Perdona Pero Quiero Casarme Contigo - Федерико Моччиа 36 стр.


Guido se inmiscuye en sus pensamientos.

 Vale, perdóname, había dicho que estudiaríamos, pero no soy capaz. Estoy deseando volver a besarte desde el día de Saturnia, no veía la hora de poder pasar un poco de tiempo contigo, de tenerte, quiero decir, de tenerte a mi lado, de poder abrazarte y sentirte mía.

 No, te lo ruego, no digas eso.

Guido se levanta y la abraza con ternura, con sinceridad y calma, sin segundas intenciones.

 No quiero discutir, no quiero que te alejes, tienes razón. Soy yo el que se comporta como un niño cuando hago eso. -Acto seguido se separa de ella y la mira a los ojos-. Te prometo que intentaré contenerme

Niki lo mira arqueando las cejas.

 ¿Estás seguro? Oscar Wilde dijo una vez una frase que no puede ser más sincera: «Resisto todo salvo la tentación.»

Guido esboza una sonrisa.

 Sí, era un genio. Aunque yo sé otra igualmente bonita de Mario Soldati: «Somos fuertes contra las tentaciones fuertes y débiles contra las débiles.» Venga, basta ya de estudiar. -Le coge la mano-. Vayamos a divertirnos -y, corriendo, la saca a rastras de casa.

Ciento treinta y siete

Alex ha querido estar un rato a solas. Ha vuelto a su casa. Acaba de servirse algo de beber. Una copa de Saint Emilion Grand Cru de 2002, a pesar de que no tiene nada que celebrar. Su éxito personal en el trabajo no es un auténtico motivo de felicidad. Da un sorbo mientras mastica un pedazo de camembert con un Tuc. Aunque también es cierto que cuando logras algo lo das por descontado. De repente tiene una especie de visión. La vida es como una gran red de pesca hecha de innumerables tramas, y uno, un simple pescador, sólo tiene dos manos, de manera que apenas coge una parte se le cae la otra, sube una y se le resbala otra. La vida es tan compleja y articulada que las manos no bastan por sí solas para sujetarlo todo, unas veces se pierden cosas, otras se encuentran. Hay que elegir, decidir y renunciar. ¿Y yo? ¿Soy feliz? ¿Qué podría haber hecho para no perderla? Ese pensamiento lo bloquea de repente. Oye algo. El interfono. Su interfono. Es ella. Niki. Ha cambiado de opinión. Quiere pedirme disculpas, perdón, o simplemente quiere estar conmigo. Y yo no diré nada. No le preguntaré qué ha pasado, por qué se marchó, si hay alguien en su vida, en nuestra vida

 ¿Sí? ¿Quién es?

Una voz. No es la de ella.

 ¿El señor Belli?

 Sí.

 Le traigo un paquete.

 Suba, es el último piso.

Un paquete. Alguien ha pensado en mí. ¿Qué podrá ser? Aunque, sobre todo, ¿quién lo habrá enviado? ¿Tal vez ella? ¿Y por qué un paquete? El mejor regalo habría sido que viniese esta noche Alex abre la puerta, espera a que llegue el ascensor y, cuando las puertas se abren, la sorpresa es increíble. Jamás se lo habría imaginado. Lleva un paquete en la mano y está elegantísima. Además de más guapa de lo habitual.

 Raffaella -sonríe.

 ¿Llego en mal momento? -Se detiene a pocos pasos de él-. No quisiera ser un problema Tal vez no estés solo

Por desgracia, es así, piensa Alex. Me habría encantado tener el «problema» Niki, pero ella no está. No hay peligro.

 No, no Estoy solo. ¡No te he reconocido por el interfono!

 Lo he hecho adrede, he cambiado un poco la voz -entra de nuevo en el personaje y falsea el tono-: «Señor Belli, un paquete para usted.» -A continuación se echa a reír-. Te lo has tragado, ¿eh?

 Pues sí. -No se mueven del rellano. Al cabo de un rato resulta incluso una falta de cortesía. Alex se da cuenta y se siente en la obligación de remediarlo de alguna forma-. Qué idiota soy, mejor dicho, vaya un maleducado, ven, ¿te apetece entrar?

 Por supuesto que sí

Entran en casa y Alex cierra la puerta.

