Enrico pregunta en voz baja a los otros dos:
Pero ¿qué está haciendo? No lo entiendo.
Pietro sacude la cabeza.
¿Cómo que qué está haciendo? ¡Llorar!
¡Venga ya, no me lo puedo creer!
Pietro se aleja un poco y los demás lo siguen.
¿Hablas en serio?
Sí, se oía perfectamente. ¡Hasta sorbía por la nariz!
Pietro abre los brazos.
Anda que echarse a llorar a los cuarenta por una que ¡Bah! Es absurdo.
Flavio le sirve de beber.
No entiendo qué tiene que ver la edad con todo esto. ¡Lo mismo da que sean veinte o cuarenta! Eso depende de lo que sientes por una persona, del tipo de emoción o de sentimiento, de hasta qué punto estás enamorado, ¡y no de los años que tienes!
Pues a mí no me parece que esté diciendo ninguna estupidez: creo que es ridículo llorar por una mujer a los cuarenta años. ¿Lo entiendes?
Flavio se irrita.
¡Porque no es una cualquiera! Es su mujer, la mujer de su vida, su esposa, la madre de sus hijos
Pietro puntualiza:
Para empezar, deberías usar el condicional, podría haber sido la mujer de su vida, su esposa y la madre de sus hijos. -Acto seguido señala la puerta cerrada de la habitación de Alex-. De momento no es nada de todo eso, y la posibilidad de que Alex pueda casarse realmente con ella es, siendo objetivos, muy, pero que muy baja.
Flavio sacude la cabeza.
Me das asco, y pensar que eres amigo suyo
¡Precisamente por eso le digo la verdad! No le engaño, no le doy falsas esperanzas como querrías hacer tú, asegurándole que las fábulas existen Lo que existe es una realidad ¿Y sabes cuál es? -Indica con la mano el cuarto donde está Alex-. Que él tiene cuarenta años y está encerrado ahí llorando, y que ella, en cambio, tiene veinte y también está encerrada, sólo que follando No se trata de una fábula ni de una pesadilla; es, ni más ni menos, la realidad de las cosas. Y ésta puede ser a veces hermosa, a veces hermosísima, otras así y otras asá, y en algunos casos puede llegar incluso a dar asco. Pero lo mires como lo mires, empieza y acaba, y ésa es la realidad.
Ciento veintiuno
Olly, Diletta, Erica y Niki están ahora más tranquilas delante de sus tazas vacías. Olly se siente orgullosa.
Mirad, en momentos como éste es cuando una debe relajarse
Erica no está de acuerdo.
Sí, la tisana se inventó precisamente para cuando has decidido que ya no vas a casarte.
Diletta la mira irritada.
Tarde o temprano tú también experimentarás algún sentimiento sincero, no puedes pasarte la vida jugando a la cínica desencantada. Un día el amor dará un vuelco a tu vida
Erica le sonríe abriendo los brazos.
Ojalá sea así Y que todo eso suceda gracias a un tío estupendo de sonrisa arrebatadora y un cuerpo que quite el hipo, en fin, una mezcla entre Clive Owen, Brad Pitt, Matthew McConaughey, Ashton Kutcher y Woody Allen
¿Woody Allen? ¿Y qué tiene que ver Woody Allen?
¡Bueno, no me negarás que si, después de un buen polvo, el tipo incluso te hace reír, es que has llegado al cielo!
¡Erica!
No, no -Niki la defiende-. Si la ocurrencia no ha estado mal. Incluso allí arriba deben de haberse reído
Diletta apura su té, que se ha quedado frío.
Sí, sí, ríen Pero dudo que la dejen entrar algún día
Erica se encoge de hombros.
¡Y quién tiene prisa! Ya hablaremos más adelante, siempre hay tiempo para convertirse y pedir perdón. Mira sino a Claudia Koll Primero salía en las películas de Tinto Brass, y ahora le ha faltado poco para meterse a monja. ¡Deja que viva al menos lo que ha vivido ella y después te aseguro que me haré santa!
