Perdona Si Te Llamo Amor - Федерико Моччиа 31 стр.


 ¡Demasiado irreal!

 Quieren algo natural.

 ¿Qué os parece una ciudad donde todos trabajen como camellos y se pasen el caramelo como si fuese una droga?

Todos miran a Andrea Soldini.

 Vale, vale, era sólo una idea.

Y pasa una semana volando, sin resultados.

Y ese día, en la oficina. Alessandro se da cuenta de que su teléfono está sonando. Lo coge y mira la pantalla. Sonríe. Nada. No ha podido resistirlo.

 Hola, Niki.

 Eh Hola. ¿No me dices nada?

Alessandro se hace el duro por teléfono.

 ¿Por qué, qué tendría que decirte? ¿Tenía que recordarte algo?

 ¡El que tenía que acordarse de algo eres tú! ¡Hoy es dieciocho de mayo! Mi cumpleaños.

Alessandro se ríe por lo bajini y, antes de hablar, vuelve a ponerse serio.

 Es verdad, amor, perdona, perdona, ahora mismo paso a buscarte.

 Sí si, pero ésta no te la perdono ¿Cómo no vas a acordarte de este día? Qué mal. Mi primer cumpleaños contigo, juntos, y, sobre todo, ¡cumplo dieciocho años!

 Tienes razón, perdóname. En un minuto me reúno contigo.

 No sé si -Niki mira de repente su teléfono. ¿Será posible? Me ha colgado. Alex me ha colgado. Vaya, han cambiado las tornas. Éste se debe de haber vuelto loco.

A los pocos minutos, Alessandro le envía un mensaje.

«Baja, tesoro estoy a la puerta de tu casa.»

Niki lo lee. Claro, qué fácil. Te olvidas de mi cumpleaños y luego pretendes arreglarlo. Ya veremos si eres capaz de hacerlo.

Niki baja y se monta en el coche. Está de morros, tiene los brazos cruzados y, rápidamente, pone los pies en el salpicadero a propósito.

 ¿Qué tienes que decir?

 Cariño, perdóname, perdóname

Intenta besarla y ella se resiste.

 ¡Ni hablar! ¡Ni siquiera habrás pensado en mi regalo!

 Bueno, te lo haré dentro de unos días; a lo mejor algo precioso.

Niki le da un puñetazo en el hombro.

 ¡Ay!

 No me importa que sea algo precioso, lo grave es que te hayas olvidado.

 Tienes razón, pero ya sabes, el trabajo, esta publicidad para los japoneses

 Oye, ya no puedo más con esa historia. ¡Mejor te lías directamente con una japonesa!

 Hummm lo pensaré; no me disgusta, ya sabes, una hermosa geisha.

Niki le da otro puñetazo.

 ¡Ay, sólo estaba bromeando!

 ¡Pues yo no!

Alessandro arranca y se van.

 He hecho una reserva en un lugar muy bonito, ¿te apetece?

Niki sigue haciéndose la enfadada.

 No lo sé, vamos y ya veré si se me pasa. Todos menos tú se han acordado hoy de mi cumpleaños.

 ¿Quiénes son todos?

 Pues todos. Y son muchos. Por no hablar de los regalos que he recibido en estos días. En especial de los SS

 ¿Y esos quiénes son? -Alessandro la mira preocupado.

 Los Sufrientes Suspirantes. Aunque en estos momentos tienen más posibilidades que tú, porque por lo menos se han acordado.

Alessandro sonríe.

 Cariño, intentaré hacérmelo perdonar; dame al menos otra oportunidad. A todo el mundo se le concede una segunda chance.

Niki se vuelve hacia él.

 Ok, te doy una. Veremos lo que haces con ella.

Alessandro sonríe de nuevo.

 Haré buen uso. -Luego mira por la ventana y, al ver un puesto de diarios, se acerca-. ¿Me haces un favor?

 Dime.

Le señala el quiosco que queda enfrente.

 Ve y tráeme Il Messaggero, es que hoy no he tenido tiempo de leerlo.

Niki suelta un resoplido.

 Trabajas demasiado.

