Delitos Esotéricos - María Acosta 4 стр.


―¿Cuál es su coartada? ¿Sabemos lo que ha contado?

―Ha dicho que volvió muy tarde, por haber estado cenando en un restaurante en el valle y que, acercándose a su casa, avistó la luz rojiza del incendio. Ha llamado al 112 con su teléfono móvil cuando estaba aún a un par de kilómetros de casa.

―Bien, haremos las comprobaciones oportunas. Pero háblame de las personas desaparecidas anteriormente.

―Nos llevaría mucho tiempo contar todo de manera detallada. Intentaré resumirte las cosas lo más posible, luego ya tendremos la ocasión de ecxaminar todo el material que nos ha sido enviado por la jefatura y el tribunal. Hay un bonito dossier que estudiar y ya está en el escritorio. La primera persona de la que se perdió el rastro fue aquella que vivía en la misma casa de Aurora y que se hacía llamar con el mismo nombre. En el año 1989 esta señoa de sesenta años, famosa como quiromante, herborista, sanadora, vidente, maga, decidió ir a las montañas del Nepal para llegar a un templo en el que debería regenerar su espíritu, su proprio cuerpo y su alma. Llegó a Katmandú junto con una seguidora suya, una joven rumana, una tal Larìs Dracu. Las dos mujeres pagaron a unos serpas que las acompañaron hasta un cierto punto. Cuando insistieron para ir hacia una zona inexplorada, prohibida a los serpas por sus creencias religiosas, éstos últimos las dejaron solas, diciendo que les esperarían durante tres días, después de lo cual les darían por perdidas. No se supo nada más de las dos, pero después de unos meses se presentó en Triora una veinteañera que decía ser la nieta de Aurora. Apelando a la homonimia, se arrogó el derecho de tomar posesión de la casa de la abuela. También esta joven Aurora parecía que tenía poderes sobrenaturales pero mucho más potentes de los de su presunta antepasada. Los pocos habitantes del lugar, que habían conocido a Aurora de joven, no pudieron dejar de notar la extraordinaria semejanza de la joven con la anciana desaparecida, tanto era así que muchos se convencieron de que la bruja habia encontrado, en su viaje a Nepal, un elixir de juventud, y que había conseguido rejuvenecer en el aspecto hasta volverse una muchacha. Pero, a parte de esto, en los bosques de alrededor de Triora comenzaron a ocurrir extraños episodios. Se decía en el pueblo que, en las noches de luna llena, las brujas volvían a practicar sus Aquelarres, convocados justo por la joven Aurora. Aparte de los Aquelarres, eran muchas las visitas que recibía Aurora en su casa. Además de los postulantes que pedían remedios a base de hierbas para la curación de las enfermedades, o elixires de todo tipo para resolver problemas amorosos, de vez en cuando llegaban personas particulares, hospedadas por ella como adeptos de una secta esotérica, de la que no recuerdo el nombre. Estos sujetos, fundamentalmente mujeres, llegaban al lugar con el fin de adquirir el saber en la antigua biblioteca, que siempre había sido conservada celosamente en la casa de Aurora por sus antepasadas, y poco poco enriquecida por las mismas en el curso de los siglos. Una de estas jóvenes mujeres, Mariella Carletti, llamada La Rossa, en el año 1997 salió de un pequeño pueblo de Abruzzo, en el que ya era famosa como curandera y vidente, dejando dicho que llegaría a Triora con el fin de superar las arduas pruebas que le consentirían convertirse en una adepta del séptimo nivel, uno de los más altos, y que regresaría con poderes que nadie habría imaginado. Nunca volvió. En Triora, esta hermosa muchacha, alta, de fluida cabellera rojo fuego, los ojos azul claro, la tez pálida y llena de pecas, no pasó inadvertida. Al atardecer del 21 de junio, fecha que coincidía con el solsticios de verano, se dirigió al bosque donde se dice tenían lugar los Aquelarres, después de lo cual desapareció. Un detalle interesante es que aquella noche hubo un conato de incendio pero muy limitado. Parece ser que se quemó un camión en desuso desde hacía tiempo pero el hecho no consiguió ser conectado de ningún modo con la desaparición de la muchacha. La carcasa quemada del camión todavía está allí, nunca fue retirada. El caso, en su momento, fue archivado como la obra de unos gamberros. En el año 2000, tres periodistas, dos hombres y una mujer, de una famosa publicación mensual de tirada naciona que tiene la sede y la redacción en Genova, quisieron llevar a cabo una pequeña investigación sobre la desaparición de la muchacha, ocurrida tres años antres. Con la excusa de un reportaje sobre brujas y brujería en Triora, se plantaron con una tienda canadiense justo en el bosque donde se reunían las brujas, cerca de la Fonte della Noce, con la esperanza de asistir a algún rito satánico o algo por el estilo. Durante unos días recogieron informaciones sobre el proceso puesto en marcha contra las brujas de Triora hacia finales del XVI. También intentaron obtener una entrevista exclusiva con Aurora que, sin embargo, no la concedió.

