Perdona Si Te Llamo Amor - Федерико Моччиа 32 стр.


 ¡Sí, hola! Me tenías preocupada. Lo tenías apagado. Hace dos horas que te estoy llamando. ¿Dónde estabas?

Niki mira a Alessandro. Vale, voy a intentarlo de nuevo.

 Mamá, estaba en Eurodisney.

Simona suelta un resoplido.

 ¡Otra vez con esa historia! Claro que sí, y yo soy la reina Isabel. ¿Se puede saber qué estás haciendo?

Niki se encoge de hombros y sonríe a Alessandro. Ya lo ves, mi madre no me cree.

 Nada, mamá, estaba dando una vuelta por el centro con mis amigos.

 Sí, tú siempre estás dando vueltas con tus amigos, y siempre por lugares donde no hay cobertura. Qué extraño. Si por ti fuese se arruinarían todas las compañías telefónicas. No se sabe bien por qué, pero tu teléfono no tiene cobertura en ninguna parte.

 Se ve que me regalasteis uno malo.

 Sí, sí, no te hagas la graciosa, que antes o después te vas a enterar. ¿Se puede saber dónde estabas? Dijiste que tú y yo nos lo íbamos a contar siempre todo

 Sí, pero después del bofetón algo cambió.

 Eso sólo fue un daño colateral. No siempre se puede estar de acuerdo.

Niki lo piensa un poco.

 Ok, como quieras, ya te lo dije ayer, mamá. He estado en Eurodisney, hemos llegado corriendo al aeropuerto de París porque nos retrasamos, pero al final conseguimos coger el avión de las ocho Por eso lo tenía apagado. Y ahora acabo de llegar a Fiumicino. -Silencio-. Mamá

 Sí, sigo aquí, afortunada tú, que siempre tienes ganas de bromear. Bien, ¿cuándo vendrás a casa?

Niki mira a Alessandro y después su reloj. Extiende los brazos como diciendo, es la segunda vez que intento decírselo y ella no me cree Alessandro le hace una seña como diciendo está loca, luego le indica con un dedo que tardarán una hora.

 En hora y media estoy ahí.

 ¡No más tarde! -Y cuelga.

Se pierden, de nuevo en Roma, en un tráfico suave. Autovía. Alguno de los conductores está nervioso y cambia continuamente de carril intentando adelantar a todos, va de derecha a izquierda. Está impaciente. Al final sigue su camino. Se aleja. Con los cristales tintados y un Peugeot lleno de alerones, como si así fuese más veloz. Alessandro en cambio conduce tranquilo. De vez en cuando la mira. Niki esta ordenando algo en su bolsa. Cuando se vuelve de un viaje, todo parece ir más lento. Se siente uno más sereno. Irse, en ocasiones ayuda a ver mejor la propia existencia, mirar en qué punto se encuentra. Cuánto camino se ha hecho, adonde nos dirigimos o por dónde nos estamos perdiendo y, sobre todo, si se es feliz. Y cuánto.

Justo en ese momento, suena el móvil de Alessandro. Dos bips. Un mensaje. Se saca el Motorola del bolsillo. Un sobrecito parpadea. Lo abre. Es de Pietro. Hace tiempo que no habla con él. Pero lo que lee es lo último que hubiese querido saber.

«Hola. Estamos todos con Flavio. Su padre ha muerto.»

Alessandro no se lo puede creer.

 No.

Niki se vuelve asustada hacia él.

 ¿Qué ha pasado?

 Se ha muerto el padre de un amigo mío. Flavio. Flavio, lo conociste. ¿Sabes quién es? El marido de Cristina La que dices que no te soporta.

Niki lo lamenta.

 Lo siento. Aunque no lo conozca mucho.

Han llegado ya a casa de Niki.

 No tenía que ser así. Maldita sea. Cuánto lo siento. Menos mal que ya he regresado. Me voy a verlo.

Niki sonríe.

