Hummm, buena.
Pietro levanta una ceja.
La noche promete.
Perdona, Alessandro, vamos a tu casa, ¿no? -Alessandro le hace un gesto afirmativo a Andrea-. ¿Y qué dirá Elena cuando te vea llegar con estas tres cerecitas?
Pietro se echa hacia delante y le da una palmada en el hombro izquierdo.
¡Bravo! ¡Ésta sí que es buena! -Después intercambia una mirada con Alessandro en el retrovisor y se contiene-. Ejem, una observación muy apropiada. ¿Qué respondes?
Elena está en viaje de trabajo y regresará dentro de dos días.
Ah, bien, entonces estamos todos más tranquilos.
Sólo os pido una cosa.
Espera, ya lo digo yo: ni una palabra sobre esta noche, ¿verdad? -replica Pietro.
Eso también. Pero entonces os tengo que pedir dos cosas. No volváis a mencionarme a Elena.
¿Por qué? -pregunta ingenuamente Andrea.
Porque hacéis que me sienta culpable.
Pietro pone los ojos en blanco, después busca la mirada de Alessandro en el espejo y, con, un vistazo promete silencio absoluto. Cómo no, para eso están los amigos.
Nueve
Noche de ventanas entreabiertas para recibir un atisbo de primavera. Noche de colchas que protegen y recuerdos que dejan dudas y un sabor un poco amargo en la boca. Niki da vueltas y más vueltas. A veces, el pasado hace que las almohadas resulten incómodas. Pero ¿qué es el amor? ¿Existe alguna regla, una manera, una receta? ¿O es todo casual y sólo te queda esperar a ver si tienes suerte? Preguntas difíciles mientras el reloj con forma de tabla de surf colgado en la pared señala la medianoche. Fabio. Raro aquel día. No, hermoso. Todavía me acuerdo. Setiembre. Brisa agradable y cielo azul oscuro de una noche apenas comenzada. Él y los otros tocando en un concierto improvisado en una nave abandonada, escenario inventado, mientras en una pared de cartón piedra algunos grafiteros entablan una competición de dibujos y spray. Nosotras habíamos ido allí por casualidad, gracias al boca a boca habitual de la calle. Me gusta su estilo. Palabras de fuego para canciones funky que arañan el corazón. Y Olly venga a decir que Fabio está bueno que te mueres. Y cada vez que lo dice, yo siento una extraña punzada de fastidio. Porque es guapo. Me doy cuenta. Y de vez en cuando nos miramos, y él me señala mientras canta. Emoción de dos que juegan a distancia, encima y debajo de un escenario improvisado, entre scratch y gente que hace popping y baila al ritmo rápido y explosivo que propone la música. Y después, sorpresa, vuelvo a encontrármelo en el instituto, en otro grupo, y descubro que tenemos la misma edad, que me mira y me sonríe. Sí, es realmente guapo. Comenzar a salir juntos después de las clases para ir a dar una vuelta en el ciclomotor, a tomar un helado o una cerveza en los centros cívicos, asistir a los ensayos de algún grupo en un sótano. Hasta que todo nos lleva a besarnos entre los sonidos y colores de un sábado por la noche en un local. Luego el viaje continúa, y el beso se convierte en una noche solos aquí en casa; con mis padres en una de sus habituales cenas y mi hermano durmiendo en casa de Vanni. Una casa demasiado grande para un amor quizá demasiado pequeño. Él con una flor. Una sola, dice, porque al menos es especial, única, no perdida en un ramo, confundida con otras. Un beso. Uno solo no. Otro. Y otro más. Manos que se entrelazan, ojos que se buscan y encuentran espacios y panoramas nuevos. Esa vez. Momento único. Que desearías que no acabase. Que fuese el inicio de todo. Descubrirse vulnerables y frágiles, curiosos y dulces. Una explosión. Al día siguiente reúno a las Olas, se lo explico todo y me siento grande. Él que me busca, viene a recogerme y me dice: «Eres mía. No me dejarás nunca. Estamos demasiado bien juntos. Te amo.» Y después: «¿Dónde estabas? ¿Quién era ése? ¿Por qué no te quedas conmigo esta noche en vez de irte a la discoteca con tus amigas?» Y comprender que tal vez amar es otra cosa. Es sentirse ligeros y libres. Es saber que no pretendes apropiarte del corazón del otro, que no es tuyo, que no te toca por contrato. Debes merecerlo cada día. Y se lo dices. Se lo dices a él. Y eres consciente de que hay respuestas que quizá deben cambiarse. Es preciso partir para volver a encontrar el camino. Fabio que me mira enfadado, de pie, ante el portal. Y dice que no, que me equivoco, que somos felices juntos. Me coge por un brazo, me lo aprieta con fuerza. Porque cuando alguien a quien quieres se te va, intentas detenerlo con las manos, y esperas poder atrapar así también su corazón. Pero no es así. El corazón tiene piernas que no ves. Y Fabio se va diciendo «Me las pagarás», pero el amor no es una deuda que saldar, no regala créditos, no acepta descuentos.
