Simona señala la puerta del cuarto de baño. -Y de él
Poco a poco, Niki empieza a sonreír y deja de sudar, su pelo vuelve a estar en orden y los mechones blancos desaparecen. Se pasa el dorso de la mano por la frente y a continuación sonríe por última vez a sus padres. Simona y Roberto la miran con amor y después también ellos desaparecen lentamente en la penumbra que invade el fondo de la habitación, y que ahora da la impresión de deshincharse y de recomponerse para dejar de nuevo a la vista el cuarto de baño.
Niki abre sigilosamente la puerta, atraviesa la habitación, levanta las sábanas y se mete en la cama, se desliza hasta llegar junto a Alex y se enreda entre sus piernas, en esa serena tibieza. Apoya el pie sobre el suyo para sentirlo más cerca, como si pretendiera calmarse. Y, de repente, se siente mejor. «Sí, puedo conseguirlo», murmura casi para sus adentros mientras Alex se mueve un poco, mete una mano debajo de la almohada y sigue durmiendo. Niki cierra los ojos. Ahora puedo conciliar el sueño. Menudas estupideces se me han ocurrido. Ignora, sin embargo, que en ocasiones, cuando un miedo no se afronta y no se resuelve del todo, se agazapa y permanece al acecho, como una pantera negra escondida en la alta hierba, en la confusión cotidiana, lista para saltar y para reaparecer con toda la violencia de sus garras, imposibilitando cualquier posible huida.
Cuarenta y ocho
Italia. Roma. Via Panisperna.
Sentada en el gran sofá de tela azul Ingrid está viendo el DVD de Monstruos contra alienígenas, fascinada por las imágenes de colores en movimiento. A ambos lados de ella, Anna y Enrico le hacen compañía. La niña se abalanza sobre Anna y la abraza con fuerza. Ella le devuelve el abrazo y las dos permanecen por un momento así. Enrico las mira. Hay que reconocer que se llevan muy bien. Después se da cuenta de que son las siete.
Eh, Anna, ¿qué dices? ¿Nos preparamos algo? Así la niña come algo y tú también cenas. Puedes subir más tarde, ¿no?
La chica mira el reloj y resopla.
Bueno, si no puedes da igual -le dice Enrico.
No, no es eso Es que el tiempo vuela ¡Hay días que parecen pasar en cinco minutos! Está bien, sí, cocinemos un poco de pasta con calabacines, ¿te apetece? Me sale muy rica. Hay calabacines porque esta mañana Ingrid y yo hemos salido a hacer la compra, ¿verdad, Princesa? -pellizca a la niña en el brazo blandito y rechoncho, y ésta se echa a reír de inmediato.
¡Genial! Me encanta la pasta con calabacines.
Se ponen a cocinar. Anna lava y corta los calabacines a tiras. Enrico coge una sartén antiadherente, echa un chorrito de aceite y unas chalotas, que sofríe sobre la placa vitrocerámica. Pasados unos instantes, Anna echa los calabacines y los remueve con una cuchara de madera. Bromean, se ríen y se chinchan el uno al otro mientras Ingrid los mira sentada en su trona y participa a su manera moviendo algunas cosas de la mesa, que ya han preparado para comer.
¡Me divierte cocinar contigo! -dice Anna mientras tapa la cacerola para que el agua hierva antes.
¡Sí! ¿Qué pasta quieres que hagamos?
La de huevo, está ahí, en la despensa.
Ah -Enrico sonríe.
Sabe más sobre mi casa que yo. Se ha aclimatado de prisa. Y la idea le produce un repentino placer.
Poco después están sentados a la mesa dando buena cuenta de la deliciosa pasta cocida al dente, salpicada de perejil picado y parmesano. Ingrid apura su leche homogeneizada con la cuchara. También ella está tranquila. Después comen varias piezas de fruta fresca. Y, por último, el café. Luego Anna lleva a Ingrid a su habitación porque a la niña le ha entrado sueño. Vuelve a la cocina. Enrico se ha puesto el delantal y los guantes de goma.
Dado que has cocinado tú, yo lavo y tú secas.
Sí, la verdad es que el lavavajillas está vacío y no hay muchos platos que lavar. Mejor que lo hagamos a mano. Si no, puedes meterlos ahora y lo ponemos en marcha mañana por la noche, cuando esté lleno. Es importante no malgastar agua y energía, ¿sabes? Yo presto mucha atención a ese tipo de cosas.
