Casi Muerta - Блейк Пирс 6 стр.


–Para eso están los padres. Eso es lo que hacen.

La voz burlona venía de detrás de ella y ella giró, tambaleándose.

Allí estaba, el hombre que le había mentido, la había engañado y había destruido su confianza. Pero no era a su padre a quien veía. Era Ryan Ellis, su jefe en Inglaterra, con el rostro retorcido con menosprecio.

–Eso es lo que hacen los padres —susurró—. Hacen daño. Destruyen. Tú no fuiste lo suficientemente buena, así que ahora es tu turno. Eso es lo que hacen.

Extendió la mano, la sujetó de la blusa y la empujó con todas sus fuerzas.

Cassie dio un alarido de terror al sentir que perdía la sujeción y la piedra se resbalaba.

Se estaba cayendo, cayendo.

Y cuando aterrizó, se sentó, jadeando, con sudor frío que le producía escalofríos aunque el espacioso dormitorio estaba templado.

La distribución de la habitación no le resultaba familiar y pasó un tiempo tanteando antes de encontrar su mesa de noche y luego finalmente el interruptor de la luz.

La prendió y se sentó, desesperada por confirmar que había escapado de su pesadilla.

Estaba en la enorme cama matrimonial con cabecera de metal. Del otro lado de la habitación estaba el enorme ventanal, con las cortinas color castaño dorado cerradas.

A la derecha estaba la puerta del dormitorio y a la izquierda, la puerta del baño. El escritorio, la silla, el minibar, el armario, todo estaba como ella lo recordaba.

Cassie soltó un suspiro profundo, con la tranquilidad de que ya no estaba atrapada en su sueño.

Aunque aún estaba oscuro, ya eran las siete y cuarto de la mañana. Con un sobresalto, recordó que no había recibido instrucciones de lo que las niñas debían hacer hoy. ¿O sí las había recibido, pero se había olvidado? ¿La señora Rossi había dicho algo de la escuela?

Cassie sacudió la cabeza. No podía recordar nada y no creía que hubiera mencionado los horarios de la escuela.

Salió de la cama y se vistió rápidamente. En el baño, controló sus ondas cobrizas con un peinado que esperaba que fuese aceptable en este hogar enfocado en la moda.

Mientras se miraba en el espejo, escuchó un ruido afuera.

Cassie se detuvo y escuchó.

Detectó el débil sonido de unos pasos crujiendo sobre la gravilla. El cristal esmerilado de la ventana del baño daba hacia afuera, hacia la puerta de hierro.

¿Sería alguien del personal de cocina?

Abrió la ventana y miró hacia afuera.

En el gris profundo de la mañana, Cassie vio una silueta vestida con ropa oscura avanzando furtivamente hacia la parte trasera de la casa. Mientras observaba con asombro, logró descifrar la silueta de un hombre con un gorro de lana negro y una pequeña mochila de color oscuro. Solo fue un vistazo, pero pudo ver que se dirigía a la puerta trasera.

Se le aceleró el corazón al pensar en intrusos, en la puerta automática y las cámaras de seguridad.

Recordó las palabras de la señora Rossi y la clara advertencia que le había dado. Esta era una familia acomodada. Sin dudas podían ser el blanco de un robo o incluso un secuestro.

Tenía que salir a investigar. Si él le parecía peligroso, daría la alarma, gritaría y despertaría a toda la casa.

Mientras se apresuraba por la escalera, decidió su plan de acción.

El hombre se había dirigido a la parte de atrás de la casa, así que ella saldría por la puerta del frente. Ahora había suficiente luz para ver bien, y la fría noche había dejado escarcha sobre el pasto. Podría seguir sus huellas.

Cassie salió hacia afuera, cerrando con llave la puerta. La mañana estaba tranquila y helada, pero estaba tan nerviosa que apenas notó la temperatura.

Había huellas, borrosas pero claras en la escarcha. Rodeaban la casa sobre el pasto prolijamente cortado y conducían hacia los ladrillos del patio.

Siguiéndolas, vio que conducían a la puerta trasera que estaba totalmente abierta.