 Por supuesto. Llámame cuando quieras, si te apetece. En serio, cuando quieras. Dejaré el móvil encendido.

Niki le da un ligero beso. Y se va. Entonces se detiene un momento y sonríe.

 ¡Eh, ahí detrás te dejo mi maleta! Te la dejo. Ya iré a buscarla con más calma

 Desde luego. Cuando quieras.

Alessandro espera a que Niki entre en el portal. Un pequeño saludo desde lejos y se aleja en la noche.

Noventa y siete

Todos están allí. Los amigos más íntimos, los más sinceros, los que conocen toda la verdad de una familia, los que han asistido en silencio a pequeños y grandes problemas, o bien con bullicio a grandes celebraciones, felicitándose por las pequeñas y grandes alegrías de la vida. Eso es la amistad. Saber dosificar el ruido de la propia presencia. En cuanto lo ve, Alessandro se le acerca y le da un abrazo. Todo. Mucho. Tanto.

Cada uno recuerda a su manera los momentos más diversos de una misma vida.

 Joder, lo siento Flavio

Se miran a los ojos y no saben bien qué decirse. Uno de esos momentos que inevitablemente te llevan al silencio. Estar allí, hacer acto de presencia, querer decir tantas cosas sin conseguirlo. De modo que todo se arregla con una simple palmada en el hombro, con un abrazo sentido, con una frase que se te hace extraña, pero no has sido capaz de encontrar otra. Y te parece la mejor, la más verdadera, la más sincera. Y no lo es. O a lo mejor también lo es. Quién sabe Tienes un nudo en la garganta. Si dices algo más, sabes que te echarías a llorar. Tienes los ojos brillantes. Y te das cuenta de que otros son más fuertes que tú. Y no lloran. Parecen serenos, como si no hubiese pasado nada. Consiguen llevar bien su dolor. O quizá, piensas, es que no les importa un comino. ¿Qué clase de personas son? Como esos dos, por ejemplo, deben de ser sus primos Están al fondo del salón y no paran de hablar y se ríen y resultan hasta un poco ruidosos. Parece que el hecho de que se haya muerto alguien fuese la única ocasión para volver a verse. O a lo mejor su manera de actuar es tan sólo un hábil disfraz. Como si no pudiesen concederse el lujo de estar mal, de sufrir abiertamente, de poder llorar libremente, sin vergüenza. Ese extraño precio que el carácter te obliga a pagar en ocasiones, dejándonos fuera de la belleza de los sentimientos.

Alessandro, Pietro y Enrico hacen compañía a Flavio toda la noche y cada uno de ellos renuncia a algo sólo por estar a su lado. Los tres están felices de ello y ninguno lamenta lo que ha perdido.

Noche de palabras. Noche de recuerdos. Noche de confidencias. Divertidas anécdotas lejanas. Viejas historias que tan sólo el dolor, con su soplo potente, consigue sacar a la luz a veces. Episodios pasados, ocultos, perdidos pero en el fondo nunca abandonados.

 ¿Sabéis una cosa, chicos? -Flavio bebe un poco de su whisky y los mira. Ninguno responde. No es necesario. Flavio sigue hablando-. Te da por pensar en las cosas que no le dijiste. En las veces que lo decepcionaste. En las cosas que te hubiese gustado decirle aquel día, en lo que te gustaría poder decirle ahora. Correr hasta su casa. Llamar al timbre. Pedirle que se asome. Papá, se me ha olvidado decirte una cosa. ¿Te acuerdas de aquella vez que fuimos a? -Flavio mira de nuevo a sus amigos-. Eso hace daño. Tal vez sea una tontería, pero te gustaría tanto podérsela decir

