Guido observa a Niki. Esa imagen infernal la fascina y la arrebata.
¿Y bien? ¿Lista para sumergirte? Será maravilloso.
Niki lo mira y sonríe.
Me parece una idea fantástica.
En un abrir y cerrar de ojos se apea del coche, da unos pasos descalza sobre la roca fría y porosa que rodea la piscina y después entra en el agua poco a poco vestida con su traje de hacer surf. Se sumerge.
¿Qué me dices? No te he decepcionado, ¿verdad? Este sitio es estupendo ¿Habías estado ya aquí?
No. -Guarda silencio y a continuación, metida hasta la barbilla en el agua caliente, reconoce-: Es precioso, de verdad, es muy relajante
Guido le sonríe.
Y no sabes cómo deja la piel -Luego se corrige-: Aunque la tuya es ya de por sí maravillosa.
Niki evita su mirada y se hunde aún más, el agua le llega ahora casi bajo el labio. Tiene la impresión de estar en una bañera, le recuerda cuando se preparaba un baño en casa. Hace ya mucho tiempo. Es de verdad relajante.
Lo extraño de estas piscinas es que en cuanto te alejas del centro el agua se enfría
Guido asiente con la cabeza.
Ajá -Luego se le ocurre una idea-: ¡Sígueme!
Le coge la mano y la hace salir.
¡Pero tengo frío!
Ven, verás que todavía podemos estar mejor.
Como buenos surfistas, trepan por el borde de la cascada hasta llegar a la piscina superior. Aquí hay otra cascada más alta todavía y donde no hay nadie.
¡Ven!
Guido es el primero en entrar. Niki lo sigue.
Está calentísima, es estupendo
Sí, metámonos debajo.
¿Cómo?
Así. -Guido nada hacia el centro y se mete debajo de la cascada que, caliente, cae desde unos dos metros de altura y rompe en sus hombros, en su cabeza y en su espalda haciéndole un vigoroso masaje-. ¡Ven, Niki! ¡Es genial! ¿Qué pasa? ¿Tienes miedo?
¡Yo no tengo miedo de nada! -replica, y en un abrir y cerrar de ojos se planta a su lado, bajo el agua que casi la arrastra.
Niki resiste, mueve los hombros bajo el potente chorro, sus músculos se desentumecen y ella se siente cada vez más relajada y serena. Hacía meses que no estaba tan bien. Cierra los ojos bajo el agua caliente y se deja llevar por esa idea, exhala un hondo suspiro, cada vez más largo, y se abandona por completo. Ah Qué maravilla, cuánto lo necesitaba. De repente nota que un brazo la aferra. Abre los ojos y se aparta del chorro de agua. Es Guido. Tira de ella hacia sí, entre la cascada y las rocas, escondidos de todo y de todos, y la lleva hasta una pequeña cueva donde el agua que cae desde lo alto por delante de ellos parece una cortina. A través de ella se vislumbra la luna flanqueada por la oscuridad del bosque.
¿Qué dices, Niki? ¿Te gusta?
Muchísimo Este sitio me devuelve al mundo, en serio. Te hace recuperar todas las energías, ahora podría hacer surf durante horas.
Guido, que no ha soltado su mano en ningún momento, la mira a los ojos.
«¿Adónde van mis palabras, adónde huyen? ¿Tienen quizá miedo de decir que te quiero?»
Niki se queda boquiabierta, no se lo puede creer.
Pero si es mi frase, ¡la que metí en la botella!
Él le sonríe.
Después de acompañarte a casa corrí durante toda la noche por la orilla del río. No podía permitir que otro la encontrase en mi lugar -Vuelve a sonreír y después aproxima lentamente a ella sus labios bajo la cascada.
