Caleb siguió subiendo por su cuerda. Los dos estaban ascendiendo a una buena velocidad, aun con los acantilados cubiertos de musgo que los hacían resbalar.
De repente, Caitlin oyó un ruido horrible. Era el sonido de la cuerda rompiéndose.
Caitlin se preparó para caer en picada hacia su muerte, pero se dio cuenta que su cuerda no estaba rompiéndose. Miró por encima de su hombro y vio que era la cuerda de Caleb.
Su cuerda se se estaba quebrando.
Caitlin entró en acción. Se alejó de la roca y echó la cuerda cerca de él, y extendió su mano libre. Se las arregló para agarrar la mano de Caleb justo cuando estaba cayendo en picada. Lo tenía agarrado con la mano libre y lo mantuvo así, colgando en el aire. Luego, con un esfuerzo supremo, lo levantó varios metros hacia una grieta profunda en la pared del acantilado. Caleb, todavía con Ruth, pudo mantenerse firme en un escalón y agarrarse de una roca.
Estaba a salvo, ella pudo ver el alivio en su rostro.
Pero no había tiempo para pensar. Inmediatamente, Caitlin se dio vuelta y se apuró a subir por la cuerda. Su cuerda podía romperse también en cualquier momento, y cargaba a Scarlet en su espalda.
Finalmente, llegó a la cima. Rápidamente, ella saltó a la meseta cubierta de hierba y depositó a Scarlet sobre la tierra. Se sentía tan agradecida de estar sobre la tierra -pero no perdió el tiempo. Se dio vuelta, tomó la cuerda y la arrojó con fuerza varios metros para que colgara cerca de donde Caleb se estaba sosteniendo.
Miró hacia abajo y él la estaba esperando y, cuando la cuerda llegó hasta él, Caleb extendió su mano y la agarró mientras sostenía a Ruth con la otra mano. Se las arregló para empujarse rápidamente hacia arriba. Caitlin miró detenidamente cada paso que daba, rezando para que la cuerda no se rompiera.
Finalmente, llegaron a la cima y rodaron sobre la hierba. Se apresuraron a alejarse de la cornisa, y Scarlet y Ruth se abrazaron mientras Caitlin y Caleb hacían lo propio.
Al igual que Caleb, Caitlin se sintió completamente aliviada.
"Me salvaste la vida", él dijo. "Una vez más.”
Ella respondió con una sonrisa.
“Tú has salvado la mía muchas veces", ella le dijo. "Te debo al menos unas cuantas."
Él le devolvió la sonrisa.
Todos se volvieron y observaron sus nuevos alrededores. La Isla de Skye. Era preciosa, impresionante, mística, desolada y dramática al mismo tiempo. La isla se ondulaba en una serie de montañas y valles y colinas y mesetas, algunas de ellas rocosas y áridas, otras estaban cubiertas de un musgo verde. Todo estaba envuelto por una neblina celestial que se abría camino en los rincones y grietas, y se iluminaba de color naranja y rojo y amarillo bajo el sol de la mañana. Esta isla parecía un lugar de ensueño. Y también parecía un lugar donde los seres humanos posiblemente nunca podrían vivir.
Mientras miraban el horizonte, de pronto, como si fuera una aparición, una docena de vampiros salieron lentamente de la niebla sobre la colina, se dirigían directamente hacia ellos. Caitlin no lo podía creer. Se preparó para la batalla, pero, mientras todos permanecían en sus posiciones, Caleb se acercó y puso una mano sobre la suya para tranquilizarla.
"No te preocupes", dijo Caleb. "Puedo sentirlo. Son amigables.”
Al acercarse, Caitlin pudo ver sus características y sintió que tenía razón. De hecho, se sorprendió de lo que vio.
Allí, de pie, frente a ella, estaban varios de sus viejos amigos.
CAPÍTULO CUATRO
Mientras el barco se mecía violentamente y era empujado hacia la costa rocosa, Sam se preparó para la batalla. Pudo sentir la aprensión de Polly mientras docenas de vampiros guerreros se apresuraban hacia ellos por los acantilados escarpados.
"¿Y ahora qué?", preguntó Polly cuando el barco estaba a unos pocos metros de la orilla.
"No tenemos de otra", respondió Sam. “Los enfrentaremos."