 ¿Puedo ofrecerte algo de beber? Estaba disfrutando de una copa de vino ¿O prefieres otra cosa? No sé, un bíter, una grapa, un zumo de fruta, una Coca-Cola

Sin querer le viene a la mente la misma frase, la que le dijo a Niki cuando la invitó a subir a su casa. Basta. Alex se esfuerza por alejar ese recuerdo. He dicho que basta.

 ¿Y bien? ¿Qué puedo ofrecerte? -Se percata de que se lo ha preguntado con cierto nerviosismo. Ella no tiene nada que ver, Alex, al contrario, ha sido muy amable.

 Lo que tú estás bebiendo me va bien, gracias

Él exhala un suspiro.

 ¿Quieres un trozo de queso? -pregunta acto seguido un poco más calmado-. Un cracker Otra cosa No sé

 No, no, una copa de vino me vale.

Se encuentran en el salón saboreando el vino con el paquete justo delante de ellos sobre la mesita baja. Raffaella lleva una preciosa falda de seda estampada con mariposas, flores y olas. Combina los colores morado, rosa y fucsia con un ligerísimo celeste que parece unir suavemente esas imágenes, como si un delicado pintor se hubiera valido de ese tono pastel para hacer el fondo. En la parte de arriba lleva una camiseta sin mangas azul claro con los bordes morados y algunos botones de la misma tonalidad. Cruza las piernas. Tiene una figura estupenda. Y también una espléndida sonrisa que ahora emplea. Es guapa. Realmente guapa. Una chica divertida con unos rizos castaños que la envuelven en una imagen ligera como si de un refinado perfume se tratara, en absoluto penetrante. Sus ojos se esconden detrás del borde de la copa.

 Bueno, Alex

 Dime -responde él, cohibido, como si supiera de antemano cuál va a ser el tema de su conversación.

Pero se equivoca. Raffaella sonríe.

 Lo he traído para ti Me encantaría que lo abrieses.

 Ah, sí, claro.

Alex se libera de ese momento, coge el paquete y empieza a desenvolverlo. Raffaella sigue dando sorbos a su vino. Sonríe, sabedora de lo que contiene. Él lo alza con ambas manos delante de su cara.

 Pero Es precioso -Quita el último trozo de papel que seguía ocultándolo.

 ¿De verdad te gusta?

 ¿Cómo lo has hecho? -dice él mientras contempla admirado el pequeño plástico.

Es la maqueta de su campaña, unas fotografías transparentes de animales que se atacan y se muerden en primer plano y, a continuación, el coche y el lema: «Instinto. Amor. Motor.»

Alex le da vueltas entre las manos sinceramente sorprendido. Raffaella apura su vino.

 Oh Es fácil. He impreso las fotografías sobre papel transparente en el ordenador. -Se sienta a su lado-. Pero no te has dado cuenta de lo que hay al fondo.

Detrás de la última imagen de la pantera aparece el despacho de Alex y éste absorto delante de los folios con la barbilla apoyada en una mano.

Él se queda boquiabierto.

 ¿Cómo lo has hecho, en serio?

Raffaella esboza una sonrisa.

 Esos días siempre dejabas la puerta abierta Ya sabes cuánto me gusta la fotografía. Te saqué varias de ellas mientras pensabas

Alex se imagina esas fotografías. En ellas habrá captado momentos de amor, de dudas, de dolor y de búsqueda infructuosa. A saber en cuántas pensaba en Niki.

 ¿Has visto ésta? -Raffaella lo devuelve a la realidad y le indica un punto al otro lado de la maqueta.

 Pero eres tú -Se trata de una imagen de ella mientras le saca las fotografías. Aparece detrás de una columna enfocándolo con su cámara fotográfica-. ¿Quién te la hizo?

 Oh, no me acuerdo -responde Raffaella, cohibida.

Claro, a ella todos querrían sacarle una fotografía, además de hacerle otras cosas, piensa Alex, que ahora mira la maqueta con otros ojos.

 Si quieres puedes quitar mi fotografía, Alex, no la he pegado adrede Si te apetece que esté, por mí encantada, pero si no es así -lo mira fijamente.

Están muy juntos en el sofá, mucho, demasiado. Alex siente su aroma, ligero, elegante, seco, ni excesivamente intenso ni agobiante. Como ella. «Si te apetece que esté, por mí encantada, pero si no es así» Alex la mira y esboza una sonrisa.

 ¿Por qué debería quitarte? La idea es preciosa. Me gusta. Me recordará el trabajo que hicimos juntos.