Se baja, en seguida. Alessandro rebusca dentro de su bolsa. Nada. Todavía nada. Mira hacia fuera, preocupado, no vaya a ser que Niki regrese y lo descubra. Niki acaba de pagar y está a punto de volver al coche. Alessandro abre la ventana.

 Por favor, ¿me traes también Dove?

 ¡Jo, me lo podrías haber dicho antes!

 ¡Tienes razón, disculpa, lo siento!

 Amor significa no tener que decir nunca lo siento Tú mismo me hiciste ver la película y ahora te olvidas. ¿Quieres algo más?

 No, gracias.

 ¿Seguro?

 Sí.

Alessandro le sonríe. Niki da media vuelta de nuevo y vuelve al quiosco. Alessandro se pone a rebuscar otra vez. Mientras lo hace vigila a Niki. La vigila y sigue buscando. Niki acaba de pagar, coge los periódicos y se da la vuelta para regresar al coche. Justo a tiempo. Alessandro sonríe. Lo encontré. Aquí está. Todo en orden. Perfecto. ¡Es perfecto! Niki sube de nuevo al coche.

 Disculpa, pero estaba pensando, ¿de verdad necesitabas ahora todos estos periódicos? Vamos a cenar es mi cumpleaños ¿qué necesidad tienes de leer?

 Tienes razón. Son para después. Hay un artículo que me han recomendado.

Niki se encoge de hombros. Alessandro arranca. Pone un CD. Intenta distraerla de alguna manera.

 Bueno, ¡dices que habías recibido muchos regalos! ¿Te han regalado algo bonito?

 Bonito no ¡Una pasada!

 Venga, dime alguno.

 Veamos, mis padres unos pendientes preciosos de perlas con pequeños diamantes alrededor. El tacaño de mi hermano me ha sacado un abono para el Blockbuster, yo creo que más para él que para mí. ¡Lo que no sabe es que allí no alquilan pelis porno! Mis tías y mis primos me darán sus regalos en la fiesta que celebraremos la semana que viene. Mi padre quiere hacer algo a lo grande, con una orquesta que toque valses y todo eso, en el hotel de un amigo suyo.

 ¡Qué bien! Finalmente conoceré a tu familia.

 ¡Pues claro, no faltaba más! Mira, después de olvidarte de mi cumpleaños, será un milagro si vuelves a verme.

 Vaya manera de dar una segunda oportunidad.

 ¡Es que tú me pides imposibles! ¡¿Tú crees que es buena idea hacer que conozcas a toda mi familia?! ¡Te será más fácil encontrar una idea para los japoneses!

 Ni me lo recuerdes. ¿Y tus amigas las Olas, qué te han regalado?

 Aún no lo sé. Se están haciendo las misteriosas. No se cuándo me lo piensan dar.

Alessandro se ríe por lo bajini.

 Ah, ya veo.

Niki mira por la ventana.

 ¿Adónde vamos?

 Es un sitio que hay por aquí cerca, donde se come muy bien. Se llama Da Renatone, está en Maccarese.

 No lo conozco.

Alessandro sigue conduciendo. Niki mira la carretera, que de improviso se bifurca. Alessandro continúa recto.

 Pero si querías ir a Maccarese, tenías que haber girado a la derecha hacia Fregene.

 Tienes razón, me he equivocado, pero puedo seguir por aquí y así me incorporo en la próxima salida. -Alessandro acelera un poco, mientras mira su reloj. Vamos bien de tiempo. Niki está más tranquila ahora. Sube el volumen de la música. Continúa mirando por la ventana. Alessandro se pasa también la segunda salida.

 ¡Eh, te has vuelto a equivocar!

Alessandro sonríe.

 ¿Sigo teniendo todavía mi segunda oportunidad? Puede que haya hecho bien en equivocarme

Y toma a toda velocidad la curva a la derecha, que conduce a los bajos de un gran edificio. Donde hay un aparcamiento.

 Aquí estamos. Fiumicino. Y éstos -se saca algo del bolsillo-, son dos billetes para París. ¡Feliz cumpleaños!

Niki se le echa encima.

 ¡Entonces no te habías olvidado! -Y lo besa, emocionada.

