Perdona Pero Quiero Casarme Contigo - Федерико Моччиа 15 стр.


Cristina suspira largamente. Nada. Es imposible. Insiste. No me cree. No logra creerme. O hay otro hombre o el problema no existe. Ahora Cristina está enfadada: ¿acaso ella no cuenta? Pero ¿es que sólo el engaño es digno de atención?

 No lo entiendes, no quieres entender el problema. No he conocido a nadie, si es eso lo que te interesa. -Acto seguido apaga el fuego

pone la cacerola sobre la mesa, coge el cucharón y empieza a servir el caldo en los platos.

Flavio no sabe qué decir.

 Voy a lavarme las manos. Ahora vuelvo.

Poco después se sientan a comer uno frente a otro. El silencio es insoportable. Y el zapeo de Flavio no hace sino empeorarlo.

 Debería salir el cantautor De Gregori en el programa de Fazio

El psicólogo ha sido meridiano. Cristina bebe un poco de caldo. De nuevo esas palabras. Ese aturdimiento constante de los oídos y de la mente se denomina «intento de fuga». De improviso se siente más serena, tranquila y relajada, como si el nudo que la oprimía se hubiese deshecho. Y la envuelve un calor general que no se debe tan sólo a la cucharada de caldo.

 ¿Puedes apagar la televisión, por favor?

Flavio la mira sorprendido, pero al verla tan decidida no lo piensa dos veces y hace lo que le pide.

Cristina sonríe.

 Gracias Te ruego que me escuches y que no me interrumpas. He tomado una decisión. Si me amas o si, en cualquier caso, me has amado, te ruego que la aceptes sin discutir. Por favor.

Flavio no contesta. Traga y a continuación asiente con la cabeza sin encontrar una frase que resulte adecuada para ese momento. Cristina cierra los ojos por unos instantes. Luego los abre de nuevo. Se siente serena, ha hecho acopio del valor que necesitaba. Enfrentarse a un fracaso significa dejar de ser ese fracaso. De manera que, sin prisas, empieza a hablar.

 No soy feliz. Un río en crecida parece salirse de repente de su cauce, inunda la tierra que lo rodea, se expande y lo ocupa todo tras haberse liberado. Arrastra todo y a todos. E incluso puede hacer daño.

Pero ella continúa, libre e incontenible, verdadera y sincera. Dolorosa-. Hace mucho tiempo que no soy feliz.

Cincuenta y cuatro

Anna tumba con delicadeza a Ingrid sobre el cambiador. Le quita el pañal y la limpia. Enrico la ayuda cogiendo uno nuevo y el talco.

 Le pondré también un poco de crema.

 Sí, menuda suerte tiene Ingrid de haberte conocido, eres fantástica.

 ¡La verdad es que con ella es coser y cantar! Es una monada, y además es tan buena -Acaba de cambiarla, vuelve a vestirla y la sienta en el parque abarrotado de muñecos de colores, cojines y dos mantas-. ¡Ahora estás limpia y perfumada!

Anna regresa al cambiador y empieza a ordenarlo. Luego se detiene y alza la cabeza. Mira el cuadro de Winnie the Pooh que hay colgado de la pared.

 ¿Sabes que he discutido con Rocco? Era imposible razonar con él. Somos demasiado diferentes. Además, me pegaba; quiero decir, no sucedía a menudo, pero sí alguna que otra vez. Lo eché de casa.

 Qué me vas a contar -Enrico se toca el labio partido e hinchado-. Sólo que a mí no me dio tiempo a echarlo de mi casa; se marchó por su propio pie.

Anna se vuelve y lo escruta.

 Caramba, no me había fijado. Pero ¿qué te ha pasado? -Se acerca a Enrico y le acaricia el labio. Parece disgustada-. ¿Fue él?

Enrico asiente con la cabeza.

 Sí, vino aquí, dio varias patadas a la puerta, me empujó

 Pero eso es absurdo. ¿Por qué?

 Y yo qué sé. Mencionó un diario, tu diario. Decía que habías escrito algunas cosas.

Anna se para a pensar.

 Ah, sí -Parece un poco avergonzada-. Quería que lo encontrara. Quería ponerlo a prueba, comprobar cómo reaccionaba y, de hecho, ha reaccionado. Lo siento, al final quien ha recibido la tunda has sido tú.

