¿Y quién es?
Cristina toma un sorbo de vino.
Pero ¿estáis ciegos o qué? ¿No os dais cuenta de que ésa tiene por lo menos veinte años menos que Elena y que nosotros?
Enrico sonríe y come un trocito de pan. Pietro traga preocupado por lo que pueda suceder. Alessandro y Niki se acercan a la mesa.
Ah, aquí estáis, no os veíamos. Ella es Niki.
¡Encantada!
Niki le da la mano primero a Camilla, después a Susanna y a Cristina. Luego a los hombres.
Ellos son Enrico, Flavio
Pietro cada vez está más preocupado. Intenta evitar su mirada.
Y yo soy Pietro, encantado.
Niki hace como si nada.
¡Hola, encantada, Niki!
Alessandro ve dos asientos libres.
¿Nos sentamos aquí?
Por supuesto. -Alessandro se sienta al lado de Pietro y cede la cabecera de la mesa a Niki.
Voy un momento al baño a lavarme las manos. ¿Me disculpáis?
Alessandro, que ya se había sentado, vuelve a levantarse, luego sonríe a Niki, que se aleja.
Cristina la observa un momento.
Es guapa esa chica, muy guapa. -Y mira a Alessandro.
Gracias.
¿Cómo la conociste?
Un accidente de tráfico.
¿En serio? -Camilla sonríe-. Que extraña coincidencia. Enrico y yo nos conocimos porque yo me había quedado sin gasolina en el ciclomotor y él se ofreció amablemente a ayudarme.
Sí, pero por aquel entonces, todavía estabais los dos en el instituto -sonríe Cristina-. Digamos que Niki lo podría haber visto aquel día desde su cochecito.
Alessandro abre su servilleta y sonríe.
No, yo más bien diría que, por aquel entonces, todavía estaba en los dulces sueños de sus padres.
¿Qué? -Camilla abre la boca-. Pero Enrico y yo nos conocimos hace veinte años
Precisamente, ella llegó tres años después.
Susanna hace un cálculo rápido con los dedos.
¿Tiene diecisiete?
Interviene Pietro.
¿Lo veis? Mi mujer sabe llevar las cuentas, pero no las de casa.
Cristina mira a Alessandro, ligeramente tensa.
¿Y eso qué quiere decir? ¿Que de vez en cuando saldrás con ella y sus amigas y que puede que te lleves contigo también a tus amigos, por no decir nuestros maridos?
Alessandro intenta no mirar a Enrico y a Pietro.
No, ¿qué tiene eso que ver? Sólo estamos saliendo juntos. No se cómo irá la cosa. Me parece que no hay por qué preocuparse.
Camilla lo mira molesta.
¿Lo que dices es que ya sabes que no va a durar? Entonces eres un imbécil. Ella me parece una tía solar, abierta, a lo mejor se lo cree. Se sentirá mal.
No, claro, lo que quería decir es que no tenéis por qué preocuparos por mis amigos, por no decir vuestros maridos.
Alessandro siente vibrar su teléfono móvil en el bolsillo. Lo coge. Un mensaje. Es Niki.
«¿Y bien? ¿Cómo va la ráfaga de preguntas? ¿Has sobrevivido? ¿Vuelvo o te espero en el lavabo y huimos?»
Alessandro sonríe y responde lo más rápido que puede. «Tu faro los ha deslumbrado. Vuelve, todo ok.» Luego se guarda el Motorola en el bolsillo.
Bien, escuchad una cosa. Mirad, yo no sé cómo eran vuestras relaciones con Elena, pero ahora está Niki. Me gustaría que la conocieseis. Y luego, como somos amigos, ya hablaremos de ello. Siempre nos hemos tenido confianza, ¿no?
Justo en ese momento, Niki aparece al fondo del pasillo. Cristina inclina la cabeza hacia adelante para que no la vea.
Ahí está, ya viene.
Susanna sonríe.
