscar el ciclomotor y vuelvo. -Olly se aleja contoneándose divertida, más mujer de lo habitual ahora. Pietro se queda mirándola. Da un largo suspiro. Se saca del bolsillo de la chaqueta un paquete de cigarrillos. Coge uno. Se lo mete en la boca torcido, caído. Aspira y el cigarrillo se coloca en su lugar de golpe. Lo enciende. Da una calada larga, plena, degustando hasta el fondo, saboreando ese momento de imprevista libertad. Sin tiempo, sin meta, sin prisa. Ahhh. Hasta el cigarrillo sabe mejor que de costumbre. Olly llega con su ciclomotor y se detiene frente a él. Tiene otro casco apoyado entre las piernas. Se inclina para cogerlo, pero lo hace lentamente. Y una sonrisa. Una broma. Una mirada. Y esa mano, y ese casco entre las piernas. Y otra sonrisa convertida en promesa. Pero de repente se oye una voz.
¡Pietro! ¿Eres tú? Me ha parecido ver tu coche.
Susanna y sus dos hijos están ante él. Lorenzo sonríe, está hecho todo un hombrecito para su edad.
¡Hola, papá!
Carolina también lo saluda, más decidida. Pero es natural, tiene ya trece años. Pietro se acerca en seguida a Susanna y la besa en los labios.
¡Hola! ¡Qué sorpresa! -Alborota un poco el pelo de Lorenzo. Luego besa rápidamente a Carolina que, rebelde, no le ofrece demasiado tiempo la mejilla. Olly observa la escena en silencio. Pietro se incorpora de nuevo. Ha recuperado su seguridad.
¡Qué sorpresa tan agradable en serio! -Entonces se vuelve hacia Olly-. Ah, sí, disculpe -Señala la calle-. Como le decía, siga adelante, en el próximo semáforo gire a la derecha y todo recto llegará a via Véneto.
Olly arranca su ciclomotor y se va, sin dar las gracias. Pietro la mira mientras se aleja. Mueve la cabeza.
¡Es increíble! Parece que te hagan un favor. Les indicas el camino y ni siquiera te dan las gracias. Bah, los jóvenes de hoy
Susanna sonríe.
También tú eras así entonces Qué digo, ¡eras mucho peor! De joven ser educado está casi mal visto. ¿Te acuerdas de lo que hacías? Preguntabas una dirección y a la que lo tenías más o menos claro, arrancabas de golpe sin esperar a que el otro acabase de explicártelo.
¡Anda que no ha llovido desde entonces! ¿Qué hacéis por aquí?
Hemos ido a ver a la abuela. Ha venido también mi hermana, pero tenía que irse temprano, de manera que pensábamos ir a casa dando un paseo. ¿Y tú? -Susanna señala hacia el restaurante.
Estaba comiendo con Enrico y con Alex.
¿En serio? Hace tiempo que no veo a Alex. Voy a entrar, así por lo menos lo saludo.
Pues claro. -Sólo que, en ese momento, Pietro piensa en toda la mesa. Sobre todo en las tres comensales jovencísimas; demasiado parecidas a la que acaba de irse en su ciclomotor-. No, mira, Susanna, es mejor que no lo hagas. Hemos salido a comer porque tenía ganas de hablar. Está mal, ¿sabes?, echa de menos a Elena. Y si ahora te ve a ti a nosotros, una pareja, vaya, y encima con Lorenzo, Carolina, nuestros hijos una familia, todo lo que él hubiese deseado tener.
Tienes razón. No lo había pensado. -Susanna le sonríe-. Qué bueno eres.
¿Por qué?
Porque eres sensible.
Bah. ¡Venga que os llevo a casa! Rápido, que luego tengo que volver a la oficina.
Se montan todos en el coche. Pietro arranca.
Olly está parada en la esquina. Ha seguido toda la escena desde lejos. Vuelve atrás, aparca el ciclomotor y entra de nuevo en el restaurante.
