Perdona Si Te Llamo Amor - Федерико Моччиа 28 стр.


 Hace viento esta tarde. -Enrico entra en el coche y cierra de un portazo. En otro momento, a lo mejor Alessandro hubiese puesto mala cara por ese portazo. Pero esa tarde no.

 Mira, lo que

 No, Alex, antes de que me digas nada, querría darte las gracias. En serio. Hay cosas que no tienen precio. Difíciles de pedir, y que pueden separar a las personas. Bueno, ésta podía haber sido una de ellas y en cambio tú haces que todo parezca más fácil. Toma, -le da un sobre cerrado-. Aquí dentro está el dinero que has adelantado y un pequeño regalo para ti.

Alessandro lo mira con cierto embarazo. Junto al cheque hay dos entradas.

 ¡Demonios! Son para el concierto de George Michael. ¡Son imposibles de encontrar!

 Sí, ha sido gracias a un colega. Su mujer trabaja para el tour manager. No fue difícil. Pensé en Niki y en ti. George Michael es uno que puede gustaros a los dos. ¡Bueno, también puedes ir con quien te parezca, ¿eh?!

Alessandro observa de nuevo las entradas. Vuelve a guardarlas en el sobre.

 No tenías por qué hacerlo.

 Lo he hecho con mucho gusto. -Entonces Enrico se pone serio-. Bien, cuéntamelo todo, ¿cómo te ha ido, qué es lo que hay que saber?

 No lo sé, preferí no dejar que me contase nada.

Enrico lo mira de repente a los ojos como si buscase desesperadamente el rastro de alguna mentira. Se relaja. No, Alessandro de verdad no sabe nada. O es un buenísimo actor.

Alessandro se echa hacia atrás y coge una sola carpeta. La de color azul.

 Toma, está todo aquí dentro.

Enrico la coge y la toca, la roza acariciándola. Ve ese pequeño lazo azul que tiene atrapados sus secretos.

Enrico mira a Alessandro.

 ¿Puedo?

 Es tuya, la has pagado tú.

Enrico está a punto de deshacer el lazo.

 ¡Un momento!

 ¿Qué pasa, Alex?

 ¿Estás seguro de que no prefieres abrirla a solas? Son tus cosas, las vuestras. Bueno a lo mejor prefieres que yo no esté.

 No sé lo que me voy a encontrar. De modo que prefiero que estés conmigo.

 Vale, como quieras. -Alessandro lo deja hacer.

Enrico abre lentamente la carpeta. Luego, como enloquecido, ávido de noticias, de verdades, de mentiras finalmente desveladas, empieza a hojear esos documentos, a repasarlo todo. Recorre fechas, citas, días, horarios, lugares. Faltan las fotos. Abre el sobre. Ahí están. Camilla. Camilla sola. Camilla con una amiga. Camilla con él. Con otra amiga. Luego sola, sola, sola. Sola y con él. Ya está. Todo como hasta ayer. Enrico suelta un suspiro. Cierra la carpeta. Se la acerca a la cara. La aprieta con fuerza, la respira casi. Alessandro lo mira.

 Eh Enrico, ¿te acuerdas? Estoy aquí.

Enrico se recupera.

 Sí, sí, todo en orden.

 ¿Qué tal entonces?

 Bien, todo bien. En cada foto había mucho de lo que echo de menos cada día y no había nada más de lo que estoy feliz de tener. Está limpia.

 Dicho así, parecemos personajes de una película policíaca americana Está limpia. ¿A qué te refieres? Entonces, ¿no está con nadie?

 Es honesta. Es sincera. El único hombre soy yo. Luego están sus amigas y todo lo que hace a lo largo del día.

 ¿Estás por fin satisfecho? ¿Tranquilo? ¿No te sientes un poco sucio, no te molesta haber hecho que la siguieran, haber buscado una confirmación? Cuando se ama a alguien, ¿no tendríamos simplemente que fiarnos ciegamente? ¿Y si traicionan nuestra confianza, al menos enterarnos de un modo natural?