Varios días después. El funeral. Flores. Frases. Silencio. Personas que hace tiempo que no se veían reaparecen de nuevo. Como algunos recuerdos. Saludos. Apretones de manos. Conmoción. Todos van a saludar a Flavio con afecto. Algunos llevan flores. Otros vienen de un pasado lejano y desaparecerán otra vez para siempre, pero no querían faltar a esa última cita. Después el entierro. Un último adiós. Un último pensamiento. Después ya nada. Fiuuu. Un balón pesado que se aleja hacia el cielo. Silencio. Cada vez más lejos. Luego, trabajosamente, los primeros chirridos. Es como si la gran máquina arrancase de nuevo. Ruidos pesados, cadenas sin lubricar, engranajes que rechinan, crujen. Pero arranca. Ya está ¡Chucu chucu chu! Como ese tren lejano, en el horizonte, que retoma su camino, su carrera, que aumenta el ritmo, resopla, otra vez, sí, hacia confines lejanos, hacia los días que vendrán Chucu chucu chu Y silba, vuelve a silbar. Y no detenerse. No detenerse. Todos, absolutamente todos, siguen adelante. Y antes o después lograrán olvidar algo. O a lo mejor no. Pero también en esta duda reside una gran belleza.

Noventa y ocho

A la semana siguiente, Alessandro decide hacerse un regalo. El domingo por la mañana lo llama.

 ¿Quién te ha llamado esta mañana temprano?

 Alex.

La madre de Alessandro, Silvia, se acerca a su marido Luigi, en el salón y lo mira preocupada.

 ¿Un domingo por la mañana a esa hora? ¿Y qué quería, qué te ha dicho?

 Nada. No lo sé. Me ha dicho: «Papá, me gustaría salir contigo.»

 Dios mío, habrá pasado algo.

 No es nada, tesoro, querrá contarme alguna cosa.

 Eso es lo que me preocupa.

Él le sonríe y se encoge de hombros.

 Bah, no sé Me ha dicho: «¿Hay algo que te gustaría hacer conmigo y que nunca me hayas dicho?»

Silvia mira a su marido estupefacta.

 ¿Y se supone que no tengo que preocuparme?

Luigi se pone la chaqueta. Luego le sonríe.

 No. No tienes por qué. Cuando regrese te lo explicaré todo.

Llaman al timbre. Se va hacia la cocina y responde. Es Alessandro.

 Bajo en seguida.

Silvia le pone bien la chaqueta al marido.

 Cuánto me gustaría estar con vosotros.

Luigi le sonríe.

 Lo estarás. -Se dan un beso. Luigi sale y cierra la puerta a sus espaldas.

Poco después, está en el coche con Alessandro.

 Bien, papá, ¿has pensado ya lo que te gustaría hacer?

El padre le sonríe.

 Sí. Está en la carretera de Braciano.

Poco después, el Mercedes de Alessandro está aparcado bajo el sol caliente del mediodía.

 Vale, no apretéis demasiado el acelerador. Seguid las curvas y no frenéis, que es muy fácil perder el control. Por favor, no soltéis el acelerador en las curvas

Alessandro mira a su padre. Está a su lado, con un casco rojo. Resulta cómico. Sonríe divertido como el más feliz de los niños a bordo de ese potente minikart.

 ¿Estás listo, papá?

 Y tan listo Quien llegue el último después de diez vueltas paga, ¿estás de acuerdo?

Alessandro sonríe.

 De acuerdo.

Y arrancan, como improvisados Schumacher en esa extraña carrera. Alessandro se deja adelantar en seguida, pero no afloja. De vez en cuando, acelera, mira divertido a ese hombre de setenta años que toma las curvas con la cabeza inclinada hacia un lado, que cree que así se ayuda, con ese extraño juego de pesos.

Luego, más tarde.

 ¡Vaya, me he divertido un montón! ¿Cuánto has pagado, Alex?

 Eso qué importa, papá. He pagado lo que debía. He sido yo quien ha perdido.

Se montan en el coche. Alessandro conduce tranquilo hacia casa. Su padre lo mira de vez en cuando. Decide ejercer un poco su papel.

 Todo va bien, ¿verdad, Alex?

 Todo bien, papá.