 Vaya, de manera que era sólo una prueba. -Enrico la acaricia-. Sea como sea, has hecho bien. No se puede estar con una persona que no te respeta.

Por un momento le gustaría ser Rambo o Rocky. Después piensa en la mole de Rocco y recuerda una frase de Woody Allen: «Me han agredido y me han pegado, pero me he defendido bien. A uno le rompí incluso una mano: necesité toda la cara, pero lo conseguí.

 Si vuelve a molestarte me lo dices, ya nos inventaremos algo -Sonríe, pero por el momento sólo se le ocurre una solución: la fuga.

Y Anna asiente, serena, comprendiendo que, dado como es Enrico, la mera intención supone ya un gran esfuerzo.

 Claro, gracias.

Cincuenta y cinco

La lluvia cae crepitando un poco más allá de la entrada. Un coche pasa y pisa un pequeño agujero en el asfalto. Levanta un chorro de agua que da de lleno en el bolso de Susanna.

 ¡Gracias, eh! -grita ella al coche que ha desaparecido tras doblar la esquina-. Menudo imbécil. Pero si me ha empapado.

 ¡Hola! ¿Quieres que te lleve a algún sitio?

De repente oye a sus espaldas la voz de Davide. Susanna siente que se ruboriza. Se vuelve confiando en que, dado que ha oscurecido, él no se percatará.

 Hola Hoy me ha traído una amiga porque queríamos charlar un poco y ahora pensaba regresar con el metro. Pero llueve y no tengo paraguas para llegar hasta la parada. Por lo general, vengo en coche.

 A eso me refiero, si quieres te llevo yo. ¿Vives muy lejos?

 La verdad es que no Bueno, a varios kilómetros.

 Está bien, vamos. Mi coche está allí -señala un Smart Fortwo azul. Susanna arquea las cejas. Davide se da cuenta-. Tengo dos coches. El otro es un BMW.

Ella no le contesta, pero se dice que todos los hombres son idiotas, como si el coche tuviese tanta importancia. También en eso Pietro tiene la culpa, yo antes no pensaba así. ¿Cómo es ese dicho? Detrás de un gran hombre hay siempre una gran mujer Pues bien, debería acuñar uno nuevo: detrás de un hombre insignificante la mujer puede volverse insignificante también. Sí, es cierto. Un marido puede empeorarte. Pero después sonríe a Davide. Aunque todavía estoy a tiempo de remediarlo.

 Bonito, el Smart. Me habría encantado tener uno, pero ya sabes cómo es, con dos hijos

 Ah, claro, cuando quieras, sin embargo, te presto el mío

 Gracias.

Es increíble. Davide es realmente simpático. Eh, que alguien me explique dónde está la trampa.

Llegan junto al coche y suben a él.

 Deja el bolso atrás. Parece pequeño, pero no lo es. Además, los asientos son comodísimos -sonríe. Enciende la radio y pulsa el botón buscando una emisora, una canción, lo que sea. Pero no le convence y la apaga-. Prefiero hablar contigo -La mira.

El corazón de Susanna empieza a latir a mil por hora. ¿Qué me sucede? Hacía siglos que no me sentía así. Las calles de Roma desfilan iluminadas y mojadas. Unas pequeñas gotas se alargan sobre el cristal siguiendo el sentido de la marcha. Hay que reconocer que es guapo. Y además, parece simpático. Venga, Susanna. Es más joven que tú. Rondará los treinta. Quizá ni siquiera eso. Puede que tenga ocho o nueve años menos que tú. Bueno, en la televisión dicen que cada vez son más frecuentes las parejas en las que la mujer es mayor que el hombre. Piensa en Demi Moore, en Valeria Golino. Sí, pero ellas son famosas. O puede que no Cualquier hombre puede sentirse atraído por la idea de conquistar a una mujer más mayor y experimentada que él. Pero ¿qué estoy diciendo? ¿Pareja? Sólo me está llevando a casa. Susanna mira de nuevo por la ventanilla tratando de alejar ese pensamiento concentrándose en la lluvia.

 ¿Te gusta el kickboxing? -Davide conduce sujetando el volante con una sola mano. Ha apoyado el otro brazo en el borde de la ventanilla-. Es perfecto para mantenerse en forma, ¿sabes? Y, además, ¡es una buena alternativa a las palabras!

