Perdona Si Te Llamo Amor - Федерико Моччиа 36 стр.


Justo en ese momento, llega Mary con dos vasos y la botella.

 Pero no bebáis demasiado. -Mira a Gino y le sonríe-. Beber es malo.

El Mochuelo levanta la cabeza y le sonríe también.

 Sí, pero al final sienta bien, ¿eh?

Mary, risueña, menea la cabeza y se aleja con su falda ajustada, un poco sudada, con un delantal a la cintura y los cabellos detrás de las orejas. Pero sobre todo con la certeza de estar siendo observada.

 Vaya, vaya. -El Mochuelo coge su whisky con la mano derecha y apoya la izquierda en el brazo de Mauro, luego hace un gesto de asentimiento con la cabeza-. Me da que esta noche le doy otro revolcón.

Luego se toma un trago con la cabeza echada hacia atrás. Pero se da cuenta de que Mauro todavía no ha tocado su vaso. Nada. Está allí quieto. Tranquilo. Demasiado tranquilo. Un poco abatido.

 Pero ¿qué te pasa, tronco? -El Mochuelo le pasa la mano por detrás de la cabeza y se la sacude-. ¿Qué te pasa? ¿Se te ha comido la lengua el gato? Cuéntale a papá lo que te pasa. ¡Hay que ver, estás acabado! Ni que se te hubiese muerto el canario.

Mauro se queda impasible. Entonces coge el vaso, se lo lleva a la boca, lo piensa un instante y le da un largo trago. A continuación baja la cabeza aprieta los ojos.

 Ahhh, qué fuerte es.

El Mochuelo asiente.

 No es fuerte, es bueno. Puedes hablar, ¿qué te ha pasado?

Mauro se toma otro sorbo de whisky.

 Nada Paola.

 Ah, tu chica. Ya te lo dije, a ésa le gustan las comodidades.

 Me trajiste mal fario.

 No. Te bastaste tú sólito. Todas las chicas quieren comodidades. Sobre todo

 ¿Sobre todo?

  si son guapas. Siempre hay uno que está esperando para ofrecérselas.

Mauro guarda silencio.

 ¿Y sabes cuál es el problema?

 No, ¿cuál es?

 Que ellas lo saben muy bien. -El Mochuelo asiente, mueve la cabeza y da un largo trago.

Mauro lo mira y lo imita. Un trago largo, hasta apurar el vaso, sin detenerse, de una sola vez.

El Mochuelo lo mira admirado.

 Vaya, te ha gustado, ¿eh?

Mauro sacude la cabeza, la agita, como si estuviese intentando librarse de algo que tiene en la garganta.

 Tengo el remedio para ti, confía en mí. -El Mochuelo se saca dinero del bolsillo delantero. Encuentra diez euros y los arroja sobre la mesa.

 ¿De qué estás hablando? -pregunta Mauro.

 De un atajo para lograr comodidades para ella. Ya verás como en dos noches reconquistas a tu amor -Mauro está indeciso. Mira de frente al Mochuelo.

 ¿Tú crees?

 Pues claro, es matemático. Pero primero tienes que venir conmigo. -El Mochuelo se levanta y se va al baño.

Mauro lo sigue. El Mochuelo cierra la puerta a sus espaldas y se apoya en ella, para asegurarse de que nadie más entre.

 Ten. -Se saca una bolsita transparente del bolsillo de los tejanos. Está llena de un polvo blanco-. Métete una rayita de coca. Como bautizo.

El Mochuelo descuelga el espejo de la pared y lo apoya sobre el lavamanos.

 Ya te he buscado nombre. Halcón Peregrino. El Mochuelo y el Halcón Peregrino. ¿Te gusta?

 Sí. ¿Qué tenemos que hacer?

El Mochuelo se inclina sobre el espejo y con un billete de veinte euros enrollado, aspira una raya por el lado izquierdo de la nariz.

 Fácil. -Sorbe por la nariz-. Ten, las llaves de mi moto. Yo tengo otra copia. Tú sólo tienes que acompañarme a buscar un coche a casa de una amiga y después te vas a tu casa con mi moto. Mañana por la mañana la paso a buscar. Es fácil, ¿no?

