Deporte, feminismo y República
Sin duda, en la formación política de nuestra autora fue muy relevante su incorporación al Club Femení i dEsports, en cuyas actividades llegaría a participar muy intensamente13. Fundado en 1928, en plena dictadura de Miguel Primo de Rivera, bajo el lema «Feminitat, Esport, Cultura», el Club Femení promovía la incorporación de la mujer trabajadora a actividades que hasta entonces le habían sido vedadas, en oposición a otros clubes elitistas o asociaciones benéficas de inspiración conservadora, que imponían cuotas de inscripción muy elevadas. En su declaración de principios, el Club Femení se define como «una organización esencialmente democrática que proporciona a las muchachas de Barcelona los medios para practicar alegremente los deportes y la cultura física; una organización abierta al mismo tiempo a todas las inquietudes culturales y políticas, donde se forja el espíritu moderno de la mujer catalana, dentro de un cuerpo que se trata de hacer sano y fuerte». El Club, creado por iniciativa de las hermanas Teresa y Josefina Torrens14 y de la pedagoga Enriqueta Sèculi15, inició su andadura con apenas dieciocho socias (entre quienes ya se contaba nuestra autora) y alcanzó en su etapa de mayor apogeo una cifra próxima a las dos mil. No se pagaban cuotas de inscripción y la aportación mensual no excedía la cifra modesta de dos pesetas, asequible incluso para las muchachas obreras que, a cambio, podían utilizar los locales del club, con gimnasio y una biblioteca bien nutrida con donaciones de procedencia diversa, así como disfrutar de estadios y piscinas de propiedad municipal (en noviembre de 1931, por ejemplo, el Ayuntamiento de Barcelona cedió al Club las Termas de la Plaza de España, unos locales construidos con motivo de la Exposición Universal de 1929).
Por supuesto, la fundación del Club Femení i dEsports fue acogida con displicencia y sorna en círculos refractarios a la emancipación femenina. No faltaron los sarcasmos hirientes de muchas plumas masculinas desde las tribunas periodísticas más variadas; e incluso alguna mujer se permitió tratar el asunto con cierta irónica o descreída condescendencia. Es, por ejemplo, el caso de Elisabeth Mulder, quien publica bajo el seudónimo de Elena Mitre16 un artículo en el vespertino La Noche, el 10 de noviembre de 1928, titulado «Clubes femeninos», en el que afirma sin ambages que «un club femenino exactamente igual a la mayoría de los masculinos y compuesto por inscritas de diferentes profesiones, aspiraciones, categorías, ideales, devociones y tendencias, sería sería ¡una catástrofe!». A continuación, puesta a explicar las razones de esa catástrofe, Mulder no vacila en señalar la propia naturaleza femenina: «Sólo una cosa puede hacer que se realice la solidaridad femenina sin diferencia de clases: el pánico. En la guerra todas somos una, por la paz. Pero en la paz vivimos en perfecta guerra. [] La mujer es refractaria a su propio reflejo y en un círculo femenino su principal ocupación consistiría en anularse, porque mientras no tengan una preparación más adecuada y un espíritu de tolerancia más amplio, dos mujeres, en un club, no serán otra cosa que dos fuerzas iguales y contrarias».
Sin duda, aquellas afirmaciones tuvieron que molestar a Ana María Martínez Sagi, quien algún tiempo después tendría ocasión de conocer sobradamente a la mujer que se escondía detrás del seudónimo de Elena Mitre. Y, con el tiempo, la propia Martínez Sagi acabaría haciendo afirmaciones semejantes, escarmentada de las muchas zancadillas sufridas en ámbitos femeninos. Ya en una fecha tan temprana como 1932 escribirá sin ambages: «Sempre he cregut que la dona té dos eterns enemics. Un de petit, poc perillós: lhome. Laltre, veritablement terrible, cruel fins al martiri: una altra dona»17. Y tres años más tarde, en una época mucho más desengañada, cuando ya ha abandonado el Club Femení i dEsports, reflexionará: «Com a dona, i com a esportista, lamento que no sigui així; i sento que els fets vinguin a demostrar-me contínuament com totes aquelles frases tan boniques de la cordialitat entre les dones, de lamistat entre les dones, de lharmonia entre les dones, no són res més que això: paraules»18.
