Perdona Pero Quiero Casarme Contigo - Федерико Моччиа 29 стр.


Niki lee el mensaje y después lo borra. Está irritada. Se dirige al cuarto de baño y empieza a maquillarse con parsimonia. Va recuperando la calma lentamente. Le ha sentado bien dormir un poco, aunque, vaya sueño tan extraño Sonríe. A saber qué querrá decir. El inconsciente trabaja mientras dormimos. Bah. Esta noche quiero ponerme el vestido azul que me compré el otro día. Me hace más mujer, pero me gusta. Se acerca al espejo para maquillarse mejor, sin dejar ningún detalle al azar. Y a continuación se echa a reír. Un vestido de mujer. ¡Pero si yo ya soy una mujer!

Un poco más tarde va a coger algo de beber a la cocina, tiene sed. Oye a sus padres en la sala.

 ¿Tenemos que invitarlos también a ellos, Robi? Nunca los ves

 ¿Y qué más da? Son mis primos. Viven fuera, pero no por ello dejan de ser de la familia. Estamos muy unidos. Siempre hemos pasado juntos las vacaciones en San Benedetto del Tronto Entiéndelo.

 Pero entonces seremos más de doscientos Si calculamos que nos va a costar por lo menos cien euros por persona, la cifra es altísima, haz cuentas

La boda. También ellos están hablando de la boda. En esta casa no se habla ya de otra cosa. Mientras Niki está en el pasillo, oye que suena el móvil. Corre para no perder la llamada. Llega a su habitación y apenas le da tiempo de ver quién es y de responder.

 Alex, ¿qué ocurre?

Él está en su casa, metiendo a toda prisa algunas cosas en su bolsa: una camisa, un suéter, unos calcetines, unos calzoncillos, y el neceser con la pasta y el cepillo de dientes.

 Cariño, perdona pero ha surgido una urgencia en Milán.

 ¿En Milán? ¿Y la cena antiestrés y todo lo que planeamos?

Alex sonríe.

 Tienes razón, pero me estoy quitando un montón de trabajo de encima para tener más tiempo libre después. Los americanos nos reclaman. Volamos a las nueve, Leonardo y yo y nadie más -Como si eso pudiera tranquilizarla-. Volveremos mañana por la noche. ¿Te parece que lo dejemos para entonces?

 No. No me parece bien, Alex. ¿Nuestra vida va a ser siempre así a partir de ahora? ¿Voy a estar siempre por debajo de los americanos, de los japoneses, de los chinos, de los rusos y a saber de cuántos más? ¿Te vas a casar conmigo para echarme a un lado?

 Pero, cariño, ¿qué estás diciendo?

 Digo que no soy el centro de tu vida. Que antes está tu trabajo y a saber cuántas cosas más. Hoy necesitaba relajarme. Hoy más que nunca

 Pero, cariño, nos han mandado un avión privado por sorpresa

 ¡Me importa un comino! ¿Acaso crees que puede impresionarme el hecho de que tengas un avión privado a tu disposición? En ese caso creo que no me entiendes en absoluto

 Pero si no lo decía por eso Me refería a que ni siquiera yo sabía que teníamos que viajar esta noche

Demasiado tarde. Niki ha colgado. Alex teclea de inmediato su número. Niki oye sonar el teléfono, lee el nombre en la pantalla y rechaza la llamada. Alex sacude la cabeza y lo intenta de nuevo. Niki lo vuelve a rechazar. No hay nada que hacer. Alex baja a toda prisa de su casa y sube al coche de Leonardo, que lo está esperando.

 ¿Todo bien?

 No, Niki se ha enfadado.

Leonardo esboza una sonrisa y le da una palmada en una pierna.

 Las primeras veces siempre sucede lo mismo, luego se acostumbran. ¡Debes traerle un bonito regalo de Milán!

 Sí, lo haré.

