Sí, es cierto
Por la amistad
Cuánta verdad hay en ese dicho -Pietro apura su copa y prosigue-: «Las mujeres pasan Los amigos permanecen» -A continuación se vuelve hacia Alex-: Oh, disculpa, eh Quizá tú estés ya fuera de esa categoría.
¡Sí, perdona, pero eres la excepción que confirma la regla!
No lo entiendo Os he traído champán, y ya veis qué champán ¡El más caro!
Madre mía, qué feo es ese vicio tuyo de hacer hincapié en el precio
Lo hago para que entendáis hasta qué punto es importante este momento para mí, mientras vosotros
Entiendo, pero estás bromeando, ¿verdad?
Flavio deja su copa sobre la mesa.
Cristina me ha dejado. Me ha dicho que lo nuestro se ha acabado. No consigo estar alegre, pese a la noticia de que te casas y a la botella de champán.
Venga, no discutamos ahora. Además, perdona, Flavio, ¿eh? -Enrico se interpone-, pero acabas de decirnos que ella no está con otro, ¿verdad?
Sí.
Quiero decir, supongo que habrás echado un vistazo a sus sms, el correo, los e-mails
Flavio lo mira enojado.
Pues no.
¿No los has comprobado? En ese caso, ¿cómo puedes estar seguro de que te está diciendo la verdad?
Porque he hablado con ella y eso me parece lo más fiable, no tengo ninguna necesidad de espiarla. Por eso sufro. Porque me basta saber que me lo ha dicho ella Y es así, ella era la cosa más bonita de mi vida, se lo repetía siempre, era mi isla secreta, mi playa feliz, mi puerto seguro
Pietro gesticula animadamente.
Entiendo, hay otro hombre.
Pero ¿qué dices?
No lo soportaba más. Considéralo una consecuencia La isla secreta, la playa feliz, el puerto seguro ¡Al final se ha arrojado en brazos de un marinero!
Flavio se írrita.
Tú siempre con ganas de bromear, ¿eh?
Enrico interviene.
Perdona, Flavio, pero debes conservar la serenidad. La situación todavía se puede remediar. Reconozco que me cuesta admitirlo, pero lo suyo no es como lo de Camilla, que se ha fugado con un abogado a las Maldivas O como Susanna, que ha pillado a Pietro con esa médica
Enrico mira a Pietro, que no renuncia a aportar su granito de arena:
Y eso que le dije que me había subido la fiebre, que era altísima, que tenía las facultades mentales disminuidas -Sonríe malicioso-. Las físicas, sin embargo, funcionaban a la perfección
Enrico y Alex sacuden la cabeza.
Enrico mira a Flavio y prosigue:
¿Ves? Su caso es patológico El tuyo, en cambio, no. Se trata de algo pasajero. Quizá incluso sea beneficioso ¿Cuántos años lleváis casados?
Ocho
Sí, pero antes ¿cuánto hacía que estabais juntos? -lo interrumpe Pietro.
Seis.
¿Lo veis? -replica Pietro-. Seis más ocho Catorce. ¡Es la clásica crisis de la pareja!
¡Mejor dicho, la de los siete años multiplicada por dos!
Alex toma la palabra.
Escuchad Dejadme pensar, dejadme soñar por unos instantes. He venido a compartir un momento de gran felicidad con vosotros Flavio, lamento mucho que te haya sucedido una cosa así justo ahora, pero Enrico tiene razón, quizá se arregle todo.
Espero que así sea.
Pietro esboza una sonrisa.
Bueno, se me ha ocurrido una cosa: ¿queréis saber qué es lo más absurdo de esta noche?
Venga, dispara -responde Enrico, preocupado-. Con tal de que no sea una de tus habituales estupideces.
No, no, estoy hablando en serio. Tenemos que Celebrar una cosa: antes éramos tres hombres casados y él era el único soltero.
Alex sonríe.
Reconozco que os envidiaba un poco, un poco mucho
¡Ahora somos tres separados y él está a punto de convertirse en el único casado!
Flavio se levanta de un salto del sofá.
¡Un momento! Acabáis de decirme que aún me queda alguna posibilidad. ¡Os estáis cachondeando de mí!
Pietro se acerca a él y lo acaricia.
Bueno, bueno, claro que la tienes -Después simula que es un perro-. Pero ahora, sit, sit ¡Tranquilo!
Flavio lo aparta de un empujón.