Mauro sonríe.

 Facilísimo.

Gino, el Mochuelo le pasa los veinte euros enrollados a Mauro.

 Andando, Halcón, que cuanto antes nos pongamos antes acabamos.

Mauro se inclina y también él hace desaparecer una raya blanca. Se incorpora y todavía le sigue picando la nariz cuando oye decir al Mochuelo.

 Y piensa que, con este viaje, te ganas cincuenta mil del ala. Ya podrás darle comodidades a tu pequeña Paola.

Salen del baño, los dos muy contentos. El Mochuelo se despide de la chica de la barra con una pequeña promesa en los ojos.

 Adiós, Mary, nos vemos. Si acabo pronto, me paso. -Y le guiña un ojo. Fuera del local, el Mochuelo abraza a Mauro-. Ya te digo. Me paso y te repaso como anoche. -Y se echa a reír-. Andando, Halcón. -Y desaparecen a lomos de la enorme moto, en dirección al centro.

Ciento dieciocho

Esa noche salen los cuatro. Enrico, Pietro, Alessandro e incluso Flavio, a quien extrañamente han dado permiso. Tienen una noche loca como no tenían hace tiempo. Se van al F.I.S.H., un restaurante en via dei Serpentini, piden un pescado muy bueno y se toman el mejor vino. Se explican de todo. Se confiesan pequeñas verdades.

 ¡De manera que fue tu ayudante el que te envió aquel mail con la carta de Elena al chaval ese! -Pietro mueve la cabeza-. Ya te lo dije ¡todas las mujeres son unas arpías! Y vosotros que no hacéis más que reñirme siempre. Lo mío es una misión educativa.

 ¡Sí, educativa del carajo! -Alessandro se sirve vino-. ¿Sabes que por un momento pensé que podías ser tú el amante de Elena?

Pietro lo mira estupefacto.

 ¿Yo? Pero ¡¿cómo puedes pensar eso?! Oye, mira, antes que haceros algo así a uno de vosotros, os lo juro, os juro que haría la cosa que me resulta más difícil de imaginar. ¡Vaya, hasta preferiría volverme maricón! Y ya sabéis lo que me costaría, ¿eh? -Pietro se detiene. Se pone triste. Se toma una copa de vino de un solo trago. Luego la deja en la mesa, casi golpeándola-. Susanna ha descubierto que la engaño, quiere dejarme. Estoy fatal.

Flavio lo mira.

 Pero tenías que pensar que tarde o temprano acabaría por descubrirlo. Tú por ahí has hecho de todo. Has estado con todas las mujeres que respiran.

Alessandro le pone una mano en el hombro.

 ¿Y cómo lo ha descubierto? ¿Acaso ella también ha recibido un mail? -pregunta.

 No, me vio por la calle. Estaba besando a una.

 Bueno, entonces es que estás loco de remate.

 Sí, estoy loco. ¡Y me siento orgulloso de mi locura! No sólo eso, sino que, mientras esperamos, ¡me voy a fumar un cigarrillo! ¿Quién se viene conmigo?

 Yo voy. -Enrico se levanta.

 Vale, nosotros os esperamos, pero no tardéis mucho.

 Tranquilos

Pietro y Enrico salen del restaurante. Pietro le enciende el cigarrillo a Enrico, luego prende el suyo y sonríe a su amigo.

 Bien.

 ¿Bien qué?

 Ya has visto que yo tenía razón, hicimos bien en no decirle a Alex que habíamos visto a Elena besándose con ese pipiolo en el local aquel Ya se encargó de ello su ayudante.

Enrico se encoge de hombros.

 Ha sido una casualidad. Alex y Elena podían haber vuelto y plantearse de nuevo el matrimonio y, a lo mejor, esta vez hasta se hubiesen casado. ¿Y si después no funcionaba? Entonces hubieses lamentado haberte lavado las manos.

 Yo no tenía por qué hablar y decidir por ellos.

