El origen del pensamiento - Armando Palacio Valdés 6 стр.


D. Pantaleón Sánchez no era rico. Sólo tenía un pasar adquirido en el comercio de géneros de punto a fuerza de economías y privaciones. Y aquí salta una observación, que merece ser expresada, es a saber: que casi ninguno de los hombres que han influido poderosamente sobre sus semejantes o han dado impulso y dirección al progreso dispusieron de grandes bienes de fortuna. Después de traspasar la tienda al primero y único de sus dependientes, sólo poseía en valores del Estado una renta de ocho a diez mil pesetas. Gracias al orden y economía de su fiel esposa podían vivir cómoda y decorosamente.

A los quince días de entrar en la casa ya nuestro joven escultor ardía en deseos de formar parte integrante de la familia. Pero no se atrevió a expresarlo sino de un modo indirecto y vago, y con las mejillas coloradas, a Carlota, que a su vez le respondió, ruborizada también, que «no se pensase todavía en aquello.» Pero ambos siguieron pensando, cada cual por su lado; de tal suerte, que si sus bocas estaban calladas, se lo decían a todas horas con los ojos. Cuando estaban juntos y se quedaban algunos instantes silenciosos con la mirada extática, bien podría apostarse doble contra sencillo a que ambos pensaban en aquello.

Un día, después de larga pausa, dijo Mario repentinamente:

¿Por qué no se lo dices a tu mamá?

No me atrevo. Díselo túrespondió la joven anudando naturalmente la tácita conversación que sus pensamientos mantenían hacía tiempo.

¡Oh, si yo me atreviera!

Hizo coraje algunos días: al fin se atrevió. ¡Cuánta duda, cuánta vacilación antes que las abrasadoras palabras saliesen de sus labios!

Estaba D.ª Carolina subida encima de una silla sujetando un visillo del balcón. Carlota había salido en busca de tijeras. Sin saber cómo, aprovechándose tal vez de que la buena señora se hallaba de espaldas y no podía anonadarle con una mirada fulgurante, dijo con voz bastante entera:

D.ª Carolina, cuando usted termine ahí voy a darle un susto.

¿Un susto?repuso la señora volviendo la cabeza con sorpresa.

¡Sí, un susto!repitió el joven sonriendo alegremente, cada vez más animado.Pero no tenga usted miedo. Es un susto puramente moral.

¡Bueno!exclamó en actitud vacilante, sonriendo también.No sé qué será Voy a concluir.

En los breves instantes que duró la operación tuvo tiempo a perder todo el valor que había mostrado. De suerte que cuando D.ª Carolina se bajó de la silla, con la misma ligereza que una niña, y se volvió, encontrose con un hombre desencajado, tembloroso, que daba pena mirarle.

Usted me dirá ¿qué susto es ése?

¡El que yo tengo!debió responder Mario, pero no lo dijo. Limitose a llevarse la mano a la boca para toser, sin gana por supuesto, y profirió con trabajo:

Si a usted le parece, podemos sentarnos.

Con mucho gusto. Nada nos darán por estar de pie.

D.ª Carolina aparentaba indecisión y sorpresa que no sentía. No se necesitaba ser lince para comprender de qué se trataba.

Debo ante todo Cuando tuve el honor de ser presentado a ustedes Sentiría muchísimo

No hallaba medio de tomar la embocadura. Estaba cada vez más turbado. En aquel momento apareció en la puerta Carlota. Al ver su encantadora figura, de formas elegantes y redondeadas, sus ojos animados, sus mejillas frescas adornadas de un par de hoyos como dos nidos de amor, sus labios de cereza, una verdadera rosa, en fin, de carne y hueso, recobró de pronto todo el aplomo y dijo con voz segura:

Me alegro de que venga Carlota y escuche lo que le voy a decir

Carlota se acercó. En la actitud de su novio adivinó en seguida lo que pasaba.

Pues bien, señora, lo que tengo que manifestar a usted es que, lo mismo Carlota que yo, deseamos casarnos cuanto más antes.

¡No, no! ¡yo no!exclamó la joven encendida en rubor y echando a correr.

D.ª Carolina se mostró sorprendidísima.