 ¿Seguro?

 Seguro.

El padre se relaja.

 Bien. Me alegra oírlo.

Alessandro mira a su padre. De nuevo a la carretera. Vuelve a mirarlo.

 Papá, estoy muy contento de que hayamos pasado el día juntos. Claro que ni me imaginaba que fueses a querer hacer eso.

Su padre sonríe.

 Puede que sea porque un hijo siempre espera más de su padre.

Se quedan un minuto en silencio. Luego Luigi empieza a hablar con tono tranquilo.

 ¿Sabes?, he estado un buen rato pensando en qué podíamos hacer. Luego me he dicho: cualquier cosa que le pida, a él no le apetecerá -se vuelve y sonríe a Alessandro-, en mi opinión, nunca estaré a la altura de tus expectativas. Así que, al final, he decidido que era mejor decirte simplemente la verdad. He pensado que sabrías apreciarlo y que no te decepcionaría.

Alessandro lo mira y le sonríe.

 Esto es algo que siempre había soñado hacer. Desde que era pequeño quería montarme en un minikart, pero nunca había podido.

 Y hoy lo has conseguido.

 Ya. -El padre lo mira levemente absorto-. Me has dejado ganar.

 No, papá. En serio que ibas muy rápido. Incluso has tomado una curva girando el volante al contrario.

 Sí, pero no he levantado el pie del acelerador, al contrario, he pisado más a fondo; de lo contrario hubiese perdido el control. Ha sido una carrera muy bonita.

 Sí, mucho.

Al llegar a casa de sus padres, Alessandro se detiene.

 Aquí estamos

El padre lo mira.

 Cuando doy una pincelada de verde en la tela, no quiere decir que sea hierba, cuando la doy de azul, no quiere decir que sea el cielo.

Alessandro lo mira sorprendido. No entiende.

 Es de Henri Matisse. Ya sé que no tiene nada que ver, pero me gustó cuando la leí. -Luigi se baja del coche y se inclina para despedirse.

 ¿Sabes, Alex? No sé si un día me recordarás por esa frase que no es mía, o por la curva no sé qué es peor

 Lo peor sería que no te recordase.

 Eso por supuesto Para mí al menos. Querría decir que no he sabido hacer nada bueno.

 Papá

 Tienes razón. Dejémoslo. En el fondo, he conseguido derrotar a mi hijo a los setenta años. De todos modos, tu madre me va a acribillar a preguntas. Y lo que más le interesará saber es cómo te va con Elena, si ha vuelto a casa.

Alessandro sonríe.

 Entonces dile que has ganado la carrera de minikart Y que yo estoy feliz.

Noventa y nueve

Y pasan los días. Días de estudio. Días de amor. Días importantes.

Alessandro está reunido con todo su equipo.

 Bien, vuestras propuestas son buenas, muy buenas, pero todavía les falta algo. No sé qué, pero algo -Mira a su alrededor-. ¿Dónde se ha metido Andrea Soldini?

 ¡Ah, seguramente lo que falta es él!

Dario extiende los brazos al tiempo que Michela, Giorgia y otras personas del equipo se echan a reír.

Justo en ese momento, entra Andrea Soldini jadeante.

 He tenido que salir un minuto, disculpad, tenía que enviar un paquete.

Alessandro lo mira.

 ¿Cómo? Ahora no teníamos que enviar nuevas pruebas, ¿no?

 No. -Andrea Soldini se muestra un poco nervioso-. Era algo privado.

Alessandro suspira.

 Os lo pido por favor, sólo falta una semana. Las pruebas que hagamos, si es que llegamos a hacerlas, las enviaremos por e-mail y solamente para su aprobación. Hasta el próximo domingo, tenéis que dedicaros en cuerpo y alma. No podéis ni respirar, ni comer, ni dormir.

Dario levanta la mano.

 ¿Se puede follar si mientras tanto se piensa en la idea?

 ¡Si después se te ocurre algo, sí!