Niki ve su preciosa sonrisa cada vez más cerca. Esas palabras, además «Corrí durante toda la noche por la orilla del río.» Aún más cerca «No podía permitir» Cada vez más «Que otro la encontrase en mi lugar» Niki cierra los ojos y ya no ve nada, ni con la mente ni con el corazón, ni ese faro lejano, otros días, otras épocas, esa Isla Azul, el mar, los recuerdos. Nada más. Se lanza por fin, salta y cae entre sus brazos, y se pierde en ese dulce beso compuesto de unos labios cálidos y olvidados, de confusión humana, de culpa y de perdón al mismo tiempo. Ella, una niña arrastrada por un tonto y estúpido deseo: volver a ser libre. Instantes después se encuentran bajo esa cascada, casi liberatoria, se separan y se buscan, se ríen avergonzados y divertidos de haber dado ese extraño paso, tan ligero, tan hermoso, tan límpido Y no sólo por el agua. Niki flota. Echa la cabeza hacia atrás. Tiene los oídos tapados y los ruidos llegan a ella lejanos, extraños ecos marinos en esa piscina sulfurosa. Su pelo cae hacia abajo, al igual que sus brazos, abandonados sobre sus costados. Bajo el agua roza con los dedos algunos guijarros que el azufre ha redondeado. Los vapores de la piscina y todo lo que ha sucedido hacen que se sienta perdida. ¿Quién soy? ¿Dónde he acabado? ¿Qué será de mí? ¿Y mi amor? Mi amor fuerte, sólido, firme, casi rabioso, determinado y decidido a pesar del mundo, que se oponía a nuestra diferencia de edad. Alex ¿Por qué me has abandonado? Mejor dicho. ¿Por qué te he abandonado yo? Aunque, ¿acaso la culpa no es siempre de dos? Permanece inmóvil en el agua, apabullada por esa infinidad de preguntas sin respuesta. Silencio. Necesito silencio. No me preguntes nada, corazón, deja que me vaya, mente. Sólo una lágrima cae entonces de sus ojos, resbala por su mejilla al amparo de todo y de todos, furtiva, escondida, como una pequeña ladronzuela que acaba de sisar algo en el mercado y se escabulle así, perdiéndose entre la gente, de la misma manera que esa lágrima acaba en el agua poniendo fin a su breve recorrido y a todos los porqués que la habían generado. Niki permanece un poco más de tiempo en el agua. Después se levanta y le sonríe a Guido. Él la mira curioso, casi preocupado, quizá ligeramente arrepentido.
¿He cometido algún error?
Niki se echa a reír.
Si alguien ha cometido un error soy yo Pero lo sabía Y, además
Guido la mira esperando el final de la frase.
¿Y además, qué?
Nada
No, te lo ruego, dímelo -Le coge de nuevo la mano, las dos, mejor dicho, temeroso por unos instantes, casi prudente, dudando si rebasar de nuevo el límite o no-. ¿Y, además?
Niki le sonríe.
Y, además, tenía ganas de darme un baño.
Sale de la piscina. Guido la mira. Por primera vez en ese traje de surf pintado por la luna, enmarcada en el verde de ese bosque oscuro, ve a una mujer. Ve su cuerpo dibujado, decidido, femenino, suave y redondeado. Y por primera vez no se trata de un simple juego. Ahora es auténtico deseo. Siente un escalofrío fuerte, intenso, que le recorre la espalda, que le encoge el estómago, que no le concede una tregua en ese instante que parece eterno. Niki se vuelve y lo ve en la piscina, sumergido en el agua y rodeado de los vapores que emanan de ella. Ve sus ojos en la oscuridad, sus labios carnosos, la evidencia de deseo bajo esa luz nocturna.
¿Qué haces? ¿Vienes?
Guido sale en silencio. Sin pronunciar palabra entran de nuevo en el coche. Poco después se encuentran al otro lado de las colinas, en la Aurelia y, por fin, de nuevo en la ciudad. Se paran delante de la casa de Niki. Ha sido un viaje silencioso. Guido la mira. Ella conserva todavía la campiña en la mirada y no tiene ningunas ganas de enfrentarse de nuevo a la realidad. Se vuelve hacia él.
Gracias, ha sido una velada preciosa -y tras darle un ligero beso
en los labios escapa. Es tan ligero que casi parece que no se lo ha dado, que todavía deja mil interrogantes a sus espaldas.
¿Qué somos? ¿Amigos? ¿Amantes? ¿Enamorados? ¿Novios? ¿Nada? Y con esta última pregunta, Guido la ve desaparecer en el portal.