 No. Los periódicos eran una excusa para ver si llevabas encima el carnet de identidad. Por suerte he visto que sí, de lo contrario hubiese tenido que confesarte todo mi plan.

Niki lo mira extasiada. Justo en ese momento, el CD llega a la pista diez. Suena una canción. Oh Happy Day.

Alessandro mira la hora. Enrico y sus compilation. Es increíble. Como un reloj suizo. Y a los acordes de esa canción, Niki vuelve a besarlo.

 Así no vale. Tenías sólo una oportunidad. ¡No tenías también que hacer que me enamorase!

Alessandro se aparta y la mira con sorpresa.

 ¿Por qué? Creía que ya lo estabas. En ese caso no vamos a ninguna parte. Yo sólo llevo a París a mujeres locamente enamoradas.

Niki hace como si fuese a pegarle. Se detiene.

 Pero hay un problema.

 Es verdad, no había pensado en ello. Tienes que avisar a tus padres. Bueno, invéntate una excusa, de todos modos, volvemos mañana por la noche.

 No, eso es lo de menos -sonríe Niki-. Ya ves ¡mentira más, mentira menos! Además, ahora que ya tengo dieciocho años, mi madre y yo nos lo podremos decir todo en serio, pero todo. -Entonces se acuerda del último bofetón. A lo mejor sería preferible inventarse algo-. Pero de todos modos ése es un problema menor. Lo que pasa es que no me he traído nada.

Alessandro baja y abre el portaequipajes. Saca dos maletas idénticas, una azul y una burdeos.

 Ésta es la mía -y señala la azul-, y ésta es la tuya. Espero que te guste todo lo que he elegido para ti. Creo que he acertado con las medidas. En lo referente al gusto, a lo mejor he acertado en algo. No pretendo imponerte nada. A mí me gustas siempre, te vistas como te vistas. Y si decides no vestirte, entonces, ¡me gustas aún más!

Niki lo abraza. Luego se baja del coche. Y entran los dos en el aeropuerto con sus flamantes maletas de ruedas que difieren tan sólo en el color. Se ríen, bromean. Viajeros jóvenes sin citas importantes. A no ser con su sonrisa.

 ¡Qué fuerte! No veo la hora de abrir la maleta, me muero de curiosidad ¡A saber lo que me habrás comprado!

 Bueno -Alessandro sonríe-. Ha sido un atrevimiento. De todos modos, era difícil que te gustase algo, así que he procurado que por lo menos me gustase a mí.

 ¡Dios mío! Sólo espero no tener que ir vestida con una bata de colores estilo superhéroe japonés!

 Ya lo verás. De todos modos estaremos lejos, nadie te conocerá.

Niki se detiene.

 Dame un momento para llamar a casa. -Marca rápidamente un número sin ni siquiera buscarlo en la agenda-. ¿Si? Hola, mamá, soy Niki.

 Ya lo veo. ¿Dónde estás?

 ¿Estás preparada? En el aeropuerto. Me acaban de regalar una maleta llena de ropa nueva para mí. Estoy a punto de subirme a un avión -se detiene y tapa el micrófono-.¿A qué hora salimos, Alex?

 A las siete y cuarenta, como en la canción de Battisti. Pero ¡nosotros no vamos a dejarnos, nos vamos juntos! -Y le explica rápidamente las etapas del viaje.

Niki sonríe y destapa de nuevo el micrófono.

 Salimos a las siete y cuarenta para París. Llegamos al Roissy-Charles de Gaulle. Después alquilamos un coche y nos vamos al hotel a cambiarnos. Más tarde, iremos a tomar algo a la orilla izquierda del Sena, cena en Montparnasse, y mañana excursión a Eurodisney, después de una visita turística por el centro. Regreso por la noche. Por supuesto, estamos solos él y yo. Y cuando digo él, me refiero al falso agente de seguros que conociste.

Silencio del otro lado. Niki aguarda un momento y empieza a hablar de nuevo.

 Mami, no te habrá dado un patatús, ¿eh?

 No.

 Lo sabía. Estoy con mis amigas, que me han preparado una fiesta y después me pensaba quedar a dormir en casa de Olly.

