Perdona Pero Quiero Casarme Contigo - Федерико Моччиа 14 стр.


 ¡Menuda lata! Sólo me faltaba esto.

Mete las que no se han caído en otro cuenco y empieza a recoger las que están en el suelo con las manos. En ese instante llaman al interfono. Se acerca al cubo de la basura, arroja las palomitas que ha recogido y a continuación abre sin preguntar siquiera quién es. Va a buscar la escoba y el recogedor y acaba de limpiar el suelo de palomitas haciéndolas desaparecer a toda velocidad en el cubo de la basura. Justo a tiempo, se dirige hacia la puerta. En esta ocasión, sin embargo, echa un vistazo por la mirilla.

 ¿Qué pasa?

Erica entra jadeante.

 Pues no sé, esperaba que tú me dieses la noticia. -Se quita el abrigo, el sombrero y la bufanda y los tira al sofá.

 Perdona -dice Olly mirándola con los zapatos en la mano-, ¿quieres que los meta en el armario?

Erica arquea las cejas sorprendida.

 ¿Qué pasa? ¿Se te ha subido el trabajo a la cabeza? Señoras y señores, en lugar de El diablo viste de Prada, aquí tenemos a «Olly, la amita de su casa».

 ¡Qué simpática eres! Dado que me han pedido este favor

 Y dado que, sobre todo, eres la única con una familia rica que te permite vivir por tu cuenta

 Que sepas que yo trabajo Y, además, pago la mitad del alquiler -Olly le sonríe a Erica-. Bueno, la verdad es que lo haré a partir de mayo

 ¡Vaya, veo que has exprimido bien a tu mamá!

 Fue ella la que insistió

 A saber por qué. ¡Quizá quería despejar su casa!

Olly la mira con cara de pocos amigos.

 Te equivocas, eres muy malpensada. Mi madre no es una descerebrada como tú. Ha viajado mucho al extranjero y asegura que en toda Europa los jóvenes se independizan cuando empiezan la universidad.

 Es cierto, pero ¿a cuántos les paga la casa su mamá? ¡Dile que en la mayor parte de Europa los alquileres son mucho más bajos que en Italia!

Olly opta por ceder. No puede decirle que, además, su madre ha

comprado esa casa. El alquiler es sólo un pretexto para mantenerla vinculada a ella de alguna forma.

 Oye, en lugar de dedicarte a despotricar podrías echarme una mano, venga

 ¿Qué tengo que hacer?

 Abre las bolsas de los vasos y los platos

 Como quieras. ¿Dónde están?

 Dentro de ese armarito, encima de la pila.

 Ah, sí, ya los veo.

Erica los coge, abre las bolsas y los coloca sobre la mesa. A continuación coge las servilletas, apoya encima la mano con un hábil movimiento y finalmente las aplasta. Gira completamente sobre sí misma disponiéndolas en círculo en medio de la mesa. Un instante después, el interfono vuelve a sonar.

 Yo iré -Erica corre a abrir-. ¡Es Diletta!

Acto seguido abre la puerta.

 Entonces, ¿sabes algo?

Diletta sacude la cabeza.

 Lo único que sé es que debía traer esto.

Erica la mira fijamente.

 Pero ¿quién te lo dijo?

 ¡Olly!

Ésta aparece en la puerta de su dormitorio. Se ha cambiado de ropa. Erica la mira disgustada.

 No me lo puedo creer. Le has hecho comprar los canapés de Mondi y los de Antonini. Crueldad por partida doble Ahora que había logrado perder un kilo, ¡recuperaré dos esta noche!

Olly esboza una sonrisa.

 Tú prefieres los de Mondi, yo los de Antonini No entiendo por qué, en una bonita velada como ésta, en la que por fin podemos reunirnos las cuatro con un poco de calma, debemos privarnos de lo que nos gusta.

Diletta sonríe.

 ¡Así se habla! De hecho, para ser un poco egoísta, he traído el helado de San Crispino que me pirra: fruta y crema

Erica se aleja sacudiendo la cabeza.

