Es probable, pues, que la publicación de Inquietud, el segundo libro de Ana María Martínez Sagi, preocupase a su amiga, por contener poemas en exceso reveladores. Publicado en 1932, con ilustraciones de Miquel Farré (el pintor con el que nuestra autora había mantenido un leve flirteo, allá en la adolescencia), Inquietud se inicia, a modo de prólogo, con el citado «Retrato de Ana María Martínez Sagi» de Elisabeth Mulder, que, sin duda alguna, contiene alusiones en clave que sólo las dos autoras pueden entender plenamente:
«Pequeña Ana María, clara y gentil».
¡Ah, sí, pequeña Ana María, tú eres todo en abril!
Primavera está en ti con arraigo profundo,
como está en una flor la síntesis del mundo.
Tu alígera sandalia deja sonora huella,
y tu juventud es una rima más, rotunda y bella.
El retrato poético de Elisabeth Mulder abunda en revelaciones sobre el carácter de Ana María («Tu alma lava impalpable se derrama / por las vertientes de la vida. / Te has hecho toda llama, / ¡oh lámpara votiva! / Te has hecho toda llama / Acaso, te has hecho toda herida») que nos ayudan a entender mejor los poemas de Inquietud, muchos de ellos de tono presagioso. En alguno de ellos, nuestra poeta invoca la presencia de un niño fantasmal («Pequeño vellón de lana, / ¿no irá el viento a arrebatármelo?»), un tema recurrente en su obra que revela la lectura de los primeros poemarios de la chilena Gabriela Mistral (a la que seguramente habría conocido en la Residencia de Señoritas del Palacio de Pedralbes). Pero si alguna influencia sobrevuela obsesivamente Inquietud, hasta casi vampirizar la voz personal de la autora, es la de Elisabeth Mulder, a quien Ana María dedica un interesantísimo y dilucidador retrato que se inicia así:
Mujer-esfinge,
misteriosa, enigmática, compleja.
Abismo de inquietud, sima profunda,
captadora de estrellas.
Y que incluye algunas precisiones que a la dedicataria, sin duda, debieron resultar en exceso comprometedoras («¡Qué mano audaz sosegará el tropel / de tus horas fantásticas e inquietas! // ¡Y qué agua prodigiosa hará el milagro / de colmarte la boca de sedienta!»). Además, algunos de los poemas incluidos en Inquietud semejan variaciones de los que Elisabeth Mulder había publicado tres años atrás en Sinfonía en rojo. En «Lamentación», por ejemplo, Ana María, abismada en «una aguda tristeza» que se le sube a los ojos y «en un largo silencio que me duele / como una llaga viva», ansía «ser árbol, / ser piedra» y «vivir años y siglos, quieta, quieta, / ignorada y perdida, / en un sueño piadoso que me haga / olvidar de mí misma». Un desiderátum que también reclamaba Elisabeth Mulder en «Lasitud», uno de los poemas de Sinfonía en rojo: «Y me siento cansada intensamente; y me hundo / en un sueño que no es un sueño de este mundo, / así es de dominante y de duro y de amargo: / me abismo en la inconsciencia de un extraño letargo. / Mis párpados se cierran. Como una losa fría / cubre el sueño profundo mi existencia sombría». En la misma «Lamentación», hacia el final, Ana María Martínez Sagi implora a la Serenidad que escuche su «voz hecha de angustia y amargura» y la estreche entre sus brazos, para dejarle «el alma limpia de inquietudes, / como una Primavera florecida». Súplica que se corresponde con la que antes había formulado Elisabeth Mulder en Sinfonía en rojo, donde pide a la Serenidad que borre «las huellas / de las caricias tristes / que sobre mi alma pesan / como un fárrago negro / de liturgias violentas» y que acoja bajo sus alas «este corazón mío ensombrecido / y ciego de inquietud y de inconsciencia».