Pero ¿cómo puedes tratarme así! ¡Que te den por culo!
Era una broma, intentaba quitar hierro a la situación ¡Es un modo de estar a tu lado. ¿Qué pretendes, que te compadezcamos? No se reacciona así ante las cosas, ¡coño!
¿Ah, no? -Flavio está a punto de atacarlo de nuevo, le pone una mano en la cara y lo empuja-. ¡Ahora te enseñaré cómo reacciono yo!
Enrico y Alex intervienen al vuelo y lo detienen.
¡Venga, tranquilos! Tranquilos, ¿se puede saber qué estáis haciendo?
Pues sí Nos conocemos desde hace veinte años, jamás hemos discutido, ¿y tenemos que hacerlo precisamente ahora?
Veinte años
Eso es, quizá más, desde que íbamos al instituto.
Pietro se queda pensativo.
Es verdad. -A continuación mira a Flavio-. Y tú me pasabas siempre los deberes de matemáticas.
Eh, y te ayudé a aprobar, pese a que eras un negado ¿Y ahora cómo me lo agradeces? Me tratas como a un perro.
Tienes razón, perdóname. -Se abrazan; después Pietro se separa y lo mira curioso-. Pero ¿sabes hacer ya una suma larga?
Sí, creo que incluso más, desde que estábamos en el instituto.
Esta vez Flavio se echa a reír.
Sí, ¿cómo no? Te lo ruego, divide siempre por dos y llévate uno prescindiendo de, pero bueno, ¡lárgate, venga!
Alex esboza una sonrisa.
Muy bien, así me gustáis más. Con un poco de serenidad, poco a poco se logra todo.
Pietro lo mira.
Sí, sí Tú, mientras tanto, cásate ¿Cuánto tiempo llevas con Niki?
Casi dos años.
Pues ya hablaremos dentro de cinco ¡Quiero ver cómo llegas a ese momento!
Alex se mete las manos en los bolsillos.
Pero bueno, ¿qué es esto? ¿Todos contra todos? Chicos, tenemos que querernos mucho y confiar en que las cosas nos irán bien a todos Yo, en cualquier caso, no me alegraría nunca si uno de vosotros tuviera un problema Antes de decidir que quería casarme jamás esperé que rompierais para poder estar en igualdad de condiciones, ¿no? Quería casarme y punto. Me habría gustado hacerlo con Elena, pero ya sabéis lo que pasó. Ahora espero poder hacerlo con Niki. Más aún, ahora quiero casarme con Niki y confío en que Mejor dicho, todo tiene que salir bien y vosotros debéis ayudarme para que así sea. Porque yo soy feliz de lo que me está ocurriendo. Porque la felicidad de un amigo es también la mía Y me gustaría que para vosotros fuese también lo mismo, ¡que os alegrarais por mí! ¿O no es así?
Alex los mira. Están sentados en el sofá delante de él y permanecen en silencio.
Enrico sonríe al final.
Tus palabras me han conmovido.
Sí, son preciosas -corrobora Flavio.
Tiene razón, me he equivocado -asiente Pietro.
Enrico lo abraza.
Enhorabuena, Alex. ¡Te deseo que seas muy feliz!
Flavio se levanta también para abrazarlo.
Sí, yo también.
Pietro se une a ellos.
¡Eh, que os olvidáis de mí! ¿Qué pretendíais? ¿Dejarme al mar- j gen? ¡Canallas!
Nosotros, ¿eh?
Y permanecen juntos en el centro del salón, riéndose y bromeando.
Sí, os quiero mucho
¡Anda ya!
No se dan cuenta de que en ese preciso momento alguien está introduciendo la llave en la cerradura y abriendo la puerta. Entra Medi, una mujer de unos cincuenta años, filipina, que se queda boquiabierta al ver a ese grupo de hombres brincando y abrazándose de esa forma.
¡Te quiero mucho!
¡No, yo más!
¡Me gustaría divorciarme y casarme con todos vosotros!
Cuando Pietro acaba de dar una vuelta entera, su mirada se cruza con la de la filipina.
¡Ah, hola! -Tras separarse de sus amigos se acerca a ella-. Usted debe de ser Medi, ¿verdad? Martinelli me dijo que de vez en cuando viene para arreglar la casa A partir de ahora seré yo
Sí, el señor me lo ha dicho. Sólo traía esto como él me había pedido -Le enseña una caja con unas botellas de agua-. Porque el otro día acabé la que había Y, además, esto
Pietro coge el sobre que le tiende la mujer con las facturas del agua, del gas y de la luz.