¡Eh, mirad quién es!
¿Qué ha ocurrido? ¿Ya os habéis peleado?
Alessandro se vuelve preocupado hacia Enrico.
Debe de haber intentado algo en cuanto salió.
No seas tan mal pensado.
Niki se acerca a Olly.
¿Y bien? ¿Se puede saber qué ha pasado?
Se ha acordado de que estaba casado.
¿Cómo? ¿Qué te ha dicho?
Nada Me ha indicado la dirección para ir a via Véneto. Primero a la derecha y luego todo recto.
¡Qué bruto!
¡Es mentira! Ha preferido acompañar a casa a su mujer y a los niños.
¡¿Qué?! -Alessandro casi se cae de la silla-. ¿Susanna estaba afuera?
Olly asiente con la cabeza. Enrico también palidece.
Dios mío, imagina que hubiese entrado y nos hubiese visto así. Comiendo con tres chicas de diecisiete años.
Diletta levanta la mano.
Yo ya tengo dieciocho.
¡Y yo también!
Y yo. La única que tiene diecisiete es Niki.
No creo que para Susanna hubiese mucha diferencia, ni tampoco para mi mujer. Si llegara a enterarse.
Justo en ese momento, suena el móvil de Alessandro. Lo saca de la chaqueta. Mira la pantalla, pero no reconoce el número.
¿Sí? ¿Quién es? Ah, sí, descuide. -Alessandro escucha lo que le dicen por teléfono-. Sí, perfecto, gracias. -Y cuelga. Vuelve a guardarse el teléfono en el bolsillo y mira a Enrico-. Ya están listas las fotos que me pediste. Puedo pasar a buscarlas mañana.
Enrico se sirve un poco de champán. Se lo bebe de un solo trago. Deja la copa en la mesa y mira a Alessandro. Qué suerte que Susanna no haya entrado en el restaurante. Susanna no ha descubierto nada. No sabe nada todavía. En cambio, Enrico, al día siguiente lo sabrá todo. Pero ¿qué es todo?
Setenta y siete
Un poco después. Por la tarde. Un sol alegre entra por la ventana del despacho. Alessandro está sentado en su sillón. Mañana iré solo a buscar las fotos. Enrico me ha dado el dinero. No se ve con fuerzas para venir conmigo. No quiere enfrentarse con la mirada del investigador privado. Ya. ¿Cómo lo habría mirado Tony Costa? ¿Habría sonreído? ¿Habría hecho como si nada? Él lo ha visto todo. Lo sabe todo. No alberga duda alguna. Y, por encima de todo, tiene las fotos.
Alex, Leo quiere verte en su despacho. -La secretaria pasa corriendo junto a él cargada de carpetas.
¿Sabes qué quiere?
A ti.
Alessandro se estira la chaqueta. Mira su reloj. 15.30. Bien, ha sido una comida de trabajo. Sí, vaya, trabajo, tenía que saldar una deuda. Y ahora he contraído otra con Niki por haber traído a sus amigas. Mejor no se lo recuerdo. El problema es que, como decía Benjamin Franklin, los acreedores tienen mejor memoria que los deudores.
Alessandro llama a la puerta.
¡Adelante!
Con permiso.
La peor sorpresa que hubiese podido imaginar está cómodamente sentada en el sofá de su director. Tiene un café en la mano y sonríe.
Hola, Alex.
Hola, Marcello.
En un instante, Alessandro lo entiende todo. Los japoneses han respondido. Y no les ha gustado. Es como decir: Lugano.
¿Quieres también tú un café?
Alessandro sonríe, intentando aparentar tranquilidad.
Sí, gracias. -No hay que perder jamás el control. Concentrarse en pensamientos positivos. No existen los fracasos, tan sólo oportunidades de aprender algo nuevo.
Por favor, ¿me trae otro café? Y un poco de leche fría aparte -Leonardo sonríe y apaga el interfono-. Siéntate.
