Para ello utilizó los medios que estaban a su alcance, con elementos parateatrales, por ejemplo. Es muy abundante y reiterado el modelo iconográfico del Maestro predicando de pie, en un espacio abierto, brindando inclusive la distribución de su audiencia (Miguel del Prado, Colantonio, Bellini, Bartolomeo degli Erri, etc.), teniendo cuadros muy similares Siano di Pietro de la predicación de San Bernardino de Siena, franciscano vinculado a San Vicente y otro de los grandes predicadores populares de la época.
Puede pensarse que esta ubicación en un espacio al aire libre es fruto de la inclinación o gusto estético del pintor. Quizá sea así, pero también responde a las necesidades materiales del momento. Había una prohibición de la legislación eclesiástica de predicar en lugares sagrados, pero los Mendicantes (dominicos, franciscanos, etc.) desde su origen en el siglo XIII tenían un privilegio al respecto para facilitar su actividad predicadora y que no están en relación con los poderes especiales que tenía desde el comienzo de su predicación itinerante en 1399 (Robles Sierra 1994). Y así, por ejemplo, el valenciano predicó en el huerto del Convento en Palma en la Isla de Mallorca, o en Salamanca en el Monte Olivete casi a orillas del Tormes. En Valencia en la Plaza del Mercado, en la Plaza del convento de Santa Tecla, etc.
Una de las obligaciones de los que le habían llamado para que predicase en el lugar bien autoridades eclesiásticas o bien civiles, una de las expresiones de la denominada «religión cívica» era levantar un amplio y elevado estrado de madera desde el que iba a predicar y que se colocaba en una plaza grande, o en una amplia llanura de algún descampado, capaz de recibir la multitud que se reunía, ya que de ordinario no cabía en ningún templo local. Querían que la palabra del predicador pudiese llegar a todos y los espacios cerrados no permitían en el caso de grandes muchedumbres. Dotado de poderosa y sonora voz, tenía facultades para ser oído desde muy lejos de hecho, era oído, quizá con más exactitud entendido, por todos, y su predicación llegaba al corazón de sus oyentes.
El Arzobispo de Toulouse, Bernard de Rosergio, declaró en 1454 (Proceso de Canonización del Maestro Vicente Ferrer 2018: 416-422) que cuando predicaba tanto los primeros y más cercanos al púlpito, como los últimos y más alejados incluso a la distancia que alcanza la flecha de un tiro de ballesta, confesaban haber oído y entendido plenamente al Maestro Vicente predicando; lo cual era considerado por todos como don especial de Dios. Afirmación que ratifican otros muchos testigos del mismo Proceso de Canonización.
De pie y ante su auditorio, el Maestro Vicente Ferrer se transformaba. Los años pasan y dejan huella. Su larga y agotadora carrera de predicador acusaba sus efectos. Envejeció como todo mortal, pero al empezar el sermón parecía otro. Desaparecía el decrépito, cansado y agotado varón, y se imponía un hombre nuevo en plenitud de facultades. El ya citado Arzobispo de Toulouse lo declaró con elocuente precisión al señalar que se dirigía al pueblo y empezaba su sermón con rostro alegre y de buen color, como si fuese un joven de veinte o treinta años, con tanto fervor, pronunciando sus palabras con voz clara y resonante, con tanta y tan excelente elocuencia, que todos los que le escuchaban, tanto ancianos como jóvenes, tanto mayores como pequeños, tanto los instruidos como los sencillos, llenos de admiración recibían la Palabra de Dios con mansedumbre y caridad; no se cansaban, aunque la predicación en general durase cada día por lo menos tres horas e incluso en un Viernes Santo duró seis.
Evidentemente todas estas estrategias comunicativas auténtica perfomance diríamos hoy ya que utilizaba tanto recursos externos como recursos literarios tales como extra-literarios, como lo hacían otros grandes predicadores de la época (p. e. San Bernardino de Siena) (Esponera Cerdan 2015), estaban al servicio de la mejor comunicación del mensaje evangélico.
También quiero referirme a la presentación del Maestro como de una predicación tremendista y apocalíptica. Hoy por hoy puede afirmarse que del tantas veces mencionado inventario de los novecientos nueve themas de sermones vicentinos, por lo menos un 90 % de ellos no se refieren ni en la enunciación ni en el desarrollo al Juicio final ni al fin de los tiempos (Robles Sierra - Esponera Cerdán 2005: 636). Sin embargo, al respecto hay discrepancias y así por ejemplo a principios del siglo XX Roque Chabás escribió: «Todos sus sermones versan sobre el mismo tema: el mundo está ya en sus postrimerías, pronto se ha de acabar, estamos ya viendo al Ante-Cristo». (Chabás 1902-1903: 4). Este tipo de diferencias han sido también señaladas actualmente por Niederlander.