Sólo rae ha dicho que el señor debe cambiar los contratos y que las necesitaría Además, si usted quiere, yo puedo volver mañana Aquí tiene mi número y mis tarifas
Pietro mira la hoja que le está tendiendo con todo lo que la Medi-service es capaz de hacer.
¿Nueve euros la hora?
Como todas, pero mejor que todas.
Pietro se vuelve hacia sus amigos.
Hasta tiene un eslogan Esta tipa te robará el trabajo, Alex. -La acompaña hasta la puerta-. Está bien, gracias. Si la necesito, la llamaré -Una vez que la mujer se ha marchado, Pietro se reúne de nuevo con sus amigos-. ¿Os dais cuenta?
Flavio asiente con la cabeza.
Están superorganizadas.
Eso es porque nuestras mujeres les han dejado demasiado espacio -sigue Enrico-. Deberíamos haber controlado también esto, la situación se nos ha ido de las manos.
Pietro permanece en silencio. Alex se aproxima a él.
¿En qué estás pensando?
En que Martinelli se ha preocupado en seguida de los gastos, y que a saber qué piensa esa tipa después de habernos visto saltando y riéndonos como unos imbéciles Pero, sobre todo, a saber lo que irá contando luego por ahí.
Flavio se acerca.
¿Y qué crees que puede pensar? Que somos amigos.
Es verdad -Pietro esboza una sonrisa.
Flavio lo mira y cambia de expresión.
Por cierto ¿Puedo pedirte una cosa? Dado que Cristina quiere estar sola y que yo tengo que buscar un sitio, ¿puedo quedarme contigo hasta que lo encuentre?
Pietro se queda callado por un momento, después ve los ojos de Enrico, pero sobre todo la mirada severa de Alex, y sonríe.
¡Claro! ¡Faltaría más! ¡Hay habitaciones de sobra!
Flavio lo abraza.
¡Gracias! Voy a coger en seguida la maleta que tengo en el coche.
Pietro espera a que salga.
Vaya, así que lleva la maleta en el coche; eso quiere decir que daba por supuesto que se quedaría aquí.
Pues sí que -Alex sacude la cabeza-. Eres un malpensado.
Justo en ese momento suena el móvil. Es Niki. Alex sonríe algo cohibido y se aparta un poco de sus amigos.
¡Hola, Niki!
¡Hola, cariño! Cuéntame, ¿cómo ha ido en casa de tus padres?
Ha sido coser y cantar
Nike percibe un extraño silencio.
¿En serio? ¿Me estás diciendo la verdad?
Claro que sí, cariño, faltaría más.
Niki recela.
¿Dónde estás?
En casa de Pietro
En ese mismo instante entra Flavio con dos maletas y varias bolsas.
¿Qué es todo ese ruido?
Los demás han venido también.
¿Ah, sí? -La voz de Niki es de nuevo entusiasta-. ¿Se lo has dicho también a ellos?
Sí
¿Y cómo se lo han tomado?
Flavio abre la maleta y, al hacerlo, caen al suelo algunos jerséis, recuerdo de su vida con Cristina. Se entristece y mira desconsolado a sus amigos.
Todavía no puedo creer lo que ha sucedido
También ellos parecen tristes e intentan animarlo, pero Flavio está muy deprimido. Niki insiste:
Entonces, ¿cómo han reaccionado tus amigos?
Alex comprende que en ciertos casos no queda más remedio que mentir.
No te lo puedes ni imaginar, están locos de contentos.
¡Genial! ¡Es un momento precioso para todos!
Pero en ese mismo instante Flavio rompe a llorar.
Ahhh
¿Qué ocurre?
Creo que nada grave
Pero ¿quién está llorando así?
A Alex se le ocurre al vuelo una respuesta.
¡Es Ingrid, la hija de Enrico! Tendrá hambre Perdona, Niki, ¿puedo llamarte luego?
Claro que sí, ve
Alex cuelga y se acerca a Flavio.
¿Qué pasa? ¿Qué ocurre?
Al abrir la maleta he visto este suéter.
¿Y qué?