Niki no llama el ascensor. Sube a pie intentando hacer el menor ruido posible. No me lo puedo creer, son las cuatro y media. ¿Cuánto tiempo hacía que no llegaba tan tarde? Una vida Una vez delante de la puerta de casa, introduce la llave en la cerradura y la hace girar lentamente. Clac. Por suerte no han echado el pestillo. Entra y cierra la puerta con las dos manos, acercándola con cautela para no hacer saltar la cerradura. A continuación se descalza y se dirige a su habitación de puntillas. Cuando pasa por delante del dormitorio de sus padres mira bajo la puerta. El resquicio está oscuro. Han apagado la luz. Menos mal. Niki no sabe que, en cambio, Simona está otra vez despierta. Le ha bastado el ligerísimo ruido de la puerta de entrada para hacerle abrir los ojos, o quizá haya sido otra cosa, a saber. El hecho es que sigue los pasos de su hija como si pudiese verla y, como cualquier madre, ha comprendido. No se sabe bien hasta qué punto, pero ha comprendido. Cuando oye que la puerta del dormitorio de Niki se cierra, exhala un hondo suspiro y trata de volver a conciliar el sueño. Da vueltas en la cama. ¿Debo hacer algo? ¿Tengo derecho a intervenir en la vida de mi hija? ¿Quién soy yo para decirle nada? Su madre. Sí, es cierto. Pero ¿puedo estar al corriente de su amor? ¿Cómo puedo interpretar, decidir, traducir sus sentimientos, lo que experimenta, lo que siente, lo que sueña? Si ahora está feliz, triste o asustada ¿Lo estará pensando mejor? Está sopesando qué hacer. Niki es joven, en ocasiones madura, demasiado adulta para su edad. De manera que ahora es justo que viva su vida, sin importar que ésta sea una fábula o la cruda realidad, que se caiga y vuelva a levantarse, que avance con facilidad o a duras penas, que viva a tres metros sobre el cielo o bajo tierra. El papel de una madre consiste precisamente en eso, en permanecer en todo momento al lado de su hija sin decir nada, lista para acogerla y para animarla cuando sea necesario, en dejarle la máxima libertad de elección y en estar de acuerdo con sus decisiones esperando que éstas la hagan feliz. Soy un fastidio. Vaya una madre pesada. Sus cavilaciones la hacen sonreír. ¿Sabes qué pienso hacer, Niki? No te daré la lata. Aceptaré todas tus decisiones esperando que éstas te hagan feliz. Eso es Luego mira a Roberto, que duerme junto a ella, y que incluso ronca ligeramente. ¿Será posible? Debería hacer como él. Duerme a pierna suelta, todo le importa un comino, ¡sobre todo lo que ocurre en casa! ¡Y, por si fuera poco, ronca! De modo que, al menos por ese motivo, le da una patada rotunda y seca en la pierna. Roberto se sobresalta, pero acto seguido empieza a respirar de nuevo aún más profundamente de lo habitual. Mueve un poco los labios como si tuviera hambre, como si buscara algo en el aire, y acto seguido se vuelve hacia el otro lado y sigue durmiendo como si nada. ¡No me lo puedo creer! No es posible. Duerme como un angelito, él duerme mientras yo me devano los sesos con mi dilema, que, a decir verdad, ¡debería ser nuestro! Roberto se da media vuelta de nuevo. No puede ser, piensa Simona, y se siente aún más desconsolada. ¡Ronca otra vez! ¿Será posible?
