Perdona Pero Quiero Casarme Contigo - Федерико Моччиа 35 стр.


Contempla las palabras en silencio. Las relee varias veces. Después decide responder. Pero precisamente en ese momento llaman de nuevo a la puerta.

 ¿Se puede? -Leonardo entra sin aguardar respuesta-. ¡Te he traído un café y un cruasán! Para celebrar con dulzura tu éxito personal

No le da tiempo a acabar la frase. Alex se levanta del sillón, coge la chaqueta, a continuación la bolsa y abandona el despacho a toda velocidad.

 No Perdona

 Alex Pero tu éxito, en un día como éste todos quieren hablar contigo

Alex entra en el ascensor. Sin responderle aprieta el botón del «0». Las puertas se cierran delante de él. Leonardo todavía dice algo, pero Alex no lo ve, no lo oye. Para él sólo cuentan las palabras de ese mensaje: «Alex, me gustaría hablar contigo. Estoy en Villa Glori. ¿Te apetece pasar por aquí?» Su respuesta ha sido muy clara: «Sí.»

Ciento treinta y cuatro

Un viento ligero agita las hojas de los grandes árboles. Otras, las que se han caído ya, convierten ese gran prado verde en una abigarrada alfombra. Algunas personas suben la cuesta que lleva a la cruz de los caídos. Otros, menos holgazanes, corren por el camino que rodea las atracciones y las estructuras arquitectónicas que un fantasioso escultor puso en su día allí.