Enrico lo mira serio.

 Tú no tienes este problema. Quizá no estés enamorado de verdad de Niki. Puede que ni siquiera lo estuvieses de Elena si das por terminada así sin más una historia como la vuestra. Querías casarte con ella, ¿no?

 Sí.

 Y en cambio ahora estás con una chiquilla. Y, por encima de todo, no pareces desesperado por la manera en que se acabó con Elena. Así, de golpe. Se acabó, adiós muy buenas.

 Te equivocas, Enrico, yo amo el amor. La belleza del amor. La libertad del amor. Amo la idea de que nada es obligado, que el amor de los demás, su tiempo, su atención, son regalos que se deben merecer y no sólo pretender. También cuando somos una pareja. Se está juntos por elección, no por obligación. Y sí, me hubiese gustado tener a Elena para siempre. Pero se ha ido. Ha elegido marcharse. Y ahora podría estar incluso con otro. ¿Qué otra cosa puedo hacer sino seguir adelante? ¿Seguir amándola por lo que me dio y me dejó probar y que ahora ya no existe?

 Yo creo que si hubieses esperado, en lugar de empezar de inmediato con Niki, a lo mejor hubiese vuelto.

 Enrico, han pasado ya más de tres meses. Nunca me ha llamado. En más de tres meses.

 Respeto tu manera de pensar, Alex, y no tengo nada contra Niki. Espero que seas feliz con ella. Pero no te metas conmigo y mis miedos. Yo amo a Camilla, pero también necesito sentirme seguro. -Enrico se baja del Mercedes-. Adiós, Alex y gracias de nuevo por todo, espero no tener que volver a necesitarte nunca más para este tipo de cosas.

Alessandro sonríe.

 ¡También yo! Ah, el investigador me dijo que te dijera una cosa: cuando se encuentra una mujer que vale la pena no hay que perder más tiempo. Vete a casa, Enrico.

Su amigo vuelve al coche y le da un abrazo. Luego se va sin decir nada más. Llega rápidamente a su Golf. Pero primero se detiene ante un contenedor. Lo abre con el pie. Coge la carpeta, la rompe en varios trozos y la arroja dentro. Luego se sube al coche. Mira a Alessandro una última vez y se aleja.

Alessandro se queda un rato más allí, en silencio. Vuelve a encender el lector de CD. Se deja llevar por el Sandra's Theme de Danny Elfman y recuerda la escena final de la película, la salida de escena, el salto al río. Alessandro baja la ventanilla. Una brisa ligera anuncia ya el verano, pero en voz baja. Cierra los ojos. Se deja ir. Los japoneses. Elena. El trabajo. El amor. Y lo imprevisto. La chica de los jazmines. Niki. Esa falta absoluta de red de seguridad. Ese excitante caminar por el filo, colgado sobre el abismo. El rojo y el negro. Un salto donde el agua es más azul. Nada más. Pero ¿de verdad hay agua allí abajo?

Alessandro abre el compartimiento del salpicadero. La segunda carpeta, la roja, sigue allí, cerrada. Con su lazo lateral bien apretado. La mira un momento. ¿Qué habrá dentro? ¿Nada? ¿Todo? Alessandro se baja y se acerca al contenedor. Por un instante, juguetea con el lazo. Luego apoya la carpeta, se saca un encendedor de la chaqueta y le prende fuego. Rápidamente, las hojas empiezan a arrugarse y a quemarse. Crepitan pequeñas llamas, mientras un humo ligero se alza hacia el cielo, lento, danzando al viento, casi divertido, llevándose consigo todos esos secretos. ¿Saber o no saber? Ésta es la cuestión. Alessandro artífice de la vida de otro de sopetón. Pequeño Dios de quién sabe qué inútil o gran verdad. ¿Le hubiese tenido que dar o no esa segunda carpeta? Otras fotos, otros secretos, tal vez dolor, tal vez traición Quién sabe. Y entretanto sigue ardiendo. Y sigue, y sigue. Y esa llama burlona se agita al viento, se ríe casi divertida, silenciosa. De alguna manera está leyendo. Sabe. Y se lleva consigo cualquier posible revelación. Después nada más. Cenizas. Y el amor. Verdaderamente, el amor puede dar las respuestas apropiadas.

