El cambio en la concepción de la subjetividad ha tenido lugar, tanto en el ámbito individual o autobiográfico como en el ámbito colectivo del debate científico, y sobretodo, en el de la teoría feminista, no sólo por una causa interna de coherencia del discurso en su conjunto. En él ha actuado, también, la creciente conciencia del carácter intercultural a parte de interdisciplinar del trabajo intelectual. La decidida entrada en la escena del sujeto de aquellos considerados «otros», trabajadores, mujeres, negros y muchos más, ha hecho inevitable la conciencia de la pluralidad de los sujetos y de las relaciones entre ellos. La percepción de la diáspora de la cultura como problema ineludible de toda investigación contemporánea, ha sido acompañada por la angustiosa preocupación por el papel que, como sujetos, Europa y Norteamérica han seguido desempeñando en el mundo. Por lo que a mí respecta, las guerras europeas, especialmente la de Yugoslavia, han tenido un papel determinante en este proceso de reflexión. La más reciente, la de Kosovo, me ha impulsado a retomar la práctica de la recogida de la memoria oral en dos investigaciones emprendidas en 1999. Una de ellas, que tiene como objeto las mujeres y que ha sido patrocinada por el Centro delle Donne de Bolonia y por Womens World, una asociación de mujeres de Nueva York, no está todavía terminada y pretende documentar la memoria de las mujeres kosovares antes y después de la guerra; la otra, promovida por el IOM (International Organization for Migration), ha dado lugar, hasta el momento, a la publicación de Archives of Memory (Losi, Passerini, e Salvatici, 2001), un vídeo y una página web. En el curso de estas investigaciones y de la elaboración de sus resultados, la primacía de la intersubjetividad ha alcanzado, según mi opinión, una nueva relevancia en lo referente a la aproximación metodológica e interpretativa.
La intersubjetividad dirige, de hecho, las posibilidades de transformación que caracterizan las expectativas de tales investigaciones. La pretensión de transformar se ha convertido en prioritaria en el curso de estas investigaciones, en el triple sentido de la expectativa de transformación de las narraciones, de los sujetos que investigan y de los sujetos que narran. En el caso de Kosovo, el trabajo de investigación había partido del reconocimiento de la heterogeneidad de las subjetividades comprometidas (a causa de las distintas bases religiosas, nacionales, ideales) y del deseo de ejercer una solidaridad y un intercambio que respetasen tal heterogeneidad, sin negar las más extremas situaciones de contraposición y al mismo tiempo sin renunciar a discernir las nuevas formas de intersubjetividad. «Cada entrevista abría un espacio de intersubjetividad entre voces y experiencias, en el cual, la solidaridad, las tensiones y los desacuerdos se reflejaban recíprocamente» (Capussotti, 2001).
En la investigación llamada a constituir los Archivos de la Memoria en Kosovo, los investigadores encontraron una narración dominante en todos los grupos entrevistados (kosovares, albaneses, serbios y gitanos) que se basaba en la constelación agresor-víctima-salvador; en este marco se reservaba a la memoria individual la única misión de convertirse en el arma de una identidad colectiva de naturaleza defensiva, atajando en términos de economía libidinal (Mai, 2001). El objetivo, por una parte, consistía en documentar la naturaleza heterogénea de la subjetividad, suspendiendo el juicio sobre aspectos cruciales, tales como la condición de la mujer, pero, por otra parte gracias también a un trabajo de dramatización teatral basado en las entrevistas trataba de remover las relaciones entre lo individual y lo colectivo para dar voz a algo que existía antes de la intervención de los investigadores: «Nuestra presencia servía para dar transparencia a una conexión que ya estaba implícita y que tendía a subrayar los mecanismos de autorrepresentación colectiva frente a una comunidad internacional» (Salvatici, 2001).