Alex camina de prisa. Desde que ha salido del despacho sólo ha pensado en ese mensaje. «¿Te apetece pasar por aquí?» Como si fuese algo normal, como si entre ellos no hubiera ocurrido nada, como si uno de los dos hubiera estado de vacaciones durante un breve período de tiempo, o trabajando en el extranjero Y, sin embargo, la llamó en alguna ocasión, le mandó varios mensajes en los que le decía que tenía ganas de verla, de entender, de hablar, de aclarar las cosas, de charlar un poco para poder mirarla a los ojos. Para poder enfrentarse a su mirada. Alex estaba seguro de que así podría comprender. Le habría bastado un silencio, un tiempo lo suficientemente largo, para descubrir la verdad en sus ojos. Si los hubiera bajado, si hubiera mirado hacia otra parte, si se hubieran mostrado huidizos o nerviosos, habría despejado todas sus dudas. Habría sabido que se había acabado. De manera que ahora camina cuesta arriba, por ese lugar donde se han visto mil veces, donde se han reído y bromeado, por donde han paseado cogidos de la mano. Hasta han hecho jogging juntos. Alex sonríe. Cuando corrían tenía que frenar el paso para no dejarla atrás, para oír cómo resoplaba de vez en cuando como si estuviera dándose ánimos a sí misma. La ayudó, le enseñó a hacer estiramientos, a correr sobre la punta de los pies, a subir de espaldas una cuesta escarpada para trabajar al máximo las nalgas, por las que tanto se preocupaban las mujeres, y por otros motivos, también los hombres. ¿Y ahora? Alex camina jadeando, nervioso y con una sonrisa tensa en los labios. También el parque ha cambiado. Casi parece cosa de otros tiempos. De un momento diferente de mi vida. Algo que en apariencia sucedió hace muchos años, que ya no existe, que se ha perdido lejos, en el tiempo del que se ocupa con celo un extraño, y ya, obtuso recuerdo, además de confuso. Alex llega a la explanada y empieza a dar la vuelta al recorrido. Mira a derecha e izquierda los campos que rodean el camino. Aquí y allá, varias personas pasean con las manos metidas en los bolsillos y un cigarrillo en la boca, mientras un perro suelto corretea por todas partes a la espera de que aparezca un animal cualquiera. Algunos chicos adelantan a Alex, quizá con el objetivo de batir un récord personal. Dos chicas pasan por su lado. También ellas están haciendo jogging. La primera, la rubia, tiene unos grandes senos que se balancean y rebotan al ritmo de su paso; la otra, más delgada y bajita, tiene el pecho más pequeño y su cabellera oscura salta sobre sus hombros. Charlan mientras corren, respiran como es debido y mantienen un buen ritmo. Cuando pasan junto a Alex las dos se vuelven para mirarlo por un instante. Después, nada más alejarse un poco, la rubia dice algo y la morena se vuelve de nuevo para mirarlo. A continuación asiente con la cabeza y le contesta a su amiga. Las dos se echan a reír y, alegres y deportivas, desaparecen al doblar la curva. Pera, como suele sucederles a los que sufren por amor, Alex no se percata de nada de todo eso. Busca a lo lejos, entre los árboles, por las pequeñas explanadas, en los breves espacios verdes que hay entre una estructura y otra, hasta que la ve. Ahí está. Camina con un abrigo azul oscuro, moderno, un poco vintage, un abrigo militar. ¿Dónde se lo compró? Ah, sí. En el Governo Vecchio, poco antes de llegar a la piazza Navona, en una pequeña tienda de segunda mano. Lo compraron juntos una noche que paseaban por esa zona. Niki casi hizo enloquecer al propietario de la tienda. Se lo probó todo, y cada prenda fue una ocasión para desfilar cómicamente en su honor. Alex lo recuerda como si fuese ayer. Estaba sentado en un viejo sillón de piel admirando a su modelo preferida, la protagonista de la campaña publicitaria de su vida. Amor motor. La misma que a diario le daba fuerzas para ser feliz, para sonreír a la lluvia, para celebrar el sol y todo cuanto sucedía sobre la tierra A saber lo que dirá Niki cuando vea ese eslogan, que, prácticamente, ha sido acuñado a partir de nuestra historia. Alex enfila un atajo y se dirige hacia ella. Niki camina con las manos metidas en los bolsillos de los vaqueros, pateando de vez en cuando alguna cosa. Mira el suelo con la cabeza gacha y a veces la sacude como si no estuviera de acuerdo con alguien, como si estuviera discutiendo por teléfono De hecho, ahora que está más cerca, Alex ve que tiene un auricular pegado a la oreja. ¿Con quién estará hablando? Lo invaden unos celos absurdos. ¿Qué estará diciendo? ¿Se reirá? ¿Pronunciará palabras de amor, tiernas, ocurrentes, pasionales, frases románticas? Ese repentino alud de sentimientos lo confunde hasta tal punto que siente deseos de echar a correr, de marcharse y de escapar lo más lejos posible. Después la mira mejor y se da cuenta de que en la otra oreja también lleva un auricular. Uf Exhala un suspiro de alivio. Por eso mueve la cabeza, está bailando al ritmo de una canción. Niki debe de haber advertido su presencia, sin verlo, porque alza la cabeza. Su mirada es delicada. Alex reconoce de inmediato esos ojos. Han llorado mucho. Han sufrido. Están cansados, agotados, y necesitan hablar. Nota un retortijón en el estómago. Niki Te lo ruego, no digas nada. Ella esboza una sonrisa leve, empañada, débil, y se quita los auriculares.

 Hola Estaba escuchando a James Morrison. ¿Cómo estás?

¿Que cómo estoy?, piensa Alex. ¿Cómo se supone que debería estar? Como un hombre acabado, destruido, sin una razón para vivir, sin motivos Pero decide no mostrarle ese estado de ánimo, facilitarle la vida, ayudarla a dar un paso, en caso de que quiera, y animarla a hablar.