 Vale, así está mucho mejor. No te acuestes muy tarde, no comas ni bebas demasiado. Mándame un mensaje para confirmarme que te quedas en su casa. No apagues el teléfono.

 Ok, mamá.

 Ah, otra cosa

 Dime.

 Felicidades, cariño mío.

 Gracias, mamá. Oye, si sigues así, pierdo el avión.

 Boba que te diviertas.

Niki cuelga.

 ¡Se lo he dicho!

Alessandro le sonríe.

 ¡Corre o vamos a perder el avión de verdad!

Y echan a correr arrastrando sólo sus maletas nuevas. Ligeros. Sin miedo. Sin prisa. Sin tiempo. Con la mano perdida en la del otro. Y nada más. Ninguna cita, ninguna preocupación, ningún empeño. Nada. Más ligeros que una nube.

Noventa y seis

 Ésta es nuestra habitación.

 ¡Es preciosa! -Apenas acaba de dejar su maleta encima de la cama y Niki ya la está abriendo llena de curiosidad.

 Me está volviendo loca, te lo juro ¡Quiero ver!

Y observa divertida todas las cosas elegidas a ciegas para ella. Una camiseta de algodón ligero, color lila. Unos pantalones un poco más claros. Un par de zapatos Geox con algún adorno brillante. Una cazadora negra de piel. Una camisa blanca de cuello grande, largo y en punta y puños rígidos; estilo Robespierre, para que haga juego con París. El resto de la tela es transparente, de una seda ligera y elegante. Y también, oculto debajo del resto, hay un vestido largo, negro. Niki lo coge, lo desdobla. Se lo pone por encima. Es precioso. Con un escote profundo, provocativo. Se abrocha a la espalda, dejando los hombros al descubierto. Y cae suavemente, hasta cubrir unos espléndidos zapatos de raso negro, de tacón alto; elegantes, con pequeñas hebillas laterales. Modernos como ella cuando se los pone. Y más. Ella camina, desfila, se ríe, mientras baila en esa habitación.

Luego baja por una gran escalinata, del brazo de él. Hasta el hall del hotel. Rey y reina de una noche fantástica. Única. Casi imperceptible, tanta es su belleza. Cogen un taxi y cenan junto al Sena. Marisco, champán, pan crujiente, una baguette a rebanadas para mojar en la salsa del pescado. Tan especial, tan bueno, tan fuerte, tan caliente. Como la lubina a la sal, fresca, con unas gotas de limón, ligera como el aceite que la baña apenas junto con un poco de perejil finamente picado. Y más champán. Un delicado francés se acerca con una pequeña guitarra. Otro con unos bigotes curiosos, estilo de Dalí, aparece por detrás. Lleva una armónica entre las manos. Y tocan divertidos, a pesar de haberlo hecho mil veces, La vie en rose. Y una señora mayor, olvidándose de su edad, ya no tan joven, se levanta de una mesa que hay al fondo del local y empieza a bailar. Y cierra los ojos, y levanta los brazos al cielo, dejándose llevar por la música. Y un hombre que no la conoce, no la deja sola. Se levanta él también. Se le acerca. Ella le sonríe. Abre los ojos y coge esas manos que la buscan. A lo mejor lo estaba esperando. Quién sabe. Y siguen bailando juntos, pequeños héroes que no sienten vergüenza ante esas notas que hablan de amor. Y se miran a los ojos y sonríen sin malicia, sabedores de que algún día alguien los recordará. Y Niki y Alessandro los miran desde lejos. Se toman de las manos y sonríen, cómplices de esa espléndida magia, de esa extraña fórmula, de ese código secreto que empieza y termina sin un porqué, sin reglas, como una marea inesperada en una noche de amor sin luna. Después llega la crema pastelera, un solo cuenco y dos cucharillas. Niki y Alessandro combaten divertidos, en una extraña lucha por el último bocado. Luego se toman un passito de Pantelleria, una sorpresa italiana en medio de esos sabores tan franceses. Niki acaba de tomar un sorbo cuando se apagan las luces. Se queda con la copa suspendida en el aire. A lo lejos, por la ventana del restaurante se ven los reflejos de la luz en el Sena. Antiguos edificios de una belleza sin igual iluminan la noche. En el restaurante empieza a sonar una música suave. Y del fondo de la cocina una puerta doble se abre y, como por arte de magia, aparece un cocinero con su gorro alto y blanco. Lleva una mano delante, ligeramente abierta. Está protegiendo algo. Por detrás de sus dedos aparece una luz. Y, libre en parte, esa llamita baila entre los dedos del hombre. Atraviesa pequeñas corrientes de sabores diferentes por el restaurante. De repente, el cocinero aparta la mano. Y se ilumina por completo la tarta que lleva.