Mi participación en este experiencia, aún sin ocupar una posición central (realicé entrevistas a los gitanos supervivientes de la guerra en campos italianos y participé en la interpretación del material recopilado), me planteaba interrogantes apremiantes. ¿Qué sucede cuando se introducen sobre la escena de la historia y de la memoria los sujetos individuales que, no siempre de manera completamente consciente, son portadores de dos formas ligadas de subjetividad colectiva: la de las disciplinas historico-sociales, incluidas sus formas institucionales, y la de una comunidad internacional de contornos vagos pero con graves responsabilidades (en este caso, la indiferencia de Europa respecto a la antigua Yugoslavia, después la guerra de la OTAN y, finalmente, una campaña de ayuda caracterizada a menudo por la confusión y la incompetencia)? Aceptar el tema de la intersubjetividad en esta situación ha de suponer inevitablemente una asunción de responsabilidad compleja. Entre las tareas de aquellos que trabajan sobre la memoria y sobre la intersubjetividad se halla, por supuesto, la revisión de las categorías conceptuales y de las formas de interpretación. Creo que esta tarea va en la misma dirección de la crítica del eurocentrismo que he iniciado en otros trabajos, pero soy consciente de los límites de lo que, hasta el momento, se ha hecho sobre este terreno en Europa; es urgente que nos comprometamos, siguiendo el ejemplo de planteamientos como los de los Subaltern Studies, a fin de que, con posterioridad, se den pasos para transformar las relaciones entre el sistema de conocimiento de Occidente y las culturas y pueblos convertidos en su objeto de estudio (Guha 1997).
La intersubjetividad es el tema que liga todos los ensayos de esta colección. La memoria y la utopía connotan dos actitudes distintas del sujeto, una orientada hacia el pasado y la otra hacia el futuro, que convergen en un fuerte anclaje en el presente. Las dos posiciones comparten el carácter crítico de la relación con la actualidad que hace que este anclaje, gracias a los estímulos provenientes del pasado y del futuro, devenga móvil. Esto sólo es posible sobre la base de una concepción de un sujeto no unitario, sino autorreflexivo, capaz de reflexionar y de ironizar sobre sí mismo (cfr. I, 2): la intersubjetividad se halla enraizada en su constitución, en otras palabras, la relación con el otro es constitutiva del sujeto. La intersubjetividad define los términos de la constelación que se halla en el centro de esta recopilación: la memoria se concibe como relación entre el presente y el pasado, entre el silencio y la palabra, entre el individuo y la colectividad, y de este modo, como narración estructurada de formas de olvido individuales y colectivas (I, 1); la utopía se ha analizado en dos formas históricas: como compromiso crítico con la cultura y con la sociedad, posibilitado por el mantenimiento del estado de deseo en una comunidad no de sangre como la del sesenta y ocho (I, 3), y como formulación de una concepción de Europa y de ser europeo que critique todas las formas de eurocentrismo y reconozca la aportación del otro (por ejemplo, el género y la raza) como constituyente del sujeto (II, 4 y 5). En este sentido, la primacía de la subjetividad representa el eje en torno al cual gira la reflexión de mis anteriores posiciones sobre el sujeto en perspectiva histórica. El carácter ego-histórico de la reflexión debe ser tenido en cuenta para justificar las referencias a mis escritos anteriores.
Hasta aquí, he dedicado mi introducción a subrayar los nuevos desarrollos contenidos, implícita o explícitamente, en esta recopilación. En adelante, quisiera evidenciar algunas conexiones entre los escritos que la componen. En primer lugar, existen profundos lazos entre los ensayos que constituyen la Primera parte: la memoria (I, 1) es entendida como una forma de la subjetividad, incluso como una forma principal, la vía directriz de los historiadores para acercarse al tema del sujeto. Ha sido también mi vía personal. Siempre he considerado la memoria como una forma de subjetividad y en esta opinión se han inspirado mis intentos de interpretarla. Pero creo que es una opinión ampliamente compartida. En nuestros días, un gran debate sobre la conmemoración y el luto tras traumas colectivos como los que tuvieron lugar en tiempos de los totalitarismos, insiste sobre la pluralidad de los sujetos y sobre el carácter intersubjetivo de la memoria.