 Bien -Alex sonríe-. Ahora estoy bien, mejor

Tenía que decir algo, de otra forma no habría resultado creíble. Habría sospechado algo, no le habría permitido decir serenamente lo que piensa a un hombre maduro en lugar de a un chico frágil, afligido, hecho trizas, despedazado por el amor, por los celos, por las dudas, por las inseguridades, por las películas que uno se monta en la cabeza cuando no sabe, cuando ya no lo resiste más, cuando, exhausto, dejando a un lado el orgullo y coge el teléfono, llama a su amada y encuentra su móvil apagado a una hora en que no debería ser así y durante demasiado tiempo. Pero Alex sonríe y en un instante es como si se hubiesen cancelado todos esos minutos, esos días y esas semanas de los que ya ha perdido la cuenta. Ánimo, tengo que mantener el ánimo, se repite una y otra vez en su fuero interno. Aprieta los dientes, Venga, disimula, adelante, que se vea la rabia, la voluntad y la resistencia. Y a continuación la frase más dolorosa, más estúpida e inútil, pero a la vez tan necesaria para poder entablar una conversación:

 ¿Qué me cuentas?

Niki baja de inmediato los ojos tratando de hacer acopio de todas sus fuerzas para decírselo todo, para contárselo todo con detalle, sin dejarse nada en el tintero.

 ¿Sabes? Creo que nos precipitamos Quizá todavía no había llegado el momento, tal vez aún necesitaba vivir mi libertad -A medida que va hablando se da cuenta de que no le está contando toda la verdad, de que en parte le está mintiendo, porque no lo menciona a él-. Además, tus hermanas, tener que elegir todas esas cosas

En ese momento sus miradas se cruzan. Sigue un silencio demasiado largo. Después ambos desvían la vista hacia otro lado y la bajan. Alex siente que el corazón le da un vuelco y lo comprende de inmediato. Es como había imaginado. Le gustaría escapar muy lejos, solo, volver a ese faro rodeado por el mar, envuelto en el silencio. Solo. Solo. En cambio, permanece allí y siguen hablando de sus cosas, de todo y de nada, imaginando cómo sería con una mayor libertad.

 Pospongamos la boda; quizá podamos casarnos más adelante O tal vez nunca.

 ¿Qué?

Niki parece casi sorprendida, desconcertada de oírlo hablar así, pero de repente se da cuenta. Alex está cansado, tenso, agotado. Es uno de esos momentos en los que uno haría de todo por amor, incluso más, en los que uno se arrastraría por el suelo, unos momentos que nunca se olvidan cuando los has vivido, y que cuando al cabo del tiempo te vienen a la mente te hacen avergonzarte de haberte humillado hasta ese punto. Esos momentos no se confiesan a nadie, ni siquiera a los mejores amigos. Te pertenecen en exclusiva, y al recordarlos te das cuenta de hasta qué punto has llegado a amar.

 Sólo sé que no me siento preparada.

Niki no añade nada más. No quiere decir nada más. En parte porque no sabe qué decir. Después de haber oído hablar a Alex vuelve a sentirse confundida. Ha acudido a la cita para contarle que está saliendo con un chico y, sin embargo, no le ha dicho ni una palabra. Nada. Quizá es importante que Alex lo sepa, podría ayudarlo a superar ese momento. Es ella la que admite la presencia de otra persona en su vida. Pero ¿existe de verdad esa presencia? En realidad no ha vuelto a suceder nada porque ella todavía no está segura, está asustada, está mal, llora a menudo, le gustaría ser muy feliz y, en cambio, no lo consigue. No es justo. No es posible. ¿Por qué me tiene que ocurrir esto precisamente a mí? Niki se desespera. En silencio, se debate en su dolor.

Alex se da cuenta.

 Niki, ¿qué pasa? ¿Puedo hacer algo por ti? Te lo ruego, dímelo, me encantaría poder ayudarte, me siento culpable del estado en que te veo, de lo que estás experimentando Tengo la impresión de que todo es por mi culpa, porque yo, con mis veinte años de diferencia, te he obligado a quemar etapas, es como si tú te hubieras visto forzada de repente a dar un salto hacia adelante, a hacer a un lado todo lo que, justamente, debes vivir

Niki exhala un suspiro. Le encantaría poder explicarle lo que siente, decirle que no es culpa suya o, al menos, no sólo suya, que ella es una tonta, una niña, una insensible que no ha sabido vivir por su cuenta, reflexionar, esperar y decidir antes de dar un paso como ése. Y ahora sólo se siente confundida y cansada. Alex vuelve a ver esa mirada algo triste, remota, como ofuscada. Todo lo que Niki no era antes. De manera que, sufriendo por esa sonrisa que ya no encuentra, intenta distraerla.