Dos lágrimas resbalan despacio, casi tímidas y preocupadas por no manchar la almohada. Niki se abraza a ella. Y por un instante se siente protegida por esa colcha que la separa del mundo.
Las doce y media de la noche. Niki vuelve a darse la vuelta. La almohada le resulta incómoda. Como un pensamiento puntiagudo colocado debajo del colchón. Ruido de cerradura que se abre. Reflejo de luz que llega desde el pasillo.
¡Desde luego, los Frascati son una pareja absurda! ¿Lo has oído? ¡Él se enfada porque su mujer no ha querido inscribirse también en el curso de tango! Pero ¡si a ella no le interesa para nada el baile!
Simona deja las llaves en la repisa como hace siempre. Niki oye el ruido. Y la imagina. Los oye hablar.
Sí, pero para él eso sería un gesto de amor. Ya sabe que a ella no le gusta, pero por una vez quisiera que fuese con él.
¡Ya, pero no se puede pretender que sólo porque alguien te ama debas soportar una cosa que no te interesa! ¡Él tendría que decirle: querida, haz tú también lo que te guste y después nos lo contamos en casa por la noche! ¡Así resulta más divertido! Hay un intercambio
¡Claro! Tú, por ejemplo, vas a hacer aeróbic acuático y yo en cambio juego a tenis.
¡Y a mí no se me ocurriría pedirte que te pusieses el flotador para hacer el curso conmigo y otras diecinueve mujeres!
¡En parte porque ya me dirás qué iba a hacer yo solo entre veinte mujeres vestido como un experimento de Leonardo da Vinci! ¡Un momento, ¿has dicho diecinueve mujeres?!
¡Sí, tonto! pero todas neuróticas. A ti en cambio te ha tocado la mejor
Un ruido de silla que se mueve, como si la hubiesen empujado. Después silencio. Ese silencio pleno. Profundo. El silencio de los besos. Ese que habla de sueños y fábulas, de tesoros escondidos. Los más bellos. Y Niki lo sabe. Y mientras aprieta con más fuerza la almohada piensa que quizá el amor verdadero sea el de sus padres. Un amor simple hecho de días juntos, cada cual con sus propios deberes y aficiones. Un amor hecho de risas y bromas mientras se regresa a casa de noche, hecho de desayunos preparados por la mañana, de hijos a los que educar, de proyectos que aún han de realizarse. Sí, mis padres se aman. Y no han sido el primer amor el uno del otro. Se conocieron después de haber amado a otras personas. Y quizá no de este modo. Puede que sea preciso viajar antes de saber cuál es la meta adecuada para nosotros. Quizá cada vez que amas sea la primera.
Diez
Qué casa más bonita -dice una de las rusas.
Alessandro la mira y sonríe. ¡Elena nunca me lo dijo! Apenas ha tenido tiempo de abrir la puerta, cuando Andrea se cuela dentro y empieza a dar vueltas por el salón.
Sí, es bonita de verdad, en serio Ah, espera, estas fotos de aquí las había visto ya. Sí, Elena las llevó a la oficina porque quería enmarcarlas. Están muy bien Son las fotos de tus trabajos, ¿verdad?