 ¿Qué dices? Eso no se piensa dos veces Se te ocurre y basta

Todos se echan a reír. Una de las chicas se pone roja. Alessandro vuelve a poner orden en la reunión.

 Por favor, ¡ya vale! Venga, sigamos trabajando. ¿Por dónde íbamos?

Justo en ese momento suena su móvil.

 Disculpadme un instante. -Alessandro se va hacia la ventana-.¿Sí?

 Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deseamos a ti, Alex ¡¿Creías que se me había olvidado?!

Alessandro mira su reloj. Es verdad. Hoy es 11 de junio. Es mi cumpleaños.

 Niki, no te lo vas a creer. El que no se acordaba era yo.

 Bueno, ya lo arreglaré yo por los dos. He hecho una reserva en un lugar fantástico y eres mi invitado. ¿Podrás pasarme a recoger a las nueve?

Alessandro suspira. En realidad, le gustaría trabajar. O mejor dicho, debería. De repente ve Lugano cada vez más cercano.

 Sí. Pero no podré llegar antes de las nueve y media.

 De acuerdo. Buen trabajo entonces, y hasta luego.

Alessandro cierra su teléfono móvil. Se da la vuelta. Todos los chicos del equipo llevan en la cabeza unos gorritos de colores y sobre la mesa hay una gran bandeja llena de exquisita repostería. A su lado hay una bolsa de Mondi recién abierta.

 ¡Felicidades, jefe! ¡Casi se nos olvida también a nosotros por culpa de esta maldita LaLuna!

Andrea Soldini tiene una botella en la mano.

 Había bajado a por esto Lo he dejado todo aquí fuera. ¡Sabía que antes o después te distraerías!

Alessandro sonríe azorado.

 Gracias, chicos, gracias.

Dario, Giorgia y Michela se le acercan con un paquete en la mano.

 Felicidades, boss

 No teníais por qué

 Ya lo sabemos, pero así esperamos obtener un pequeño aumento.

 Es de parte de todos nosotros

Alessandro abre el paquete. Entre sus manos aparece un precioso lector de Mp3 y un CD, Moon, en el que han escrito «Felicidades ¡así no cambiamos de tema! ¡Tu estupendo equipo!».

Andrea Soldini destapa la botella y empieza a servir champán en los vasos de plástico que Darío le va pasando.

 Venga, coged un vaso, id pasándolos.

Finalmente, todos tienen uno. De modo que Alessandro levanta el suyo. De repente, se hace el silencio en la habitación. Alessandro se aclara la voz.

 Bueno, me alegra que os hayáis acordado. Me ha gustado mucho el regalo, la idea del CD es muy divertida Cuando queréis ¡ya veo que sois creativos y se os ocurren ideas! ¡De modo que espero que pronto deis con una que nos permita tener nuestra anhelada, sufrida y merecida victoria! -Levanta el vaso-. ¡Por todos nosotros, conquistadores de LaLuna!

Todos lo siguen sonrientes, deseándole felicidades, jefe, felicidades, Alex. Feliz cumpleaños Alessandro sonríe mientras entrechoca su vaso de plástico con el de los demás. Toma un sorbo. Pero pequeño. No quiere exagerar. Y, sobre todo, lo que más le gustaría para su cumpleaños sería encontrar de una vez por todas la maldita idea para los japoneses.

Por la tarde, todo el equipo está trabajando con empeño, a los acordes del CD. Alguno le trae una propuesta, un apunte, alguna vieja idea. Andrea Soldini ha encontrado un viejo anuncio aparecido en un periódico hace un montón de tiempo.

 Esto no estaba mal, Alex. -Y deja la revista sobre la mesa frente a él.

Alessandro se inclina hacia delante para verlo mejor. Andrea Soldini aprovecha para meterle algo en el bolsillo. Alessandro no se da cuenta de nada y continúa observando con atención el viejo anuncio. Luego niega con la cabeza.