Ciento treinta y uno
Niki empieza a desvestirse. Se olfatea la piel. Se lleva el codo a la nariz. Hum Qué extraño es este olor. Se parece al jabón que usaba de vez en cuando papá. Pero es bueno. Y fuerte. ¡Además es cierto! Tengo la piel muy suave. Es increíble el efecto del azufre en el pH, va muy bien para los hongos, para las ampollas, protege la piel En fin, que uno debería sumergirse en esas piscinas al menos una vez a la semana. Sí. ¿Y luego? Sonríe. ¿Qué sucedería, dado que ha bastado un solo baño para que lo besase? Lo he besado. Esa palabra le resulta de repente muy extraña. Lo he besado. Acto seguido se mira al espejo. El pelo, encrespado y enmarañado, le rodea la cara dándole un aspecto diferente, casi no se reconoce bajo esa nueva luz. Lo he besado. Y vuelve a mirarse, vacilante, como si buscara en sus ojos las huellas de un auténtico cambio. Como en esa película, ese remake protagonizado por Nicole Kidman que trata sobre unos alienígenas que adoptan una apariencia humana, que van introduciéndose poco a poco en las personas, de manera que éstas empiezan a comportarse de manera diferente de la habitual. Niki se aproxima un poco al espejo. ¿Habrá entrado un alienígena en mi cuerpo? Sonríe. Esa película no me gustó. ¿Y esta noche? ¿Te ha gustado esta noche? Se queda absorta, suspendida delante del espejo. Después sonríe a esa extraña chica de aspecto rebelde. Tenía ganas de darme un baño, ¿vale? ¿Podemos considerarlo así? Pues bien. Digamos eso, por favor. Sigue desnudándose, se quita los pantalones, los coloca sobre una silla y, justo en ese momento, le llega de improviso otra pregunta, repentina, inesperada, que casi la deja sin sentido. ¿Y Alex? ¿Qué diría Alex de todo esto? ¿Le gustaría? Se siente en un aprieto, se siente morir. No, no creo. No creo. ¿La estáis oyendo? Es como si otra persona se estuviera riendo en su interior. ¡No me lo puedo creer! ¿Cómo puedes decir algo semejante? Has estado a punto de casarte con él, durante días, semanas, meses, más de un año y medio, en pocas palabras, habéis construido juntos cosas importantísimas, ¿y ahora vas y dices que no crees que le gustara? ¡Por supuesto que no! Le haría muchísimo daño. Lo que has hecho es inconcebible, inimaginable De manera que, al igual que tantas otras veces, la vida es socarrona, se divierte contigo, te busca las cosquillas, te provoca, te ridiculiza Sus ojos lo ven ahora. Está ahí, en ese rincón, el mismo donde lo dejó hace cierto tiempo. El paquete que Alex le mandó. Y casi en trance, pese a que no quiere o, al menos, no querría, porque le gustaría resistir, meterse en la cama, dormir, lo coge. Lo mira por un instante y a continuación se derrumba. Empieza a desenvolverlo, ávida, curiosa, arranca el papel como si pretendiera precipitar el castigo, hacerse daño cuanto antes para poderse azotar de alguna forma y expiar de inmediato y por completo ese deseo juvenil de darse un baño. El último trozo de papel cae al suelo. Y aparece entre sus manos.
«Para ti, para Niki.»
Un DVD. ¿Qué será? ¿Cuándo me lo habrá mandado? ¿Había encontrado ya mi carta? Después ve la fecha. No, lo mandó el día que se marchó. La noche en que salí por primera vez con Guido. Y sólo de pensar en ese nombre y en lo que ha sucedido desde entonces todo le parece absurdo, una eternidad, otra época, otro mundo, otro planeta. Antes de que la domine un ataque de pánico, Niki se aferra al DVD, lo abre, lo sujeta entre las manos, con las dos a la vez, como si fuese un documento importantísimo hallado después de varios años de búsqueda. Lo levanta poco a poco. Es delicado, frágil, fundamental, es el mapa de la verdad, el testimonio de esa leyenda que siempre se cuenta sin acabar de revelar del todo. Estoy segura de que aquí dentro encontraré todo cuanto necesito. Lo introduce en su ordenador y pasados unos segundos aparece el icono negro con la palabra «Play» escrita encima. Nik hace clic sobre ella y tiene la impresión de abrir una puerta, de asomarse a una dimensión desconocida. «Yo era ella, ella era yo, éramos uno, éramos libres.» La canción del día en que nos conocimos, cuando tuvimos ese accidente, cuando me caí. She's the One Las notas prosiguen lentamente. «Éramos jóvenes, estábamos equivocados, estuvimos bien desde el principio». Y en la película aparece Alex. Sonríe. La música va bajando de volumen y él empieza a hablar: «Amor mío Me gustaría decirte que soy feliz, pero no he encontrado suficientes palabras Este mundo no ha inventado palabras bastantes para poder expresar lo que siento por ti. Así que lo que pretendo es que estas imágenes hablen por mí» El vídeo sigue pasando. La música sube de nuevo y se ven, una tras otra, las fotografías de los dos juntos. Alex y Niki en una fiesta, Alex y Niki aprendiendo a conducir, fotografías sacadas con el móvil. Niki que duerme y se enoja porque se da cuenta de que él la está filmando mientras se despierta. De vez en cuando se oye la voz de él: «Aquí estabas preciosa, aquí te amé durante toda la noche, aquí tuve miedo Miedo porque me estaba enamorando de ti» La música se eleva de nuevo y empiezan a verse las fotografías de Alex solo en el faro durante los días en que la estuvo esperando. «Aquí era cuando mi vida ya no tenía sentido» Niki sonríe. «Aquí, cuando comprendí que renacía.» Unas breves imágenes de él saliendo de la casa del viejo guardián del faro.
