¿Quiénes, esos? No pueden oírnos y aunque nos oyesen, no lo dirían jamás. No les conviene. Es posible que no os deis cuenta, pero a cualquiera que tenga el tejado de vidrio, no le conviene tirar piedras al del vecino.
Enrico arroja su cigarrillo.
Vale, yo vuelvo a entrar.
Ok, nosotros también. ¿Qué hacéis, venís?
También los otros dos amigos que están un poco más allá tiran sus cigarrillos, y todos vuelven a entrar en el restaurante. Las mujeres al verlos regresar se levantan a su vez.
¡Cambio!
Poco después están todas fuera. Elena se acerca a la nueva pareja de amigas.
¿Conocíais este restaurante? ¿Habéis visto lo bien que se come?
Uy, sí, la verdad. -Y empiezan a conversar entre ellas. Un poco más allá, Cristina se acerca a Susanna, y las mira-. Bueno, Elena me parece feliz y contenta, de manera que tengo razón: él no le ha contado absolutamente nada.
O quizá sí y, aunque ella no esté bien, no lo demuestra.
Susanna niega con la cabeza.
No sería capaz. Elena habla mucho, se comporta de esa manera, se hace la dura, pero en realidad es muy sensible.
Lo siento, pero no habéis entendido nada. -Camilla se acerca y las mira como si fuesen unas ingenuas. Sonríe-. Elena y yo tenemos amigos comunes. Os aseguro que es la mejor actriz que yo me haya echado a la cara jamás. -Y mientras lo dice, mueve la cabeza y tira su cigarrillo al suelo-. Bueno, yo entro, no vaya a ser que ya hayan llegado los segundos.
Y después de los segundos llegan los postres. Y luego la fruta y el café, y una grappa y un licor. Todo parece recuperar el mismo paso de siempre. Tum. El mismo ritmo. Tum. Tum. Las mismas charlas. Tum. Tum. Tum. Y, de repente, todo aminora el paso. Y parece tremendamente inútil. Alessandro los mira, mira a su alrededor. Los ve a todos que hablan, gente que se ríe, camareros que se mueven. Tanto ruido pero ningún ruido verdadero. Silencio. Es como si flotase, como si le faltase algo. Todo. Y Alessandro se da cuenta. Ya no está. No está aquel motor, el verdadero, el que hace que todo avance hacia delante, el que te hace ver las gilipolleces de la gente, la estupidez, la maldad, y tantas otras cosas y muchas más pero en su justa medida. Ese motor que te da fuerza, rabia, determinación. Ese motor que te da un motivo para volver a casa, para buscar otro gran éxito, para trabajar, cansarte, esforzarte, para alcanzar la meta final. Ese motor que, después, decide hacerte descansar justo entre sus brazos. Fácil. Mágico. Perfecto. Ese motor amor.
Ciento trece
Los días pasan lentos, uno tras otro, sin que sean diferentes. Esos días extraños de los que uno no se acuerda ni de la fecha. Cuando por un instante te das cuenta de que no estás viviendo. Te está ocurriendo lo peor que te podía pasar. Estás sobreviviendo. Y a lo mejor todavía no es demasiado tarde.
Luego, una noche. La noche aquella. De repente. Vivir de nuevo.
Ufff, qué calor ¿tú no sientes el calor que hace, Alex?
Elena se vuelve hacia él. Alessandro conduce tranquilo, pero a diferencia de ella, tiene la ventanilla abierta.
Sí, sí hace calor, pero así me entra un poco de aire
Ya, claro, pero podrías cerrarla, a mí me molesta. Esta tarde he ido a la peluquería y me estoy despeinando. ¿No tienes aire acondicionado? Pues ¡úsalo!
Alessandro prefiere no discutir. Cierra la ventanilla y enciende el aire. Regula el termostato a 23.
Pero ¿cuánto falta para la casa de los Bettaroli?
Ya casi hemos llegado.
Elena mira por la ventanilla y ve un florista.
Mira, párate allí, así cogemos unas flores, algo, no podemos presentarnos con las manos vacías.