Sí. -Alessandro se aparta para que entren también Pietro y las tres muchachas rusas-. Bueno, éste es el salón, aquí está el baño de los invitados, allí la cocina. -Sigue caminando seguido por todos-. La habitación de huéspedes con otro baño, ¿ok? Por si hiciese falta
Alessandro y Pietro se miran y sonríen.
Sí -asiente Andrea-, por si hiciese falta.
Vale, otra cosa importante: todo debe hacerse con el máximo silencio, porque son -Alessandro mira el reloj- casi las dos de la mañana, y yo me voy a dormir allí. -Y señala una gran habitación al fondo del pasillo que sale del salón.
¡Eh, no la recordaba ahí! -dice Pietro complacido.
En realidad no estaba ahí. Pero Elena ha querido hacer obras.
Pero ¿cómo? Justo ahora que -Pero Pietro se acuerda de que también está allí Andrea.
¿Justo ahora? -pregunta éste.
Quería decir que por qué justo ahora ¡Normalmente las obras se hacen en verano, no en primavera!
Es verdad, tienes razón La verdad, Alessandro, es que tienes perfecto derecho a estar estresado.
Pero si yo no estoy estresado.
Sí, estás estresado, estás estresado. ¿Quieres una cereza?
No, gracias, me voy a dormir.
¿Una ensaladilla rusa?
Tampoco.
¿Ves como estás estresado?
Sí, vale, buenas noches. No hagáis ruido y cerrad la puerta con cuidado cuando os vayáis, porque los vecinos se quejan si se cierra de golpe.
Pietro estira los brazos.
Qué absurdo. Se les podría poner una demanda.
Alessandro se cierra con llave en su habitación, se desviste de prisa, se lava los dientes y se mete en la cama. Enciende el televisor y se pone a pasar canales en busca de algo que ver. Pero nada llama su atención. Se levanta. Abre el armario que era de Elena. Vacío. Abre uno de los cajones. Tan sólo unos saquitos de tela perfumados que hizo ella misma. Coge uno. Madreselva. Otro. Magnolia. Otro más. Ciclamino. Ninguno huele a ella. Se vuelve a acostar, apaga la tele, las luces y después cierra los ojos lentamente. En la oscuridad, antes de quedarse dormido, algunas imágenes confusas, recuerdos. Aquella vez que habían ido al cine y, después de haber pedido las entradas en la taquilla, se dio cuenta de que se había dejado la cartera en el coche. Al verlo rebuscar un rato en los bolsillos, apuradísimo, Elena puso el dinero en la ventanilla, mientras le decía a la cajera, que era rubia y muy guapa y además hacía como si no se diese cuenta de nada para no ponerlo a él en mayor apuro: «Discúlpele, lo hace por la paridad entre hombre y mujer, pero no lo admite y, para hacerme pagar, tiene que montar primero la escenita.» Y él había querido que se lo tragase la tierra. O cuando le cortó la respiración entrando en la habitación, esa misma habitación, vestida tan sólo con un ligero picardías transparente Y después en el sofá pum, pum, pum. Con ganas. Con pasión. Con rabia. Con deseo. Tum, tum, tum. Pero no hacía tanto ruido Tum, tum, tum. Alessandro se despierta sobresaltado.
¿Qué pasa? ¿Qué ocurre?
Soy Ilenia.
¿Qué Ilenia?
Ilenia Burikova.
Pero quién eres, le gustaría responder a Alessandro, no te conozco de nada.
Soy Ilenia. -Entonces se acuerda de las rusas que andan por la casa. Se levanta, abre la puerta de la habitación-. ¿Me oyes? Ese tipo está mal
¿Quién?
Uno que no me acuerdo cómo se llama. Mi amiga Irina está pidiendo socorro.
¿Socorro? ¿Quién está pidiendo socorro? Pero ¿qué dices?
Alessandro se pone una camiseta a toda prisa y sale corriendo por el pasillo. Aún no ha tenido tiempo de llegar al salón cuando ve que Irina está en la terraza, asomada y gritando como una loca.
¡Socorro, socorro! Hombre sentirse muy mal. ¡Rápido, llamad todos, hombre casi muerto!