 No me has dicho nada Te mandé un DVD con un vídeo que hice para ti, contigo ¿Lo viste?

Niki recuerda esa maravillosa película, aunque, sobre todo, el momento en que la vio. La noche en que besó a Guido. Alex sigue hablando:

 ¿Sabes? Quise poner She is the One porque la considero nuestra canción Cuando chocamos

Cuando la mira a los ojos, sin embargo, se percata de que ella está llorando. En silencio, lentamente, las lágrimas caen una detrás de otra sin detenerse. Y Alex no entiende, no sabe qué decir, está completamente desconcertado.

 Amor mío, ¿qué pasa? ¿Es por la película? No debería haberla mandado, pero ya lo había hecho cuando recibí tu carta, no lo hice para reconquistarte; tírala si no te gusta, no es tan importante

Alex se acerca a ella e intenta abrazarla, le gustaría estrecharla entre sus brazos, transmitirle todo el amor que siente por ella, hacerle sonreír, hacerle sentirse de nuevo feliz, como siempre, más que nunca, ella, su Niki.

Pero Niki lo rechaza, se aparta.

 No, Alex -Sigue llorando y sólo consigue decir-: Perdóname, no debería haberte buscado.

Y a continuación se aleja corriendo, escapa por el prado, el mismo lugar donde se amaron tanto, donde se abrazaron rodando entre las flores en un día de sol, cubriéndose de besos en una tarde primaveral. Y, en cambio, ahora escapa sin decir nada más, así, sin una verdadera razón, y a Alex le viene a la mente una canción de Battisti. Sin una razón, sin pies ni cabeza, asile parece su vida. ¿Cómo eran esas palabras? «Una sonrisa y he visto mi final en tu cara, nuestro amor evaporándose en el viento Recuerdo. Morí en un instante.» Alex sigue mirando en esa dirección. Niki ya no está. Allí ya no hay nada. No es posible. Le parece estar inmerso en una pesadilla, en una dimensión absurda, en un mundo paralelo. Y ve gente corriendo, niños riéndose, personas hablando, enamorados besándose, esas dos chicas que pasan de nuevo por su lado, esta vez más cansadas, pero que lo miran tan risueñas como antes. No es posible. ¿Por qué? Deteneos también vosotros, os lo ruego. Echa a andar. Le vienen a la mente otros versos de esa misma canción. «Un ángel caído en vuelo, eso eres ahora en mis sueños» ¿Eso eres para mí ahora, Niki? ¿Un ángel caído en vuelo? Y aún varias palabras más: «Cómo te querría Cómo te querría» Y, por último: «De repente me preguntaste quién era él Una sonrisa y vi mi final en tu cara, nuestro amor evaporándose en el viento» De eso hablaba esa canción. Ahora está claro. De un engaño.

Ciento treinta y cinco

Una semana después.

Última hora de la tarde. Olly abre la puerta y arroja su cartera de trabajo sobre el sofá. A continuación se descalza y se dirige a la cocina. Abre la nevera, coge una botella de Coca-Cola, la abre y bebe un sorbo. Luego la vuelve a colocar en su sitio. Mira alrededor. Sí, por hoy puede pasar, el caos en casa no es excesivo. Sólo algunas cazadoras desperdigadas por doquier, las zapatillas de andar por casa bajo la mesa y algunas fundas de CD abiertas. Mira el reloj que está colgado de la pared. Llegarán en menos que canta un gallo. A saber cuántas cosas tendrá que contarnos

Pasados unos minutos llaman al interfono. Ya están aquí. Olly corre a abrir la puerta y las ve a las tres.

 ¡Hola! ¡Nos hemos encontrado en el portal! ¡Mira, Diletta ha traído cosas deliciosas para comer! -dice Erica.