Olly mira a Niki.
A propósito de santos, tus padres deben de ser fabulosos Después de todo el tiempo que habéis dedicado a los preparativos, de conocer a sus padres, del dinero que deben de haber desembolsado ya para esa boda de ensueño, no se lo toman a mal, no se enfadan, no te reprochan tu decisión Bueno, tienes que reconocer que eso no es muy habitual, ¿no?
Diletta siente curiosidad por ese punto.
Es verdad, ¿cómo se lo han tomado?
Bueno, por ahora están muy tranquilos.
Olly asiente con la cabeza.
Me parece fantástico. Eso es lo que debería suceder en todas las familias.
Niki arquea las cejas.
Básicamente porque todavía no se lo he dicho
Ah.
Ciento veintidós
Cierra poco a poco la puerta y a continuación camina de puntillas confiando en que sus padres estén durmiendo ya o al menos estén acostados. Pero de eso nada. Unas voces le llegan nítidas desde el salón.
Yo creo que no se enterarán.
Sí, pero ¿y si se enteran?
Niki se asoma al salón y ve a Roberto y a Simona sentados a la mesa con varios folios delante. Simona insiste:
Quedarás fatal con ellos. Ya sabes cuánto les gustaría, son gente de pueblo, para ellos una boda es un gran acontecimiento, y tu no los invitas a la de tu hija, ¡su adorada sobrina! ¿Eres consciente de que después de una cosa así no podrás volver a poner un pie allí? ¿Qué digo?, en toda la región
Roberto asiente con la cabeza.
Está bien, en ese caso habrá que invitarlos. ¿Cuántos son los Pratesi? Tres, ¿verdad?
¡Seis! ¡Justo el doble! ¡Caramba! Con eso llegamos a doscientos cuarenta y un invitados ¡Son muchísimos! -Simona ve a su hija en la puerta, se levanta y se precipita hacia ella-. ¡Niki! ¿Cómo estás, cariño? Esta mañana has salido muy pronto, he visto que ni siquiera has desayunado.
Sí, tenía una clase a primera hora
Simona la abraza.
Estarás destrozada
Pues sí.
Naturalmente, como cualquier madre, se percata de inmediato de que algo no va bien, pero disimula y no dice nada. Sabe de sobra que en ocasiones hay que esperar y que, llegado el momento, su hija sentirá la necesidad de abrirse y de hablar.
Siéntate, si quieres, Niki nosotros seguimos con lo nuestro. Estábamos calculando la disposición de las mesas y el número de invitados.
Roberto se rasca la frente.
Pues sí, los Belli han dicho que los suyos serán unos doscientos cincuenta, nosotros por ahí andaremos Así que al final llegaremos a los quinientos invitados, y como la comida que has elegido
Simona lo regaña:
Roberto
Bueno, que habéis elegido tú, las hermanas de Alex y tu madre, en resumen, vosotras, las mujeres, sin lugar a dudas debe de ser deliciosa pero cuesta un ojo de la cara
Simona vuelve a intervenir.
Venga, Robi -le reprocha, aunque lo hace riéndose.
Él abre los brazos.
No estoy diciendo nada malo. Es pura matemática. Será una comida magnífica, pero costará unos cien euros por persona, lo que multiplicado por quinientos -Empieza a teclear en la calculadora que tiene sobre la mesa junto a los folios-. Ni siquiera me da el resultado, no cabe en la pantalla, hasta la calculadora se asusta -Roberto se vuelve hacia Niki-: En pocas palabras, que tu madre y yo estábamos pensando en esas parejas que se escapan y luego se casan en Nueva York por sorpresa. ¡¿No te parece mucho más bonito?! Nosotros podemos fingir que no sabemos nada y luego te regalamos una luna de miel fantástica, una vuelta al mundo si quieres, todo incluido, ¡con lujos de todo tipo!