Hasta aquí, he dedicado mi introducción a subrayar los nuevos desarrollos contenidos, implícita o explícitamente, en esta recopilación. En adelante, quisiera evidenciar algunas conexiones entre los escritos que la componen. En primer lugar, existen profundos lazos entre los ensayos que constituyen la Primera parte: la memoria (I, 1) es entendida como una forma de la subjetividad, incluso como una forma principal, la vía directriz de los historiadores para acercarse al tema del sujeto. Ha sido también mi vía personal. Siempre he considerado la memoria como una forma de subjetividad y en esta opinión se han inspirado mis intentos de interpretarla. Pero creo que es una opinión ampliamente compartida. En nuestros días, un gran debate sobre la conmemoración y el luto tras traumas colectivos como los que tuvieron lugar en tiempos de los totalitarismos, insiste sobre la pluralidad de los sujetos y sobre el carácter intersubjetivo de la memoria.
La subjetividad aparece en estos ensayos bajo la luz del sujeto sexuado (I, 2). Precisamente, las aportaciones más interesantes y numerosas de los últimos decenios para reformular el concepto, provienen del campo de la teoría feminista. En este campo, la categoría de subjetividad se ha convertido en un punto teórico central que, como horizonte conceptual, resulta decisivo incluso cuando el tema en cuestión no es exactamente el de la diferencia sexual. La conexión entre subjetividad y género es pues fundativa, en el sentido propuesto por Sally Alexander (1994) subrayando las novedades introducidas en el estatuto epistemológico de la historia desde una perspectiva feminista: «La historia feminista intenta identificar las interrupciones y los silencios en la historia no sólo con la esperanza de restituir un pasado más pleno sino con la de escribir una historia que comience desde otro lugar. La subjetividad podría ser este «otro lugar», no tanto y no sólo, en el sentido de que la subjetividad es la sede de la diferenciación sexual, sino sobre todo, en el sentido de que ésta liga el pasado con el futuro gracias a la memoria y a la imaginación, establece un puente entre realidad y fantasía, y, finalmente, posee siempre una dimensión inconsciente».
La utopía (I, 3) se configura como un impulso de la subjetividad que asume una posición decididamente orientada hacia el cambio en el proceso histórico. Richard Càndida Smith, en sus trabajos sobre la historia de las vanguardias artísticas californianas, ha establecido un estrecho lazo entre ambos conceptos: «la utopía radical era una manera de utilizar los elementos de la experiencia subjetiva para reformular la organización social» (Richard C. Smith, 1995); «la aspiración utópica se convierte en una vía lógica para expresar la respuesta subjetiva a relaciones sociales conflictivas» (Richard C. Smith, 1999). Esta conexión puede asumir significados muy diferentes: mientras Smith muestra la relación entre una subjetividad masculina específica, situada en el centro de un contexto patriarcal, y la propuesta utópica de los artistas y de sus investigaciones, para otros autores, entre los que se encuentra quien escribe, parecía posible aislar una relación entre la subjetividad del mayo francés y en general de las alas radicales de los movimientos de estudiantes y de mujeres en los años sesenta y setenta y la utopía de una comunidad libre fundada no sobre lazos de sangre sino sobre afinidades electivas.
Los ensayos de la Segunda parte hacen referencia a una utopía concreta, al valor utópico que tuvo la idea de una Europa unida en el periodo de entreguerras, que ha sido recientemente retomada en varias intervenciones como la de Bronislaw Geremek (2002) y la de Václav Havel (2002). Resulta significativo que se trate de una utopía problemática y provisional, que se sitúa sobre el plano cultural, con posibles repercusiones políticas, y que exige un gran trabajo crítico sobre el eurocentrismo en el campo cultural. En otros trabajos he emprendido la tarea de construir una memoria de la utopía europeísta como fundamento de una identificación no de una identidad frente a una posible Europa. La relación entre las dos partes de este libro no consiste solamente en el añadido de nuevos temas, ligados a Europa, sino más bien en el intento de encontrar, desde una perspectiva crítica, una articulación y una especificidad histórica de los temas de la subjetividad y la utopía. Si se puede prescindir de un modelo empírico para una nueva forma de comunidad utópica es un problema que, para evitar toda referencia a una idea autoritaria de utopía, deberemos situar en el centro de nuestras investigaciones.