«¡A la mesa!», su voz, la de ella, Niki. Qué ridícula estaba vestida de ese modo ¡Era la primera sopa de mi vida! Y más fotografías e imágenes. «Aquí comprendí que era un idiota, que sólo había perdido el tiempo» Una música diferente. Coldplay. Empiezan las imágenes de Nueva York. Niki siente una punzada en el corazón. Los contempla en silencio a los dos corriendo por las calles de Manhattan, ella que entra en Gap y a continuación en Levi's, ella que se prueba algunos vestidos y camisas, ella que empuja con una mano la cámara. Ella que dice: «Venga No me grabes ahora Que sepas que si lo haces no me casaré contigo» Ese día lo dijo de broma, como si se tratara de una frase tonta que nunca, jamás, se haría realidad. Niki se echa a llorar lentamente, en silencio, sus lágrimas resbalan veloces, una tras otra, como un río en crecida, como una ola que se hincha, enorme, que ya no puede contenerse, de manera que se abandona, se deja llevar, se siente turbada por un alud de sentimientos confusos y su llanto va en aumento. La música prosigue. Aparece el paseo en helicóptero, la vista de Nueva York desde lo alto. El letrero sobre el rascacielos del Empire State. «Perdona, pero quiero casarme contigo.» Y el primer plano final de Alex. «Perdona, pero no he sido preciso. Perdona, pero siempre te querré.» Niki no puede resistirlo más, empieza a sollozar y se tapa la cara avergonzándose de ese beso, de su repentino deseo de rebelarse, de alejarse de todo lo que tenía, del maravilloso amor de Alex. Y entonces, pequeña náufraga por elección, se desespera en silencio, se enjuga las lágrimas con el dorso de la mano, apenada, desconcertada, desorientada y también enfadada por no poder culpar a nadie más sino a sí misma de ese extraño e inesperado cambio. Pero ¿por qué las cosas han salido así? ¿Qué ha sucedido realmente? Un vacío enorme la embarga y se siente más sola que nunca, a pesar de que sus padres, que están en la habitación de al lado, la quieren y la apoyan en todas sus decisiones. Y lo mismo puede decirse de sus espléndidas amigas, que siempre están en sintonía con ella, además de presentes en cualquier ocasión. En ese momento Niki se siente como un globo deshinchado. Hay algo que nadie puede apartar de mí. Algo de lo que ni siquiera puede hablar porque no sirve de nada, no se puede ni explicar ni comprender. La falta del amor. Perder el amor, el final de un amor, la fuga de un amor. Cuando eso sucede te sientes desnuda y vacía. Aunque quizá estés bien contigo misma, no dejas de ser una belleza sin alma. Impelida por esa inmensa soledad, se mete en la cama. Tal vez mañana lo vea todo distinto. Puede ser. Transida de dolor, exhausta, se tira sobre la almohada como si buscara un refugio, una playa segura, un meandro tranquilo en el que poder refugiarse de todos esos pensamientos. Pero ¿quién es el verdadero culpable de todo esto?
Ciento treinta y dos
Una preciosa caja envuelta de amarillo y naranja descansa sobre la mesita de cristal de la sala. Al lado, dos vasos de naranjada y dos pedazos de tarta de chocolate y coco. Diletta mira a Filippo sonriendo.
Pero ¿por qué?
¿Cómo que por qué? ¡Porque te lo mereces!