Alessandro lo hace. Está incómodo en ese sofá. Se ha acordado de la leche. Pero quizá se haya olvidado de golpe de todos mis éxitos anteriores. De lo contrario, ¿por qué iba a ponerme de nuevo frente a este copywriter irritante y falso?
Leonardo se apoltrona en su sillón.
Bueno, os he llamado porque, desgraciadamente
Alessandro gira ligeramente la cabeza.
la partida vuelve a estar abierta. Alex, tus espléndidas ideas no han sido aceptadas.
Marcello lo mira y sonríe, fingiendo sentirse apenado. Alessandro evita su mirada.
Llaman a la puerta.
¡Adelante!
Entra la secretaria con el café. Lo deja en la mesa y sale. Alessandro coge su vasito y le añade un poco de leche. Pero antes de bebérselo, mira con seguridad a Leonardo.
¿Puedo saber por qué?
Por supuesto. -Leonardo se echa hacia atrás y se apoya en el respaldo-. Les ha parecido un óptimo trabajo. Pero, allí, ya otros han hecho productos de ese tipo, ligados a la fantasía. Ya sabes que Japón es la patria del manga y de las criaturas fantásticas alejadas de la realidad. Pero lo cierto es que, lamentablemente, esos productos no funcionaron. Han dicho que éste no es momento para sueños extremos. Es el momento de soñar con realismo.
Alessandro se termina su café y lo deja sobre la mesa.
Soñar con realismo
Leonardo se pone en pie y empieza a caminar por la habitación.
Sí, necesitamos sueños. Pero sueños en los que podamos creer. Una chica subida en un columpio sujeto de las nubes o que hace surf entre las estrellas en la ola azul del cielo es un sueño increíble. No nos lo podemos creer. Rechazamos ese tipo de sueño. Y, en consecuencia, también el producto. -Leonardo se vuelve a sentar-. ¿Qué queréis?, son japoneses. Inventad un sueño para ellos que sean capaces de creerse -Leonardo se pone serio de repente-. Un mes. Tenéis un mes para hacerlo. De lo contrario, nos dejarán definitivamente fuera.
Marcello se levanta del sofá.
Bien, en ese caso me parece que no hay tiempo que perder. Vuelvo con mi equipo.
Alessandro también se levanta.
Leonardo los acompaña hasta la puerta.
Bien, buen trabajo, chicos. ¡Que soñéis bien y mucho!
Marcello se detiene en la puerta.
Como dijo Pascoli en sus Poemas conviviales, de 1904, «el Sueño es la sombra infinita de la Verdad».
Leonardo lo mira complacido. Alessandro busca entre sus libros mentales intentando encontrar algo impactante para hacerse notar también él. Rápido, Alex. Rápido, demonios. Pascoli, Pascoli, ¿qué dijo Pascoli? «El que reza es santo, pero más santo es el que obra.» ¿Y eso qué tiene que ver? «Lo nuevo no se inventa: se descubre.» Hummm, un poco mejor. Pero ¿cómo voy a citar su misma fuente? Necesitaría otra. No sé, Oscar Wilde suele funcionar. Pero en este momento sólo se me ocurre aquella suya que dice: «En ocasiones es preferible callarse y parecer estúpidos que abrir la boca y disipar cualquier duda al respecto.» No estoy diciendo nada. Y Leonardo me está mirando. Ya está. Ya lo tengo. Una elección extraña pero atrevida. O eso creo.
Ejem, sabes que los grandes sueños nunca mueren en nosotros, del mismo modo que las nubes regresan tarde o temprano, dime que al menos tú llevarás un sueño en tus ojos.
Leonardo le sonríe.
¿De quién es? No conozco a ese poeta.
Es de Laura Pausini.
Leonardo se lo piensa un momento. Luego sonríe y le da una palmada en la espalda.
Bravo, muy bien. Un sueño nacional popular. Ojalá. Eso es lo que nos haría falta. -Y cierra la puerta dejándolos a solas.