Alex está inquieto, pero después piensa en el DVD que Niki recibirá en su casa al día siguiente y eso lo tranquiliza un poco. Lo ha hecho con mucho amor, le ha dedicado mucho tiempo, seguro que le gusta. Es una sorpresa preciosa, una de esas que tanto le gustan a ella, hecha con el corazón y no con dinero. Así que se relaja mientras el coche lo lleva al aeropuerto dell'Urbe. Allí los espera un avión privado en el que viajarán a Milán para asistir a esa reunión tan importante. Alex se arrellana en el asiento. Está cansado, muy cansado, pero las cosas no tardarán en ir mejor. Esta reunión es decisiva, y también la última. A partir de ahora todo será más fácil, un paseo. Sí, así será. Alex no sabe hasta qué punto se equivoca, porque a partir de esa noche nada volverá a ser igual.

Ciento nueve

Cristina y Mattia brindan levantando dos copas de champán mientras se miran a los ojos. En la pequeña taberna del centro a la que han ido apenas hay gente, a fin de cuentas es un día de diario. Comen con apetito, ríen, hablan de todo y se cuentan el uno al otro sus historias. Mattia es divertido, avispado, un hombre que transmite seguridad. Cristina se siente bien en su compañía. Lo mira. Lo escucha. Le parece simpático. Las horas pasan volando. Se sorprende un poco de sí misma. De sentirse tan a gusto. De tener ganas de coquetear.

 ¿Sabes que eres estupenda? -le dice Mattia con una amplia sonrisa.

 No me digas, seguro que eso se lo dirás a todas

 ¿Todas? ¿Quiénes? -Mattia mira alrededor con aire intrigado-Aquí no veo a ninguna otra que merezca esas palabras. Y tampoco fuera de este local. Que sepas que no soy ningún ligón, ¿eh?

 ¿Ah, no?

 ¡No! El hecho de que sea profesor de fitness no implica que vaya siempre por ahí haciendo el idiota. ¡Yo también tengo mis gustos! Y tú los satisfaces plenamente -Le acaricia una mano.

Al principio Cristina la retira, pero luego se relaja y acepta el gesto.

Mattia le sonríe.

 ¿Quieres algo más? ¿Tal vez un postre?

 Si tienen crema catalana, sí ¿Y tú?

 No, por Dios Te habrás dado cuenta de que sólo he pedido un filete y una ensalada. Sigo una buena dieta para estar en forma. Disociada. Jamás como hidratos de carbono para cenar. ¡En cambio, veo que tú tienes un buen saque!

Cristina lo mira.

 Sí, me gusta comer bien.

 Te lo puedes permitir, tienes una figura perfecta. Además, a las mujeres que les gusta comer también les gusta gozar -la mira con aire malicioso.

Cristina, azorada, busca al camarero con la mirada para salir del apuro y lo llama.

 Perdone

 Sí

 ¿Tienen crema catalana?

 Por desgracia no, pero tenemos sorbete, tarta de almendras, tartufo de chocolate blanco, tiramisú y profiteroles

 Mmm, en ese caso, no, nada de dulces. Dos cafés, por favor.

 Perfecto. -El camarero se aleja y desaparece detrás de la barra del bar.

 ¿Te ha decepcionado el que no haya crema?

 Un poco La crema catalana me encanta

 Bueno, trataré de remediarlo -le aprieta aún más fuerte la mano.

Cristina hace una mueca cómica. No me lo puedo creer. ¿Lo estoy haciendo de verdad? Estoy aquí con un chico estupendo que incluso me cae bien, que me dice cosas preciosas y al que le gusto. Y estamos a punto de salir de este restaurante y quizá

El camarero les lleva los cafés. Cristina y Mattia se lo beben de un sorbo. Después él se levanta y va a pagar la cuenta. Varios minutos después se encuentran en el coche.

 ¿Te apetece que antes de llevarte a casa te enseñe la mía? No queda lejos de aquí, está en la zona de Campitelli. Es un piso que me dejó mi abuela, vivo en él desde hace dos años. Me gustaría ofrecerte algo de postre -dice Mattia, y se echa a reír.