 En cambio, yo lo veo como una cuestión de responsabilidad. Resulta demasiado fácil dejar que sean los demás los que tomen siempre las decisiones. Piensa en lo diferente que hubiese sido todo si el tipo aquel no se hubiese lavado las manos.

 No exageres. Piensa un poco más lo que dices. Me parece que, en aquel momento, la responsabilidad era un poco diferente, ¿o no? Lo que quiero decir es que nosotros no teníamos prisa, podíamos esperar. A lo mejor las cosas se arreglaban sin tener que poner en juego nuestra amistad. Y así es como ha sido. Yo creo que a Alex no le hubiese gustado que fuésemos nosotros quienes le diésemos la noticia. Quienes arruinásemos su sueño. Los amigos son como una isla al amparo de las corrientes

 Ya. A propósito, hace frío, yo entro. -Enrico arroja su cigarrillo al suelo y lo apaga-. Además, yo también tengo que daros una noticia.

 ¿Buena?

 Buenísima Venga, espabila, te espero dentro.

Pietro sonríe. Da una última calada a su cigarrillo. Está tranquilo, sereno. Para él la decisión fue acertada. No explicar aquel encuentro con Elena y Marcello en el restaurante. Luego arroja su cigarrillo al suelo y lo apaga. Vuelve a entrar y se reúne con sus amigos. Pero Pietro no sabe si la decisión de Alessandro aquel día fue justa. Dar o no dar un curso personal a los acontecimientos.

Ésa es la cuestión. Una cosa es segura. Si aquella carpeta roja no hubiese ardido, hoy esa conversación tan alegre y civilizada entre Enrico y Pietro hubiese resultado imposible. Por una única razón. Enrico nunca hubiese compartido a su mujer con otro. Y aún menos con un amigo. Aunque sea tan simpático como Pietro.

En el interior del restaurante, Enrico los interrumpe a todos.

 Chicos, tengo que deciros una cosa. ¡Camilla está esperando un hijo!

 ¡No! ¡Qué bien!

 ¡Es fantástico! -Alessandro se hace cargo de la situación-. Camarero, ¡tráiganos una botella de champán en seguida! ¡Y tú, Pietro, alegra esa cara, joder! Intenta mantener la calma y acaba de sentar de una vez la cabeza. Verás como reconquistas a Susanna.

Enrico sonríe, abraza a Flavio.

 ¿Y tú? ¿No tienes nada que decirnos?

 Por supuesto -Se toma un vaso de vino, mientras espera a que llegue el champán-. He echado a Cristina de casa. Me tenía ya hasta los cojones.

 ¿Qué? ¡Qué estás diciendo, no me lo puedo creer!

Todos se han quedado sin palabras de verdad, anonadados. Flavio los mira uno por uno y al final sonríe.

 Después volvió. Pero está mucho más calmada. Y desde entonces las cosas van mejor. Ya no tendré que sentirme culpable si juego a futbito, si no ordeno mis cosas, si quiero pasarme media hora tumbado a la bartola en el sofá sin hacer nada. Y, sobre todo, podré salir más a menudo con vosotros, así que ya podéis ir con cuidado, que os estaré vigilando.

Pietro le da una palmada en la espalda.

 ¡Me alegro por ti! Pero lo podías haber hecho antes.

Flavio lo fulmina con la mirada.

 ¿Y qué querías? Más vale tarde que nunca, ¿no?

 Si tú vienes me controlarás. ¡Susanna estará más tranquila y yo podré seguir haciendo de las mías!

 ¡Ah, no! ¡Ni hablar! ¡Mira que yo me chivo!

Llega la botella de champán.

 Chicos, brindemos. -Pietro la destapa y sirve rápidamente cuatro copas. Levanta la suya.

 Bien, por nuestra amistad, que no se acabe nunca. Por Alessandro, que ha tenido el valor de dudar de mí, precisamente él que no es capaz de tranquilizarnos acerca del hecho de que no sea maricón.

 ¿Maricón yo?