¡Roberto! -Esta vez Simona se ha enfadado de verdad-. ¡Eres un cafre! ¿Cómo puedes pensar en el dinero tratándose de la boda de tu hija? ¿Prefieres ahorrar en lugar de asistir a la ceremonia? ¡Deberías estar dispuesto a pagar el doble con tal de no perderte ese momento!
Roberto intenta quitar hierro al asunto.
Por supuesto, pero si era una broma. -Luego se dirige a Niki-:
No te preocupes, cariño. Gasta todo lo que quieras, no escatimes en nada.
Niki los mira alternativamente. Se muerde el labio sin saber muy bien cómo abordar el tema. Quizá en estos casos es mejor empezar con una broma. Vacila. Es la primera vez que le sucede algo parecido. No obstante, al final piensa que es la mejor solución, de manera que sonríe y se lanza.
Ahorraremos en todo.
¡Bien! -exclama Roberto, que a todas luces no ha entendido nada.
Simona, en cambio, se pone en seguida seria, pese a que sabe que en momentos como ésos no hay que perder la sonrisa.
¿Qué quieres decir, cariño?
Niki escruta a su madre intentando averiguar si está enfadada.
Quiero decir que por el momento no tendremos que gastar todo ese dinero porque, bueno, porque hemos decidido que por el momento es mejor que no nos casemos.
La mandíbula de Roberto se va abriendo poco a poco.
Ah, claro -dice, como si estuviese acostumbrado a los cambios de ese tipo-. Habéis decidido que por el momento es mejor así
Niki asiente con un movimiento de cabeza.
Sí Simona la estudia, la observa.
Roberto, en cambio, se pone a hojear los folios, por un lado piensa en todos esos invitados y en el dinero que se va a ahorrar; por otro, en los anticipos que ha entregado ya y, en consecuencia, en el dinero que ha perdido. Pero hace como si nada, intenta no sobrecargar con sus pensamientos una situación que ya de por sí es tensa.
Bueno, si eso es lo que habéis decidido
Después Simona exhala un largo suspiro y decide sacudirse la curiosidad de encima. Sabe muy bien que es imposible que dos personas cambien a la vez de opinión, sobre todo cuando se trata de algo tan importante y tan difícil de decidir.
Perdona que te lo pregunte, Niki ¿Ha sido una decisión conjunta? Quiero decir, ¿la habéis tomado los dos juntos o ha sido uno de vosotros el que ha propuesto primero esa posibilidad?
¿Por qué me lo preguntas?
Bueno, digamos que por curiosidad.
¿Y qué sería mejor para ti, mamá?
Simona sonríe.
Entiendo, Niki. Me acabas de responder. Si tú eres feliz, nosotros también lo somos, ¿verdad, Roberto?
Él mira a Simona, después a Niki y, por último, mira de nuevo a su mujer.
Sí, sí, claro, somos felices.
Niki se levanta, corre hacia ella y la abraza con todas sus fuerzas.
Gracias, mamá. Te quiero mucho.
A continuación abraza fugazmente a Roberto y escapa a su habitación.
Roberto se acaricia la mejilla, todavía un poco turbado.
No lo entiendo ¿Al final ha sido Niki la que ha decidido no casarse?
Simona juega con los anillos entre los dedos.
Sí.
¿Y cómo lo sabes?
Simona lo mira risueña.
Porque me ha respondido con una pregunta. Si la decisión la hubiese tomado él, ella no se sentiría culpable y no me habría preguntado qué era lo que prefería, sino que se habría limitado a responderme que lo había decidido él.
Ah -Roberto sigue sin estar muy seguro de haberlo comprendido. Pero después le viene a la mente una pregunta aún más sencilla. ¿Por qué no hacérsela a su mujer, dado que, a fin de cuentas, ella lo entiende todo?-. Pero, en tu opinión, cariño, ¿es una decisión serena o hay algo más detrás?