Alessandro se detiene. Elena se baja del Mercedes y habla con un joven marroquí. Le señala las flores y le pregunta los precios. Luego, indecisa todavía, opta por otro ramo. Alessandro apaga el aire. Abre la ventanilla y enciende la radio. Y, como por arte de magia, se está acabando una canción. Y comienza otra. Ésa. She's The One Alessandro se queda allí, apoyado en el respaldo. Y una sonrisa nostálgica se apodera repentinamente de él.
«When you said what you wanna say
»And you know the way you wanna say it
»You'll be so high you'll be flying»
Robbie Williams sigue cantando. Pero qué quiero yo y se acuerda del primer encuentro. Ella caída en el suelo. Él que se baja preocupado Luego ella abre los ojos. Lo mira. Sonríe. Y la música que continúa
«I was her she was me
»We were one we were free.»
Ese momento. La magia de una noche de verano. Calor. Frío. Lentamente, el cristal se empaña. Y en la parte de abajo, aparece de repente un corazón Aquel corazón. Y, por un instante, es como si Niki lo estuviese dibujando de nuevo. Con sus manos, con su sonrisa. Como aquella vez. Como hizo aquel día cuando acababan de hacer el amor. Después de poner los pies en el salpicadero. Después de resoplar. Entonces.
¡Venga! No me hagas dibujos en el cristal, que después se quedan ahí para siempre
¡Jo, mira que llegas a ser pesado! Lo pienso hacer igual ¡Feo!
Y se echó a reír. Después lo tapó con la mano para que él no lo viese. Y lo que había dibujado en el cristal era ese corazón. Y había escrito algo en su interior. Ahí está. También puede leerse. «Alex y Niki 4ever.» Porque hay cosas que no se borran nunca. Y regresan otra vez. Como la marea.
Niki y su sonrisa. Niki y su alegría. Su felicidad. Sus ganas de vivir. Niki mujer, niña. Niki. Sólo Niki. La chica de los jazmines. Niki motor amor.
Justo en ese momento, Elena vuelve a meterse en el coche.
Mira, he cogido éstas me han parecido bonitas. Eran las más caras, pero al menos quedamos bien.
Alessandro la mira, pero parece no verla. Ya no.
Yo no voy a la fiesta.
¿Qué? ¿Cómo que no vas? ¿Qué te pasa, te sientes mal? ¿Ha pasado algo? ¿Se te ha olvidado algo en casa?
No. Ya no te amo.
Silencio. Y la voz.
¿Qué significa eso? O sea, que ahora me sales con que ya no me amas pero ¿te das cuenta de lo que me estás diciendo?
Sí, me doy perfecta cuenta. Lo malo es haber esperado hasta ahora. Te lo tenía que haber dicho en seguida.
Y Elena empieza a hablar, y sigue hablando y hablando. Pero Alessandro no la escucha. Enciende el motor. Abre la ventanilla. Y sonríe. Decide que quiere ser feliz hasta el fondo. ¿Por qué no tendría que ser así quién se lo impide? Se vuelve hacia Elena y le sonríe. ¿Qué problema hay? Es así de fácil. Así de claro.
Amo a otra.
En ese momento, Elena empieza a dar gritos, Alessandro sube el volumen de la música para no oírla. Elena se da cuenta y la apaga de golpe. Continúa con sus gritos, sus palabras, sus insultos. Mientras tanto, Alessandro conduce tranquilo, mira hacia delante y por fin logra ver el camino. Y no presta atención ni escucha sus palabras. Ni siquiera oye sus gritos. Por fin escucha tan sólo la música de su corazón. Entonces se detiene de improviso. Elena lo mira. No entiende.
Hemos llegado a casa de los Bettaroli.