¡Pero eso es un escopetazo, Costa! Razón tenía usted en decir que me iba a dar un susto. ¡Ave María Purísima! ¡Quién había de pensar!

Y por algunos momentos no dejó de hacerse cruces y proferir exclamaciones. Repuesta al fin un poco, llamó a Carlota.

¡Niña, no seas ridícula, ven aquí!

Y en voz baja añadió:

¡Pobrecilla! La ha puesto usted en un apuro.

Vino Carlota hecha una rosa de Alejandría por lo roja y por lo hermosa. Sentáronse los tres en el sofá, la mamá en el medio, y cogiendo amorosamente las manos de su hija y mirando a Mario de reojo, se expresó de esta manera:

A pesar del susto, no le guardo rencor. Me esperaba que algún día había de suceder esto, aunque, a la verdad, no tan pronto. Mentiría, Costa, si le dijese que no me es usted muy simpático y hasta que le quiero ya como cosa propia. No tiene nada de particular. Basta que una persona quiera a mis hijas para que la adore yo. Lo que mis hijas desean, eso es precisamente lo que a mí me complace. Soy una débil criatura sin voluntad propia; todo el mundo lo sabe. ¡Hablarme a mí de que desean casarse! ¿Para qué? De antemano tienen ya mi consentimiento para eso como para todo lo que se les antoje. Mi carácter es así. Aunque me parezca prematuro el matrimonio y que convendría esperar algo más, porque usted no se halla, desgraciadamente, en posición de sostener las cargas de una familia, no lo puedo remediar Por mí, mañana mismo les echa la bendición el cura. Es una desgracia tener este carácter, señor Costa, créame usted. Mis amigas me dicen con razón: «Tú no eres una mujer, Carolina, eres un trapo.» ¿Y qué le vamos a hacer? Cada cual es como Dios le crió. De todos modos, le agradezco en el alma que haya contado conmigo Demasiado sé que es pura galantería, pero lo agradezco Vamos ahora a lo más principal, mejor dicho, a lo único principal que hay en este negocio. ¿Quién se lo dice a Sánchez? ¿Quién le pone el cascabel al gato?

Mamaíta, díselo túmanifestó Carlota, cuyas mejillas no habían perdido su vivo color rojo.

¿Lo ve usted?exclamó la buena señora, volviendo el rostro lleno de dulce condescendencia hacia Mario.¡Cuando yo lo decía! Bien, hija mía, bien; yo se lo diré Para mí será el desaire si lo hay. Prefiero sufrirlo yo todo. Y para que vean ustedes adónde llega mi complacencia, ahora mismo se lo voy a decir; ahora que está solo en su cuarto ¡Ea, valor!

D.ª Carolina se alzó del sofá y dio tres o cuatro pasos.

¡Si supieran ustedes cuánto lo temo!dijo parándose.No lo puedo remediar; siempre que voy a decir algo importante a Pantaleón, me sucede lo mismo, me pongo temblorosa; toda me aturrullo Mire usted cómo me tiembla la mano, Costa.

Mario apretó la mano de su futura suegra, pero no pudo comprobar el temblor. Lo único que advirtió es que estaba fría.

Sí, sídijo galantemente,y además está fría.

¡Friísima! Lo mismo me pasa siempre Vaya, armémonos de valor. Voy antes a beber una copita de Jerez para criar fuerzas Hasta luego, hijos míos, hasta luego y ¡buena suerte!

Todavía desde la puerta se volvió con semblante risueño, radiante de condescendencia.

¡Cómo me late el corazón!exclamó llevándose la mano al pecho.¡Adiós! ¡Buena suerte!

A quien le latía hasta querer saltársele del pecho era al pobre Mario. No se atrevió a mirar a Carlota. Tampoco ésta volvió su rostro hacia él. Felizmente vino a sacarlos del apuro la bella Presentación. Entró seria, ceñuda y, sentándose cerca del balcón, exclamó con un suspiro:

¡Ea! ¡Ya estoy en funciones!

Lo mismo Carlota que su novio no pudieron menos de sonreír. Trascurrieron algunos minutos en silencio.

