Con la alegría en los ojos, el futuro incierto, pero con mucha dulzura en la boca y todas con ese pequeño gran sueño en el corazón Una casa propia donde sentirse libres y protegidas. Una casa que decorar, construir e inventar. Una manera de sentirse aún más mayores.
Quince
Noche ciudadana. Noche de personas que se adormecen y de otras que no lo consiguen. Noche de pensamientos ligeros que mecen el sueño. Noche de miedos y de incertidumbres que lo hacen desaparecer. «Noche de pensamientos y de amores para abrir estos brazos a nuevos mundos», como canta Michele Zarrillo.
Un poco más tarde, Niki, divertida y satisfecha, se mete en la cama y manda un sms a Alex: «Hola, amor mío, acabo de volver a casa y me voy a la cama. Te echo de menos.»
Alex sonríe al leerlo y le contesta: «Yo también te echo de menos Siempre. Eres mi sol nocturno, mi luna de día, mi mejor sonrisa. Te quiero.»
Y todo parece sereno. Una ligera brisa nocturna, alguna que otra nube parece deslizarse sobre esa alfombra azul. Y, sin embargo, la noche no es en modo alguno tranquila.
Más lejos. En otra casa. Alguien no consigue conciliar el sueño.
Enrico camina arriba y abajo por la sala, después entra sigilosamente en el dormitorio de la niña, la mira preocupado en la penumbra, una cara menuda oculta por una sábana, una respiración ligera, tan ligera que Enrico debe acercarse a ella para poder oírla. Y respira Profundamente, su fragancia delicada, su olor a recién nacido, esa frescura, el encanto que transmiten esas manos tan minúsculas, tan Ciertas, abiertas, aferradas al pequeño almohadón, a su nuevo y personalísimo nuevo mundo, y después, dulcemente, otra vez cerradas, pero expresando en todo momento una serenidad increíble. Enrico inspira profundamente y a continuación sale del cuarto dejando un pequeño resquicio de luz. Reforzado, revigorizado por su criatura, que es sólo suya, el milagro de la vida. Por un instante su mente se desplaza a toda velocidad a través de los mares, las montañas, otros países, ríos, lagos, y de nuevo la tierra para llegar allí, a esa playa. Y se imagina a Camilla caminando bajo la luz del sol por esa arena, a orillas del mar, con un pareo atado a la cintura, riéndose, bromeando y charlando con el tipo que la acompaña. Pero sólo la ve a ella, nada más, su sonrisa, sus carcajadas, sus bonitos dientes blancos, su piel ya ligeramente morena, y siente que casi se acerca a ella, que la acaricia y que hacen el amor por última vez. Como si fuese Denzel Washington en Déjà vu con aquella guapísima mujer de color. Luego Enrico la ve entrar en el bungalow y él se queda fuera. Solo, abandonado, intruso, fuera de lugar, indeseado, de más. Mientras tanto, otro entra en su lugar, sonriendo, y cierra la puerta. Y él debe limitarse a mirar desde lejos, a imaginar, y sufre al recordar el deseo, la pasión, el sabor de sus besos, la excitación que sentía cuando la desnudaba, sus vestidos elegantes, su modo de agitar el pelo, de quitarse las medias, de echarse sobre la cama, de acariciarse Y el sufrimiento se hace enorme y se transforma en rabia, y nota en silencio sus ojos empañados y un vacío enorme en su interior. Sufre, pero antes de que caiga la primera lágrima, se acerca al ordenador. Y la calma vuelve lentamente, de forma difusa, como esa luz que ilumina la pantalla. Inspira profundamente. Otra vez. De nuevo. Y el dolor se aplaca poco a poco. Un pensamiento ligero que se aleja como una gaviota volando a ras de las olas mal-divas. Siente una amarga certeza: creces, experimentas, aprendes, crees saber cómo funcionan las cosas, estás convencido de haber encontrado la clave que te permitirá entender y enfrentarte a todo. Pero después, cuando menos te lo esperas, cuando el equilibrio parece perfecto, cuando crees haber dado todas las respuestas o, al menos, la mayor parte de ellas, surge una nueva adivinanza. Y no sabes qué responder. Te pilla por sorpresa. Lo único que consigues entender es que el amor no te pertenece, que es ese mágico momento en que dos personas deciden a la vez vivir, saborear a fondo las cosas, soñando, cantando en el alma, sintiéndose ligeras y únicas. Sin posibilidad de razonar demasiado. Hasta que ambas lo deseen. Hasta que una de las dos se marche. Y no habrá manera, hechos o palabras que puedan hacer entrar en razón al otro. Porque el amor no responde a razones Enrico mira a la persona que ya no está ahí. Ahora sólo puede admirar a esa gaviota. Roza el agua, las olas, y da la impresión de que, cuando planea sobre el mar, escribe la palabra «fin».