Elena se baja del coche furiosa. Da un portazo. Con rabia. Con una violencia inaudita. Con maldad, como si quisiera arrancarla del Mercedes. Y Alessandro se va. Tiene tantas cosas que hacer ahora Llega a su casa, se sirve un vaso de vino, pone un poco de música. Luego enciende el ordenador. Quiero encontrar un hotel aquí cerca, para estar tranquilo los próximos días. Después, cuando Elena haya acabado de recoger sus cosas, ya volveré aquí. Entonces siente curiosidad por saber si alguien le habrá escrito. Ella a lo mejor. Abre su correo electrónico. Tres mails. Dos son ofertas de Cialis y Viagra y uno normal. Pero no conoce la dirección, amigoverdadero@hotmail.com. Alessandro lo abre con curiosidad. No es una oferta. Es una carta de verdad. De un desconocido.
«Querido Alessandro, sé que a veces uno no debería meterse en la vida de los demás, debería limitarse a ser un simple espectador, sobre todo si no hay confianza, pero me gustaría ser tu amigo en serio, tu "amigo verdadero" y estoy convencido de que eres una buena persona y que tu bondad podría condicionarte a la hora de tomar las decisiones apropiadas. En ocasiones pensamos en nuestra vida como si fuese la respuesta que tranquiliza a los demás. Tomamos decisiones para complacerles, para calmar nuestros sentimientos de culpa, para buscar la aprobación de alguien. Sin darnos cuenta de que la única manera de hacer felices a los demás es elegir lo mejor para nosotros.»
Alessandro sigue leyendo el mail, curioso y preocupado por esta incursión repentina en su vida.
«De modo que, antes de que renuncies a algo por no herir a alguien, me gustaría que leyeses la carta que te adjunto.»
Alessandro continúa leyendo. Otra carta más. Y no es de un amigo verdadero. Es de una persona a la que conoce de verdad. Y bien. O que al menos creía conocer bien. Pero de la que nunca hubiese sospechado aquello. Y poco a poco no puede creer lo que están viendo sus ojos. Pero palabra tras palabra empieza a entenderlo todo, a explicarse por fin el porqué de tantas pequeñas cosas que antes le parecían absurdas.
Ciento catorce
Noche. Noche profunda. Noche de sorpresas. Noche absurda. Noche de dulce venganza.
Alessandro está sentado en el salón. Oye el ruido de las llaves en la cerradura. Coge el champán de la cubitera y se sirve un poco más. Se queda sentado mirándola entrar. Elena deja el bolso sobre la mesa. Alessandro enciende la luz. Elena se asusta.
Ah, estás despierto Creía que te habrías ido, o que estarías dormido.
Alessandro deja que hable. Elena se detiene y lo mira a los ojos. Con determinación.
¿Tienes algo que decirme?
Alessandro sigue tomándose su champán tranquilamente.
Bueno, en vista de que no dices nada, hablaré yo. Eres un gilipollas. Porque me has hecho -Y Elena continúa soltando insultos, rabia, absurdidades y maldades.
Alessandro sonríe y la deja hablar. De repente, coge de la mesa que tiene a su lado un folio doblado. Y lo abre. Elena se detiene.
¿Qué es eso?
Un mail. Me llegó hace unos días. Pero por desgracia no lo había visto hasta esta noche.
¿Y a mí qué me importa?
A ti puede que no, porque ya lo sabes. A mí, en cambio, mucho, porque no lo sabía. En realidad, nunca me lo hubiese imaginado. En el mail hay una carta tuya.
¿Mía?
Elena se queda blanca como el yeso.
Sí, tuya. Te la leo, ¿eh? Por si acaso se te ha olvidado. Bien. «Amor mío. Esta mañana me he despertado y he soñado contigo. Estaba muy excitada todavía, pensando en lo que habíamos hecho. Sobre todo, me excita a morir pensar que estarás reunido con él. ¿Podrás pasar a mediodía? Tengo ganas de» -Alessandro para de leer un momento. Y baja el folio-. Lo que sigue me lo salto, porque son una serie de obscenidades tuyas. Sigo aquí: «Espero que ganes, porque así te quedarás en Roma y podremos seguir juntos Porque como estoy contigo, Marcello» -Alessandro deja el folio sobre la mesa-. Pero Marcello, ese joven deficiente que se suponía que iba a ocupar mi lugar, ha perdido. Ha ido a parar a Lugano y, mira por dónde, de improviso, plaf, qué extraño, justo después de su marcha, precisamente reapareces tú en mi vida Por lo que sea, te lo has pensado mejor y, mira por dónde, después de su derrota has decidido casarte conmigo.