Diletta mira entonces el paquete.
¡Pero si no es nuestro aniversario, ni tampoco mi cumpleaños!
¡No, pero es una fiesta! ¡Confía en mí!
Diletta coge la caja. La observa, la voltea y la sacude para adivinar lo que hay dentro.
No hace ruido
Filippo no le contesta y sonríe.
¡Venga, ábrela!
Se ve a la legua que Diletta no lo resiste más. Finalmente lo complace y empieza a desenvolver la caja poco a poco procurando no arrancar el papel. Nunca le ha gustado romperlo. Lentamente va apareciendo el contenido. Diletta apenas puede creer lo que ve. Después repara en la tarjeta. La coge y la lee.
No me lo puedo creer -Se vuelve, lo mira y se abalanza sobre él loca de felicidad. Lo cubre de besos, lo abraza y se ríe conmovida.
Filippo se deja hacer y se ríe también, sorprendido y satisfecho de esa explosión de alegría. Porque es más que un regalo. Es una promesa, una elección, una toma de conciencia y un viaje juntos rumbo a numerosas y diferentes sorpresas. Es un salto al vacío, pero con un paracaídas capaz de protegerlos a los dos. Diletta se levanta y coge la mano de Filippo. Lo mira dulcemente.
Ven, ven conmigo
Lo lleva a su habitación, cierra la puerta y lo hace acomodarse en la cama. Empieza a besarlo. Se sienten muy próximos, más unidos que nunca, en cierto modo adultos y conscientes, todavía temerosos pero preparados. Finalmente preparados.
En la sala, en el sofá, rodeada del papel sin romper y del gran lazo que lo envolvía, hay una caja abierta con un buzo de bebé tierno a más no poder. Es de color amarillo pálido y tiene unos ositos bordados encima. Además, la tarjeta dice: «Amarillo como el sol que ilumina tu mundo, amarillo como una flor que brilla a mediodía, amarillo como tu pelo, rubio como el oro, amarillo como un sueño que se hará realidad. Poco importa que sea niño o niña: será tan maravilloso como tú»
Ciento treinta y tres
Varios días más tarde. Un cielo azul sin nubes. Un tráfico lento y sin bocinas que intenten acelerar el ritmo de la ciudad. Alex acaba de cerrar el coche. Se dirige apresurado hacia el patio y entra en el edificio.
Buenos días, señor Belli, arriba lo están esperando.
Bien, gracias.
¿Me están esperando? Pero ¿quién? ¿Y por qué? ¿Qué habrá pasado? Mientras entra en el ascensor lo asalta una idea extraña, un recuerdo del pasado se asoma dolorosamente a su mente. Aquel día, al teléfono
Hola Tu secretaria no me ha dejado hablar contigo.
Lo siento, pero ¿dónde estás?
Fuera de tu despacho.
Alex sale corriendo de él y la ve allí, sentada en la sala de espera, en un sofá de colores, con su chaqueta azul y las zapatillas Adidas de media caña, y sus piernas, y la carpeta con los dibujos de la campaña de LaLuna En un instante tiene la impresión de haber vuelto atrás en el tiempo y le parece imposible que Niki ya no forme parte de su vida. Lo nota particularmente cuando se detiene delante del sofá. ¿Dónde estás, Niki? ¿Qué ha sido de nuestra vida? ¿Por qué? Siente una especie de vértigo al pensar en lo absurdo que es todo lo ocurrido. Pero justo en ese momento se abre la puerta de la sala de reuniones.
Alex, te estábamos esperando. ¡Ven! -Leonardo le sale al encuentro corriendo y lo coge del brazo. Después, casi a rastras, compone la mejor de sus sonrisas-. ¡Aquí está mi número uno: Alessandro Belli! -y lo hace entrar.
En la sala de reuniones lo recibe un grupo alegre de publicistas, redactores, creativos, productores, contables, el presidente e incluso el administrador de la empresa.
«¡Felicidades!» «¡Muy bueno!» «¡Excelente!»