Aunque también me recordará todo este período, piensa Alex. Será un regalo doloroso.

 Y espero que sea una idea para todo lo que hagamos en el futuro

Raffaella se acerca a él. Su proximidad es dolorosa. Alex la escruta.

 Pues sí Para todo lo que hagamos

Luego permanecen en silencio en el sofá. Alex mira la maqueta, las fotografías, los animales, las películas transparentes, el lema. La marca del coche. Instinto. Su eslogan: amor motor. El silencio parece infinito. Se le ocurre una nueva idea, un nuevo eslogan para una campaña terrible: «Silencio. Amor. Dolor.» Raffaella lo arranca de sus pensamientos con su voz alegre.

 Pero mi sorpresa no acaba aquí ¿Te apetece venir conmigo?

Ciento treinta y ocho

La moto corre a toda velocidad por el tráfico lento de la tarde, se escabulle con facilidad, ágil, esbelta y silenciosa a orillas del Tíber. Niki va detrás de Guido, que, al notar cómo su amiga se coge a él con fuerza frena un poco.

 ¿Tienes miedo? -le sonríe en el retrovisor.

Niki afloja el abrazo.

 No

Guido decide ir más despacio.

 Vale, ahora iremos así.

Y avanza más tranquilo dando un poco de gas con la mano derecha mientras que la izquierda, libre, se desliza por la pierna de Niki buscando su mano. Al final la encuentra y la aprieta. Ella mira su reflejo en el retrovisor. Qué extraño estar detrás de él con una mano en la suya Es una sensación insólita. No la retiro, no sé por qué, pero no la retiro, y, sin embargo, no me hace del todo feliz sentirme así Bah, no sé, me siento como oprimida, eso es, oprimida. Quiero decir que necesito absoluta libertad, completa, sin límites de ningún tipo.

Le aparta la mano y la empuja hacia adelante.

 Agarra el manillar.

 Pero si también conduzco bien con una sola

 Lo sé, pero tú agarra el manillar, me siento más segura.

Guido resopla pero decide no contradecirla; quiere hacer todo lo que ella desea, lograr que se sienta serena. Le llevará cierto tiempo, lo sabe, aunque a saber cuánto. Y si bastará. Entonces acelera un poco.

Niki se sujeta en los asideros laterales que tiene debajo de ella y empiezan a correr de nuevo, esta vez hasta llegar a la piazza Cavour, después Guido dobla a la izquierda y se detiene en una esquina.

 Hemos llegado. Aquí preparan unos aperitivos extraordinarios ¿Te apetece?

 ¡Muchísimo!

 Bien, yo también tengo un poco de hambre. -Pone el caballete a la moto y la ayuda a bajar.

Poco después están dentro de local. Hay una radio encendida. En ella suena alguna que otra vieja canción, aunque también algunas más recientes. Niki reconoce la emisora Ram Power. Una la vives, una la recuerdas. Alex la escucha siempre. Pero no presta mayor atención.

 ¿Qué vas a tomar? -Guido le indica algunas cosas de comer que hay al otro lado del cristal-. Esos rústicos son deliciosos, pero también las pizzetas; son secos, con un aceite ligero

Justo en ese momento les llega desde los altavoces otra melodía: «¡Tómatelo así! No podemos hacer un drama de esto, dijiste que conocías los problemas de mi mujer.» Niki la escucha. Cuánta razón tiene. No hay nada peor que una canción que dice las verdades.

 Yo tomaré unas cuantas pizzetas y un rústico sin anchoas.

 ¡Vale! -Guido se dirige al camarero-. ¿Nos podemos sentar fuera?

 Sí, claro, voy en seguida.

De manera que salen y se sientan a una mesa mientras la canción sigue sonando. «No te preocupes, tendré que trabajar mucho» Niki se aleja con el pensamiento. Imagina, recuerda y reflexiona. A saber qué estará haciendo ahora, quizá esté trabajando realmente.

 ¿En qué piensas?

Niki casi se ruboriza al ser pillada por sorpresa.

 ¿Yo? En nada Nunca había venido aquí.

 Ya verás como te gusta.

Guido le sonríe y le acaricia la mano. Otra vez, piensa Niki. Quiero ser libre. Le viene a la mente otra idea. Además, no me gusta mentir. Quiero poder pensar en lo que me apetece.

Ciento treinta y nueve

 Este Fiat 500 es precioso, además este azul me gusta muchísimo

Raffaella lo mira risueña.