 ¡Pues claro! Uno que deja escapar un sueño como Niki Si tú no eres maricón, ¡¿quién lo es?! Venga, Alex, ánimo. Ésta es la noche indicada para salir del armario. Venga, ábrete a nosotros, que después ya pensaremos en cómo volverte a tapar.

Y todos se echan a reír.

 ¡Qué bordes sois! Bromas aparte, tengo una idea. Y tengo que darme prisa. Niki se va mañana.

Continúan bebiendo champán, mientras Alessandro les explica cuál es su idea y se divierten un montón. De todos modos, se necesita valor para atreverse a llevarla a cabo. De manera que piden también una grappa y un ron. Y por qué no, también un poco de whisky. Total, que al final acaban todos borrachos.

En el coche. Atmósfera superetílica.

 Despacio, despacio, ve despacito.

 Más despacio que esto un poco más y retrocedo en el tiempo.

Alessandro, el más borracho de todos, aparca su Mercedes en el puente de corso Francia. Antes han pasado por la oficina a buscarlos y han armado un jaleo tremendo con el portero, que no quería dejarlos subir al verlos tan borrachos. Pero Pietro es buenísimo en eso. Sabe cómo beberse una buena botella de vino, pero también cómo «untar» a un portero mediocre. Vaya, que al final han logrado salirse con la suya. Y allí están, listos para la gran idea de Alessandro.

Flavio está preocupado.

 Chicos, tenemos casi cuarenta años. Vámonos, os lo pido por favor

 Pero ¡Flavio, precisamente ahí está la gracia!

Se bajan todos del coche y se suben al puente. Alessandro se pone a horcajadas sobre el antepecho, demasiado alto para él y sobre todo para su nivel alcohólico. Se resbala pero se incorpora de nuevo. Coge el aerosol rojo y mira a su alrededor.

 Chissst

Enrico lo ayuda.

 Ven, súbete aquí para escribir.

 Se va a caer del puente.

 ¡Qué va! ¡Me tengo en pie perfectamente!

Pietro se le acerca.

 ¿Has pensado ya lo que vas a escribir? O sea, ¿tienes lista una frase?

 ¡Pues claro! -Alessandro sonríe borracho-. «Desde que te conocí soy el hombre más feliz del mundo y además»

Flavio lo interrumpe.

 Oye, estás con un aerosol encima de un puente. ¡Tienes que escribir una frase, no un poema!

 Es verdad, tienes razón. -Alessandro se sujeta a él-. Quieres decir una como aquella de allí. -Y mira a su alrededor-. Esa que está por todas partes, a tres metros sobre el cielo.

 Sí, pero ésa ya está muy vista. Tú eres un creativo, ¿no?

 ¡Pues claro, de ti se espera algo más! Puede ser algo simple, pero que impacte.

Alessandro se ilumina.

 ¡Ya la tengo! Allá voy.

 ¿Estás seguro?

 Sí. -Alessandro se encarama, se pone de pie en el puente, coge el aerosol y empieza a escribir. «Ámame, c» pero justo en ese momento, un faro ilumina a Alessandro y a todos los demás.

 Atención. -Una voz metálica sale de un megáfono-. No se muevan. Mantengan las manos a la vista. Quietos.

Alessandro intenta cubrirse los ojos. Entonces los ve. No puede ser. No es posible. ¡Son ellos! Los policías de costumbre. Serra y Carretti.

 Venga, bajad de ahí.

Alessandro, Enrico, Flavio y Pietro se acercan a ellos.

 Disculpe, ¿eh?, era sólo una broma

 Claro, claro. No faltaba más. Entréguenme la documentación.

Entonces Serra mira a Alessandro.

 Otra vez usted, ¿eh?

 Pero en realidad yo no es lo que usted piensa

 Y encima está borracho. Oiga, está farfullando.

Flavio intenta justificarse.

 Yo no he bebido tanto

 Ya, ya, ahora os venís todos a comisaría.

Y se suben atrás, en el coche patrulla, uno encima del otro, quejándose.

 Ay, no me empujes, me haces daño

 Jo, la única vez que salgo con vosotros y nos detienen. ¿Y ahora qué le digo a Cristina?