Simona lo mira con más detenimiento.
¿Qué quieres decir? ¿En qué estás pensando?
No lo sé ¿Habrán reñido sin más, o lo que sucede es que hay una tercera persona?
No, Niki no tiene a nadie.
No me refería a ella.
Esta vez Simona no sabe qué contestar.
En cualquier caso, el problema no es ése.
Sólo está segura de una cosa: a ella no le gustan las mentiras. A continuación coge el paquete y lo lleva a la habitación de Niki. Llama a la puerta.
¿Puedo pasar, Niki?
Sí, mamá.
Simona entra. Niki está echada en la cama con las piernas apoyadas en alto contra la pared.
Dime.
Nada Han traído esto para ti, te lo dejo aquí -lo coloca sobre la mesa.
Sí, gracias -Se detiene por un momento en el umbral antes de salir-. Sabes que me tienes siempre a tu disposición, ¿verdad? Pase lo que pase. -Niki sonríe y se avergüenza un poco. Su madre ya lo ha entendido todo-. Estaré a tu lado siempre y en cualquier circunstancia. -Luego, sin mirarla siquiera o buscar su aprobación, Simona abandona el dormitorio.
Niki se queda inmóvil y en silencio sobre la cama por unos momentos. A continuación gira las piernas con un movimiento ágil y rápido. Se acerca a la mesa. Mira el paquete. Reconoce su caligrafía. Alex. Niki lo sopesa por un momento entre las manos. Es ligero. Y no se le ocurre qué puede ser, aunque en esos instantes ni siquiera siente curiosidad, sólo ganas de llorar. Y eso nadie se lo puede impedir.
Ciento veintitrés
Los días posteriores suponen para Alex un gran esfuerzo. Un esfuerzo grandísimo. Tiene la impresión de que, de repente, nunca como en ese momento, nada tiene razón de ser. Ni el éxito, ni el trabajo, ni sus amigos. De improviso se siente perdido en esa ciudad, en su ciudad, Roma. Y hasta tiene la impresión de que no la conoce, las calles de siempre le parecen nuevas y carentes de color; las tiendas y los restaurantes famosos pierden de golpe todo su interés, su razón o su motivo. Deambula sin rumbo fijo durante varios días, sin mirar el reloj, sin saber adónde ir, sin una meta fija, un porqué, o un deber. Battisti canta en su interior. Tiene la impresión de estar dentro de una batidora con todas sus canciones. «Qué sensación de ligera locura tiñe de color mi alma. Sin ti. Sin raíces ya. Tantos días en el bolsillo para gastar. Y si de verdad quieres vivir una vida luminosa y más fragante Luces, ah, a menudo no se hace.» Confundido. Por los gritos, por la rabia, por el amor reventado, por el dolor físico, un corazón roto, una amistad partida, una emoción despedazada, un sentimiento turbado, curvado y cortado. Así se siente. Con la música zumbando incesantemente en su cabeza y una fragilidad interior, una sutil aflicción, una lágrima repentina y el deseo de no hablar. Fluye la noche y esa luna inmóvil parece saberlo todo, aunque no habla. Fluyen los días iluminados por un sol que casi ciega con su perfecta redondez, con su dolorosa distancia, con su molesta permanencia. Un día tras otro. Una noche tras otra. Todo le aburre. Alex pasea con su coche.