Dicho esto, saltó de la embarcación tomando a Polly de la mano. Los dos saltaron varios metros en el aire y aterrizaron en la orilla. Cuando el agua helada tocó sus pies descalzos, Sam sintió un escalofrío en su columna vertebral que lo despertó completamente. Se dio cuenta de que todavía vestía el equipo de batalla que había usado en Londres – pantalones negros ajustados y camiseta acolchada en los hombros y los brazos, y que Polly, también.
Pero no tenía tiempo para perder. Cuando Sam miró hacia la orilla, vio a docenas de guerreros humanos lanzarse sobre ellos. Vestidos con armaduras y cotas de malla de pies a cabeza, blandiendo espadas y llevando escudos, era la visión clásica de los caballeros de armadura brillante que Sam había visto durante su infancia en los libros ilustrados -los caballeros que una vez quiso ser. Cuando era niño, los había idolatrado. Pero ahora, siendo un vampiro, sabía que era mucho más fuerte que cualquier otro guerrero. Sabía que ellos nunca podrían igualar su fuerza o su velocidad, nunca llegarían a tener sus habilidades para el combate. Por esa razón, Sam no tenía miedo.
Pero, le preocupó Polly. Desconocía sus habilidades para el combate, y la verdad no le gustaba para nada cómo se veían las armas de estos seres humanos. Eran muy diferentes a otras espadas y escudos que había visto antes. Pudo notar, por el brillo del sol de la mañana sobre las espadas, que su punta era de plata. Estaban diseñadas para matar vampiros.
Sabía que era una amenaza real que no podían menospreciar.
Por la expresión en sus rostros, estos humanos hablaban en serio y por sus apretadas formaciones coordinadas era evidente de que estaban bien entrenados. Para los seres humanos, probablemente eran los mejores guerreros de su tiempo. También estaban muy bien organizados, y se lanzaron hacia Sam y Polly desde direcciones contrarias.
Sam no les daría la oportunidad de dar del primer golpe.
Rompiendo en una carrera de velocidad, Sam se lanzó hacia los guerreros humanos moviéndose más rápidamente que ellos.
Era claro que ellos no se lo esperaban. Pudo sentir su vacilación, no sabían cómo reaccionar.
Pero él no les dio tiempo para reaccionar. Con un salto y usando sus alas para propulsarse, voló por encima de sus cabezas hasta que libró a todo el grupo y aterrizó detrás de ellos. Se agachó y agarró una lanza de la espalda de un caballero. No bien aterrizó, la hizo girar arrojando a varios de sus caballos con un solo movimiento.
Los caballos relinchaban y pateaban, afectando al resto del grupo y provocando el caos.
Aún así, estos caballeros estaban bien entrenados y no se dejaron amilanar. Otros caballeros humanos se habrían dispersado inmediatamente, pero éstos, para sorpresa de Sam, se dieron la vuelta y volvieron a agruparse formando una sola línea de carga.
Sam se sorprendió y se preguntó dónde estaba exactamente. ¿Había aterrizado en un reino con una especie de elite guerrera?
Sam no tenía tiempo para averiguarlo. Y no quería matar a estos seres humanos. Una parte de él sentía que ellos no querían matarlos, y solo querían confrontarlos y, tal vez, capturarlos. O, probablemente, ponerlos a prueba. Después de todo, habían arribado a su territorio: intuía que querían saber que se traían entre manos.
Al menos, había logrado desviar su atención de Polly. Solo se lanzaban hacia él.
Sam hizo la lanza hacia atrás y la apuntó directamente al escudo de su líder – quería aturdirlo pero no matarlo- y se la arrojó.
Fue un golpe certero. Sacó el escudo limpiamente de su mano y lo derribó de su caballo. El caballero aterrizó sobre el piso con un fuerte ruido metálico.
Sam saltó y sacó la espada y el escudo de las manos del caballero. Justo a tiempo, porque varios golpes cayeron sobre él. Sam los bloqueó a todos y arrancó una maza de las manos de un caballero. Cogió el eje de madera, lo hizo hacia atrás, y giró la bola mortal de metal mientras la cadena describía un amplio arco. Se escuchó el sonido del metal en todas direcciones mientras Sam quitaba las espadas de las manos de una docena de guerreros. La continuó balanceando golpeando varios de sus escudos y derribando a más guerreros.