Enrico exhala un último suspiro, entra en Google, teclea esa palabra y después hace clic en «buscar». En la pantalla aparece de improviso la única y auténtica solución posible a ese momento: canguro.
Olly acaba de lavar los platos en los que han comido la tarta sus amigas las Olas. Los mete en la pila y deja correr el agua. Recoge las cuatro cucharillas y las mete en un vaso; después vuelve a la sala a recuperar los restos de la tarta. Qué risa, se la han comido cortándola justo por la mitad, de forma que el significado de la frase que había escrita encima ha cambiado. ¿Será una broma del destino o el desesperado intento de las Olas por hacer un poco de dieta? El hecho es que el «sin» ha desaparecido, y Olly mete la tarta en la nevera experimentando un extraño presentimiento, casi una amenaza, el peligro que sugieren las letras que sobresalen en medio de toda esa dulzura dejando un pensamiento amargo: «En prácticas riesgos!»
Son las dos de la madrugada. Pietro sale sigilosamente del portal. Intenta ocultar su cara, como si se tratara de un ladrón que acaba de desvalijar un piso. Aunque, en realidad, son dos los que han dado el golpe después de reconocer que no son capaces de vivir exclusivamente con lo que tienen. Quieren más, quieren algo distinto. Quieren 'o que no tienen y se lo roban el uno al otro.
Pietro entra en el coche, lo pone en marcha y arranca a toda velocidad en medio de la noche. Da la impresión de que ahora se siente casi satisfecho, exhala un largo suspiro. También esta vez las cosas han salido rodadas, piensa, como si se tratara de un extraño campeonato, un torneo ridículo donde el primero y el último son una única persona, dado que en la competición sólo participa ella y, por tanto, no se enfrenta a nadie.
Erica entra a hurtadillas en su casa. Contempla la sala. Mierda, lo que me faltaba. Siempre sucede lo mismo. Mi padre ha vuelto a dormirse delante de la televisión. Pasa por delante de él tratando de hacer el menor ruido posible y se dirige hacia el dormitorio, pero después cambia de opinión y regresa a la sala.
Es irremediable, la curiosidad supera al riesgo. Se acerca a la agenda que hay sobre la mesita, justo en la esquina más próxima al sofá donde duerme su padre. Veamos quién me ha llamado. Casi lo susurra para sus adentros: «Para Erica: Silvio, Giorgio y Dario.» Qué coñazo Ninguno de los que me interesan.
Rrrrr. El fuerte ruido la sobresalta. Su padre ha emitido una especie de ronquido repentino, un gruñido nocturno; en fin, que le ha dado un buen susto. Erica alza el brazo al cielo como si pretendiese mandarlo a hacer puñetas, pero después sonríe, escucha su corazón con la mano apoyada en su pecho y nota que late a toda velocidad. Sacude la cabeza y se encamina hacia su dormitorio. No puede apagar la tele porque la última vez que lo hizo su padre se despertó de golpe, estuvo a punto de darle un patatús, y se levantó del sofá de un salto. El repentino silencio que se produjo al apagar el televisor había sido como un ruido absurdo para alguien que dormía a pierna suelta en medio de todo aquel estruendo.