Elena está como petrificada. Alessandro sonríe, se toma otro sorbo de champán.
Y yo preocupado porque no sabía cómo decirte que ya no te amo.
Se levanta y pasa junto a ella, después se dirige al cuarto de baño y coge de allí dos maletas ya listas. Abre la puerta de la casa y las deja en el rellano.
He metido todo lo que era tuyo, incluso algún regalo y alguna que otra cosa, libros, plumas, perfumes, jabones, tazas, todo lo que me pudiese recordar a ti. Me gustaría que fueses como las hadas de las películas. Mejor que ellas. Que desaparecieras para siempre.
Alessandro cierra la puerta tras ella. Gira la llave dos veces, y la deja puesta en la cerradura, luego corre el cerrojo. A continuación, coge la botella de champán, sube la música a tope y se va a su habitación. Feliz como nunca. Ni siquiera tengo que buscarme un hotel. Ahora sólo me queda saber quién es este «amigo verdadero» y, sobre todo, si todavía estoy a tiempo de recuperar mis jazmines.
Ciento quince
Delante del Alaska. Olly abraza a Niki.
¡Joder! ¡Lo conseguí, lo conseguí! ¡Sé que lo he conseguido! ¡He aprobado la Selectividad!
Pero si las notas no salen hasta dentro de un mes.
¡Sí, pero yo estoy convencida y así os traigo suerte a vosotras también!
¡Tú estás loca, así sólo nos traerás mal fario!
Chicas, dentro de poco nos vamos -Erica se acerca a ellas con un mapa. Lo abre-. Vamos a verlo. Saldremos de Roma temprano, en tren.
¿A qué hora?
A las seis.
Pero si había uno que salía más tarde
Qué más da, en el tren puedes dormir lo que quieras.
Y luego tienes todas las vacaciones para recuperarte.
Bueno, a mí me gustaría hacer otra cosa en vacaciones.
¡Olly, ya basta!
Echemos un vistazo. Desde Patrás, cogemos un autobús de línea y seguimos toda la costa hasta Atenas. Hay un montón de lugares preciosos. En Rodas está la playa de Lindos, dicen que es maravillosa, llena de rincones hermosos, hay un tal Sócrates que es la hostia Después Mikonos, playas y vida nocturna. Santorini, con su volcán, tras el que se ven los atardeceres más bellos del mundo. Íos, conocida como la isla del amor pero también por la noche desenfrenada de Chora, alias «el pueblo». Y no me gustaría perderme por nada del mundo. Amorgós, donde Luc Besson rodó la película El gran azul.
Diletta mira soñadora su teléfono. Niki se da cuenta.
¿Qué haces?
Filippo me ha mandado un mensaje. Qué romántico.
¿Y qué te dice? Déjame ver. -Olly intenta quitarle el móvil de las manos, pero Diletta es más rápida y se vuelve hacia el otro lado.
Pero Olly la coge del brazo e insiste.
¡Suéltalo!
Niki interviene.
¡Ya vale, déjala! Diletta, lo hemos comprendido pero al menos déjanos saber qué clase de tipo es, ¿no? Perdona, pero nosotras llevamos toda una vida preocupándonos por ti y ahora, cuando viene lo mejor, tú vas y nos dejas fuera.
Diletta coge el teléfono y lee con voz soñadora.
Me gustaría ser yo todas tus Olas y partir contigo.
¡Qué imbécil!
¡Qué pelota!
Sí. ¡Las Olas somos nosotras y nadie más!
Justo en ese momento, se oye una voz desde atrás.
¡Pues claro! Las Olas son perfectas, únicas y, sobre todo, fieles.