Enrico esboza una sonrisa.
¡Está bien, está bien, jefa! ¡Yo también me convertiré a la ecología!
¡Y harás bien! ¡El planeta te lo agradecerá! Además, te comunico que mañana pienso comprar bombillas de bajo consumo y cambiar las que tienes. Cuestan un poco más, pero duran mucho y te ayudan a ahorrar.
De acuerdo, gracias. Te dejaré el dinero sobre la mesa.
No, ya me lo darás cuando las compre. ¡Venga, empecemos! Usa poca agua y detergente, ¿eh? ¡No necesitamos un pozal!
Se ponen a lavar los platos, los vasos, la sartén, la cacerola y el resto de los utensilios que han usado. Enrico friega y Anna seca. Un sincronismo perfecto. Y, sin dejar de reírse, se cuentan varios episodios, recuerdos de campamentos, de vida en solitario.
¿Sabes, Anna? -dice Enrico a la chica mientras le tiende un plato hondo.
¿Sí?
No sé cómo decírtelo
¿El qué? -Anna lo mira con curiosidad porque de repente Enrico se ha puesto muy serio.
Me da un poco de vergüenza, pero tengo que reconocer una cosa
¿Cuál?
No es fácil de decir, pero cuando estoy contigo
Anna deja de secar el plato y lo mira.
Sí, en fin, por primera vez en mucho tiempo, cuando estoy contigo no sólo pienso en Ingrid
Anna lo mira y a continuación esboza una sonrisa dulcísima y un poco tímida. Después, para atenuar la tensión que se ha creado entre ellos, coge la sartén y la coloca en su sitio. Enrico la mira por un instante. Le gustaría seguir hablando. Describirle su nuevo estado de ánimo. Esa ligereza que ha vuelto a experimentar después de mucho tiempo. La renovada conciencia de sí mismo. Además, querría decirle que es guapa, sí. Y dulce. Y que a su lado se siente muy bien. Pero cuando Anna está a punto de volverse y él de hablar, no lo consigue y agacha la cabeza. Lava de nuevo el plato que todavía tiene en la mano tratando de disimular. Es uno de esos momentos en que parece que va a producirse un estallido y de improviso, sin una razón aparente, éste se apaga. Y no vuelve. Anna se coloca otra vez a su lado. Espera algo. Una frase. Una palabra. También ella se siente extraña, como si la hubiesen descubierto. Permanecen en silencio por unos instantes. Y el hilo se rompe.
Sí, quiero decir que he pasado varios días preocupándome por la niña, pensando en cómo me ocuparé de ella, en darle lo mejor para que no sienta la ausencia de su madre, y me he anulado. Voy al trabajo, paso por casa de mi madre para dejarle a Ingrid, después regreso Para recogerla y vuelvo aquí. Todos los días lo mismo. Todas las noches igual. Se acabó el futbito, las veladas con Alex, Flavio y Pietro. Nada Y, en cambio, ahora, gracias a ti consigo relajarme otra vez, pensar que tengo una vida fuera de estas cuatro paredes, amigos. En fin, de no haber sido por tu ayuda me habría perdido. Eres una magnífica colaboradora. Si uno de mis amigos necesita una canguro les daré tu nombre. ¡Puedes estar segura! -dice mientras sigue pasándole la vajilla mojada a Anna.
Ella no lo mira. Se limita a esbozar una sonrisa. Amarga. Distante. Quizá decepcionada. A continuación abre la puerta de un mueble y coloca un cazo en su sitio. Así es. Hay instantes en que todo parece posible y todo puede cambiar. En que todo está al alcance de la mano. Fácil y bonito. Pero de repente llega la duda, el miedo a equivocarse y a no haber entendido bien lo que el corazón siente de verdad. Y puf. Nada. Una promesa fallida.
Cuarenta y nueve
Diletta termina de poner la mesa. Después se dirige a la cocina y echa un vistazo al horno. Bien. La cocción va viento en popa. El agua para la pasta está a punto de romper a hervir. Mira el reloj. Son las ocho. Perfecto. Pocos minutos después suena el interfono. Va a abrir.
¡Soy yo, cariño!
Diletta abre la puerta y la deja entornada. Filippo llega jadeante después de haber subido los cuatro pisos a pie.
¿Soy puntual, cariño? ¡Como verás, esta vez no hay retraso!