Erica cierra la puerta de la sala, ahora avanza más rápidamente por el pasillo, dado que su madre duerme profundamente, entra en su cuarto y se desnuda en un tiempo récord. Camiseta, zapatos, pantalones cortos y cinturón. Es una hacha. Conseguiría desprenderse de cualquier cosa en la oscuridad, incluso aunque estuviera llena de botones. Lo arroja todo sobre el sillón. A oscuras, sin embargo, la puntería no puede ser muy buena, de manera que la camiseta acaba en el suelo. Lo notará a la mañana siguiente. Lo importante es que le dé tiempo de colocarlo todo en su sitio antes de que alguien entre en la habitación. Va en seguida al cuarto de baño, se lava los dientes, se pasa el cepillo por el pelo, se enjuaga la cara rápidamente y se pone el pijama.
Antes de meterse en la cama coge el móvil para cargarlo. No tiene ningún mensaje. Ningún sobrecito parpadeante. Ninguna novedad. Uf. Escribe a toda velocidad: «¿Estás ahí?» Y se lo manda a Giò. Espera un minuto. Dos. Al final se encoge de hombros. Da igual, se habrá dormido ya. Después Erica sonríe. Quizá esté soñando conmigo. Y con esa última idea en la cabeza, llena de confianza, se desliza bajo las sábanas y se adormece feliz. No piensa que cuando has dejado de querer a una persona no debes mantenerla ligada a ti por el mero hecho de que te da seguridad y te hace sentir importante. El coste de la independencia es la libertad, y ésta sólo puede ser total cuando uno es honesto consigo mismo y con las personas a las que ha amado.
Alex se revuelve inquieto en la cama. Suda ligeramente. Tiene una pesadilla. Se despierta sobresaltado. Mira de inmediato el reloj. Las seis y cuarenta. Bebe un vaso de agua y, por primera vez en mucho tiempo, recuerda el sueño que acaba de tener. Por lo general, los olvida siempre. Esta vez, en cambio, se acuerda de todos los detalles. Está en un tribunal. Todos los abogados van tocados con pelucas blancas y vestidos con largas togas y birretes negros. Cuando se vuelve, de improviso ve que sus abogados defensores no son sino sus amigos Pietro, Enrico y Flavio, mientras que los de la otra parte, los de la acusación, son sus esposas: Susanna, Camilla y Cristina. Tienen la cara empolvada de blanco. El jurado lo componen las amigas de Niki: Olly, Erica y Diletta, con sus respectivos novios, los padres de Niki, ¡y los suyos Propios! Y luego, de repente, oye una voz: «En pie, va a entrar la jueza.» En el centro de la sala, detrás de una gran mesa de madera, hay un sillón enorme de piel donde se sienta ella, la jueza: Niki. Está guapísima, pero parece más mujer, más adulta, da la impresión de que ha crecido. Está serena. Da unos fuertes golpes con el mazo sobre la mesa.
Silencio. Declaro al imputado culpable.
Alex se queda petrificado, desconcertado, y se vuelve, mira alrededor, pero todos asienten con un movimiento de cabeza. Él, en cambio, busca una explicación.
Pero ¿por qué? ¿Qué he hecho?
Qué no has hecho -Pietro le sonríe asintiendo con la cabeza y a continuación le guiña un ojo-. Nosotros te consideramos inocente.
Justo en ese momento se ha despertado.
Alex camina por la casa, son ya las siete y veinte. Reflexiona sobre el sueño sin lograr entenderlo, de manera que se acerca al ordenador. ¿Qué reuniones tenemos hoy? Abre la página de las citas. Ah sí, briefing a las doce, pero no es muy importante, y por la tarde el control de esos diseños En ese instante, como por arte de magia, se da cuenta de que Niki no ha cerrado su página de Facebook. Lo decide en un instante, en un momento que parece eterno, envuelto en un silencio hechizado, casi suspendido. Sí, siento curiosidad. Quiero saber. De manera que, repentinamente débil, ávido, mezquino, hace clic y, plop, se le abre un mundo. Una serie de chicos de los que nunca ha oído hablar y a quienes no conoce, y todos sus mensajes en el muro.