Las luces del edificio de enfrente se encienden. Sale el vecino con su mujer.
¡Eh, tú! Para de gritar, basta de chillar. Ya hemos llamado a una ambulancia.
Alessandro sale a la terraza, coge a la rusa de la mano intentando hacerla entrar.
Socorro, socorro, socorro, está mal -Parece un disco rayado-. ¡Socorro!
¡Basta ya! ¿Por qué armas este jaleo? ¿Quién está mal?
¡En el baño!
Alessandro suelta a la rusa y corre hacia allí. Andrea Soldini está tirado en el suelo, abrazado al váter, respira con dificultad. Al ver a Alessandro esboza una sonrisa. Está bañado en sudor.
Estoy mal, Alex, estoy mal
Ya se ve. Venga, relájate, que en seguida se te va a pasar
No, lo siento, lo que pasa es que sufro del corazón y me he metido una raya de cocaína
¿Qué? ¡Mira que eres imbécil! Pietro, Pietro, ¿dónde estás, Pietro?Alessandro ayuda a Andrea Soldini a levantarse. Después sale del baño sujetándolo por un brazo e intenta hacerle caminar. La puerta de la habitación de invitados se abre. Pietro sale jadeante poniéndose la camisa mientras la muchacha rusa se asoma a la puerta sonriendo y comiendo una cereza. Mejor que cualquier anuncio, piensa Alessandro ladeando la cabeza.
¿Qué pasa?
Éste, que se ha metido una raya y ahora se siente mal Y a mí me gustaría saber quién cojones ha traído coca a mi casa.
Andrea respira con dificultad.
No es culpa de nadie, me dieron un poco en casa de Alessia.
¿En casa de Alessia?
Sí, pero no pienso decir quién me la dio.
Y a mí qué cojones me importa quién te la dio. Perdona, pero, para mí, eres tú quien la ha traído.
La he tomado para quedar bien con las rusas.
Pietro lo coge por el otro sobaco y lo sostienen entre ambos mientras lo hacen caminar.
Pues ya se ve lo bien que has quedado. Está blanco como el yeso. Deberías haberle dado cerezas.
Veruska sigue en la puerta.
Pietro, ven a la habitación, quiero ¿cuándo viene la macedonia de la que me hablabas?
Eh, ya voy, ya voy, ¿no ves que aquí tenemos un buen batido?
Desde la terraza entran las otras dos rusas. Ahora parecen más tranquilas.
Todo en orden. Llega la ambulancia. También está subiendo la policía
Alessandro palidece.
¿Cómo que la policía? Pero ¿quién la ha llamado?
Nosotras todo en regla. Nosotras legales con permiso de trabajo.
¿De qué permisos estás hablando? Aquí el problema es otro. -Se inclina sobre Andrea-. ¿Estás seguro de que no había más coca?
No, bueno sí, un poquitín de nada. En una bolsita debajo del váter.
¿Debajo del váter? ¡Pero tú estás loco! ¡Tenías que tirarla dentro! -Alessandro entra precipitadamente en el baño, encuentra la bolsita con un poco de polvo blanco dentro y la tira al váter justo en el momento en que llaman a la puerta.
¡Abran!
Alessandro tira de la cadena y corre a abrir la puerta.
¡Ya voy!
Ante él, dos camilleros con una camilla plegable y detrás dos policías. Los dos camilleros miran hacia el interior y ven a Pietro sosteniendo a Andrea. Entran de inmediato.
Rápido, acuéstelo, desabróchele el cuello de la camisa. Fuera, fuera, debe respirar.
Uno de los dos da un repaso a las rusas, el otro, profesional, le llama al orden.
Venga, coge el esfigmógrafo, vamos a tomarle la tensión.
Buenas noches. ¿Qué está pasando aquí? -Los policías enseñan su placa y entran. Alessandro apenas tiene tiempo de leer. Pasquale Serra y Alfonso Carretti. Uno deambula por el salón controlando la situación. El otro se saca una libreta del bolsillo y anota algo.
Alessandro se le acerca en seguida.
¿Qué hace? ¿Qué está escribiendo?