Diletta sonríe. Ahora más que nunca, esa palabra tiene un significado especial. Retraso. No, cariño, no has llegado con retraso, le gustaría decirle, ¡pero yo sí!
¿Cuándo piensan arreglar el ascensor? -Filippo la besa dulcemente en los labios-. ¡Ten! -le da una botella de vino blanco que acaba de comprar-. ¿La metemos un poco en la nevera?
Diletta vuelve a sonreír.
¡Sí! Pero que sepas que te viene bien subir por la escalera ¡Sobre todo si comes en mi casa! ¡Ya sabes que aquí las raciones son abundantes!
La cena está lista. Es una de ésas improvisadas, en cierto modo robadas, tras esperar pacientemente a que la casa quede libre. Una cena tranquila, sin salir, porque algunas cosas requieren un poco de intimidad. Un buen entrante a base de gambas con salsa rosa y tostadas. Un primer plato ligero consistente en dorada y verduras, además de sardinas gratinadas al horno con pan rallado. Ríen, hablan y bromean sobre cualquier cosa.
¿A qué hora vuelven tus padres?
El teatro se acaba a medianoche, pero está lejos, de manera que supongo que alrededor de las doce y media
¡Bien! En ese caso podemos comernos el postre con calma -sonríe malicioso.
Diletta coge la botella de vino y escancia un poco. A continuación alza su copa.
¿Brindamos?
¡Por supuesto! ¿Por qué?
Por las sorpresas que cambian la vida.
Filippo alza la suya.
¡Sí! -Hacen sonar el cristal en el aire mientras se miran a los ojos.
Después Diletta se levanta.
Espera
Sale y regresa al cabo de unos instantes con una bolsita de plástico. Saca la caja que hay dentro y la sostiene en las manos.
¿Qué es, cariño?
La sorpresa que cambia la vida.
¿A qué te refieres? ¿Por qué? ¿Qué pasa?
Pasa que tengo un retraso de varios días
Filippo la mira sin comprender una palabra. A continuación se inclina sobre la mesa y coge la caja. Lee y abre desmesuradamente los ojos.
Diletta sonríe tratando de quitar hierro al asunto.
Sí. ¿Quieres que lo hagamos juntos? A mí también me asusta -Rodea la mesa y se aproxima a él. Le da un beso y le coge la mano.
Filippo se mueve como un autómata. La mira. Mira la caja. La sigue por la casa. Cuando llegan a la puerta del cuarto de baño Diletta le quita la caja de las manos.
Espérame -y entra.
Filippo se queda en el pasillo aturdido. No me lo puedo creer. ¿Esto es real? No, es un sueño. Y, de todas formas, puede que hasta sea un error. Pero ¿y si no fuese así? ¿Qué hago? Mejor dicho, ¿qué hacemos? Empieza a andar de arriba abajo por el pasillo con los puños en los bolsillos, la cabeza llena de dudas y el corazón acelerado.
Diletta abre la caja y coge uno de los dos test que ha comprado por la tarde en el supermercado con cierta vergüenza. Antes intentó ir a la farmacia, pero no se atrevió. Se imaginó pidiéndole la prueba a la propietaria. Ella la habría mirado tratando de adivinar su edad, quizá alguien a sus espaldas la habría oído, juzgado, pensado No, no se atrevió. Entonces recordó que los había visto en el supermercado, en la sección de tiritas, desinfectantes y compresas. Y fue allí. Cuando llegó la hora de pagar intentó esconder la caja entre los paquetes de bollería, galletas saladas y yogures, cosas que había comprado sin necesitarlas, quizá para consolarse o para disimular ese objeto tan insólito colocado sobre la cinta negra. Después se apresuró a meterlo todo en la bolsa de plástico y salió corriendo del supermercado como una ladrona que ha conseguido escapar sin que la pillen, como alguien que tiene un secreto que esconder. Se encaminó hacia su casa. Encendió el ordenador, buscó varias recetas sencillas y se puso a cocinar. Se despidió de sus padres, que salieron elegantemente vestidos para acudir al estreno, y siguió cocinando. Resistió al deseo de hacerlo sola. Quería esperar a Filippo. Y disfrutar antes de esa cena para dos que había preparado con tanto amor. Comer y pensar. Comer y mirarlo a él. Comer y saber que todo estaba a punto de cambiar. De una manera u otra.