Marcello lo mira.
¿Sabes?, es extraño. Ya casi me había hecho a la idea. Aunque hubiese perdido, digamos que me parecía que estaba más cercano a ti. No sé Había entendido aquella frase de Fitzgerald: «Los vencedores pertenecen a los vencidos.»
¿De veras? Bueno, en lo que a mí respecta, te dejaría libre con mucho gusto.
Marcello sonríe.
Tenemos tantas cosas en común, Alex, ya te lo dije. Y ahora nos toca volver a soñar juntos.
No, juntos no, en contra. Y yo seré tu pesadilla. No te molestes en buscarla, es de Rambo.
Setenta y ocho
Rione Monti. Alessandro conduce tranquilo. Calles estrechas, edificios altos de épocas variadas, desconchados en las paredes de antiguos talleres artesanos. El Mercedes pasa junto al Coliseo, luego por las antiguas termas y mercados. La antigua Suburra. Niki tiene los pies en el salpicadero. Alessandro la mira.
Niki está que trina.
Oye, no me digas nada de los pies. Es lo mínimo. Estoy decepcionada, herida. ¿Será posible que a los japoneses esos no les hayan gustado mis ideas? Eso hace que una se sienta incomprendida. ¡Todavía tengo que hacer la Selectividad y ya me han suspendido en lenguas orientales! Es un contrasentido, ¿no?
Lo que me parece un contrasentido es que, con todo lo que tengo encima, esté ahora aquí contigo.
Al llegar a la confluencia de via Nazionale, via Cavour y los Foros, Niki baja los pies.
¡Confía en mí! ¡Es un sitio muy guay! A lo mejor se nos ocurre algo y empezamos a trabajar. Venga, aparca, hay ahí un sitio.
Ahí no entro.
Claro que sí.
Niki se baja rápidamente y aparta un poco un ciclomotor. Lo balancea sobre el caballete, a uno y otro lado, hasta que consigue moverlo.
Venga, que sí que cabes
Alessandro maniobra con dificultad. Al final se da un golpe atrás. Baja y mira el parachoques.
Bah, cuando lo lleves al taller arreglas eso también. ¡Vamos! -y lo arrastra de la mano hacia una antigua escalinata, a la oscuridad de una pequeña iglesia.
¿Dónde estamos?
¿No has oído hablar de las TAZ, o zonas temporalmente autónomas? ¿De centros sociales? Bueno, pues éste es aún más raro. Pura subversión. Todo el mundo habla de él, ¿no has oído nada? -Atraviesan la iglesia y salen a un gran patio-. Ven -Niki sigue arrastrándolo
Jóvenes de mil colores, vestidos de modos diversos, con las gorras con la visera hacia atrás, cazadoras verde militar, sudaderas largas con las mangas hechas jirones colgando, y camisetas de manga corta encima de otras de manga larga, camisas abiertas y también piercings y cadenas y pinchos extraños. Y aún más moda e inventiva y fantasía. Les llega un olor de carne a la brasa, varias salchichas dan vueltas dentro de enormes sartenes. Una parrilla está preparada para tostar un poco de pan. Un cartel improvisado indica unos precios asequibles. Un vaso de vino, una cerveza, una grappa casera.
¿Qué quieres tomar?
Una Coca-Cola.
Venga, un poco de fantasía. ¡Aquí tienen de todo!
Una brisa ligera trae aromas de hierba y de alguna risa lejana. Alessandro huele el aire.
Lo siento.
Bien, yo me llevo un trozo de esa tarta de fruta y una grappa.
Para mí un vodka.
Ven, están tocando. ¿Sabías que de vez en cuando viene hasta Vinicio Capossela?