 ¿En serio? Vi también uno amarillo, pero no acababa de decidirme

Alex acaricia el salpicadero.

 A mí este color me encanta y, además, hace juego contigo.

 Venga Ya sabes que el azul es sinónimo de tristeza.

 ¿Estás segura? A mí me pareces una persona muy alegre En cualquier caso, no sería capaz de imaginarte con el amarillo.

Raffaella parece complacida con su respuesta.

 Sí, es cierto. Además, esta noche estoy muy contenta -Lo mira-. ¿Quieres que ponga un poco de música?

 Claro, cómo no

Enciende la radio, aprieta el botón tres y del estéreo del coche les llega todavía la canción de Ram Power: «No es que no quiera, después corro y llego pronto» Raffaella sonríe.

 He memorizado las mismas emisoras que tienes tú en la radio del despacho.

Alex se queda sorprendido.

 Espero que no te moleste.

 No, en absoluto.

Raffaella nota que Alex se ha entristecido. Quizá porque está escuchando esas palabras. «No serás menos hermosa» Yo fui quien le enseñó esa canción a Niki. No conocía a Battisti. Siempre lo había escuchado distraídamente. A saber dónde estará ahora. La canción prosigue: «Y dado que es fácil encontrarse también en una gran ciudad» Justo en ese momento el nuevo Fiat 500 azul metalizado atraviesa el ponte Cavour, gira un poco más allá, ni más ni menos que delante de Ruschena, y acelera en el Lungotevere. «Trata de evitar todos los lugares que frecuento y que tú también conoces»

 ¿Has visto qué buenos están los rústicos de Ruschena?

 Sí, deliciosos.

Niki se come otro y a continuación da un sorbo a su Coca-Cola. Ha abandonado el pensamiento de antes y no sabe que Alex acaba de pasar a apenas unos metros de ellos. «Y tú sabes que, por desgracia, yo podría no estar solo»

Alex sonríe a Raffaella. No quiero pensar en eso. Ahora no.

«Nace la exigencia de evitarse para no hacerse más daño» Roma es muy grande, será difícil que nos encontremos. No sabe hasta qué punto acaban de estar cerca.

 ¿Adónde vamos?

Raffaella niega con la cabeza.

 Ya te he dicho que es una sorpresa -y acelera adelantando a un coche por la izquierda y dirigiéndose a toda velocidad hacia su meta.

Guido coge la nota y deja el dinero sobre la mesa.

 ¿Te ha gustado?

Niki le sonríe.

 Sí, era perfecto.

 ¿Quieres que vayamos a otro lado?

 ¿Adónde?

 Al local de unos amigos míos.

 Siempre y cuando no volvamos muy tarde.

 Te lo prometo.

Niki lo mira perpleja.

Guido abre los brazos.

 Perdona, pero ¿ahora te das cuenta de que yo mantengo mis promesas?

Niki sacude la cabeza.

 Un poco sí y un poco no. A veces no las respetas.

 No es cierto.

 Teníamos que estudiar

 Es verdad.

 En ese caso júrame que no volveremos tarde, así deberás cumplir con tu palabra a la fuerza.

 Vale, está bien. -Cruza los dedos delante de la boca y los besa-. ¡Lo juro!

Niki se pone el casco y sube detrás de él.

 Hay algo que no entiendo: ¿por qué haces ese gesto tan antiguo cuando juras?

Guido se echa a reír.

 ¡Porque no tiene ningún valor!

 Qué idiota ¡En ese caso dame tu palabra de que no volveremos tarde! ¡De lo contrario, me bajo ahora mismo!

 Sí, de acuerdo

Niki se pone de pie sobre los estribos de la moto.

 ¡Vale, vale! -Asustado, Guido la obliga a sentarse-. Te doy mi palabra de que no llegaremos tarde.

Siguen acelerando a lo largo del Tíber. Niki se percata entonces de que él se está riendo.

 ¿Qué te parece tan gracioso?

 Pues que hemos dicho que no volveremos tarde, ¡pero no hemos decidido qué significa tarde!

Niki le da un puñetazo.

 Ay.

 ¡Tarde es cuando lo decido yo!

 Vale -Guido prueba a acariciarle la pierna.

 Y pon las dos manos en el manillar.

 Aquí tienes mi sorpresa ¿Te gusta?

Alex y Raffaella se apean del coche.

 La barcaza es una novedad. Se cena mientras recorres el Tíber Es precioso.