 Os odio, lo vuestro es un orgasmo culinario

 ¿Qué quieres decir? -Olly la mira con curiosidad-. Es la primera vez que lo oigo.

 Que me comería todo lo que hay y disfrutaría como una loca.

Diletta se echa a reír.

 No me has dejado acabar Ya que estamos hablando del tema, he traído también los rollitos sicilianos rellenos de requesón de Ciuri Ciuri

 ¡No me lo puedo creer, tú también eres una macarra provocadora, una maliciosa! Eso sí que no

Llaman al interfono. Olly va a abrir.

 ¡Sois unas guarras famélicas!

 ¿Eso crees? -Erica la mira con candidez-. Yo siempre estoy a dieta.

 Sí ¡A la hora de comer!

 Venga, venga Abriré la puerta y nos sentaremos a esperarla en el salón. ¡Venga, pongámonos aquí! ¡Así nos verá cuando entre!

Olly, Diletta y Erica corren a echarse sobre el sofá. Olly se sienta con las manos sobre las rodillas.

 ¡Venga, haced como yo!

Las otras la imitan y esperan impacientes a que la puerta se abra. Oyen detenerse el ascensor y a continuación sus pisadas.

 Hola, ¿ya habéis llegado todas? -Niki entra y cierra la puerta, acto seguido da algunos pasos y las ve sentadas muy modositas sobre el sofá.

Olly arquea las cejas y habla con curiosidad, pero sin perder sus maneras elegantes.

 Veamos, nos encantaría saber cuál es el motivo de esta convocatoria

Niki se echa a reír y sacude la cabeza.

 ¿Os habéis vuelto locas? Así no estoy dispuesta a decir ni mu. Al contrario, ¿sabéis lo que pienso hacer? Me marcho. -Hace ademán de alejarse, pero sus amigas la rodean al instante.

Olly, la más rápida de todas, cierra bien la puerta con el pasador.

Diletta le coge el paquete que lleva en la mano izquierda, Erica el que lleva en la mano derecha, y a continuación los ponen sobre la mesa.

 ¡Tú no vas a ninguna parte! ¡Habla de inmediato si no quieres que te torturemos!

 No, de acuerdo -Niki esboza una sonrisa y se quita el abrigo.

 Dámelo -Olly se lo coge amablemente.

 Así me gusta ¿Alguien puede ofrecerme algo de beber?

Erica se precipita hacia la nevera.

 Claro, ¿qué quieres? ¿Agua, bíter, Coca-Cola?

 Una Coca, gracias. -Niki se quita también el sombrero y la bufanda y se sienta en el sofá.

Sus amigas la rodean de inmediato, cada una de ellas con un vaso en la mano. Olly acerca los cuencos rebosantes de patatas, palomitas de maíz, saladitos y pistachos. Niki apoya también las manos en las rodillas y mira a las Olas contenta y divertida.

 Bueno, pues

 Espera, espera -la interrumpe Olly-. Veamos quién lo adivina.

Niki se echa a reír contenta.

 Ah, sí, eso me gusta, a ver

Olly entorna los ojos fingiendo entrar en trance.

 Entonces, sabemos que has viajado

Erica la mira asintiendo celosa con la cabeza.

 Sí, ¡cuatro días en Nueva York! ¡Superguay!

Diletta alza una mano.

 ¡Ya lo tengo!

Todas la miran curiosas, sobre todo Niki, que espera.

 Harás la campaña de LaLuna en Estados Unidos o algo por el estilo

Niki niega con la cabeza.

 No, no

 ¿Tan desencaminada voy?

 Agua Mejor dicho, océano.

Erica se lanza.

 ¡Habéis ido allí para adoptar a un niño!

 ¿Estás loca? Y además, perdona, ¿por qué adoptarlo? Es bonito tenerlo Erica se echa a reír.