Un análisis sinóptico de ambos libros nos depararía un prolijo saldo de paralelismos, glosas, homenajes y otros débitos que delatan la rendida admiración, casi dependencia, que Ana María Martínez Sagi tributaba por entonces a Elisabeth Mulder. Basten, a modo de ilustración o ejemplo, unos versos extraídos de sendas plegarias al Dolor con que ambas autoras saludan al inquilino más frecuente de su alma. Escribe Ana María Martínez Sagi en «Canto al Dolor», la composición que clausura Inquietud: «Dolor: yo te bendigo porque me haces fuerte. / Dolor: yo te bendigo porque me haces buena. / Una extraña atracción me ha llevado a quererte / y a adorar el martirio de tu dura cadena». Bendición muy semejante a la que hallamos en la «Acción de gracias» que Elisabeth Mulder incluye en Sinfonía en rojo: «Gracias, gracias, Dolor; me has hecho fuerte / con la hiel y el acíbar que me han dado; / por ti he desafiado / al amor, a la vida y a la muerte». La presencia de Elisabeth Mulder en Inquietud no es tan sólo, sin embargo, una resonancia literaria más que notoria. Aquella mujer «altiva y torturada, sensitiva y bella» es también la destinataria de los anhelos amorosos de Ana María Martínez Sagi, aunque nunca se mencione su nombre52: «Todo el amor oculto que latía en mi alma, / todo el cariño inmenso que nadie ha adivinado, / se ha mostrado a tus ojos convertido en torrente / que ha venido, impetuoso, a morir en tus brazos». Y tal es el ímpetu de ese amor oculto que, por primera vez, la poesía de Ana María Martínez Sagi se aviene a cantar el amor carnal que había repudiado en Caminos, por estar hecho de barro. Así, por ejemplo, escribe en «La cita»: «Yo vendría hacia ti, desnuda como el día, / maravillosa y blanca como una aurora. / En las pupilas grises, la fiebre brillaría. / En los labios audaces, la sed devoradora». También encontramos en el libro algunas composiciones en las que esa sed devoradora se tropieza con el rechazo, o siquiera con la ambigua tibieza, de la persona amada: «La inquietud es entonces / mi sola compañera, / y una fuerza misteriosa me tortura, / me rinde, me aniquila, me doblega, / y es cuando sufro, y grito, y lloro, y rujo, / y soy salvaje lo mismo que una fiera». Y en el poema titulado «Mi derrota», Ana María lanza un lamento desgarrador: «¡Entre tus manos pálidas mi vida quedó rota!». Inquietud, en fin, incorpora, como remansos entre tanto dolor, poemas de un impresionismo descriptivo, donde la autora proyecta sobre el paisaje sus estados de ánimo, casi siempre declinantes, en un procedimiento que luego repetirá en muchas composiciones escritas durante su largo exilio. Si en Caminos se vislumbraba a una muchacha cuyo conocimiento trágico del amor era puramente intuitivo o ideal, en Inquietud se nos ofrece la autopsia de un corazón malherido que ha perdido la esperanza de la sanación. Se ha producido un cambio traumático en la voz poética de Ana María Martínez Sagi, que ha perdido el misticismo y la musicalidad de antaño para tornarse más desesperada y acuciante, más áspera y lastimera, en homenaje a su amada maestra53.
Del Fútbol Club Barcelona al frente de Aragón
Para explicarme su ruptura con Elisabeth Mulder, Ana María Martínez Sagi me contó en su día que doña Consuelo, su madre, enterada de que habían viajado juntas a Mallorca, exigió a la autora de Sinfonía en rojo que se alejase de su hija, amenazándola con arrojar sobre ella la sombra del escándalo. Elisabeth Mulder, según esta versión, se habría amedrentado ante las acusaciones de doña Consuelo, que en caso de ser propagadas no sólo la habrían condenado al ostracismo social, sino que además habrían extendido el baldón sobre su único hijo. Ana María habría recibido entonces una carta de caligrafía trémula que apenas recordaba la caligrafía de trazo diáfano de Elisabeth Mulder, donde su amada le exponía las extorsiones que doña Consuelo había planeado en caso de que se negara a liquidar la relación. Y se resignó a la ruptura, convencida de que Elisabeth Mulder no había actuado movida por otras razones54. Desde entonces, dedicaría sus sueños y sus vigilias a recrear aquel idilio imposible, con una obstinación y un ensimismamiento que alimentarían sus poemas más inspirados.