Cristina parece un poco perpleja.

 Lo digo en serio, ¿eh? Tengo una tarta de crema en la nevera. Sólo me he comido un pedazo.

Cristina sonríe.

 Está bien, de acuerdo, con tal de que no se nos haga demasiado tarde.

 Te lo prometo. Mira, doblamos aquí y ya casi hemos llegado.

Ciento diez

Niki está delante del espejo, todavía muy cabreada. ¡No me lo puedo creer! ¡No me lo puedo creer! Coge el móvil y lo arroja contra el armario. Después se sienta frente a su escritorio con las manos en el pelo, que le cae por la cara, y empieza a llorar cansada, agotada, exhausta. Justo en ese momento, después de unos anuncios, empieza a sonar en la radio la canción She's the one. Su canción. La de Alex y ella, la del día en que se vieron por primera vez. El del accidente. Y de nuevo le parece todo absurdo. Tengo veinte años y estoy aquí desesperada por culpa de la persona con la que voy a casarme, que prefiere ir a Milán para una reunión con unos americanos desconocidos antes que pasar la noche conmigo, justo ahora que lo necesito tanto, que se lo he pedido, que desearía tenerlo a mi lado más que nunca. ¿Y él qué hace? Pues le importa un comino y se marcha sin más, como si eso no supusiera un problema, como si lo que le he dicho no fuera importante. Niki se acerca a la radio y cambia de emisora mientras la canción de Robbie Williams dice: «Cuando dices lo que quieres decir, cuando sabes cómo quieres jugar, te sientes tan alto que casi te parece volar» Pone otra. «Y tú, que sueñas con escapar, con irte muy lejos, lejos, ir lejos, lejos.» Poster, de Baglioni. Eso es. Es justo lo que necesito en estos instantes, me hace falta huir, marcharme cuanto más lejos mejor, un año a Inglaterra, a estudiar inglés, sin móvil, sin dejarle mi dirección a nadie, pum, desaparecer. Sería magnífico, me sentaría de maravilla. Se lleva la palma de la mano a la frente, a los ojos, y después exhala un hondo suspiro intentando relajarse. Segundos después, Jovanotti canta en la radio: «Dulce no hacer nada, dulce posponer, balancear los pies contemplando cómo gira el mundo, ir, ir, esperar dulcemente la hora de comer, mirar cómo crece la hierba, cómo se evapora el agua, tranquilamente, a la sombra, dejándose acariciar por una brisa fresca, redondear las pompas de pensamientos que estallan en el aire apenas se hacen demasiado serios o demasiado graves, estar ligeros, transformar las horas en meses como una hoja arrastrada por la corriente de un río, dulcemente vencidos, sin, estar así» Niki sonríe. Siempre le ha gustado esa canción, quizá porque habla de rebelión y de independencia, de grandes espacios remotos. En ese momento oye un bip en el teléfono. Claro. Se siente culpable y como le he colgado dos veces me ha mandado un sms. Si piensa que puede resolver las cosa de este modo, va listo. Niki coge el aparato y abre el mensaje. Pero la vida es así. Cuando menos te lo esperas, cuando has dejado de pensar en algo, cuando no sabes que ése es el momento adecuado, algo sucede. Al leerlo se ruboriza.

