Casi Ausente - Блейк Пирс 4 стр.


Margot sacudió la cabeza.

—Estaban cenando.

—¿Tan tarde? ¿No te dije que tienen que cenar temprano cuando tienen clases? Aunque estén de vacaciones, ya deberían estar acostados para cumplir con los horarios.

Margot lo miró y se encogió de hombros con enojo, antes de dirigirse hacia una puerta a la derecha haciendo resonar sus tacones altos.

—¿Antoinette? —Exclamó— ¿Ella? ¿Marc?

La respuesta fue un estruendo de pasos y fuertes gritos.

Un niño de cabello oscuro entró corriendo al vestíbulo, con una muñeca agarrada del cabello. Lo seguía de cerca una niña más pequeña y regordeta, en un mar de lágrimas.

—¡Devuélveme mi Barbie! —le gritó.

El niño se detuvo, patinándose al ver a los adultos, e hizo una carrera hasta la escalera. Al precipitarse hacia allí, rozó con el hombro el lado curvo de un jarrón azul y dorado.

Cassie se tapó la boca con las manos, horrorizada al ver como el jarrón se balanceaba en el pedestal y caía destrozado en el piso. Las esquirlas de vidrio colorido se desparramaron por las tablas de madera oscura.

El silencio ante el impacto se rompió con los rugidos furiosos de Pierre.

—¡Marc! Devuélvele la muñeca a Ella.

Arrastrando los pies y con el labio inferior hacia afuera, Marc retrocedió pasando por los escombros. Le tendió la muñeca a Pierre de mala gana, y este se la devolvió a Ella. Los sollozos se apagaron mientras arreglaba el cabello de su muñeca.

—Ese era un jarrón de vidrio durand art —Margot le dijo, entre dientes, al niño—. Una antigüedad. Irremplazable. ¿No tienes respeto por los objetos de tu padre?

Un silencio hosco fue la única respuesta.

—¿En dónde está Antoinette? —preguntó Pierre, con cierta frustración.

Margot levantó la vista y Cassie, siguiendo su mirada, vio a una niña delgada de cabello oscuro en lo alto de la escalera. Parecía ser la mayor de los tres por unos años. Estaba vestida de manera elegante en un traje perfectamente planchado, y esperaba con su mano en la barandilla hasta que obtuvo toda la atención de su familia. Luego, con el mentón hacia arriba, comenzó a descender.

Cassie, ansiosa por causar una buena impresión, aclaró su garganta e intentó saludarlos de manera amistosa.

—Hola, niños. Mi nombre es Cassie. Estoy encantada de estar aquí y feliz de poder cuidarlos.

Ella respondió con una sonrisa tímida. Marc no levantó la vista del suelo, enojado. Y Antoinette la miró a los ojos por un buen rato, desafiante. Luego, y sin decir una palabra, le dio la espalda.

—Si me disculpas, papá —le dijo a Pierre—, tengo que terminar la tarea antes de acostarme.

—Por supuesto —dijo Pierre, y Antoinette subió la escalera contoneándose.

Cassie sintió que le ardía el rostro de vergüenza ante el intencionado desaire. Se preguntó si debía decir algo, tratar de aclarar la situación o intentar disculpar el comportamiento grosero de Antoinette, pero le era imposible encontrar las palabras adecuadas.

—Te lo dije, Pierre. Ya empezó con el temperamento de adolescente —murmuró Margot furiosamente, y Cassie se dio cuenta de que no había sido la única a la que Antoinette había ignorado.

—Al menos estaba haciendo su tarea aunque nadie la ayudara —respondió Pierre—. Ella, Marc, ¿por qué no se presentan correctamente?

Hubo un breve silencio. Claramente las presentaciones no iban a ocurrir sin una pelea. Pero quizás ella podría aliviar la tensión con algunas preguntas.

—Bueno Marc, ya sé tu nombre pero me gustaría saber tu edad —dijo ella.

—Tengo ocho —murmuró.

Mirándolo a él y a Pierre podía ver que eran parecidos. El cabello alborotado, el mentón firme, los ojos color azul profundo. Hasta la forma en que fruncían el ceño era similar. Las niñas también eran morenas, pero tenían rasgos más delicados.