 Que eres un gafe.

Serra se vuelve hacia ellos.

 Pero ¿se puede saber qué estabais escribiendo?

Alessandro responde orgulloso.

 Quería escribir: ¡ámame, chica de los jazmines! ¡Sí, así tenía que ser para ella que es motor amor!

Serra mira a su colega.

 ¿La chica de los jazmines que es motor amor? Pero ¿qué está diciendo?

Carretti se encoge de hombros.

 Olvídalo Éstos están muy borrachos

Alessandro le da un golpe en el hombro.

 Oiga, que yo no estoy borracho, o sea, puede que esté borracho pero estoy claro, es usted el que no entiende Quería escribirle esa frase para que se diese cuenta de lo importante que es, porque ella está a punto de irse, se va mañana a Grecia, ¿lo entiende? A la isla del amor y si se lía con alguien, ¿eh? ¿Si se enrolla con otro? A lo mejor se enrolla con otro en Grecia porque no sabe lo importante que es para mí, porque me quiere olvidar, ¿eh? Será culpa vuestra si eso sucede ya lo sabéis Si eso pasa, os denuncio ¡Gilipollas, que eso es lo que sois!

Y no sabe que esta frase, aunque la haya dicho borracho, significará una denuncia y pasar la noche en la comisaría central.

Ciento diecinueve

Noche. Noche nublada. Noche oscura. Noche bandolera.

Elena acaba de salir del teatro. Un espectáculo divertido, lleno de jóvenes actores, algunos hasta han participado en alguno de los anuncios de su empresa. No podían dejar de invitarla. Ella le ha proporcionado más dinero a esa compañía que dos temporadas seguidas en el mejor teatro de Roma. Elena llega a casa. Se baja de su BMW Individual Serie 6 Coupé, color Blue Onyx metallic, nuevo y flamante. Se dirige a su portal. Apenas tiene tiempo de meter la llave en la cerradura y de volverla a sacar, y ya se encuentra dentro del portal con la cara aplastada contra el cristal, y siente que la arrastran hacia el vestíbulo. Acaba por el suelo, en la escalera, junto al ascensor. Tropieza con el felpudo de la señora del bajo, la que siempre cocina con cebolla. Pero esta noche no hay olores, no hay ruidos, sólo silencio. Demasiado silencio. El Mochuelo y el Halcón Peregrino se le echan encima.

 Estáte calladita y dame ahora mismo las llaves del coche.

El Mochuelo le tapa la boca con la mano, mientras Mauro la reconoce de repente. Es la de mi prueba, la señora que estaba en la habitación detrás de la ventana, la que tenía mis fotos en la mano, la que las rompió, la que no me quiso.

Elena lo mira. Ve la maldad en sus ojos. Entrecierra los suyos tratando de comprender.

¿Qué le he hecho a este tipo? ¿Acaso nos conocemos? ¿Quién es? ¿Por qué no deja de mirarme fijamente? Y, aterrorizada, sin entender absolutamente nada, muerde con fuerza la mano del Mochuelo y empieza a dar gritos.

 ¡Socorro, socorro, ayúdenme!

El Mochuelo también grita y agita la mano en el aire, intentando aplacar el dolor del mordisco. Luego, por toda respuesta, como una fría venganza, le da un puñetazo a Elena en plena cara; ella cae hacia atrás y se da un fuerte golpe en el escalón. Un instante de silencio. Todo queda como en suspenso. Mauro se ha quedado con la boca abierta. Paralizado. El Mochuelo le da un empujón.

 ¿Qué te pasa, Halcón Peregrino, estás dormido? Coge su bolso, rápido, larguémonos de aquí.

Mauro coge el bolso. Mira otra vez a Elena. Está tendida, vuelta hacia los escalones, inmóvil. Mauro la mira, muy asustado. Alguna que otra puerta empieza a abrirse, se oye ruido de cerrojos al correrse.

Gente que se ha despertado por el ruido, por los gritos de Elena.