Diletta sonríe mientras le enseña una bolsa del supermercado.

 ¡Sí, esta vez invito yo, he comprado un montón de porquerías maravillosas!

Entran en la casa y se acomodan en el sofá grande. Diletta empieza a sacar de la bolsa las botellas de Coca-Cola, los zumos de fruta, unos tentempiés de arroz y chocolate, avellanas y pistachos

 Pero bueno, ¿ni siquiera un poco de vino?

 ¡Erica! ¿Se puede saber qué estás diciendo? ¡A estas horas de la tarde!

 ¡Bueno, lo decía como aperitivo!

 ¡El aperitivo lo haremos con los zumos de fruta! -dice Diletta mientras acaba de colocar las cosas sobre la mesa-. ¡Son más saludables!

Niki se echa a reír.

 Bueno, en fin, lo que has comprado no es lo que se dice muy sano, ¿eh? ¿Qué pasa? ¿Ahora te ha dado por los aperitivos? Por eso has engordado, ¿no?

 De vez en cuando me doy el gusto, es cierto y, además, por el momento no he dejado de correr.

Olly la mira.

 ¿Qué era eso tan importante que tenías que contarnos? Nos has convocado con un sms muy extraño: «Os anuncio una pequeña ola» ¿Qué querías decir?

 Sí, la verdad es que yo tampoco lo he entendido -corrobora Erica mientras se come un puñado de avellanas.

Diletta esboza una sonrisa y las mira una a una. Sus amigas. Juntas desde siempre. Divertidas. Guapísimas. Tan diferentes, tan unidas. Y ahora están ahí por ella, listas para responder y para hacer acto de presencia en todo momento. Luego mira a Niki y piensa en lo mucho que se ha alejado de ella debido a sus problemas. Pero hoy ha acudido a la cita y está a punto de escuchar la noticia

 Mis queridas Olas, ¿qué tenéis planeado hacer dentro de seis meses?

Ellas se miran entre sí sin comprender una palabra.

 No lo sé -responde Erica-. ¡Quizá estaré saliendo con un tío que esté buenísimo!

 ¡Y yo tal vez estaré haciendo un buen trabajo para la agencia! -exclama Olly.

 Yo, la verdad es que no lo sé -dice Niki triste.

Olly le aprieta la mano.

 Bueno, pues yo sí que lo sé

Todas se vuelven para mirar a Diletta.

 Sí, lo sé ¡Estaréis en el hospital!

Olly hace cuernos con la mano izquierda, Erica pone los ojos en blanco y Niki la mira con expresión de asombro.

 ¿A qué viene eso? ¿Quieres traernos mala suerte?

 Estaréis en el hospital buscando mi habitación.

Las chicas se miran aún más sorprendidas.

 Nos estás asustando, Diletta. ¿Qué te pasa? -Niki parece realmente preocupada.

Diletta sonríe sacudiendo la cabeza.

 Buscaréis mi habitación en la sección de Maternidad.

Niki mira a Olly. Erica se atraganta con un pistacho y empieza a toser.

Niki se lleva la mano a la boca.

 No, pero

Olly salta de repente sobre el sofá.

 Pero, pero ¿no estarás diciendo que?

Diletta mira a sus amigas risueña y se acaricia la tripa con una mano.

 Os lo he escrito en el mensaje, ¿no? Está a punto de llegar una pequeña ola

Olly, Erica y Niki se miran y de improviso empiezan a gritar y abrazan a Diletta, la besan y rompen a llorar.

 ¡Con cuidado! ¡De lo contrario, ¿cómo podré haceros una pequeña ola?!

A continuación la acribillan a preguntas sin dejar de gritar y de reírse. Diletta les cuenta sus dudas, la idea de abortar y la indecisión de Filippo. Y, luego, la determinación que han tomado, el valor de seguir adelante y las ganas de ambos de tener ese hijo. Las Olas le preguntan más cosas, quieren saber cómo está, cómo se siente, si está contenta.

