Perdona Pero Quiero Casarme Contigo - Федерико Моччиа 33 стр.


Enrico hace un cálculo rápido. Menos mal, no es del mismo signo que Camilla.

 No te he contado cuál fue el regalo más bonito que recibí ese día Me lo hizo Ingrid, nada más acabar la entrevista contigo, cuando la cogí en brazos

 ¿Cuál fue?

 Una sonrisa preciosa Parecía que supiera lo que celebraba.

Enrico sonríe. El año que viene lo recordaré y, sobre todo, espero poder desearte muchas felicidades.

Ciento veinticinco

En otro lugar, la fiesta continúa. Los jóvenes bailan en grupos, ríen y beben. La música sale de la mesa de mezclas y los altavoces del disc-jockey en un crossover que va desde los años setenta hasta los éxitos más recientes. Niki ha invitado también a las Olas. Olly se está desahogando como una loca, salta con todas las canciones. Erica bebe un poco de bíter y balancea su copa siguiendo el ritmo. Filippo se acerca a Diletta con un vaso de zumo de piña.

 ¡Ten, cariño, está fresco!

Diletta lo coge y empieza a beber.

 ¡Mmm, está delicioso!

 ¡Nooo! Escucha ésta, qué guay

Filippo se pone a bailar. Poco a poco, acaba en medio del pasillo que hace las veces de pista de baile. Encuentra a Olly y a Niki y se une a ellas.

 ¡Hola!

 Hola, ¿cómo va?

Siguen bailando y gritando para poder oírse a pesar de la música.

 ¡Todo bien! ¿Habéis visto qué guapa está mi Diletta? -Se vuelve hacia ella y la saluda con la mano. Diletta le devuelve el saludo alzando su vaso de zumo de fruta.

 ¡Claro, Diletta siempre está guapa! -corrobora Olly-. Sólo me parece algo más rellenita, ¿verdad?

 Sí, ligeramente -responde Niki-. ¡Pero está muy bien! ¡Hasta diría que parece mayor!

Esas palabras impresionan a Filippo como si un rayo hubiese desgarrado el cielo nocturno.

 ¡Yo también lo creo! A mí me gusta mucho más así, más blandita ¡en todos los sentidos!

Vuelve a mirarla mientras la música sigue sonando y por primera vez nota algo diferente, una sensación inusual en su interior. Mientras baila no deja de pensar en esa nueva Diletta, tan diferente, tan dulce y tan madura. Recuerda el valor que demostró los primeros días en la consulta de la doctora Rossi, cómo fue ella la que lo sostuvo y la que trató de hacerlo todo más sencillo pese a que ella estaba también muy asustada. Vuelve a verse confuso, enfadado y desconcertado en casa, en la facultad, con sus amigos y con ella. Como si estuviese esperando algo sin saber a ciencia cierta qué. Como si alguien pudiera elegir por él. Y esa noche, cuando hablaron hasta muy tarde sobre la posibilidad de abortar, de lo que eso significaría para ella, para los dos, intentando imaginarlo todo después de haber ido juntos al consultorio. Esas palabras, las suposiciones, todo a cámara lenta. Y él, que trató por todos los medios de negar la evidencia y rechazó de plano esa nueva realidad. Pero Diletta no perdió ni por un momento la calma, demostró ser más valiente que él, capaz de transmitirle una energía enorme. La vuelve a mirar. Le sonríe. Diletta le devuelve la sonrisa y percibe algo diferente en los ojos de él.

Ciento veintiséis

Llueve con insistencia desde hace una hora. Susanna sale a la calle y lo ve.

 ¡Eh! ¿Qué haces aquí fuera?

Davide se da media vuelta.

 Eh, el Smart -señala el coche-. No me arranca. Seguro que es un problema eléctrico del encendido, pero no sé cómo voy a volver a casa. ¡Y por si fuera poco, llueve! Aunque tarde o temprano parará, ¿no? No puede

  llover eternamente. La película

 Muy bien, veo que la recuerdas.