Mauro se aleja veloz en la noche, se sube a la enorme moto, arranca y se marcha a todo gas. El Mochuelo busca en el bolso, encuentra las llaves, pone en marcha el BMW y se pierde también en la noche a toda velocidad.

Ciento veinte

A la mañana siguiente, con las Ray-Ban nuevas que Diletta les ha regalado a todas, parten. Un taxi las lleva a la estación. Es de madrugada. Las mochilas recién hechas, las camisetas numeradas, uno, dos, tres cuatro con una pequeña ola azul. Niki les entrega una a todas sonriente. Hay también dibujado un pequeño corazón rojo. Erica ha comprado una libreta Moleskine grande.

 Eh, chicas, éste será el diario de a bordo de las Olas Por el momento, ya he puesto en la primera página mi gran noticia. He dejado a Giorgio.

 ¡Nooo!

 ¡No me lo puedo creer!

 ¡Estás de broma! No es posible.

Erica hace un gesto de asentimiento con la cabeza.

 No sólo eso, sino que pienso hacer estragos. Voy a recuperar todo el tiempo perdido. La voy a armar. En cada página aparecerá un nombre diferente al final

Corren por el andén, se suben al tren y se meten en su compartimento. Se encierran dentro. Todavía tienen cosas que contarse y que inventar, y que soñar juntas. Y se ríen y bromean. Y el tren sale. Y ellas han partido ya.

 Tengo sueño. Está amaneciendo y así no se puede. Voy a llegar con ojeras.

 ¿Y qué quieres? ¡Tampoco podíamos coger el tren para Brindisi a mediodía! ¡Nos falta todavía el ferry!

 Pero ¡los aviones también existen! ¡Así vamos a tardar toda la vida!

 ¡Sí, sí, aviones! ¡Nosotras tenemos toda la vida! Perdona, ¿qué prisa tienes? Es el viaje de la madurez, ¿te das cuenta? Ma-du-rez, y tenemos que sentirlo, saborearlo, vivirlo, sufrirlo. Ni que fueses una princesa, además

 ¡Sí, la del nabo!

 ¡Olly! Hay que fastidiarse, siempre estás igual.

 Erica tiene razón. Somos las Olas. ¡Mochila y poco dinero en el bolsillo!

 ¿Qué ferry tenemos que coger?

 El Hellenic Mediterranean Lines. He reservado sitio en cubierta, ¿eh? Mejor que las butacas, que son incómodas, no puedes tumbarte. De todos modos, llevamos esteras y sacos de dormir.

 ¡Qué guay, Erica, muy bien!

 ¿Y si llueve? -pregunta Diletta.

 ¡Pues te mojas! -le responde Olly sin dejársela pasar-. ¿O es que acaso va a venir tu pequeño Filippo a protegerte?

 No, ya sabes que se queda en casa. Ya lo echo de menos

 ¡Oooh, ahora nos va a poner caritas todo el tiempo! Tranquila, que no te lo van a robar, no. ¡El pequeño Filippo está en casita esperándote!

 ¡Idiota!

Niki se pone los auriculares de su iPod. No se ha quitado las gafas a pesar de que es temprano y el sol no resulta precisamente cegador dentro del vagón. Se ha bajado casi todo Battisti del i-Tunes. Esas palabras le hacen daño, pero es más fuerte que ella. A veces el dolor te absorbe tanto que resulta casi espontáneo el hecho de alimentarlo. El paisaje corre veloz por las ventanillas. Igual que los recuerdos en su corazón. Erica le da una patada en la pierna.

 Eh, chica, ¿duermes? ¡Grecia nos espera! ¡Para dos que se acaban de separar como nosotras, fiesta grande!

 ¡Sí, sí, yo os guiaré al abordaje! -Olly salta en su asiento-. ¡Hale! ¡Y conste que he dicho hale, no Alex! -Y grita.