Al borde de la carretera, apoyado en un poste medio torcido, está Fabio acompañado de uno de sus habituales amigos colgados. Tejanos rotos, cazadora Industrie ecologiche rota, zapatillas de tela rotas, incluso la camiseta está rota.
Erica lo ve.
Ahí está, ya llegó.
Diletta:
Sí, él ha hablado, Fabio Fobia, el de las grandes verdades. El gurú.
¿Lo habéis oído? Están pasando mi disco por la radio
Niki interviene.
Faltaría más Te has hecho un disco tú sólito. Le has hecho gastar un montón de dinero a tu padre y has obligado a un pringao de Radio Azurra 24 amigo tuyo a ponértelo de vez en cuando.
Mi amigo no es un pringao.
Quizá no, pero todo lo demás es cierto.
¿Y qué? ¿Qué tiene de malo?
Niki resopla.
Nada. Dejémoslo. ¿Se puede saber qué has venido a hacer? ¿No tuviste bastante con lo del otro día con mi amigo? No hiciste más que demostrar lo que siempre te he dicho.
¿El qué?
Que yo tenía razón, que puedes escribir todas las canciones que quieras, pero hay cosas que deberías saber decir con el corazón. Llegar a las manos para reconquistar a una chica menudo poeta -Niki se le acerca con cara de mala hostia-. Te lo jugaste todo con aquella gilipollez. Tú jamás volverás a tenerme, ni siquiera como amiga.
Fabio se aparta.
Y a mí qué. No te digo. Yo puedo tenerlo todo de la vida. Yo no soy como el viejo ese Le has caído del cielo y no te suelta porque tiene miedo. Los años pasan. Sabe que no le quedan tantas oportunidades.
Niki mira a sus amigas. Ellas la miran a su vez. Permanecen todas en silencio. Tan sólo Olly parece nerviosa. Fabio continúa.
Piensa que yo hasta me he tirado una Ola.
Niki lo mira boquiabierta.
Sí, puede que te parezca raro, pero he «surfeado» con una de tus amigas fieles.
Niki las mira a todas. Diletta. Erica. Olly. Se detiene un poco más sobre esta última. Olly baja un poco la mirada, parece abochornada. Fabio se da cuenta.
Muy bien, Niki, lo has adivinado. ¿Lo ves? Cuando quieres, sabes darte cuenta de las cosas tú sólita.
Olly mira a Niki. Una mirada triste. Disgustada. Busca ayuda en los ojos de su amiga.
No le creas, Niki. Es un gilipollas, quiere meter cizaña entre nosotras.
Fabio sonríe y se les sienta al lado.
Claro, claro. Son gilipolleces. ¿Quieres que te explique los detalles, Niki? Quieres que te hable de todos sus lunares, tiene uno en particular en un lugar extraño. ¿O quieres que te hable de su tatuaje, quieres que te diga cómo es y dónde lo tiene?
Olly insiste.
No le hagas caso, Niki, por favor. Es su palabra contra la mía. Cualquiera puede haberle hablado de mi tatuaje. Lo único que pretende es hacernos daño.
Niki levanta la mano.
Ok, ok Ya vale, Fabio. Vete. Independientemente de lo que haya podido pasar, tú ya no me interesas. Y si hubiese sucedido, mejor todavía. Confirma aún más lo que pensaba.
Fabio se levanta y la mira.
¿Qué?
Niki sonríe.
Que eres un gilipollas. Eres malvado, inútil, sólo sabes hacer daño, eres un parásito que vives la vida pensando que es una guerra. Como esos que dicen «cuantos más enemigos, más honor». Pero ¿sabes una cosa? Para hacerse un enemigo no se necesita nada. Mejor dicho, hasta es fácil Basta con ser un lelo, como tú. En cambio, el verdadero honor estriba en saber hacerse un amigo. Tienes que querer, ser querido, currártelo, ser leal, ser amado y eso es mucho más difícil, más trabajoso. -Se acerca a Olly. Le sonríe- Pero también más hermoso.