 ¡Oh, ahora tendré que llamarte «mamá»! ¡Mamá Dile! -exclama Erica.

 ¡Sí, y yo iré a pedirte consejo cuando mi madre me estrese! -bromea Olly.

 Eres valiente -reconoce Niki.

 ¿Sabes, Niki? Basta con querer las cosas -dice Diletta, y le sonríe.

A Niki le impresionan esas palabras. Simples, verdaderas, capaces de hacerla reflexionar. Por un instante las repite en silencio, una, dos, tres veces. «Basta con querer las cosas.» Es cierto. La vida depende de nosotros. Al igual que la felicidad. Lo que en un principio nos asusta puede convertirse en una fuente de fuerza y de belleza. Se queda pensativa mientras Erica y Olly hablan con Diletta conmovidas por la estupenda noticia que cambiará la vida de su amiga. Y en parte también la de ellas.

Ciento treinta y seis

 Eh, pero ¿dónde te habías metido?

Niki está sorprendida. No esperaba encontrarlo. Al menos, no ahora. Guido.

 Hace muchos días que no te veo en clase -Guido sonríe. Intenta no parecer demasiado entrometido-. ¿Todo bien?

En el fondo, él no tiene nada que ver. A fin de cuentas no es culpa suya, ¿no?, piensa Niki.

 Sí, todo en orden. Es que ciertas cosas nunca son fáciles.

 Tienes razón. Casi siempre son las más difíciles.

Esa manera de hablar a medias tintas que deja espacio a la imaginación. Permanecen por unos momentos en silencio ensimismados en sus pensamientos. Niki. A saber qué habrá entendido. Siempre es difícil interpretar el propio corazón, saber qué rumbo ha tomado, dónde nos llevará Cuánto daño te hará en esta ocasión. Guido la mira fijamente: Se pregunta qué decisión habrá tomado. De un tiempo a esta parte parece muy distraída. Aunque lo cierto es que sólo la ha visto dos veces y siempre rodeada de gente No hemos podido hablar mucho. Pruebo.

 ¿Te apetece venir a estudiar a mi casa?

Niki lo mira perpleja y a continuación arquea las cejas.

 ¡Pero a estudiar de verdad! Voy muy retrasada con el programa.

Guido sonríe y cruza los dos dedos índices sobre los labios. -¡Te lo juro! De manera que poco después se encuentran en su casa.

 Ven Mis padres se han ido ya, qué suerte tienen -sonríe-. Se lo toman con calma. Tenemos una casa en Pantelleria y suelen irse unos meses antes del verano para arreglarla A mí me viene de maravilla. A fin de cuentas, me dejan a Giovanna, la asistenta, que me limpia la casa y me hace la compra y la comida todos los días. ¿Qué más se puede pedir? Libertad Y comodidad.

De manera que están a solas en un piso grande y tranquilo.

 ¿Quieres un té?

Niki sonríe.

 Puede

Entran en la cocina y charlan de sus cosas, de los amigos de la universidad que han empezado a salir juntos o de los que lo han dejado.

 ¡Qué pena, eran tan monos!

 Sí, la verdad es que hacían una buena pareja.

Por unos instantes Niki piensa en su situación y se sobresalta, el corazón le da un vuelco, siente una punzada sutil.

Guido parece darse cuenta, aunque también es posible que no, el caso es que, sea como sea cambia de tema.

 Nosotros hemos reservado ya el apartamento en Fuerteventura ¡Al final vienen todos!

Niki parece encantada de poder distraerse un poco.

 ¡¿Quiénes son todos?!

 Bueno, Luca, Barbara, Marco y Sara. Erica y Olly han dicho también que sí, puede que Diletta y Filippo

 ¿En serio? Me comentaron algo al respecto, pero todo parecí estar aún en el aire.

Guido sonríe, apaga el fuego e introduce las bolsitas de té en el hervidor.