 Sí, y también recuerdo que te debo un favor, así que

Davide la mira con aire inquisitivo.

 ¡Sí, así estaremos en paz, tú me llevaste la otra vez!

 Ah, está bien, gracias, acepto encantado.

Durante el viaje no dejan de reírse y de bromear. Susanna pone un CD de Paolo Conte.

 Caray, vaya un gusto refinado -Davide la mira-. Aunque en el fondo me lo imaginaba

 ¿Por qué?

 Porque eres una mujer fascinante -le dice con alegría, si bien con aire distraído.

Pero ¿por qué hace eso? Nunca se sabe lo que está pensando ¿Le gusto? ¿O me está tomando el pelo sin más? Aunque, de hecho, ¿qué más me da? Susanna sigue conduciendo.

 ¿Dónde vives?

 Sigue recto por aquí; ya casi hemos llegado. -Pasados unos minutos, Davide le indica que doble a la derecha en una pequeña plaza-. Busca un sitio para aparcar, a esta hora quizá lo encontremos.

Susanna hace como si nada, pero mientras da un par de vueltas a la manzana buscando aparcamiento se pregunta qué está pasando. Me ha dicho que aparque el coche y yo lo estoy haciendo. ¿Eso significa que acepto quedarme con él? ¿Que él lo ha dado por supuesto? Pero ¿qué me pasa? No he dicho nada.

 Ahí, ahí tienes un sitio Cabe. -Davide señala hacia adelante. Susanna le obedece y aparca.

Él se apea del coche y coge las bolsas de los dos. Susanna baja a su vez.

 Vivo ahí, en ese edificio amarillo, en el tercer piso. Y vivo solo -También esa frase la suelta así, como quien no quiere la cosa.

 Ah, bien.

¿Bien? Pero ¿qué estoy diciendo?

 ¿Puedo ofrecerte un té para darte las gracias? -Davide no le da tiempo a pensar ni a responder. Le sonríe y echa a andar delante de ella.

Una vez más, Susanna no se opone, le devuelve la sonrisa y lo sigue. Después reflexiona. Es demasiado tarde para un té. Me desvelará. Aunque subo de buena gana. Sonríe serena y, de repente, vuelve a ser dueña de sus decisiones.

Ciento veintisiete

La música enloquece. Diletta, Erica, Olly y Niki bailan juntas, cada una a su manera, con el deseo y la necesidad de desahogarse. Con las manos en alto y la melena al viento. «Baila para mí, baila, baila toda la noche, eres bella» Nunca una canción fue más adecuada para una noche de sana euforia en la que todos tienen ganas de gritar, de cantarse a la cara. «No te detengas, baila hasta que se acaben las estrellas, hasta que el alba disuelva el ocaso, ¡yo no completo mi canto y te canto!» Riendo, bromeando, empujándose al ritmo de la música, golpeándose, locos de simpatía, de amor por la vida, de fuerza y de fragilidad, de entusiasmo y de deseos, de anhelos ocultos, de sentimientos palpables, de profunda amistad, de valor fingido y de miedo atroz. Y siguen así, bajo las miradas de todos, jóvenes y alegres de nuevo, amigas hasta el final. Al fondo, algunos profesores intentan recuperar la juventud perdida. Unos grupos de jóvenes toman bebidas de colores. Un disc-jockey escucha con los auriculares el próximo disco para enlazar a la perfección un tema con el siguiente.

 Eh, yo voy a beber algo. No lo resisto más ¿Os traigo algo?

Niki es la primera que cede, sonríe sudorosa a sus amigas y espera su respuesta.

 ¿Y bien? Bueno, yo voy, ¿eh?

 Ve, ve, ve

 ¡Venga! ¡Nos vemos luego!

 Mira que dejarlo ahora, ¡estás hecha una abuela! ¡Baila con nosotras, venga!

Niki se aleja bajando la mano. En ese preciso momento empieza a sonar Alala, de los CSS, perfectamente mezclada.