Nata, fresas y un semifrío crocante de nueces y melaza. El cocinero llega hasta la mesa y la deja en el centro. Todo el local se prepara. Cantan juntos en una lengua extraña, mezcla de francés e italiano «Cumpleaños feliz». Niki espera el momento oportuno y se inclina apagando todas las velas. Alguien saca una foto, otro enciende alguna luz. Todos aplauden felices. Niki sonríe un poco azorada y da las gracias. Y luego, sin más, por salir del paso, por hacerles reír, mete un dedo en la tarta y, como si fuese una niña, se lo lleva a la boca. Alessandro aprovecha esa sana y dulce distracción. Se mete la mano en la chaqueta y, cual hábil ladrón, le deja algo frente al plato.

 Felicidades, amor. Gracias por haberme dado una segunda oportunidad.

Y Niki conmovida, aturdida, sorprendida por la fiesta, sonríe y lo ve. Un pequeño estuche brilla azulado junto al plato de borde decorado.

 ¿Es para mí?

Alessandro mira a Niki. Le sonríe. Ella se queda en silencio. No se cree lo que están viendo sus ojos. Lo abre. Y poco a poco asoma del estuche, como el amanecer. Y cada una de las luces del local, cada vela, hasta el más mínimo reflejo se aúnan para poner de relieve su belleza simple. Lo saca. Un precioso colgante, refinado, ligero, elegante, ilumina de repente el rostro de Niki. Una pequeña luna roja, formada con el polvo de un montón de diminutos diamantes y un único diamante en el centro en forma de corazón. Niki la mira fijamente. Miles de reflejos bailan en la piedra, más que un arco iris enloquecido. Baila el azul, el rojo, el azul celeste, el naranja. Hasta las mejillas de Niki adquieren el color de la emoción.

 Es precioso.

Alessandro le sonríe.

 ¿Te gusta? Lo diseñé yo mismo en Vivani, en via delle Vite. Huele la caja

Niki se la acerca a la nariz.

 Hummm, ligero, delicado. ¿Qué es?

 Le eché dos gotas de esta esencia -Alessandro se saca del bolsillo una pequeña botellita. La abre. Deja caer un poco en su dedo índice-. Es para ti. Es una creación tuya. -Y le toca ligeramente el cuello, acariciándola casi por detrás de las orejas. Niki cierra los ojos. Respira el fresco aroma.

 ¡Es buenísimo!

 Es esencia de jazmín.

Alessandro se levanta, coge el colgante, se sitúa a espaldas de Niki. Le pasa un brazo alrededor. Deja el diamante en su pecho. Coge con cuidado los pequeños hilos de oro blanco. Le levanta el pelo con la mano, encuentra el broche y lo cierra. Deja caer lentamente la pequeña gota. Ésta se detiene, en equilibrio sobre el fresco escote. Niki abre los ojos y ve su reflejo en el espejo que hay frente a ella. De inmediato se lleva la mano izquierda al pecho, por debajo del colgante, se da la vuelta, inclina levemente la cabeza y sonríe.

 Es precioso

 No, tú eres preciosa.