«¡Eh, guapa! ¿Qué haces?, ¿sales? ¿Cuándo nos vemos? ¿Sabes que eres un auténtico bombón? ¿De verdad tienes novio o es sólo una tapadera?» Giorgio, Giovanni, Francesco y Alfio. Los nombres más absurdos, los comentarios más absurdos y las fotografías aún más absurdas. Unos tipos con gafas de espejo, cadena de oro, camiseta blanca, vaqueros ajustados, cazadora de piel, unos cinturones con unas hebillas enormes y unos músculos prominentes. Otros con el pelo largo y escalonado, con un mechón sobre los ojos, delgados, y con unas camisas ajustadas estilo roquero. Alguno que otro más intelectual, con gafitas y cara anónima. Pero ¿quién es toda esta gente, quiénes son, qué quieren y, sobre todo, qué hacen en el espacio de Niki? Dan miedo, muerden en lugar de cortejar. Alex palidece, vuelve a verse en esa sala con los abogados amigos y enemigos que asienten como antes. Y de repente comprende el sueño. ¡Culpable! Sí, culpable de haberla dejado escapar.
Dieciséis
Alex desayuna, se afeita, se ducha, se viste, y en un abrir y cerrar de ojos se encuentra en el coche. No puede ser Tú, con treinta y siete años cumplidos, y vuelves a hacer esto No, no puede ser. Pero después oye un eco lejano, una frase que ha oído ya: «Pero Alex, el amor no tiene edad» Es cierto; sonríe: es justo así. Luego su sonrisa se hace más cauta. Es cierto, no tiene edad. Para bien y para mal.
Suena el timbre. Enrico mira el reloj. Bien. Han llegado. Va a abrir. En el rellano hay una fila de chicas esperando. De aspecto y estilos completamente diferentes. Una rubia con muchas trencitas y un pantalón de peto vaquero. Otra con una gorra con el ala azul y un vestidito de flores. Otra está leyendo un libro y lleva unos auriculares en las orejas. Enrico las cuenta rápidamente. Deben de ser unas diez. Bien. Su anuncio ha tenido resonancia.
La primera chica de la fila, la que ha llamado al timbre, lo saluda:
Hola, ¿es aquí?
¡Buenos días! Sí -responde Enrico mirándola. Viste un par de vaqueros de dos colores, modelo skinny, de cintura alta, y una camiseta ligera de manga larga, negra y completamente transparente que deja entrever el sujetador.
Bien -le sonríe masticando chicle-. Estoy lista.
Entra, por favor.
La chica pasa por su lado y se detiene en medio de la sala.
¿Dónde me pongo?
Enrico saluda a las otras chicas que se encuentran en el rellano y les dice que las llamará en seguida. Acto seguido cierra la puerta.
Bueno, ahí está bien, junto a la mesita, estaremos más cómodos.
Pero yo sentada no puedo
Enrico la mira asombrado.
Perdona, pero ¿a qué te refieres? En cualquier caso, si lo prefieres puedes quedarte de pie; vale, hablaremos de pie.
La chica lo escruta y esboza una sonrisa.
Bien. Veamos, me llamo Rachele, tengo veinte años y canto desde que tenía seis.
Enrico la escucha. Se rasca levemente la frente.
¿Ah sí? Bien A Ingrid le gustan las canciones.
Rachele lo mira.
¿Ingrid? ¿Quién es? ¿Otra examinadora?
Enrico se echa a reír.
Bueno, la verdad es que debería elegir ella, sólo que no puede Es mejor que lo haga yo.
Ah, pues bien, lo que más me gusta es el pop. Y me sé todas las canciones de Elisa y de Gianna Nannini.
