El Concordat signat per lEstat espanyol i el Vaticà restablia el paper de vigia cultural de lEsglésia, amb la col·laboració de la Corona, perquè sobservés lortodòxia catòlica en tots els camps del saber mitjançant els seus representants, principalment «los obispos en los casos que lo pidan, principalmente cuando hayan de oponerse a la malignidad de los hombres que intenten pervertir los ánimos de los fieles y corromper sus costumbres, o cuando hubiera de impedirse la publicación, introducción o circulación de libros malos o prohibidos».
El conveni també obria la possibilitat, de nou, perquè alguns ordes religiosos poguessin fundar col·legis densenyament amb finalitats filantròpiques i donava plena independència a la instrucció dels seminaris. Concretament, larticle 28 del conveni disposava que «la educacion é instruccion de los alumnos de los seminarios, será segun lo juzguen conveniente los diocesanos; y que en todo lo perteneciente al arreglo de aquellas casas, se observarán los decretos de Trento». Fins i tot, seliminava la facultat de teologia de les universitats perquè fossin els mateixos seminaris els únics centres capacitats per impartir aquests estudis amb professors triats pels mateixos bisbes, fugint així del control estatal. La recuperació de lEsglésia, segons Sánchez de la Campa, shavia donat «porque el partido teocrático, organizado y disciplinado há muchos siglos, cuenta con elementos inmensos y con la accion directa que ejerce sobre las conciencias en las naciones católicas», cosa que possibilitava que «los estudios eclesiásticos adquiriesen una preponderancia absoluta, que transmitida de generacion en generacion y de época en época, llegase hasta nuestros dias».[72]
Segons José de la Revilla, ajudant de Gil de Zárate en la redacció del pla de 1845, el Concordat i el traspàs de les funcions educatives al ministeri de Gràcia i Justícia en 1851 era recolzat per un grup que tenia «las palabras civilización y filosofía borradas de sus diccionarios privados, sea cual fuere la acepción en que se tomen», de tal manera que aquelles «personas respetables hirieron de muerte, sin conocerlo, el sistema de nuestros estudios filosóficos, inaugurado por el plan de 1845». Per tant, a mitjan segle XIX sacarnissaven «las luchas sostenidas des de muchos años há entre los defensores de la ciencia y la prudente libertad del pensamiento, y los que en una y otra encuentran obstáculos invencibles a sus ideas de dominación universal».[73]
La reunió dels afers religiosos i educatius en un mateix ministeri va originar, ineludiblement, canvis substancials en la instrucció. Així, el pla-reglament del curs 1852-1853 arranjà definitivament el de 1845, tot establint un nou reordenament de lensenyament mitjà, que era considerat en aquell document com una preparació exclusiva per a les carreres superiors, amb un notable predomini de la llatinitat, tot rebutjant el plantejament enciclopèdic dels programes educatius anteriors, basats en currículums de continguts molt més exhaustius. Així, es dividia el batxillerat en dos fases de tres anys cadascuna, caracteritzades per una major hegemonia del llatí en la primera part i la gradual introducció dassignatures daltres matèries en la segona, tot i que suprimia el coneixement del francès perquè era «facil de adquirir por ser muchos los que se dedican á enseñarla», cosa que indignava a Revilla, el qual considerava que «no puede consentirse que el estudio de las lenguas se haga tan imperfectamente».[74]Quant als estudis superiors, només se suprimien els ensenyaments preparatoris de les facultats i es modificaven algunes assignatures de Farmàcia o Medicina, consolidant la nova facultat dAdministració creada en 1850, la qual cosa també era una errada per a Revilla que la considerava un duplicat de la de jurisprudència. Finalment, seradicava la mínima possibilitat delecció de textos que tenien els mestres fins llavors, davant la voluntat religiosa de vetllar «por la pureza de las doctrinas».[75]
Laprovació del pla del 52 provocà la crítica dalguns destacats estudiosos del fet educatiu com Sánchez de la Campa i José de la Revilla, per al qual
en España estamos experimentando cuarenta y seis años ha, las tristes consecuencias de esa vacilación e inestabilidad de ideas, efecto necesario de la falta de un centro común de intereses que pueda producirles fijos y estables. Búscase a ciegas la pública felicidad, y cada cual juzga hallarla concretada a una organización de la sociedad en abstracto, contemplándola por el prisma de una teoría gratuita, que no tiene cimiento seguro en el interés individual, ni en el común y positivo de todas las clases del Estado.