La noche entre el 20 y el 21 de agosto los tres periodistas desaparecieron en circunstancias misteriosas. En el interior de la tienda, encontrada vacía a la mañana siguiente, fueron hallados algunos cuadernos de apuntes con el material recogido. Tales cuadernos fueron entregados a la revista que, en memoria de los tres, publicó un artículo de ocho páginas sobre las brujas de Triora. La única frase escrita en el cuaderno por uno de los tres periodistas estaba en letras mayúsculas con grandes caracteres y subrayada: ¡DIOS MÍO! Algo o alguien lo había atemorizado hasta la muerte. De los periodistas desaparecidos no se supo nunca nada más.

Mientras tanto habíamos pasado Imperia, habíamos salido de la autopista hasta la caseta de Arma di Taggia y nos habíamos metido por una carretera provincial que llevaba a una estupenda vaguada, que corría paralela al curso del río. Era la primera vez que veía lugares que luego se convertirían en familiares.

Estábamos recorriendo el Valle Argentina, que era atravesado por el río del mismo nombre, un estrecho valle con unos pocos asentamientos humanos. El verde de los bosques exuberantes resaltaba contra el azul intenso del cielo límpido en la cálida jornada de comienzos de julio y, dentro de mí, se reavivaba la vieja pasión por la montaña. Ya soñaba con caminar por los senderos que se adentraban en el bosque. Nos remontamos hasta un pequeño pueblo, Molini di Triora, para llegar a Triora, un pueblo con características medievales, encaramado en la cima de una cresta. Traspasado el centro, la carretera bajaba y, depués de un poco, nos paramos en una zona, donde estaban aparcados un par de autos de policía, un jepp de los bomberos y una camioneta del cuerpo forestal equipada para la extinción de incendios en el bosque.

―Bien ―dije ―lo que me has dicho es muy interesante y efectivamente el olor de las sectas, además del quemado, se advierte, ¡y cómo! Se trata ahora de entender hasta qué punto tiene algo que ver el esoterismo y cuánta, en cambio, sea la responsabilidad de los adeptos en la desaparición de las personas que has mencionado y en el homicidio de esta noche, si se trata de un homicidio y no de un simple accidente.

―Caterina, te lo ruego, aquí la prudencia nunca es demasiada. Aparte de las brujas, podremos encontrarnos de frente a criminales sin escrúpulos en el curso de esta investigación. Coge la pistola y memoricemos cada uno el número de la PDA del otro, de manera que nos podamos llamar en caso de necesidad. ¡Vamos!

Cogí la PDA pero dejé la pistola en el portaobjetos del coche, dado que creía que en ese momento no tendría necesidad de ella.