Pero, de nuevo, Sam se sorprendió. Cualquier otro guerrero humano habría huido en caos; pero no estos hombres. Los que habían sido arrojados de sus caballos, aun aturdidos, se reagruparon, tomaron sus armas de la arena, y se formaron en torno a Sam, rodeándolo. Esta vez, se mantuvieron a una mayor distancia de él, la suficiente para que Sam no pudiera golpearlos con la maza.
Y aun más preocupante, de repente todos, desde todas las direcciones, extrajeron ballestas de sus espaldas y le apuntaron. Sam notó que estaban cargadas con flechas de punta de plata. Estaban construidas para matar. Tal vez había sido demasiado indulgentes con ellos.
Ellos no dispararon, pero seguían apuntándole. Sam se dio cuenta de que estaba en un aprieto. No podía creerlo. Cualquier movimiento precipitado podría ser su último.
"Suelten sus arcos," se escuchó una voz acerada fría.
Los humanos volvieron lentamente sus cabezas y Sam volvió la suya también.
No podía creerlo. Allí, de pie, en el perímetro exterior del círculo estaba Polly. Sostenía a uno de los soldados en un abrazo mortal, tenía el antebrazo envuelto alrededor de su garganta y sostenía una pequeña daga de plata en su garganta. El soldado se quedó allí, congelado, incapaz de zafarse del agarre de Polly; con los ojos desorbitados por el miedo, tenía la mirada de un hombre a punto de morir.
"Si no lo hacen," Polly continuó, "este hombre va a morir.”
A Sam le sorprendió el tono de su voz. Nunca había visto a Polly como un guerrero, nunca la había visto tan fría y firme. Era como si estuviera en presencia de una persona totalmente nueva y estaba muy impresionado.
Al parecer, los seres humanos también lo estaban. Lentamente, de mala gana, uno por uno, dejaron caer sus ballestas en la arena.
“Bájense de los caballos", Polly les ordenó.
Poco a poco, cada uno obedeció y desmontó. Docenas de guerreros humanos estaban a merced de Polly quien sostenía al hombre como rehén.
"Entonces. La chica salva al chico, ¿verdad?” de repente se escuchó una voz altisonante y alegre. Le siguió una carcajada profunda y todas las cabezas se volvieron.
De la nada, apareció un guerrero humano envuelto en pieles, con una corona, montaba un caballo y estaba flanqueado por una docena de soldados. Por su apariencia, era evidente de que era su rey. Tenía pelo desordenado de color naranja, una gruesa barba del mismo color y ojos verdes brillantes y traviesos. Se echó hacia atrás y se rió de buena gana, mientras observaba la escena frente a él.
"Impresionante", continuó, al parecer divertido por todo el asunto. "Muy impresionante, verdaderamente."
Desmontó, e inmediatamente todos sus hombres se hicieron a un lado mientras él entraba al círculo. Sam se sintió enrojecer, al darse cuenta de que al rey le debió parecer que él no podía combatir y que no habría sabido defenderse, si no hubiera sido por Polly. Lo cual era, al menos en parte, cierto. Pero no estaba demasiado molesto porque estaba muy agradecido con ella por haberlo salvado.
Y se sintió aun más avergonzado cuando el rey no le hizo caso y caminó hacia Polly.
"Puedes soltarlo", le dijo el Rey, sin dejar de sonreír.
"¿Por qué debería hacerlo?", preguntó ella, mirando al rey y a Sam, todavía cautelosa.
"Porque no íbamos a hacerles daño. No era más que una prueba. Para saber si eran dignos de estar en Skye. Después de todo,” se rió", ¡ustedes llegaron a nuestras costas!"
El Rey rompió en carcajadas otra vez, y varios de sus hombres dieron un paso adelante y le entregaron dos largas espadas enjoyadas que brillaban con la luz de la mañana; estaban cubiertas con rubíes y zafiros y esmeraldas. Sam se sorprendió: eran las espadas más hermosas que jamas había visto.
"Han pasado nuestra prueba," el Rey anunció. "Y esto es para ustedes. Es un regalo.”
Sam se acercó a Polly mientras ella lentamente soltaba a su rehén. Cada uno tomó una espada y los dos examinaron la empuñadura con joyas incrustadas. A Sam le maravilló su artesanía.
“Para dos guerreros muy dignos", dijo. "Nos sentimos honrados de darles la bienvenida."
Se dio vuelta y comenzó a caminar, era claro que Sam y Polly debían seguirlo. Mientras caminaba, él tronó:
"Bienvenidos a nuestra isla de Skye."
CAPÍTULO CINCO
Seguidos por Scarlet y Ruth, y flanqueados por Taylor, Tyler y varios otros miembros de la cofradía de Aiden, Caitlin y Caleb caminaron a paso vivo a través de la isla de Skye. Caitlin estaba encantado de verlos. Tras las dificultades iniciales para llegar a este lugar y a esta época, por fin tenía una sensación de paz y tranquilidad; sabía que estaban en el lugar correcto. Taylor y Tyler, y toda la gente de Aiden, también se habían emocionado de verlos. Era tan extraño encontrarlos en un tiempo y lugar tan diferentes, en este clima frío, en esta isla cruda y estéril en medio de la nada. Caitlin se dio cuenta de que si bien podían cambiar los tiempos y lugares, la gente no lo hacía.
Taylor y Tyler los llevaron en un recorrido a paso ligero por la isla, y llevaban horas caminando. Inmediatamente, Caitlin les había preguntado si tenían alguna noticia de Sam o Polly; se sintió abatida cuando le dijeron que no. Desesperadamente, esperaba que también hubieran regresado en el tiempo.
Mientras caminaban, Taylor los puso al corriente de los rituales de su cofradía, sus hábitos, los nuevos métodos de entrenamiento, y todo lo que Caitlin podría querer saber. Ella se dio cuenta de que Skye era impresionante, uno de los lugares más hermosos en los que jamás había estado. Se veía antiguo, primordial, con piedras elevándose en el paisaje, colinas cubiertas de musgo, lagos de montaña que reflejaban el sol de la mañana, y una hermosa niebla que parecía colgar sobre todo.
"La niebla nunca nos abandona," dijo Tyler, sonriendo mientras leía la mente de Caitlin.
Caitlin se sonrojó, avergonzada como siempre, por la facilidad con que los demás podían leer sus pensamientos.
"De hecho, de ahí viene su nombre: Skye significa 'la isla en la niebla'", dijo Taylor. "Le da un telón de fondo bastante dramático a todo, ¿no te parece?"
Caitlin asintió mientras contemplaba el paisaje.
"Y es útil cuando peleamos contra nuestros enemigos," Tyler intervino. "Sin embargo, nadie se atreve ni siquiera a acercarse a nuestras costas."
“No los culpo", dijo Caleb. “No es una entrada para nada acogedora."
Taylor y Tyler sonrieron.
"Sólo los dignos pueden acercarse. Esa es nuestra prueba. Han pasado años desde la última vez que alguien trató de visitarnos -y después de muchos años pasaron esa prueba y llegaron con vida a nuestras costas.”
"Sólo los dignos pueden sobrevivir y entrenar aquí", dijo Taylor. "Sin embargo, el entrenamiento es el mejor del mundo."
"Skye es un lugar que no perdona", añadió Tyler, "un lugar de extremos. La cofradía de Aiden está muy unida aquí, como nunca antes. Casi nunca nos vamos. Entrenamos juntos casi todo el día, y en el más extremo de los ambientes -en el frío, la niebla, la lluvia, los acantilados, en las montañas, en los lagos congelados, en las costas rocosas, a veces incluso en el mar. Hay pocos métodos de entrenamiento que no hemos probado. Y somos más aguerridos que nunca.”
"Y no entrenamos solos", añadió Tyler. “Los guerreros humanos viven aquí también, dirigidos por su Rey, McCleod. Tienen un castillo y su propia legión de guerreros, y todos vivimos y entrenamos juntos. Es algo fuera de lo común, los vampiros y los humanos entrenando juntos. Pero aquí estamos muy cerca. Todos somos guerreros, y todos respetamos el código del guerrero.”
"Aunque, por supuesto," dijo Tyler, "no podemos aparearnos. A muchos de ellos les gustaría tener nuestras habilidades de vampiro, pero Aiden tiene reglas estrictas que prohíben convertir a los seres humanos. Los humanos se han resignado al hecho de que nunca van a ser como nosotros. Vivimos y entrenamos juntos en armonía. Perfeccionamos sus habilidades más allá de lo que cualquier humano podría soñar. Y nos ofrecen refugio y protección. Tienen un arsenal de armas con punta de plata y, si alguna cofradía rival nos ataca, ellos están listos para defendernos.”