 Sí ¡Una gozada! En fin, yo qué sé, he pensado que quizá había algún problema y, además, está tan de moda, sobre todo en América

 ¡Sí, pero ellos vienen a adoptarlos aquí!

 En fin, sea como sea, agua, ¡océano, más bien! Mar abierto

Diletta entorna los ojos.

 Ahora lo entiendo. Se trata de algo malo. ¡Te gusta otro!

 ¿Otro? -Niki se altera-. ¿Quién, si puede saberse?

Olly sonríe.

 Pues ese de la universidad No nos has dicho cómo se llama.

 Guido Pero no, ni se me ha pasado por la cabeza.

Erica mira a Diletta.

 Y, además, perdona, ¿por qué dices que es algo malo? Que te guste otro es, de todas formas, bonito

Diletta la mira sorprendida.

 Pero si sufres porque no consigues dejar al otro o, al menos, darle a entender que se ha acabado para siempre es desagradable.

Erica la mira fugazmente.

 ¿Te estás refiriendo a Giò y a mí?

 ¿Por qué te pones a la defensiva?

 ¡Venga, no riñáis! En cualquier caso, no se trata de eso. Resumiendo, es algo bueno. América tiene y no tiene que ver, y ahora entenderéis por qué ¿De acuerdo? -Niki se levanta y abre un paquete-. Os he traído una deliciosa tarta rústica No tiene nada que ver

 ¡Ahora lo entiendo! -suelta Olly tratando de adivinar-. ¡Piensas abrir un restaurante en Estados Unidos!

 Nooo -Niki esboza una sonrisa-. ¡Agua!

Acto seguido saca un cuchillo grande de una caja para cortar un pedazo. Lo desenvuelve. Está nuevo, es hipertecnológico, cuando tocas el mango suena una canción: Happy Birthday, Jolly Good Fellow, Merry Christmas y la marcha nupcial. Suenan con unas notas sencillas, sin arreglos, y para ello basta apretar uno de los botones.

 ¿Estáis lista:

Todas están en ascuas.

 ¡Sí! ¡Venga, Niki! ¡Nos estás volviendo locas!

Niki empieza a cortar la tarta rústica y aprieta el último botón, el de la marcha nupcial. La música rompe el silencio de ese momento. «Ta-ta-ta-ta Ta-ta-ta-ta»

Diletta es la primera que abre la boca, seguida de Olly. La última en hacerlo es Erica.

 ¡Te casas! -El grito es casi unánime-. ¡Madre mía!

 ¡Dios mío!

 ¡No me lo creo!

Niki asiente con la cabeza.

 ¡Es cierto! ¡Es cierto!

Olly bebe un sorbo de agua y a continuación lanza un grito. Diletta sacude la cabeza tratando de sobreponerse. Erica sigue desconcertada.

 ¡Es precioso!

En un abrir y cerrar de ojos todas se abalanzan sobre ella, la abrazan, la besan, ríen y lloran a la vez.

 ¡Dios mío, mira el rímel! Te he manchado.

 Da igual

 ¡Qué bonito! ¿Eres feliz, Niki?

 ¡Sí, sí! Muchísimo

 ¡Me alegro tanto por ti!

 ¡Es demasiado bonito, demasiado!

Poco a poco vuelven a ocupar sus sitios en el sofá. Se sirven de beber, se ríen, recuperan la lucidez para poder entender mejor lo que sucede. Olly abre los brazos por un instante, como si estuviese perpleja.

 Pero te casas con Alex, ¿verdad?

 ¡Imbécil! ¡Ni siquiera te mereces que te conteste!

Olly sacude la cabeza.

 Yo no daría nada por sentado, en esta vida nunca se sabe

Diletta es la más curiosa, quiere saber hasta el más mínimo detalle.

 ¿Vas a contarnos cómo te lo pidió o no?

De manera que Niki empieza su relato.

 Cuando llegué a casa me esperaba una limusina a la puerta

 ¡No me digas, ¿te dio una sorpresa como ésa debajo de casa?! ¡Una limusina!