«¿Hola? No, Andrea, hoy no iré al despacho.» «¿Hola? ¿Mamá? Quería decirte una cosa. -Silencio y el miedo a las preguntas, a la curiosidad humana, a la razón y a la manera en que finalizan las cosas-. No, no es un simple aplazamiento. Paradlo todo.» Aplazado hasta un posible mañana, quién sabe. Pero ellos insisten, quieren saber: «Pero ¿por qué? ¿Hay otra persona? ¿Por ti? ¿Por ella? ¿Os habéis peleado? ¿Puedo hacer algo? Me parece feo no llamarla, y además están sus padres. ¡Dinos la verdad, Alex! ¿Podemos hacer algo por ti? Nuestra casa siempre está abierta. Pasa y nos lo cuentas, te lo ruego»
Al otro lado sienten una curiosidad ávida, como si los asuntos humanos fueran en todo caso un motivo de sorpresa, despertasen el deseo de hurgar, de buscar, de abrir cajones, de leer cartas, de conocer noticias, verdades sorprendentes o descubrimientos dramáticos. Hambrientos de la vida de los demás. Pero ¿qué queréis saber? ¿Qué otra cosa hay que saber más allá del hecho de que el amor se ha acabado? Se ha acabado y ya está. ¿Acabado? Esa palabra es casi un grito desgarrador. Al oírla pronunciada en su mente su corazón parece retorcerse y extenderse como un elástico de absurdas capacidades, tenso como un arco violento y listo para lanzar la dolorosa flecha, más y más tenso, hasta lo inverosímil, hasta romperse como cinco cuerdas de un instrumento llevadas a la exasperación, el último y lacerante hálito de un viejo cantante de rock en su último bis, el último canto de un viejo cisne, ya ronco. Así se siente Alex, hincado de rodillas, extenuado, derrotado y arañado frente a la belleza y a la grandiosidad del amor que siente por Niki. Sólo ahora entiende hasta qué punto la ha querido, sólo ahora se arrepiente de haberla hecho sufrir, de haber borrado, aunque sólo fuese por unos instantes, esa preciosa sonrisa de su rostro, y le gustaría castigarse por haber hecho verter algunas lágrimas, querría desdoblarse, clonarse, crear otro Alex inocente al que poder dar un látigo y rogarle que lo azote, sentir en su espalda los golpes cortantes y teñirse las marcas con ese maravilloso rojo, idéntico al de los labios de Niki, y más marcas, nuevas, sutiles, pero feroces y profundas, que arañan como garfios, que arrancan su piel, tan perfectos como la sonrisa de ella Cuánto echa de menos esa sonrisa. Querría sentir todo eso y mucho más. Ni siquiera el peor de los dolores físicos puede compararse con el que siente en esos momentos su corazón. El absurdo de ese vacío neumático, la ausencia total de todo, como respirar en un mundo sin aire, como beber de un vaso vacío, como tirarse a una piscina sin agua, el silencio de las profundidades marinas, la ausencia de cualquier sonido, palabra, color, alegría, felicidad, sentimientos cristalizados, como si el mundo se hubiera partido por la mitad y, de repente, esa sonrisa robada, impresa, crucificada, disecada e inanimada. Así es el vacío desgarrador que siente Alex. ¿Quién me ha privado de la emoción, del sentimiento y de la felicidad? Ladrón, maldito ladrón del amor, te lo has llevado y después lo has escondido, lo has metido en una botella y lo has arrojado a las más frías profundidades de esta tierra que hoy me acoge. Avanzo día tras día sin notar ya el calor del sol, todo me aburre y me tortura dolorosamente, estoy destinado a sufrir para siempre, como un condenado a cadena perpetua que, sin embargo, no ha visto en ningún momento un tribunal, unos jueces o alguien que pudiese decirle algo, el motivo de sus culpas, cualesquiera que éstas sean. No. Se quedará para siempre en esa habitación, solo con sus pensamientos y sus recuerdos, intentando imaginar quién es el que lo ha encerrado y cuál puede ser su culpa En caso de que la tenga. Como esa película que me turbó, violenta, dramática y desgarradora en su extraña absurdidad. Old Boy, un filme coreano. Una historia increíble que se adentraba en lo más hondo de la mente, en el negro más oscuro. Como si un enorme pulpo gigantesco emergiese del abismo, rodease con sus enormes tentáculos