Alessandro coge su teléfono móvil. Aprieta una tecla. Recorre la lista a toda prisa. Lo encuentra. Llama.

 ¿Dónde estás? Ah sí, ya sé donde es. En seguida paso a buscarte.

Ochenta y cuatro

Madi, una joven filipina, está limpiando a toda prisa varios objetos que están en la mesa baja que hay frente al sofá. La puerta se abre de repente. Alessandro entra besando a Niki. Ávido, ávido de besos. De rabia, de confusión, de deseo, de hambre, de

 ¿Madi? ¿Qué hace todavía aquí?

 Señor, yo el viernes estoy hasta las ocho, ¿no recuerda? Usted y la otra señora dice que yo aquí tres veces semana. Lunes, miércoles y viernes. Hoy viernes. -Madi mira su reloj-. Hora siete y media.

Alessandro se mete las manos en los bolsillos, encuentra veinte euros y se los alarga a Madi.

 Hoy vacaciones. Ahora vacaciones, fuera Paseo con una amiga, una vuelta por las tiendas, cualquier cosa, pero fuera. -Y la escolta hasta la puerta de servicio, en la cocina, la que da a la escalera de emergencia. Al pasar, Madi coge su bolso y la chaqueta de la cocina y luego es amablemente expulsada. Alessandro pone el seguro en la cerradura, luego va hacia el salón y cierra también la puerta de la calle.

 Eh, ¿dónde estás?

En el silencio de la casa, Alessandro busca divertido a Niki. Seguramente se ha escondido. Abre una habitación. Y un baño. Mira detrás de un sofá, en el dormitorio, debajo de la mesa. Pero un armario grande que ha quedado medio abierto la delata. Alessandro pone un CD: Confessions On A Dance Floor.

Luego alza la voz.

 ¿Dónde está la chica de los jazmines? ¿Dónde se habrá escondido? -Y poco a poco se acerca al armario. Desnudándose. Deja caer al suelo la camisa, después los pantalones-. ¿Dónde está? Noto su perfume, su respiración, su corazón, noto su deseo, sus ganas, su sonrisa divertida -Ahora Alessandro está desnudo. Apaga las últimas luces y enciende una pequeña vela. Luego se mete en el armario-. ¿Dónde está el traje más bonito que yo puedo ponerme?

Y Niki se ríe, cubriéndose la boca con ambas manos. Asustada, excitada, sorprendida, incrédula acerca del hecho de haber sido descubierta. Y en un momento se deja besar, desnudar, con hambre, con rabia, con deseo, entre ropas que se caen de las perchas, conjuntos ligeros de color liso que la acarician como hojas lentas que una vez en el suelo forman un único y gran manto variado. Gris, gris claro, gris oscuro, azul cobalto, y también color azúcar de caña, en un momento tan dulce. Y resbalan casi entre toda esa ropa. Y Niki tira al suelo más. Camisas, y chaquetas, y pantalones; una confusión excitante. Alessandro la atrae hacia sí, rueda con ella, siente sus piernas, la toca, la aprieta y se arroja a su cuello, y lo besa, y más besos y pequeños mordiscos y piernas que no se acaban nunca. Y sabores, y olores, y suspiros, y humores, y huidas, y retornos Y un mar tempestuoso.

 No, no, por favor. Por favor no -Y luego una sonrisa-. Sí, sí, por favor. Por favor sí

Y su boca y sus dedos y más. Y perderse en cada uno de sus recovecos, sin límites, sin pudor, mirando, espiando, resistiendo Abandonándose, después de la marejada. Acabados, relajados, abatidos, suaves, amados, consumados entre las sábanas, un poco más allá.

 Eh, ¿qué te ha pasado?

Alessandro emerge de entre las sábanas, entre los colores de aquella primera hora de la noche. Sonríe.