Diletta quita el envoltorio de celofán del stick del test. Mira la hendidura blanca en la que dentro de poco asomará una certeza. Buena o mala, a saber. Ha leído algunas cosas en Internet. A partir de una muestra de orina, los test revelan la presencia de la hormona propia del embarazo. La hCG. Vaya nombre. El resultado se verá en seguida a través de la ventanita. Una línea oscura. O dos. Normalidad. Novedad. Absurdo. Una línea se colorea y tu vida cambia de buenas a primeras. Y menuda novedad. Dicen que hay falsos positivos y falsos negativos. Pero la fiabilidad es, en cualquier caso, alta. Diletta exhala un suspiro y procede. Recuerda el resto de los síntomas que ha leído en Internet. Vómitos, náuseas, hinchazón en el pecho y variaciones del humor y del apetito. Los síntomas del embarazo. Pero ¿los tengo yo? No es fácil saberlo. Estoy muy confundida. Ya está. Diletta se sobrepone, vuelve el stick del revés para no ver en seguida lo que marca, se sienta en el borde de la bañera y llama a Filippo.
Ven, cariño Lo comprobaremos juntos.
Filippo entra con semblante cadavérico y se sienta. Diletta le coge una mano y se la aprieta. Con la otra gira el stick. De repente siente que se le saltan las lágrimas. Se conmueve. Positivo. Está embarazada. La tensión nerviosa que ha experimentado durante los dos últimos días se desvanece de repente. Filippo lo nota. Está asustado. La abraza. Permanece a su lado. Pero después la sacude un poco.
Venga, cariño, vuelve a hacerlo
¡Bah! Por lo general no fallan
En cualquier caso, inténtalo de nuevo. Al menos estaremos completamente seguros, ¿no? Es importante. A fin de cuentas, en la caja hay dos.
Sí, pero
Filippo no le contesta, coge la caja, saca el otro stick, lo desenvuelve y se lo da a Diletta.
Ten.
Ella lo mira vacilante. Todavía no se lo puede creer. Tal vez Filippo tenga razón, quizá sea mejor volver a intentarlo. Y lo hace. Filippo espera con ella. Se sientan otra vez en el borde de la bañera. Uno. Dos. Tres. Diez segundos. Diletta gira el stick. Y la ventanita les dice la verdad. De nuevo. Lo mismo de antes. Dos líneas. Dos palitos. Dos signos. Dos. Que, sin embargo, significan uno. Una sola cosa. Un bebé.
Filippo se levanta, aferra la caja del test y busca el prospecto. Lo desdobla y lo lee.
Filippo, pero si ya sabemos lo que significa esto
No, quizá lo hayamos entendido mal
Lee nervioso. Salta de una línea a otra. No. No es posible. «El resultado es positivo (embarazo) cuando junto a la línea (o punto) de control aparece otra. El test debe considerarse positivo incluso en el caso de que esta segunda línea (o punto) sea menos definida o tenga un color menos intenso respecto a la de control. El valor de fiabilidad de los test declarado por las empresas productoras es superior al 99% (comparable al de los test de laboratorio).» Filippo lee en voz baja, poco menos que comiéndose las palabras. Que, en cambio, le retumban en la cabeza. Dos líneas. Embarazo. Y ese porcentaje, el 99%. Mejor dicho, superior al 99%. Prácticamente seguro. Prácticamente es el final. Prosigue: «Se aconseja confirmar el embarazo mediante exámenes de laboratorio, previa visita a un médico. Es conveniente suspender la toma de medicamentos que podrían ser perjudiciales para el feto (incluida la píldora anticonceptiva), así como el consumo de alcohol y tabaco.» Se detiene. Y casi le entran ganas de echarse a reír. Porque, por un instante, se aferra a ese recuerdo como si de una tabla de salvación se tratara. Navega en su interior para consolarse, pero también para distraerse. Se trata de algo que aprendió en el instituto, durante un examen de italiano sobre la etimología de las palabras. El prospecto de los medicamentos se denomina también bugiardino. Se cree que el nombre deriva de la costumbre que tenían los ancianos en la Toscana, en concreto los de la zona de Siena, de denominar así a la portada de los periódicos que se exponía fuera de los quioscos. Luego, el nombre se extendió al prospecto. Decían que era porque «las instrucciones de uso» tendían a recalcar tan sólo las virtudes y la eficacia del fármaco. En fin, que decían pequeñas mentiras. Bugiardino, «mentiroso». Y por unos instantes Filippo confía. Confía en que se equivoque. Que esa sentencia, ese golpe, esa novedad absurda no sea cierta.