 No no funciona. Está pasado de moda. No da más de sí.

Andrea Soldini se encoge de hombros.

 Lástima, bueno, al menos yo lo he intentado -Y se aleja.

Luego sonríe por lo bajini. Puede que, en cuanto al anuncio, su propuesta no haya funcionado. Pero en lo que respecta al resto le ha salido a la perfección.

Cien

Las ocho y media. Alessandro entra agotado en el ascensor de su casa. Se mira al espejo. En su cara se aprecia perfectamente toda la fatiga de ese día. Sobre todo el estrés de no haber encontrado aún una idea ganadora. Las puertas del ascensor se abren. Alessandro mete la mano en el bolsillo de la chaqueta. Saca las llaves. Le basta con abrir un poco la puerta de la entrada para que el cansancio le desaparezca de golpe.

Eh, pero ¿qué pasa? ¿Quién ha entrado? Por todo el salón hay repartidas pequeñas velas perfumadas, encendidas. Las llamas bailan movidas por una ligera brisa. Una música suave se difunde por toda la casa. Un perfume de cedro hace que resulte más limpia y fresca. En el centro del salón, en el suelo, hay dos recipientes de barro, grandes y bajos, de color claro, llenos de pétalos de rosa. Y de ellos emana un perfume aún más fuerte, embriagador. Alessandro no sabe qué pensar. Sólo otra persona tiene las llaves de casa. Y nunca las ha devuelto. Elena. Pero en ese preciso instante, su duda, ese miedo, esa extraña preocupación, se desvanece. Una suave música japonesa de sonidos antiguos, ancestrales, ritmos secos, inconfundibles. De la penumbra del dormitorio sale ella. Un kimono blanco, con pequeños dibujos bordados en plata, lo mismo que la cinta que le ciñe la cintura. Pequeñas sandalias en los pies, y el paso corto, rítmico, típico de las auténticas japonesas. Las manos juntas frente al pecho. El cabello recogido, tan sólo un pequeño mechón castaño claro ha logrado escapar de esa extraña captura.

 Aquí estoy, mi señor -Y sonríe.

Alessandro tiene ante sí a la geisha más hermosa que haya existido jamás. Niki.

 ¿Cómo lo has hecho?

 No me haga preguntas, mi señor Hoy tus deseos son órdenes. -Y le quita la chaqueta, que deja bien doblada sobre el sillón de la sala. Lo hace sentar, le quita los zapatos, los calcetines, los pantalones, la camisa.

 Pero quisiera saber cómo lo has hecho.

 Un esclavo tuyo lo hizo posible, señor.

Niki hace que Alessandro se ponga un suave kimono negro.

 Y me pidió que te diese esto. -Niki le entrega una nota a Alessandro.

La abre.

«Querido Alex, te he cogido sin que te dieses cuenta las llaves del bolsillo y se las he dado a Niki. Ella se ha hecho una copia y me las ha devuelto. Como podrás ver, vuelven a estar en tu bolsillo. Creo que, en ocasiones, vale la pena arriesgarse por una buena velada. Posdata: yo invito al champán. A lo demás no. Espero que no me despidas. De no ser así, bueno, a lo mejor me he arriesgado demasiado, pero espero que al menos haya valido la pena Andrea Soldini.»

Alessandro dobla la nota. Justo en ese momento, oye que descorchan una botella a sus espaldas. Niki está sirviendo en dos copas el champán. Le ofrece una a Alessandro.

 Por el amor que desees, mi señor, y por tu sonrisa más bella que espero esboces siempre por mí.

Y brindan con sus copas. Un leve tintineo se expande por el salón, mientras Alessandro bebe el champán frío, helado, perfecto, seco. Como la mano de Niki, que poco después lo conduce hacia el baño. Le quita el kimono y lo ayuda a entrar en la bañera que poco antes preparara.