 ¿De qué? ¿Dónde?

 No te digo, aún no has vuelto en ti. No parecías tú. Me has hecho el amor de una manera

 ¿De qué manera?

 Salvaje, hambrienta. Un poco desesperada incluso. De todo modos, muy bien. ¿Ha sido por la reunión de esta tarde?

 ¡Más o menos!

 Bien, por una vez y sin que sirva de precedente ¡Vivan las reuniones! Quiero enseñarte algo.

 ¿Después de todo lo que ya he visto!

 ¡Idiota!

 ¿Hay más estrellas?

Niki se levanta y enciende el ordenador de la mesa.

 Hoy, mientras estaba estudiando en casa de Erica, hemos buscado una cosa en Internet, y mira adónde hemos ido a parar -Su espalda desnuda, vista por detrás es muy hermosa.

Alessandro se le acerca. La acaricia con dulzura. Baja sin prisa hasta su lado más suave. Se detiene.

 Eh, así no sé lo que estoy buscando y clico en todas partes. ¡Ya está, lo he encontrado! www.ilfarodellisolablu.it. ¡Mira que cosa tan bonita!

Alessandro se sienta a su lado. Niki ríe divertida, señala feliz, viaja soñadora por aquellas páginas que por un instante dejan de ser virtuales.

 ¿Lo ves? Ahí te puedes convertir en un lighthouse keeper, en vigilante del faro. Imagínate, quinientos euros a la semana y te puedes quedar ahí. Vigilando tú solo toda la Isla Azul.

Y en la pantalla del ordenador aparecen una serie de imágenes. Un pequeño claro verde se sumerge en un mar azul un poco más abajo. Algunos acantilados. Más arriba, entre las rocas, un enorme faro blanco. Alguna ola rompe contra los escollos. Un cartel. Indicaciones Para excursiones. Y un sendero que conduce hacia arriba, hacia el tero, flanqueado por cactus y árboles marinos bajos, marcado por tantos pies de personas que a lo largo de los tiempos han querido llegar hasta allí arriba.

 ¿Lo ves? Desde allí vigilas los barcos, sus rutas en las corrientes dependen de ti. Tú iluminas su viaje, tú eres el faro -Niki se apoya en él. Desnuda por completo, cálida, suave.

Alessandro la respira toda.

 Del mismo modo que tú eres un faro para mí.

Niki sonríe y se vuelve. Lo besa con esa boca que sabe todavía a amor, como una niña pequeña y caprichosa que busca un beso y sabe que lo encontrará. Alessandro le toma la cara entre las manos y la mira a los ojos. Y mil palabras recorren esa mirada. Silenciosas, alegres, románticas, enamoradas. Palabras ocultas, palabras que se persiguen, palabras que empujan para salir como un río subterráneo como el eco lejano de un valle apenas descubierto, como el escalador que ha llegado con fatiga hasta la cima de una montaña y desde allí, él solo, le grita al viento, a las nubes que lo rodean, toda su felicidad.

Niki baja los ojos, luego lo vuelve a mirar.

 ¿En qué estás pensando?

Alessandro le sonríe.

 En nada. Perdona, pero estoy en mar abierto. Tú eres mi faro. No te apagues.

Después una ducha. Más tarde un aperitivo en albornoz. Luego un paseo por la terraza, hablando de esto y de aquello. En seguida algún que otro beso. A continuación alguna broma. Y un grito. Y una pequeña escapada jugando. Después de que el vecino haya salido a su terraza a vigilar. De que ellos se hayan escondido. Luego una carcajada. Luego. Después de todo eso, Niki está hambrienta.

Alessandro sonríe.

 Yo también. Tengo una idea. Vamos

 ¿Adónde?

 No hasta el faro de la Isla Azul, pero sí a un lugar muy agradable.

Y rápidamente, sin arreglarse mucho, se meten en el coche y llegan delante de un local. Orient Express. Barrio de San Lorenzo.