 Pero eso no es todo, porque en Estados Unidos nos esperaba otra.

 ¿Una limusina en Nueva York?

 ¡Sí, en el aeropuerto!

 ¡En ese caso debes casarte con él! ¡No encontrarás otro igual!

 ¡Idiota! Ni que fuera eso lo único que cuenta.

 Bueno, para mí, ese tipo de cosas también tienen importancia y lo mismo piensa la mayoría de nosotras, te lo aseguro Perdona. pero ¿a quién no le gustaría cazar a un tipo así?

Erica arquea las cejas.

 La verdad es que a mí me gusta también sin limusina.

 ¡Venga! No os contaré nada más

 ¡Eh! No, no, te lo ruego Cállate, Erica, si vuelves a abrir la boca y Niki no nos cuenta cómo le pidió que se casara con él, ¡te muerdo!

Niki se echa a reír y les habla de sus paseos, de sus compras desenfrenadas en Gap, Brooks Brothers, Century 21, Macy's, Levi's y Bloomingdale's.

 ¿Y no nos has traído nada?

 Sí, tengo un regalo para las tres.

Olly le da un empellón a Erica.

 ¿Quieres hacer el favor de no interrumpirla?

 Bueno, sentía curiosidad

Niki esboza una sonrisa.

 Entonces, la segunda noche, cuando salimos de ver un espectáculo precioso en un teatro nos esperaba un helicóptero

 ¡También!

 ¡Venga ya, no me lo creo!

 Pero es un sueño

 Sí, y todavía no me he despertado -Niki habla con unos ojos brillantes, emocionados, que todavía siguen viviendo ese increíble momento. Volar sobre todos aquellos rascacielos, luego las palabras de amor de Alex y, de repente, el último piso que se enciende-. «Perdona, pero quiero casarme contigo»

 Nooo -Olly, Diletta y Erica están casi tan emocionadas como ella y la escuchan pendientes de cada palabra, de los matices más dulces y delicados.

 Y después sacó esto del bolsillo -Sólo ahora enseña bien la mano a sus amigas; un anillo destaca discreto, aunque resplandeciente entre sus dedos.

 ¡Es precioso!

 Sí. No lo pude resistir más, me abalancé sobre él y los dos nos caímos al suelo, los pilotos no paraban de reírse

Justo como hacen las Olas en ese momento. Después siguen escuchando su relato interrumpiéndola de vez en cuando.

 ¿Habéis decidido ya cuándo? ¿Y dónde?

 Ahora debes pensar en el vestido.

En realidad, cada una de ellas piensa ya en algo. Y las tres exhalan largos suspiros.

Olly se arregla el pelo. La verdad es que sólo tiene veinte años ¿No le da miedo? Yo lo tendría. Si saliese con alguien como Alex Bueno, pero así parece mayor.

La sonrisa dulce de Diletta. ¿Qué haría si me lo pidiese Filippo? ¡No estoy preparada! La verdad es que la admiro Me gustaría estar lista como ella Aunque, ¿lo estará de verdad? A saber Espero que sí

Y por último Erica, que en apariencia es la que escucha con mayor interés y, en cambio, en su fuero interno la mira aterrorizada. Está loca. ¿Y los demás? ¿Y el resto de los hombres? Tengo que reconocer que Alex le ha dado una sorpresa verdaderamente bonita, preciosa, a decir verdad, pero ¿y después? ¿Qué sucederá después? Bah, yo, en cualquier caso, no pienso casarme, chicas

Niki interrumpe el hilo de sus pensamientos, sonríe y abre una bolsa.

 ¡Mirad, son para vosotras!

 ¡Caramba, son estupendas! Unas sudaderas de Abercrombie chulísimas Aquí no las encuentras. Erica se apoya la suya sobre el pecho.

 Me queda de maravilla, pero ¿es verdad lo que dicen, quiero decir, que en la tienda de Nueva York hay unos modelos tan guays, tan superguays, que una sólo se compra la sudadera para poder quitársela cuanto antes a uno de ellos?