Fabio mueve la cabeza. Se monta detrás del ciclomotor de su amigo.
Vámonos, va, que estas tías parecen bobas. Esto parece el festival de los buenos sentimientos y de la hipocresía.
Niki sonríe.
¿Ves como no te enteras de nada? Nosotras no somos bobas, somos Olas.
Ciento dieciséis
Una semana más tarde. Todo está más claro y hasta el cielo parece más azul. Alessandro está en su despacho. Llega la secretaria.
Un señor pregunta por usted.
Gracias, hágalo pasar. -Alessandro se sienta en el escritorio. Sonríe al verlo entrar. Tony Costa. Parece más delgado que la última vez que lo vio-. Ha adelgazado.
Sí, mi mujer me ha puesto a dieta. Bien, aquí tiene la información que me pidió. He conseguido las notas, a todas les ha ido bastante bien en Selectividad. Pero naturalmente ninguna de ellas conoce todavía el resultado. Niki Cavalli ha sacado un notable.
Bien, piensa Alessandro. Estará contenta, no esperaba tanto y encima yo estuve a punto de acabar de hundirla.
En cambio, su número de teléfono ha cambiado, todavía no he averiguado el nuevo. Se va dentro de dos días con sus amigas. -Tony Costa hojea un bloc de notas que tiene en la mano-. Aquí está, con las Olas, sí se llaman así, y se van a Grecia. Santorini, Rodas, Mikonos e Íos. -Tony Costa guarda su bloc-. Sólo tiene que preocuparse por esta última, la llaman la isla del amor.
Alessandro sonríe.
Gracias. ¿Cuánto le debo?
Nada basta con el anticipo. Este trabajo ha resultado incluso demasiado fácil.
Alessandro acompaña a Tony Costa hasta el ascensor.
Espero que nos veamos otro día por otros motivos. Usted me resulta simpático.
Gracias, usted también.
Alessandro se queda allí mientras las puertas del ascensor se cierran. Después regresa a su despacho. Está a punto de entrar cuando llega Andrea Soldini.
¡Alex! ¡No tenías que haberlo hecho!
Alessandro se acerca a su sillón, se sienta y sonríe.
No ha sido nada Sólo un detalle.
¿Y le llamas detalle a eso? ¡Me has hecho una pasada de regalo! ¡Un Macintosh McWrite Pro, rapidísimo además! ¿Por qué lo has hecho?
Quería darte las gracias, Andrea Tú me has ayudado mucho.
¿Yo? Pero ¡si todas las ideas se te ocurrieron a ti, las fotos, el eslogan, esa chica además! ¡Niki es perfecta! ¿Has visto los carteles? Están ajustando los colores para Italia, pero estoy seguro de que quedarán muy bien. ¡Es una publicidad simple pero genial!
Sí, en el extranjero ha funcionado muy bien. Ya veremos cuando salga aquí.
¿Que muy bien en el extranjero? Si parece que el caramelo se ha agotado en todo el mercado internacional. ¡Ha arrasado por todas partes! ¡Tú has arrasado!
De todos modos, no quería darte las gracias por eso, o mejor dicho, también por eso
¿Y por qué entonces?
Te he regalado ese ordenador para agradecerte el mail que me enviaste amigo mío O mejor: «amigo verdadero».
Andrea se siente morir.
Pero yo
No ha sido tan difícil. Conocías a Marcello. Trabajabas con Elena. Tenías acceso a su ordenador por trabajo. Y, sobre todo, Niki te caía simpática. Fue enviado a las veinte y cuarenta y cinco desde un ordenador de nuestra empresa. El otro día, en la oficina, sólo quedabais Leonardo y tú. Y no creo que a él le preocupe mi felicidad. De modo que fuiste tú.
¿No tenía que haberlo hecho?
¿Bromeas? Antes me sentía culpable y ahora me siento feliz. ¡Disfruta de tu ordenador! Pero por favor, ocurra lo que ocurra, si quieres ser «mi amigo verdadero» ¡no me envíes e-mails!
Ah, jefe. Entonces hay otra cosa que me gustaría decirte.
Alessandro lo mira perplejo.
¿Debo preocuparme?
No, no creo O al menos eso espero. ¿Te acuerdas de la historia del atajo? ¿La persona que tenía en el equipo adversario que nos iba informando de sus ideas?
Sí, ¿qué?
Me parece justo que lo sepas. Era Alessia. Prefería verte ganar, aunque a ella la transfiriesen a Lugano y tú te quedases en Roma.
Nunca lo hubiese imaginado. ¿Cómo está?
Mejor -Andrea Soldini está un poco azorado-. Hemos empezado a salir.
¡Genial! -Alessandro se le acerca y lo abraza-. ¡¿Ves como al final hay alguien que sabe apreciarte?!
Ciento diecisiete
Y otra noche más. Noche profunda. Noche de gente alegre. Noche de luces, sonidos, claxon, fiesta. Noche que pasa demasiado rápido. Noche que no pasa nunca. Desilusión. Amargura. Tristeza. Desesperación. Demasiadas cosas para meterlas en una sola noche. No importo una mierda. No importo una puta mierda. Para ella no importo una mierda, nunca le he importado una mierda. Mauro corre con su ciclomotor. Sin casco. Sin gafas. Sin nada. Lágrimas. Y no sólo por el viento. Mierda, mierda, mierda. La única poesía que es capaz de componer, la única rima, la única música fácil de tocar, simple, de periferia. Música de rabia y de dolor. Música de mal de amores. Corre y no sabe adónde ir. Y llora y solloza y no se avergüenza. Corre, moto, corre. Quiero acabar con todo. Sigue así, por la tangencial, sigue perdiéndose en una ciudad que ya no siente suya, que no le pertenece. ¿Por qué, joder? ¿Por qué? Me siento demasiado mal. Demasiado. Me cago en tus muertos, Paola. Eres una hija de puta. Una grandísima hija de puta.
Y en medio de la desesperación, un pensamiento gracioso, más bajo, más infantil. En esos días el tipo no ha podido tocarla. Le había venido eso. Y se ríe. Magro consuelo. Y un poco más sereno conduce en la noche. Abandona la tangencial. Aminora un poco. Hace zigzaguear el ciclomotor, saliendo y entrando de la raya blanca a medio pintar que hay en el desnivel creado por el asfalto recién echado. El ciclomotor baja y continúa por los adoquines. Tin tin tin. El ruido de la rueda al pasar sobre esas piedras, perdido en el silencio de ese asfalto gris, y arriba de nuevo. Tin tin tin. Y sigue, un tonto juego metropolitano de quien no tiene ganas de pensar. No pensar. No pensar. Mauro suelta un largo suspiro y luego exhala todo el aire hacia arriba. Y otra inspiración aún más larga y de nuevo el aire fuera. Ya está. Se siente mejor. Sí, se siente mejor. Continúa conduciendo. Se sube a un puente para cambiar de sentido. Al fondo de la carretera hay dos putas. Le vienen al encuentro. Una se levanta la falda, cortísima por delante y le muestra el pubis desnudo. A la luz de la farola se adivinan unos pelos ralos. Cansados, hartos de respirar humo y contaminación. La otra, con botas altas, de un rojo brillante, se da la vuelta y se inclina, mostrándole las nalgas, blancas, firmes. Mauro describe una curva con su ciclomotor, las roza, intenta darles una patada. Sin más, para divertirse. Pero las dos polacas no entienden ese tipo de diversión. Y gritan palabrotas en su lengua. Una coge una piedra y se la arroja. Nada. No tiene puntería. La piedra va a parar al borde de la carretera. Seguramente, piensa Mauro, no pasaron su infancia en la caseta de tiro al blanco del parque de atracciones. Él sí. Se entretenía con el dinero de su padre disparándole a una estúpida bolita de ping pong que flotaba en una palangana transparente. Si todo iba bien, volvía a casa con una bolsa de agua con un pez rojo dentro. Que acabaría en el inodoro antes de una semana. Mauro da un bandazo con su ciclomotor, gira y se baja del puente, desapareciendo en la noche. Las dos putas se quedan allí, soportando el frío de la noche frente a una fogata hace tiempo apagada, a la espera de un cliente al que vender un poco de sexo mientras llega el amor verdadero. Porque todos buscan el amor verdadero. Sin tener que venderlo o comprarlo. Pero a lo mejor no pasa por allí jamás.
Mauro sonríe para sí mientras regresa a su casa. Joder, a la morena esa que me ha enseñado el culo me la hubiese tirado. Me he empalmado. Maldita sea, no tengo un puto euro. Y vuelve a caer en una desesperación absurda. Repentinas imágenes confusas. Paola. Paola cuando la conoció. Paola en una fiesta. Paola desnudándose. Paola riéndose. Paola la primera vez. Paola con él bajo la ducha aquel día que no había nadie en casa. Paola en la montaña aquella vez, las únicas vacaciones juntos. Aquellas breves vacaciones. Unas pequeñas vacaciones de un día en una habitación de hotel. Con aquellos ricachones que hacían snowboard, él mucho mayor que ella. El vino blanco. La cena bajo las estrellas. Paola. ¿Dónde estará en estos momentos? ¿Dónde estará mañana? ¿Dónde estará en mi vida? Y de repente vuelve a desesperarse. Se pierde. Piensa, recuerda, sufre. Ha agotado las lágrimas. Y casi la gasolina. Joder, ¿cuándo fue la última vez que le eché? Hoy tenía el depósito lleno. De improviso se da cuenta de que está debajo de su casa. Pero no tiene ganas de subir. No tan pronto. Tiene miedo de encontrarse a alguien despierto. De escuchar preguntas, de tener que dar respuestas. De modo que pasa de largo con un hilo de gasolina. Se detiene poco después. Se baja, le pone la cadena al ciclomotor y está a punto de entrar en un pub. El único que está abierto hasta tarde por esa zona. Pero qué digo. Es todavía temprano. Mauro mira su reloj. Son las once. Pensaba que era más tarde. Las noches que hacen daño no pasan nunca. Empuja la puerta del pub. Una mano se le apoya en el hombro.
Hola, tronco, ¿qué haces por aquí? -Gino, el Mochuelo, aparece ante él.
Tus muertos, me has asustado.
¿Entramos? Vamos a beber algo, te invito a lo que quieras, como en los viejos tiempos. -El Mochuelo coge a Mauro por el brazo sin esperar su respuesta. Se lo lleva para dentro y lo empuja casi contra un taburete que hay en la esquina del fondo. Después se deja caer también él, frente a Mauro y de inmediato levanta el brazo para hacerse ver por la chica que está detrás de la barra-. ¿Tú qué quieres?
Mauro, tímido.
No lo sé. Una cerveza.
Qué va, vamos a tomarnos un whisky, que aquí tienen uno que está de muerte. -Y vuelto hacia la chica de nuevo-: Eh, Mary, tráenos dos de lo mismo que me tomé anoche. Pero bien cargaditos, ¿eh? No te me hagas la agarrada y sin nada. -Después se acerca a Mauro, se extiende casi hacia él con los brazos por delante, apoyados en la pequeña mesa de madera-. Anoche me metí una botella entera entre pecho y espalda. -Se vuelve de nuevo hacia Mary-. Esperé a que terminara y la acompañé hasta casa con un coche. -El Mochuelo se acerca a Mauro y hace un gesto con los dedos de la mano, haciéndolos girar sobre sí mismos, como diciendo «lo choricé»-. Aparcamos debajo de su casa. Jo, con la preocupación de que la pasma cuchase el coche y encima con la botella que me había bajado, aquí el amigo estuvo a punto de gastarme una broma de mal gusto. -El Mochuelo se toca entre las piernas-. Menos mal que me metí otro lingotazo y se recuperó Bueno, qué quieres que te diga, el mejor polvo de los dos últimos años.