Pues que me lo regaló ella
¿Y qué? No me parece que sea nada tan grave
No, tú no puedes entenderlo. Era San Valentín, habíamos paseado durante todo el día y, como siempre, decíamos que nos gustaría escaparnos en un barco
¡Aquí tenemos de nuevo al marinero!
¡Venga, Pietro!
Tenéis razón, perdonadme.
Flavio prosigue con su relato:
Esa noche desenvolvimos los paquetes y descubrimos que los dos nos habíamos regalado el mismo jersey. Justo el mismo, idéntica marca, idéntico color -Flavio lo levanta y se lo enseña-. ¡Éste! -y se echa de nuevo a llorar-. ¿Qué estará haciendo ahora Cristina?
Pietro exhala un suspiro.
¿Y qué estará haciendo ahora Susanna? Quizá esté metiendo en la cama a Carolina
Enrico suspira a su vez.
Pues yo prefiero no saber lo que pueda estar haciendo Camilla Peor aún, me lo imagino.
Alex toma las riendas de la situación.
Escuchad, tenemos que animarnos como sea. ¿Os apetece que salgamos a cenar juntos, como en los viejos tiempos?
¿Japonés?
¡Sí!
¿Cerveza y partidita de póquer?
¡Sí! -responden todos a coro.
Alex intenta puntualizar:
Pero sin que nos den las tantas, que mañana tengo una reunión.
Todos lo miran enojados.
¡Ya habló el que está a punto de casarse!
Alex entiende de sobra que no debe insistir.
Está bien Yo repartiré las cartas.
Y se sientan a esa mesa de cristal demasiado grande, cercanos, amigos, unidos en ese nuevo y extraño momento de compañerismo, como no sucedía desde hacía varios años. Y mientras las cartas pasan de una mano a otra, en sus mentes se entrelazan todo tipo de pensamientos. Pietro recuerda una ocurrencia de Woody Allen: «Soy la única persona de este mundo capaz de lograr una mano de póquer con cinco cartas sin que ni siquiera dos sean del mismo semen.» Todos se echan a reír.
¡No es mi caso! No sabéis qué punto tengo
¡Estás fanfarroneando!
Ven a verlo si te atreves. ¡Cien euros!
No se sabe quién ganará esa mano, pero una cosa es segura: ninguno de ellos perderá nunca esa espléndida amistad.
Sesenta y cinco
Olly apaga el motor del coche. Apoya las dos manos en el volante. La luz de la farola la ilumina. Un perro atraviesa veloz la calle. Ella lo sigue con la mirada. Giampi la escruta.
Ha sido una bonita fiesta, ¿verdad? Gracias por haberme acompañado a casa.
Olly sigue mirando absorta hacia adelante.
Sí, muy agradable Niki estaba contenta.
Giampi se percata de que el humor de Olly no es de los mejores, de manera que se acerca a ella y le acaricia la mejilla. Olly se aparta un poco.
¿Qué te pasa, cariño?
Olly se vuelve y lo mira con una mezcla de dureza y tristeza en los ojos.
Nada
¿Nada? ¿Entonces a qué viene esa cara? Venga, ¿qué ocurre?
Te he dicho que nada ¿Y tú, te has divertido?
Bueno, sí, La gente era simpática. Incluso tres personas se han ofrecido a llevarme a casa cuando les he dicho que lo habíamos preparado todo tú y yo juntos
Qué amables Supongo que Ilenia se habrá ofrecido también.
Giampi la mira.
Bueno, sí, ella también Es muy amable. Nos dejaste plantados sin más, podrías haberte quedado a charlar un poco. Te habría caído bien. -Olly juguetea nerviosa con el Arbre Magique con aroma de pino. No dice nada. Giampi prosigue-: Estudia enfermería. Y además baila. Sí, es una tía enrollada. Me gusta conocer a personas interesantes.
Ya lo imagino, sobre todo cuando además se trata de chicas monas
¿Qué quieres decir?
Nada. ¿Y os habéis intercambiado el número de móvil? Si no, se lo puedes pedir a Erica. Dijiste que eran amigas, ¿no?
Pero ¿por qué debería haberle pedido el teléfono? No, no nos lo dimos. Supongo que nos volveremos a ver en otra fiesta, tuya o de Erica, en caso de que ocurra, así, sin más -Giampi se extraña-. Olly no estarás celosa, ¿verdad?
Ella permanece un instante en silencio. Luego mira por la ventanilla.