Nada, ¿por qué? Tomo notas. ¿Por qué, está preocupado?
No, en absoluto, era sólo por saber.
Somos nosotros los que tenemos que saber. Veamos, nos han llamado por, y leo, fiestecitas extrañas.
Pero ¿qué fiestecitas extrañas? -Alessandro mira preocupado a Pietro-. Esto es una fiesta de lo más normal, qué digo una fiesta, ni siquiera; somos unos cuantos amigos que nos hemos reunido aquí para tomar tranquilamente una copa.
Entiendo, entiendo -asiente el policía-. Con unas rusas ¿correcto?
Bueno, son unas chicas, unas modelos con las que acabamos de rodar un anuncio
Así que, por trabajo -continúa el policía-, han tenido que venir también aquí. Digamos que para seguir trabajando, ¿correcto? Una especie de horas extraordinarias, ¿no?
Disculpe, pero ¿qué quiere decir exactamente con «han tenido que»?
Pietro se da cuenta de que Alessandro se está alterando.
Esto, ¿puede venir un momento? -Coge al policía y se lo lleva a la cocina-. ¿Quiere tomar algo?
Gracias, estando de servicio, no.
De acuerdo. -Pietro se le acerca con aire cómplice-. En parte ha sido culpa mía. Estábamos en una fiesta y resulta que yo congenié con una de las rusas
Entiendo, ¿y?
Un momento, que se la presento Veruska, ¿puedes venir un momento?
Veruska se acerca a ellos con una camiseta larga que le tapa todo menos sus piernas desnudas y larguísimas.
Sí, dimi Pietro -se ríe.
Dime, dime, se dice dime.
Ah, ok, dime -Vuelve a reír.
Veruska, te quería presentar a nuestro policía
Él se lleva la mano a la visera y la saluda:
Encantado, Alfonso.
¿Has visto, Veruska, qué uniforme más bonito llevan?
La chica, coqueta, toca varios botones de la chaqueta.
Sí, lleno de botoncitos pequeños pequeños como cerezas.
Muy bien. ¿Se da cuenta, Alfonso? Veruska encuentra en el uniforme los valores de la tierra, los orígenes más simples. En fin, estábamos conversando tranquilamente con estas amigas nuestras rusas Nada más.
Lo entiendo, lo entiendo Pero si los vecinos nos llaman por alboroto nocturno y fiestecitas extrañas, usted comprenderá que
Lo comprendo. Su obligación es intervenir.
Exacto.
Vuelven al salón. Andrea todavía está tumbado en la camilla, pero ha recuperado un poco el color. Las otras dos rusas y Alessandro están a su lado.
¿Qué tal vas, todo bien?
Mejor -contesta Andrea.
Uno de los dos camilleros se incorpora.
Todo en orden. Tenía una arritmia y, como sufre del corazón, le hemos dado en seguida un tónico cardíaco.
Pietro atrapa la ocasión al vuelo.
Sí, no debería tomar tanto café.
Así es. Como mucho, uno por la mañana y, desde luego nada de café por la noche.
El policía vuelve a guardar la libreta.
Todo en orden pues, podemos irnos. Intenten mantener la música baja. Me parece que tienen unos vecinos muy sensibles a cualquier tipo de ruido.
Sí, no se preocupe. De todos formas ahora mismo se van todos a su casa. -Alessandro mira a Pietro-. La fiesta acaba aquí esta noche.
Sí, sí, claro -Pietro comprende que no hay posibilidad de réplica.
Los camilleros recogen su camilla y se dirigen hacia la salida, seguidos por los policías. De repente, el que todavía no ha abierto la boca, Serra, se detiene.
Disculpe, ¿puedo pedirle un favor? ¿Podría usar el baño?
No faltaba más.
Alessandro le indica educadamente el camino. Pero de repente se da cuenta de que la bolsita todavía debe de seguir flotando en el agua. Se le adelanta hacia el váter y pulsa para descargar de nuevo la cisterna. Sale de allí rápidamente, cerrando la puerta a sus espaldas.
Disculpe, lo siento, pero me había olvidado por completo de que este baño tiene un problema en la cisterna. Por favor, venga por aquí utilice el mío personal.