Del Fútbol Club Barcelona al frente de Aragón
Para explicarme su ruptura con Elisabeth Mulder, Ana María Martínez Sagi me contó en su día que doña Consuelo, su madre, enterada de que habían viajado juntas a Mallorca, exigió a la autora de Sinfonía en rojo que se alejase de su hija, amenazándola con arrojar sobre ella la sombra del escándalo. Elisabeth Mulder, según esta versión, se habría amedrentado ante las acusaciones de doña Consuelo, que en caso de ser propagadas no sólo la habrían condenado al ostracismo social, sino que además habrían extendido el baldón sobre su único hijo. Ana María habría recibido entonces una carta de caligrafía trémula que apenas recordaba la caligrafía de trazo diáfano de Elisabeth Mulder, donde su amada le exponía las extorsiones que doña Consuelo había planeado en caso de que se negara a liquidar la relación. Y se resignó a la ruptura, convencida de que Elisabeth Mulder no había actuado movida por otras razones54. Desde entonces, dedicaría sus sueños y sus vigilias a recrear aquel idilio imposible, con una obstinación y un ensimismamiento que alimentarían sus poemas más inspirados.
A la ruptura con Elisabeth Mulder se sucederían otras desgracias personales que cambiarían por completo la existencia de nuestra autora. En enero de 1930 había muerto repentinamente su padre, José Martínez Tatxé, víctima de una angina de pecho que abrevió los padecimientos físicos y espirituales que venía sufriendo desde hacía algunos años. Los ahorros de la familia se habían esfumado, entretanto, con la quiebra de la banca catalana, y sus negocios textiles se encaminaban irremisiblemente hacia la suspensión de pagos. Además, su hermana María Josefa había abandonado el hogar familiar, tras casarse con el diplomático colombiano Jorge Arturo Muñoz Currea; y su hermano Armando se embarcaría pronto, sin previo aviso, rumbo al Uruguay, para librarse del servicio militar y también de un matrimonio desdichado. Ana María resuelve entonces, para asegurarse un sueldo que le permita abandonar el domicilio familiar, presentarse a unas oposiciones convocadas por el Ayuntamiento de Barcelona, obteniendo una plaza de secretaria o «escribiente mecanógrafa»55. A través del expediente que se custodia en el Archivo Municipal de la Ciudad Condal podemos seguir las vicisitudes de su modesta carrera administrativa: el 2 de julio de 1932 presenta su solicitud como aspirante al puesto; un par de días después, obtiene un certificado de «buena conducta y antecedentes inmejorables»; el 30 de diciembre de 1932 es nombrada «escribiente mecanógrafa»; el 10 de enero de 1933 toma posesión del cargo, asignándosele un puesto en el departamento de Intervención; el 28 de junio del mismo año se requieren sus servicios en el Palacio de Pedralbes para ayudar a su conservador a inventariar los bienes del Museo de Artes Decorativas y de la Residencia de Señoritas Estudiantes; y en 1935 se incorpora a la plantilla de la «Gaseta Municipal». También sabemos, gracias a este expediente, que tras abandonar el domicilio familiar, Ana María se instala en un piso más modesto de la calle Cabanes. Aunque había imaginado que su trabajo de secretaria le dejaría tiempo de sobra para proseguir sus labores literarias, lo cierto es que su producción decrecerá notoriamente en los años siguientes, no sabemos si por exigencias de su puesto municipal o por pérdida de ilusiones: no volverá a publicar ningún libro de versos en estos años, sus poemas dejan de aparecer en el «Suplemento Femenino» de Las Noticias y sus colaboraciones periodísticas, tanto en catalán como en castellano, decrecen notablemente, a la vez que se hacen más esporádicas y rutinarias (y casi siempre de asunto deportivo).