¿Yo? ¡Qué va! ¿Por qué debería estarlo? En el fondo siempre hablas con otras mujeres, eres cordial, y parece que yo no te basto
¿Otra vez, Olly? Ya sabes que te quiero y que estoy bien contigo. Te lo he demostrado infinidad de veces. Sólo soy un tipo al que le gusta hablar con la gente. Jóvenes, ancianos, hombres o mujeres, da igual. Cuando me conociste ya era así, ¿no? Además, tú misma has dicho que eso es lo que te gusta de mí, así que, ¿qué se supone que debería hacer? ¿Fingir que soy diferente? ¿Contenerme? Debes saber que yo nunca te he engañado
Olly se siente confusa. Es consciente de que ha exagerado, pero no consigue frenarse, aún menos desdecirse. Lo escucha, lo mira y, al final
Basta ya, Giampi. Siempre dices lo mismo, pero no sé por qué tengo la impresión de que lo único que te interesa son las chicas guapas No me respetas
Pero ¿qué dices, Olly? ¿Que no te respeto? Pero ¿qué te he hecho?
Olly se muerde los labios y a continuación rompe a llorar.
Haces que me sienta mal, te has pasado la noche hablando con ésa
Olly, ya basta, de verdad. Esa historia hace ya varios meses que dura. Según tú, yo te engaño cada dos minutos. Pero eres tú la que no me respeta Quizá sea mejor que dejemos de vernos durante algún tiempo -Se apea del coche enfadado y da un portazo.
Olly lo ve desaparecer detrás del portal de su edificio y empieza a dar puñetazos al volante, encolerizada con todos, aunque, sobre todo, consigo misma y con esa maldita debilidad suya.
Sesenta y seis
¡Lorenzo!
El niño, que acaba de resbalar y de caerse al suelo, prueba por última vez a darle a la pelota, pero al oír el grito de su madre opta por renunciar.
¡Te he dicho que no juegues de ese modo!
Se levanta sacudiéndose el chándal.
Pero, mamá, ¡vamos perdiendo!
¡Me importa un comino! ¿De acuerdo?
¡Vaaale!
Lorenzo echa a correr más exaltado y sudado que nunca, con su melena rubia, se diría que sueca, cubriéndole los ojos y pegada a las mejillas porque la cinta de rizo no consigue sujetársela. La aparta con la mano y corre detrás de la pelota en ese campo que han improvisado en el jardín de Villa Balestra, en los Parioli, bajo los ojos inquietos de Susanna. Lorenzo llega junto a la pelota y emprende de nuevo su carrera. Su madre sacude la cabeza mirando hacia Monte Mario, después alrededor, hacia ese jardín elíptico, a las avenidas paralelas, a las cuevas excavadas en la toba a media ladera. Luego se da cuenta de que hace rato que no ve a Carolina, se vuelve de inmediato hacia el lugar donde la vio por última vez y la busca con la mirada.
Ah, ahí está.
Está sentada en su bicicleta. Los pies de la niña se balancean y apenas tocan el suelo, el asfalto de esa especie de pista, que, en realidad, debería ser de patinaje, de no haber sido porque la construyeron mal. Carolina habla con sus amiguitas, ríe, bromea y charla tranquila Y, pese a que no se ha quitado la cazadora, no está sudada. Menos mal, por lo menos ella.
Susanna coge el bíter rojo que tiene delante y lo apura. Come una patata frita, después una aceituna, acto seguido vuelve a coger el vaso del bíter, pero no ha dejado ni una gota. Se encoge de hombros y decide comer otra patata. Es particularmente grande, y mientras la aferra Susanna piensa de nuevo en su propósito. Caramba, había dicho que quería tener cuidado, que nada de porquerías después de comer. Gimnasia, ¿hago kickboxing y después me pirro por una patata? No quiero convertirme en una de esas mujeres deprimidas a causa del amor que se consuelan con la comida porque piensan que nadie quiere ligar con ellas y al final engordan tanto que luego sus peores temores se hacen realidad y nadie se digna ni siquiera mirarlas Pero es que no puedo resistirlo. Ni que fuese Rocco Siffredi en ese anuncio de patatas fritas que ha visto en la televisión. Susanna cae en la tentación y se la come en dos bocados, satisfecha de su decisión. Bueno, mañana empezaré en serio. No engordaré por saltarme un día la dieta. No hay que ser demasiado radicales al principio, es mejor ir poco a poco hasta conseguir un resultado óptimo.