Precisamente, en lo referente a temas europeos, se pude observar que el concepto de subjetividad es mucho más fluido y maleable que el de identidad. Por lo que su utilidad para la didáctica es innegable: se adapta a múltiples proyectos de investigación y recibe nueva luz y nuevos significados, como me sugieren mis experiencias y los novedosos usos que he visto hacer, en su periodo de formación, a algunos de los alumnos que he tenido la fortuna de tener; pero al cabo de un tiempo trabajando juntos el concepto de subjetividad constituyó un terreno compartido para comunicar adecuadamente la experiencia de nuestras investigaciones.
Hay varias direcciones abiertas en el campo de la investigación sobre la subjetividad en la historia, y los problemas deben afrontarse de manera innovadora y con mayor profundidad: entre ellos la relación entre experiencia y discurso; la relación entre subjetividad y poder; la relación entre subjetivación y objeto. Quisiera citar, para cada una de estas direcciones, el trabajo de jóvenes estudiosos que han innovado el alcance y el significado del concepto de subjetividad.
En los estudios sobre migraciones, el concepto de subjetividad ha introducido grandes cambios metodológicos: los trabajos más recientes afrontan el tema de la emergencia de nuevas formas de subjetividad en el proceso migratorio y su «articulación temporal dentro, o gracias a, circuitos entrecruzados de subjetivación» colectiva e individual. En esta perspectiva «la subjetividad migratoria es una estrategia de escritura y un proceso de elaboración de la palabra «migratorio»», mientras el análisis histórico ha tendido siempre a mostrar también el malestar y la imposibilidad implícita en el proceso de definir a los emigrantes (Laliotou, en curso de publicación). En tal aproximación, se ve bien cómo la noción de subjetividad transforma al mismo tiempo el objeto y el sujeto de la práctica historiográfica.
Una investigación sobre los prisioneros políticos en la guerra griega ha mostrado la potencialidad del concepto de subjetividad en relación con el de poder (Voglis, 2002). Prácticas violentamente represivas como el arresto, el encarcelamiento, la tortura y los trabajos forzados han sido constitutivas del sujeto de los prisioneros, pero la subjetividad está propiamente constituida por relaciones y procesos, se sitúa en el intercambio de estructura y agente; los prisioneros políticos, asumiendo diversas posiciones como sujetos dentro de la colectividad de la prisión también ésta es una forma de intersubjetividad, encarnan diversos aspectos de la subjetividad del prisionero. Partiendo de una constitución del sujeto en el sentido foucaultiano de la relación con el poder del que depende, este análisis llega a la individuación de un sujeto activo y responsable capaz de ser antagonista.
Sobre la tercera cuestión, me parece observar en la contemporaneidad (el siglo XX, pero sobre todo los últimos treinta años) una tensión entre la subjetividad como memoria nostálgica o como reivindicación afirmadora de los derechos propios incluyendo las me-cultures de los movimientos alternativos y la subjetividad incorporada a objetos, que se consuma de manera similar ya sean estos viejos, antiguos o nuevos. Entre ambas aparecen formas de subjetividad, a primera vista, alienadas, pero que encierran posibilidades antagónicas. La relación entre subjetividad y objeto me parece una de las próximas fronteras a investigar, ya se trate de obras de arte, de máquinas o de bienes de consumo. Se podría retomar la observación de Marx según la cual la subjetividad se presenta escindida entre aquellos que sólo tienen la posibilidad de ser sujetos en sentido pleno, pero a quienes las condiciones de represión y explotación se lo impiden, como los trabajadores, y las fuerzas que parecen ser los sujetos del devenir histórico pero no son capaces, como lo es el capital, de tener conciencia y responsabilidad. En otras palabras, se podría pensar en una ampliación del significado de la escisión entre sujeto humano y objetos, entendiendo éstos últimos como máquinas, materia, bienes.