 ¡Erica!

Olly desdobla su sudadera curiosa.

 ¿Qué significa este número uno?

Diletta también ve el suyo.

 ¡Yo tengo el dos!

Erica no podía ser menos.

 ¡Y yo el tres!

Niki sonríe.

 No es un orden numérico Significa que vosotras tres, una, dos y tres, ¡seréis mis testigos!

 ¡Qué bonito! Nos alegramos mucho por ti, Niki.

Se abrazan conmovidas, asombradas por ese momento increíble que están compartiendo. Con miedo y emoción. Sabían de sobra que tarde o temprano le ocurriría a una de ellas. Ninguna, sin embargo, había imaginado que sucedería tan pronto. Ni siquiera a Niki.

Cincuenta y dos

Varios golpes fuertes y repetidos en la puerta. Enrico se vuelve. ¿Quién será? Los golpes prosiguen. Parecen patadas. ¿Están locos? Enrico se apresura a abrir.

 ¿Qué pasa? ¿Qué sucede?

Nada más abrir la puerta, un chico alto y fornido como un armario, con el pelo rapado y una camiseta negra ajustada, lo empuja con fuerza y lo hace caer al suelo en el salón. Enrico evita que la cabeza golpee el suelo manteniéndola alta, pero cae de espaldas con violencia sobre el parquet. Apenas se lo puede creer. No entiende lo que está pasando. ¿Se trata de un robo? ¿De una agresión? Pero ¿quién es ese tipo? Después lo mira con más detenimiento y lo reconoce. Sí, eso es, lo ha visto salir a veces con Anna. Es su novio. Según parece, se llama Rocco. Sí, Rocco.

 Pero ¿estás loco? ¿Qué quieres? Mi hija está durmiendo en su cuarto, ¡no hagas ruido! De todas formas, si estás buscando a Anna, que sepas que no está. -Enrico se levanta a duras penas, cabecea, se siente un poco atontado.

 Anna me importa un comino, a quien busco es a ti -Vuelve a empujarlo.

Esta vez Enrico acaba en el sofá. Por un instante, sólo por un instante, vuelve a ver la escena de la película Notturno bus, cuando el enorme Titti entra en la casa de Franz, Valerio Mastandrea, poco menos que echando la puerta abajo, y lo empuja violentamente porque está cabreado con él, dado que todavía no le ha pagado una deuda de póquer. En resumen, que se siente como Franz. Porque el tipo cuestión se parece a Titti.

 Sí, te busco a ti. Te he descubierto, ¿sabes? Lo he leído todo.

 ¿A qué te refieres con todo? ¿Qué quieres de mí?

 Ni lo intentes. ¡He visto lo que Anna ha escrito en el diario! -Le da otra patada a Enrico, que vuelve a caer al suelo. Rocco se da media vuelta y sale sin pronunciar palabra.

Enrico permanece echado. Completamente aturdido hasta que, por fin, consigue comprender la situación. Lo absurdo de esa historia. A decir verdad, a mí Anna no me ha dicho nada. Sólo está seguro de una cosa. Le duele la mandíbula.

Cincuenta y tres

Cristina sigue cocinando, prueba la sopa con el cucharón. No. Así no va bien, está sosa. Abre el salero y añade un poco de sal. A continuación echa también caldo vegetal granulado. Media cucharadita. Después ladea la cabeza y reflexiona. Sí, también un poco de guindilla. Venga. La parte por la mitad y la echa en la sopa. Sostiene el teléfono con la mejilla contra el hombro derecho para tener las dos manos libres y seguir escuchando el desahogo. Más que justificado.

 Hemos roto para siempre. Lo he echado de casa con todas sus cosas. -Susanna se interrumpe por un momento al otro lado de la línea. Después prosigue-: ¿Y sabes lo que te digo? Que no sé por qué no lo hice antes. En el fondo siempre he sabido que tenía otra; desaparecía, entraba y volvía a salir, a veces incluso hasta altas horas de la noche, de vez en cuando incluso los fines de semana. ¡Venga ya! ¿Desde cuándo se celebran también reuniones de trabajo el sábado y el domingo? ¡Sólo le ocurría a él! ¡Era el único que tenía clientes así!