Perdone, señora, ¿están libres?
Un chico alto con el pelo oscuro y un poco rizado, los ojos azules y profundos y, sobre todo, una sonrisa maravillosa acaba de apoyar las manos en dos de las sillas que rodean la mesa de Susanna. Ésta se ruboriza a su pesar.
Por supuesto
Gracias.
El chico las levanta con facilidad y las lleva hasta una mesa contigua donde una atractiva joven con una melena larga y rubia lo está esperando. Qué estúpida soy. Me he ruborizado. Susanna se come una aceituna y después observa a la pareja. Conozco a ese chico. Se llama Giorgio Altieri. Frecuentaba el gimnasio al que iba yo. Todas estábamos locas por él. Lo sabíamos todo sobre su vida y bromeábamos sobre cómo debía de ser en la cama. ¡Era increíble! Olía a colonia incluso cuando sudaba. Susanna lo observa con detenimiento. Siempre ha tenido una sonrisa preciosa. Y esa novia tan guapa. Iba con él al gimnasio. Mierda. ¿Cómo es posible que esos dos duren tanto? Los envidio. Puede que él ni siquiera la engañe. De ser así es un buen tipo, porque con un cuerpo como el suyo
Giorgio se vuelve para pedir que les sirvan. Mientras busca al camarero entre las mesas, su mirada se cruza con la de Susanna, que esta vez no enrojece. Él, curioso, la mira con un poco más de detenimiento, después le guiña un ojo y sonríe. Lo sabía. Susanna baja la mirada y se aferra al bíter como si fuese su única tabla de salvación, en vano, porque vuelve a ruborizarse. Qué idiota soy, piensa. ¡Y, por si fuera poco el bíter se ha acabado!
¡Perdona el retraso!
¡No te preocupes!
Cristina llega justo a tiempo, sonriente, pero a todas luces algo cansada. Además, tiene los ojos un poco enrojecidos, como si no hubiese dormido bien.
¿Quieres pedir algo?
Sí, quizá un capuchino.
Susanna consigue detener al vuelo a un camarero que en esos momentos pasa junto a su mesa.
Un capuchino, por favor
Después se vuelve hacia Cristina.
¿Te apetece también algo de comer?
No, no Sólo un capuchino.
Entonces un capuchino, un bíter rojo y más patatas fritas -El camarero hace ademán de marcharse-. ¡Ah, y también unas aceitunas! -Susanna mira de nuevo a Giorgio, en vano, porque él sigue charlando con su compañera y le da la espalda-. ¿Qué pasa?
Nada, ¿por qué?
¿Nada? Jamás has venido a Villa Balestra desde que yo la frecuento.
No es cierto Vine una vez.
¿Cuándo? No me acuerdo.
Hace dos años.
¡Es verdad! Tienes razón. Viniste, espera, ¿por qué?
El camarero regresa y deja sobre la mesa el capuchino, el bíter rojo y unos platos de patatas y aceitunas.
Gracias. -Susanna mordisquea en seguida una patata frita, bebe por fin un poco de bíter y se seca los labios-. Ah, sí Ahora me acuerdo, Flavio y tú habíais reñido Sí, habíais discutido porque tú querías seguir trabajando y pensabas que quizá era demasiado pronto para tener un hijo, y en cambio él -Se vuelve de golpe hacia Cristina-. ¿Habéis discutido otra vez?
Peor aún. -Cristina da un sorbo a su capuchino y después apoya con delicadeza la taza sobre el plato-. Hemos roto.
¿Qué quieres decir? Bueno, debe de haber sido una discusión más fuerte, de todas formas tendrá arreglo, ¿no?
No, no creo. -Cristina se aparta el pelo hacia atrás y mira a lo lejos, hacia la cúpula de la iglesia de Belle Arti, más allá, hacia el norte de Roma, fuera de los límites de la ciudad, donde ya no hay edificios sino tan sólo campos y terrenos de cultivo. Donde, sin embargo, todavía puede nacer algo. A diferencia de su historia-. Se ha acabado, Susanna. Anoche hablamos largo y tendido, lloramos, nos abrazamos y nos dijimos cuánto nos queríamos Luego le confesé algo importante.
¿A qué te refieres?
Le dije que quiero estar sola, que necesito tiempo para mí, que ya no soporto su presencia, que el mero hecho de verlo me hace sufrir, y que esa falta de amor hacia él me destruye.