Pero antes de dar la razón a Elisabeth Mulder, Ana María multiplicará los esfuerzos, en su afán proselitista por incorporar nuevas socias al Club Femení, concediendo entrevistas en las que canta las bondades de esta organización y saliendo a la palestra para enfrentarse con quienes osaban desmerecer por misoginia o mero desdén las actividades del Club (y, en general, con quienes pretendían ningunear o trivializar sus logros). Y, a la vez que se prodiga en la prensa en la defensa del Club Femení, Ana María se convierte en una de sus socias más activas tanto en el estadio como en el estrado, participando en multitud de competiciones deportivas de las más variadas disciplinas (remo, esquí y, especialmente, atletismo) y pronunciando diversas conferencias sobre la necesidad que la mujer tiene de adquirir una cultura tanto física como espiritual si en verdad anhela la emancipación19. En noviembre de 1931, la Junta Directiva del Club Femení i dEsports incorporará a nuestra autora como secretaria de la Comisión de Cultura, presidida por Maria Teresa Vernet, una escritora de prestigio a la que Ana María Martínez Sagi había prestado anteriormente mucha atención20. Y en 1932 el Club concede a Ana María el premio de poesía Joaquim Cabot por su composición «Estiu», una de las pocas que llegaría a publicar en catalán. La implicación de nuestra autora en las actividades culturales y deportivas organizadas por el Club es por estas fechas máxima.
Aunque Ana María nunca destaque como activista política, su implicación en la causa republicana es indubitable. En una entrevista tan temprana como la que César González-Ruano le hace para El Heraldo de Madrid, se declara sin ambages «convencidamente republicana». Y en mayo de 1931 participa en la redacción de un manifiesto de apoyo a la recién constituida República, en el que las firmantes21 solicitan a las mujeres de Cataluña su adhesión a la causa republicana, «que quiere decir la promesa de trabajar en su favor y de defenderla siempre que sea necesario». Serán muchos los artículos reivindicativos que por estas mismas fechas publique Ana María, haciendo profesión de fe republicana, algunos incluso de un tono encendido no exento de ciertas asperezas22. Su decidida militancia republicana alcanzará su cúspide en mayo de 1932, cuando sea una de las cinco firmantes23 del manifiesto fundacional del Front Únic Femení Esquerrista, agrupación cívica nacida con el propósito de «fomentar y orientar el espíritu de ciudadanía de las mujeres y de combatir a las fuerzas enemigas de los derechos de libertad de los hombres y de los pueblos». El manifiesto detallaba los principios que este Front Únic se proponía defender:
a) La Nacionalitat de Catalunya i els seus drets a la completa llibertat. Propugnar lagermanament dels països dOc. Dret de tots els pobles a regir lliurement llurs destins.
b) Negació de tota mena de poder personal. Sobirania de la voluntat popular.
c) La llibertat de consciència i el respecte a totes les creences. Refusar a les religions la intromissió en la política i a les organitzacions polítiques la promiscuïtat amb les religions.
d) Resoldre la desigualtat dels estaments. Reivindicació de lobrer. Dret de tots els infants a leducació integral. Universitat popular.
a) La Nacionalitat de Catalunya i els seus drets a la completa llibertat. Propugnar lagermanament dels països dOc. Dret de tots els pobles a regir lliurement llurs destins.
b) Negació de tota mena de poder personal. Sobirania de la voluntat popular.
c) La llibertat de consciència i el respecte a totes les creences. Refusar a les religions la intromissió en la política i a les organitzacions polítiques la promiscuïtat amb les religions.
d) Resoldre la desigualtat dels estaments. Reivindicació de lobrer. Dret de tots els infants a leducació integral. Universitat popular.