En el local siguen tocando. El hombre y la mujer que antes bailaban ahora se ríen. Se están tomando un merlot joven en la barra. Entra un ruidoso grupo de muchachos y topa con su propia alegría. Pero la mesa de Niki y Alessandro está vacía. Se hallan ya lejos, en la noche parisina, abrazados bajo las estrellas subidas en la Torre Eiffel. La miran desde abajo. Nubes altas, y luna, y barcas que se cruzan, y plazas, y ascensores, y turistas que se asoman y se besan y señalan con la mano en el vacío algo que está más allá, a lo lejos, que se ve desde allí arriba. En las postales no parece tan grande. Y un taxi para dar una vuelta. Los Champs-Elysées y Pigalle y un saludo desde fuera al museo del Louvre con la promesa de regresar pronto. Luego un recuerdo del último Mundial de Fútbol, sin olvidar el famoso cabezazo, y también la frase «¡Devolvednos la Gioconda!». Dejarse llevar, bajarse del taxi, pagar, dar un paseo perdidos en la noche. Caminar junto al Sena, Montmartre, la iglesia de la Sainte Chapeüe. Entran, jóvenes, turistas inexpertos que se pierden en la belleza de esos vitrales, de esas mil cien escenas bíblicas a las que los fieles denominan «la entrada al paraíso» Y sentirse tan felices que ni siquiera tienen valor para desear nada más, para atreverse, de avergonzarse hasta de rezar, a no ser que sea para pedir no despertar de ese sueño. Llegar así, simples egoístas de felicidad, al hotel.

 ¡Ufff estoy alucinada! -Niki se deja caer de espaldas en la cama. Y de una patada precisa arroja sus zapatos nuevos, que caen lejos. Alessandro se quita la chaqueta y la cuelga en una percha que mete en el armario.

 Tengo una cosa para ti.

 ¿Más?

Niki se incorpora y se apoya sobre los codos.

 ¡Es demasiado! Ya has hecho un montón de cosas preciosas.

 No es mío. -Alessandro se acerca a la cama con un paquete-. Es de parte de las Olas.

Niki lo coge. Un paquete perfectamente envuelto con una nota en el centro.

 El paquete lo ha envuelto Erica, sé lo cuidadosa que es. La letra de la nota, sin embargo, es de Olly. -Niki la abre y empieza a leer. «¡Hola, chica de dieciocho años fugada! Nos gustaría estar a todas contigo en este momento pero ¡¡¡también con él!!! ¡Alex nos encanta! Al enterarnos de la sorpresa que pensaba darte, todas nuestras defensas cayeron ¡Puede hacer lo que quiera con las Olas! Vaya, que una buena orgía no estaría mal, ¿eh?»

Niki deja de leer un momento. No hay nada que hacer, Olly es incorregible. Sigue. «Era una broma De todos modos, te queremos y queremos estar cerca de ti a nuestra manera. ¡Haz buen uso de esto! En fin, ¡hazle ver las estrellas parisinas!»

Niki no sabe qué pensar. ¿Qué será? Toca el paquete, lo aprieta. Nada. No se le ocurre nada. Lo mira y lo remira, le da vueltas en las manos. Nada. Se decide a abrirlo. Rompe el papel y en seguida lo entiende todo. Sonríe divertida y se lo pone por delante. Un camisón de seda azul oscuro, lleno de encajes y transparencias. Empieza a bailar con él en la mano hasta detenerse ante el espejo. Niki inclina la cabeza, mirándose. Alessandro está tumbado en la cama, apoyado sobre un brazo y mira su reflejo. Sus miradas se cruzan. Él sonríe.

 Venga, ¿no te lo vas a probar?

 Sí. Pero cierra los ojos.

Niki empieza a desnudarse, se da cuenta de que los ojos de Alessandro están un poco activos.

 No me fío. -Y apaga la luz. Reflejos nocturnos y la luz de alguna farola lejana y de estrellas ocultas se cuelan entre las cortinas cerradas de la habitación. Niki se acerca a la cama, se sube a ella por el lado de Alessandro, pero permanece apoyada sobre las rodillas. Parece que la hayan dibujado con ese contraluz azul.

 Bien -Voz cálida y sensual-. ¿Qué tal me queda?

Alessandro abre los ojos. La acaricia suavemente con una mano, buscando el tejido de seda. Baja por las piernas y sigue hacia arriba, más arriba, hasta las caderas, pero no encuentra nada.

 ¿Eres una nube acaso? -Y Niki se ríe-. Pues claro, ¿has visto que camisón más ligero? Casi no se nota.