Dime la verdad, Cristina.
Ella se vuelve risueña.
No. Ya sé lo que me vas a preguntar. No hay nadie más en mi vida. -Da un sorbo a su capuchino y mira otra vez a Susanna-. Y no estoy mintiendo, ¡te lo juro! No sabes hasta qué punto sería más fácil tener en la cabeza a otro y pensar exclusivamente en acostarme con él.
En ese momento, sin querer, poco menos que guiada por el instinto, Susanna se vuelve hacia Giorgio Altieri. Pero la mesa está vacía. Echa un vistazo alrededor y no ve a nadie. Lástima. Susanna se encoge de hombros y vuelve a mirar a Cristina, que, no obstante, se ha percatado de la repentina distracción de su amiga.
¿En qué estás pensando?
En nada, mejor dicho, cuando has hablado de acostarse con alguien me ha venido a la mente un tipo que veo a menudo por aquí Estaba a nuestro lado hasta hace poco. Un tal Giorgio. Pero se ha ido.
Ah ¡Muy bien!
Sólo que yo no querría hacer el amor con él, ¡me encantaría follármelo!
¡Susanna!
Oye, ¿por qué sólo los hombres pueden tener ese instinto? ¡Qué coño!
¡Susanna!
Sí, hoy me encantaría echar un buen polvo, ¿te parece bien? -Se echa a reír.
Cristina acaba sonriendo también y se abrazan inclinándose un poco desde sus sillas. Después Susanna se pone de nuevo seria.
Espero que no lo hayas hecho a raíz de nuestra conversación de la otra noche.
¿A qué conversación te refieres?
Sí, cuando te dije no sé cuántas cosas sobre Pietro, sobre la vida, el matrimonio y nuestro grupo. Tal vez te diste por aludida y has pretendido dar un paso mucho más grande e importante que tú
No -Cristina niega también con la cabeza-. ¿Sabes cuántas veces he pensado en eso? ¿Cuántas cosas no me gustaban de mi vida, cuántas cosas no funcionaban y, sobre todo, de cuántas de ellas él no se percataba en lo más mínimo? El simple hecho de estar de vez en cuando en silencio a su lado, cenando frente a la mesa. Mientras miraba la televisión sin prestar la menor atención a la tristeza que se reflejaba en mis ojos Al menos podría haberme mirado, ¿no? De haberlo hecho, habría visto, habría entendido y, quizá, hasta podría haberme hecho alguna pregunta.
¿Y tú qué le habrías contestado?
Cristina mira a los hijos de Susanna. Se han acercado con sus amigos y juegan con un pequeño perro en la hierba.
No lo sé. Poco importa lo que podría haber dicho; lo fundamental era sentir su preocupación por mí -Cristina la mira de nuevo
mientras la brisa agita su pelo, el aire es ahora más sereno, más tranquilo, incluso más reposado.
Susanna le acaricia la mano que tiene apoyada en el brazo de la silla.
Quizá se dará cuenta y se preguntará por qué no quiso saber más
Pero puede que para entonces ya sea demasiado tarde. Quizá lo sea ya. Ahora, sin duda, lo es
Susanna saca dos entradas de debajo del plato y echa un vistazo a la cuenta.
Oh Puede que sea pasajero. Tal vez ahora te guste sentir lo que estoy experimentando yo, es decir, el deseo de vengarme de Pietro y del fracaso que estamos viviendo por su culpa Quizá hasta te acabe interesando ese Giorgio del que te he hablado
Pero eso ahora no tiene nada que ver.
Ya, pero no debes encerrarte en casa porque, si lo haces, te deprimirás. Perdone
Un camarero se acerca ellas.
No, de eso nada -Cristina la detiene-. Yo invito, venga
¡Ni lo sueñes! -Susanna saca un billete de cincuenta, espera la vuelta y deja un euro de propina al camarero, que se marcha a toda velocidad para atender otra mesa.
Ya me invitarás a cenar cuando salgamos juntas
¡Ah, sí! Así me recupero. Vale, me gusta la idea
Susanna sonríe.
Siempre que nuestros dos hombres consientan que paguemos
¿Y quiénes son nuestros dos hombres?
Susanna se levanta de la silla y la mira radiante.
¡No tengo ni idea! Pero da igual Quizá sea algún tipo tan guapo como Giorgio Altieri, o puede que incluso más. ¡Pero qué digo, lo será seguro!