Susanna lo mira.

 La verdad

 No, no me debes ninguna explicación Si le golpeaste fue porque ya no lo soportabas. Como entrenador puedo decirte que te estoy enseñando bien

 Es una historia complicada

 Todas lo son.

Davide sigue conduciendo. Susanna mira afuera.

 Casi hemos llegado. Pasados dos cruces dobla a la derecha. vivo ahí.

Davide sonríe.

 Está bien, a la orden ¡Si no, yo también me arriesgo a recibir un puñetazo!

 ¡No, ésos sólo se los doy a los maridos! Aquí es, puedes parar.

Davide se arrima a la acera, pone las luces de emergencia y apaga el motor. Susanna hace ademán de volverse para coger la bolsa. Por un instante se pregunta si los niños habrán cenado ya. Si su madre habrá pensado en eso.

 Espera.

Susanna lo mira.

 Si sales ahora, te empaparás. Por desgracia yo tampoco tengo un paraguas para prestarte. Espera al menos un segundo a que pare un poco

Susanna se vuelve de nuevo hacia adelante.

 A estas alturas

 ¿A estas alturas, qué? Nunca digas «a estas alturas».

Es cierto. Nunca digas «a estas alturas». Parece el título de una nueva película de James Bond únicamente para mujeres -piensa Susanna-. Pero ¿por qué sigue latiéndome tan fuerte el corazón?

Davide le sonríe.

 Es como la lluvia, ¿no? ¿Has visto la película El cuervo?

 No, lo siento

 No, no debes sentirlo. En cualquier caso, en ella alguien decía algo así: «No puede llover siempre.» La vida está llena de sorpresas, a menudo maravillosas Y, además, no todos los maridos se merecen que se los tumbe de un puñetazo, o quizá sí, puedes hacerlo, ¡pero depende de cómo y de dónde! ¡Sobre el colchón es muy diferente! -Ríe.

Se da cuenta de que Susanna se ha quedado un poco asombrada. Entonces la sacude un poco hasta que ella no puede por menos que echarse a reír también. Se siente ligera. Recuerda cuando era joven alguien que le había acelerado el corazón la acompañaba a casa así, sin más, y se quedaban hablando incluso durante dos horas, y quizá antes de apearse del coche la encadenaba con la mirada, sus rostros aproximándose cada vez más

 ¡Mira! Ha dejado de llover. Si sales ahora no te mojarás. Venga, yo te pasaré la bolsa -Y esta vez se gira él. Aferra la bolsa y se la da-. Aquí tienes, nos vemos pasado mañana en clase, ¿no?

 Por supuesto, gracias por acompañarme -Después Susanna abre la puerta, lentamente, como si esperase algo, como si desease Pero nadie la frena, de manera que en un abrir y cerrar de ojos se encuentra fuera del coche. Cierra la puerta y hace ademán de cruzar la calle.

 En cualquier caso

Susanna se vuelve y ve que Davide ha bajado la ventanilla.

 Cuando quieras te hago de chófer, será un placer -sonríe y sube el cristal.

Susanna le sonríe a su vez y se vuelve de nuevo. Se percata de que su paso ha cambiado, de que ahora su movimiento es más fluido, de que incluso se contonea ligeramente. Y se ruboriza de nuevo, sorprendida de ese repentino coqueteo y, sobre todo, del tiempo que llevaba sin hacer una cosa similar.