 ¡No lo conocía! -Niki mira a su alrededor-. Pero ¡es una locomotora de verdad! Y se come dentro de los vagones. ¡Qué pasada! Y tú de qué lo conoces, ¿eh? -Lo mira suspicaz-. ¿No será que te estás viendo con alguna otra chica de diecisiete años, o quizá un poco mayor y que por lo tanto ya ha aprobado la Selectividad y no tiene nada que hacer?

 ¡Qué va! Me lo dijo Susanna, la mujer de Pietro, que se divierte descubriendo sitios nuevos, lugares, todo lo que pasa en la ciudad.

 ¡Qué fuerte! Me gusta esa tipa. También Pietro me cayó simpático el otro día en la comida.

Alessandro aparca y baja del coche.

 Bueno a Pietro tú no lo conoces.

 ¿Cómo que no lo conozco? ¿Qué te pasa, estás lelo? Pero ¡si hasta pagó la comida!

Alessandro le coge la mano y da unos golpecitos con suavidad en su frente.

 Toc, toc, ¿se puede? ¿Hay alguien?

Niki resopla.

 Sí, hay un montón de gente. Cenas y fiestas en abundancia, alegría y pensamientos divertidos. ¿Qué querías?

Alessandro sonríe.

 Buscaba a la que ahora no le dirá a Susanna, la mujer de Pietro, que lo conoce.

 Ah. -Niki sonríe-. Ya entiendo. Claro. La que lo conoció ha salido un momento

 Bien, entremos, estáte atenta.

 ¿Por qué, están todos tus amigos ahí?

 Pues claro, ¿de lo contrario por qué iba a decirte todo eso que te he dicho? ¡Qué felices todos vosotros, siempre de fiesta ahí adentro, ¿eh?! -Y Alessandro señala de nuevo la cabeza de Niki.

 ¡Menos cuando nos obligas a trabajar para los japoneses! ¡Entremos, venga!

Ochenta y cinco

Roberto está en el salón. Del equipo de música sale la música que ha elegido. Sirve vino blanco en dos vasos. Frío, suave. Tiene ganas de estar un rato a solas con su mujer, de besarla, de ponerse romántico y luego, ¿por qué no?, de perderse entre las sábanas. Hace bastante tiempo que eso no ocurre. Llevar adelante una historia de amor conlleva también un poco de esfuerzo sentimental. Sirve. Ayuda. Hace de pegamento. Roberto entrecierra los ojos. Decidir sentado a la mesa algo al respecto tampoco le hace ninguna gracia. Si Simona oyese este pensamiento se armaría una buena. Para ella, el amor tiene que ser amor y basta. Amor al azar, amor natural, deseo de amar. Un poco como en aquella película, Family Man, cuando Nicholas Cage entra en una dimensión que nunca había vivido realmente, aquella que Dios un día, haciendo una excepción, decide dejarle entrever cómo hubiesen sido las cosas con aquella mujer si se hubiese casado con ella, si hubiese tenido hijos con ella, si hubiese cumplido una promesa formulada años antes, si Todos esos si que demasiado a menudo nos atormentan a lo largo de toda la vida. Sin tener un buen Dios director que nos dé antes o después una respuesta. Jack Campbell, un banquero millonario, vive en un lujoso ático, tiene un montón de mujeres y un Ferrari. Pero el día de Navidad se despierta en Nueva Jersey, al lado de Kate, su novia de los tiempos del instituto, en la que hubiese podido ser su vida. Y poco a poco comprende que a lo mejor no se hubiese hecho tan rico como lo es ahora, quizá, pero lo que es seguro es que hubiese sido más feliz de lo que jamás ha llegado a ser.