Diletta parece enloquecer.

 ¡Ésta es genial, por favor, por favooor!

Y empieza a cantar a voz en grito: «Ah, la, la, ah, la, la ¿Me haces un favor? Dame algo más y no podré estar mejor» Baila saltando a la pata coja, da una pequeña vuelta con los ojos entornados, apuntando hacia lo alto a saber hacia dónde o hacia quién, y todas la imitan de inmediato.

 Una Coca-Cola light, por favor

Después de pedirla, Niki sigue el ritmo con las manos mientras contempla a sus amigas, que, a lo lejos, bailan eufóricas. Sacude la cabeza saboreando desde la distancia la espléndida felicidad que transmiten sus sonrisas, sus risas sin sentido cuando se abrazan, saltan juntas y dan el mismo paso.

 Son guapas y tú las miras con un amor infinito

El corazón le da un vuelco al oír esa voz. Lo reconoce de inmediato, pese a que no ha vuelto a saber nada de él desde aquella noche. Guido. No se imaginaba que lo vería en esa fiesta. O quizá sí. Lo que está claro es que se alegra de verlo. Sonríe mientras sorbe con su pajita. Guido la mira divertido.

 ¿Cómo estás?

 Bien

 ¿Bien, bien o muy bien?

 Bien regular

 Ah, ésa no se me había ocurrido

 ¿Ves? -Niki sonríe mientras da un último sorbo a su Coca-Cola light-. A veces hay cosas que se te pasan por alto

 O finjo que es así. -Niki apoya el vaso en una mesa y lo mira. Guido prosigue-: Cualquier decisión conlleva inevitablemente un momento de dolor y de felicidad.

 Pero

Él le tapa la boca con la mano.

 Chsss No hablemos de eso ahora. Yo no tengo nada que ver. La decisión es tuya, y sólo debes responder sobre ella a ti misma y a tu

corazón, ahí donde los demás no están invitados a entrar. Sólo lo sabes tú ¿No?

Niki sonríe.

 Gracias.

 Ven conmigo -dice Guido y, no le da tiempo a responder.

La coge de la mano y la lleva lejos de toda esa gente, entre brazos alzados que se mueven rítmicamente, chicos y chicas que charlan, amores que nacen o simples amistades que deciden darse otra oportunidad. Quizá como ellos dos. ¿Es así?, piensa Niki. ¿Y para él? Lo mira mientras la saca a rastras de la enorme sala de la facultad, y de repente se encuentran lejos de los demás, y se da cuenta de que se ríe precisamente por eso, porque es feliz, esa distracción le resulta agradable, le gusta que Guido la haya secuestrado apartándola de la normalidad y de la costumbre. ¿Todo esto está sucediendo por él? ¿Es él el motivo de mi confusión? ¿Es él el motivo de mi repentina rebelión? Cierra los ojos casi asustada y después los vuelve a abrir justo a tiempo de ver que Guido se vuelve hacia ella risueño.

 ¿Cómo va?

Esta vez Niki también sonríe.

 Todo bien.

Y se deja llevar hasta la salida.

 Ya está. Párate aquí. -Se detienen junto a la escalinata de mármol. Guido está ahora a su lado y no le suelta la mano-. Cierra los ojos. -Niki obedece sin ningún tipo de temor. Él se coloca delante de ella-. «Deambularé siempre por estos litorales, entre la arena y la espuma del mar. La marea alta borrará mis huellas, y el viento diseminará la espuma. Pero el mar y la playa permanecerán para siempre.» Es de Khalil Gibran. ¿Oyes el ruido a lo lejos? ¿Oyes lo que te susurra el viento? -Se apoya delicadamente sobre su hombro, poco menos que rozándola, y luego, temeroso y educado, se acerca a su mejilla-. Las olas lejanas nos llaman, nos retan, insolentes e intrépidas, robustecidas por su propia fuerza, se ríen de nosotros ¿No es cierto, Niki? Nosotros aceptamos su reto, ¿verdad? -y lo dice casi implorando, rogando, pidiendo que ese momento tan hermoso y tan perfecto no se vea despedazado por un simple y pequeño «no».