Cincuenta y seis

Olly coloca los vasos en su sitio. Sacude los restos de patatas fritas de la mesa. Mete las botellas en la nevera. A continuación se sienta en el sofá con las piernas cruzadas. Sola. Sus amigas se han marchado hace una media hora. Niki se casa. Es increíble. De repente se le saltan las lágrimas. Se echa a llorar. Mi amiga se casa. Se hace mayor. De alguna forma, algo se acaba. Una época. La nuestra. La adolescencia. Y yo no me considero preparada. Todavía me siento muy joven. Pero ella se casa. Da ese paso tan importante. Parece que ha pasado toda una vida desde que correteábamos por los pasillos del instituto y hacíamos el tonto en el recreo. Y las salidas nocturnas. Los conciertos. El diario en el que escribíamos. Cuando nos cubríamos la una a la otra. Cuando se quedaba a dormir en mi casa. Es inútil decir que nada cambiará. Porque todo cambiará. Después nada será igual. Tendrá un marido y ya no le quedará tiempo para nosotras. Y eso que nos prometimos que ningún hombre nos separaría nunca. Palabras. Simples palabras. De repente se siente egoísta, mala, mezquina e indefensa. Pero se sobrepone orgullosa. No. Soy yo la que se equivoca. Debería alegrarme por ella, parece muy feliz y, en cambio, digo que la echaré de menos, que el matrimonio me la arrebatará. Sí. Lo pienso. Y quiero ser sincera conmigo misma. Quizá la envidio. Puede que sólo tenga miedo. Pero ahora, en este instante, no logro sonreír. Olly piensa en Giampi. En su Giampi. Le gusta mucho. ¿Se casaría con él? Tal vez, aunque ahora no, por descontado. Hay algo que la inquieta. La manera en que habla con otras mujeres. Da la impresión de que se ve siempre obligado cortejarlas. Las Olas le han dicho mil veces que Giampi es sólo un chico amable y abierto, que no parece un tipo que lo intenta, ¡un pulpo! Dios mío, qué palabra tan espantosa Pero Olly no puede remediarlo. Está celosa. Como jamás lo ha estado en su vida. Y ahora, tras saber la noticia de Niki, siente que el mundo se le viene encima. Como si todo aquello en lo que siempre ha creído desapareciese de golpe. Niki. Mi amiga. Vestida de blanco. Niki y el valor de crecer. De tomar una decisión tan importante. Una mujer. Madura. Diferente. Inconsciente. Sí, una inconsciente, eso es lo que es, con todas las cosas que se oyen hoy en día sobre el matrimonio. Gente que se casa y que se separa al cabo de un año. Familias destrozadas. Y, en cambio, ella parece tan convencida. ¿Cómo es posible? Olly coloca mejor las piernas. Se reclina un poco hacia atrás y apoya la cabeza en el sofá. Cierra los ojos y siente un extraño vacío en el estómago. Una especie de presentimiento.

Cincuenta y siete

Erica aparca debajo de su casa. No es muy tarde. Ni siquiera es la una. Han acabado pronto. Todas tenían algo que hacer al día siguiente. Malditas prisas. Ya no es como antes. Los ritmos han cambiado. Incluso para la amistad. Han decidido acostarse temprano después de la reunión inesperada que convocó Niki. Quizá se deba a la noticia que les ha comunicado. Antes de apearse del coche se para a pensar. Todavía le cuesta creerlo. Niki se casa. No me parece verdad. ¿Se habrá vuelto loca? Yo no podría hacerlo. Casarme a los veinte años. Perder la libertad. Tener un compromiso serio con alguien. Vivir en pareja. Ser fiel. Para siempre. Compartir alegrías, dolores y costumbres. Cambiarlo todo. Abandonar mi casa, a mis padres. Y, en parte, también a las amigas. Mis amigas. Mis oportunidades de hacer, de conocer y de decidir quién me gusta y quién no. Casarse significa dejar atrás todo eso. Significa cerrarse al mundo. Y, por si fuera poco, a los veinte años Al menos a los cuarenta. Pero a los veinte, no. ¿Cuántas historias circulan de gente que se casa pronto y que después se separa antes incluso de los dos años porque se da cuenta de que la cosa no funciona? Porque antes no han reflexionado lo suficiente. Es inútil decir que todo seguirá siendo como antes, no es cierto. De alguna forma, Niki nos está abandonando. Me alegro por ella, claro, siempre y cuando esté convencida, pero no sé por qué me da también un poco de rabia. No puedo fingir. Puede que nunca se lo diga. No quiero que piense que no estoy contenta por ella. Es mi amiga. Pero aun así no consigo compartir del todo su elección. No lo consigo. De alguna manera tengo la impresión de que nos ha traicionado. Como si hubiese antepuesto su felicidad al hecho de estar juntas, de ser las Olas. Sé que ni siquiera debería pensarlo. Pero no lo puedo evitar.

Erica saca la llave del contacto. Se apea y cierra el coche. Por la cabeza le rondan unos pensamientos en los que se entremezclan la tristeza y la rabia. Y la sinceridad.