—Y Ella, ¿cuántos años tienes?

—Casi seis —dijo la pequeña con orgullo—. Mi cumpleaños es el día después de Navidad.

—Es un buen día para cumplir años. Espero que por eso recibas mucho más regalos.

Ella sonrío sorprendida, como si fuese una ventaja que aún no había considerado.

—Antoinette es la mayor. Tiene doce —dijo ella.

Pierre golpeó las manos.

—Bien, es hora de ir a la cama. Margot, luego de llevar a los niños a la cama, ¿puedes mostrarle la casa a Cassie? Le será útil saber dónde están las cosas. Hazlo rápido. Debemos partir a las siete.

—Aún debo terminar de aprontarme —respondió Margot en un tono ácido—. Tú puedes llevar a los niños a la cama y llamar a un mayordomo para que limpie este desorden. Yo le mostraré la casa a Cassie.

Pierre respiró con enojo y miró a Cassie con los labios apretados. Ella supuso que su presencia había hecho que él se tragara sus palabras.

—Arriba y a la cama —dijo él, y los dos niños lo siguieron de mala gana por las escaleras.

Cassie se animó al ver que Ella se dio vuelta para darle un pequeño saludo con la mano.

—Ven conmigo, Cassie —le ordenó Margot.

Cassie siguió a Margot por una entrada a la izquierda hacia una sala formal con muebles exquisitos y excepcionales, y tapices revistiendo las paredes. La sala era enorme y fría, y la gigantesca chimenea no estaba prendida.

—Esta sala se usa muy poco y los niños no tienen permiso para entrar aquí. El comedor principal está al lado y se aplican las mismas reglas.

Cassie se preguntó con qué frecuencia se utilizaba la enorme mesa de caoba, pues parecía inmaculada, y contó dieciséis sillas con altos respaldos. En el aparador pulido de color oscuro había tres jarrones más, parecidos al que había roto Marc. No se podía imaginar una alegre conversación durante la cena en un espacio tan austero y silencioso.

¿Qué se sentiría crecer en una casa así, en la que espacios enteros estaban prohibidos porque los muebles podían ser dañados? Supuso que eso podía hacer que un niño sintiera que los muebles eran más importantes que él.

—A este lo llamamos el salón azul.

Era una sala más pequeña, empapelada en azul marino con enormes puertas francesas. Cassie supuso que se abrían hacia un patio o jardín, pero todo estaba completamente oscuro y lo único que podía ver eran las luces tenues de la sala reflejadas en el vidrio. Hubiera querido que la casa tuviese lámparas de mayor potencia, pues todas las habitaciones eran oscuras y las sombras acechaban las esquinas.

Una escultura atrajo su atención…su pedestal de mármol se había roto, por lo que la escultura yacía sobre la mesa. Sus rasgos parecían vacíos e inmóviles, como si la piedra cubriera el rostro de una persona muerta. Las extremidades eran gruesas y esculpidas toscamente. Cassie tiritó y miró hacia otro lado, pues la vista era espeluznante.

—Esa es una de nuestras piezas más valiosas —dijo Margot—. Marc la derribó la semana pasada. La llevaremos a reparar en breve.

Cassie pensó en la energía destructiva del niño y la forma en que había rozado el jarrón con su hombro. ¿Había sido totalmente accidental? ¿O había un deseo subliminal de destrozar el vidrio, de llamar la atención en un mundo en el que los objetos parecían tener más prioridad?

Margot la guió por el mismo camino que habían entrado.

—Las habitaciones en ese pasaje se mantienen cerradas. La cocina es por aquí, a la derecha, y después están las habitaciones de los sirvientes. A la izquierda hay una pequeña recepción y un salón en donde cena la familia.

Al volver, se cruzaron con un mayordomo de uniforme gris que llevaba una escoba, una pala y un cepillo. Él se apartó para que ellas pudieran pasar, pero Margot ni siquiera le agradeció.

El ala oeste era un reflejo del ala este. Habitaciones inmensas y oscuras con mobiliario exquisito y obras de arte. Silenciosas y vacías. Cassie tiritó, ansiaba una luz intensa y hogareña o el sonido familiar de un televisor, si algo de eso siquiera existía en esta casa. Siguió a Margot por las magníficas escaleras al segundo piso.