Cristina prueba de nuevo el caldo. Ahora está mejor. La historia de Susanna es, cuando menos, curiosa. -¿Y cómo lo llevas? Quiero decir, ¿qué dicen tus hijos, por ejemplo? -Cristina la escucha sin dejar de remover.

 Mira, he hablado largo y tendido con ellos. Nosotros pensamos siempre que no nos entienden, pero te digo que no es así, son ya muy maduros y responsables. Mi hijo me vio llorar. ¿Sabes lo que me dijo?

«Si has decidido así, está bien, mamá. A nosotros nos parece bien, pero, te lo ruego, no llores más.» ¿Comprendes? ¡Eso sí que es un hombre! ¡Quiere que sea feliz! ¡No como ese invertebrado de Pietro! ¡Mira, cuanto más lo pienso, más creo que estaba loca cuando me casé con él!

 Sí -Cristina se echa a reír al otro extremo de la línea-. Loca de amor

 ¡No! ¡Por las tonterías que me contaba! Bueno, ahora debo dejarte porque tengo que ir a preparar -Susanna se interrumpe un instante y se da cuenta de que no le ha preguntado nada a su amiga-. Y tú, ¿cómo estás?

 Bien.

 ¿Segura? ¿Todo va bien?

 De maravilla, estoy contenta. Si te parece hablamos mañana o más tarde, no tengo intención de salir.

 Está bien, hasta luego.

Cristina cuelga el teléfono y lo apoya en el borde de la pila. Luego lo mira. Bien. ¿Por qué he dicho que estoy bien? No tenía ganas de hablar. No me apetece contar mis cosas, escucho a todo el mundo, pero nunca tengo el valor suficiente para expresar mis sentimientos. Qué coñazo. No, así no va bien. Tengo que ser capaz de decírselo, tengo que admitirlo, a mí misma y a los demás. Debo decirlo. Y, casi con rabia, tapa la cacerola haciendo salir un poco de caldo que, inocente, y sin saber el motivo de esa cólera repentina, cae un poco más lejos. Cristina parece debilitada por la confesión tan sincera y personal que acaba de hacerse a sí misma. A continuación se deja caer en la silla, delante de la mesa y de la televisión y, casi sin darse cuenta, coge el mando y la enciende. Como suele suceder, parece un juego del destino. Burlón, divertido y amargo. En la pantalla aparece un psicólogo en primer plano, como si la cámara pretendiera atribuir aún más importancia a lo que está a punto de decir.

 Es irremediable, a veces somos incapaces de hablar y eso no hace sino aumentar nuestro dolor. El verdadero problema es que no conseguimos admitir nuestro fracaso, y no un fracaso concreto. Poco importa de qué tipo sea; la imposibilidad de contarlo nos impide comprenderlo de verdad, afrontarlo, resolverlo y analizarlo. Tenemos tendencia a ocultar esa incapacidad por las razones más variadas nos dedicamos a traicionar, a estar siempre rodeados de gente, a escuchar sus historias o a comprar compulsivamente cosas inútiles. Este caos, este ruido existencial, esta forma de cerrar los ojos, los oídos y la mente se denomina «intento de fuga». Pero es difícil que se pueda seguir así eternamente, tarde o temprano la persona se derrumba, y cuando esto sucede basta una chispa