Per al col·laborador de Gil de Zárate, «el frecuente cambio en el personal del Gabinete trae forzosamente consigo la continua variacion de opiniones y sistemas que destruyen los anteriormente adoptados, sin prévio y desapasionado exámen de las razones y fundamentos que se tuvieron en cuenta al trazar la obra primitiva». La reforma de 1852 retornava al tradicional model espanyol en què lEsglésia controlava lensenyament i el dirigia als cànons escolàstics i religiosos, deixant de banda el progrés experimentat per la filosofia (la secundària) entre 1845 i 1850. De la Revilla no entenia perquè «no cuidaron los contrarios de examinar, ni aquella imprescindible necesidad que impulsa á los pueblos á variar su modo de ser conforme van cambiando sus condiciones sociales, ni uvieron en cuenta el deplorable estado á que la filosofia se hallaba reducida en España antes de 1845».[76]
Els eclèctics, angoixats pel Concordat, temien que es reduïssin «los derechos y prerrogativas del poder temporal»; i que, en segon lloc, «el progreso de la instrucción civil no sólo será detenido en su marcha, sino que también se verá reducida la enseñanza, principalmente la científica, al mismo lamentable estado de postración en que todavía la hemos conocido hasta el promedio del presente siglo».[77]En conseqüència, Revilla avisava que si els progressistes i moderats de centre no reaccionaven a temps,
no está lejos el día en que, siguiendo el sendero por donde hemos entrado desde el año 1851, suceda lo que presiento. Y ¡ay de nosotros y de la futura grandeza de España! Desaparecerán cuantas esperanzas nos hizo concebir la revolución de ideas regeneradoras del siglo presente, y seremos espectadores pasivos del engrandecimiento de las demás naciones, mientras todo lo esperaremos de la fecunda semilla de los seminarios, solamente útiles, si bien se organizan, para producir excelentes pastores del rebaño de J. C. Entonces el clero se hará dueño de la enseñanza; y no debemos perder de vista, que quien de ella se apodere se hará igualmente dueño del Estado.[78]
Aquell apocalíptic panorama que presentava Revilla no es complí, doncs la situació política del país tornà a canviar substancialment després de la revolució de caire progressista del juny de 1854. Amb el canvi polític es recuperà el procés de secularització de la instrucció, engegat amb el pla Pidal de 1845 i interromput amb els reglaments moderats posteriors, especialment els dels anys 1850 i 1852. Daquesta forma, el 25 dagost es restablien els estudis universitaris públics de Teologia que, recordem-ho, des de 1852 havien passat a dependre exclusivament de lEsglésia i els seus centres, i es prohibia la matriculació dalumnes externs en els seminaris conciliars, que en els dos últims cursos havien pres una volada inusitada.
Laprovació del pla del 52 provocà la crítica dalguns destacats estudiosos del fet educatiu com Sánchez de la Campa i José de la Revilla, per al qual
en España estamos experimentando cuarenta y seis años ha, las tristes consecuencias de esa vacilación e inestabilidad de ideas, efecto necesario de la falta de un centro común de intereses que pueda producirles fijos y estables. Búscase a ciegas la pública felicidad, y cada cual juzga hallarla concretada a una organización de la sociedad en abstracto, contemplándola por el prisma de una teoría gratuita, que no tiene cimiento seguro en el interés individual, ni en el común y positivo de todas las clases del Estado.
Per al col·laborador de Gil de Zárate, «el frecuente cambio en el personal del Gabinete trae forzosamente consigo la continua variacion de opiniones y sistemas que destruyen los anteriormente adoptados, sin prévio y desapasionado exámen de las razones y fundamentos que se tuvieron en cuenta al trazar la obra primitiva». La reforma de 1852 retornava al tradicional model espanyol en què lEsglésia controlava lensenyament i el dirigia als cànons escolàstics i religiosos, deixant de banda el progrés experimentat per la filosofia (la secundària) entre 1845 i 1850. De la Revilla no entenia perquè «no cuidaron los contrarios de examinar, ni aquella imprescindible necesidad que impulsa á los pueblos á variar su modo de ser conforme van cambiando sus condiciones sociales, ni uvieron en cuenta el deplorable estado á que la filosofia se hallaba reducida en España antes de 1845».[76]
Els eclèctics, angoixats pel Concordat, temien que es reduïssin «los derechos y prerrogativas del poder temporal»; i que, en segon lloc, «el progreso de la instrucción civil no sólo será detenido en su marcha, sino que también se verá reducida la enseñanza, principalmente la científica, al mismo lamentable estado de postración en que todavía la hemos conocido hasta el promedio del presente siglo».[77]En conseqüència, Revilla avisava que si els progressistes i moderats de centre no reaccionaven a temps,
no está lejos el día en que, siguiendo el sendero por donde hemos entrado desde el año 1851, suceda lo que presiento. Y ¡ay de nosotros y de la futura grandeza de España! Desaparecerán cuantas esperanzas nos hizo concebir la revolución de ideas regeneradoras del siglo presente, y seremos espectadores pasivos del engrandecimiento de las demás naciones, mientras todo lo esperaremos de la fecunda semilla de los seminarios, solamente útiles, si bien se organizan, para producir excelentes pastores del rebaño de J. C. Entonces el clero se hará dueño de la enseñanza; y no debemos perder de vista, que quien de ella se apodere se hará igualmente dueño del Estado.[78]
Aquell apocalíptic panorama que presentava Revilla no es complí, doncs la situació política del país tornà a canviar substancialment després de la revolució de caire progressista del juny de 1854. Amb el canvi polític es recuperà el procés de secularització de la instrucció, engegat amb el pla Pidal de 1845 i interromput amb els reglaments moderats posteriors, especialment els dels anys 1850 i 1852. Daquesta forma, el 25 dagost es restablien els estudis universitaris públics de Teologia que, recordem-ho, des de 1852 havien passat a dependre exclusivament de lEsglésia i els seus centres, i es prohibia la matriculació dalumnes externs en els seminaris conciliars, que en els dos últims cursos havien pres una volada inusitada.