Y un beso, y otra carcajada. Y una noche que pierde sus confines. Y al final las estrellas francesas se ven obligadas a admitirlo. Sí. Otra victoria más. Los italianos lo hacen mejor.

Al día siguiente, un fantástico desayuno en la cama. Cruasanes y huevos escalfados, zumo de naranja y pequeños dulces. Y periódicos italianos que ni siquiera se han abierto. Y se van en un coche alquilado directamente en el hotel. En cuanto se lo traen, se suben con un mapa lleno de indicaciones que les ha escrito encima el joven conserje.

Alessandro conduce mientras Niki le hace de copiloto.

 Derecha, izquierda, derecha de nuevo, sigue recto al final tienes que girar a la izquierda. -Y se ríe mientras le da un pequeño mordisco a la baguette que se ha traído.

Alessandro la mira.

 Eh, hay que ver lo que comes

Niki acaba de masticar. Cambia de expresión.

 Sí, es raro, ¿verdad? No será que

Alessandro la mira preocupado.

 ¿Niki?

Ella sonríe.

 Todo bajo control. Me bajó la semana pasada. Es que cuando estoy feliz me entra hambre.

Y siguen por la carretera que sale de París, pero sin alejarse demasiado.

 Mira, allí, es allí. -Niki señala un cartel-. Eurodisney, tres kilómetros. Ya casi hemos llegado.

Poco después aparcan y se bajan.

Y echan a correr cogidos de la mano. Sacan las entradas y entran.

Rápidamente, se pierden entre otras personas que sonríen como ellos, chiquillos de todas las edades en busca de sueños.

 ¡Mira, mira, ahí está Mickey! -Niki le aprieta la mano-. ¡Alex, hazme una foto!

 ¡No tengo cámara!

 No me lo puedo creer. Lo has organizado todo a la perfección y vas y te olvidas lo más simple, la máquina de fotos.

 ¡Eso tiene fácil remedio! -Y se compran de inmediato una Kodak de usar y tirar. Y el apretón de manos con Mickey queda inmortalizado al momento. Después un beso a Donald, el abrazo de Goofy y el saludo de Chip y Chop, y otra foto con Cenicienta.

 ¡Ahora sí que estás preciosa con esa corona en la cabeza!

Niki lo mira extrañada.

 Pero ¡si yo no tengo ninguna corona! -Entonces Niki mira a Cenicienta, una chica muy hermosa que está a su lado, alta, rubia, etérea, con una sonrisa verdaderamente de fábula. Niki le echa una mirada fulminante a Alessandro, que sonríe.

 Uy, disculpa, me he confundido. -Y Alessandro sale corriendo, con Niki persiguiéndolo. La Cenicienta se queda allí, sin decir una palabra, parada ante su castillo, mirándolos. Luego se encoge de hombros y sonríe a nuevos visitantes. Por supuesto, no puede entender que también aquello es una fábula.

Y Alessandro y Niki continúan con su paseo, se suben a las Montañas Rocosas y después entran en el mundo de Peter Pan, navegan con el capitán Garfio, se dejan caer por el Oeste, comen algo en un saloon y al final, de repente, van a parar al futuro, a bordo de una máquina del tiempo. Tropiezan con Leonardo da Vinci y atraviesan las épocas más diversas. Desde las cavernas hasta el Renacimiento, de la Revolución francesa a los años veinte.

 Oye, podré decirle a mi madre que he estado estudiando historia.

Y siguen, continúan. Se montan en las Space Mountain. Una montaña rusa a velocidad supersónica, sobre el vacío, apuntando hacia la luna para, una vez alcanzada, girar de golpe a la derecha, dejándola atrás y caer de nuevo, con los pelos de punta y el corazón en la garganta latiendo a mil por hora. Las manos muy apretadas sobre el pasamanos de hierro, gritando hasta desgañitarse, con los ojos cerrados, la propia felicidad alocada, irrefrenable, ilimitada.

 Lo hemos probado todo

 Sí, sí, no nos falta nada.

 Dios mío, estoy muerta. Y sudada Mira la camiseta se me pega.

Alessandro se acerca y la toca.