Ciento once

Olly está bailando en medio del pasillo. Las Olas se han desperdigado aquí y allá. La fiesta de la facultad ha salido a pedir de boca, el disc-jockey es muy bueno. Es ya muy tarde. Han acudido un montón de personas, algunas han salido a la terraza a fumar o a beber. Olly se relaja, sigue el ritmo, sonríe. Trata de no pensar en Eddy, en lo difícil que es su carácter. Y, sin embargo, también es capaz de enseñar a tener paciencia y a creer de verdad en lo que se hace. Después recuerda a Simone. El modo en que la salvó ese día, de una forma tan espontánea, trabajando con ella durante cuatro horas ininterrumpidas. Y también en el día en que se cruzó con él en el patio de Chris. A saber si intuyó algo. Luego en Giampi. No ha vuelto a llamarlo, pese a que reconoce lo mucho que se equivocó mostrándose tan celosa. La música sigue sonando. Olly se mueve como si ejecutara una danza tribal que libera la mente, que relaja sin necesidad de pastillas y de ayudas externas; sin artificios, sólo la canción y ella. Miles Away, de Madonna, y su nueva felicidad por haber logrado un resultado importante, por haber aprendido una lección y por haber encontrado un amigo. Un verdadero amigo.

Los estudiantes siguen bailando en los pasillos y en las salas de la facultad. La música es actual, los mejores éxitos de las listas de pop y disco. Erica rodea una columna y se esconde.

 ¿Qué haces? -le pregunta Olly.

 Chsss No me lo puedo creer. ¡Ha venido!

 ¿De quién estás hablando?

 ¡De él! -lo señala con el dedo intentando permanecer escondida.

Olly se inclina y mira alrededor, pero no divisa a nadie conocido entre la multitud.

 Oye, yo no veo a nadie en especial. ¿Me puedes decir de quién se trata? Pareces un agente de incógnito. ¿Qué es, un secreto de Estado?

Erica se inclina ligeramente hacia ella.

 ¿Ves a ese tipo alto, moreno, que está buenísimo y va tan bien vestido?

Olly sale de detrás de la columna y se pone de puntillas.

 No, ¿qué haces? ¡Te va a ver!

 ¿Y qué más da? Si ni siquiera me conoce -replica sin dejar de mirar.

 Venga, mira, ¿lo ves? ¡Mira, mira!

 ¿En qué quedamos? ¿Miro o no? Veo a un tipo alto, ¡pero es viejo!

 ¡Qué viejo ni que ocho cuartos! Todavía no ha cumplido los cuarenta, ¡es como Alex!

Olly se vuelve y escruta a Erica.

 No será, no me lo digas

 Pues no te lo digo

 ¿Es tu profesor?

Erica asiente, feliz.

 ¡Sí! ¡Es él! ¡Ha venido! ¿Lo entiendes? ¡Ha venido!

Olly lo vuelve a mirar.

 A mí no me parece gran cosa.

 ¡Porque desde que no tienes novio te has vuelto muy mordaz ¡Y no te das cuenta de las cosas!

 Bah. Lo que tú digas. En cualquier caso, ¿qué vas a hacer? ¿Quedarte escondida ahí toda la noche?

Erica reflexiona por unos instantes.

 No, ¡quiero hablar con él! ¡Esta noche me siento en forma!

 Pero ¿qué vas a hacer?

 ¡Quiero darle las gracias por la buena nota que me ha puesto en el examen!

Y sin añadir nada más, Erica sale de detrás de la columna y se adentra en la sala. Se abre paso entre la multitud hasta llegar delante del profesor Giannotti, que está bailando un poco rígido, intentando seguir el ritmo y desplazando el peso de un pie a otro.

 ¡Buenas noches!

Giannotti entorna ligeramente los ojos para verla.

 ¡Ah! Es usted, señorita. ¿Cómo le va? ¿Se divierte?

Erica baila lo mejor que puede intentando que sus movimientos sean sensuales y fluidos.

 ¡Pero, profe, tutéame! ¡Estamos en una fiesta! ¡Somos libres! Me llamo Erica, ¿te acuerdas?

Él asiente con la cabeza.

 Sí, me acuerdo, hiciste un examen conmigo hace poco y ahora estás en otra de mis clases. Te veo siempre sentada en primera fila, tomando apuntes muy atenta.

 ¡El mérito es tuyo! ¡Eres muy bueno! -le dice sin dejar de bailar delante de él.

Al cabo de unos minutos se acerca a su oído.