Niki abre los ojos en ese instante, lo mira y todas sus dudas se desvanecen como por ensalmo. Sonríe.

 Nosotros no podemos tener miedo.

Guido casi enloquece de alegría.

 ¡Sí! ¡Lo sabía, lo sabía! Vamos -y baja corriendo la escalera tirando de Niki, que casi tropieza y lo sigue riéndose.

 ¡Tranquilo! ¡Más despacio! ¡Estás loco, caramba!

Pero Guido no se detiene, salta los últimos peldaños, corre hasta quedarse sin aliento y, tras doblar la esquina de la calle, llega a su coche.

 Mira, éstas serán nuestras armas -le dice indicando las dos tablas de surf que ha cargado ya en la baca.

 Pero yo no he traído nada.

Guido abre el maletero.

 Tengo un traje de mujer de talla treinta y ocho.

Niki se siente ligeramente cohibida. Es justo la suya. Guido decide ser sincero.

 Se lo pregunté a Luca y a Barbara Una vez hicisteis surf juntos, Barbara me dijo que el suyo te quedaba como un guante. Y ella usa la treinta y ocho.

Niki se siente aliviada. Agradece que Guido le haya dicho la verdad. La ha conquistado por completo.

 Lo compré ayer Es nuevo.

 ¿Y si te hubiera dicho que no?

 Pues te lo habría regalado para tu cumpleaños. La bondad nunca supone un riesgo -La mira.

Niki se rinde con una sonrisa y después se deja llevar, sube al coche en silencio, cierra los ojos y oye cómo arranca. Es un instante. Luego se pierde tranquila por las calles de la ciudad.

Ciento veintiocho

El apartamento es pequeño pero está bien conservado. Suelo de parquet. Iluminación con focos. Decoración esencial y moderna. Sobre una mesita de madera blanca hay abierto un ordenador portátil. Varios estantes de metal ligero con libros de deporte y fitness, una lámpara de estilo años sesenta y un iPod.

 Éste es mi reino Deja la bolsa donde quieras. Voy a poner el agua a hervir para preparar un buen café de cebada. ¿Te apetece?

Susanna sonríe.

 Sí. Perfecto.

Davide desaparece detrás del tabique que separa la pequeña cocina del comedor.

Susanna mira a su alrededor. Las paredes están cubiertas con grandes fotografías de Davide posando de manera sexy, tipo calendario, o haciendo kickboxing. Es guapísimo. Nota un ligero rubor en las mejillas. Me siento como una niña. A saber qué pensarían mis amigas. ¿Y mis hijos? Ahora están haciendo deporte y mi madre pasará a recogerlos. No puedo quedarme mucho rato. Susanna mira el reloj. Davide regresa en ese momento.

 Eh, de eso nada, espero que ahora no te quieras marchar ¡no puedes perderte el famoso café de cebada à la kick! -dice, y esboza esa sonrisa maravillosa que tanto la impresionó el primer día en el gimnasio.

 Descuida, no me lo perderé

 Ya está casi listo Pero ponte cómoda, yo te lo traeré.

Desaparece de nuevo y vuelve pasados unos segundos con una

pequeña bandeja, dos tacitas de colores y dos cuencos de azúcar: moreno y refinado. Lo coloca todo sobre la mesita que está delante del sofá donde Susanna acaba de sentarse. Toma asiento a su lado.

 Sírvete

Ella coge la cucharilla, elige el azúcar moreno y se lo echa en el café. Lo remueve y después da un sorbo.

 Mmm, ¡pero si está fortísimo!