Me gusta conocerla. Pero ¿sabes lo que estaba pensando? Que mi hija tiene trece años. Dentro de cuatro podría traerme a casa a uno como tú.
¿Y qué?
Nada, en mi opinión ésta es una cena ideal. ¡Por lo menos me servirá para prepararme psicológicamente para cuando tenga que ir a una con mi hija y alguien de tu edad!
Todos se echan a reír justo cuando Niki llega a la mesa.
Eh, ¿qué pasa? ¿De qué estabais hablando?
De ti -dice Alessandro-. Hablaban muy bien de ti. Han decidido que si los efectos son éstos, ¡vuelven todos a la escuela!
Niki toma asiento.
¡Sí, puede que los efectos sean buenos, pero no sabéis lo duro que es el profe de gimnasia!
Y todos se echan a reír. Alessandro mete la mano bajo el mantel y le aprieta la pierna, para darle seguridad. Niki lo mira y sonríe.
Disculpen, señores, ¿ya saben lo que desean comer? -Un camarero vestido de revisor ha aparecido de repente.
Sí, por supuesto ¿qué son los tonnarelli chucu chucu?
En seguida se lo digo -Y el camarero explica varios platos. Luego alguien pide agua mineral.
Con o sin gas, no importa.
¿Podría traer también una tortitas calientes para acompañar los entremeses?
Y un buen syrah para acompañarlo todo.
Para mí sólo una ensalada verde.
Es inevitable, siempre hay alguien a dieta. O al menos quien lo finge delante de los demás. Y también está aquel a quien le gusta probar cosas insólitas.
¿Qué son los quesos fantasía?
Quesos de la tierra acompañados por mieles diferentes, según los sabores.
Perfecto, yo quiero eso.
La velada discurre así, lenta, agridulce, sabrosa. Primeros platos a los que siguen extrañas mezclas de pescado y verdura.
Este brócoli con gambas está riquísimo. ¿Alguien lo quiere probar?
Y al final la diferencia de edad no se nota tanto frente a un buen plato.
Vamos a fumarnos un cigarrillo mientras esperamos los segundos, ¿queréis?
Vale, primero salimos nosotros, los hombres.
¡Cabrones!
Pero ¡si de vosotras sólo fumáis dos!
¡Igualmente sois unos cabrones!
Pietro, Enrico, Alessandro y Flavio se reúnen a la puerta del restaurante. Unos se sientan en un banco, los otros se apoyan en la pared de al lado.
¿Tienes un cigarrillo? -pregunta Pietro a Flavio, que rápidamente le ofrece uno. Pietro lo enciende, da una calada y empieza a hablar-. Qué susto cuando os he visto entrar. Me he dicho «Como ahora Niki me salude, me espera una buena. Ve a explicar a Susanna que la conocí por casualidad».
Enrico tira un poco de ceniza al suelo.
En realidad, no fue así.
Ya lo sé, pero hubiese tenido que hacérselo creer.
Flavio siente curiosidad.
Pero ¿por qué? ¿Cómo fue?
No es nada -interviene Alessandro-, un día fuimos a comer con Niki y sus amigas.
Pietro le da un codazo a Flavio.
¡Sí, aquel día que te llamamos y, como de costumbre, no viniste!
¡Menos mal que no fui! Vosotros estáis locos. Alex, me maravillas. Imagina que por casualidad se enterasen nuestras mujeres, ¿qué iban a pensar? ¿Te das cuenta de que perderían la confianza? No nos dejarían salir más contigo. Aunque no hubiese sucedido nada, quiero decir
Eh -Alessandro mueve la cabeza arriba y abajo-. ¡Pietro estaba a punto de irse a dar una vuelta en ciclomotor con Olly, una amiga de Niki, y se encontró con Susanna!
¡No!
¡Sí!
¿Y qué le dijiste?
Bueno, que era una que me había preguntado la dirección de una calle.
Flavio los mira a los tres.
Escuchad, a mí no me metáis en vuestros líos. -Tira el cigarrillo y vuelve a entrar.