 Relájate, amor. -Y Alessandro se sumerge en el agua caliente, pero no en exceso. Temperatura perfecta. En el borde de la bañera hay unos pequeños cuencos con velas de sándalo dentro. En el fondo, se disuelven pequeños cristales de sales minerales azules. Y poco a poco la bañera se llena de una espuma ligera que perfuma el agua. Alessandro se deja resbalar hacia dentro, mete la cabeza bajo el agua, cierra los ojos. En medio de ese silencio, la música llega muy lejana y suave al agua. Todo como amortiguado. Todo tranquilo. Estoy soñando, piensa. Y se relaja por completo. Incluso su pelo ondea dejándose acunar por esa calma acuática. Poco después, algo le roza las piernas. Alessandro se echa hacia arriba, emerge de nuevo, escupe un poco de agua. Y la ve. Niki. Como una pequeña pantera. Se sube sobre él completamente desnuda. Apoya una pierna, luego la otra, las dobla. Luego un brazo y después el otro, y así sigue avanzando, seca todavía, dentro de esa agua hecha de pequeñas burbujas perfumadas. Con la boca abierta, sedienta de amor, se deja resbalar sobre él, sobre su cuerpo. Y baja cada vez más, hasta sumergirse también. Ahora sólo se ve su espalda y sus cabellos mojados, que se abren perdidos en esa agua, como un pulpo asustado que de repente abre sus tentáculos, como unos fuegos artificiales que explotan en el cielo de noche. Y emerge otra vez, mojada, con el agua resbalándole por la cara, por el cuello, por sus senos. Y lo besa. Y otro beso más. Y otro. De dos bocas perdidas, que resbalan, que se encuentran, que no se detienen, que se aman. Y hacia abajo de nuevo sin pudor, como una geisha perfecta que halla en el placer de su hombre su única felicidad. Hasta el fondo. Hasta colorear esa agua azul y perfumada de posible vida.

Poco después, Niki lo está duchando y lo seca con una enorme toalla. Hace que se tienda en la cama. Se le monta desnuda sobre la espalda y lo rocía con un poco de aceite templado, mantenido hasta entonces en una olla de agua caliente.

 Oh está caliente.

 Ahora se enfría. -Y con sus fuertes manos de jugadora de voleibol, la campeona Niki golpea esos músculos, suavizándolos, relajándolos, obligándolos a abandonarse. Luego se tiende sobre él y recorre su espalda con su seno. Y continúa hacia abajo, hasta masajearle las lumbares, y las piernas, y de nuevo hacia arriba. Trabajando los dorsales, el cuello, el trapecio. Y otra vez hacia abajo. Como una pastilla de jabón, lisa, enloquecida, que corre arriba y abajo y no se detiene jamás.

 Se llama body massage.

Alessandro no puede casi hablar.

 ¡Yo creo que tú no vas al instituto Mamiani!

Se echan a reír y vuelven a hacer el amor y Alessandro se queda dormido. Se despierta. Y no se lo puede creer.

 ¿Qué estás haciendo, Niki?

Está tendida a su lado y sonríe divertida.

 ¡He preparado la cena! -Pero sobre una mesa muy especial. Ha colocado el mejor sushi y el mejor sashimi encima de ese extraño y blando plato. Su abdomen. En el fondo, es como si fuese una pequeña bandeja.

 Eh, ahí está la soja ¡ten cuidado de que no se te caiga, porque debe de estar muy caliente! -Y se ríen, mientras Niki le pasa los palillos dentro de un pequeño sobre de papel.

Alessandro no puede creer lo que están viendo sus ojos.

 Tú estás loca

 ¡Por ti!

Alessandro los saca y los separa.

 ¿Y tú no comes?

 Después, mi señor.

Alessandro mira el sushi y después el sashimi. No sabe por dónde empezar. Todo tiene muy buena pinta.

 Oh pero espabila, Alex, ¡que yo también tengo hambre!

Alessandro mueve la cabeza.