Cincuenta y ocho

Introduce la llave en la cerradura. Entra sigilosamente. Aunque lo cierto es que casi nunca lleva tacones. Diletta adora las bailarinas y, esta noche, para ver a sus amigas, se ha puesto un par de color azul claro con unos lunares marrones y un lazo a juego. Cierra la puerta a sus espaldas. Cruza el pasillo y entra en el dormitorio. Nadie la ha oído. Mira el gran reloj que hay colgado encima de la cama. La una y diez. La verdad es que hablando se les ha hecho tarde. Diletta repasa mentalmente todas las palabras que acaban de decirse en casa de Olly. No es posible. ¿Será cierto? Sí. Por un instante tiene miedo. Miedo de que todo se acabe. Su amiga se casa. ¿Y después? ¿Cómo impedir que cambien las cosas? Le viene a la mente una canción de Renato Zero: «Qué haces ahí solo, en pareja el vuelo es más azul, es hermoso, amigo, es todo, amigo, es la eternidad, es lo que permanece mientras todo se aleja, amigo, amigo, amigo, el amigo más guay será él que resista. ¿Quién resistirá?» Pues sí ¿Quién? Se casa. Diletta repite esas palabras una, dos y hasta tres veces. Se casa. Eso quiere decir que crece, que madura, que se convierte en una mujer. Tendrá un marido, una familia e hijos. Estudiará y trabajará, y cada vez tendrá menos tiempo para mí, para nosotras. ¿Cómo es posible que no le asuste dar un paso semejante a los veinte años? Diletta se desnuda con parsimonia y se pone el pijama. Acto seguido se sienta en la cama con las piernas cruzadas. De improviso, esboza una sonrisa. Piensa en sí misma, en su situación. En todos los miedos que ha padecido de noche, cuando se despertaba de golpe con los ojos desmesuradamente abiertos y el corazón latiéndole enloquecido. El deseo de escapar y de buscar otra solución. Definitiva. Absoluta. Sin apelación. Pero después pensaba que era absurdo, que jamás conseguiría eludir así su futuro. Y luego el miedo la atenazaba otra vez. Quizá Niki también se sienta así, aunque haga todo lo posible para disimularlo. Se mira al espejo que hay delante de la cama. De repente se ve un poco más mayor. La expresión de sus ojos es diferente, más intensa. Esta noche, sin embargo, casi siente cierto alivio. Pero ¿qué estoy diciendo? Si ella tiene miedo, ¿qué debería decir yo? Si ella lo hace, si Niki es capaz de dar un paso como ése, yo también puedo hacerlo. Le viene a la mente otra idea: «El amigo más guay será el que resista.» ¿Quién será? Pero ¿por qué tiene que casarse tan pronto? Es un paso importante. Demasiado. Será fagocitada por toda una serie de cosas que la superarán. Perderá la libertad, la posibilidad de hacer lo que le gusta. Otras experiencias, estudiar en el extranjero, yo qué sé, todo lo que se hace cuando una no está casada. Cuando eres libre de elegir sin necesidad de rendir cuentas a nadie. Cuando delante de ti sólo se abren nuevas posibilidades y caminos. Pero no he logrado decírselo. Por una parte, me alegro por ella, estaba radiante. Pero, por otra, también siento miedo, e incluso rabia. Rabia, sí, porque lo mires por donde lo mires se acaba algo importante. Una etapa. Una vida. Nosotras y nuestra manera de ser. Y, de alguna forma, ella es la primera que se marcha. Se avergüenza un poco de haberlo pensado. Las Olas. Siempre juntas, suceda lo que suceda. Ahora se enfrentan a un nuevo retro. Diletta coge el móvil que ha colocado a su lado. Abre el menú de mensajes. Selecciona «Nuevo». Empieza a teclear a toda velocidad usando el T9. «¿Qué te parece?», y envía una copia doble. Pasados treinta segundos la pantalla se ilumina y el móvil vibra. Olly siempre es la más rápida en contestar. Diletta abre el sobrecito parpadeante. «Bueno, me ha causado un efecto ¡Me ha dejado de piedra! En parte me da rabia No tengo nada contra ella, pero me da rabia pensar que las cosas van a cambiar» Pasados unos segundos recibe la respuesta de Erica. «Creo que está loca, casarse a los veinte años Sólo pensarlo me aterroriza» Las tres están de acuerdo y tienen las mismas dudas. Les contesta: «Sí, yo también opino lo mismo, pero aun así la protegeré con todo amor de Ola. Buenas noches.» Diletta extiende las piernas, se mete en la cama y se tapa hasta los ojos como cuando era pequeña. La cama que ya tenía cuando era niña. Un poco corta, pero, en cualquier caso, suya. Disfruta con los pies de todos sus rincones. Seguridad. El refugio donde nadie puede entrar. Se siente protegida y olvida por un instante la extraña sensación que le ha producido la noticia de Niki.