Cassie se avanzó por los escalones, notando las huellas típicas de un zapato en cada escalón de piedra.

Se detuvo en la puerta, esperando y esforzándose por escuchar cualquier ruido sospechoso por encima del martilleo de su propio corazón.

No podía escuchar nada que viniera de adentro, aunque las luces estaban prendidas. Un leve aroma a café flotó hacia ella. Quizás este hombre era un chofer que venía dejar una entrega y la cocinera lo había dejado entrar. Pero entonces, ¿en dónde estaba él y por qué no podía escuchar ninguna voz?

Cassie caminó sigilosamente por la cocina, pero no encontró a nadie allí.

Decidió ir a ver a las niñas y asegurarse de que estuvieran bien. Entonces, una vez que se asegurara de que estaban a salvo, despertaría a la señora Rossi y le explicaría lo que había visto. Podría tratarse de una falsa alarma, pero era mejor prevenir que curar, especialmente viendo que el hombre parecía haber desaparecido.

Había sido un vistazo tan fugaz que si no hubiese visto las huellas de los zapatos, Cassie hubiera creído que se había imaginado al furtivo personaje.

Trotó por las escaleras y se dirigió a los dormitorios de las niñas.

Antes de llegar se volvió a detener, tapándose la boca con la mano para sofocar un grito.

Allí estaba el hombre, una figura delgada, vestida con ropa oscura.

Estaba afuera del dormitorio de la señora Rossi, extendiendo la mano izquierda hacia la manija de la puerta.

No podía ver su mano derecha porque la tenía enfrente de él, pero por el ángulo, era obvio que estaba sosteniendo algo con ella.

CAPÍTULO OCHO

Cassie necesitaba un arma y agarró el primer objeto que sus ojos aterrados pudieron ver: una estatuilla de bronce en una mesilla cerca de la escalera.

Luego, corrió hacia él. Ella tendría la ventaja del efecto sorpresa, ya que él no podría voltearse a tiempo. Lo golpearía con la estatuilla, primero en la cabeza y luego en la mano derecha para desarmarlo.

Cassie saltó hacia adelante. Él estaba girando, esta era su oportunidad. Alzó su arma improvisada.

Entonces, mientras él se volteaba para enfrentarla, se resbaló y se detuvo. El grito de disgusto de él sofocó el suyo de sorpresa.

El hombre delgado de baja estatura sostenía un vaso grande de café para llevar en la mano.

–¿Qué diablos? —Gritó él.

Cassie bajó la estatuilla y lo miró con incredulidad.

–¿Estabas intentando atacarme? —Refunfuñó el hombre— ¿Estás loca? Casi me haces soltar esto.

Él miró hacia abajo, al café, que le había salpicado la mano por el agujero de la tapa. Unas pocas gotas se habían derramado en el suelo. Él buscó en su bolsillo un pañuelo descartable y se inclinó a limpiarlas

Cassie adivinó que tendría treinta y pocos años. Estaba inmaculadamente arreglado. Su cabello castaño tenía un corte de pelo degradado a la perfección y tenía una barba bien cortada. Detectó una pizca de acento australiano en su voz.

Incorporándose, la miró con furia.

–¿Quién eres?

–Soy Cassie Vale, la niñera. ¿Quién eres tú?

Él levantó las cejas.

–¿Desde cuándo? Ayer no estabas aquí.

–Me contrataron ayer en la tarde.

–¿La Signora te contrató?

Él remarcó la última palabra y la observó por unos segundos, en los que Cassie se sintió cada vez más incómoda. Asintió en silencio.

–Ya veo. Bueno, mi nombre es Maurice Smithers, y soy el asistente personal de la señora Rossi.

Cassie lo miró boquiabierta. Él no encajaba con el perfil que ella tenía de un asistente personal.

–¿Por qué entraste a la casa a hurtadillas?

Maurice suspiró.

–La cerradura de la puerta del frente es difícil de abrir los días fríos. Hace un ruido nefasto y no me gusta perturbar a la casa cuando llego temprano. Así que uso la puerta trasera porque es más silenciosa.

–¿Y el café?