Lo reciben con esos adjetivos para celebrar su éxito. Alex los mira aturdido, gira lentamente la cabeza de izquierda a derecha, de derecha a izquierda. Los conoce a todos de sus numerosos años de trabajo, desde sus inicios en el nivel más bajo, su porvenir hecho de cargas, de mejoras, de tenacidad, de aplicación, de ingenio, de pequeñas metas, de enormes esfuerzos, de infinitas carreras, de horas interminables y de grandes éxitos. Y, sin embargo, cambiaría de buena gana todo eso y a toda esa gente por una sola persona. ¿Dónde estás, Niki? ¿Qué supone un éxito cuando no tienes a tu lado a una persona con quien compartirlo, la única que amas?
¡Ha tenido un éxito increíble en Estados Unidos! -Leonardo le rodea los hombros con el brazo devolviéndolo a la realidad-. Habéis acertado en todo Les ha gustado hasta el eslogan.
Al volverse ve a Raffaella, tan guapa como siempre, más aún, elegante, circunspecta, silenciosa, perfecta tanto en las maneras como en el sentido de la oportunidad, que le sonríe desde lejos y le guiña un ojo con simpatía, sin malicia, y a continuación lo señala como diciendo: «Eres tú, todo esto te lo debemos a ti, este momento de gloria es cosa tuya.» Y Alex esboza una sonrisa, aturdido por todas esas palabras.
Ponlo en marcha, venga.
En la sala reina un silencio casi reliGiòso cuando la pantalla motorizada desciende desde lo alto. Alex apenas puede detenerse, ya que en un instante lo envuelven las imágenes de su película. Animales corriendo, un león, un guepardo, una pantera, un antílope que salta, una gacela capturada al vuelo por las garras de un jaguar y, al fondo, unas manos oscuras que aporrean continuamente un tambor de piel. Tum-tum-tum. Tum-tum-tum. Las imágenes prosiguen y poco a poco se difuminan. Después aparece la palabra «Instinto», que emerge del fondo con una música cada vez más fuerte. Un primer plano de la boca de una pantera que se abre liberando un rugido. Después, «Amor»: un león y una leona copulando salvajemente mientras se muerden en el cuello, poco menos que despedazándose de pasión. Y de nuevo varios antflopes cada vez más veloces, centenares, que escapan, corren, saltan y casi atraviesan la pantalla: es el momento de la palabra «Motor», que va de inmediato seguida de un coche negro que aparece como un rayo en primerísimo plano y a continuación dobla una curva y se detiene. Una pantera pasa por su lado, lo mira, restriega su costado contra él y luego se aleja mientras aparece el nombre del coche y su eslogan: «Instinto, amor, motor.» Cuando se encienden las luces, todos aplauden entusiasmados. Alex está sorprendido, se diría que desconcertado.
¡Genial, muy bien!
Todos siguen aplaudiéndolo, de vez en cuando le dan unas palmaditas en la espalda.
¡Buenísimo! ¡Felicidades, la campaña es magnífica, la mejor que he visto en mi vida sobre un coche!
Alex sonríe sin acabar de creérselo. ¿Cómo puedo haber hecho todo eso? He usado el eslogan de mi vida, de mi filosofía, mi corriente de pensamiento, para un coche, para un pedazo de hierro que, algún día, me sobrevivirá fríamente, que no piensa, que no razona, que no sufre ni se alegra. «Amor motor.» ¿Hasta ese punto he llegado? No es posible. Sonriente, saluda todavía a varias personas, después abandona la sala y corre hacia su despacho. Se encierra en él y empieza a rebuscar entre los folios, entre las carpetas, bajo los diseños, bajo los diferentes tipos de letras que ha considerado, elegido, valorado. Hasta que la encuentra. «Amor motor.» Es su caligrafía. ¡Lo he hecho yo! Un poco más abajo encuentra otro folio lleno de signos de interrogación, otro con un corazón y varias letras escritas, siempre las mismas: A y N. Eso es. Debía de estar borracho, debía de haber bebido, ¿cuándo fue? Cuando estuve mal. Hace ya semanas que estoy mal. Me he sumergido en el trabajo y también en él he organizado un buen lío. Se lleva las manos a la cabeza Pero ¿cómo es posible? Justo en ese momento llaman a la puerta. Alex alza la mirada.
¡Adelante!
Es Raffaella.
¡Hola! ¿Cómo va? ¿Has visto qué éxito?