Son años en los que también decrece su actividad pública. En julio de 1933 renuncia a sus cargos en el Club Femení i dEsports, harta de tropezarse con impedimentos y zancadillas por parte de otras socias que pretendían un cambio en la orientación de la ya declinante institución56. En los artículos que publica en estos años, Ana María hará mucho hincapié en la falta de compañerismo que reina en los ambientes femeninos; e incluso llegará a lanzar una diatriba contra el Club Femení i dEsports57, inmerso para entonces en una penosa decadencia que, a su juicio, era hija del abandono, la indisciplina y el mal comportamiento de algunas señoritas «que se llamaban deportistas y que, una vez llegadas al estadio, olvidaban los más elementales deberes de la educación». Tal vez para compensarla de tantas decepciones, Josep Sunyol i Garriga la incorpora en agosto de 1934 a la Junta Directiva del Fútbol Club Barcelona, convirtiéndose así en la primera mujer que accedía a esta responsabilidad en un equipo de fútbol, no sólo en España, sino en todo el mundo. La prensa, tanto en Barcelona como en Madrid, se hizo eco profusamente del acontecimiento, aunque tal vez fuera la revista Crónica58 la que ofreció una información más exhaustiva, firmada por Braulio Solsona59: «Ana María Martínez Sagi leemos allí, que no sólo es una deportista notabilísima, sino una escritora que goza de gran crédito, aportará al cargo para el que ha sido designada una capacidad evidente, un admirable sentido práctico y una visión certera de los asuntos sociales y deportivos». Sunyol añade Solsona, «que conoce perfectamente las dotes que adornan a su inteligente colaboradora», la ha incorporado a la Junta Directiva «por sorpresa», «sin decirle nada»; y el primer impulso de Ana María había sido «negarse a aceptar». «Pero entendiendo concluye el cronista que la mujer no debe quedar al margen de las actividades sociales, de las inquietudes ciudadanas, se decidió a aceptar [] con el propósito de cumplir con su deber lo mejor posible, de trabajar, de corresponder a la confianza que en ella se ha depositado Y con el ánimo de salir airosa de la dura prueba, para que se borre ese prejuicio que coloca a la mujer en un lugar de subordinación. Desde su nuevo cargo quiere trabajar por el mejoramiento físico y moral de la mujer. Establecer clases de gimnasia para las mujeres. Preparar a conciencia a las niñas que quieran cultivar el deporte, protegiéndolas del peligro de actuar sin control. Organizar cursillos, conferencias, excursiones; hacer una labor cultural eficaz en todos los momentos...».
Desgraciadamente, el ambiente de virilidad cejijunta que rodeaba el fútbol no le dejó desarrollar sus proyectos. A la postre, el rechazo de los socios la obligaría a presentar su dimisión un año después, cuando ya en el aire se atisbaban las inminencias de la pólvora. Más o menos por aquellas fechas, Ana María asiste a una conferencia pronunciada por el anarquista Buenaventura Durruti en el Palacio de Pedralbes; el verbo áspero e incendiario del orador la cautiva y despierta su curiosidad por el comunismo libertario. Tal vez por ello, en julio de 1936, una vez sofocada la sublevación acaudillada por el general Goded, decide incorporarse a las columnas de milicias antifascistas que en aquellos días se organizan, con destino al frente de Aragón. Consigue de su cuñado Muñoz Currea, a la sazón canciller y secretario del consulado de Colombia en Barcelona, un carné de corresponsal de El Tiempo de Bogotá 60; y el 30 de julio de 1936 solicita permiso en el Ayuntamiento para abandonar su puesto e incorporarse como reportera a las columnas, que le es concedido de inmediato.
Primeramente llegará hasta Sariñena, en la comarca de Los Monegros, acompañando a la columna del P.O.U.M., para incorporarse más tarde tras un brevísimo retorno a Barcelona a las columnas de milicianos anarquistas instaladas en Caspe. En estas primeras semanas de la guerra, Ana María publicará sus crónicas, muy vibrantes y llenas de originalidad (aunque, desde luego, desaforadamente parciales y, en algún caso, no exentas de algunos ribetes de ensañamiento61) en el diario vespertino La Noche, que durante años mientras había mantenido posiciones próximas al Partido Radical de Lerroux había sido la tribuna predilecta de su amada Elisabeth Mulder y que para entonces había sido incautado por la Confederación Nacional del Trabajo. Así ocurrirá hasta que, a finales de agosto de 1936, realizando su acostumbrada labor informativa en el frente, Ana María es alcanzada por los cascos de una granada, que le producen «heridas de relativa importancia» en ambas piernas que aconsejan su evacuación a Barcelona, donde rápidamente se recupera. El 7 de septiembre se publica una sabrosísima entrevista en La Noche, en la que una Ana María ya recuperada y ataviada como miliciana con «mono color café, correaje de general y una pistola de juguete» responde el entrevistador con toda profusión de detalles, dictados por el entusiasmo. Ana María está por entonces o así lo parece convencida de la victoria de la República y muy orgullosa de su oficio de reportera: