Dénia. La ciutat i el castell - Josep Ivars Pérez 2 стр.



2. Voltants de la Ronda de les Muralles. En temps de pluja, la Marjal recupera les característiques lacustres originals. (J. Ivars)

La restinga arenosa passava per davant del turó i es comunicava amb la zona humida del sud. Amb tota probabilitat, en els segles X-XII ja shavia terraplenat artificialment aquest espai, condicionat per la necessitat de construir defenses al costat de la mar i dutilitzar el fondejador natural existent als peus del turó.

A la documentació cartogràfica del XVIII i XIX és ben visible aquesta llacuna, amb límits variables, sens dubte, en funció de lèpoca en què es féu lalçament dels plànols.

A loest, en direcció cap a Ondara, el turó presenta un corrent suau, de sòl rocós a les zones més elevades, però amb dos espais laterals de terra argilenca roja, aptes per al cultiu. Aquest corrent suau és laccés natural a la part més elevada del turó, i és el lloc on conflueixen els camins que arriben a Dénia: el camí del Real de Gandia, daccés des del nord; el dOndara, de comunicació amb el pla de Dénia i linterior de la comarca, i el del Coll de Pous, amb el sud de la comarca.


3. Vista aèria de la ciutat, castell i port de Dénia.


4. Castell de Dénia. Dècada dels seixanta del segle XX. (Fotos Guillén)


5. Vista de la ciutat de Dénia. Dècada dels seixanta del segle XX. (AHN)

Més explícit és V. E. Oliver (1930: 6-7), per la profusió de dades que aporta: «El Saladar de Denia estaba formado a mediados del siglo pasado por unos terrenos pantanosos, a modo de una marjal, que permanecía inundado desde Septiembre u Octubre, al iniciarse las lluvias otoñales, hasta Mayo o Junio, y los otros tres o cuatro meses de calores se secaba, pero exhalando las consiguientes miasmas, constituyendo un foco palúdico de gran notoriedad en todo el antiguo Reino de Valencia, hasta el extremo de que todavía se conservan algunas sentencias populares que recuerdan aquella calamidad pública.

Después de la revolución de 1868 se acordó el derribo de las murallas de Denia, y un modesto maestro de obras que aquí había, llamado D. Patricio Ferrándis, se quedó la contrata del derribo a cambio de los escombros, que consistían en un poco de piedra y enormes cantidades de tierra que, según él, reunía excelentes condiciones para la explotación agrícola. Adquirió la laguna del Saladar, hizo catas, rellenándolas de machaca, o sea zanjas de drenaje, y encima puso la tierra sacada de las murallas, convirtiendo de tal suerte aquella especie de laguna, que sin duda fué en otro tiempo albufera y acaso más pretéritamente un fondeadero, en una partida de labrantío, la actual partida del Saladar, que entonces tenía unas 90 hanegadas de extensión superficial (cerca de 7 ½ hectáreas).

Allí edificó el señor Ferrándis algunas casitas de labor, y de Poniente a Levante atravesó toda la finca, cuyas dos suertes estaban separadas por un camino que hoy se ha convertido en continuación de la calle Diana

La finca total lindaba por Occidente con el camino del Pozo de la Montaña, hoy camino de la Colonia del Montgó. El linde Norte de la suerte Oriental lo daba la acequia de la Sociedad de Aguas, que corría a lo largo de la orilla Sur de un caminito convertido después en calle del Saladar, de Tallandé más tarde y hoy de Patricio Ferrandis, en recuerdo del fundador de la finca.

Esta acequia, que después fue desviada y convertida en la alcantarilla cubierta, hoy existente en la calle de Patricio Ferrándis, ha sido confundida por los que no la han conocido o no la recuerdan bien, con el Riachol, que es cosa muy distinta».

Més explícit és V. E. Oliver (1930: 6-7), per la profusió de dades que aporta: «El Saladar de Denia estaba formado a mediados del siglo pasado por unos terrenos pantanosos, a modo de una marjal, que permanecía inundado desde Septiembre u Octubre, al iniciarse las lluvias otoñales, hasta Mayo o Junio, y los otros tres o cuatro meses de calores se secaba, pero exhalando las consiguientes miasmas, constituyendo un foco palúdico de gran notoriedad en todo el antiguo Reino de Valencia, hasta el extremo de que todavía se conservan algunas sentencias populares que recuerdan aquella calamidad pública.

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