1 Capítulo 3

Aurora Della Rosa

Larìs no tenía miedo de atravesar el puente colgante. Buscó con la mirada los ojos azul verdosos de Aurora, que le transmitieron toda la fuerza y la energía que necesitaba. Hacía poco tiempo que la conocía pero se fiaba de ella y de sus poderes esotéricos.

Larìs Dracu era originaria de Transilvania, una región de Rumanía, que a finales de los años 80 todavía estaba gobernada por un dictador comunista. Ya a la edad de dieciocho años se había ganado la fama de bruja anticomunista y, para no caer en las manos de la policía secreta del general Ceausescu, con muchas dificultades llegó a Italia. Se fue a un pequeño pueblo de la Liguria, donde sabía que vivía una adepta de su misma secta, que la ayudaría y la guiaría en la prosecución de su camino hacia el nivel más alto, más allá del séptimo, el de la sabiduría universal. Cuando llegó a casa de Aurora, el día del equinoccio de primavera, a media mañana, notó que su anfitriona la estaba esperando en el umbral de la puerta abierta. No se sorprendió por ello, ya que conocía los poderes de vidente de la maga. Se sintió observada por ella con complacencia. Larìs aparecía como una muchacha muy hermosa, de cabellos negros brillantes, echados hacia atrás y recogidos en una pequeña cola, de ojos oscuros, casi negros, los rasgos del rostro delicados. Las líneas sinuosas del cuerpo dejaban imaginar, debajo de un vestido ajustado, la perfección de senos, glúteos y piernas excepcionales. La maga parecía una sesentona en óptima forma, con cabellos rubios ligeramente estriados de blanco, los ojos que cambiaban del color azul al verde, dependiendo de la luminosidad del ambiente. Su cuerpo aún tenía la energía de una de cuarenta y su piel era lisa, estirada y no surcada por arrugas evidentes. Su mirada era magnética y, cuando sus ojos encontraron los de Aurora, Larìs sintió un fuerte impulso sexual hacia la maga. Aurora pronunció algunas palabras en una lengua incomprensible al común de los mortales. No se había expresado en lengua occitana, típica de aquella zona limítrofe entre Italia y Francia, pero la joven había sido capaz de entenderla, por haberla aprendido de pequeña, cuando su madre la había iniciado en las prácticas mágicas y esotéricas. El Semants era la antigua lengua de los adeptos, cuyo origen se perdía en la noche de los tiempos, un idioma conocido ya en la época del Antiguo Egipto de los faraones por magos y chamanes, pero que tenía un origen todavía más antiguo. Larìs fue invitada por Aurora a entrar en casa y fue conducida a un salón cuadrado. Una de las paredes del salón estaba ocupado en su totalidad por un espejo, por lo que se tenía la impresión de que la estancia era mucho más amplia de lo que en realidad era, mientras que en las otras tres paredes había estanterías, en las que se encontraban colocados muchos libros y manuscritos y algunos tarros de porcelana, del tipo de los usados en tiempos antiguos en las farmacias y en las herboristerías.

Larìs fue atraída sobre todo por el pavimento, de mármol muy brillante, de distintos colores, amarillo, azul turquesa, verde esmeralda. Con las baldosas de colores, como si fuese un mosaico, había sido realizado el dibujo de uno de los principales símbolos esotéricos, un pentáculo, una estrella de cinco puntas, inscrito en unacircunferencia, a su vez inscrita en el perímetro cuadrado de la estancia.


El símbolo del espíritu, una especie de asterisco, dibujado sobre la baldosa pentagonal central, delimitada por las líneas desde cuya unión tenía su origen la estrella de cinco puntas, indicaba el centro exacto de la habitación. En cada uno de los otros sectores en el que el pavimento estaba dividido por las líneas y por los arcos del círculo, se podían reconocer algunas figuras, cada una ligada a la simbología esotérica: la luna creciente y la luna menguante, la luna llena, la conjunción del sol con la luna en el eclipse parcial y en el eclipse total, y otras coas. Larìs estaba al mismo tiempo fascinada y desconcertada.