 No, no, lo que ocurre es que tus amigas te están dejando al margen

 Ellas nunca harían eso, son mis Olas. Con ellas hago surf en la vida y como la líes al que te tirarán será a ti. En alta mar, ¿eh?

 Vale, vale, olvídalo. Me rindo. ¿Quieres leche o limón?

 Limón, gracias

Guido sirve el té en las dos tazas que ha cogido de los armaritos que están encima de la fregadera y ambos se sientan a la mesa de la cocina esperando que la bebida humeante se enfríe un poco.

 Ah, nunca te lo he preguntado pero ¿cómo conseguiste mi número?

Guido esboza una sonrisa y bebe el primer sorbo.

 ¡Ay, todavía quema!

 ¡Te lo tienes bien merecido! Bueno, ¿quién te lo dio?

Guido abre los brazos.

 ¡Se dice el pecado, pero no el pecador!

 Sí, pero en este caso el pecador se sabe ya quién es, ¡tú!

 ¿Yo? ¿Por qué?

 Deja ya de hacerte el moralista y asume las responsabilidades de tus actos ¿Sabes cuánta gente se comporta como tú en este mundo? ¡Muchísima! Porque no tienen huevos Pero tú sí tienes, ¿verdad?

Guido parece desconcertado por la conversación. No se lo esperaba.

 Claro

 Bien, pues, en ese caso imagino que eres consciente de que, de alguna forma, has contribuido al hecho de que ya no me case, ¿verdad?

Guido se queda perplejo por unos instantes.

 Veamos, ¿me estás diciendo que de no haber sido por mí te habrías casado? Me halagas, pero quizá, de no ser yo, el causante habría sido otro

 Sí, bueno ¿Ves como no tienes huevos? Estás apartando de ti esa responsabilidad

Niki lo mira y se encoge de hombros, después da un sorbo a su té, que ya se ha enfriado. Guido le detiene la mano.

 Está bien, asumo la responsabilidad. Me alegra que no te hayas casado por mi culpa, ¿vale? -Acto seguido esboza una sonrisa-. Bien Ahora puedes beberte el té Pero antes me gustaría hacerte una última pregunta. ¿Eres feliz?

Niki exhala un suspiro. La pregunta más difícil de este mundo.

 Digamos que estoy buscando mi felicidad Y que voy por el buen camino. ¿Sabes lo que decía un japonés? Que la felicidad no es una meta, sino un estilo de vida.

Guido reflexiona por un instante.

 Hum, me gusta

Niki sonríe.

 Lo sé. Porque es bonita. Me la dijo mi novio, Alex. -Le parece imposible, inimaginable, hablar de él con otro, con Guido, y, sin embargo, es así-. Sea como sea, y volviendo a nosotros, aún no me has dicho quién te dio mi número.

Él apura su té.

 ¿De verdad quieres saberlo?

 ¡Claro!

 ¡Probé todas las combinaciones posibles!

 ¡Venga ya! ¿Lo ves? No sabes afrontar un tema.

 Está bien, me lo dio Giulia.

 ¡Lo sabía!

 ¿Cómo que lo sabías?

 ¡Estaba segura! Es una hipócrita. Lo hizo adrede.

Guido trata de calmarla.

 No te enfades con ella. Les di la lata a todos: a Luca, a Marco, a Sara y a Barbara, ¡pero ninguno daba su brazo a torcer! No querían darme tu número, hice de todo para conseguirlo Al final probé con Giulia y lo logré

 ¿Cómo lo hiciste?

 Se percató de nuestras miradas. Comprendió que había algo entre nosotros. Le dije que si no me daba tu número cargaría siempre en su conciencia con el peso de no haber impedido un mal matrimonio.