la barca de un pobre náufrago que duerme y se lo llevase corriente abajo, a la oscuridad del mar, sin que él se diese cuenta, desapareciendo sin más, plof, como por encanto. Cuando se sufre de ese modo cuesta creer que pueda existir un dios, que de verdad haya alguien entre las estrellas que no se compadezca de tu desesperación. Por un momento recuerdas la felicidad del amor, y el mero hecho de vislumbrar la belleza de ese paraíso te hace comprender mejor las atrocidades del infierno que estás viviendo. Alex mira la televisión. Un presentador extraordinario, que ha conquistado todo y a todos, jadea sudoroso en un escenario, se tira al suelo, salta, intenta dirigir una orquesta, luego se detiene de repente y habla de algo. Pero Alex ha quitado el volumen. De manera que no oye lo que dice, aunque puede ver sus labios y leer en sus ojos. Parece cansado, su mirada es triste y sus ojos reflejan cierto sufrimiento. En ese momento Alex comprende que ni las palabras ni el dinero o el poder sirven para poder reconquistar esa luz, esa pequeña y enorme llama que es la felicidad. Y no existe tienda ni documento, papel ni recomendación que te la pueda devolver. Nada es cierto, entonces. Al otro lado del arco iris no hay ninguna olla llena de monedas de oro. Después del «The End» de las películas románticas, después de esa bellísima película de amor, después de ese beso apasionado y antes de que todo se oscurezca en medio de una música maravillosa, no queda nada. Nada. ¡Puede que incluso los actores protagonistas se odien! Después del «Stop!»del director dejan de hablarse, se encierran en sus respectivos camerinos y llaman a alguien para poner verde al otro: «¿Sabes qué ha hecho? Ha intentado meterme mano, es un cerdo, en la pantalla parece un tío muy guay, pero la verdad es que da asco.» O, si el que se desahoga es él: «¡No tienes ni idea de lo mal que besa! Además, le huele el aliento y tiene el cuerpo fofo. Deberían pagarme el doble por rodar esa escena con ella.»
Alex sigue ensimismado en su dolor, como ebrio, a pesar de que no ha bebido ni una sola gota. Trata de dar un sentido a esta vida, pero en algunos casos Vasco tiene razón cuando dice que cuando se sufre así la vida carece de él. Sin amor no tiene sentido. Sin ti, Niki. De nuevo esas palabras en la batidora. «Tantos días en el bolsillo para gastar. Pero ¿por qué ahora sin ti me siento como un saco vacío, como una insignificancia abandonada?» Y sigue poniendo las canciones de Battisti como si, de alguna forma, sólo él y Mogol supiesen de verdad a qué se refiere Alex, como si sólo ellos dos supiesen de verdad el dolor infinito que se siente cuando se pierde el amor. Y resiste y sufre en silencio, y sigue adelante con su vida como si ésta estuviera sujeta a unas gruesas cuerdas que se engancha en los hombros como si del yugo de un buey se tratara, y arrastra sufriendo el peso de la vida, un día tras otro, en el trabajo, en el despacho, bromeando y riéndose con todos como si nada hubiese ocurrido, entre la gente, por la calle, en las tiendas, en el supermercado y también entre sus amigos, por la noche, durante ese único silencio que de vez en cuando se concede. Y, sin embargo, resiste. Pasan las semanas y resiste. Y le parece imposible. Y cada noche le parece aún más dolorosa, como si aumentara el espacio y el tiempo que separan todo lo que tenía de esa partida repentina hacia un viaje imprevisto, quizá sin retorno. ¿Todo se ha acabado? ¿De verdad todo se ha acabado? No. No puede ser. Vivir con esa incertidumbre le hace aún más daño. Da la impresión de que Alex quiere permanecer en la duda, no saber del todo lo que será de ellos, esa misma frase que se decían siempre alegremente, como si se tomasen el pelo: «Sólo viviendo lo sabremos.» ¿Y ahora? ¿Qué queda por descubrir ahora? Quizá la nada de su silencio. Frío, cínico, pérfido, malvado y divertido. Ah, es terrible. Sólo resta esa canción. Orgoglio e dignitá. Orgullo y dignidad. Hasta el infinito. Resistir. «Lejos del teléfono, de lo contrario, ya se sabe.»