Pero hay que señalar que tuvo una importante evolución al respecto. Y así durante la duración del Gran Cisma de Occidente presentó íntimamente relacionados el Anticristo, el Juicio final y el señalado Cisma. Pero ya en los sermones de Cuaresma de 1417, por tanto, en pleno camino de la superación de este último, ya no une Anticristo y Juicio final, siendo de este y solamente de este que señala que vendrá «cito et bene cito et valde breviter», que tiene cierta reminiscencia de palabras de Jesús según el Evangelio (Jn. 16,32). Y es que para él los tiempos del Anticristo estaban íntimamente unidos a los del Cisma.
En nuestra opinión como ya indicó Gorce en 1924 (Gorce 1924: 147) este recurso a los tintes apocalípticos por parte del Maestro tuvieron una dimensión moralizante. Era en realidad una simple estrategia adoctrinadora en palabras del Papa Pío II, pues su Bula de Canonización (Bullarium Ord. Pred. 1731 III: 379 y ss; Diago 1599: 214v-217r; Esponera Cerdán 2005: 449-455) refrendaba la opinión de algunos coetáneos al Maestro Ferrer que aseguraban que la proximidad del final de los tiempos, la utilizaba para asustar.
Finalmente, en varios de los textos citados, Vicente Ferrer ha señalado su rechazo a los poetas y filósofos. Véase lo que dice Daileader al respecto. En Montpellier en noviembre y diciembre de 1408,
responsabilizaba a los teólogos de su penosa actuación. Dios permitiría al Anticristo interferir en la habilidad para hablar de los teólogos porque los teólogos habían descuidado el estudio de la Biblia hasta tal punto que incluso los judíos adolescentes conocían la Biblia mejor que los maestros cristianos de teología. En lugar de estudiar la Biblia, los teólogos y religiosos estudiaban con mayor esmero diversas obras fútiles como los sofismas, Virgilio, y otros poetas frívolos. Su hostilidad antihumanista hacia el estudio de Virgilio y los poetas no sorprende; en Castilla, en febrero de 1412, Vicente elogió a los frailes que predicaban una doctrina espiritual que tocaba el corazón, pero reprendió a aquellos que predicaban una doctrina filosófica con citas de poetas. Algunos frailes citaban a poetas hasta treinta veces en sus sermones; dichos frailes no lograban conducir a sus oyentes hacia la mejora moral y ellos mismos deberían ser llamados hijos de prostitutas. En cuanto a los que afirmaban que San Pablo citaba a poetas cuando predicaba, Vicente replicaba que Pablo, durante los treinta y siete años de predicación posteriores a su conversión, citó a poetas en solo tres ocasiones, un total completamente insignificante, como tres granos de cebada en un gran cargamento 13.
Y es que el Maestro rechazaba la vanagloria y superficialidad que muchas veces poseían estos aparentemente cultos predicadores 14.
Concluyendo. Como es bien sabido, no sólo predicó por la Corona de Aragón y la de Castilla, sino por buena parte de la Europa occidental y además sus sermones se leyeron y editaron posteriormente en Europa por considerársele modelo de predicador y sus sermones ejemplos a seguir.
Concluyendo. Como es bien sabido, no sólo predicó por la Corona de Aragón y la de Castilla, sino por buena parte de la Europa occidental y además sus sermones se leyeron y editaron posteriormente en Europa por considerársele modelo de predicador y sus sermones ejemplos a seguir.
En un sermón de su periplo mallorquín iniciado a fines de 1411, pero se desconoce el lugar y el día, señala que la Santa Escritura, y especialmente el Santo Evangelio, es denominado huerto cerrado y no campo, según aquello de «Huerto cerrado eres» (Cant 4,12) (Aviñón 2019: 1179, sermón 89). Añadiendo que buen huerto cerrado será el que tenga como muro pared altísima, portal pequeño y estrecho y buena puerta y barra. Del mismo modo, el santo Evangelio es muro altísimo, esto es cercado con la fe cristiana, que asciende al Cielo en tal grado, que ningún infiel ni hereje o cismático puede entrar para destruir el fruto. Su portal estrecho y bajo es la humildad, y por ello ningún soberbio puede entrar para coger los frutos de los secretos ni comprenderlos. La puerta firme es la pobreza apostólica, y por ello, aunque sean muchos los que lo deseen, sin embargo, no pueden hallar los tesoros espirituales, al estar impedidos por los tesoros de este mundo. La cerradura (o barra) es la penitencia, por ello las personas deliciosas o lujuriosas no pueden entrar para comer de los frutos de este huerto, porque no sienten la dulzura, pues han perdido el paladar con la dulzura de los vicios. Sin embargo, está abierto al cristiano de corazón humilde, al pobre de espíritu y al penitente, esos sienten el sabor de sus frutos y de esos dice Cristo, señor del huerto: «Venga mi amado a su huerto y coma del fruto de sus manzanos» (Cant 5,1). Adviértase que «amado» de Cristo es el cristiano, que tiene en su corazón fe firme y humildad. Nótese también que dice «a su huerto» y el Evangelio es el huerto donde Cristo es señor, pero se dice finalmente que es del cristiano porque ha sido hecho para él. He aquí la razón de que al Santo Evangelio se le denomine huerto. Por tal razón, dice el mismo Maestro Vicente yo ordenaré en el huerto del Evangelio tres taulas de acuerdo a las tres principales partes que tiene.
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