—El ala de huéspedes.

Tres dormitorios inmaculados con camas con dosel, separados por dos salas de estar. Los dormitorios eran tan pulcros y formales como una habitación de hotel, y la ropa de cama parecía haber sido planchada.

—Y el ala familiar.

Cassie se iluminó, contenta de llegar finalmente a la parte de la casa donde vivía gente.

—El cuarto de bebés.

Para su desconcierto, esta era otra habitación vacía con una cuna con altos barrotes.

—Y aquí están los dormitorios de los niños. Nuestro dormitorio está al final del corredor, a la vuelta de la esquina.

Tres puertas cerradas, una al lado de la otra. Margot bajó la voz y Cassie supuso que no quería entrar a ver a los niños, ni siquiera para decir buenas noches.

—Este es el dormitorio de Antoinette, este es el de Marc y el más cercano al nuestro es el de Ella. Tu dormitorio está enfrente al de Antoinette.

La puerta estaba abierta y dos criadas estaban haciendo la cama afanosamente. El dormitorio era enorme y muy frío. Estaba amueblado con dos sillones orejeros, una mesa y un enorme ropero de madera. Pesadas cortinas rojas cubrían la ventana. Su maleta había sido ubicada a los pies de la cama.

—Podrás escuchar a los niños si lloran o te llaman, por favor atiéndelos. Mañana en la mañana necesitan estar vestidos y prontos a las ocho. Van a estar a la intemperie, así que elige ropa abrigada.

—Lo haré, pero… —Cassie se armó de coraje—. Por favor, ¿podría cenar? No he comido nada desde la cena de anoche, en el avión.

Margot se la quedó mirando perpleja y luego sacudió la cabeza.

—Los niños comieron temprano porque nosotros vamos a salir. Ahora la cocina está cerrada. Mañana el desayuno estará listo desde las siete. ¿Puedes esperar hasta entonces?

—S…supongo que sí.

Se sentía mal de tanta hambre que tenía. El dulce prohibido en su bolso, que había pensado darles a los niños, se convirtió de pronto en una tentación irresistible.

—Y debo enviar un correo electrónico a la agencia, para avisarles que estoy aquí. ¿Podría darme la contraseña del Wi-Fi? Mi teléfono no tiene señal.

La mirada de Margot se volvió inexpresiva.

—No tenemos Wi-Fi y no hay señal para teléfonos celulares aquí. Hay un teléfono de línea en el escritorio de Pierre. Para enviar un correo electrónico tienes que ir a la ciudad.

Sin esperar a que Cassie respondiera, se dio la vuelta y se dirigió al dormitorio principal.

Las criadas ya se habían ido, dejando la cama de Cassie en un estado de perfección espeluznante.

Cerró la puerta.

Nunca imaginó que sentiría nostalgia, pero en ese momento ansiaba escuchar una voz amigable, el murmullo de la televisión, el desorden de un refrigerador lleno. Los platos en la pileta, los juguetes en el piso, el sonido de los videos de YouTube reproduciéndose en un celular. El alegre caos de una familia normal, la vida de la que esperaba formar parte.

Por el contrario, sentía que ya estaba envuelta en un conflicto amargo y complicado. Nunca debió haber esperado hacerse amiga de estos niños inmediatamente, no con la dinámica familiar que se había desarrollado hasta ahora. Este lugar era un campo de batalla, y aunque encontrara en Ella una aliada, temía que ya se había hecho una enemiga con Antoinette.

La luz del techo, que había estado titilando, se apagó de repente. Cassie buscó su mochila a tientas para sacar su teléfono, y desempacó lo mejor que pudo con la luz de la linterna. Lo enchufó en el único tomacorriente visible al otro lado del dormitorio, y en la oscuridad arrastró los pies hasta la cama.

Con frío, preocupación y hambre, se trepó entre las frías sábanas y se cubrió hasta el mentón. Esperaba sentirse más esperanzada y optimista después de conocer a la familia, pero estaba dudando de su capacidad para lidiar con ellos y temía lo que ocurriría al día siguiente.

CAPÍTULO CUATRO

La estatua se erguía rodeada de oscuridad en la puerta de Cassie.

Sus ojos sin vida y su boca se abrieron, al tiempo que se acercaba a ella. Las finas grietas alrededor de sus labios se ensancharon y todo su rostro comenzó a desintegrarse. Los fragmentos de mármol cayeron como una lluvia y repiquetearon en el suelo.

—No —susurró Cassie, pero se dio cuenta de que no se podía mover.

Estaba atrapada en la cama con las extremidades paralizadas, aunque su mente en pánico le imploraba que se escapara.

La estatua se dirigió hacia ella con los brazos extendidos, y de sus extremidades caían en cascada trozos de piedra. Comenzó a gritar, era un sonido fuerte y agudo, y mientras lo hacía Cassie vio lo que había debajo de la cáscara de mármol.

El rostro de su hermana. Frío, gris, muerto.

—¡No, no, no! —gritó Cassie, y sus propios gritos la despertaron.

El dormitorio estaba totalmente oscuro y ella estaba enrollada, tiritando. Se sentó, aterrada, y tanteó en busca de un interruptor que no estaba allí.

Su mayor temor, el que luchaba por reprimir durante el día, pero que lograba entrar en sus pesadillas. Era el temor de que Jacqui hubiese muerto. Si no ¿por qué su hermana había dejado de comunicarse de repente? ¿Por qué no había recibido cartas o llamadas telefónicas, ni una sola noticia de ella durante años?

Temblando de frío y miedo, Cassie se dio cuenta de que las piedras que repiqueteaban en su sueño se habían convertido en el sonido de la lluvia, que con las ráfagas de viento golpeaban contra el vidrio de la ventana. Y por encima de la lluvia, escuchó otro ruido. Era el alarido de uno de los niños.

“Podrás escuchar a los niños si lloran o te llaman, por favor atiéndelos”.

Cassie se sintió confundida y desorientada. Quería prender una lámpara en su mesa de luz y tomarse unos minutos para tranquilizarse. El sueño había sido tan vívido que aún se sentía atrapada adentro de él. Pero los alaridos debían de haber comenzado mientras ella dormía, quizás habían causado su pesadilla. La necesitaban urgentemente, tenía que apresurarse.

Corrió el acolchado y descubrió que no habían cerrado bien la ventana. Con el viento, la lluvia había entrado por un hueco, y los bordes de las sábanas estaban empapados. Se levantó de la cama en la oscuridad y se dirigió al otro lado del dormitorio, en donde esperaba que estuviera su teléfono.

Una capa de agua en el suelo había convertido a los azulejos en hielo. Se patinó, perdiendo su punto de apoyo, y aterrizó con un golpe seco y doloroso en la espalda. Se había golpeado la cabeza contra el marco de la cama y su visión explotó en estrellas.

—Maldición —susurró, e intentó aliviarse sobre las manos y rodillas, esperando que el dolor de cabeza y el mareo disminuyeran.

Gateó por los azulejos y tanteó en busca de su teléfono, con la esperanza de que se hubiese salvado de la crecida de agua. Vio con alivio que esta parte del dormitorio estaba seca. Prendió la linterna y se apoyó dolorida sobre los pies. La cabeza le punzaba y su blusa estaba empapada. Se la quitó y rápidamente se puso la primera ropa que encontró: unos pantalones deportivos y una blusa gris. Descalza, salió rápidamente del dormitorio.

Iluminó las paredes con su linterna pero no encontró ningún interruptor cerca. Cuidadosamente, siguió al rayo de luz en dirección al sonido, dirigiéndose hacia las habitaciones Dubois. El dormitorio más cercano al de ellos era el de Ella.

Cassie golpeó la puerta rápidamente y entró.

Afortunadamente, la luz estaba prendida. En el resplandor de la lámpara del techo, podía ver la cama de una plaza cerca de la ventana, a donde Ella había arrojado su acolchado. Chillando y gritando dormida, Ella luchaba contra los demonios de su sueño.

—¡Ella, despierta!

Cassie cerró la puerta y se acercó rápidamente. Se sentó al borde de la cama y tomó los hombros de la niña dormida suavemente, sintiéndolos encorvados y estremecidos. Su cabello oscuro estaba enmarañado y la blusa del pijama arremangada. Había pateado el acolchado azul a los pies de la cama, por lo que debía de tener frío.

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