Pietro le grita por detrás:
¿De qué líos estás hablando? ¡Esto es la vida, Flavio, la vida!
Pero ya ha entrado y no puede oírlo.
Jo, ¿os dais cuenta? Flavio está acabado, lobotomizado. ¡De vez en cuando uno debe respirar, aunque sea sin la mujer, qué demonios! Vale, puede que yo exagere. Pero ¡es que él exagera al contrario! -Pietro mira a Enrico-. ¡Mira, lo que estaría bien sería un equilibrio como el vuestro, joder! ¡Como Camilla y tú! Sois felices con vuestra libertad, sin opresiones, manías ni controles continuos, ¿no?
Enrico sonríe. Alessandro enarca las cejas y lo mira.
Ya ¡entremos, venga! No me gustaría que Flavio, sintiéndose libre de nuestra presencia, hablase de más.
Alessandro, Pietro, y Enrico vuelven a entrar justo en el momento en que salen Camilla, Cristina, Susanna y Niki.
Cambio
Todos se sonríen mientras se pasan por el lado. Los únicos que intercambian un beso al vuelo son Alessandro y Niki. Nada más salir del restaurante, Susanna se enciende un cigarrillo.
Demonios, me hubiese gustado ser un mosquito para poder estar aquí afuera y oír lo que decían.
Cristina enciende el suyo.
¿Para qué? Habrán dicho lo de siempre. A lo mejor Flavio habrá hecho algún comentario acerca de la rubia tremenda que está sentada en la mesa del fondo, ¡que además está totalmente operada!
¿Cuál? -pregunta Niki.
La que estaba detrás de ti, a lo mejor no la has visto. He notado que también Pietro le echaba una ojeada de vez en cuando.
Susanna suelta un resoplido, dejando escapar un poco de humo.
Qué quieres que te diga. Lorenzo, mi hijo, se ilumina cuando ve los anuncios de Vodafone. Así que le pregunté «Pero ¿por qué te gustan tanto?». «¡Porque sale esa que tiene dos tetas así!» -Y Susanna hace como si tuviese una delantera poderosa-. ¿Os dais cuenta? ¡Ha salido clavado a su padre, un obseso desde pequeño!
Se ríen, bromean y siguen conversando. Niki escucha divertida, sonríe, asiente, intenta participar de algún modo. Pero se habla de niños, de asistentas, de compras, de peluqueros, de una que se acaba de separar, de otra que espera su tercer hijo. Y luego la extraña historia de la amiga del alma de esta última que, al enterarse, quiere tener otro ella también. ¿Que espera un hijo la primera? Un mes después está embarazada la segunda. ¿La primera ya tiene dos niños? Dos meses después espera su segundo hijo la segunda. Y ahora Seguramente habrá obligado a su marido a trabajar para un tercer hijo. Y todo así. Y se ríen.
¿Y Niki? Niki se pregunta si pasará lo mismo con su vida. ¿Será ése el camino iluminado por mi faro? Por el momento, sólo se me ocurre una cosa. Una cosa superguay. Me gustaría poder gritárselo. ¡Eh, chicas, mujeres de los amigos de Alex, ¿os habéis enterado? Se ha vuelto a poner de moda el longboard, la tabla larga de surf y su baile temerario sobre el mar! Pero me imagino la cara que pondrían ante tan sorprendente noticia.
¿Tú qué piensas, Niki?
Hummm
Del hecho de tener cuatro hijos.
Me parece bien, siempre y cuando los aguantes tú y no te busques una de esas filipinas; en ese caso estoy de acuerdo.
¿O sea que a Alessandro le aguarda un futuro lleno de retoños?
Bueno, por el momento, lo único que cabe preguntarse es si quiere un futuro conmigo.
Camilla sonríe.
Tiene razón. Es mejor no apresurarse.
Cristina pregunta curiosa:
¿Y qué dicen tus padres del hecho de que salgas con uno vaya, mayor que tú?
Niki la mira.
Oh, ni dicen ni dejan de decir. En realidad, sólo sospechan.