Cincuenta y nueve

Niki entra en casa y casi arrolla a Simona abalanzándose sobre ella.

 ¡Soy la persona más feliz de este mundo!

 Dios mío, ¿qué ha ocurrido?

Saltando por la cocina, aferra a su madre y la arrastra.

 ¿Papá está en casa?

 Sí, está allí, ha ido al cuarto de baño.

 ¿Y Matteo?

 No, está en casa de Vanni.

Niki se queda pensativa. Mejor. Así se lo digo sólo a mis padres. Se tira sobre el sofá. Simona se sienta delante de ella en un puf.

 ¿Y bien? ¿No puedes adelantarme algo mientras llega papá? Me muero de curiosidad

Niki esboza una sonrisa y niega con la cabeza.

 De eso nada. Lo esperamos

Su madre la mira intrigada, aunque no preocupada. Está tan contenta que debe de ser a la fuerza una cosa buena, la que sea.

 Ya lo sé ¡Te ha tocado la Enalotto!

 ¡Qué venal eres, mamá! En cualquier caso -Niki esboza una sonrisa increíble- ¡casi!

 ¡Ay, Dios mío! ¿Se puede saber de qué se trata? ¿Tengo que preocuparme? Ahora lo entiendo: has conseguido un trabajo y te van a pagar un montón de dinero -Después reflexiona por un momento y se entristece de golpe-. ¡Y debes trasladarte a América! Dime que no es eso, te lo ruego, dime que me equivoco.

Niki sonríe.

 ¡Te equivocas!

Simona sonríe, pero su expresión vuelve a cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Sigue cavilando.

 No me estarás contando una mentira, ¿verdad? ¿Seguro que no es eso?

Niki la tranquiliza.

 No, mamá, ya te he dicho que no es eso.

 Júramelo.

 Te lo juro.

 Pero si tú y yo siempre nos hemos contado las cosas

Niki la imita mientras repiten juntas la consabida frase:

 Tenemos que decírnoslo todo, ¡absolutamente todo!

Se echan a reír. Justo en ese momento Roberto entra en la sala.

 Bueno, ¿qué pasa? Veo que os estáis divirtiendo, ¿eh? Es una suerte Las alegrías nunca vienen solas.

Simona da unas palmadas sobre el puf que hay a su lado.

 Ven, Robi, siéntate aquí, Niki quiere contarnos algo importante Roberto se sienta.

 ¡Ahora lo entiendo, te ha tocado la Enalotto! -exclama al ver a su hija tan alegre-. ¡Cambiamos de vida!

Niki se queda estupefacta.

 ¡Mamá! ¡Papá! Menuda obsesión tenéis

Simona mira a su marido.

 Yo también se lo he preguntado.

 Ah

 ¡Y ella me ha contestado que casi!

Roberto sonríe.

 Hum, muy bien, debe de ser algo parecido ¡Quizá también nosotros podamos embolsarnos algo!

Niki sonríe, no saben que están a punto de gastarse una fortuna. ¡Nada de Enalotto! Después los mira. Están delante de ella risueños y curiosos. Dios mío, ¿y si la noticia no les gusta? ¿Y si no se alegran? ¿Y si mi decisión los enoja? ¿Y si pretenden impedírmelo? ¿Y si tratan de chantajearme diciéndome: «Haz lo que quieras, no podemos obligarte, pero que quede bien claro que nos has decepcionado»? En unos instantes repite todas las pruebas que ha hecho de ese discurso desde que volvió de Nueva York; deben de ser unas mil.

Por la noche, en la cama. Mamá, papá, me caso No, así no va bien. Mamá, papá, Alex y yo hemos decidido casarnos. No, eso no es cierto. Él lo decidió y yo acepté. Por la mañana en el cuarto de baño, delante del espejo. Mamá, papá, Alex me ha pedido que me case con él. Y de nuevo Alex y yo nos casamos. Con todos los tonos, matices, caras y muecas posibles e imaginables. Y después de intentarlo una y otra vez, se miraba al espejo y se decía que nunca lo lograría. ¡Porque es él el que tiene que decírselo y no yo!