 ¿Has estado ya?

 No, me hablaron de ella y tenía muchas ganas de probarla contigo.

Alex se queda pensativo por unos instantes.

 Será un placer. -Pero con una condición: invito yo.

 ¿Por qué?

 Porque el éxito que hemos tenido es sobre todo tuyo.

 No, sólo aceptaré si pago yo.

 Pero entonces me haces sentir como una mujer que no tiene poder de decisión, que no es independiente, sino que debe someterse a las decisiones de su jefe O sea, tú.

Alex reflexiona un poco.

 Está bien. En ese caso te propongo que lo hagamos a la romana. Dejemos a un lado a los jefes y a las mujeres demasiado independientes. Seremos dos amigos que comparten el precio de una cena.

Raffaella sonríe.

 Vale. ¡Así me parece bien! -dice, y sube sonriente a la barcaza.

 Buenas noches.

El chico de la caja la saluda.

 Buenas noches.

 Hemos reservado una mesa para dos. Pedí una mesa al fondo. Dejé el nombre de Belli

El chico comprueba la hoja de reservas.

 Sí, aquí está. Es la última mesa de la proa. Les deseo una feliz velada.

Raffaella se dirige a la mesa seguida de Alex. Éste sacude la cabeza divertido.

 Perdona ¿Les dijiste mi apellido?

 Sí.

 ¿Y si no hubiese podido venir esta noche? ¿Y si, cuando hubieras llegado a mi casa, yo no estaba, o estaba con un amigo o una amiga o, sencillamente, me negaba a salir contigo?

Raffaella se sienta y le sonríe.

 Estamos aquí, ¿no? Corrí el riesgo. De otra forma, la vida sería muy aburrida.

 Ya -Alex también toma asiento.

 Además, tranquilo Me han dicho que se come muy bien

 Estupendo. Sólo una cosa ¿Quedan más sorpresas?

Raffaella desdobla la servilleta y se la coloca sobre el regazo.

 No -A continuación sonríe-. Por el momento.

Deja que pase el resto de la velada con esa curiosidad. Sólo una cosa es indudable: su belleza. La barcaza se aleja lentamente del muelle con los motores diésel un poco ahogados y, casi borboteando, se dirige al centro del Tíber. Después, empujada por la corriente, acelera y se desliza silenciosa en la noche rumbo a Ostia.

Ciento cuarenta

 ¡No! ¡Lo sabía! ¡No lo hemos conseguido!

La moto de Guido se detiene en el ponte Matteotti justo a tiempo de ver cómo la barcaza que navega por el centro del río aumenta la velocidad y alcanza en breve el puente de más abajo.

 ¡Ése es el local de mis amigos, del que te hablaba antes! ¡Te habría gustado un montón!

Niki se encoge de hombros.

 ¡Vaya, qué lástima! Otra vez será.

 ¡Qué fastidio! Es culpa tuya que hayamos llegado tarde: no me has dejado correr.

 ¡De eso nada! Tampoco tenía que ser obligatoriamente esta noche, ¿no?

Niki no sabe hasta qué punto habría cambiado su vida de nuevo si hubiese llegado a tiempo.

 Sí, tienes razón

Aun así, Guido no puede por menos que pensar en la atmósfera que se habría creado en el río con las luces tenues, la música de jazz de sus amigos, todo ello le habría echado una mano.

 Sé de otro sitio tan encantador como ése, vamos.

La barcaza navega por el Tíber. Una cantante francesa que entona a la perfección y que posee una voz cálida y agradable sigue el ritmo de dos chicos que redondean agradablemente las notas con su bajo y su saxofón. Alex escucha la amena conversación de Raffaella.

 He estado en Berlín. Allí todo es más barato, incluso las casas. Esa ciudad ofrece un sinfín de posibilidades. Además, es muy bonita, llena de arte y de cultura, creo que de allí se podrían sacar un montón de ideas ¿Por qué no vamos alguna vez, Alex?

Él da un sorbo al magnífico vino blanco que está tomando. Viajar a Berlín con otra mujer. Con Raffaella, además. Con esa mujer tan hermosa.

 ¿Qué me dices? Por trabajo, claro

«Por trabajo, claro». Es aún peor oír cómo pronuncia esa frase con una maliciosa sonrisa mientras sorbe por la pajita.

 Este daiquiri está delicioso. Lo preparan muy bien. Bueno, ¿qué me dices? ¿Vamos?