Cristina insiste.
Sí, pero ¿se han conocido?
Niki se lo piensa. Probablemente no sea el momento de explicar el equívoco del agente de seguros.
Bueno, mi madre habló con él, y me parece que le cayó bien. Digamos que Alex le produjo una buena impresión.
Camilla sonríe.
Sí, Alessandro es un excelente muchacho. A una madre alguien así le da seguridad.
Niki piensa en el equívoco.
Sí, es verdad. Estoy convencida de que mi madre invertiría en alguien como él.
Cristina y Susanna se miran con curiosidad, pues no entienden bien la expresión. Niki se da cuenta.
En el sentido de que se arriesgaría en lo que respecta a la diferencia de edad, a cambio de contribuir a la felicidad de su hija
Ah, ya.
Luego todas deciden volver a entrar. Y la cena prosigue tranquila y serena, hecha de catas de segundos platos, y de guarniciones para todos y de un poco de fruta para algunos.
¿Tiene piña? Entonces para mí piña, así al menos quemo un poco de grasa.
Y dulces y postres, y una pequeña excepción. Y luego más de lo de siempre.
Para mí un café.
¿Cuántos cafés?
Yo café americano.
Yo un cortado con leche fría.
Yo un descafeinado, asegúrese por favor, que si no luego no duermo.
A continuación, el detalle habitual de los restaurantes. La cuenta junto con la pregunta de rigor:
¿Les apetece un limoncello, una grappa, algún digestivo?
Poco después, fuera, últimas charlas. Apretones de mano, besos en las mejillas. Todos se montan en sus respectivos coches con la promesa de volver a quedar pronto. Y una nueva curiosidad encima.
Ochenta y siete
Habitación añil. Ella.
Es tarde. Pasado mañana será el gran día. Qué miedo. A lo mejor haría mejor en irse a la cama. Pero, como siempre, el portátil cerrado en la mesa es como si la llamase. Todavía no ha abierto esa carpeta. Pero el nombre le produce una enorme curiosidad. «El último atardecer.» ¿Qué será? La chica clica encima y la abre. Más documentos Word. Más palabras.
«Ese claro sostenido entre las persianas y el mar. Mar y tierra. Tierra de invierno cubierta de amarillo. Mar, ese amarillo caído de hojas que reflejan el sol. Mar y tierra, los dos inciertos y lejanos, intentando decirse algo pero no saben hablar.»
No saben hablar. Demonios. Es bonito. ¿Será una especie de poesía? Es un poco diferente a cuanto lleva leído hasta ahora en ese ordenador que parece el cofre del tesoro de una historia de piratas. O la lámpara de algún Aladino que se divierte sorprendiéndola cada noche, antes de irse a dormir. Sigue leyendo.
«Si estás, y escoges quedarte, recuerda entonces las cosas que no sabes, sujétalas bien, no las dejes escapar, llegará el día en que puedas saberlas.
»Si estás, y sabes cómo amar, recuerda entonces las cosas que das, mantenlas del otro lado, no las hagas regresar, llegará el día en que puedas volver a tenerlas.
»Si estás, y piensas marcharte, recuerda entonces las cosas que quieres, mantenlas vivas, no las dejes callar, llegará el día en que las merezcas.»
Se detiene. Un velo ligero y húmedo le cubre repentinamente los ojos. ¿Qué ocurre? ¿Por qué esas palabras penetran y hacen tanto daño? ¿De veras no lo sé?, piensa mirando fijamente la pantalla, como si se tratase de un antiguo oráculo que acaba de darle la respuesta que llevaba tanto tiempo buscando. El amor se halla en esas pocas líneas, el amor tal como lo querría ella y como ya no lo tiene. O quizá como no lo ha tenido nunca. Porque el amor no es y no puede ser simple afecto. No se trata de costumbre o de amabilidad. El amor es locura, es el corazón que late a dos mil por hora, la luz que surge de noche en pleno atardecer, las ganas de despertarse por la mañana sólo para mirarse a los ojos. El amor es ese grito que ahora la llama y le hace comprender que es hora de cambiar. Él. Recuerda momentos pasados en su compañía, las cosas que siempre le dice, su rostro. Pero no sabemos hablar. No estamos hechos el uno para el otro. Una lágrima desciende cálida por su mejilla y cae sobre sus piernas libres y desnudas. A lo mejor esa muchacha sentada en su escritorio, en una noche de finales de primavera, quieta ante un portátil encontrado por casualidad, iluminada apenas por una lámpara de Ikea, todavía no sepa lo que es el amor. Pero seguro que ahora sabe lo que no es.