Sin embargo, cuando unos pocos días más tarde se celebre la asamblea de constitución de este Front Únic, Ana María no formará parte ya de su comisión organizadora, en la que enseguida adoptarán gran protagonismo Anna Murià y Rosa Maria Arquimbau24. Una vez aprobados los estatutos de la organización, se procede a una votación para elegir a las integrantes del Comité Central en la que Ana María Martínez Sagi apenas obtiene un voto25, quedando por lo tanto apartada del mismo. Aunque nos faltan elementos de juicio para poder establecerlo tajantemente, sospechamos que esta preterición de nuestra autora marca el inicio de su desencanto, que desde luego no se traducirá en desafección hacia la causa republicana o en abandono de las tesis feministas, pero que la aparta paulatinamente de la primera fila reivindicativa. ¿Cuáles fueron las razones por las que Ana María encontró tan poco apoyo entre las afiliadas del Front Únic Femení Esquerrista? Sin duda, debieron influir sus desavenencias personales con alguna de sus promotoras; y también las reticencias que en algunas compañeras suscitaban sus colaboraciones en el «Suplemento Femenino» de Las Noticias, que sólo acogía colaboraciones en lengua castellana y cuya tendencia editorial pese al cambio de régimen político seguía siendo más bien conservadora. Además, para entonces Ana María había empezado a colaborar estelarmente en la revista madrileña Crónica, que, si bien era declaradamente republicana, había sido tachada desde posiciones izquierdistas de «ligera» y «sensacionalista». Y no parece improbable que el éxito restallante que Ana María Martínez Sagi había cosechado con Caminos, su primer poemario (escrito, como todos los demás, en castellano), sobre todo en los círculos literarios madrileños, hubiese provocado resquemores y envidias entre sus compañeras. No podemos, en fin, descartar tampoco que la influencia de Elisabeth Mulder sobre nuestra autora (que por aquellas fechas era muy marcada) le aconsejase adoptar posiciones menos comprometidas ideológicamente. Pero todas estas posibles causas convergentes exigen una explicación más detallada.
Alas de luz en el alma
A finales de 1929, Ana María Martínez Sagi publica Caminos, su primer poemario, con un pórtico de Sara Insúa26 y un «Post-Scriptum» de Regina Opisso de Llorens. En sus palabras preliminares, Insúa define así a Ana María: «Un poeta netamente amoroso. Amoroso y triste, que busca por caminos espinosos, que arañan y muerden caminos de dolor, ese dulce sufrir, esa ansia ácida, creadora de los héroes inmortales del poema y de la novela, que se llama amor». Y, al analizar sus versos, abunda en esta línea y añade que son «una revelación de su alma exquisita y enferma de pasión, que busca en vano el ideal que no se concreta. Son tal vez la expresión universal del amor que, como hijo del pecado, deja siempre atrás heces, remordimientos, concesiones, arrepentimientos, iras y, en suma, dolor». Por su parte, Regina Opisso hace una observación muy lúcidamente paradójica (casi un oxímoron) que quizá sirva para definir mejor que ninguna otra el espíritu de Caminos: «Y hay también en estas composiciones un misticismo que podríamos llamar misticismo pasional». Antes, resalta en una semblanza fugaz la condición también paradójica de Ana María Martínez Sagi, en quien conviven, en extraña simbiosis, el frenesí de la modernidad y el rescoldo de la tradición:
Y, no obstante ser Ana María una mujer ultra-sensitiva, es a la vez una fémina ultramoderna, que ama los deportes y los practica con singular entusiasmo.
El tenis es su juego preferido. Prodigiosa raquetista, la hemos visto bajo nuestro cielo añil, corriendo y agitando en alto la raqueta como si fuese una gran ala de mariposa.
Excelente nadadora, ama el mar y se sumerge en sus aguas sin temor, como otra Anita Kellerman27. Así es Ana María, la esquiadora gentil devota de la nieve y de la sombra oscura de los bosques; la excursionista que conoce la cinta blanca de todos los caminos; así es esta mujercita que escribe versos, redacta interviús y escribe artículos con una prosa limpia y fluida como un madrigal.