Filippo vuelve a sentarse en el borde de la bañera y mira a Diletta. Ella se ha tapado la boca con la mano, todavía tiene ganas de llorar.
¿Y ahora? -le pregunta él trastornado-. ¿Qué hacemos?
No lo sé, no me lo esperaba
En cualquier caso, aquí también lo dice. Cabe la posibilidad de que sea un error, el médico debe confirmar el resultado. Porque quizá el test se haya alterado, podemos haber cometido algún error, tal vez lo hayan conservado mal en el supermercado, aquí dice que si has tomado determinados medicamentos
Diletta mira a Filippo con aire perplejo.
Cariño, yo no tomo ningún medicamento.
Está bien, sea como sea, creo que deberías ir al médico. Cuanto antes.
Sí, mañana llamaré para pedir cita.
Permanecen sentados en la bañera mirando el vacío. Juntos. Muy juntos. Diletta le toca una pierna y apoya la cabeza sobre su hombro. Mientras tanto un pensamiento, ese pensamiento tan grande e insólito, se va extendiendo y los colma. Pero de forma muy diferente.
Cincuenta
Pietro llega delante del club. Baja y mira alrededor. Las ocho pistas de tenis de tierra batida están llenas. Al final lo ve. Su hijo Lorenzo está jugando allí y devuelve la pelota al otro lado con cierta seguridad. Carolina, su hermana pequeña, titubea un poco más, todavía no sujeta la raqueta con la fuerza necesaria y no golpea bien la pelota. Pietro ve a Susanna sentada en las gradas y se encamina hacia ella.
Amor mío
Susanna está haciendo un sudoku y no alza la mirada, sino que sigue intentando encontrar el número justo para una casilla y, en particular, para toda la línea, pero reconoce perfectamente la voz. Además, en el fondo se lo esperaba.
Perdona -Se vuelve con una sonrisa forzada, dura, decidida y firme. Pero aún afilada-. Perdona, pero te prohíbo que me llames amor. Que no se te ocurra. Nunca más. No tienes ningún derecho
Pero, cariño
Susanna lo mira furibunda. Pietro abre los brazos.
«Cariño» no me lo has prohibido. -Susanna sacude la cabeza molesta y se concentra de nuevo en el sudoku o, al menos, lo intenta. Pietro prosigue-: Cariño, me parece absurdo que no trates de correr un tupido velo sobre lo que ha sucedido Fue un desliz.
¿Un desliz? Si al menos se hubiese tratado de algo serio Deberías haber seguido andando hasta tropezar con el primer escalón y romperte todos los dientes, me gustaría ver si después seguías teniendo esa sonrisa tan torpe. ¿No te das cuenta de lo que has hecho?
Mira Mira -Susanna deja de escribir y le señala la pista de tenis donde se encuentran Lorenzo y Carolina.
Justo en ese momento, quizá gracias a un golpe afortunado, Carolina consigue que la pelota llegue al otro campo. Se vuelve hacia ellos y sonríe buscando el aplauso de sus padres. Pietro sigue mirando en esa dirección sin entender lo que quiere decir Susanna.
Sí, no juegan mal, están mejorando -prueba a decir.
No me refiero a eso. Son un milagro. Son nuestros, los hemos hecho nosotros. Y es lo más bonito que tengo y, por desgracia, lo único que todavía me vincula a ti
Eres demasiado dura, Susanna No pasó nada. Esa mujer no me interesa en lo más mínimo No es como en El último beso.
¿Y eso qué tiene que ver?
Volví a verla ayer por casualidad. En la película él sí que se enamora de verdad
¡De eso nada! El miedo al matrimonio le hace creer que está enamorado, el deseo de seguir siendo joven ¡De no crecer! El mismo que tienes tú Desde siempre, Pietro.
¡No digas eso!
Susanna mira a su alrededor.
No puedo gritar porque no quiero que me echen del club, mis hijos se asustarían y Carolina se echaría a llorar
Pero, amor mío
Acabo de decirte que no me llames así.
Piénsalo.
Ya lo he hecho, y ¿sabes cuál es el problema? Que tú no te das cuenta de la gravedad de la situación porque siempre lo has hecho, sólo que jamás te había pillado. En fin, más vale tarde que nunca.
Considéralo mala suerte. No debería haberme puesto enfermo. Tenía fiebre. Deliraba Ella se presentó así Me había tomado dos aspirinas. Puede que incluso hubiese bebido un poco de vino a la hora de comer No, Coca-Cola, eso es Ya sabes que, mezclada con la aspirina, la Coca-Cola puede producir un efecto tan extraño como el de los estupefacientes. Eso es, ¡estaba bajo los efectos de la droga! Como le sucedió a Daniel Ducruet, el ex marido de Estefanía de Mónaco, ¿lo sabes, no?, salió en todos los periódicos: cuando lo pillaron con esa tipa estaba completamente flipado.
En cualquier caso, ella no lo perdonó.
Sí, pero todavía se lleva bien con él, entendió el engaño Sea como sea, no te lo tomes a mal, estaba fuera de mí Estaba drogado, ¡había perdido la conciencia!
¡No! ¡La que estaba drogada era yo, el día de nuestra boda! ¡Drogada de amor! ¡Me habías atontado por completo! Después me dejaste embarazada dos veces y me encadenaste -Susanna señala a los niños-. ¡Me has tenido encerrada en casa debido al amor desmesurado que sentía por ellos! Pero ahora se ha acabado Me he liberado
Ah ¿Eso significa que ya no los quieres?
¡No! A quien he dejado de querer es a ti ¡Que eres un capullo! ¿Lo entiendes? Eres un cabrón. A saber cuántas me habrás hecho, si la primera vez que vuelvo antes a casa en diez años te encuentro en la cama con otra
Pero, cariño Lo nuestro no puede acabar así -Pietro trata de cogerle la mano, Susanna se desase y hace ademán de golpearle con el bolígrafo.
¡No me toques! Y no me llames «cariño»
Pietro la mira con semblante triste, disgustado, herido, intentando conmoverla.
Perdóname Te lo ruego
Susanna se vuelve y lo mira fijamente.
Que sepas que así no me ablandarás el corazón, no me despiertas en absoluto ternura, me importa un comino, te lo digo en serio, serenamente. Es inútil. Estropearás lo poco de bueno que quizá, y digo quizá, pudo haber existido al principio entre nosotros. Así que te lo aconsejo: evita
Lo único que nos ha llevado a esto ha sido mi inseguridad
Susanna lo mira de hito en hito.
¿Qué quieres decir? Explícame mejor esa nueva ocurrencia.
Pietro exhala un largo suspiro.
Desde que era casi un niño hasta los dieciocho años estuve con una, bueno, sí, en fin Cuando me marché de vacaciones ella salió con mi mejor amigo y después con otro con el que solía coincidir en la playa y al que conoció al final del verano Poco antes de que yo volviese.
¿Y qué?
Pues eso, me comporto así porque prefiero engañar antes de que me engañen.
Escucha, la diferencia sustancial entre ambas cosas es que es tipa era una facilona; puede suceder, sobre todo cuando uno es joven, que no se sepa distinguir Pero yo no soy una puta como ella, ¿me entiendes? Deberías saberlo. ¿Y ahora vienes y me dices que me has puesto los cuernos para evitar que yo lo haga antes? Pero ¿por quién me has tomado? Soy una mujer que se casó convencida, que quiso hacer una elección, respetarla, y que ha sabido renunciar a diario para defender esa decisión.
Ahora Pietro parece intrigado.
Veamos ¿Qué quiere decir eso de renunciar a diario?
Que muchas personas me han hecho proposiciones, me han cortejado, me han hecho reír, han halagado mi vanidad femenina Pero la cosa no ha pasado de ahí, ¿lo entiendes? ¿Qué crees? ¿Que eres el único que gusta? No obstante, yo siempre te he respetado. A ti y a nuestro matrimonio. Yo.
¿Y se puede saber quiénes son esos tipos?
Susanna se vuelve hacia él riéndose desalentada.
¿Ves?, ¡eres un inútil! Ahora lo único que importa es quién me ha cortejado y no el hecho de que yo haya rechazado esas propuestas
Bueno, claro, porque depende de quién haya sido.
¿Qué quieres decir?
Que si era el electricista o el albañil que hizo las obras este verano tu renuncia fue ridícula.
¡El único ridículo aquí eres tú! En cualquier caso, se trataba de personas mejores que tú, y casi lamento haberlas rechazado. Piensa que podría ser uno de este club, uno de esos abogados que hemos invitado alguna vez a cenar a casa O incluso uno de tus amigos Sólo te diré una cosa: ahora, serenamente y sin esconderme como haces tú, lo volveré a pensar y los tomaré en consideración ¿Queda claro?