«Y caen las hojas, y parecen soles, y cae la nieve de espuma sobre el mar. Y dos están tan juntos que parece un final.»
Ese final que le falta y que siempre le ha faltado. Ese final que ha buscado como una respuesta que no tenía valor ni para plantearse siquiera a sí misma. Ese final a lo mejor ha llegado. Y discurre ante sus ojos como los títulos de crédito de la película de un amor concluso. Sí, ha llegado el momento de decírselo. Ha llegado el momento de ir a decirle que ha sido bonito, que aunque los actores salgan de escena, el escenario de la vida sigue abierto y listo para nuevos espectáculos, que le deseo todo lo mejor y que lo siento mucho. Pero ha llegado el final. Cierra el portátil. Coge su bolsa y sale corriendo. Cuando el corazón se decide, cuando tiene el coraje de cambiar de camino, no se debe esperar.
Ochenta y ocho
La puerta del coche se abre de repente. Ella se deja caer dentro. Él la mira.
Creía que no vendrías.
Soy curiosa, ya lo sabes.
Sí, pero esta mañana en el instituto no me has dicho que sí.
Qué más da, las demás estaban en la esquina, no quería que me oyesen.
Has hecho bien. Venga, vamos.
Salen y de inmediato se hallan sumidos en el flujo del tráfico nocturno. Del lector sale una selección de Mp3.
De lo mejor que hay ahora mismo, niña. Bow Wow, Chris Brown, Jim Jones, Fat Joe
Todo hip hop.
Pues claro. Y eso que todavía no has escuchado los históricos, Sangue Misto, Otierre y Colle der Fomento.
Ella escucha y habla. Pero habla demasiado, como cuando uno se siente incómodo. Y cree que a lo mejor se equivoca. Pero siente curiosidad, demasiada curiosidad. Desde hace meses. Él es un tipo fuerte, y guapo. Y por si fuera poco ahora está libre. Joder, no hago nada malo. Está libre. Y además, sólo voy a dar una vuelta. Una vuelta, eso es todo. El auto avanza veloz a derecha e izquierda, adelantando como puede. Semáforos, desvíos, stop.
Ya hemos llegado.
¿Bajamos ya?
Pues claro. ¿A qué hemos venido si no? Así te dejaré oír
Se bajan del coche y se meten en un portal. El ascensor baja al -l. Recorren un largo pasillo oscuro, al que dan las puertas de hierro de muchos garajes en fila. Él se detiene en el penúltimo.
Es aquí.
Mete la llave en la cerradura y tira de la manija. La puerta sube. Una luz se enciende automáticamente. El garaje es muy grande, cabrían dos coches, pero no hay ninguno. Ha sido reformado por completo para convertirlo en una sala de ensayos. Hay de todo. Instrumentos, mesas de mezclas, amplificadores, tres micrófonos.
Todo está insonorizado. Desde fuera y desde arriba no se oye nada. Ni siquiera las vibraciones. En lugar de poner goma de plomo, que mejora muy poco los decibelios, me hice construir paredes fonoaislantes y fonoabsorbentes a fin de obtener un campo sonoro más amplio, luego puse alfombras por el suelo. Hasta tengo bass trap. Aquí empecé, aquí es donde me divierto. Y donde nadie me toca los cojones.
Cuánta tecnología. ¡Qué fuerte, es una pasada! ¿Puedo probar el micrófono?