Enrico la mira con mayor atención. Por lo visto, ésta se concentra en el repertorio musical. Se ve que a los críos los entretiene así.
Bien, ¿tienes mucha experiencia con los niños?
¿Te refieres a los coros?
Enrico arquea las cejas.
No, quiero decir con los niños. ¿Te las arreglas?
Rachele parece pasmada.
¿Puedes explicarme qué tipo de espectáculo pretendes montar?
¿Espectáculo? -Enrico la mira estupefacto.
Sí, la prueba. ¿Para qué espectáculo nos estás seleccionando?
Aquí el único espectáculo es mi hija Ingrid.
¿Tu hija? ¿Ingrid? Perdona, pero
¿Se puede saber por qué has venido, Rachele?
¿Cómo que por qué? ¡Para hacer una prueba como cantante!
Enrico la mira y suelta una carcajada.
¿Cantante? ¡Pero si yo estoy buscando una canguro!
Rachele coge bruscamente su bolso, lo abre y saca un periódico.
_No, me he equivocado. ¡Qué coñazo!
¡Pese a todo, la idea de tener una canguro que canta no está nada mal! -dice Enrico.
Bueno, pero caramba
Enrico se percata de su decepción.
Venga, ya verás cómo lo consigues la próxima vez -y hace ademán de acompañarla a la puerta.
La abre, pero cuando está a punto de salir, Rachele se vuelve.
¿Por casualidad no conocerás a alguien que busque una cantante?
Enrico la mira negando con la cabeza. Rachele hace una mueca y se aleja.
En fin
Hola, ¿quién es la próxima?
¡Yo!
Una chica con el pelo corto y pelirrojo se precipita en dirección al salón. Enrico vuelve a cerrar la puerta.
Buenas tardes, me llamo Katiuscia y me he permitido preparar una cosa -Saca de su mochila dos folios doblados y los abre. Los mira con aire grave y carraspea-. Veamos, se me ha ocurrido que quizá el mejor papel sea el de Scarlett Johansson en Diario de una niñera, ¿no? Cuando interpreta a Annie Braddock, la joven licenciada que nunca encuentra trabajo y después se convierte en la niñera de Grayer, cuya madre está forrada y completamente volcada en su carrera Esta es la escena de cuando están juntos, ella y el niño, puedo representarla aquí, de pie -Katiuscia habla a toda velocidad y se dispone a recitar algo.
Enrico la interrumpe:
No, no, espera, espera Pero ¿qué haces? No tienes que representar nada para demostrarme si vales para el puesto o no.
¿Cómo que no? ¿Y cómo se supone que puedes saberlo, si no?
Le haré una entrevista, eso es todo ¿Qué horarios puedes hacer? Porque yo necesito a alguien que esté con Ingrid casi hasta las siete de la tarde, en fin, que sea un poco flexible.
Perdona, pero ¿ésta no es la prueba para el papel de niñera en una película?
Enrico apenas puede dar crédito. Pero ¿qué clase de gente ha ido a su casa? Nadie ha entendido una palabra.
No, escucha, yo sólo estoy buscando una canguro para mi hija
Joder, pues podrías haberlo escrito, ¿no?
¡Y lo he hecho! ¡En el periódico!
¡De eso nada, deberías haberlo explicado mejor!
Es increíble. Enrico decide cortar por lo sano.
Vale, vale. Venga, no pasa nada
Puede que para ti no, pero yo me he pasado la noche preparando el papel. -Katiuscia coge la mochila, se arregla la ropa y hace ademán de marcharse-. No deberías tomarle el pelo a la gente de esta manera. -A continuación sale dando un portazo a sus espaldas.
Enrico la sigue. Vuelve a abrir la puerta y la ve desaparecer hecha un basilisco. Enrico abre los brazos.
Veamos, ¿a quién le toca ahora?