Lo acompaña y lo hace pasar. Después cierra la puerta y se queda allí, plantado como un poste, mientras sonríe de lejos al otro policía. Pero Alfonso Carretti, curioso y suspicaz, se acerca al primer baño. Alessandro palidece. Pietro es más rápido y, antes de que el policía pueda abrir la puerta, se interpone en su camino.
Lo siento, pero lamentablemente la cisterna no funciona. El otro quedará libre en seguida. -Pietro sonríe-. Quería decirle, Alfonso, que han sido amables de verdad. Resulta difícil trazar el límite entre una visita y un registro. Que, justo por eso, requiere de una orden, pues de otro modo podría constituir abuso de poder por parte del oficial público, inquiriendo de ese modo en delito hipotético por la llamada ilicitud o antijuricidad especial -Entonces Pietro sonríe-. ¿Quiere una cereza? -ofrece.
No me gustan las cerezas.
Pietro le mantiene la mirada. No tiene miedo. O al menos no lo deja ver. Desde siempre, ésa ha sido su fuerza. Tranquilo, sereno, habituado a fingir incluso en las causas más complicadas. Alessandro regresa al salón con el segundo policía.
Gracias, has sido muy amable.
Alfonso alza las cejas y mira por última vez a Pietro y después a Alessandro.
No nos hagan volver de nuevo. La próxima vez, si tenemos que hacerlo, lo haremos con una orden -Y se van cerrando la puerta con brusquedad.
Alessandro sale a la terraza. Su vecino ha apagado las luces y ha vuelto a la cama con la mujer. También Alessandro apaga las luces de su terraza y mira abajo, hacia la calle. Poco después ve salir a los camilleros y a los policías. Ve marcharse la ambulancia con la sirena apagada y a la patrulla derrapando. Alessandro entra en casa y cierra la puerta corredera.
Muy bien. Bravo. Si queríais hacerme pasar una noche de terror, lo habéis conseguido.
Podría ser una idea para un nuevo anuncio.
Pietro, no tiene gracia y no estoy para bromas. Venga, son las tres y media. Fuera de aquí. Tengo que dormir. Mañana a las ocho y media tengo una reunión importante y no sé de qué va. Y llevaos a vuestras amigas rusas, haced lo que queráis
Venga, no exageres. Nos estás haciendo sentir culpables
Eh -interviene una de las rusas-, entre nosotros, huésped siempre es sagrado.
Vale, muy bien. Cuando vayamos a rodar un anuncio a Rusia, seguramente todo irá mejor, pero ahora estamos aquí. Vosotras no tenéis ninguna culpa Pero de veras, tengo que dormir Por favor.
Andrea se acerca a Alessandro.
Perdona si he armado este jaleo, era sólo para impresionarlas.
No te preocupes, me alegro de que estés mejor.
Gracias, Alex, gracias de verdad.
Y así, el extraño grupo se va de su casa. Alessandro cierra finalmente la puerta y da dos vueltas de llave para asegurarse de que, al menos por esa noche, no suceda nada más. Que el mundo quede fuera. Antes de entrar en la habitación, pasa por el baño, el que supuestamente tiene la cisterna rota. La bolsita ha desaparecido. Después mira mejor. Detrás del lavamanos hay un papel enrollado. Cien euros. Se inclina, lo recoge y lo estira. Todavía tiene restos de polvo blanco. Abre el grifo y lo mete bajo el chorro. Lo lava bien. Ya está. Cualquier prueba ha desaparecido definitivamente. Después lo pone a secar en el borde y se va a su habitación. Apaga la luz, se quita la camiseta, se mete bajo las sábanas y se acuesta. Estira los brazos y las piernas intentando recuperar de nuevo la tranquilidad.
Qué noche A saber dónde estará Elena en este momento. De todos modos, entiendo que Andrea Soldini ya no esté en su oficina. Lo habrán echado. Una cosa es segura. No sé si alguna vez impresionará a nadie a primera vista, pero, desde luego, lo que soy yo, nunca lo olvidaré. Y con este último pensamiento, Alessandro se queda dormido.
Once
Habitación añil. Ella.