Una pareja de señores ancianos se vuelve y la mira, Niki esboza una sonrisa para no defraudar a sus amigas, pero después vuelve a mirar hacia fuera, en busca de distracciones que no llegan. El tren corre veloz, el sol se levanta en el cielo. Perfume de vacaciones, libertad, ligereza. Pero tenía que ser diferente. Podía ser diferente. Mis amigas están felices. Cada una ha encontrado su camino o ha abandonado el equivocado. Cada una sabe adónde ir. En cambio, yo me estoy dejando llevar. Pero a lo mejor es así como tiene que ser cuando te sientes mal. «Tener en los zapatos las ganas de marchar. Tener en los ojos el deseo de mirar. Y quedarse prisioneros de un mundo que sólo nos deja soñar, sólo soñar»

Y después una noche en el ferry. El mar, las olas, la corriente. Y esa estela que se aleja del barco. Y pensamientos que no consiguen desvanecerse. Niki está apoyada en la barandilla. Pasan unos chicos a su lado. Otro, tumbado en una hamaca de madera bastante corroída por el salitre, lee un libro antiguo de Stephen King; otro, uno nuevo de Jeffery Deaver. Thriller. Terror. Miedo. Niki sonríe. Mira de nuevo el mar. Ella no necesita ningún libro para tener miedo. Y se abraza con fuerza a sí misma. Y se siente sola. Y le gustaría mucho poder detener esa lágrima. Y le gustaría no haber amado. Y le gustaría mucho no seguir amando. Pero no lo consigue. Y esa lágrima cae, y se sumerge en el mar azul, tan salado como ella. Y Niki se ríe ella sola. Y sorbe un poco por la nariz. E intenta no llorar. Y al final casi lo consigue. Están a punto de empezar unas vacaciones. Maldita sea Ese dolor no tiene intención alguna de pasarse.

Mediodía. Olly acaba de recoger su saco y bosteza con la boca abierta, todo lo que le dan de sí las mandíbulas. Luego se pone en pie y mira el puerto que se acerca.

 Ya me explicarás cómo te lo has montado para dormir así hasta ahora. La gente no hacía más que pasarte prácticamente por encima. -Erica le da una palmada en la espalda.

 No me he dado cuenta de nada. Ya te dije que tenía sueño. Encima nos roban tiempo. ¿No me dijiste que aquí se adelantaban una hora? Ladrones. Me haces levantar de madrugada, me haces De todos modos estoy excitada.

 ¿En qué sentido?

 Anoche, mientras vosotras teníais frío y os ibais a dormir al pasillo de dentro, yo conocí a aquel de allí. -Y Olly señala a un chico que está un poco más adelante, apoyado en la barandilla del puente. Junto a él, sobre una hamaca azul abierta, hay una mochila enorme-. Es de Milán, estudia en la Politécnica. Un tipo superguay. ¡Va a reunirse con sus amigos que se le han adelantado; él tenía que hacer todavía un examen! Le dije que íbamos a Rodas y le he dejado mi móvil. Así podemos encontrarnos allí.

 Dabuten.

 ¿Dabuten?

 Sí, anoche, mientras estábamos en el pasillo de dentro, conocimos a dos de Florencia. Ellos dicen eso cuando sucede algo bueno. Dabuten.

 Ah. ¿Y cómo eran?

 Vaya. Uno no estaba mal, pero el otro parecía la copia en feo de Danny De Vito en su versión antipática.

 Un sueño

 Venga, va, han dicho que ya podemos bajar. -Niki se coloca la mochila a la espalda mientras Diletta se contorsiona para sacarse el móvil del bolsillo de los téjanos. Ya lo tiene. Finalmente. Lo abre y lee el mensaje que le acaba de entrar.

«Hola, guapísima. ¿Cómo estás? ¿Sabes que te amo un montón y que te echo de menos? Date prisa en regresar, que nos vamos para España»

Diletta sonríe y envía un beso a la pantalla del teléfono. Olly la ve.

 ¡Pues sí que estamos bien! ¡Venga, Olas, nos vamos! -Y sale corriendo, pasando junto al muchacho de Milán, que le sonríe y le hace un gesto con el índice de la mano derecha como diciendo: «Ya hablaremos más tarde.»