No, primero tienes que probarme a mí. -Y la coge por detrás, dándole la vuelta. Luego le da un largo beso en los labios.
Y ella piensa que a lo mejor no está bien, que no debería estar allí, que ha hecho mal en subirse a aquel coche, que podía haber resistido la tentación sin darle la razón por una vez en la vida a Oscar Wilde. Pero las manos de él la confunden, le producen escalofríos, la buscan y la encuentran. Y las bocas se persiguen cada vez más, la respiración se vuelve ansiosa y el ritmo crece, como una canción acabada de componer que tenías hace tiempo en la cabeza pero que no tenías el coraje de tocar.
Eres fantástica
Chissst. No hables.
Y siguen, se conceden un bis, como artistas de la escena que no se hacen de rogar, que no se resisten. Pero una nota desafinada resuena dentro de ella, una sensación de culpa que ninguna pared podrá absorber, ni ningún auricular podrá aislar. Olly lo piensa un instante. Sólo un instante. Después se abandona como una ola rebelde que se deja llevar por la corriente. Y cierra los ojos. Y prefiere no pensar en ello. Porque, en ocasiones, la curiosidad no mata al gato, sino sólo la conciencia.
« Y quisiera una magia que se encendiera por la mañana y no se apagase por la noche. Alguien a quien mirar y a quien decir las cosas que aquí escribo.» Stop. Diletta relee el nuevo texto que quiere colgar en su blog. Todas las noches lo actualiza. Un pensamiento. Una foto de las Olas juntas. La letra de alguna canción. Una cita de una película. Un pasaje de un libro que merece ser recordado por siempre. Y sobre todo palabras para regalar. Ya está. Actualizado. Palabras enjauladas en la red, listas para ser leídas, a lo mejor capturadas por los ojos oportunos, los que Diletta lleva esperando desde siempre. Quién sabe. Diletta apaga el portátil y se tira en la cama. El tal Filippo es curioso. Siempre está plantado junto a la máquina de las golosinas. Y eso que no está nada mal. Tiene buen físico. Yo creo que practica deporte. De repente, el sonido de un mensaje que acaba de entrar. Diletta se vuelve y coge su móvil de la mesita de noche. «¿Nos vemos a medianoche en el Alaska? ¡Reunión de Olas! ¡Muévete! ¡Y levántate de esa cama, al menos hasta que sepas usarla como se debe! Olly.» Es la de siempre. Diletta se levanta. Y decide ir a dar una vuelta. Busca por la habitación las zapatillas de gimnasia. Se las pone y sale tal cual, sin rastro de maquillaje, como de costumbre; con su larga cabellera suelta al viento y que en breve volará rebelde entre el tráfico de Roma. Esa noche le aguardan muchas sorpresas.
Poco después, Diletta pasa por piazza del Popolo, enfila hacia la Porta y llega al piazzale Flaminio. Luego se detiene frente a la entrada de Villa Borghese. Iluminada también de noche. Qué extraño. Y, como si fuese de día, el habitual ir y venir de personas que entran o salen después de hacer jogging, a la espera quizá de una pizza que dará al traste con los esfuerzos acabados de hacer. Dos chicas se ríen, mientras corren a toda velocidad con sus patines en línea, al tiempo que un chiquillo hace piruetas con su monopatín, subiendo y bajando de la acera. Diletta está a punto de irse cuando lo ve. Por un momento no lo había reconocido. Pero, a medida que se le acerca, distingue mejor sus rasgos. Se siente de repente feliz, sin motivo aparente.
¡Hola, cara de cereal! -le grita desde dentro del minicoche.
Filippo se vuelve y se detiene, apoyando ambas manos sobre las rodillas, ligeramente dobladas. Respira profundamente, pero no parece estar jadeante. Diletta se acerca.
Pero ¿quién eres?
¿Cómo que quién soy? -Y Diletta baja aún más la ventanilla. Filippo se ruboriza ligeramente, el rubor que la carrera todavía no había logrado poner en sus mejillas.