Alex se sirve de nuevo de beber.

 ¿Por qué no?

Raffaella apenas puede dar crédito a lo que acaba de oír.

 ¿Me trae otro, por favor? -le pide a un camarero que pasa, como si quisiera celebrar esa inesperada victoria.

Alex que cede un poco. Le sonríe. Poco después llega el nuevo daiquiri.

 Son rapidísimos -dice Raffaella, y le da un sorbo de inmediato.

La música prosigue y las canciones francesas interpretadas en clave de jazz resultan preciosas. El barco recorre silencioso el río, luces de casas a lo lejos, reflejos de faros sobre el agua, la luna que se asoma tímida en el cielo y la cena deliciosa. Raffaella sonríe; está un poco borracha y resulta aún más fascinante.

 Me alegro de que estemos aquí.

 Ya. -Alex guarda un momento de silencio y esboza una sonrisa cortés-. Yo también.

Pero no añade nada más. Raffaella se pone de nuevo a comer, un último bocado. Aún queda mucho para llegar a Ostia. En todos los sentidos. Y ella lo sabe. Alex la mira por última vez, ella le sonríe y él baja la mirada. Esa canción: «Le sonrío, bajo los ojos y pienso en ti. No sé con quién estás ahora»

 Entonces, ¿te ha gustado?

 Es muy guay, y hemos comido realmente bien.

 Piensa que es un piso de verdad, Niki. Es como si te invitaran a cenar a casa de alguien, por eso el restaurante se llama El Apartamento. Cocinan de maravilla.

 Por eso los platos son estilo casero, ¿no?

 Pues sí, lo hacen a propósito. Si lo buscas en la guía, en las páginas amarillas o en Internet, no lo encontrarás.

 El único que conoce esa clase de sitios eres tú

 Sí, no sabes cuánto lamento lo de la barcaza, ¡te habría gustado aún más!

 Da igual, éste también me ha gustado.

 Mira si son listos mis amigos que, desde Ostia, vuelven a traer a la gente a Roma en autobús. Volver a subir por el río les llevaría demasiado tiempo.

 Ah, es una buena idea, sí.

Guido le pasa el casco.

 Quizá podríamos ir con los demás, con Luca, Barbara, Marco y Sara.

 Basta con que no venga Giulia.

 Vale -Guido se pone el casco a su vez y arranca la moto.

Ciento cuarenta y uno

El autobús se dirige rápidamente hacia el ponte Matteotti. Acaba de regresar a Roma procedente de Ostia. Se detiene en la plaza.

 Hemos llegado, señores.

Los clientes se apean tras dar las gracias por la maravillosa velada. Hay que reconocer que lo ha sido. La cena, la música, todo era perfecto, piensa Alex.

 ¡Vaya! -Raffaella tropieza con un adoquín y, de no ser porque Alex la sujeta por un brazo, habría estado a punto de caer al suelo-. Gracias -sonríe, lánguida-. No me he caído por un pelo. Si no hubieses estado tú

Está achispada, casi borracha.

 Ya veo Creo que será mejor que conduzca yo.

 Claro.

Raffaella busca confundida las llaves en su bolso hasta que las encuentra. Alex desactiva la alarma del coche, le abre la puerta y la ayuda a subir, luego rodea el vehículo, sube a su vez, ajusta el retrovisor y arranca.

 ¿Dónde vives?

 Cerca del despacho, en la via San Saba.

 Ah, qué cómodo, así puedes dormir un poco más por la mañana -comenta él, y se dirige tranquilo a esa dirección.

Guido se detiene delante de casa de Niki.

 ¿Has visto? He mantenido mi juramento: no hemos llegado tarde

Niki se quita el casco.

 Ya. No sabes las hostias que te habría dado si no lo hubieses hecho.

 Pero debemos mantener una buena relación, serena, tranquila ¡Ésta no debe estar basada en el terror!

 ¿A qué terror te refieres?

 ¡Al que generas tú!

Unos pisos más arriba, Roberto está en la terraza de casa fumándose un cigarrillo.

 No fumes demasiado, ¿eh? -Simona acaba de salir.

 Pero si es el primero de la noche. -¿Seguro? -Se apoya a su lado en la baranda con una taza en la mano.

 ¡Claro! No te miento. ¿Qué bebes?

 Una tisana.