Si no se hubiese ido a trabajar a otra ciudad con la promesa de regresar. Promesa jamás cumplida. Y ahora Dios, que en ocasiones lo hace, le ofrece la posibilidad de volver atrás o, mejor, otra posibilidad para no defraudar a Kate, su Kate del instituto. Roberto se acomoda el cojín detrás de la espalda, mientras piensa en las escenas de esa película. Está satisfecho, tranquilo, cierra los ojos y suspira. Un raro momento de felicidad. Pero es consciente de ello, es normal que así sea. La felicidad no tiene que ser una meta, sino un estilo de vida. ¿Quién lo dijo? Un japonés. A veces estos japoneses se quedan con nosotros. Bien, pues yo añadiría también que la felicidad estriba en la capacidad de ser conscientes de que todo cuanto estamos viviendo, aunque sólo sea el mero hecho de vivir, no es algo que se nos deba sin más. Así se puede ser feliz de manera simple, sin demasiados requisitos. Cierra los ojos. Pero ¿qué cosas estoy pensando? La vida es simple, más simple: es un caramelo, no demasiado dulce, que debemos dejar disolver en la boca, sin prisa, sin masticarlo, chupándolo. Como haré yo con mi mujer dentro de un rato. Yo no soy Jack. Yo mantuve mi promesa. Y a lo mejor consigo incluso una buena ganancia. ¿Qué más puede haber? Uno puede también no conformarse, pero aunque sea un tópico, el que se conforma

De repente, se apaga la música del equipo. Roberto abre los ojos de golpe. Simona está allí, junto al lector de CD. Su dedo sigue todavía sobre el botón del «stop». Ha sido ella quien lo ha apagado. Pero sonríe. Exhibe una de esas sonrisas que son todo un programa. Roberto no alberga duda alguna. Conoce bien esa expresión. Detrás de ese movimiento apenas perceptible de los labios, detrás de esa aparición de sus dientes pequeños y perfectos, se oculta casi siempre una historia inimaginable Drama, abandono, error. Disculpa, pero he conocido a otro. Disculpa, pero me voy. Disculpa, pero he hecho una estupidez. Disculpa, pero estoy embarazada Disculpa, pero estoy embarazada y no de ti. Disculpa, pero no sé cómo decírtelo. Disculpa, pero en fin, cualquier otra cosa, de cualquier tipo, con cualquier consecuencia, pero con una única certeza Lo que Simona tiene que decirle empezará con un disculpa

Y Roberto no puede esperar más. Se incorpora ayudándose con los brazos y se sienta recto, con la espalda bien apoyada en el respaldo del sofá.

 ¿Qué pasa, Simona, por qué has apagado la música? ¿Tienes algo que decirme?

 Perdóname

Perdóname. Demonios, piensa Roberto. No es una disculpa, peor aún ¡Es perdóname! ¡Joder! Esa posibilidad no la había contemplado. Hasta ahí todavía no había llegado. Disculpa es cosa de nada comparado con perdóname. Perdóname lo es todo. Joder, mierda, mierda. ¿Qué has hecho, mi amor? Le da miedo sólo pensarlo. Bueno, bueno, mantengamos la calma. Mostrémonos abiertos. Confiados. He leído el manual. Los brazos sin cruzar. Apertura. Generosidad. Disposición a escuchar. ¿Qué ha sucedido, mi amor? Amabilidad, amabilidad, amabilidad. También hipocresía, si fuese necesario. Todo con tal de llegar a la verdad.

 Cuéntamelo todo, cariño, no hay ningún problema, en serio, es como si ya te hubiese perdonado.

Roberto se obliga a sonreír. Simona se suelta el cabello y se dirige lentamente hacia el sillón de enfrente. Se sienta, pero lo hace con lentitud. Demasiada.

 No, te decía que me perdonases porque tú te estabas relajando con la música y yo he apagado el aparato sin más, sin avisarte siquiera.

 No pasa nada. -Roberto apoya las manos cerca de las rodillas.

De nuevo esa sonrisa Apertura. Generosidad. Disposición. Aceptación. Tranquilidad. De manual.

 Dime, ¿qué ocurre?

 No es nada. -Simona sonríe y junta las manos, las mete entre las piernas, la una sobre la otra. Parece casi rece una pequeña oración.