Niki los mira y a continuación sonríe. A fin de cuentas, el problema es suyo, piensa.

 Esperadme aquí -dice mientras abandona la sala.

Roberto y Simona se miran sin pronunciar palabra. Él escruta a su mujer con curiosidad y malicia.

 Tú sabes algo, ¿verdad?

 Te juro que no Te lo habría dicho.

 Hum, tengo la impresión de que no es nada bueno

 ¡Sea lo que sea, si la hace tan feliz debemos alegrarnos por ella!

 Sí, la felicidad de un hijo puede ser a veces una tragedia para los padres

 ¡Madre mía, qué pesadez! -Simona le da un golpe en el hombro.

Un instante después, Niki vuelve a entrar en la sala acompañada de Alex.

 Aquí estamos

 Pero ¿dónde estaba? ¿Escondido en tu habitación?

 No Es que no encontraba aparcamiento -Niki tiene preparada la excusa. Al menos eso.

Alex y Niki se miran sonrientes. En realidad ella lo ha «aparcado» en el rellano porque antes quería prepararlo todo, llamar a sus padres y después darles la noticia.

Niki mira por última vez a Alex, que inspira, exhala el aire y a continuación sonríe a los padres de su novia. Apretando con fuerza la mano de ella, lo suelta todo de carrerilla.

 Niki y yo queremos casarnos Esperamos que nuestra decisión os alegre. Roberto, que intentaba acomodarse en el puf, apoya mal la mano, resbala y se cae al suelo.

 ¡Papá! -Niki suelta una carcajada-. ¡No te lo tomes así!

Simona ayuda a su marido a ponerse de pie.

 No era mi intención, te lo juro

Simona lo deja y echa a correr hacia su hija.

 ¡Pero eso es fantástico, cariño! -le dice abrazándola.

 No puedo ser más feliz, mamá. No sabes cuántas veces he ensayado estas palabras, de noche en mi cama, en el cuarto de baño.

Alex asiente con la cabeza.

 ¡Y al final he tenido que decirlo yo!

 Es verdad, pero ¿quién debía hacerlo si no? -Roberto se aproxima a Alex-. Ven aquí -le dice y los dos hombres se estrechan en un abrazo rudo y masculino. Roberto le da también unas palmaditas en el hombro-. Bien, me alegro mucho por mi hija. -A continuación abraza también a Niki.

 Oh, papá Te quiero mucho.

Simona abraza a su futuro yerno, sólo que de manera más circunspecta.

 Esto hay que celebrarlo -dice tras separarse de él-. Tenemos una botella en la nevera que reservábamos para una gran ocasión. ¿Y cuál mejor que ésta?

Roberto se apresura a seguirla.

 Te acompaño, amor mío ¡Voy a cogerla contigo!

Cuando se quedan a solas en la sala, Alex y Niki se abrazan radiantes.

 ¿Has visto, Niki? No hacía falta preocuparse tanto, a menudo las cosas resultan más fáciles de lo que uno imagina

 ¿Tú crees?

 ¡Por supuesto! ¿No has visto lo contentos que se han puesto tus padres?

 Mi padre se ha caído de culo al oír la noticia.

 Resbaló del puf, eso es todo. Venga, no tiene nada que ver con lo que hemos dicho.

 No lo conoces. Debe de estar trastornado.

Roberto y Simona están en la cocina. Los dos han apoyado la espalda en la pila y miran absortos el vacío que tienen delante. Roberto está boquiabierto.

 No me lo puedo creer, no es posible, dime que estoy soñando Dime que se trata tan sólo de una pesadilla espantosa de la que tarde o temprano nos despertaremos. No me lo puedo creer. Mi niña

Simona le da un codazo bromeando.

 Eh, que también es mía Mejor dicho, ¡primero es mía y después tuya!

 ¡Pero si la hicimos juntos!

 ¡Sí, pero yo la crié sola durante nueve meses!

Roberto se vuelve hacia ella.

 ¿Y todas las veces que me despertaba de noche porque ella gritaba y tú estabas destrozada y no querías ir a consolarla? ¿Quién la mecía, eh? ¿Quién se levantaba?

Simona le coge la mano.