 Está empapada, en cuanto lleguemos al coche te la cambias.

 Sí, me pondré la sudadera que llevaba ayer. ¿Qué es eso? ¡Mazorcas de maíz! -Niki echa a correr como una niña por una pequeña plazoleta de estilo antiguo, francés, disneyano. Se acerca al vendedor de mazorcas y, tras un momento de vacilación, señala una con su dedo índice, fino, tímido. Alessandro se le acerca, paga y le sonríe. Joven papá de esa niña que tuvo demasiado pronto y que no se le parece ni siquiera un poco.

 Gracias -Y un mordisco a la mazorca y un beso a él, y otro mordisco y otro beso. Largo. Muy largo. Demasiado largo. Y alguien sonríe y mueve la cabeza. Y pensamientos casi cinematográficos. Mi padre, mi héroe. O mejor aún: El amor no tiene edad.

 Eh -Alessandro mira su reloj-. Nos tenemos que ir. El avión sale dentro de poco.

 No me importaría perderlo. Pero mañana tengo el último examen de historia.

Y se van corriendo, dejando una mazorca mordisqueada lanzada al vuelo en una papelera, al borde de la carretera. Después Niki se cambia de camiseta detrás de la puerta del portaequipajes, en un extraño vestidor parisino.

 ¡Creía que por lo menos me harías una exhibición de ballet o qué sé yo un cancán!

 Sí, claro, ¡da gracias de que no te muerda dos veces!

 Vamos. -Y Alessandro se ríe, se monta en el coche y salen en la noche. Cuando te sientes así, hasta la broma más estúpida es un buen pretexto para estar alegres. Dejan el coche en el parking. Después una pequeña cola, la documentación, el asiento asignado, las pequeñas maletas de ruedas. Alessandro se saca algo del bolsillo. Pasa el control. Cuando le toca a Niki suena algo. Se le acerca un gendarme francés. Coge un pequeño detector de metales y se lo pasa a Niki por encima buscando a saber qué.

 Niki -dice Alessandro a sus espaldas-, ¿qué has robado?

 ¡La Copa del Mundo! -Niki empieza a cantar feliz-. Po po po po po po po

 Calla, pórtate bien, estáte quieta ¡que no nos van a dejar salir! -Pero Niki sigue cantando.

 ¡Además, no se la robamos, la ganamos! -También Alessandro empieza a cantar-. Po po po po po po po -Y abraza a Niki feliz. Y se van, dando la espalda, pero juntos, no como en ciertas canciones

Y nubes ligeras, y una puesta de sol a lo lejos, que desaparece lentamente por el horizonte. El avión se mueve un poco. Niki se aprieta fuerte a Alessandro. Poco a poco, el vuelo recupera la estabilidad y ella se queda dormida. Alessandro la mira, apoyada en él, le acaricia el cabello, suavemente, con la mano izquierda. Se lo arregla, lo aparta para ver mejor la línea de su rostro, delicada, dibujada de un modo perfecto y natural. Esas cejas que escapan, pero sin hacer ruido, en pos de quién sabe qué sueño. El de una niña que se ha pasado el día corriendo tras su felicidad y que por una vez le ha dado alcance.

El avión da un pequeño salto, luego otro más fuerte. Se oyen los motores. Niki se despierta de repente y se abraza a Alessandro asustada.

 ¿Qué ocurre? ¡Socorro!

 Chissst tranquila, tranquila, no pasa nada. -Y la abraza-. Acabamos de aterrizar.

Niki suelta un largo suspiro, después sonríe. Se frota los ojos y mira por la ventanilla.

 Volvemos a estar en Roma.

Y no hay cola, ningún equipaje que esperar, el coche listo en el parking.

 Espera, llamaré a mi casa.

Niki conecta su teléfono móvil, y en cuanto acaba de escribir el pin, comienzan a entrarle varios mensajes. Los abre. Son todas llamadas de casa. Instantes después desaparece todo, está entrando una llamada. Niki mira la pantalla. Se pone un dedo en los labios, haciéndole señas a Alessandro para que esté callado. Abre el teléfono.

 ¡Hola, mamá!

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