 Eh, es café de cebada con una gota de Baileys, ¡café à la kick! Fuerte como un puñetazo ¡en el ojo de un marido! -Sonríe y da un sorbo-. Vamos, Susanna, nunca he tenido ocasión de hablar contigo, pero hace tiempo que te observo y que pienso en ti. Eres una mujer preciosa, alegre y resuelta. Una madre que nunca se rinde, una mujer que puede dar y que da mucho. Confía y lánzate de nuevo a la vida, hay un sinfín de cosas que puedes descubrir y apreciar Te lo mereces. Sé que te lo mereces.

Davide deja la taza ya vacía sobre la bandeja. Coge la que Susanna tiene entre las manos. Acto seguido la mira. Ella le sonríe y desvía la mirada. Davide le coge la barbilla y la atrae hacia sí. Y un beso lento, cálido, tierno y a continuación más intenso la subyuga. No sabe qué pensar. Se niega a seguir pensando. En lugar de eso se abandona a ese abrazo que la envuelve, el sofá es cómodo y cada vez están más juntos. Pasa el tiempo. No sabe cuánto. Indefinido. No sabría decir si poco o mucho. Susanna sólo sabe que es feliz. Por unos momentos se olvida de todo. Se siente ligera. Ella misma.

Davide la abraza con fuerza y ella se tapa con la manta amarilla de pelo que hasta hace unos momentos estaba bien doblada sobre el brazo del sofá.

 ¿Sabes? La otra vez, cuando me acompañaste a casa

 Eh

 Pensaba que intentarías algo, y al ver que no lo hiciste me pregunté si no serías homosexual.

 Pues sí que Si no lo intentamos, somos homosexuales, y si lo hacemos somos unos cerdos En fin, que nunca vamos bien

 No, no, tú vas muy bien, ya lo creo que vas bien -Susanna lo abraza con más fuerza y a continuación sonríe serena sin pensar en nada.

Ciento veintinueve

Una canción se difunde lentamente por el coche. Lovelight. Es la música perfecta. Niki sigue sonriendo con los ojos cerrados. ¿Qué dice esa canción? Ah, sí «¿Qué se supone que debo hacer para no hundirme más? Estás cavando agujeros en mi corazón y, sí, éste empieza a mostrar» Qué cómico. No lo había pensado. Nota que aceleran y al cabo de un rato se encuentran en la campiña del Lacio, en la via Aurelia, rumbo a Civitavecchia. Rumbo al mar. El verde de los árboles cambia para dejar paso a los campos de trigo, a los colores más claros, a las retamas todavía ocultas. Las plantas van cambiando, los jóvenes olivos que hay junto a los márgenes del camino se inclinan en unos saludos nocturnos, doblados por la fresca brisa marina, sus mil hojas plateadas brillan besadas por los reflejos de la luna. El coche familiar con las tablas de surf en lo alto reduce la marcha y abandona la Aurelia. Enfila un camino de tierra, trota, rebota en las piedras redondas, entre las copas polvorientas de los árboles, que, ligeras, lo acarician a su paso, y un dulce raspar lo acompaña durante cierto tiempo hasta que el vehículo llega a la playa, luego lo abandona. Éste sigue su viaje, ahora más silencioso. Poco después el mar se abre ante sus ojos. El gran reto. El mar y su fuerza. El mar y su poderosa respiración. El mar y su rabia divertida. Unas olas grandes rompen en la orilla. Restallan espumeando encolerizadas, corren hasta la orilla y rompen contra los pequeños escollos que delimitan la playa. Varios coches con los faros encendidos en dirección al mar tiñen de luz esas olas. Unos surfistas temerarios aparecen y desaparecen deslizándose por las crestas, descendiendo como unos impávidos esquiadores marinos. «¡Yujuuu!». Los gritos llegan hasta tierra, mientras que en la playa las hogueras encendidas con ramas de pino y algún que otro viejo madero procedente de una barca que se hundió vete tú a saber dónde chisporrotean calentando a los surfistas que acaban de salir del agua y que cuentan exaltados las gestas que acaban de realizar en la oscuridad de la noche.

 ¿Estás lista? -Guido le sonríe mientras se apea del coche.

 Para esto, siempre.