 ¿Quieres beber algo? ¡Voy a buscarlo!

Marco Giannotti la mira.

 Pero nada de alcohol

Erica sonríe maliciosa.

 Pero si nos tomamos un gin-tonic no pasa nada, ¿no? -y se aleja sin darle tiempo a protestar.

Olly observa la escena desde lejos. Sacude la cabeza y se une a Niki y a Diletta, que están charlando en un rincón.

 ¿Sabéis que Erica está tratando de ligar con su profesor?

Olly les señala el centro de la sala.

 Ahí está, bailando con él

 Pero ¿qué pretende hacer?

 Y yo qué sé Ha dicho que quería darle las gracias por la nota del examen, pero por la forma en que se mueve tengo la impresión de que la cosa no quedará ahí

Mientras tanto Erica ya ha pedido dos gin-tonic en el improvisado bar y ahora está cruzando de nuevo la pista en dirección a su profesor.

Cuando llega a su lado le tiende uno de los dos vasos y lo invita a brindar con un gesto. Él la mira estupefacto. Después alza el vaso a su vez y brinda con ella. Pasados unos minutos se alejan de la pista y se sientan en unas sillas de madera. Hablan. Bromean. Giannotti es realmente divertido. Tiene unas salidas muy ocurrentes, y ella se ríe y lo mira con admiración.

 Bueno, Erica, la verdad es que estás muy bien No me había dado cuenta -le dice al oído.

Ella se estremece ligeramente. Se aparta y lo mira. Le sonríe. Él le devuelve la sonrisa. Y de pronto sucede algo entre los dos. De nuevo. Indefinido. Diferente. La mirada se prolonga. Siguen unas cuantas palabras. Él se levanta y ella lo sigue. Olly los observa mientras se alejan. No es posible Se está marchando con él Y tiene un extraño presentimiento.

Ciento doce

Niki lee otra vez el mensaje: «¿No crees que ya va siendo hora de que pagues la apuesta?»

Su corazón se acelera. No. No es posible. Guido. Justo ahora, justo esta noche me manda este mensaje. Sin duda es cosa del destino. Niki se apresura a responderle: «Sí, tienes razón. Nos vemos en la universidad dentro de media hora.»

Se quita de inmediato el vestido azul de mujer mayor y, con él, unos cuantos años, rejuvenece y se siente más libre que nunca. Se pone un par de vaqueros oscuros, unas zapatillas de media caña, una camiseta con una cremallera y unos bolsillos delante, una gorra, una bufanda, y una cazadora encima.

 Adiós, ¡voy a salir! -se despide de sus padres mientras sale de casa y cierra la puerta a sus espaldas-. Volveré tarde

Baja corriendo la escalera escapando de la gravedad de los días pasados, de la infinidad de decisiones, de los invitados, de la fiesta, del vestido, de las hermanas, de él Y de todas esas responsabilidades. Más ligera que nunca.

Niki sube al coche, enciende la radio y parte a toda velocidad. Baila escuchando a Rihanna, Don't Stop the Music, alegre, siguiendo perfectamente el ritmo, ladeándose completamente al doblar la curva. Pero cuando se incorpora siente un desfallecimiento, le falta el aliento, se asusta. Frena y se arrima a la acera. Le vuelve a la mente el sueño que se interrumpió a la mitad. Caminaba tranquila por la Isla Azul y de repente veía que alguien llegaba. Se acercaba a ella risueño. Y sí, ahora lo recuerda con toda claridad. Era Guido. Niki detiene el Micra en la explanada de la universidad y apaga el motor. Mira alrededor. No ve a nadie. Debería haber llegado ya. Quizá también esto sea una señal del destino. Me voy. Pero justo cuando está a punto de volver a poner el coche en marcha una moto se para a su lado. Su moto. Guido tiene una sonrisa preciosa. Y un segundo casco bajo el brazo. Niki baja la ventanilla.

 Hola.