Poco a poco, la mente de Cristina se evade, se aleja, deja de oír esas palabras y se guarece en sus pensamientos. Se ve cuando era joven. En una playa, corriendo delante de Flavio, que la persigue. Se caen al agua riéndose. Eran las primeras vacaciones que pasaban juntos en Grecia, en Lefkada. Luego sigue hundiéndose en los recuerdos, una noche de esa misma semana. Caminan por el paseo marítimo y llegan hasta la punta donde hay un pequeño faro que emite una luz verde intermitente, y allí, ocultos en la penumbra, entre escollos y recovecos, detrás de un cañaveral que se balancea con la brisa nocturna, hacen el amor. Cristina se acuerda perfectamente de ese momento y sonríe mientras juguetea con la cuchara sobre la mesa, esa locura, ese deseo repentino, eran jóvenes y estaban hambrientos de amor, besos casi robados entre mordiscos, entre el sonido ligero que producían las cañas agitadas por el viento, de las olas del mar, rebeldes espectadoras de su sana pasión. Otro recuerdo repentino. El blanco de la nieve iluminada por el sol. Un día precioso en Sappada, junto a Cortina, deslizarse por la nieve fresca manteniendo el equilibrio, agachándose ágiles y veloces, hacia adelante y hacia atrás, manteniendo las puntas de los esquís en alto para no frenar. Se acuerda como si hubiese sucedido ayer. Casi le parece verlo de nuevo como si de una Película se tratara. Una bonita película de amor. Y ese beso bendecido Por el sol. Las manos ávidas de pasión que hurgan en el interior de la ropa, se quitan los esquís a toda prisa, se refugian detrás de una roca Para seguir desnudándose, jadeando rebeldes, enloquecidos por ese amor tan hermoso, pleno, niño, tonto y caprichoso que es imposible controlar. Después vuelven a esquiar hasta tarde, enamorados sin más. Qué cosas, piensa Cristina mientras coloca la cuchara en su sitio. Éramos increíbles. El amor nos inquietaba, nos agitaba. ¿Y ahora? ¿Dónde hemos acabado ahora? Y se ve tristemente ofuscada, casada, sí, pero poco menos que harta del amor. Qué tristeza. Cansada de amor, sentada, justo como ella en ese instante, delante de un psicólogo que casi parece estar hablando del fin de su bonita historia En ese momento oye que se abre la puerta.

 ¿Estás en casa, cariño? -Flavio cierra la puerta, deja la bolsa sobre la mesa de la entrada, se quita el abrigo, lo arroja sobre el sofá y se dirige hacia la cocina-. ¿Cri? ¿Dónde estás? -Entra y la encuentra delante de los fogones-. Ah, estás aquí. Pero ¿por qué no me has contestado? Mira lo que he comprado ¡La cafetera de George Clooney! -La deja sobre la mesa y acto seguido abre la nevera para buscar algo de beber-. Supongo que preferirías que te la trajese él en persona, ¿eh?

Las palabras del psicólogo retumban en la cabeza de Cristina: «Compran cosas inútiles de forma compulsiva para ocultarse, para cerrar así ojos, para seguir adelante como si nada» Lentamente se echa a llorar, en silencio, de cara a la pared.

 ¿Cri? ¿No dices nada? ¿Te gusta? ¿Te alegras de que la haya comprado?

Flavio se vuelve y se queda boquiabierto. El corazón le da un vuelco, está desconcertado, asombrado, sinceramente sorprendido.

 ¿Qué te ha pasado, cariño? -Flavio se acerca a ella. Casi de puntillas, aterrado de que pueda suceder algo más, de que la situación se precipite posteriormente-. ¿Lloras porque hemos discutido?

Cristina niega con la cabeza, no consigue hablar, sorbe por la nariz, sin dejar de llorar, mira al suelo, pero sólo ve las baldosas, las que eligieron juntos cuando decidieron cómo decorar la cocina. Las ve desenfocadas, ofuscadas por las lágrimas, cada vez más grandes. No logra articular palabra, tiene un nudo en la garganta. Las palabras del psicólogo vuelven a retumbar en su mente: el verdadero problema lo constituye la imposibilidad de reconocer el propio fracaso, y no el fracaso en sí mismo. Flavio apoya una mano bajo la barbilla de ella, prueba a levantarle la cara con dulzura, ayudando el movimiento con dos dedos, y busca su mirada. Cristina aparece ante sus ojos con el semblante transido de dolor y los ojos anegados en lágrimas. Por fin logra hablar.