Niki baja también y lo ayuda a cargar las tablas. Poco después las coloca en el suelo, se mete de nuevo en el coche y empieza a desnudarse. Al darse cuenta de que él está cerca, se detiene.

 Eh, ¿podrías dejarme un rato sola?

Guido se vuelve.

 Claro.

Niki apaga la luz del interior del coche. Luego escruta lentamente alrededor. No hay nadie, está a oscuras. Sigue desnudándose y luego se pone el traje de surf. Le queda perfecto. Se apea del coche, dobla la camisa, el suéter y los pantalones y los deja en el asiento trasero.

 ¿Guido?

Unos segundos después, él se encuentra delante de ella.

 Ya está, ¿todo bien?

 Sí. -Guido se ha cambiado también. Deja su ropa junto a la de Niki, cierra el coche y esconde las llaves sobre la rueda delantera-. Las dejo aquí, ¿eh?, para cualquier cosa

 Chsss. ¿Y si te oyen? -pregunta Niki.

Él se encoge de hombros.

 ¿Y qué? No hay nada que robar. -Le indica el mar con un gesto de la mano-. ¿Vamos?

 Sí.

Cogen las tablas, se las colocan bajo el brazo y se dirigen hacia el agua. Niki recuerda de repente que no le ha dicho nada a Olly, a Erica y a Diletta. Quizá me estén buscando, se preocuparán Mis padres. Tengo que avisar a mis padres. Pero de inmediato piensa. ¿Cuánto tiempo hace que me preocupo por todo? Demasiado. Ahora es de noche y todo es precioso. Poco a poco, Niki hace a un lado sus preocupaciones y a cada paso que da se siente más y más tranquila. La arena está fría. Pasan junto a una hoguera, alrededor hay unos jóvenes que están cocinando algo.

 Eh, Guido, te guardo dos Cuando hayáis acabado venid a calentaros un poco, ¿vale?

 ¡Por supuesto, gracias, Cla'! -Luego se dirige a Niki-: Cuando salgamos nos comemos un par de salchichas y bebemos un poco de cerveza, ¿te apetece?

 Sí, claro -Al final Niki se olvida de sus amigas, de sus padres y del resto del mundo.

 Eh, está fría.

Ella entra también en el agua y se tumba en seguida sobre su tabla.

 Sí, helada, pero de noche es superguay Nunca lo había hecho.

Da dos brazadas veloces, no tarda en ser arrastrada por la corriente y al cabo de un rato se encuentra mar adentro. Perdida en la oscuridad, entre los haces de luz de los coches que hay en la playa, con la luna a lo lejos, que todavía no está llena. Niki mira hacia el mar abierto esperando la ola. Algo la roza, pero no tiene miedo. Debe de ser un pez, puede que incluso grande. Silencio. Ahora no piensa en nada. Ni en sus amigas ni en sus padres. Está sola en medio del mar nocturno. Y lo más extraño es que no se ha acordado de Alex ni por un instante. Al contrario, se siente ligera. Ligera. ¿Cuánto tiempo hace que no vivía un momento como ése? Mucho. Demasiado tiempo. Y casi por arte de magia siente que el mar se retira debajo de ella y a continuación se hincha como si estuviera respirando profundamente. Está llegando una ola grande y Niki lo sabe. No necesita verla para entenderlo. Bracea a toda velocidad mar adentro y empieza a correr sobre su vigorosa estela. Para Niki es un instante, dobla las piernas y salta hacia arriba, se pone de pie, sin vacilaciones, sigue la ola, juega con la tabla, pasea por encima de ella, se dirige hacia la derecha, ahora a la izquierda, haciendo pequeñas curvas, subiendo y bajando a toda prisa sobre la empinada panza de la ola. De vez en cuando se cruza con otro surfista, lo adelanta, lo esquiva y prosigue con su juego. Sube y baja, aparece y desaparece, ella, maravillosa amazona sobre las olas salvajes hechas de agua que espumean, se encrespan debajo de ella, hasta que, después de haber domado algunas, consigue adentrarse por fin en un tubo. Acaricia con la mano la pared de agua que corre a su lado y después se deja llevar dulcemente por la última ola hasta la orilla. Mientras se está quitando la sujeción del tobillo, Guido se acerca a ella.