Més endavant, quan es consumà políticament la revolta progressista de 1854, es traspassaren de nou les funcions educatives al Ministeri de Foment, com ja shavia fet inicialment en 1834, organisme que sencarregà de leducació espanyola fins al 1900, en què per fi es creà un ministeri propi amb el nom dInstrucció Pública i Belles Arts. Aquest continu trasbals de competències educatives dun ministeri a un altre encobreix la lluita entre els partits progressista i moderat, en els anys centrals del segle XIX, per atorgar el control del sistema educatiu espanyol exclusivament a lEstat o acceptar la supervisió de lEsglésia, que pretenia recuperar el paper hegemònic que havia mantingut en lantic règim.
No obstant això, des de les posicions centristes dambdós partits cada cop es prenia més consciència de la necessitat de crear un ministeri propi encarregat dels afers educatius i, al mateix temps, delaborar una llei densenyament global de consens que situés en el context liberal a lEsglésia. Amb tot, encara quedava lluny de ser, fins i tot, plantejada com una possibilitat la recomanació dels autèntics pedagogs, com Revilla, de «encomendar tan importante tarea a personas, ni prevenidas ó fanatizadas por los sistemas antiguos, ni tampoco por modernas utopias; personas, en fin, que versadas en ciencias y letras, reunan ademas gran práctica en los negocios del ramo, larga experiencia en toda clase de sistemas y métodos de enseñanza, y en la organizacion y disciplina de los establecimientos de pública instruccion».[79]A pesar dels assenyats consells de Revilla, el primer intent destructurar una única llei dinstrucció pública fou el dun polític, concretament el del ministre de Foment progressista Manuel Alonso Martínez,[80]qui el 22 de desembre de 1855 presentava al Parlament el seu projecte de llei per a lensenyament espanyol, tot i que un nou canvi de govern a començaments de 1856 a favor, altre cop, dels moderats impedí la seva discussió i aprovació a les Corts.
Ara bé, lanàlisi de larticulat del 55 ens descobreix que advocava per la necessitat de bastir un codi general per a tots els nivells de la instrucció amb la voluntat daconseguir una certa unitat de criteri i, sobretot, cohesió a lhora daplicar la legalitat. Per això establia que la instrucció primària havia de ser general i obligatòria per a tots els nens espanyols compresos entre els 6 i 9 anys; que lensenyament secundari, a més de preparatori per als estudis superiors, fos lencarregat de cobrir la vessant formativa professional, per a la qual, en un principi, havia estat creat; i que els estudis de tercer nivell fossin els adients per fornir el gruix despecialistes de les professions més exigents en coneixements, les quals requerien un procés més llarg daprenentatge. La llei volia crear dues facultats noves (Filosofia, dividida en dues branques: Lletres i Ciències, per una banda, i Ciències Polítiques i Administració, per laltra) i plantejava dos ensenyaments especials en Indústria i Antiguitats. També ratificava el manteniment econòmic de lensenyament consolidat en anys anteriors, que establia que la instrucció primària es devia sufragar per les institucions locals/municipals, la secundària per les diputacions i la superior per lEstat. Finalment, el projecte progressista volia trencar la cooperació engegada en els últims anys entre lEsglésia i lEstat, la qual contribuïa a consolidar un programa educatiu controlat per la rigidesa ideologicoreligiosa. Per tant, els progressistes pretenien recuperar la tendència política liberal inicial que apartava a lEsglésia de leducació pública. Paral·lelament, posaven moltes traves a la creació de centres densenyament privat, donat que en anys anteriors havien sovintejat les fundacions de col·legis religiosos amb el suport eclesiàstic; també prohibia la formació secundària en els seminaris conciliars, i fins i tot disposava que els estudis cursats en aquells establiments, exclusivament catòlics, havien de seguir les normes dictades per la llei per poder-se incorporar a la Facultat de Teologia.[81]