Ciento veinticuatro
El parque de Villa Pamphili está iluminado por un bonito sol. Muchas personas disfrutan de un breve paseo antes de la comida dominical. Enrico empuja el cochecito mientras Ingrid se ríe señalando unos niños que corren a cierta distancia.
¿Qué haces? -pregunta él volviéndose.
Anna se ha parado a mirar una encina muy grande. La observa con atención.
¿Has visto qué bonito es este árbol? Está muy sano. Me gusta.
Eres ecologista, ¿eh?
Sí, los árboles son muy importantes ¿Sabes que fijan el carbono?
Sé que dan sombra en verano ¿Qué ocurre, Ingrid? Cuidado no te ensucies. -La niña está intentando coger un sonajero que se le ha caído al suelo.
Anna se acerca a ellos corriendo y, cuando llega a su lado, se agacha y se lo recoge. Se lo tiende a Ingrid, que se echa a reír. Anna se incorpora y retoman su paseo, uno al lado del otro, ahora.
¿A qué se debe esa pasión por la naturaleza?
Se la debo a mi padre, me enseñó muchas cosas y me hizo comprender la importancia de amar, de entender y de proteger el medio ambiente. Me llevaba a dar largos paseos por el campo y las colinas, íbamos a la playa en bicicleta, en fin, a pasear, nunca en coche. Me divertía mucho. Él me lo explicaba todo, los nombres de los animales, el motivo de su comportamiento, la razón de que un árbol tuviese las hojas de una determinada forma y muchas otras cosas Mi padre era genial. Vino a vivir a Roma cuando tenía veinte años para trabajar como diseñador gráfico y salió adelante.
¿Y antes dónde vivía? -le pregunta Enrico mientras le pone bien la chaqueta a Ingrid.
En Holanda. Mi padre era holandés. ¡Por eso soy tan guapa y tan rubia! -Anna agita un poco su melena con aire provocador, pero después no puede contenerse y se echa a reír en seguida. Enrico la mira. Hay que reconocer que es guapa. Pero ella está ya en otra cosa. Habla a toda velocidad mirando al frente-. ¡Sííí! Bromeaba La verdad es que guapa, lo que se dice guapa, no soy. ¡Pero rubia, sí! En cualquier caso, era un gran hombre. Murió hace tres años y lo echo mucho de menos.
Un velo de tristeza cubre de repente los ojos de Anna. Se para y se acerca al cochecito de Ingrid para jugar con ella intentando alejar esa nostalgia que difícilmente pasa. Enrico la mira de nuevo. Y siente una ternura repentina. Casi le gustaría abrazarla para consolarla. Echan de nuevo a andar.
El legado más bonito que me dejó fue el del amor. Quiso muchísimo a mi madre, que era romana. Formaban una pareja fantástica, dos personas muy unidas y cómplices. Por eso yo tengo mis propias ideas con respecto al matrimonio. No quiero conformarme con una historia cualquiera, para mí tiene que ser algo único, un auténtico proyecto entre dos personas que se adoran y que se ayudan la una a la otra, que se gustan mucho y que incluso, después de muchos años, siguen teniendo ganas de besarse, como les pasaba a ellos, que se buscaban siempre, físicamente incluso -prosigue Anna.
Una brisa ligera agita su pelo y hace caer un mechón sobre su frente. Ella lo aparta con delicadeza y sigue andando.
¿Así que sueñas con casarte? -le pregunta Enrico.