Ah, sí ¿Y qué me dices de nuestros hijos?
¿Por qué? ¿Acaso pensabas en ellos cuando te follabas a tus amiguitas?
¿Y eso qué tiene que ver? Yo soy el padre
Ah, de manera que tú tienes inmunidad. A diferencia de ti, yo tengo conciencia de madre. Ya he hablado con ellos. Hemos tenido una conversación adulta y madura. Les he dicho cosas en las que tú ni siquiera has pensado todavía y que, sin embargo, ellos han entendido a la perfección.
Pietro mira alrededor, se siente perdido, no sabe qué hacer ni qué decir.
Te lo ruego, Susanna, dame otra oportunidad
Sí, te la daré. Ahora me voy con ellos a casa, los ducharé y después saldremos. Pasaremos todo el día fuera, iremos a comer al McDonald's y luego al cine -Pietro espera su respuesta, sonríe. La mira. Susanna prosigue-: Sí, quiero un día de libertad, tiempo para nosotros. Regresaremos a casa a eso de las once, ¡o a medianoche!
Sí, querida Puedes hacer lo que quieras
No necesito tu permiso. Es tu última oportunidad. Si a esa hora no has sacado todas tus cosas del armario, todo lo que hayas dejado u olvidado por casualidad, lo quemaré.
Pero -Pietro es incapaz de añadir nada más.
Justo en ese momento salen Lorenzo y Carolina.
Hola, papá
Hola
No te besamos porque estamos sudados.
Carolina es más franca:
Y porque has hecho enfadar a mamá.
Acto seguido se alejan con Susanna, que los lleva de la mano y que no se vuelve ni por asomo. Pietro acaba solo su frase: «Pero no es justo.» En silencio, casi para sus adentros. Esos niños también son míos. De repente le viene a la mente esa canción. «Quien venga después de ti percibirá tu aroma pensando que es el mío» Recuerda que se la cantó en un piano bar. «Mil días tuyos y míos»
Susanna. La contempla mientras se aleja dándole la espalda, de una manera que jamás habría imaginado que fuese posible Se acuerda de otra canción. «Y una historia se va a la mierda Si yo supiese cómo se va» Se avergüenza por un instante. No le va de mentirse también a sí mismo, cosa que sabe hacer a la perfección. De manera que permanece así, con un vacío repentino e inmenso en su interior. Con la sensación de haber perdido para siempre a esa persona. Una certeza, una seguridad, ese conjunto de cosas que lo hacían sentirse único, por encima de todo, casi inmortal. «Ese instante eterno que no existe» De improviso, Pietro se siente más ridículo que nunca. Y solo. Le entran ganas de echarse a llorar. Pero esta vez de verdad.
Cincuenta y uno
Olly corre por toda la casa intentando ordenar el inmenso caos que la rodea. Hace desaparecer la mayor parte de los vestidos que están desperdigados por el suelo en el interior de una gran cesta de mimbre que hay detrás de la puerta del cuarto de baño. Arroja dentro del armario las botas y los zapatos. Cubre con una gran tela un sofá abarrotado de CD y de DVD. Echa otros vestidos a una segunda cesta y después, tras darse cuenta de que no caben, los aplasta con un pie. Comprueba satisfecha que, con cierto esfuerzo, ha logrado el objetivo deseado.
Coge de la bolsa del GS unas cuantas botellas de agua y las mete en la nevera, cuatro bíteres en el primer estante, una Coca-Cola grande en la puerta y, por último, esconde bajo la carne que hay en el congelador una botella de Dom Pérignon.
Ya está Ésta no creo que la abra Aunque nunca se sabe Y, en caso de que haya una buena noticia, ¡ya está lista! Si no la abro esta noche -piensa-, tendré que acordarme de sacarla del congelador Para que no estalle. Luego sigue vaciando la bolsa, los vasos de plástico, los platos y las servilletas. Varios canapés deliciosos, pizzas pequeñas y una caja de Lindt. Saca tres cuencos del aparador y llena cada uno de ellos con una cosa. Echa en otros dos patatas fritas y pistachos. A continuación, intenta abrir la bolsa de las palomitas, tira de los extremos con las dos manos pero, ¡plop!, ésta se abre de golpe y las hace saltar por los aires. Olly trata de atrapar algunas al vuelo, pero la mayor parte acaban en el suelo.