Y una tras otra entrevista a todas las chicas. Habla. Pregunta. Al menos, éstas lo han entendido. ¡Son canguros de verdad! Algunas parecen convencerlo; otras, no tanto. Va a buscar a Ingrid, intenta ver cómo se relaciona con las aspirantes a canguro, piensa, sopesa, hace alguna que otra pregunta más. A todas les dice: «Te llamaré.» Y cuando acompaña a la última a la puerta y ella se despide de él y se aleja dándole las gracias, Enrico ve a una chica que en ese momento pasa por el rellano. Lleva en las manos dos bolsas de la compra de tela verde y una mochila a la espalda. Escucha música con unos auriculares.
Ah, bien, eres la última. Entra, por favor -hace un ademán con el brazo para indicarle que entre en la casa.
La chica es rubia, con el pelo liso peinado hacia atrás y sujeto por una pequeña diadema azul, viste unos pantalones blancos y un suéter azul; nota el gesto pero no lo oye. Lo mira un poco sorprendida. Se detiene, deja las bolsas en el suelo y se quita uno de los auriculares.
¿Estás hablando conmigo?
Claro, ¿con quién si no? Eres la última de hoy Venga, pasa.
Ella hace una pequeña mueca. Luego se quita el otro auricular. Compruebasu reloj. Escruta por unos instantes delante de ella como si tratara de divisar algo o a alguien al fondo del rellano.
La verdad es que yo
¿Yo, qué? Se ha hecho un poco tarde, pero todavía tenemos tiempo. Tengo que ir al despacho, de manera que si no lo hacemos ahora tendremos que dejarlo para mañana. Entra, no tardaremos nada.
La chica parece cada vez más sorprendida por la situación. Pero ¿qué quiere ese tipo? Aunque la verdad es que tiene una cara simpática, parece agradable. Me muero de curiosidad. Sólo que, a decir verdad, en el fondo ni siquiera lo conozco. No debería estar aquí perdiendo tiempo. Al final, sin embargo, la curiosidad puede con ella. Esboza una sonrisa. Coge las dos bolsas del suelo.
¿Has hecho la compra?
Sí, ¿por qué?
No, por nada
Enrico sacude la cabeza y reflexiona durante unos minutos. Es cierto, ella tiene razón, ¿qué tiene de malo? Al contrario, hasta parece una chica más práctica que las demás, va a hacer una entrevista y aun así aprovecha bien el tiempo.
Pasa, por favor -Enrico la guía al interior del piso.
La chica lo sigue todavía vacilante. Entra, mira alrededor. Ve una serie de cosas tiradas de cualquier manera sobre el sofá, zapatillas de andar por casa boca abajo y un póster colgado de la pared. Una fotografía. Representa a un hombre que abraza a un recién nacido con una camiseta rosa y un chupete. Una niña, entonces. Reconoce al tipo de la foto, es el mismo que la ha invitado a entrar.
Puedes sentarte ahí. Veamos, ¿cómo te llamas?
La chica vuelve a dejar las bolsas en el suelo y se sienta.
Anna.
Encantado, yo, supongo que ya lo sabes, me llamo Enrico, papá Enrico -Se ríe un poco cohibido.
Anna lo mira. La verdad es que no sabía que te llamaras Enrico. Ni tampoco que fueras padre. Sigue sin entender la situación, la encuentra cada vez más cómica y decide seguirle el juego.
¿Cuántos años tienes?
Veintisiete. Estoy acabando la universidad. Estudio psicología.
¿Psicología? ¡Perfecto! ¿Y cuánto tiempo libre te queda al día?
Bah, no trabajo, de manera que, quitando algunas pocas clases a las que asisto en la facultad, para serte sincera estoy en casa
Bueno, eso sería perfecto ¿Dónde vives? ¿Lejos de aquí?
Anna sigue sin entender una palabra.