Roberto la mira preocupado. Dios mío. Las manos entre las piernas, cerradas, juntas. ¿Qué decía el manual? No me acuerdo. Entrecierra los ojos intentando visualizar esa página. Salía también la foto de un par de manos. Pero ¿cómo eran? También aparecía la foto de una persona. Sí. Dios mío. Santa María Goretti. Manos unidas. Signo de petición extrema. Petición de algo que está por encima de todo.

Inusual. A veces imposible de llevar a cabo, por eso se ponen las manos como si se estuviera rezando, porque tan sólo un santo puede decir que sí. Atención, se avecina una petición. Roberto la mira y sonríe con aire seráfico, intentando ser lo más santo posible, ese que sin duda alguna sabrá atenderla. O al menos eso es lo que intenta transmitir con su sonrisa.

 Dime, querida, ¿qué problema hay?

 Bueno, yo no diría que haya ningún problema.

 Si me hablas de ello -amabilidad, calma, apertura, serenidad-, sólo un poco más, podré entenderlo y juzgar yo también. -Y recoloca un libro que hay sobre la mesa, justo como indica el manual, «aparentar desinterés, ocuparse de otra cosa durante la plegaria hará más fácil la confesión». Al recordar la palabra «confesión», Roberto tiene un momento de debilidad. El libro resbala hacia un lado, casi se le cae, pero él hace como si nada.

Simona lo mira. Entrecierra un poco los ojos, lo estudia tratando de comprender en qué fase se encuentra. ¿Está de verdad tan relajado y predispuesto como aparenta? ¿O se trata tan sólo de una pose?

 ¿Y bien? -Roberto se vuelve y le sonríe de nuevo.

Simona decide jugarse la última carta.

 No, no importa, podemos hablarlo con calma mañana. -Calma. Yo tengo toda la calma del mundo-. Ahora ya es demasiado tarde.

Lo ha dicho. Y Simona sabe bien que ahora hay dos posibilidades. Si Roberto sólo fingía estar relajado, empezará de repente a gritar como un loco cosas del tipo «Eh, ahora me lo vas a decir, ¿entiendes?, me tienes harto con tanto preliminar», e incluso cosas peores; o bien, si está tranquilo de verdad, lo dejará en un «Como quieras», «Como prefieras» o, mejor aún, «Lo que tú decidas para mí está bien».

Roberto es sorprendente. No, está relajado. Más aún.

 Me gustaría saberlo, porque creo que es algo que nos afecta a los dos, a ti en particular; te noto tensa. Pero si tú lo prefieres, lo dejamos para mañana, por mí está bien así.

Te noto tensa. Bien. Demostrar preocupación por ella, sea cual sea la petición, es consecuencia del amor y la importancia que se le otorga a la otra persona. Ese capítulo no estaba en el manual. Roberto ya ha comprendido todas las reglas. O mejor dicho, Roberto ya es el manual.

Simona sonríe, separa las piernas y vuelve a colocarlas la una sobre la otra. Pero no como Sharon Stone, no. Más bien como una niña. Y sigue sonriendo. Aunque ahora está tranquila, piensa Roberto. Mejor. Bate un poco las palmas, juguetea. Luego se las apoya en el estómago, serena y feliz. Bien. No hay ningún problema. Roberto ahora está relajado de verdad. Simona lo mira y sonríe. Se lo puedo contar.

 Hoy he salido con Niki.

Roberto finge tranquilidad para animarla a seguir.

 Qué bien, por un momento he creído que -pero se percata, por la mirada de su mujer que se está aventurando hacia quién sabe qué playa privada-, pensaba que Niki no estaba en Roma, es extraño, ¿por qué será?

Simona vuelve a relajarse. Roberto intenta recuperar terreno. Coge el libro pero no lo abre, por educación. Es para prestar atención a la otra persona y a lo que le quiere decir. Página 30 del manual. Quiere darle a entender que, sea lo que sea lo que vaya a decirle, después él seguirá leyendo su novela. Tranquilamente. Ninguna noticia puede turbarlo tanto. Le sonríe.

 Nos hemos divertido y hemos hablado.