 Hola, Niki ¿Prefieres ir en moto o en coche? Si quieres tengo el familiar, sólo debo quitarle las tablas de surf de encima

Ella sonríe.

 En moto me parece bien.

Se apea del Micra y lo cierra con llave. En la plaza hay un extraño silencio, no pasa nadie, ni un autobús, ni un coche, ni un solo joven. Al alzar la mirada Niki ve en el cielo la luna escondida tras unas nubes ligeras, que parecen querer ocultarle algo, pese a que la noche es magnífica. Por unos instantes vacila. ¿Adónde vas? No vayas, vuelve a casa, ésta no es la solución. Casi se responde a sí misma. Lo sé, pero tengo ganas. ¿Ganas de qué? De todo. De libertad. Y casi se siente atemorizada de esos pensamientos. De lo que no puedo hacer en estos momentos. Después mira a Guido, que en esos instantes le está pasando el casco, y se tranquiliza. Sí. No es la solución, pero no pasa nada porque salga con él. Ya, Niki, pero ¿qué va a suceder? ¡No lo sé! Y no quiero pensar en eso ahora. Por favor, no más preguntas.

Aunque Guido le hace una bien sencilla:

 ¿Adónde quieres ir?

Niki sube detrás de él en la moto.

 A donde sea. Quiero perderme en el viento

Él se queda desconcertado. Luego sus miradas se cruzan y basta un instante. En esos ojos ve a la mujer, a la niña anhelante de libertad a la rebelde, a la frágil, a la fuerte y a la aventurera. Pasión y vida en una mirada sostenida, que casi lo asusta. Después la Niki de siempre esboza una dulce sonrisa.

 ¿Vamos? -le pregunta.

Y en un segundo se pierden en el viento, como ella quería. La moto corre veloz a orillas del Tíber, serpentea sin problemas entre el tráfico molesto y entre unos autobuses repletos de pasajeros a los que transportan lentamente, encontrando todos los semáforos en verde, tan libre como sus pensamientos. Niki se abraza a Guido, que acelera en la noche, se apoya en su espalda y permanece inmóvil, contemplando todo lo que pasa por delante de sus ojos, ese extraño cuadro ciudadano, los reflejos de las luces, los bares que cierran sus puertas y los transeúntes en las paradas de los autobuses. Luego recuerda algo y se yergue en el asiento. Escarba en su bolso, lo encuentra y lo mira. Ninguna llamada. Apaga el móvil. Bah. Como si hubiese cortado ese último hilo sutil, como una goma elástica que se acorta tras haberse roto. Definitivamente libre ya, se apoya de nuevo en Guido, lo abraza con más fuerza y se deja llevar por esa moto que, siempre más rápida, la aleja de todo y de todos.

Ciento trece

Un poco más tarde. Viale Ippocrate, 43. Sahara.

 Mira, se hace así -Guido mete las manos que acaba de lavarse en la comida y empieza a llevársela a la boca-. Los africanos comen así. Esto sí que es verdadera libertad ¡Comer con las manos! -Sigue cogiendo el arroz con la punta de los dedos y lo mezcla con una óptima carne roja, condimentada con pimienta y especias, y con unas alubias oscuras. Sonríe y la extraña cuchara humana efectúa su recorrido-. ¡Prueba! ¡Prueba tú también!

Niki no se hace de rogar y, tras superar la primera y estúpida vergüenza burguesa, introduce los dedos y empieza a coger el arroz caliente, luego lo moja en la salsa que tiene al lado y se lo lleva a la boca. Está más rico de lo que imaginaba. Quizá sea ese sabor a libertad, esa nueva extravagancia, la ruptura con los usos y las tradiciones. Se lame los dedos, se come el último grano de arroz que se le ha quedado pegado en uno de ellos y acto seguido sonríe como una niña ingenua y sorprendida a la que han pillado en una actitud hambrienta, sensual y salvaje. Se ruboriza, baja la mirada y, cuando vuelve a levantarla, ve que él la está observando con curiosidad, atento a todos los pasos de esta nueva Niki, que no se parece en nada a la de costumbre, que es mucho más adulta, libertina, alegre y amena.