 Uf ¡Aquí estoy! Ha sido fantástico.

Niki está radiante.

 Sí, precioso. Es una emoción única, en serio.

 ¿Nunca habías hecho surf de noche?

 Nunca. -Ella está conmovida, casi se le saltan las lágrimas-. Qué tontería, ¿verdad? Estas cosas se apoderan de mí de un modo increíble, te lo juro, me producen una emoción, no sé qué será

Guido le sonríe algo avergonzado de que lo que experimenta él no sea tan intenso.

 Lo que te envuelve es la hermosura de la naturaleza, estás en perfecta armonía, sobre esas olas te sientes parte de este mundo y, además, durante la noche, en la oscuridad, no tienes puntos de referencia, de manera que Bueno, uno oye mejor. Aunque es un privilegio al alcance de pocos. -Vuelve a sonreír-. De gente como tú

 Qué tonto eres

 ¡Es cierto! Es así.

 En cualquier caso, ha sido una experiencia preciosa y te la debo a ti. De manera que gracias.

Guardan silencio unos momentos. Al final, Niki dice algo para romper la turbación.

 Al principio pensaba que tendría un poco de miedo, ¿sabes? Pero no quería que lo notaras. No quería darte esa satisfacción.

 Oh, de todos modos me di cuenta

 ¡Anda ya!

 Claro que sí Después de la primera ola los problemas se acabaron

Niki sonríe.

 He cogido al menos cinco.

 Seis

 ¿Y tú qué sabes?

 Iba siempre detrás de ti. Estaba en la ola detrás de la tuya, ¿qué te creías? No te dejé ni por un momento; en cierto modo, me sentía responsable -Niki no sabe si creerlo o no. En cualquier caso es normal, podría haber sido peligroso-. Venga, Niki, acerquémonos al fuego, así comemos algo

 Una sabia decisión Echan a andar.

 ¿Te estás divirtiendo de verdad?

 Claro -Guido le sonríe-. Era tu ángel de la guarda marino

 No sé si creerte.

 Tú misma. En cualquier caso, te has metido muy bien en el tubo. Yo no lo he conseguido ¡Aquí estamos, chicos! ¿Nos habéis guardado las salchichas o las habéis engullido ya?

Guido se sienta en medio del grupo. Niki lo mira. Entonces es cierto: siempre ha estado junto a mí. De otra forma, no sabría nada.

 ¿Qué haces? ¡Venga, que se enfría, Niki!

Ella se sienta a su lado, saluda a los otros surfistas y en un abrir y cerrar de ojos está bebiendo cerveza y, sobre todo, tiene en la mano una magnífica salchicha todavía caliente.

 ¡Mmm! ¡Qué hambre! Ésta es una cena verdaderamente digna Está riquísima.

Una chica rubia le pasa un trozo de pan.

 Ten, todavía está caliente.

Otra le da una cestita de plástico.

 Aquí tienes unos tomates, los he lavado.

 Gracias

Se sonríen. No se conocen, pero no hay necesidad de presentaciones. El amor por las olas es la mejor tarjeta de visita. De manera que siguen comiendo, sonriendo, charlando de sus cosas, pasándose la cerveza, contando las anécdotas de los surfistas que se han enfrentado a olas más grandes por todo el mundo. La noche va pasando y el fuego, lentamente, se va extinguiendo.

 Brrr, empieza a hacer frío.

Niki se pasa las manos por los hombros; el traje se ha secado.

 Debería habérmelo quitado. Tengo el frío metido en los huesos ¿Nos vamos?

 ¡Yo tengo el remedio justo para evitar que te pongas enferma! ¿Sabes que cuando te empapas con agua fría, haciendo surf o en la moto, bajo la lluvia, lo mejor es darse una ducha caliente?