 Tú. Es cierto, tú también has hecho mucho por ella.

 Los dos lo hemos hecho siempre todo por ella ¿Y quién se la lleva ahora? Él.

Simona esboza una sonrisa.

 Venga, ya basta. Volvamos a la sala. De lo contrario se preocuparán.

 Y Niki sacará sus conclusiones.

 Las ha sacado ya.

 No

 Eso quiere decir que no conoces a tu hija.

Simona coge una botella de un magnífico champán, unas copas del armario de la cocina y vuelve a la sala.

 Aquí estamos ¡No encontrábamos las copas!

Los cuatro se sientan mientras Roberto descorcha la botella y les sirve un poco de champán tratando de parecer lo más tranquilo posible.

Sesenta

Domingo, un día tranquilo, un cielo azul con alguna que otra nube ligera. Es la una, alguien acaba de salir de misa, una chica pasea con su alano negro: es grande y la arrastra para curiosear algo que se encuentra un poco más allá. Un señor hace cola delante del quiosco.

 ¿Me da Il Messaggero y la Repubblica?

Otro señor, molesto porque se le ha adelantado, protesta.

 ¿Ha salido el último número de Dove? -pregunta apresuradamente.

 Mire ahí debajo Debería estar delante. Si no lo ve es porque todavía no ha salido.

El señor en cuestión no lo encuentra. El quiosquero, un chico con un piercing en la ceja, se inclina hacia adelante tratando de leer al revés las portadas de las revistas.

 Ahí está, ahí -señala un periódico demostrando estar más despabilado que su cliente, pese a la noche que ha pasado en la discoteca y que ha finalizado acudiendo directamente al quiosco sin pasar por casa. Ni por un colchón cualquiera. Por desgracia.

Alex se detiene en el Euclide de Vigna Stelluti y sale poco después con una bandeja de pastelitos. Ha comprado quince, incluidos los de marrón glasé, con muchas castañas y nata, que tanto le gustan a su madre, Silvia.

Alex sonríe mientras sube al coche. Es la única que se conmoverá, estoy seguro; se le escapará alguna lágrima, yo la abrazaré y después ella, para superar el embarazo, se comerá algunos de esos pastelitos de castaña sin decir nada, pluf, lo hará desaparecer en silencio. Pero en el fondo se alegrará, estoy seguro. Siempre le ha parecido raro que yo, su primer hijo, fuese el único que aún no se hubiese casado, a diferencia de los hijos de sus amigas, e incluso de mis dos hermanas pequeñas. Y, tras hacer esa última consideración, Alex se encamina hacia la casa de sus padres. Pone un CD, una recopilación que le ha grabado Niki. Encuentra la canción adecuada. Home, de Michael Bublé. Te hace sentir en perfecta armonía con el mundo. Pero ¿cómo no se me ha ocurrido antes? Soy plenamente feliz de haber tomado esta decisión. Después sonríe para sus adentros. Qué idiota eres, Alex. Antes no salías con ella. De repente pasa por su mente un pensamiento, una sombra, un rayo en un cielo sereno. ¿Dónde estará ahora? ¿Cómo estará viviendo este momento? ¿Mi decisión la habrá hecho feliz? Nuestra decisión, quiero decir. Porque es nuestra, ¿verdad? Y no sólo mía ¿O está viviendo este día como si fuese uno cualquiera de la semana? Se la imagina riéndose en la univerdad, moviéndose entre chicos de su edad que la observan, que hablan de ella cuando pasa, luego con un profesor a la salida de una clase, el tipo que la mira demasiado. A continuación la ve en cualquier otro lugar, quizá haciendo cola en la oficina de correos haciendo idioteces con alguien. Luego, como si hubiese transcurrido cierto tiempo, ya más adulta, vestida de mujer con un traje de chaqueta, seria, comprando en una tienda de comestibles, o en un despacho acabando un trabajo con un colega que coquetea con ella. La ve tranquila, serena, equilibrada, una mujer de los pies a la cabeza y segura de sí misma. Y esas imágenes lo reconfortan, borran los celos sin que haya un auténtico motivo, una razón. Porque Alex ignora que, en ocasiones, las sensaciones pueden ser correctas, y que muy pronto tendrá que enfrentarse a esos miedos. Por fin, entra tranquilo en el jardín de la casa de sus padres.

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