La verdad es que vivo en el piso de arriba De hecho, antes
No, no me lo puedo creer. ¿Aquí arriba? Nunca te había visto. De manera que te has quedado a hacer la entrevista antes de volver a casa. ¡Estupendo! Así sería mucho más cómodo, la verdad
Sí, me mudé hace poco. Mi tía me dejó la casa. Quizá la hayas visto alguna vez: es una señora alta, pelirroja Y mi novio vino a vivir conmigo hace algunas semanas. -¿Por qué le estoy dando tantas explicaciones?
Ah, sea como sea, me pareces perfecta. Estudias y por eso tienes un horario más flexible. Vives en el piso de arriba. Sí, decididamente eres perfecta. ¿Cuándo empiezas?
¿Empezar, qué?
¿Cómo que qué? Pues a ser la canguro de mi hija. Has venido para eso, ¿no?
La verdad es que no. Al ver que insistías, entré. Yo sólo pasaba por el rellano para ir a mi casa. Jamás cojo el ascensor. Así hago un poco de ejercicio
Enrico la mira fijamente.
¿Eso quiere decir que no estás buscando trabajo? ¿Que no estás aquí para hacer la entrevista?
Eh, no. Ya te lo he dicho, ha sido una coincidencia, pasaba por aquí
Ah -Enrico parece decepcionado. Mira por la puerta cristalera que da a la terraza-. Ya decía yo que era demasiado bonito
Anna percibe su inquietud y sonríe.
En cualquier caso, eres un hombre afortunado
Anda ya. La única que me parecía un poco buena después de toda una tarde de entrevistas va y entra aquí por casualidad y, por si fuera poco, ni siquiera busca trabajo. Muy afortunado, sí. Mañana tendré que volver a empezar desde el principio.
Eres un pesimista crónico. ¿No crees en el destino? ¿En las coincidencias? Antes te he dicho que no tengo trabajo, pero no que no lo esté buscando. El tuyo me parece perfecto. De haberlo sabido, habría bastado con bajar la escalera
Enrico la mira y se le ilumina el rostro.
¡Fantástico! A partir de mañana trabajarás aquí -dice, y ni siquiera se le ocurre ir a buscar de nuevo a Ingrid. Sabe de antemano que las dos se llevarán bien.
Anna sonríe. Se levanta. Coge sus bolsas.
Genial ¡Pero ten cuidado con confundir con el fontanero a cualquier inquilino que pase casualmente por el rellano! -Se encamina hacia la puerta. Enrico se levanta de golpe, la sigue, se adelanta a ella y le abre la puerta. Anna pasa por delante de él-. ¡Hasta mañana, entonces! -y se aleja.
Enrico la contempla mientras desaparece al doblar la esquina. Sí. Parece simpática. Y además es muy mona. Pero eso a Ingrid no le interesa
Diecisiete
Alex se detiene y aparca a escasos metros del portal de Niki. Mira el reloj. Son las nueve y media. Me dijo que tenía clase a las diez, debería salir ahora. En ese preciso momento se abre la puerta. Y sale Niki. Parece mayor, más mujer. Claro ¡Es Simona, su madre! Dios mío, como me vea ahora ¡Alex! ¡Precisamente tú! Pero bueno, creíamos que tú eras el mayor de la pareja. El más maduro y fiable. Y, en cambio, ¿qué haces? ¿Espías a mi hija? ¿Por qué? ¿Se comporta mal? ¿Hay algo en ella que te hace dudar? Bueno, que tenga nuevos amigos me parece normal, una nueva escuela, la facultad Pero todo eso no tiene ninguna importancia.