 Ah. -Roberto sigue jugueteando con el libro, pero esa espera está acabando con él. Le gustaría arrojar el libro o, mejor aún, coger ese manual que lo obliga a tantas fatigas psicológicas y hacerlo pedazos. Sin embargo se controla, se obliga a resistir. Simona, al ver su tranquilidad, le concede algo más.

 Hemos estado hablando de ella, de su historia de amor.

 Ah. -Hasta aquí todo normal, piensa Roberto. Pero, entonces, ¿qué pasa? ¿Qué puede haber sucedido? ¿Hay algo más? Calma, calma. Es tan necesaria-. Simona, me lo dijiste tú misma. Tú sabes cuál ha sido mi manera de afrontar toda esta cuestión.

 Y lo has hecho muy bien.

 Aunque me parezca absurdo que alguien haya venido a nuestra casa, que tú hayas hablado con él y que ese alguien no fuese el agente de seguros al que estábamos esperando. Pero, sobre todo, me parece absurdo que ahora todos hagamos como si nada, y no afrontemos el asunto.

 Cariño, en muchas ocasiones, las familias se comportan así, seguro que pasó también en la tuya cuando eras pequeño o en la mía Se aceptan las cosas en silencio, se hace como si nada hubiese pasado sólo para vivir con tranquilidad Hemos decidido que no teníamos que hostigarla porque de lo contrario, con lo rebelde que es, se hubiese empeñado aún más en pelear contra todo y contra todos por estar con ese chico que le lleva veinte años.

 No sabes cómo me pongo sólo con oírlo. Me parece que esta noche no podré dormir. Ni me lo recuerdes. Pero ¿qué es lo que ha pasado? ¿Se ha liado con otro? ¿Con el de antes? ¿Con ese cantautor fracasado?

 ¡Roberto! Claro que no.

Ah, tampoco es eso.

 ¿Se ha liado con otro diferente? -Roberto la mira y alarga los brazos-. Venga, mi amor, es normal, son cosas que ocurren a su edad, se dejan, vuelven. Recuerda lo que hacías tú antes de conocerme.

 Sí, me divertía un montón.

 Mientes. Te aburrías. Luego me conociste y hallaste el amor verdadero. Pues, mira por dónde, a lo mejor también Niki lo conocerá antes o después. A lo mejor incluso sea éste el muchacho adecuado para ella. Acuérdate, amor, de que sólo tiene diecisiete años.

 Eso ya lo sé.

 Entonces no lo olvides.

 No, no hay riesgo de que me olvide de que su nuevo novio tiene casi treinta y siete años.

 Bueno, cuando hemos salido me dijo que estaba con un muchacho un poco mayor que ella, pero ha hecho como si no supiera que yo lo sé, ¡no ha tenido valor para decirme que le lleva veinte años!

 Bueno, eso es normal Tú eres su madre y bastante es que no lo niegue todo directamente.

 Ah, encima la defiendes. Pues que sepas que ha pasado por alto el tema de la edad, pero me ha dicho que era el hombre de su vida, que tiene intenciones serias.

 Dios mío, está embarazada.

 No Simplemente está enamorada.

 Pero puede que llegue un momento en que esos veinte años de diferencia empiecen a pesar, él o ella se darán cuenta y se les pasará.

 Eres un cínico Pero me parece que la cosa es más seria de lo que pensaba.

 ¿Por qué?

 Hemos salido de compras, le he dicho que podía elegir lo que quisiera, me he mostrado lo más abierta posible precisamente para hacerla hablar.

 ¿Y?

 No se ha querido comprar nada.

 Dios mío Entonces sí que estamos metidos en un buen lío.

Ochenta y seis

Pietro y Susanna, Flavio y Cristina, Enrico y Camilla están en el último vagón del Orient Express. Camilla sonríe al ver llegar a Alessandro desde lejos.

 ¡Ahí está Alex ya ha llegado!

 ¿Dónde?

 Allí, al fondo.

Susanna se fija un poco más.

 ¿Qué pasa? ¿Ha vuelto con Elena?

 Qué va. -Camilla le da un codazo. Esa que va con él no es Elena.

Назад Дальше