 Ah, qué rica, es cierto. Se nota el aroma. -Roberto da otra calada y después, casi sin querer, mira la esquina de la calle que queda debajo de su casa-. Oye, ¿ésa no es Niki?

Simona bebe otro sorbo de su tisana y a continuación se acerca a su marido.

 Sí, creo que sí.

En un abrir y cerrar de ojos, la suposición se transforma en certeza. Junto a Niki hay un chico que acaba de bajar de la moto.

Roberto se vuelve desarmado hacia su esposa.

 Es Niki, en efecto, ¡pero no está con Alex!

 Eso parece.

 ¡Es otro!

Guido mete el brazo por dentro del casco y sonríe.

 Venga, estoy bromeando. Ha sido una velada preciosa.

Niki asiente con la cabeza.

 Sí, es cierto. Gracias.

 Bueno -Guido la atrae hacia sí-. ¿Quieres que pase a recogerte mañana para ir a clase?

 No, gracias. Tengo otras cosas que hacer durante el día, así que iré con mi moto.

Lo cierto es que no sabe muy bien qué hacer, dar vueltas para organizar la boda no, por descontado, pero quiere ser de todas formas independiente.

 Vale -Guido le sonríe-. Como quieras

Roberto y Simona se miran. Roberto está visiblemente preocupado.

 No es lo que parece, ¿verdad?

Simona sacude la cabeza.

 No sé qué decirte.

En el preciso momento en que vuelven a mirar a la calle, Guido abraza a Niki y la besa. Es un beso ligero, no demasiado largo ni tampoco apasionado, pero un beso a fin de cuentas.

Niki se separa de él.

 Adiós. Nos vemos en la facultad -dice.

Se escabulle y Guido sacude la cabeza. No tiene remedio. Es dura. En Fuerteventura las cosas irán mejor, estoy seguro. Arranca la moto y se aleja.

Niki cruza la verja y antes de llegar al portal mira hacia arriba. No sabe a ciencia cierta por qué lo hace, el caso es que tiene una extraña sensación. Ve a Roberto y a Simona asomados. ¡Oh, no, lo han visto todo! Entra en el edificio.

Roberto mira aturdido a Simona.

 Te lo ruego, dime que no es verdad, dime que no es así, dime que es una fantasía, mejor dicho, una pesadilla, que ha sido un sueño. ¡Te lo ruego, dímelo! Simona niega con la cabeza.

 Te estaría mintiendo

Y tras dejar el cigarrillo y la tisana corren hacia la puerta del salón para esperarla.

Ciento cuarenta y dos

 Ahí está, es ése

Raffaella le indica un pequeño portal. Alex aparca el Fiat 500 justo delante con una rápida maniobra y a continuación apaga el motor. Ha bebido menos que ella. Mucho menos. Raffaella se apoya en el respaldo y saca las llaves de casa del bolso. Después, todavía un poco achispada, pero lúcida, le sonríe.

 ¿Puedo invitarte a subir?

Alex permanece en silencio y en ese instante mil pensamientos se apoderan de su mente. Positivos, negativos, contradictorios, pasotas, lujuriosos, deseosos y correctos. Trabaja contigo. ¿Y qué más da? Es ella quien se la está buscando, Alex. Mira sus piernas, mira su cuerpo, es guapísima, Alex. ¿Quién podría decir que no? ¡Quién podría decir que no! Nota su perfume ligero, sus profundos ojos y el vestido ligeramente ladeado que resalta la parte de la pierna que queda al aire, haciéndola, si cabe, aún más deseable. En ese instante Raffaella parece leerle todos sus pensamientos o, al menos, buena parte de ellos.

 No he bebido mucho, Alex -Como si ése fuera el único y auténtico problema-. O, en todo caso, no lo suficiente.

Él piensa en esas palabras. «O, en todo caso, no lo suficiente» ¿Qué habrá querido decir? ¿No lo suficiente para hacerlo, o no lo suficiente como para hacerlo de manera inconsciente? De modo que, si decido hacerlo, es porque quiero, no porque esté borracha. En fin, ¿qué quiere decir esa frase? De no ser porque, de nuevo, ella sale en su ayuda, le habría faltado poco para embriagarse con esas palabras.

 Venga, sube Tengo una sorpresa para ti.

De nuevo unos instantes de silencio. Alex sonríe finalmente.

 Y después te vas.

Así pues, nada comprometido, o al menos, no en ese sentido. Además, Raffaella vuelve a sonreír. Alex se apea del coche sin decir una palabra.

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