Alex se desliza hacia abajo en el asiento, casi desaparece bajo el volante, se esconde avergonzado de lo absurdo de su idea. Y en seguida busca algún argumento de defensa. Perdone, señora No hay amor sin celos. «Los celos, cuanto más los alejas más los sientes La serpiente ya está aquí, ha llegado, se ha instalado entre nosotros, engulle tu corazón como si fuese un tomate, y te vuelve loco, es como un toro y, como tal, no obedece a razones» Pero ¿qué estoy haciendo? ¿Canto a Celentano? ¡No! ¡Eso es! Tengo que simplificar. Señora, he venido ¡por amor! Justo en ese momento mira de nuevo a Simona, la madre de Niki, y ve que sube a un coche, se vuelve, abre la ventanilla y saluda a la chica que está saliendo en moto. Sí. Es ella. ¡Niki! Alex pone en marcha el motor y arranca, oculta la cara cuando se cruza con Simona, que conduce en dirección opuesta. Después dobla la esquina y sigue su carrera en pos de la moto. Increíble. Como en las mejores películas: «Siga a ese coche.» Alex se ríe solo. «Mejor dicho, a esa moto» Y por un instante casi le entran ganas de abandonarlo todo, de sonreír y de tomarse las cosas con calma. Sí, es justo que tenga su independencia, su libertad, sus contactos, sus mensajes. Debe querer que estemos juntos por encima de todo y de todos, pero no puede ser una obligación. Es más, casi es mejor que tenga varios pretendientes, al menos así podrá comparar entre unos y otros, y si me elige, al final, será porque soy su preferido. Es demasiado fácil ganar cuando se juega solo. Venga, casi que iré antes al despacho y así intentaré hacer algunos progresos sobre la idea de la película.
Luego se produce una vorágine, una extraña circunstancia, una conjunción astral, en fin, a saber por qué razón el volumen de la radio se eleva de repente, irrumpe en sus pensamientos y borra su sonrisa. Ram Power 102.70. Una la vives, una la recuerdas. «Te estás equivocando, la persona a la que has visto no es, no es Francesca. Ella siempre está en casa esperándome. No es Francesca Si, además, estaba con otro, no, no puede ser ella» Y en un instante Mogol y Battisti se convierten en los diablos tentadores, y le vienen a la mente todas las imágenes del mundo, como si se tratara de una película montada por el mejor director de todos los tiempos. Amor. Traición. Engaño. Y ahí está. Dos vidas en un instante, cuando Gwyneth Paltrow, por una extraña fatalidad del destino, vuelve a casa y lo encuentra a él con su amante. Fundido en negro y ahora Infiel, cuando a Richard Gere le llega una multa de tráfico de su mujer que lo conduce hasta la casa donde vive ese joven que vende libros usados y descubre que tiene una historia con ella, nada que ver con los libros Un nuevo fundido y aparece Hombres, hombres, de Doris Dorrie, cuando el marido olvida un folleto en casa, vuelve a por él y ve salir a la calle a su mujer, que poco antes estaba en la cama con los rulos puestos. Entonces la sigue y la ve rodar por un prado con una especie de hijo de las flores Luego Alex piensa en Enrico y en su mujer, que se ha fugado con un abogado que él mismo le presentó. En Pietro y en todas sus amantes. Y deja de dudar, pisa el acelerador y empieza a correr con una única certeza. Pues sí, Celentano tiene razón. Soy celoso.
Dieciocho
Alex ve que Niki baja de la moto, bloquea la rueda y cruza apresuradamente la verja de la universidad. Está desesperado. Y ahora, ¿dónde aparco? ¿Cómo puedo saber adónde va? De repente, un coche se pone en marcha y deja un sitio libre. ¡Justo ahora! Es increíble. Caprichos del destino. ¿Qué significará? ¿Qué querrá decir? En ese mismo momento la radio le hace llegar otra señal. Carmen Consoli. «Primera luz de la mañana, te he esperado cantando en voz baja y no es la primera vez; incluso te he seguido con la mirada por encima de la mesa entre los restos del día anterior, y entre las sillas vacías algo flota en elaire. En el fondo no hay demasiada prisa. Mientras acariciaba la idea de las coincidencias, recogía las señales Explícame qué he descuidado, ¿es ese eslabón que falta la fuente de todas las incertidumbres? Explícame qué he pasado por alto» Pues sí, las señales. Niki, ¿me estoy perdiendo alguna? Es extraño cómo a veces las palabras más inocentes se transforman en coartadas de nuestras acciones.