Lleva allí más de dos meses, sobre el escritorio. De color gris claro, un poco polvoriento, pantalla de 15, cerrado. ¿Qué hago, lo enciendo? La muchacha da vueltas y más vueltas frente a aquel portátil misterioso. Desde luego, ¿cómo puede nadie olvidarse un ordenador sobre un contenedor? Se necesita ser besugo. ¿Por qué se dirá «ser besugo»? ¿Es que los besugos son tontos? A mí no me lo parece. En realidad son veloces, lo vi el otro día en el programa «Quark». También me lo dijo Ivo, aquel pescador de Portoscuso, el año pasado, en Cerdeña. Sea como sea, quien se olvida así un ordenador, debe de estar un poco chalado. La muchacha se sienta al escritorio. Abre el portátil. Ve un pequeño adhesivo abajo, cerca del monitor. «Anselmo 2.» No me lo puedo creer. Pero quién escribe su nombre en el portátil. Anselmo 2, la venganza. Pues sí que estamos bien. Pero ¿será el nombre del propietario? Anselmo. Bueno. Aprieta el botón de encendido. No es mío no debería. Pero si no lo enciendo, ¿cómo hago para saber de quién es y quizá devolvérselo? La pantalla azul de Windows con el clásico logo de bienvenida se abre ante ella. Caramba, lo que hay que ver. Ni siquiera tiene contraseña de acceso. Es decir, se abre sin más, sin protección En el escritorio aparece la imagen de una puesta de sol en el mar. El cielo tiene unos colores brillantes y cálidos y las olas son suaves. Al fondo, una gaviota se dedica a sus asuntos. Pocos iconos. Intenta abrir el Outlook. Siento curiosidad. Veamos sus mails. Pocas carpetas. Mira, mira muchas de las recibidas proceden de «Editorial». ¿Alguien que escribe? Pero ¿hombre o mujer? Después «Oficina». Bah, serán cosas de trabajo. Hay otros nombres, Giulio, Sergio, AfterEight y apodos varios. Saludos, links, vídeos, bromas. Alguna invitación. Veamos en enviados. Muchos a esa editorial, después a los mismos nombres de antes. Una chica aparece con frecuencia. Carlotta. Todos están firmados SteXXX. Menos mal, entonces no se llama Anselmo 2. Veamos Abre otro mail. Stefano. Vale, es un hombre. Luego abre otro. «Hola, he intentado llamarte hoy pero tenías el móvil apagado. ¿Puedo tener el honor de invitarte el sábado a cenar? Estaría muy contento.» Contento. Es un hombre. ¿El honor? Pero, ¿cómo habla éste? Estoy cometiendo un delito. Violación de la privacidad. No, si acaso violación de contenedor. Y a quién le importa. Soy una mirona. No, una «lectorona». Se ríe para sí. Luego sigue registrando y acaba en «Documentos». A ver. Ah, mira «Fotos». Abre la carpeta amarilla. Muchos paisajes y fotos de animales, barcas, cosas varias. Ninguna persona. Ningún rostro. Ni siquiera fotos porno. Menos mal, piensa. La cierra y vuelve al escritorio. Uno de los pocos iconos lleva por nombre Martin. A lo mejor se llama así. La abre. Contiene varios documentos Word. Elije uno al azar y clica.
« Estaba demasiado ocupada intentando conciliar aquel discurso torpe y balbuceante y la ingenuidad de aquellos pensamientos con lo que traslucía en el rostro de él. Nunca había visto tanta energía en los ojos de un hombre. He aquí alguien que puede hacer casi cualquier cosa, era el mensaje que leía en aquella mirada, un mensaje que no se adecuaba a la debilidad de las palabras con las que había sido formulado. Eso sin contar con que la suya era una mente demasiado refinada y ágil como para poder apreciar el valor de la simplicidad.»
Pero ¿esto qué es? ¿Un libro? No pone nada. O sea, ¿que de veras escribe? En efecto, hay mails de «Editorial». La chica sigue leyendo.