Junto al pequeño bar improvisado, un bajo, un guitarra y un batería, hábiles instrumentistas todos ellos, están improvisando un sonido a lo Sonic Youth. Un joven de voz ronca canta con un micrófonoo inalámbrico y subiendo los agudos, imita vagamente a Thom Yorke el de los Radiohead. Pero resulta demasiado melódico, y más bien cuerda a Moby. El bajista, un rasta con un camisón a cuadros, hace los coros. Delante de ellos, bailan dos chicas, divertidas, se acercan, se rozan, casi se desafían a golpe de pelvis. Niki sigue el ritmo mientras se come su trozo de tarta. Luego le da un sorbo a su grapa.
¡Madre mía, qué fuerte es! ¡Alcohol puro! -Y la deja sobre un viejo bidón que hay allí cerca-. Qué pasada esto, ¿no? Era una escuela. Todos éstos son potenciales consumidores de tu LaLuna
Ya
Aquí puedes robar sueños de todo tipo, sueños que, no obstante no mueren. Miedos, esperanzas, ilusiones, libertad. Los sueños no cuestan nada y nadie puede reprimirlos.
Alessandro sonríe y se toma su vodka. Luego mira a las dos chicas. Una lleva unos téjanos pintados con grandes flores, estilo años setenta. Parecen hechos a mano. La otra, un pequeño top de color claro anudado por debajo de los senos. Niki está limpiándose las manos en los pantalones cuando de repente alguien la coge de un brazo y la hace volverse a la fuerza.
¡Ay! Pero ¿de qué vas?
¿Qué estás haciendo aquí?
Es Fabio. Lleva una gorra de estilo marinero. Pantalones holgados y negros, Karl Kani, de talla enorme, y una camiseta deportiva Industrie-cologiche en la que se puede leer «Fabio Fobia». Y también sus «boots». El perfecto MC, o lo que es lo mismo, maestro de ceremonias. Detrás de él, Cencio, el breaker del grupo de Fabio, baila de un modo frenético en una competición de freestyle con otro chico, sin dejar de gritar.
Hijos de la contracultura, sin miedo, sin miedo
Fabio le aprieta con más fuerza el codo y la atrae hacia sí.
¿Y bien, mi querida Boo?
Pero ¿qué quieres? ¡Suéltame! Me estás haciendo daño.
¿Quién es este Bama que está contigo? -Fabio mira a Alessandro que se acaba de dar cuenta de la escena y se acerca con su vaso de vodka en la mano.
¿Qué pasa?
¿Y a ti qué cojones te importa, bama?
¿Bama? ¿Y eso qué quiere decir?
Quiere decir que no te enteras de una mierda y que te vistes fatal.
Niki, ¿estás bien, todo en orden?
Pero Alessandro no tiene tiempo de acabar la pregunta. Fabio empuja con fuerza a Niki contra una pared. Después carga la derecha con todo su peso y golpea de lleno la mandíbula de Alessandro que abatido por la rabia de aquel puñetazo, cae al suelo.
Hala, vuelve ahora a hacer la pregunta y respóndetela tú sólito ¡Bobo de los cojones!
Cencío se da cuenta.
¡Dabuten, bang, bang, bang!
Y pasando de todo y de todos, continúa bailando como un loco metido totalmente en su desafío de freestyle.
Fabio Fobia escupe al suelo y se va. Desaparece veloz entre unos jóvenes que acuden asustados al ver a aquel tipo por el suelo. Niki también se le acerca. Se arrodilla a su lado.
Alex, Alex ¿estás bien? ¡Traed un poco de agua, rápido! -Niki lo abofetea con suavidad para que recupere el sentido.
Apartaos, apartaos, dejadme pasar. -Un chico joven se abre camino entre la gente y se arrodilla frente a Niki. Con el pulgar le abre a Alessandro un ojo, le sube el párpado. Mira a Niki con cara seria.
¿Ha fumado demasiado? ¿Ha bebido? ¿Se ha tomado alguna pastilla?
¡Qué va, un gilipollas le ha dado un puñetazo!
Llega alguien con un vaso de agua. Se lo da a Niki, que mete dentro las puntas de los dedos. Salpica a Alessandro en la cara y éste poco a poco se recupera.