No ¡Lo que he visto ha sido otra cosa! -Alex le muestra furioso las palabras «amor, motor»-. ¿Esto lo elegiste tú?
No, Alex. Jamás me habría permitido hacer una cosa semejante. Lo dejaste sobre la mesa. Después, la noche en que debíamos ultimar la película te fuiste a casa porque No estabas, lo que se dice, demasiado bien
Él la mira y recuerda. Se refiere al día en que él se emborrachó y ella lo acompañó a casa en taxi. Lo ayudó a entrar y luego se marchó Fue muy amable porque, sobre todo, en los días sucesivos no se lo recordó, hizo como si nada, y no le dijo una palabra a nadie. Alex baja el folio. Raffaella le sonríe. Se da cuenta de que él acaba de hacer memoria.
Después Leonardo me dijo que te había llamado a casa y que tú mismo le habías dictado la frase del eslogan: «¡Instinto, amor, motor!» -Raffaella vuelve a sonreír-. Es preciosa. Puede que no te des cuenta, pero tú sólo sabes hacer cosas preciosas -y tras decir esas palabras con voz trémula, sale de la habitación.
Alex sacude la cabeza y da un puñetazo sobre la mesa, después se arrellana en el sillón. Sólo me faltaba esto. La he humillado. Lo ha hecho todo ella, la película, la elección de la música, el montaje, el ritmo, las escenas de animales del National Geographic, el primer plano de la pantera e incluso el del coche. Instinto y yo, yo encontré el eslogan. ¡Pero qué digo, no lo encontré! Usé uno que ya existía. ¡Incluso he copiado! De mí mismo, ¡pero he copiado! Y encima me he enfadado. Soy un desastre Bueno, de una manera u otra tendré que resarcirla, en el fondo el éxito es más suyo que mío y todos me han felicitado a mí En ese momento oye un bip en su móvil. Un sms. Saca el teléfono del bolsillo casi sin pensar. ¿Quién será ahora? ¿Otro agradecimiento? ¿Uno de sus colegas, un publicista, un redactor, Leonardo que quiere invitarme a comer? Esperemos que no. Hoy no tengo hambre. Cuando abre el mensaje y ve el nombre, la habitación empieza a darle vueltas, el techo parece caer, las paredes tiemblan, la tierra tiembla, un remolino repentino, un terremoto emotivo.
Niki. Vuelve a mirar bien el mensaje. Aleja el aparato de su cara. Sí. Niki. Es ella. Y se queda paralizado, en vilo, al borde de un precipicio, de una sima, frente al abismo de un volcán en erupción, ¿o tal vez está a orillas de un paraíso? ¿Qué habrá escrito en ese mensaje? ¿Será de nuevo feliz o ya no tiene derecho a esperar eso? De inmediato, un sinfín de suposiciones, de frases que Alex imagina que encontrará al abrir el mensaje.
«Perdona, pero estoy con otro.» No, te lo ruego, no me digas que es eso. Otra, en cierto modo, aún más dolorosa: «Perdona, pero ya no te quiero.» Otra, aún peor: «Perdona, pero nunca te he querido.» A continuación, una leve mejora: «Perdona, pero pienso en ti.» «Perdona, pero todavía estoy indecisa.» «Perdona, pero he reflexionado.» Todavía mejor: «Perdona, pero me gustaría que volviéramos.» «Perdona, pero quiero casarme contigo.» Sí. Quizá. Mira fijamente por unos minutos el sobre cerrado. Sólo ella sabe lo que contiene. Ella, que lo ha escrito. Sigue escrutando ese mensaje. Antes de abrirlo puedo imaginar cualquier cosa, después sólo tendré la certeza de lo que encuentre. Podría borrarlo sin leerlo, pasar el resto de mi vida imaginando lo que podría haber encontrado. Pero luego comprende que no puede ser, que la vida hay que vivirla hasta el fondo. En una ocasión, uno de sus amigos, ahora no consigue recordar quién, le dijo: «Hay que apurar la copa cuando es amarga, sólo entonces puedes sobreponerte.» Cierra los ojos por unos instantes, respira profundamente, vuelve a abrirlos y pulsa la tecla para leerlo.