Cassie observó la taza, aún sintiéndose atacada por sorpresa por la extrañeza de su apariencia y su supuesto rol.

–Es de una cafetería artesanal calle abajo. Es el favorito de la Signora. Le traigo una taza cuando tenemos nuestras reuniones matinales.

–¿Tan temprano?

Aunque su tono era acusador, Cassie se sentía avergonzada. Había creído que estaba siendo heroica, actuando por el bienestar de la señora Rossi y sus hijas. Ahora descubría que había cometido un grave error y había empezado con el pie izquierdo con Maurice. Como su asistente personal, obviamente era una figura influyente en su vida.

De pronto, sus perspectivas de una pasantía futura parecían cada vez menos seguras. Cassie no podía soportar pensar en que su sueño ya estaba en riesgo gracias a sus acciones imprudentes.

–Tenemos un día muy ocupado hoy. La señora Rossi prefiere comenzar temprano. Ahora, si no te importa, quisiera entregarle esto antes de que se enfríe.

Golpeó la puerta respetuosamente y un momento después, esta se abrió.

Buongiorno, Signora. ¿Cómo está esta mañana?

La señora Rossi estaba perfectamente vestida y arreglada. Hoy tenía un par de botas distintas; estas eran color cereza, con enormes hebillas plateadas.

Molto bene, grazie, Maurice —y tomo el café,

Cassie se dio cuenta de que los cumplidos en italiano parecían ser una formalidad antes de que la conversación cambiara al inglés mientras Maurice continuaba.

–Está muy frío afuera. ¿Quiere que vaya a subir la calefacción en su oficina?

Hasta ahora, Cassie no sabía que Maurice podía sonreír, pero ahora su rostro estaba estirado en una sonrisa servil y prácticamente estallaba su deseo de complacerla.

–No, no estaremos allí por mucho tiempo. Estoy segura de que la calefacción será la adecuada. Trae mi saco, ¿sí?

–Por supuesto.

Maurice tomó el saco con cuello de piel del soporte de madera cerca de la puerta de su dormitorio. La siguió de cerca y comenzó a hablar animadamente.

–Espere a escuchar qué tenemos preparado para la semana de la moda. Ayer tuvimos una reunión excelente con el equipo francés. Por supuesto que grabé todo, pero también tengo la minuta y un resumen preparado.

Cassie se dio cuenta de que la señora Rossi no le había dirigido la palabra. Debía haberla visto allí parada, pero su atención había estado totalmente enfocada en Maurice. Ahora, los dos se dirigían a la oficina en donde Cassie había sido entrevistada el día anterior.

No creía que la señora Rossi la estuviese ignorando a propósito, al menos eso esperaba. Era más como si estuviese totalmente distraída y con toda su atención en el día de trabajo que la esperaba.

–Tengo el informe de ventas de la semana pasada y una respuesta de los proveedores indonesios.

–Espero que sean buenas noticias —dijo la señora Rossi.

–Eso creo. Están solicitando más información, pero parece positivo.

Maurice estaba prácticamente adulando a la señora Rossi, y Cassie no sabía si él la estaba ignorando sin intención o si lo hacía a propósito, quizás para demostrarle que él era mucho más importante que ella en su vida.

Los siguió hasta la oficina, arrastrándose unos pocos pasos más atrás, esperando el momento en que hubiera un hueco en la conversación para poder preguntar por los horarios de las niñas.

Poco tiempo después, resultó claro que no habría ningún hueco. Con las cabezas inclinadas hacia la pantalla de la computadora portátil de Maurice, ninguno de ellos siquiera la miraban. Cassie tuvo la seguridad de que Maurice la estaba ignorando a propósito. Después de todo, él sabía que ella estaba allí.

Pensó en interrumpirlos, pero eso la ponía nerviosa. Estaban concentrados y Cassie no quería hacer enojar a la señora Rossi, especialmente después de que la conversación que había escuchado ayer había demostrado que la empresaria era muy irascible.

Luego de haber sido contratada había tocado el cielo con las manos, recomendada y halagada por esta mujer prestigiosa. Esta mañana, era como si ella no existiera para la señora Rossi.