Ya está mejor. Gracias.
El joven suspira.
Menos mal. Era mi primer paciente.
Una de las dos jóvenes que estaban bailando, se acerca con curiosidad.
Disculpa, ¿tú eres médico?
Bueno, aún no. Estoy en cuarto.
Ah, lo decía porque siempre me duele aquí en el brazo cuando doblo.
Déjame ver. -Y se alejan, inmersos a saber en qué futuro diagnóstico de un caso que en potencia podría ser también sentimental.
Alessandro se apoya en los codos y sacude la cabeza para recuperar la lucidez. Sigue aturdido.
Madre mía qué hostia -Se palpa la mandíbula-. Uf. Me duele una barbaridad.
Niki lo ayuda a levantarse.
Sí, ese gilipollas golpea duro.
¿Quién era?
¡Mi ex!
Vaya, sólo me faltaba eso
Niki le pasa un brazo por la cintura. Lo ayuda mientras se alejan de decenas de jóvenes que ya muestran una indiferencia total por lo ocurrido.
Hice bien en dejarlo.
De eso no cabe duda. En cambio, yo todavía tengo que pensar si hice bien en liarme contigo. Desde que te conozco he destrozado mi coche, me han llenado de multas y, para colmo, ahora hasta me he llevado un puñetazo.
Mira el lado positivo de la cuestión.
Para serte sincero, en este momento no veo ninguno.
Hemos venido en busca de sueños y, como siempre, tú has sido el afortunado: has visto las estrellas.
Ja, ja, qué chiste más gracioso. ¿Sabes que había logrado cumplir los treinta y seis años sin llegar jamás a las manos?
Qué aburrido. Pues mira, esto te faltaba. Una experiencia más.
Alessandro la abraza y sigue quejándose. Exagera incluso.
De todos modos, está claro que, después de todo lo que me ha pasado, te sentirás culpable y me darás otra bonita idea, un sueño realista que me hará ganar con los japoneses.
De eso puedes estar más que seguro.
Llegan al Mercedes. Niki aparta el brazo.
Por el momento, te voy a llevar a casa, donde me gustaría medicarte un poco.
¿Extracto de jazmín?
No sólo. Hay también otros remedios -Niki le sonríe-. ¿Conduzco yo?
Sí, hombre, y así vamos directamente al hospital. ¡Trae para acá!
Alessandro le quita las llaves del coche de la mano y se sienta en el asiento del conductor. Niki se monta a su lado. Antes de arrancar, Alessandro la mira.
Dime una cosa, ¿cuánto tiempo estuviste con él?
Niki sonríe.
Probablemente demasiado. Pero ¡él tiene parte de culpa de que yo te guste tanto!
Y se van, en una noche apenas comenzada y con tantos sueños todavía por consumar.
Setenta y nueve
Una tarde, después de comer. Una de esas tardes tranquilas, sin demasiado tráfico, sin demasiados ruidos. Sin los preparativos para ningún partido importante. Aunque, en realidad, esa tarde vaya a resultar de todo menos tranquila.
Ya me he ganado un puñetazo de tu ex, dime por qué tengo que correr más riesgos.
Aquí no corres riesgos, Alex ¡Al menos eso creo!
¿Eso crees? Entonces dime qué va a cambiar, tanto si lo hago como si no.
Niki da un resoplido.
¡Jo, mira que llegas a ser pesado! Dijiste que te podía pedir cualquier cosa, ¿no?
Sí, pero no pensaba que fuese ese tipo de «cualquier cosa».
Niki se inclina hacia él y lo besa con ternura. Alessandro intenta apartarse.
Te advierto que así no vas a poder comprarme.
Bueno, yo te hice el favor de llevar a mis amigas a la comida. Y, además, ¿quién quiere comprarte? Prefiero un leasing. Así, si no funcionas, siempre puedo cambiarte por un modelo nuevo.
Alessandro se aparta y la mira con las cejas levantadas.