Muchos de los poemas incluidos en Caminos habían aparecido previamente en el mencionado «Suplemento Femenino» de Las Noticias. En ellos comparece una joven que, a sus escasos veintidós años, sigue paseando por la vida con «alas de luz en el alma, / inquietud en las pupilas, / y en el corazón la llama / de la piedad encendida»; pero que, en medio de tanta inocencia, empieza a maldecir la desolada certeza de tantas noches «sin ternura, sin amor. / Sin encontrar un hermano / que comprenda cuán humano / es mi cáliz de dolor». A lo largo de todo el libro se reitera un afán generoso de donación, pero también la sospecha de que su «dolorido lamento / huirá en alas del viento / y nadie lo ha de escuchar». O que, en caso de que alguien lo escuche, «será tan tarde / que habrán muerto mis canciones / y mi juventud fragante / y serán nieve los labios / que no pudieron besarte». Quizá la mayor originalidad de Caminos consista en la omnipresencia de un amor blanco en el que quedan excluidos los tumultos de la pasión, «el deseo vil e impuro» del que ya la autora parece hastiada, antes incluso de haberlo conocido. Como modelo de ese amor sin mancha, la poetisa menciona el casto idilio (»todo blanco todo blanco») que la naturaleza mantiene con la luna. E invoca la presencia de un amado que es apenas la sombra de un sueño, un amado sin carnalidad que renuncie a los «besos de fuego / que queman los labios» y le ofrezca besos «como una azucena / de puros y blancos» que alejen «pasión y deseo».
«Luz y barro», tal vez el poema más memorable de Caminos, introduce la repugnancia ante el hombre que busca la satisfacción de su lujuria: «No te acerques, pues, hombre. Tú estas hecho / de carne y de deseo... El aliento que sale de tu boca / abrasa [...] / Me asquean tus caricias. Cuando besas, / me dejas en los labios una mancha». Una angustiada repulsa ante el deseo masculino que hallamos, más o menos explícita o disimulada, en otras composiciones del libro, a veces disfrazada de una sublimación mística, a veces envuelta en una suerte de solidaridad panteísta, en comunión con el paisaje, que se convierte así en una proyección de su «alma cansada que vive sollozando»:
Hoy me da pena todo: los árboles desnudos,
la calle solitaria, la tarde tan callada,
los sollozos del viento que pasa enloquecido,
la canción melancólica de la fuente lejana.
La feliz inocencia de aquel niño que ríe,
la pureza inefable de sus pupilas claras,
la belleza infinita de su corazón limpio
que ha de saber tan pronto todas las cosas malas.
Y de esa percepción del dolor omnipresente que anida en el mundo surge una voz prematuramente desengañada y pesarosa («Tras el logro y la conquista, la renuncia. / Tras la fe, las hondas dudas torturantes. / Tras el goce y el amor, el desencanto / infinito y el hastío de la carne») que, hacia el final del libro, se declara con sobrecogedor pesimismo «un astro lejano que ha tiempo que no brilla», «una tierra estéril sin frutos», «un verso no escrito», «un beso sin fuego, un cuerpo sin vida». En Caminos son fácilmente distinguibles las influencias de la poetisa uruguaya Juana de Ibarbourou (que había escrito «No codicies mi boca. Mi boca es de ceniza / y es un hueco sonido de campanas mi risa»), de quien toma prestado el fervoroso panteísmo, liberándolo de su tórrida sensualidad. Y también son notorios los ecos de la argentina Alfonsina Storni, de quien nuestra autora heredó un deseo de sentirse alada y en perpetua donación a los demás, aunque esa donación la condujese al acabamiento (también la Storni había sentido el deseo de «ir cruzando la vida con alas en el alma, / con alas en el cuerpo, con alas en la idea / y un ligero cariño a la muerte que llega»). Pero, más allá de estas influencias incontestables, lo que distingue Caminos y lo eleva sobre el légamo de tópicos de un modernismo tardío es, precisamente, su clima de ingenuo misticismo, su calidad de azucena todavía no tronchada o de armiño que aún no ha mancillado su pelaje, a pesar de que ya se haya asomado a los continentes pavorosos de la angustia. Si en sus maestras sudamericanas el dolor o la exultación se expresan a través de la carne, en la Ana María Martínez Sagi de Caminos no encontramos otra expresión que la de un alma dispuesta a brindarse, tal vez también a inmolarse.