¡Diletta!
En persona y sin cereales. ¿Qué haces? Qué pregunta más tonta. Estás corriendo.
Sí, bueno. Vengo aquí ahora que abren también de noche. Me gusta. Es que, ¿sabes?, juego a baloncesto y así me entreno.
¡Venga ya! ¡Yo juego a voleibol! ¡De modo que los dos tenemos algo que ver con las pelotas! -Y se ríe divertida, mientras se arregla el pelo con las manos.
¡Sí! Pero ¡hay que tener cuidado con no volverse pelotas! -Y se echan a reír a la vez. Y dan un paso más. Aunque no sean conscientes de ello.
Oye, ya que tú también haces deporte, ¿te gustaría correr conmigo este domingo? Podríamos venir por la mañana; entonces se está bien, hace más fresquito -se atreve él, haciendo esfuerzos por mantener el tono lo más neutro posible, sin saber si lo ha conseguido o no.
Diletta lo mira y hace una ligera mueca.
Pues no sé, no creo.
Filippo pierde de golpe su autocontrol y su voz delata su desilusión.
¿Preferirías que fuese por la tarde? Por mí está bien. Lo decía sólo por decir.
No, decía que no creo que se esté tan fresco. ¿No te has dado cuenta del calor que está haciendo estos días? Tendríamos que venir a la hora que vienes tú, o mejor más tarde a las cinco de la mañana. Pero mis padres no se lo iban a tragar.
El rubor asoma traidor a las mejillas de él y ahora también las orejas se le enrojecen.
Sí, resultaría difícil de creer. Mejor a las siete de la tarde.
Diletta arranca de nuevo.
Entonces, hasta el domingo. ¿Quedamos aquí?
Diletta da gas y una pequeña sacudida hacia delante. Luego se vuelve y lo mira.
¡Ok! ¡Trae una barrita de cereales para después! -Y se va a toda prisa.
Filippo la mira mientras se aleja. Como en el instituto. Y el rubor lo va abandonando poco a poco. El domingo. Ella y yo. Aquí en el parque. Pero todavía no sabe que delante de esa valla no habrá nadie esperándolo.
Ochenta y nueve
Noche. Tráfico ligero, tráfico lento, tráfico que conduce Dios sabe adónde. Hacia nuevas historias, hacia una soledad oculta en un grupo, hacia el deseo frenético y enloquecido de volver a ver a alguien, que a lo mejor todavía te desea un poco.
Noche. Noche en un habitáculo. Flavio conduce tranquilo. Cristina lo mira.
¿Conocías ya a la nueva novia de Alex?
No, sabía que estaba saliendo con alguien.
¿Y sabías que era tan chiquilla?
No, no lo sabía.
Silencio.
La verdad, no entiendo qué es lo que puede encontrar uno como él en una así. Aparte de veinte años menos.
Flavio sigue conduciendo tranquilo. Decide hablar.
No la conozco y no puedo juzgar, pero a mí me ha parecido simpática.
También tú lo eras con veinte años. Eras alegre, despreocupado, divertido.
Flavio la mira un instante, luego vuelve a mirar la carretera.
A los veinte años resulta más fácil hallar motivos para estar alegre. Piensas que tienes tanto tiempo a tu disposición que podrás cambiar tu vida mil veces. Luego te haces mayor y te das cuenta de que ésa es tu vida
Cristina se vuelve hacia él. Lo observa.
¿Qué me quieres decir? ¿Que no eres feliz con lo que eres o con cómo vives?
Yo sí. Pero si tú no lo eres, tampoco puedo serlo yo. Creía que nuestra vida dependería de la felicidad de ambos.
Cristina se queda en silencio.
Bueno, de todos modos ya sabías cómo era yo, de modo que no entiendo qué es lo que esperabas. ¿Pensabas a lo mejor que iba a cambiar?
No.
¿Entonces?