Alejándose, Cassie se sintió desanimada e insegura. Intentó ahuyentar los pensamientos negativos y se recordó a sí misma firmemente que su papel era cuidar de las niñas y no monopolizar la atención de la señora Rossi cuando estaba tan ocupada. Con suerte, Nina y Venetia sabrían cuáles eran sus horarios.

Cuando Cassie fue a las habitaciones de las niñas, las encontró vacías. Ambas camas estaban hechas de forma inmaculada y sus habitaciones estaban ordenadas. Cassie supuso que se habrían ido a desayunar, se dirigió a la cocina y se alivió de encontrarlas allí.

–Buen día, Nina y Venetia —dijo ella.

–Buen día —respondieron ellas con amabilidad.

Nina estaba sentada en una silla mientras detrás de ella, Venetia le ataba la coleta con un lazo. Cassie supuso que Nina recién habría hecho lo mismo por su hermana, porque el cabello de Venetia ya estaba prolijamente recogido. Ambas niñas estaban vestidas con un guardapolvo de color rosa y blanco.

Habían hecho tostadas y jugo de naranja, y los habían dispuesto sobre la mesa de la cocina. Cassie estaba sorprendida por cómo parecían actuar como una unidad. Por lo que había visto hasta ahora, tenían una relación armoniosa; no había señales de peleas ni de burlas. Supuso que al tener tan poca diferencia de edad, eran más como mellizas que como hermanas mayor y menor.

–Ustedes dos son tan organizadas —dijo Cassie con admiración—. Son muy inteligentes al cuidarse entre ustedes. ¿Quieren algo para untar las tostadas? ¿Qué suelen ponerles? ¿Mermelada, queso, manteca de maní?

Cassie no estaba segura de lo que había en la casa, pero supuso que tendrían esos básicos.

–Me gustan las tostadas simples con manteca —dijo Nina.

Cassie asumió que Venetia estaría de acuerdo con su hermana. Pero la niña menor la miró con interés, como si estuviese considerando sus sugerencias. Luego, dijo:

–Mermelada, por favor.

–¿Mermelada? No hay problema.

Cassie abrió las alacenas hasta encontrar la que tenía los productos untables. Estaban en el estante de arriba, demasiado alto para que las niñas lo alcanzaran.

–Hay mermelada de frutilla y de higo. ¿Cuál prefieres? Si no, hay Nutella.

–Frutilla, por favor —dijo Venetia amablemente.

–No tenemos permitida la Nutella —le explicó Nina—. Es solo para ocasiones especiales.

Cassie asintió.

–Tiene sentido, porque es tan deliciosa.

Le alcanzó la mermelada a Venetia y se sentó.

–¿Qué tienen para hacer esta mañana? Parece que están prontas para la escuela. ¿Debo llevarlas allí? ¿A qué hora comienza y saben a dónde van?

Nina terminó de masticar su tostada.

–La escuela comienza a las ocho y hoy terminamos a las dos y media porque tenemos clase de canto. Pero tenemos un chofer, Giuseppe, que nos lleva y nos trae.

–Ah.

Cassie no pudo esconder su sorpresa. Esta organización iba mucho más allá de lo que ella había esperado. Sintió como si su rol fuese inútil, y se preocupó por que la señora Rossi se diera cuenta de que podía prescindir de ella y de que no la necesitaría por los tres meses de la asignación. Tendría que volverse útil. Con suerte, cuando las niñas volvieran de la escuela tendrían tareas con las que ella podría ayudar.

Reflexionando sobre su estrategia, Cassie se levantó a prepararse café.

Cuando se volteó vio que las niñas habían terminado el desayuno.

Nina estaba apilando los platos y vasos en el lavavajillas y Venetia había acercado un banquito de la cocina a la alacena. Mientras Cassie la observaba, ella se trepó y extendió la mano lo más alto que pudo para colocar la mermelada de nuevo en su lugar.

–No te preocupes, yo lo haré.

Venetia parecía tambalearse en el banquito y Cassie se acercó con prisa previendo que esto podía terminar en un desastre.

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