 ¡Está delicioso! De verdad

Niki se sirve un poco de cerveza y después llena también el vaso de Guido. Beben y se ríen mientras ella sigue comiendo. Luego Guido le prepara una ingera. Echa por encima un poco de zighini condimentados con berbere.

Niki lo prueba.

 ¡Socorro! ¡Pica muchísimo!

 Vamos, ¡qué exagerada eres! -Guido lo prueba a su vez-. ¡Ah! ¡Es cierto! ¡Quema!

Tras beber una buena cantidad de agua y permanecer un rato con la lengua fuera, prueban el pollo saka-saka, el pollo con cacahuetes y, por último, un trozo con dongo-dongo.

 Mmm, está rico -A Niki le encanta-. Es delicado ¡Y, además, no pica!

Se quedan en el restaurante mucho tiempo. Sahmed, el cocinero, sale de vez en cuando y les explica los platos, el tipo de sabores, dedónde viene cada cosa y con qué está hecha.

 No podéis perderos éstas. ¡Es nuestro plato más famoso!

Para terminar comen unos plátanos fritos con patatas dulces y un poco de mandioca hervida, todo ello acompañado de un cuenco de crema de origen francés, al igual que Camille, la mujer que Sahmed conoció en un viaje y que ahora les sonríe desde la ventana de la cocina. Y con una buena copa de Chablis y un pequeño pastel cocinado con aceite de palma concluye su viaje por Etiopía, Somalia y Eritrea, y acto seguido se adentran de nuevo como un rayo en las calles romanas.

Corso Trieste, via Nomentana, viale XXI Aprile y a continuación XXIV Maggio hasta llegar a los Foros Imperiales y, después, todo recto rumbo al Campidoglio y el teatro Marcello, y aún más, hasta llegar a via Locri.

 Chsss

 ¿Qué ocurre?

 No hagas ruido -Guido abre lentamente la gran puerta de hierro forjado.

Niki le aprieta el brazo.

 Tengo miedo

Guido sonríe.

 No pasa nada, pero quiero que lo veas sea como sea

Entran y avanzan con sigilo en la hierba alta, entre plantas exuberantes, gruesos troncos y frías losas.

 Pero, Guido, ¡estamos en un cementerio!

 Sí, no católico. -Le coge la mano y avanzan en silencio en la oscuridad de la noche entre cruces antiguas, fotografías descoloridas, inscripciones en inglés y breves epitafios-. Aquí está -Se detienen asombrados y Guido se emociona cuando se la enseña-. Cuando estaba en el instituto y discutía con mi padre, cogía la moto y venía aquí con un libro e incluso una cerveza, y me tendía al sol sobre la tumba de Keats.

Niki mira las lápidas con más detenimiento.

 ¿Ves lo que quiso escribir? «Aquí yace un hombre cuyo nombre se escribió en el agua.» Imagínate -le explica Guido, risueño-. Sus enemigos habían acabado por amargarlo. No obstante, mira cómo le respondió alguien -Se hace a un lado, se detiene delante de una losa de mármol y lee-: «¡Keats! Si tu querido nombre se escribió en el agua, cada gota cayó del rostro de los que te lloran» Precioso, ¿verdad? Alguien quiso que se sintiera amado. Quizá un desconocido, a saber Lo más extraño es que a veces no nos damos cuenta de hasta qué punto nos quieren las personas que nos rodean, y quizá el autor de estas palabras jamás le dijo nada, tal vez se conocieron por casualidad o de pasada, o puede que ni siquiera se saludaran nunca

Siguen caminando entre cipreses centenarios, por ese prado verde y fresco, dejando a sus espaldas la pirámide Cestia, de estilo egipcio, que se recorta con su blancura detrás de los muros romanos. Los gatos se mueven veloces en la penumbra, entre las lápidas con inscripciones en todos los idiomas del mundo. Niki y Guido pasan por delante de la tumba de Shelley, el poeta inglés cuyo barco se hundió en el mar, frente a la costa del Tirreno, y cuyo cuerpo, empujado por las olas, apareció en una playa cercana a Viareggio. También están allí el escritor Cario Emilio Gadda y William Story, que está sepultado bajo la escultura L'angelo del dolore, que acabó poco antes de morir.