Pensaba que ibas a ser feliz. Querías casarte, tener un hijo Lo has conseguido todo. ¿Qué más te hace falta?
Cristina se queda un momento en silencio. Ataca de nuevo.
¿Sabes lo que de veras me molesta?
Un montón de cosas.
Cristina lo mira y lo hace con dureza. Flavio se da cuenta y trata de quitarle hierro al asunto.
Venga lo he dicho en broma
Que haya tenido que venir Alex a cenar con una chiquilla para que nos diésemos cuenta de adonde hemos acabado.
Noche. Noche que avanza. Noche que discurre. Noche de estrellas ocultas en lo alto.
Enrico conduce tranquilo. Camilla lo mira y sonríe.
Pues a mí me gusta más que Elena. Es madura, tranquila, serena, educada. Es verdad que a veces, cuando habla, es un poco niña, pero eso resulta hasta cierto punto normal. Yo creo que llegará a ser una mujer muy hermosa. ¿A ti te gusta?
Enrico sonríe y le pone una mano en la pierna.
No como me gustabas tú a los diecisiete años. Y no como me gustas tú ahora
Venga, dime la verdad. Tienes tres años más que Alex. ¿Te gustaría tener a una chica tan joven cerca?
Es una chica agradable y divertida. Pero puede que acaben descubriendo que tienen objetivos diferentes. Sólo espero que no se acabe cansando de Alex.
O Alex de ella
Él me parece tan tranquilo.
Sí, se lo ve bien, pero no parece que le importe mucho Quiero decir que a lo mejor sigue pensando en Elena.
No, yo no lo creo. Lo que pasa es que en una historia así, también él va con pies de plomo, como es natural. ¿Te imaginas? Tendrá miedo de meterse en problemas. Que ella no tenga paciencia. Quiero decir, que ella sale del instituto y tiene toda la tarde y la noche libres mientras él tiene esos horarios, su trabajo, las reuniones, sus asuntos.
¿Es que acaso son más importantes que el amor? -Camilla lo mira. Él le sonríe. Luego coge su mano, se la lleva a la boca y la besa-. No, en efecto, no hay nada más importante que el amor.
Noche de nubes. Noche de viento. Noche ligera. Noche cálida. Noche de hojas que bailan alegres. Noche diversa. Noche de luna.
Susanna sigue mirándolo fijamente.
Todavía no me has dado una respuesta.
Ya te lo he dicho, nunca la había visto y de todos modos no me gusta.
Sí, ya te he oído, pero el otro día, cuando te encontré a la puerta del restaurante, dijiste que habías quedado con Alex porque estaba un poco alicaído.
¡Y era verdad!
Pero si ya hace más de un mes que están juntos.
Y qué sé yo, me parece que tú sabes más. Ese día estaba depre. Pregúntaselo a él mismo.
Se lo he preguntado a ella. Y dice que les va muy bien, de amor y de todo.
Pues vale, ¿qué quieres que te diga?
Sí, pero mira por dónde, el otro día os fuisteis a comer al Panda.
¿Y qué? Estábamos Enrico, Alex y yo.
¿Los tres solos?
Sí.
¿Y os gastasteis todo ese dinero? He visto la factura
Nos tomamos dos botellas de champán, para celebrarlo con Alex Cariño, trabajo en su despacho como consultor legal y ni siquiera le había hecho un regalo
Pietro intenta abrazarla, pero Susanna se aparta.
Yo creo que estabais con Niki y sus amigas, que imagino que serán de su misma edad Y que obligasteis a Alex. No sólo eso, sino que él tampoco se lo debió de decir a Niki, porque de lo contrario ella no las hubiese llevado, aunque sólo fuera por solidaridad. Lo que está claro es que ella no se dedica a destrozar familias.
Vaya, ya salió la psicóloga. ¿Por qué no te buscas trabajo en una unidad especial de policía? Aunque se trate de una simple comida, tú intuyes planes retorcidos y turbios detrás.
De todos modos, tarde o temprano acabaré descubriendo algo, de eso estoy segura.