¡Friísima! Lo mismo me pasa siempre Vaya, armémonos de valor. Voy antes a beber una copita de Jerez para criar fuerzas Hasta luego, hijos míos, hasta luego y ¡buena suerte!

Todavía desde la puerta se volvió con semblante risueño, radiante de condescendencia.

¡Cómo me late el corazón!exclamó llevándose la mano al pecho.¡Adiós! ¡Buena suerte!

A quien le latía hasta querer saltársele del pecho era al pobre Mario. No se atrevió a mirar a Carlota. Tampoco ésta volvió su rostro hacia él. Felizmente vino a sacarlos del apuro la bella Presentación. Entró seria, ceñuda y, sentándose cerca del balcón, exclamó con un suspiro:

¡Ea! ¡Ya estoy en funciones!

Lo mismo Carlota que su novio no pudieron menos de sonreír. Trascurrieron algunos minutos en silencio.

Pero vamos a verprofirió después volviéndose airada hacia ellos,¿cuándo me van ustedes a dejar en paz? ¿Se quieren ustedes casar pronto, empachosos?

De eso se tratarespondió gravemente Mario.

Y como la joven le mirase sorprendida, su hermana añadió tímidamente:

Mamá se lo está comunicando en este momento a papá.

La cara de Presentación expresó un gozo sincero.

¿Es de veras? ¡Cuánto me alegro, hermana de mi alma!exclamó levantándose y abrazándola con efusión.¡Toma un beso, toma dos, toma veinte! Sea enhorabuena. Démela usted a mí también, Costa, y pídame perdón por las mil iniquidades que ha hecho conmigo ¡Qué gusto, Virgen de Atocha! Ya concluyeron las centinelas. Ahora son ustedes los que me van a guardar a mí. ¡Y que no te voy a dar poca tarea, Carlota! Me vas a sacar a paseo todos los días, ¿sabes? todos, sin faltar uno. Y por la mañana me llevarás a misa y después después unas vueltas entre calles para lucir este cuerpecito

Daba saltos de alegría y batía las palmas la revoltosa niña, tanto por la perspectiva de aquella bienandanza como por ver a su hermana feliz; porque en el fondo no era mala, aunque Timoteo la apellidase casi todas las noches ingrata y orgullosa con el violín.

Mas he aquí que en lo más recio de esta alegría turbulenta aparece D.ª Carolina. Nada más que con mirarla comprendieron Mario y Carlota lo que había. Traía la cara larga, larga como si viniese de un entierro. ¡Ay, sí, el entierro de las esperanzas de Mario! Mientras se acercaba lentamente hacia ellos ejecutó un sinnúmero de muecas y visajes, expresando alternativamente el dolor, la protesta y la resignación. Sentose de nuevo en silencio entre los dos, y en silencio también y con rara energía apretó las manos a Mario fijando en él al mismo tiempo una mirada de indefinible tristeza.

No se apure, señoraexclamó éste haciendo de tripas corazón, esforzándose por sonreír.¿No puede ser? Lo siento muchísimo; pero lo mismo Carlota que yo sabremos tener calma y esperar con paciencia.

D.ª Carolina se llevó el pañuelo a los ojos como si quisiera llorar.

¿Qué es eso? ¿No hay boda?preguntó Presentación; y, levantándose con ademán desabrido, añadió:¡Bah, bah! La culpa ya sé yo de quién es.

No hubo más remedio que resignarse. Don Pantaleón hallaba prematuro el matrimonio. Los hombres, según decía su esposa, miran las cosas de un modo prosaico; se fijan en el porvenir, en las necesidades y obligaciones que trae consigo; todo lo ven de color negro. Nosotras procedemos de otro modo, por entusiasmo, por cariño; cuando se nos interesa el corazón no queremos ver las dificultades. Por mi parte, aunque no tuviese usted empleo ninguno, aunque fuese un pobre de la calle, bastaría el afecto que le tengo para que le entregase a mi hija sin reparar en nada.