 Eres un magnífico ejemplar de geisha borde. -Y empieza a comer como un perfecto Alex-San auténtico. Lo prueba todo, y de vez en cuando le da un poco a Niki, que sonríe divertida. Muerde maliciosa, arrancando trozos de sushi de aquellos pequeños palillos. Luego Niki se levanta y sirve una magnífica cerveza Sapporo en dos vasos.

 Hummm, está buenísima. ¡Lo has preparado todo a la perfección, Niki! No hubiese querido otra cosa, en serio, ha sido maravilloso.

Niki inclina la cabeza hacia un lado.

 ¿En serio?

 En serio.

 Entonces, ¿vas a perdonar a Andrea Soldini?

 Pienso ascenderlo.

Niki se echa a reír. Lo coge de la mano.

 Ven. -Y acaban desnudos en el salón-. Toma.

Niki le da una nota. Alessandro la abre.

«Quisiera que éste fuese el mejor cumpleaños de tu vida. Pero también quisiera que fuese el peor de todos los que celebraremos juntos todavía. Y me gustaría no haber perdido todo este tiempo. Y me gustaría no perder más. Y me gustaría que lo celebrásemos cada día, como si fuese nuestro "feliz no cumpleaños", como en aquel cuento. Más aún. Me gustaría que nosotros fuésemos un cuento de hadas. Me gustaría seguir viviendo este sueño contigo sin despertar nunca. Felicidades, mi amor.»

Alessandro dobla la nota. Tiene los ojos brillantes. Hermoso. Muy hermoso. Después la mira.

 Dime que es verdad, que no estoy soñando. Y sobre todo dime que nunca más chocarás con otro.

Niki se echa a reír, luego coge a Alessandro por los hombros y lo conduce con dulzura.

 Ven. Es para ti.

Un paquete enorme, todo él envuelto, está escondido en una esquina del salón.

 Pero ¿cómo te has apañado para traerlo?

 No me lo preguntes. Tengo la espalda hecha polvo. ¡Venga, ábrelo! -Alessandro empieza a romper el papel-. Bueno, ¿sabes una cosa? ¡Tus vecinos me han ayudado!

 ¡No me lo puedo creer! Si has conseguido que te ayudase el tipo ese que siempre me está denunciando y me envía a la policía a casa, es que debes de tener extraños poderes.

Alessandro acaba de desenvolver el paquete y, al ver el regalo, se queda sin palabras.

 El mar y el arrecife La escultura que estaba en Fregene, en el local de Mastín.

 Sí, te gustó tanto La he traído para ti.

 Cariño, ¿cómo lo has hecho? ¡Es un regalo precioso! Demasiado. A saber lo que te habrá costado.

 ¡No te preocupes por eso, más que un creativo pareces un contable! ¡A ti qué te importa! Es bonito hacer un regalo sin pensar en lo que cuesta. Claro, que este verano tendré que trabajar para Mastín de friegaplatos, o de camarera, o directamente de fregona, pero eso no es nada comparado con la satisfacción de verlo ahora en tu salón. Eso no tiene precio.

Alessandro mira la escultura perplejo.

Niki se da cuenta.

 ¿Qué pasa, no te gusta? Puedes ponerla en el baño, o en la cocina, o fuera en la terraza, o tirarla Es tu regalo, ¿sabes? ¡Puedes hacer lo que quieras con él! ¡No vayas a pensar que quiero decorarte la casa!

 Tranquila, tranquila, sólo estaba pensando. Es la cosa más bella que nunca me hayan regalado. No tienes ni idea, he pensado a menudo en ella, pero creía que Mastín no estaba dispuesto a venderla.

 También yo. De hecho, por las dudas de si no me la daba, te compré también esto. -Y Niki saca un pequeño paquete-. Toma, de todos modos era para hoy.

 Pero ¡Niki, es demasiado! ¡Me lo podrías dar en otra ocasión!

 ¡Venga ya, contable de sentimientos, en otra ocasión habrá otro regalo! Ábrelo ya y déjate de historias.

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