Cariño, en serio, ¿corro el riesgo de que me zurren?
¿Por qué, no te han zurrado ya?
No.
Entonces sí, corres ese riesgo; ellos lo intentarán.
Ya veo. Vale, me voy. -Alessandro se baja del coche. Da la vuelta y se acerca a su ventanilla-. Ah, por cierto, ¿Y tu amiga la dibujante?
¿Olly?
Sí, ésa. ¿Está trabajando?
¿Trabajando en qué? Perdona, pero si no se nos ocurre ninguna idea, ¿sobre qué va a dibujar? Es muy buena dibujando, pero sólo tiene una idea en la cabeza y es fija.
Ya veo. Mi amigo Pietro se libró de una buena.
Mejor así. No sé por qué, me parece que nos hubiesen traído problemas a todos. Venga, vete ya, anda. -Niki mira su reloj-. Ya es tarde.
Ok, ya voy.
Alessandro camina veloz, llega hasta el final de la calle y gira a la derecha. Niki lo ve desaparecer por la esquina. Pone un CD. Greatest Hits, Robbie Williams. Pista ocho. No por casualidad. «I was her she was me, we were one we were free and if there's somebody calling me on» Demonios, cómo me gustaría estar allí. No logro imaginarme lo que pasará. Sube un poco el volumen. Bueno, por lo menos dejarán de hacerme todas esas preguntas. Luego intenta relajarse un poco. Y, como es natural, apoya los pies en el salpicadero.
Alessandro aminora un poco el paso. No me lo puedo creer. Pero ¿qué estoy haciendo? He perdido la cabeza de verdad. O sea Tengo un problema bien concreto, entregarles otra propuesta a los japoneses. Ya han rechazado mis primeros proyectos. Ahora sólo me queda una segunda y última oportunidad. Y a todas estas, ¿yo qué hago? ¿Acaso dedico hasta el último minuto de mi vida antes de que se cumpla el plazo a buscar ideas? No. Me voy a comer con ella, la chica de los jazmines, una hermosísima chica de diecisiete años con la que hace más de un mes que salgo, y con sus tres amigas. ¿Y qué es lo que tengo que hacer ahora a cambio de aquel favor? La cosa mas absurda de mi vida. Vamos, es que no me lo creo. No lo hice ni siquiera después de dos años de estar con Elena. Pero Niki me lo ha pedido por favor. Alessandro casi ha llegado al portal. No. No puedo hacerlo. Me vuelvo por donde he venido. No puedo. Sólo de decir la frase ya me he puesto malo.
«Está bien, Niki, iré a conocer a tus padres.»
«¡Gracias! Qué feliz me haces. No por nada, pero de esa manera me dejarán salir contigo con más libertad.»
Bueno, yo creo que más bien se lo prohibirán del todo. Alessandro lee el apellido en el timbre. Cavalli. Socorro. Ayuda. Me vuelvo al coche. Sí, ¿y después qué? ¿Qué dirá Niki? «Ya estamos. Lo sabía. ¿Y tú te haces el maduro? Tú eres más niño que yo. Pero ¿qué pasa porque hables con mis padres? Yo hablaría con los tuyos ya mismo.» Bueno, siempre puedo decir que no había nadie. Alessandro está parado frente a los timbres cuando de repente sale un hombre del portal. Alto, musculoso, bien vestido. Lleva un maletín en la mano, una manzana en la boca y se diría que mucha prisa.
¿Se la dejo abierta?
Sí, gracias.
El señor aguanta un momento la puerta con el brazo para que pase. Alessandro entra en el vestíbulo. Silencio. Sube la escalera del primer piso. Y lee en una puerta: «Interior 2. Cavalli.» Es aquí. No tengo escapatoria. Tengo que hacerlo. Acerca la mano al timbre. Cierra los ojos Y llama.
¡Ya voy! -Una voz aguda llega desde detrás de la puerta-. Aquí estoy.