 Ya no estoy enamorada.

Flavio apenas puede creer lo que acaba de oír.

 Pero ¿por qué dices eso?

Cristina se sienta y tiene la impresión de haber superado un obstáculo, de haber salido de un agujero negro, de haber saltado un muro que le parecía insalvable, quizá de haber salido de ese pozo oscuro donde se estaba hundiendo inexorablemente.

 Porque lo nuestro se ha acabado, Flavio. No te das cuenta, no quieres darte cuenta. Mira, no dejas de comprar cosas nuevas: un exprimidor eléctrico, la televisión de plasma, el horno microondas En esta casa sólo hay electrodomésticos modernos y caros. ¿Y nosotros? ¿Qué ha sido de nosotros?

 Estamos aquí -Flavio se sienta delante de ella consciente de lo pobre de su respuesta comparado con el problema que Cristina le acaba de plantear. De manera que prosigue, intentando mostrarse más seguro y convencido-: Estamos aquí, donde estábamos, donde siempre hemos estado.

Ella niega con la cabeza.

 No. Ya no estamos. La presencia no basta, así no. Ya no hablamos, no nos contamos nada de nuestro trabajo, por ejemplo De nuestros amigos. Sin ir más lejos, no me comentaste lo de Pietro y Susanna.

 Porque no sabía cómo decírtelo

Flavio se agita nervioso en la silla. Ya está -piensa para sus adentros-, ese capullo de Pietro y sus líos siempre tienen la culpa de todo. Cristina lo mira y esboza una sonrisa.

 Pero no me refiero a eso, da igual. Pese a que demuestra una vez más que no tienes ganas de compartir conmigo las cosas como antes, el verdadero problema es que ya no estoy motivada Ni siquiera me he enojado porque no me lo hubieras contado Da la impresión de que seguimos adelante porque no hay más remedio, pero la vida no debe ser así, ¿verdad? Hace falta entusiasmo Incluso cuando pasa el tiempo. Mejor dicho, sobre todo cuando pasa el tiempo.

Crecemos, cambiamos, y estar juntos implica contarse las cosas, comunicar esos cambios para construir un nuevo equilibrio Y a la vez seguir siendo nosotros mismos, pero diferentes, más grandes y ricos en experiencias. En cambio, nosotros estamos aquí como dices tú, sí pero hemos quedado reducidos a la imagen de lo que éramos, a un mero reflejo. Nosotros estamos ya en otra parte

 Sí, eso es cierto -En realidad, Flavio no sabe qué decir, de manera que sólo se le ocurre lo peor-. Dime la verdad ¿Has conocido a otro?

Cristina lo mira sorprendida. Decepcionada. Como cuando un anhela contar un problema y, cuando por fin le salen las palabras, la persona que tiene delante, la destinataria de la sinceridad no está no lo capta, no lo entiende. Porque en realidad se encuentra en otro lugar.

 ¿Y eso qué tiene que ver? Parece que no me conoces.

 No me has contestado.

Cristina lo mira ahora con dureza.

 Mi comportamiento debería valerte como respuesta. No. No he conocido a nadie. ¿Estás contento?

Flavio permanece en silencio. ¿Me estará diciendo la verdad? Si hubiese conocido a alguien, ¿me lo diría? Hay que reconocer que hace mucho tiempo que no hacemos el amor y que cuando lo hacemos

 ¿En qué estás pensando?

 ¿Yo? En nada

 No es cierto. Lo sé.

 ¿Qué es lo que sabes? ¿Sabes en qué estoy pensando?

 No. Sólo sé que no me estás diciendo la verdad.

 Te la he dicho: en nada. -Cristina sacude la cabeza-. No me entiendes.

 Como quieras -Flavio exhala un suspiro-. Trataba de comprender si me estás mintiendo o no. ¿Has conocido a otra persona?

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