IV

Esperaron, pues, pacientemente a que Sánchez se ablandara. La vida siguió deslizándose en la misma forma que antes, creciendo de día en día la confianza y el cariño entre nuestro joven y la familia de su novia. No salía de la casa. Cuando iban a paseo por Recoletos, Mario y Carlota marchaban delante y detrás D.ª Carolina y Presentación. Al poco tiempo todo Madrid los conocía. «Ahí vienen los novios,» se decían los paseantes al verlos. Entre algunos chistosos comenzó a llamárseles I promessi spossi. Y como suele suceder, al cabo de algunos meses llegaron a aburrir a la gente. ¡Pero, señor! ¿cuándo se casan estos chicos?

D.ª Carolina consintió al fin, a ruego de Mario, en tutearle, y hasta llevó su condescendencia a permitir que la llamase mamá, todo en secreto por supuesto y cuando Sánchez no se hallaba presente. Un día que delante de éste se le escapó llamarle de tú, ¡Jesucristo, lo colorada que se puso la buena señora! Mario estaba hechizado; la adoraba.

Pocos meses después acaeció un cambio en la política. Cayó el ministerio y se formó otro nuevo. El ministro de Ultramar saliente se acordó de Mario por la amistad que había mantenido con su padre y le dejó ascendido en lo que se denomina en términos burocráticos testamento. Tenía diez y seis mil reales de sueldo. D.ª Carolina mostró al saberlo una alegría verdaderamente maternal. Tanto que a los pocos días le llevó sigilosamente hacia un rincón y le dijo con misterio que si se lo permitía iba a dar «otro tiento» a Sánchez: desconfiaba bastante del éxito, pero iba a hacer un esfuerzo supremo «Ya veríamos.»

En el pecho del joven escultor renacieron súbito las esperanzas. Se puso tan nervioso, que la bondadosa señora, para completar su caritativa obra, mostrose propicia a ir en aquel mismo momento al cuarto del severo esposo. Mario no pudo contenerse; poco menos que la hizo salir a empujones de la habitación. Ella sonreía dulcemente llamándole loco.

¡Qué zozobra! ¡qué congojas las de los novios mientras permaneció por allá! Llegó a tal extremo, que Mario ¡pobre muchacho! consintió en rezar con Carlota algunos padres nuestros para obtener un resultado favorable.

El cielo escuchó sus oraciones. D.ª Carolina se presentó al cabo de media hora radiante de dicha. Y antes de que saliese una palabra de sus labios, corrió hacia su hija y la abrazó estrechamente derramando un torrente de lágrimas. Después hizo lo mismo con Mario. Éste experimentó tan fuerte emoción, que quiso volverse loco. Lloró, rió, bailó, besó las manos a su futura suegra llamándola madre, prometiéndole amarla y obedecerla siempre como un hijo sumiso; en fin, mil ridiculeces que harán sonreír a todo el que no haya estado de veras enamorado.

Desde entonces no se habló más que de la boda. Comenzaron a comprar la ropa blanca; esto es, comenzó el único período de la existencia que puede dar idea aproximada de lo que acontece en el cielo. Esta memorable etapa de la ropa interior ejerció tal influencia en la felicidad de Mario, que muchos años después, al pasar delante de un bazar de ropa blanca y ver colgadas en el escaparate algunas enaguas y camisas de señora, aún sentía latir su corazón conmovido. D.ª Carolina fue el Espíritu Santo de este almo cielo. Cuando nuestro joven la veía ponerse las gafas y tomar entre sus dedos una chambra, frotarla cuidadosamente, acercarla a los ojos para ver si descubría alguna pérfida hebra de algodón entre su cándido hilo, un estremecimiento de dicha inefable corría por su cuerpo; la emoción le ahogaba; necesitaba volverse de espaldas para no caer a sus pies y expresarle en términos fervorosos delante de los horteras toda la veneración, todo el entusiasmo que su conducta generosa le inspiraba.

Luego se fijó el día: se discutió la forma en que había de celebrarse. Antes se había convenido en que los novios no vivirían aparte «por ahora.» El pequeño sueldo de Mario no lo consentía. D. Pantaleón manifestó por boca de su esposa que mientras el matrimonio no se hallase en condiciones de establecerse, viviría en su compañía. El mismo D. Pantaleón resolvió que la boda se celebrase con un día de campo en los Viveros, como era uso y costumbre entre el elemento distinguido del comercio de Madrid.

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