 Este lugar es mágico Los protestantes, los judíos y los ortodoxos, los suicidas y los actores no podían ser sepultados en tierra consagrada, de manera que se los enterraba fuera de las murallas. Y de noche. Se dice que la primera persona a la que enterraron aquí fue un estudiante de Oxford, en 1738. Muchos no católicos morían en la ciudad. He leído que este sitio figura en la lista del Fondo Mundial de Monumentos como uno de los cien lugares más amenazados. En la actualidad lo gestiona una comisión de embajadores extranjeros voluntarios que residen en Roma. Pero falta dinero y quizá tengan que cerrarlo Absurdo, ¿verdad? Mira qué estatua tan bonita

 Sí, es cierto.

 Piensa, Niki, que aparece en la portada de un disco de una banda de metal finlandesa, los Nightwish

 Caramba, qué extraño, a saber cómo se les ocurrió una idea semejante. O, mejor dicho, a saber cómo sabes tú todo eso

Guido sonríe.

 A veces ciertas cosas nos subyugan, atraen nuestra curiosidad, y lo más bonito, en mi opinión, es cuando eso ocurre sin una segunda finalidad

A Niki le sorprende mucho esa frase, la serenidad con la que Guido la ha dicho, sin énfasis, sin excesiva importancia, con naturalidad, sin una segunda finalidad, precisamente. Y lo mira por primera vez con otros ojos. Camina delante de ella, pero eso no le impide ver su sonrisa, que la luna borda en su perfil, sus rizos un poco rebeldes y sus labios carnosos.

 Aquí está también el célebre actor Renato Salvatori, que protagonizó Pobres pero bellas, una película preciosa. Era un magnífico actor. En una escena se bañan incluso en el Tíber Imagínate lo limpio que debía de estar por aquel entonces y lo diferente que era esa época.

 Ya lo creo, las películas sólo se rodaban en blanco y negro

Guido sonríe.

 Sí -Se detienen delante de una lápida-. «Un paño rojo, como el que llevan anudado al cuello los partisanos y, junto a la tumba, en el terreno calcinado, de un rojo diferente, dos geranios. Allí yaces, señalado con adusta elegancia no católica, en el elenco de los muertos desconocidos» Las cenizas de Gramsci. Los versos son de Pasolini. Gramsci fue sepultado en este cementerio no católico porque por aquel entonces su cultura se consideraba «diferente» de la dominante Absurdo, ¿no? -Guido la mira con una intensidad especial-. Si hay algo a lo que nunca renunciaré es a mi libertad.

Permanecen así por unos instantes, envueltos en el silencio de la noche. La luna se ha liberado de las nubes y domina la ciudad con su ojo vigilante, si bien sólo se ve la mitad. Se miran risueños y entre ellos parece surgir un nuevo entendimiento, como si hubiesen decidido dejar de pelear tontamente, deponer las armas y sellar un pacto silencioso con esa simple mirada. De repente, al fondo del cementerio, entre la hierba alta y las cañas mecidas por una ligera brisa nocturna, se divisa una tenue luz. De detrás de un gran ciprés aparece una mujer que avanza lentamente con un vestido largo y una melena blanca y enmarañada que le cubre la cara. Con una mano protege la débil llama de una vela, mientras que a sus pies una multitud de gatos hambrientos la siguen esperanzados. Guido hace detener a Niki, que, asustada, se aferra a su brazo de inmediato.

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