 Claro, pero ¿dónde voy a darme ahora una ducha? Aquí no hay

 No, aquí no. ¿Confías en mí?

Niki ladea la cabeza y lo mira indecisa.

 Perdona, te has fiado hasta el momento Y lo que has hecho te ha gustado, ¿no? ¿Por qué debería engañarte precisamente ahora?

Niki vuelve a mirarlo arqueando las cejas. Pues sí, ¿por qué debería? Luego da su brazo a torcer.

 Está bien, vamos, pero que no se nos haga muy tarde, ¿de acuerdo?

 Te lo prometo.

De manera que suben al coche con la calefacción a toda marcha y la música, en cambio, soft. El aire caliente que les llega es agradable. En unos instantes da la impresión de que están en un desierto en el que el viento caliente lo seca todo. Mientras tanto, las notas de Vinicio Capossela llenan el aire. Ni que lo hubieran hecho adrede. Una Giòrnata perfetta. Un día perfecto. «La vida es un rizo ligero en el vapor de un hilo, cielo color mañana, cielo color cestito azul claro de un niño. Silbar cuando pasan las chicas como primaveras, silbar y permanecer sentado a la mesa, sin perseguir nada, ni trampas ni embozos porque Es un día perfecto, paseo aguardando sin prisas»

Sí. Es una velada perfecta. Niki lo mira risueña. Él también. A continuación cierra los ojos. No quiero pensar, esta noche no. Capossela sigue cantando y ella está de acuerdo con sus palabras: «No estamos hechos para sufrir, si es hora de acabar hay que marcharse, confiar en la vida sin temores, amar a la persona con la que estás o dar al que te da y no desear siempre y sólo lo que se va»

Ciento treinta

El coche familiar azul avanza a toda velocidad por los senderos campestres. Niki abre la ventanilla para que le dé un poco el aire.

 Mira, quiero enseñarte una cosa

Guido apaga los faros y prosiguen su camino a oscuras, únicamente iluminados por la luz de la luna, que ahora parece más intensa.

 Qué bonito, ¿no? Estamos bajando solos por esta pendiente -Guido levanta el pie del acelerador y quita la marcha.

El coche vuela silencioso en la noche bajo un cielo oscuro, entre el verde de los bosques. Ni siquiera se oye el ruido del motor, da la impresión de que están sobre una extraña tabla de surf, el viento entra por las ventanillas y perciben calor por debajo de las piernas. Al cabo de un momento vislumbran algo raro en la espesura.

 Mira, Guido

Él sonríe, acto seguido mete de nuevo la marcha y vuelve a encender los faros.

 ¿Sabes qué son esas lucecitas?

 No, ¿qué?

 Luciérnagas. -Acelera un poco y desaparece detrás de la colina. Conduce seguro, curvas largas, lentas, atravesando grandes prados verdes y trigales, definitivamente solos ya en medio de la campiña toscana-. Aquí es, hemos llegado.

Niki se levanta en el asiento, curiosa, divertida, de nuevo niña. Sí. Tras doblar una curva, el vehículo desciende por una cuesta inconexa, salta hasta que por fin se detiene en un pequeño claro. Guido apaga el motor. Delante de ellos, un humo claro y ligero asciende lentamente hacia el cielo y se pierde en él. Están en las termas de Saturnia. En la penumbra, y como si se encontraran en un pequeño infierno natural, varios hombres y mujeres están sumergidos en unas pequeñas piscinas de agua sulfurosa; parece un alegre círculo dantesco, natural y agradable, sin particulares penas aunque quizá sí con algún que otro culpable Procedente de la oscuridad del bosque, una gran cascada de agua caliente salta desde una roca y cae de lleno en el centro de la gran piscina. Se vislumbran varias personas que se mueven lentamente en el interior de ese extraño borboteo, que aparecen y desaparecen de vez en cuando entre los efluvios de azufre.

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