Sueño con una familia, cómo se formalice después ya se verá en su momento. Pero quiero una familia alegre, auténtica, que no se rompa con las primeras dificultades Una familia integrada por un hombre y una mujer que se respetan de verdad, que desean el bien del otro y que no se rinden, sólo que veo que a menudo no es así. Hoy en día las parejas se resquebrajan al primer problema, parece que están juntas sólo porque vivir en pareja está de moda, no porque se crea de verdad en ello. Hablo en serio ¿Has visto cuántos matrimonios fracasan después de poquísimo tiempo juntos? -De repente se interrumpe. Claro que lo ha visto. A él también le ha pasado-. Perdona, Enrico, no pretendía
Él sonríe con cierta amargura.
No te preocupes, tienes razón, yo también opino lo mismo. Sólo que después miro alrededor y veo, entre otros, a mis amigos: Flavio, Pietro, el propio Alex, tampoco sus relaciones van bien Nuestra sociedad cambia y al final uno tiene que aceptar la imposibilidad de realizar su propio sueño y conformarse con el común, que es menos bonito y romántico «Los castillos en el aire que se construyen sin apenas esfuerzo son difíciles de derribar.»
Anna lo mira.
Qué frase tan bonita
Por unos instantes Enrico se siente como Pietro, «el hombre de las citas», a quien tantas veces ha criticado porque usa las frases de los demás para llamar la atención.
Sí, pero no es mía, es de François Mauriac -reconoce, algo avergonzado.
Siguen andando en dirección al aparcamiento. Es casi la hora de comer e Ingrid tiene hambre.
¿Te quedas a comer con nosotros? Venga Podríamos preparar un primer plato. También tengo un poco de queso, fiambre y achicoria fresca que podemos aliñar con vinagre balsámico si quieres -sugiere Enrico.
Anna sonríe.
Sí, vale, tengo la nevera vacía ¡Me has salvado la vida!
Un poco más tarde, en casa de Enrico. Anna está en la cocina metiendo los platos en el lavavajillas. Enrico está acabando de quitar la mesa. Ingrid se ha quedado dormida en el sofá. Suena el teléfono. Enrico responde.
¿Hola?
Dígame -Enrico se queda petrificado. Ha reconocido de inmediato la voz. Al fondo se oyen unas conversaciones. Parece un restaurante-. Camilla
Sí. ¿Cómo va todo? ¿Cómo está la niña?
Bien, está con la canguro. ¿Cuándo vas a venir a verla?
La semana que viene Oye, ¿no te olvidas de algo?
Enrico frunce el ceño. No entiende. Repasa rápidamente sus diferentes compromisos pero no se le ocurre nada.
No, no creo. ¿Te refieres a Ingrid?
No, a mí. Ayer era mi cumpleaños.
¿Y qué?
Pues que no me dijiste nada, no me felicitaste
Enrico se queda pasmado. No es posible. Llama cuando le parece y ahora me reprocha que me haya olvidado de su cumpleaños. Hay personas que no saben lo que es el respeto por los demás, que no son conscientes de sus actos, que no tienen en cuenta lo que le han hecho a la persona que aseguraban amar.
No creo que hubiese nada que celebrar, la verdad, Camilla, y se me fue el santo al cielo. Es más, te diré una cosa: el hecho de que lo olvidara me produce una extraña felicidad.
Cuelga sin darle tiempo a contestar.
Enrico sigue asombrado cuando entra de nuevo en la cocina.
¿Qué te pasa, Enrico? ¿Qué ha ocurrido? -Anna se percata de su extraña expresión.
Nada Un problema absurdo que no se puede resolver -y se pone de nuevo a recoger la cocina.
Anna prefiere no insistir, se da cuenta de que no es el momento. Enrico mete la botella de agua en la nevera y la mira.
Oye, Anna, ¿cuándo es tu cumpleaños?
Ella se vuelve un poco sorprendida.
Pues es el mismo día que nos encontramos en el rellano por primera vez, hace ya algún tiempo.