«Al recordarla ahora, desde su nueva posición, su vieja realidad de tierra, mar y naves, marineros y mujeres de mal vivir parecía pequeña, pero se fundía con aquel mundo nuevo y parecía expandirse gracias a él. Con su mente volcada en la búsqueda de la unidad, se sorprendió al darse cuenta de que había puntos de contacto entre aquellos dos mundos.»
No está mal. Dos mundos. Diferentes. Puntos de contacto Cierra el documento y apaga el ordenador. Y, sin más, sin un motivo en especial, de repente siente que algo le crece dentro. Una nueva curiosidad. Una vaga excitación. La idea de sumergirse en otro universo. Una escapatoria a un pensamiento que hace tiempo le ronda por la cabeza. Y, al cabo de tanto tiempo, la muchacha sonríe.
Doce
Buenos días, mundo. Niki se despereza. ¿Me haces un regalo hoy? Me gustaría levantarme de la cama y encontrarme una rosa. Roja no. Blanca. Pura. Para escribir en ella como si fuese una página nueva. Una rosa dejada por alguien que piensa en mí y a quien todavía no conozco. Lo sé. Un contrasentido. Pero me haría sonreír. La cogería y me la llevaría al instituto. La dejaría apoyada en el pupitre, sin más, sin decir nada. Las Olas se acercarían llenas de curiosidad.
¡Eh! ¿Quién te la ha regalado?
¿Fabio?
¿Lo está intentando de nuevo?
Sí, sí, él, una rosa, ¡Si acaso un cardo seco!
Y todas a reírse. Y yo, todavía sin decir nada, la dejaría allí toda la mañana. Después, a última hora, arrancaría uno a uno los pétalos y, con un rotulador azul, escribiría letra a letra, una sola en cada pétalo, la frase de aquella canción tan bonita: «Entre los obstáculos del corazón hay un principio de alegría que me gustaría merecer», y después tiraría los pétalos por la ventana. El viento se los llevaría. Podía ser que alguien los encontrase. Que volviese a ponerlas en orden. Que leyese la frase. Y que me viniese a buscar. Él quizá. Ya. Pero ¿quién es él?
Alessandro se despierta sobresaltado y después se da la vuelta bruscamente sobre la cama. El despertador ya ha sonado. Maldita sea, no. Mierda, mierda. Sale zumbando de la cama, se pone las zapatillas. Pero ¿cuándo lo he parado? ¿O es que ni siquiera lo he oído? ¿O es que ayer con todo el jaleo al final me olvidé de programarlo? No es posible. Entra casi resbalando en la cocina. Prepara la cafetera, enciende el gas y la pone al fuego. Después corre hacia el baño, conecta la maquinilla de afeitar eléctrica y, mientras se afeita, da vueltas por la habitación. Intenta ordenar en lo posible los rastros de la noche anterior. De todos modos, hoy viene la mujer de la limpieza. A ver veamos cómo está esto de aquí Entra en la habitación de invitados. Encuentra un tazón. Más cerezas. No es posible. Lo coge y tira su contenido a la basura. Después vuelve a entrar en el baño de las visitas, mira bien en el váter, en el lavamanos, por el suelo, en todas las esquinas. Bien. Ni rastro. Sólo me faltaría eso. Famoso publicista arrestado por posesión de drogas. Precisamente yo, que soy antidroga acérrimo. Y, claro, en nuestro ambiente ¿quién iba a creerme? Por si acaso, descarga de nuevo la cisterna y sale del baño. Pone música en el salón y, con una canción de Julieta Venegas experimenta un cierto buen humor. Casi bailotea. Tiene el tiempo más que justo. Claro que sí, demonios, tengo que ser feliz. Sólo tengo treinta y seis años, cuento con un montón de éxitos y he ganado varios premios de publicidad. Vale, mi madre y mi padre querían que me casase, y eso quizá acabe sucediendo. O tal vez no. Sea como sea, soy alguien que puede gustar. Tranquilamente. Un momento. Se mira con más atención en el espejo del salón, se acerca y observa su rostro. No poco. Alguien que puede gustar, y mucho. Atención. Atención Querida Elena, eres tú quien va a sufrir, quien va a comerse los puños. Volverás y yo, con suprema elegancia, te haré pasar y encontrarás flores.