Niki enmudece. Bebe su té poco a poco, a pequeños sorbos, sin dejar de darle vueltas a lo que acaba de oír. De manera que todo ha sucedido por mérito o por culpa de Giulia, de una chica que simplemente se dio cuenta una vez de que nos mirábamos. Qué extraño, una persona tan ajena a mi vida, tan alejada de todo esto, que influye en la decisión más importante que he tomado en mi vida. A veces las circunstancias, la manera en que las cosas van adelante, suceden, empiezan y se acaban, están determinadas por razones inexplicables o insignificantes. De improviso recuerda una película, Magnolia, la casualidad, los pormenores de varias vidas, las combinaciones, algo parecido a Crash, de Paul Haggis. Sí, la vida es un buen embrollo, sujetar las riendas de ese caballo encabritado es difícil, en ocasiones incluso imposible, y lo que sucede sólo puedes decidirlo en parte, ya que en buena medida todo depende de la buena suerte.

Niki apura su té.

 Venga, estudiemos un poco Giulia no va a Fuerteventura, ¿verdad? ¡Si es así, yo no voy!

Guido mete las dos tazas en la pila y hace correr el agua por encima.

 ¡Ni siquiera sabrá cuándo nos vamos! ¿Contenta?

Se ponen a estudiar en la habitación de Guido y al principio todo va bien, tranquilo, sereno. Repasan juntos algunos temas de historia del teatro y del espectáculo. Comentan una frase de De Marinis. Niki la lee: «El teatro es el arte de lo efímero, está continuamente en movimiento: el teatro es el símbolo por excelencia de todas esas muertes con la que a diario sembramos el camino. Lo que hoy somos y pensamos difiere de lo que éramos y pensábamos ayer, y no nos ayuda a prever lo que seremos y pensaremos mañana.» Se miran. Niki sigue leyendo:

 «Si hay un lugar donde uno no se baña nunca en el mismo río, ése es el teatro.» Es lo mismo que decía Heráclito, ¿recuerdas?

Guido asiente con la cabeza. Pero esas palabras lo subyugan de alguna manera. Los dos piensan en el sentido del cambio, en la diferencia entre ayer y hoy. Guido está cerca de ella. Muy cerca, demasiado. El aroma de su pelo, su sonrisa vista de perfil, sus labios que pronuncian las palabras del libro, que se mueven casi al ralentí. Y él, que mientras tanto la mira, la sueña y la desea. Y además están esas manos que, de vez en cuando, vuelven la página, que avanzan indecisas para retroceder después. Permanecen así, con una página en vilo, a mitad del libro, como suspendida, entre el pulgar y el índice.

 ¿Lo has entendido?

Guido oye por primera vez sus palabras. Fascinado todavía, no le contesta. En lugar de eso, se inclina hacia ella, cierra los ojos y aspira el aroma de su pelo. Niki se vuelve.

 ¿Has entendido algo? Pero bueno, ¿me estás escuchando?

Guido no lo puede resistir más y la besa. Niki se queda sorprendida, estupefacta, sus labios acaban de ser secuestrados por un joven sinvergüenza y atrevido, ese libro de historia ha hecho las veces de alcahueta y ha facilitado ese beso robado. Y Guido insiste, empujado por el deseo, la abraza y le acaricia el pelo, los hombros y, quizá demasiado de prisa, se desliza hacia su pecho. Con dulzura pero resuelta, Niki se deshace rápidamente de su abrazo.

 Dijiste que estudiaríamos

 Sí, claro Intentaba interpretar lo mejor posible la pasión que me han transmitido tus palabras

Ella está visiblemente molesta. Aunque, a decir verdad, ¿qué pensabas que sucedería después de haber aceptado venir a su casa? ¿Qué pretendías? ¿Quizá que de repente no le importase nada? ¿Que no te deseara, que no quisiera ir más allá? ¿Qué esperabas? Eres tú la que se lo ha hecho creer, la que se lo ha metido en la cabeza, eres tú la que ha tomado esa decisión. De repente recuerda la frase de Guido: «¿Me estás diciendo que de no haber sido por mí te habrías casado?» Vuelve a oír en su mente el eco de esas palabras, en su repentina soledad, en el silencio en que parecen retumbar. Otro en su lugar Sí, quizá podría haber ocurrido así. De manera que él no es el único causante de mi no boda, el motivo es otro.

Назад Дальше