Erica, Diletta y Niki la siguen. Se bajan del ferry. Una marea de cabezas, gorras, mangas cortas, mochilas, bolsones de colores, voces y sonidos se extiende por el muelle de Patrás, antes de dispersarse por todas partes. Despedidas, adioses, citas de gente que ya se conocía o que se ha conocido esa noche en el ferry. Un perro labrador corre arriba y abajo como un loco, hasta que un muchacho lo coge y se lo lleva por el collar.

 Eh, allí hay un súper. ¿Nos compramos una crema bronceadora? ¡Me la he olvidado!

 No, vamos a dar antes una vuelta. ¡Después tenemos que coger el autobús! Mientras tanto, mira a tu espalda: ése es el monte Panachaicon!

 ¡Menuda pedante estás hecha, Erica! ¡Pareces la guía! ¡Tenemos, tenemos! ¡El monte, el monte! ¡Estamos de vacaciones! ¡Probablemente las vacaciones más guays de nuestra vida!

Niki mira a su alrededor. A la derecha del muelle hay un enorme aparcamiento. Un poco más allá un pequeño bar.

 Venga, vamos a dar una vuelta.

Las Olas empiezan a caminar entre la marea de gente que las rodea. Callejuelas estrechas, tráfico intenso y después subir, bajar, reír, detenerse frente a un escaparate. Y el anfiteatro, la fortaleza, el Reloj, el barrio de Psila Alonia desde donde se divisa todo el mar Jónico. De vez en cuando, Niki se queda absorta, Diletta continúa enviando mensajes por el móvil, Erica intenta leer informaciones varias en su guía pero ninguna le presta atención, mientras Olly habla prácticamente con todos los que se encuentra. La enajenación inofensiva de unas vacaciones juntas. Deseo de cosas nuevas. De locuras, de pasar del tiempo. De libertad. De una enorme y total libertad. Y Niki. Deseos de Nostalgia y tristeza. El recuerdo de un amor intenso. Y hermoso. De esos amores que duran toda una vida y que nunca se logran olvidar del todo.

Y una semana más. Clima agradable, caluroso pero no en exceso. Apaciblemente veraniego. Niki está sentada a una mesa de la terraza de un pequeño local, rodeada por las características paredes blancas. Está comiendo yogur y observa a la gente que pasa.

 ¿Sabías que esto está lleno de famosos? ¡Es superguay!

 ¡Además, Mikonos es preciosa, con todas esas callejuelas, los bares, las discotecas, las tiendas siempre abiertas! ¡Yo me vengo a vivir aquí!

 ¡No te digo! ¡Estamos ya en Chora! Hasta no hace mucho, la llamaban la capital de verano de los gays, ¡me mola cantidad, es la patria de la tolerancia!

 ¡Sí, pero también hay heteros que están buenísimos! ¡¿Os fijasteis ayer en la playa?! ¡Esos de Milán son la hostia! ¡Niki, te has quedado con el más guay de todos! ¡Emmanuele es una pasada!

 ¡Olly, yo no me he quedado con ninguno! ¡Eres tú la que está causando estragos! ¡¿Te das cuenta de que desde que salimos, sin contar con el de Milán que venía en el ferry, te has enrollado ya con tres?! El rubio de Nápoles, aquel de Rávena que se parecía a Clark, el de Smallville, y hasta un extranjero

 ¡Sí! ¡El francés tan relamido que te regaló la colonia de lavanda!

 ¿Y qué? ¿De qué sirven las vacaciones si no? Además, tú, ¿a qué estás esperando? ¡Ése está que se derrite por ti! ¡De todas maneras, esta noche los veremos en la discoteca, y tengo ganas de ver lo que haces! Claro que después del corte que le diste ayer por la noche Pobrecillo.

 ¿Pobrecillo de qué? No pude, no tenía ganas de besarme con él.

Los jazmines. La terraza. La noche. Las sonrisas. Eso es en lo que Niki estaba pensando mientras aquel atractivo muchacho, después de mil y un cumplidos, se acercó a sus labios Y ella no pudo. De modo que le sonrió y se alejó tras hacerle apenas una caricia en la mejilla.

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