―En la casa en la que viví, en Transilvania, había un salón idéntico a este ―dijo volviéndose a Aurora en la misma lengua en la que hacía poco le había hablado la maga ―La baldosa central indica el punto exacto en el que en el pasado ha ocurrido algo importante, algo muy hermoso o extremadamente horrible. Mi madre adoptiva, Cornelia, me contaba que, enfrente de mi casa, hacía muchos siglos, un príncipe descendió de los Montes Cárpatos, en una noche de luna llena, amó a una hermosa muchacha y del acoplamiento nació la niña que daría origen a nuestra progenie. Pero, aparte de esta leyenda, conozco el hecho de que, causando el hundimiento de la baldosa central, se pone en marcha un mecanismo que pone de manifiesto una sala secreta escondida detrás del espejo. Cornelia sacaba del cuello una cadena de oro en la que estaba enfilado un anillo, donde estaba incrustada una piedra en forma de pentáculo, que se adaptaba perfectamente a una cerradura, escondida detrás de una estantería. Luego hacía bajar la baldosa pentagonal, de manera que el espejo se movía y daba acceso a la habitación secreta. Allí estaban conservados libros, manuscritos, pergaminos, incluso muy antiguos, que sus antepasadas les habían pasado en herencia y que era la sabiduría a la que concedía tener acceso a aquellos que aspiraban a convertirse en adeptos del séptimo nivel.

―Por como hablas, y por lo que percibo con mis poderes, sé que tú ya has podido tener visiones de estos documentos y posees, como yo, los poderes y la sabiduría del séptimo nivel, por lo tanto es inútil que te abra la estancia secreta. Juntas, en cambio, podremos enfrentarnos al camino que nos llevará al nivel más alto, el de la Sabiduría Universal.

Mientras hablaba, Aurora había cogido un poco de tabaco de un hermoso contenedor de porcelana y lo había puesto en dos papelillos, para enrollarlos con habilidad y formar dos cigarrillos. Ofreció uno de ellos a Larìs, luego encendió una cerilla, acercándola antes al cigarrillo de la joven, luego al suyo.

Mientras aspiraba una gran calada de humo, Larìs comprendió que al tabaco se le habían añadido sustancias estupefacientes y excitantes, pero ella ya estaba habituada a fumar aquel tipo de mezcla. Si no lo hubiese estado, hubiera caído presa del poder de la maga, en una hipnosis provocada tanto por la droga como por los poderes ocultos de Aurora. En cambio la droga estimuló en ella el deseo sexual, se acercó a Aurora y se dejó besar y acariciar. Apagados los cigarrillos, las dos se desnudaron y yacieron juntas sobre el desnudo pavimento, hasta que Larìs alcanzó el orgasmo.

―Ahora que hemos juntado nuestros cuerpos, uniremos nuestras mentes y nuestras almas ―dijo Aurora a la muchacha todavía jadeante por el placer sentido ―Hoy es un día particular, único, y debemos aprovechar nuestros poderes, para invocar el espíritu de Artemisia, mi antepasada quemada en la hoguera hace justo cuatro siglos.

Larìs seguía con curiosidad la historia mientras observaba que la luz que entraba desde la ventana estaba disminuyendo y ya la luna llena se hizo patente en el cielo todavía azul de últimas horas de la tarde.

―El 21 de marzo de 1589, hace exactamente cuatrocientos años, Artemisia fue atada al palo, clavado en el suelo, justo allí, donde ahora ves la baldosa pentagonal marcada por el símbolo del espíritu. Hoy es el equinoccio de primavera, dentro de unas horas la luna llena será tapada por la sombra de la tierra en un eclipse total. Es una conjunción astral muy rara la que se va a verificar. Una noche ideal para un aquelarre pero no es esto lo que nos interesa. Tú has llegado aquí en este momento porque yo sola no habría tenido la fuerza de hacer lo que estamos a punto de hacer.

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